OBLIGACIONES DE PRINCESA
De Siddharta Creed
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Capítulo 12
La comida que la mujer de su hijo menor preparaba, compensaba escucharla. La terrícola se encontraba más que emocionada, porque su nieta finalmente había sentado cabeza, según ella, desconociendo por completo el contexto detrás de su decisión.
«Abuela, he decidido llevar una vida en paz con el príncipe. Hablamos y, no es tan desagradable como pensaba».
Bardok observó atento a su familia, de la que solo Gine estaba al tanto de la situación que pasaba la familia de Pan en la Tierra.
«Te dejo a cargo de la investigación. Todos los informes debes entregarlos a Pan, personalmente». Le ordenó el príncipe al saiyajin mayor, teniendo el privilegio de contar con la confianza del heredero en un asunto de suma secrecía.
Confiaba en su astucia para solucionar los problemas del idiota de su nieto mayor, con la esperanza de que algún día pudiese volver a servir al rey, sin consecuencias.
Respecto a su bisnieta, confiaba en que al menos ahora tenía un fuerte motivo para ordenar sus prioridades y dejar de lado las fantasías terrícolas. Finalmente se comportaría como una saiyajin verdadera.
—Me retiro —se disculpó después de leer con discreción un mensaje de su comunicador de pulsera.
—¿Algún problema? —preguntó Kakaroto, emocionado por un posible enfrentamiento.
—No, es sobre la investigación de los traficantes de combustible. Mero papeleo —mintió limpiando sus labios con la servilleta—. Te veo más tarde —dijo a su mujer antes de salir con prisa, evitando cualquier cuestionamiento.
Tenía un par de días esperando esa información, los estafadores de Ox Satán eran profesionales en la materia, pasando por empresarios honorables, que además tenían estrechos vínculos con la élite política de ese planeta.
Amenazarlos hubiese sido lo más sencillo, o inclusive eliminarlos, pero levantaría sospechas. Y la orden especificaba que Gohan no debía sospechar.
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Con aburrimiento observó al mandatario hablar, odiaba cuando tocaba el turno de ese tipo corrupto con el que debían hacer tratados, una de las desventajas de su rol de futuro rey.
Camufló un bostezo con un suspiro, los párpados comenzaban a pesarle y al parecer, el anciano no tenía ganas de terminar su aburrido y repetitivo discurso.
Quería bloquear su mente y entretenerse pensando en otra cosa, sin embargo, debía tener conocimiento de cada palabra pronunciada en dicha reunión. Giró la cabeza discretamente, descubriendo que a su compañera también se le complicaba fingir interés, bostezando con menos discreción que él.
«En algunas ocasiones, deberás acompañarme a eventos formales. Con buena cara», había sido una de las cláusulas del "contrato", con el fin de silenciar los chismes que surgieron después de la ceremonia.
Al parecer, la situación tomaba el rumbo esperado. Ambos cumplían con su parte del trato y se beneficiaban de ello, el pueblo comenzaba a dejar en el pasado el arrebato de la adolescente y, en un par de años tal vez, tendría un heredero, el que debía tener un poder de pelea superior al de él mismo, según se creía.
Tal vez su mujer no se mostraba atenta y complaciente, pero al menos ya podía dialogar con ella sin terminar en gritos o con algún mueble roto. En cuanto a lo íntimo, lo habían repetido dos veces desde que llegó, en las dos semanas que tenían con esa nueva convivencia, en las que él tocó a su puerta de noche, pasando a sus aposentos para encontrarla dispuesta a participar, pero ausente durante el coito.
La había dejado montarlo de nuevo la segunda vez, para darle mayor seguridad, pero de nuevo fue él quien lideró la danza, fue él quien buscó sus labios y probó su piel. No es que le molestara por el momento, estaba consciente de que Pan debía superar su trauma, pero temía que esa situación se pudiese prolongar por tiempo indefinido, y no estaba dispuesto a pedirle un consejo a su padre, o su a tío. Su vida íntima le pertenecía a él, ya tenía suficiente con el hecho de que supieran sobre los abusos hacia Pan.
«¿Cómo va el trato en la alcoba?» Le preguntó su padre, justo al enterarse del pacto entre él y Pan.
«Ella se ha entregado voluntariamente». Le contestó.
«La he visto tranquila», le comentó su padre a la semana del pacto.
«No he tenido ningún problema con ella, prácticamente la tengo comiendo de mi mano».
«¿Crees que sea permanente?»
«Ahora que la conozco mejor, tengo la seguridad de que sí», fanfarroneó mintiendo.
Un insípido murmullo se escuchó después de las últimas palabras pronunciadas por el mandatario, su aburrido discurso al fin terminaba y se dirigía a paso lento hacia su lugar en el gran salón, el que se encontraba lleno, a pesar de la invitación a última hora. No obstante, los interesados acudieron casi en su totalidad, muchos de ellos vía remota, colocando un holograma en su lugar correspondiente.
Si la patrulla galáctica los llamaba a una reunión de urgencia, debían acudir o enviar a un representante. Afortunadamente, la sede de la reunión se encontraba cerca, por lo que no fue complicado que el príncipe heredero y su mujer acudieran de inmediato, arribando en una nave de combate, la cual se caracterizaba por su agilidad para desplazarse, dentro de un radio menor al de las enormes naves de carga.
De esa manera, el viaje duró solo medio día, obviamente escoltado por su escuadrón de élite, cada uno en su nave personal.
Un peligroso delincuente, manipulador y con muchos seguidores, había logrado escapar de una de las prisiones de la patrulla galáctica. No lograban dar con su paradero y temían que se encontrara organizando a sus fanáticos, quienes lo seguían y obedecían ciegamente.
El príncipe tenía la creencia de que la patrulla exageraba, que aquel reo prófugo no podía lograr mucho con lo poco que poseía, le parecía imposible que siquiera intentara un ataque terrorista, como el ejecutado en el planeta de origen del reo. Aun así, cooperaría con sus aliados como lo dictaba el tratado.
—¿Nos iremos hoy? —preguntó la princesa Pan, cansada de permanecer sentada en el viaje y ahora en la reunión.
—No, pasaremos la noche aquí, hay un lugar cerca donde podemos estirarnos un poco —respondió el príncipe luego de meditarlo por unos segundos. Inicialmente planeaba regresar de inmediato, pero estaba igualmente fastidiado del encierro y la rutina sedentaria de esas últimas horas. No deseaba encerrarse frente al mando en la cabina de su pequeña nave por más horas.
Una vez culminada la reunión, el príncipe dio las órdenes pertinentes a Goten, para que tuviera disponible una suite doble al regresar de la luna sur del planeta anfitrión, donde pensaba tener un enfrentamiento amistoso con su compañera.
—Te recomiendo dejar la capa en la nave. No es cómodo vestirla en un enfrentamiento.
—Lo que me preocupa es perder la mascarilla de oxígeno —dijo Pan levantando los broches que sujetaban la capa de su traje formal, el que debía utilizar en eventos oficiales, que consistía en un traje de combate color gris casi negro que le cubría todo el cuerpo, ciñéndose a este junto con la armadura blanca con toques dorados, que la distinguían del resto de armaduras con amarillo que vestía la clase alta, o el naranja distintivo de los guerreros de clase media alta, o los que poseían algún cargo importante como su abuelo Bardok, que a pesar de haber nacido como clase baja, había logrado ascender.
—Descuida, no permitiré que eso suceda —la giró para cerciorarse que el ligero chaleco estuviese bien colocado, revisando con ojo clínico las discretas válvulas que le suministrarían oxígeno a la mascarilla transparente que le cubría desde la nariz, hasta la boca—. Todo en orden. No te atacaré al rostro, aun así, debes aprender a luchar en otros ambientes.
—¿Es verdad que usted casi murió en una batalla que se dio en el espacio del planeta Vejita?
—Algo así —respondió antes de acomodarse su mascarilla y dar la orden para salir de la nave.
El terreno escogido para el entrenamiento se encontraba cubierto de rocas de diversos tamaños repartidas de forma irregular, difícil para caminar cómodamente, donde un mal paso podía terminar en un tropiezo seguro.
Pan fue la primera en caer de rodillas, sosteniéndose con sus manos de donde pudo sujetarse.
—Debes tener cuidado, el suelo no es firme. ¿Aún quieres esto?
—Sí —respondió con emoción, que no pasó desapercibida del príncipe.
—Te recomiendo cuidar bien tus pasos, podrías caer de espalda y eso arruinaría tu tanque de oxígeno, a pesar de estar construido para batallas.
—Lo tendré en cuenta.
Sin mediar más palabras, comenzaron con una sencilla rutina de golpes, en la que Trunks le dio espacio para familiarizarse con el terreno, bajando la intensidad de sus ataques al principio, e incrementándolos una vez que la vio responder con más agilidad, hasta llegar al momento, en el que ambos tenían su transformación, mientras se desplazaban con destreza por el campo, terminando con Pan tropezando por su exceso de confianza, golpeando de espaldas contra una roca filosa, perforando su tanque de vida.
En cuestión de segundos tuvo al príncipe frente a ella, colocándole su propia máscarilla, mientras la cargaba volando de regreso a la nave, la cual se encontraba a una distancia considerable.
—Perdí —dijo Pan avergonzada, una vez que pudieron respirar libremente.
—No. Hoy aprendiste y vives para intentarlo en otra ocasión —respondió dando grandes bocanadas de aire. Había permanecido sin respirar poco menos de su tiempo límite.
—¿Cómo pudo resistir todo ese tiempo? —preguntó Pan, recordando el largo trayecto que habían recorrido de regreso.
—Es algo que también debes entrenar. La gran mayoría de batallas se dan fuera de nuestro planeta, debemos estar preparados.
—Gracias —musitó tímidamente, con la mascarilla del príncipe en sus manos.
Trunks no respondió, ya suponía que terminaría cediéndole su oxígeno, muy diferente a su entrenamiento, en el que todo saiyajin debía buscar por sus propios medios, la manera de hacerse de oxígeno. Sonrió al recordar que su madre casi se infartó al enterarse de esa práctica.
De regreso, hablaron de lo aprendido en ese combate, de las complicaciones que surgen en batallas en el espacio, de los riesgos y las medidas a tomar. Tanto Pan como el príncipe, disfrutaban de esos momentos, donde podían abordar temas que a ambos les interesaban, conociéndose a un nivel mucho más íntimo, de lo que podría ser en el lecho.
Trunks comenzaba a entender, el por qué su prima Yassai insistía en que tenía mucho en común con Pan, preguntándose a veces, qué hubiese sucedido de haberla abordado de otra manera. Estaba seguro de que ella hubiese terminado aceptándolo, y no precisamente por necesidad, sino por gusto.
Al llegar a sus habitaciones, Pan se despidió de una manera más amable que las pasadas, más genuina, invitándolo indirectamente a su cama, según interpretó el príncipe.
—¿Puedo pasar? —preguntó a través de la puerta, después de un par de toques, como solía hacerlo desde que le dio su palabra de respetar su espacio.
La joven abrió la puerta con el cabello suelto y un poco alborotado, él también había soltado su coleta y dado un baño. Pan se hizo a un lado para dejarlo pasar, no dejaba de parecerle alto e imponente, temiendo que en cualquier momento, la mirada del guerrero cambiara a una ensombrecida y cruel, tal como aquella noche. No dejaba de considerarlo un monstruo, uno con doble personalidad, de las cuales, Pan no tenía idea de cuál lo dominaba.
—Te vez cansada —dijo al verla bostezar, pareciéndole mala idea haber esperado tanto tiempo para acudir a su puerta.
—Tengo muchas horas despierta —respondió. Lo cual era cierto, ya que desde que salieron del planeta saiyajin, apenas habían tomado unos pocos descansos, por lo que era lógico que ella estuviese cansada, ya que no estaba acostumbrada a la misma rutina que el príncipe.
—Quiero que veas algo —cambió de planes—. Mañana regresamos a primera hora, no sé cuándo podrás tener otra oportunidad para verlo.
Le indicó que le siguiera y ella obedeció por mera curiosidad, pues hasta el momento había tenido buenas sorpresas, aun así, prefería mantener las expectativas bajas. Su orgullo y experiencia se negaban a confiar del todo en el heredero.
Al entrar a la suite del príncipe, descubrió que era más espaciosa y con un amplio ventanal que tenía su propio mirador, lugar que él señaló.
Ambos se adentraron al espacio redondo que sobresalía del ventanal, por donde se podía admirar el bello espectáculo colorido de los anillos que rodeaban el planeta, vista que de día casi no se podía apreciar, pero con el reflejo del sol sobre las piezas cristalizadas en el espacio, de noche ofrecía una vista casi mágica.
—De mi habitación no vi nada —le comentó a modo de reproche.
—Es porque tu ventana tiene la dirección opuesta, supuse que no podías verlo.
—¡Es impresionante! —exclamó maravillada.
El príncipe se alejó por unos segundos para apagar toda la iluminación de su habitación.
—Se puede apreciar mejor así.
Estuvieron un rato hablando sobre el fenómeno astronómico y los planetas que poseían ese tipo de escenarios nocturnos, hasta que el cansancio hizo ceder a la joven.
—Debo irme a la cama —se talló los ojos somnolienta.
—Puedes dormir bajo esta vista. No te tocaré si así lo deseas —dijo el príncipe, contagiado del cansancio de su princesa.
—Ven —pronunció esa simple palabra de tres letras que se estaba volviendo muy común en su vocabulario—, duerme aquí —le señaló el lado de la cama desde donde se podía apreciar el espectáculo afuera.
La joven no protestó, se acomodó de lado, admirando por unos segundos a través de cristal, antes de quedarse dormida. Ni siquiera lo sintió moverse a su lado, o a la cola con pelaje color lavanda, que reposó sobre su cadera en algún momento de la noche.
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No cabía del entusiasmo, Anthon había logrado destrozar rocas enormes, no de cualquier material, sino de uno de los más resistentes del cuadrante. Sabía que su armadura poseía gran poder, pero experimentarlo le otorgaba la confianza que necesitaba, porque en el fondo, siempre tuvo la duda de no poder controlarla.
Revisó la superficie de los puños, encontrando nada más que unos pocos raspones, nada grave. Lo que más le entusiasmaba, era haber volado con éxito, a pesar de que se estrelló unas cuantas veces al comienzo, pero sin duda, al final logró dominar el control de vuelo, algo de suma importancia en un combate. Su amado traje armadura no solo podía volar y golpear al nivel de un saiyajin, sino también lo protegía con eficacia de los ataques.
Se encontraba lo suficientemente documentado en combate de guerreros saiyajines, como para asegurar que podía contra un súper saiyajin.
—Debo regresar antes de que noten mi ausencia —musitó encapsulando la tosca armadura.
La base donde trabajaba junto con sus compañeros se encontraba cerca, al menos viajando en una nave personal, a la que tenía acceso, gracias a que se les permitía visitar el conjunto de lunas habitadas que rodeaban una parte del gigantesco planeta gaseoso que orbitaban con lentitud.
Evitó mirar en dirección hacia el planeta mientras despegaba de la luna rocosa, le causaba una extraña sensación de miedo verlo de cerca, dispuesto a tragarlo con su gravedad, engulléndolo hacia su centro misterioso, del que nadie había logrado salir nunca. Le pareció una metáfora a la situación de Pan, donde ella se encontraba atada a un imperio voraz que controlaba todo a su alrededor, porque a pesar de que se encontraban mucho mejor que cuando Freezer lideraba en la galaxia, no dejaban de ser colonias de un imperio que supuestamente las protegía, dejándolos en el abandono si decidían separarse, a merced de grupos bien equipados que se dedicaban a extorsionar a los desprotegidos, sin olvidar que las transacciones interplanetarias bajaban casi en su totalidad, dejándolos solo con los recursos que ellos podían producir, que de no ser por los ataques de organizaciones extraterrestres criminales, podrían sobrevivir decentemente.
Odiaba a los saiyajines, a excepción de Gohan y Pan, odiaba su manera de ganarse la vida, de la violencia que durante siglos ejercieron y que ahora continuaban ejerciendo de manera más pasiva.
Confiaba en la ley que indultaba a quien ganara una batalla de honor. En caso de eliminar al príncipe, el rey debería dejarlo ir sin represiones, sin venganzas. Y a pesar de que no creía en la honorabilidad del monarca, era lo único en lo que podía apoyarse. De cualquier manera, no estaba dispuesto a huir y continuar sirviéndoles, mucho menos olvidarse de Pan, quien parecía acostumbrarse y resignarse a su papel de princesa.
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El pequeño baño cumplía con su función, a pesar de lo lúgubre que podía lucir con las paredes oscuras y diseño tosco. Al parecer, todas las naves de combate contaban solo con lo necesario, a diferencia de las enormes naves que parecían cruceros espaciales.
Solo cabían dos pasajeros sentados en la cabina, mientras que atrás podían caber bien acomodados cuatro, sentados con su respectivo cinturón, en cuanto a dormir, solo existía una cama que se desplegaba de una de las paredes, invadiendo el lugar que ocuparían dos de las cuatro personas extras.
Definitivamente se trataba de una nave para viajes cortos y batallas en el espacio; una de las aficiones del heredero.
Le parecía sumamente extraño haberse sentido cómoda la noche anterior, tomando en cuenta que anteriormente, solo la había buscado de noche para tener sexo y luego marcharse.
No lograba acostumbrarse a ese nuevo trato, continuaba a la defensiva, pero de manera muy discreta.
Llegó a la cabina tomando su lugar como copiloto. El príncipe le había dicho que podía dormir en la cama durante el trayecto, o ver algo de interés en la pantalla portátil que podía desplegarse en la pequeña área reservada para preparar alimentos. Pero Pan prefirió acompañar al príncipe, más que nada porque le fascinaba la vista que ofrecía el vasto espacio. También, porque la charla sobre los planetas que conocía el heredero le parecía por demás interesante, olvidando por momentos el infierno que vivió a su lado.
—Aprieta tu cinturón, nos agitaremos un poco —le aconsejó haciendo lo mismo, con un brillo especial en sus ojos azules.
—¿Está seguro? —preguntó Pan obedeciendo al instante. No deseaba terminar flotando entre las millones de rocas que orbitaban frente a ellos—. Cuando veníamos lo rodeó.
—Tenía prisa. Tranquila, lo he hecho tantas veces que ya perdí la cuenta —dijo con una enorme sonrisa de lado, jalando la manija que aumentaba la velocidad, mientras se desplegaban en la parte superior de la ventana, imágenes en tiempo real de los miembros de su escuadrón, dándoles la orden de pasar entre el enorme anillo de escombros.
Todos y cada uno de sus compañeros de combate asintieron con emoción, incluyendo al tío de la joven.
—Deben estar dementes —musitó Pan, aferrándose a su asiento con algo de temor.
Los escuchó aullar y vitorearse una vez que se encontraron esquivando y destruyendo con láser las rocas que no podían rodear, girando y realizando peligrosas piruetas que parecían disfrutar, mientras que a ella le revolvían el estómago.
—Voy a vomitar —amenazó Pan sin dejar de aferrarse al asiento.
—En mi nave no —respondió el príncipe bajando la velocidad—. Qué poco aguantas, deberías verte —agregó entre risas divertidas, no de burla como antes.
Los restos de escombros pasaban a los lados de la nave peligrosamente, pero en menor escala.
—¿Le gusta mucho pilotear? —preguntó la joven, viéndolo maniobrar con la misma emoción que un niño al mando de un videojuego terrícola.
—Tanto como el combate —respondió sin dejar de poner atención a lo que se ponía en su camino.
De pronto se escucharon las burlas en idioma saiyajin del resto del escuadrón. Comentando entre ellos que la falta de misiones le estaba quitando el toque al príncipe. Refiriéndose a que había bajado la velocidad sin ningún motivo.
—Recuerden que la princesa va a bordo, no olvidemos que en la Tierra son menos osados —murmuró Goten, presionando junto donde buscaba.
—¿Cómo se atreve a decir eso mi tío?
—Me impresionas, ya puedes entender el saiyajin fluido al escucharlo.
—Solo el acento del norte, el resto parece que hablan otro idioma —respondió Pan, sin mencionar lo mucho que se le dificultaba captar oraciones largas.
—Podemos demostrarles que no eres una cobarde —comentó el príncipe encogiendo los hombros, despegando los ojos del camino para voltear a ver a la princesa que ya no se aferraba al asiento.
Las carcajadas de los saijayines continuaron por unos cuantos segundos, hasta que Pan decidió tomar el riesgo, después de todo, cada persona que lo conocía aseguraba que su escuadrón se caracterizaba por estar compuesto de los mejores pilotos del planeta, algunos argumentaban que del cuadrante entero.
—No soy una cobarde —protestó Pan mostrando una mirada retadora—. Somos súper saiyajines, esto no es nada —agregó de los dientes para afuera, pues realmente temía un accidente en el espacio exterior.
El príncipe sonrió mostrando sus colmillos, recordándole las mordidas recibidas en la intimidad.
—Solo te encargo no arañar los reposabrazos —le guiñó un ojo burlándose del miedo que podía percibir en la joven, por mucho valor que ostentaran sus palabras, recibiendo un mohín de respuesta, luego presionó algunos botones y tomó el mando de la velocidad, reanudando la peligrosa maniobra.
Al poco rato, Pan comprendió que no se encontraba bajo peligro, entendiendo el porqué de la admiración hacia el escuadrón del príncipe.
Las naves danzaban entre las rocas con singular ligereza, pareciendo todas una mente colectiva. Horas de entrenamiento, dedicación y camarería podían lograr semejante proeza. Razón por la que ese escuadrón en particular, era temido en las batallas espaciales.
Pan observó por algunos segundos al príncipe pilotear, encontrando en ese momento una emoción casi romántica en sus ojos; él amaba lo que hacía.
«¿Quieres que mande traer a los profesores más renombrados para capacitarte en eso que te gusta? Podrías tener tu propio taller» Le había ofrecido en el viaje anterior, cuando ella le aseguraba que si pudiera, diseñaría una nave especializada en unidades médicas interplanetarias, no solo para soldados, como las que regularmente circulaban.
Ofrecimiento que declinó porque ella deseaba ganarse un lugar en la academia por su esfuerzo, no por un favor, o miedo al reino saiyajin. Sintió envidia por el príncipe, él tenía todo lo que deseaba y a pesar de que ahora se mostraba amable e incluso respetuoso, no dejaba de ser un trato entre ellos, nada más, un trato que comenzaba a ver con otros ojos, más que nada por resignación. Al menos, ya no se sentía tan miserable.
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Tres semanas pasaron desde aquel viaje, del que el príncipe regresó siendo el de antes de cuando Pan lo humilló por primera vez, huyendo del planeta y de sus obligaciones de princesa.
Durante ese tiempo la visitó en escasas ocasiones en su alcoba, apenas contadas con una mano, de la que sobraban dedos. Sentía que no era bienvenido, cosa que no debería importarle, pero al observarla ausente, a pesar de que intentaba participar tímidamente, le hacía sentir extraño.
No era lo mismo tenerla luchando y gritando, cosa que tampoco le agradaba, pero al menos tenía furia, pasión en su mirada al protestar. En cambio, ahora que voluntariamente le abría las piernas, disfrutando de sus caricias, de sus besos, de las atenciones que le dedicaba para ver si lograba encender algo en ella, eso no sucedía. La llama, la pasión, se negaban a aparecer en su mujer.
En cambio, al entrenar y charlar, Pan parecía despertar de su letargo, mostrándose divertida y cooperativa, especialmente si el tema le apasionaba. Comenzaba a desear esa Pan en su cama, y tenía idea de cómo hacerla emerger. Solo esperaba tener su cooperación voluntaria, ya no le apetecía obligarla, quería tenerla realmente comiendo de su mano, no solo por orgullo, sino porque veía potencial en su relación, en la que él pretendía tener las riendas, evitando regresar a la mierda de unión que tuvieron de antes del trato.
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No podía creer que aceptaba hablar con esa mujer, no porque le causara repulsión su profesión, sino porque tenía la impresión de que debía exponer sus miedos más profundos, tema que inclusive evitaba tocar con su familia.
—Pase —la recibió con su típico semblante amable, muy parecido al de su padre.
—Me impresiona la sobriedad y belleza en todos los detalles —dijo Ymmy después de reverenciar a la princesa.
—El lugar es imponente a pesar de ser solo un recibidor. Suponía que usted ya estaba acostumbrada —agregó invitándola a tomar asiento.
—No, su alteza —rio jocosamente—. La única vez que he pisado las habitaciones del príncipe, fue aquella vez que la conocí.
—Sé que usted conoce sus… gustos. No se preocupe, no es algo que me moleste —aclaró con timidez, le incomodaba que se malinterpretara y confundiera con celos su comentario, lo cual no era el caso.
—El príncipe jamás metería a una amante a sus aposentos personales, lo sé de su misma boca.
—Creo haberlo escuchado decir algo así.
La ansiedad en la joven era demasiado visible para la experimentada mujer, posiblemente no deseaba estar en esa situación, al igual que la vez pasada.
—Perdone mi atrevimiento. ¿La situación con el príncipe mejoró?
Pan suspiró, omitiría detalles de su intimidad, pero definitivamente estaba dispuesta a escucharla si eso le ayudaría a comenzar con su proceso de sanación. Quería dar vuelta a la página, sin olvidar ni perdonar, solo quería paz.
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Un repentino estremecimiento la hizo despertar agitada, dándose cuenta de que había tenido una pesadilla.
Giró con discreción, respirando de alivio al ver a su compañero dormir profundamente. Tenía tan vívidas las imágenes de su pesadilla, tan reales, que no estaba segura de poder mentir en caso de que le llegase a preguntar, por la causa de su agitación.
Se fue tranquilizando de a poco, sin lograr eliminar de su mente la estampa del cuerpo de Anthon, inerte, colgado en la plaza principal, tal y como se acostumbraba con los saiyajines traidores. Lo que no tenía sentido, pues Anthon no pertenecía a esa raza, ni tampoco estaba obligado a un juramento hacia el imperio.
Se suponía que el terrícola regresaba en unos días, según el contacto de Yassai, quien investigaba por su cuenta los movimientos del muchacho, al menos los referentes a la misión que se le asignó.
«Solo fue una pesadilla», se repitió tratando de tranquilizarse.
Una cola invasiva se coló entre sus piernas, rodeó una de ellas y dejó de moverse, él seguía profundamente dormido a su lado. Esa noche no quiso regresar a su alcoba, alegando que solo descansaría un rato, quedándose dormido al poco rato. Conforme pasaba el tiempo, lo notaba más cómodo a su lado, más jovial y sonriente, le confundía su personalidad.
La angustia provocada por la pesadilla se disipó por completo después de unos minutos, dando paso a recuerdos que la sonrojaron por completo. Afortunadamente, nadie podía verla.
Se mordió los labios apenada, decidida a no sentirse abatida por haberlo disfrutado. La vieja Ymmy tenía razón; «La carne es carne».
La experimentada mujer le había dado consejos que decidió no solo escuchar, sino poner a prueba esa misma noche.
«Usted no es una amante más, es su mujer. Impóngase, móntelo, domínelo, a usted no se lo negará como al resto. Nunca me lo permitió, al menos no después de que cumplió los quince años, a esa edad ya mostraba un rol dominante en el lecho».
Y de hecho, el príncipe no había vuelto a colocarla sobre él en los últimos encuentros, en los que se sintió devorar en todos los sentidos. Así era él, una tormenta que arrasaba sin siquiera verla venir.
Posiblemente él creía que ella le había perdido el miedo por el simple hecho de dejarse tomar sin más, dejando de lado la casi dulzura que le hizo sentir en los primeros encuentros, no obstante, él no dejó de besarla de esa forma que le provocaba un cosquilleo en el vientre, de acariciarla de una manera que volvía su piel completamente receptiva a todo lo que él quisiese hacerle, incluso morderla de nuevo.
«Me puedes morder de nuevo si así lo deseas», le dijo horas antes en un suspiro, cuando sus cuerpos aún se encontraban conectados.
No se sentía lista para eso, prefería dejarlo de lado por el momento, enfocándose en lo físico, en aquello que Ymmy le aseguró que podía ayudarle: «Como decimos en la Tierra; hay que tomar el toro por los cuernos», y eso hizo precisamente, enfrentarse a sus miedos cara a cara.
«Quiero estar arriba, quiero hacerlo yo», le dijo con voz determinante cuando él se recostó sobre ella, al momento que le retiraba su camisola. Lo empujó con sorprendente facilidad, recostándolo boca arriba, y a pesar de que el orgulloso príncipe intentó protestar, finalmente se rindió, tal vez por curiosidad.
«Entonces desnúdame», la retó, esperando que manara la timidez que ya conocía en ella.
«Si así lo quiere», respondió rasgando sin aviso la única prenda que vestía el heredero, tomándolo por sorpresa. «No se queje», se atrevió a reclamar, colocándose a horcajadas sobre el guerrero, donde permaneció inmóvil por unos segundos, recordando las palabras de Ymmy.
El príncipe era un espécimen sumamente apuesto, no podía negarlo, así como tampoco podía negar que estaba atada a él por convicción propia, lo que estaba rindiendo frutos según el último reporte de su abuelo Bardok sobre la situación de sus abuelos terrícolas.
«Le aseguro que no conozco a nadie más que pueda lograrlo. Usted se ha convertido en el objeto de deseo del príncipe, úselo a su favor. Le enseñaré». Le había dicho Ymmy tomando las manos de la híbrida, diciéndole cómo debía guiar las de él, cómo debía menearse y más que nada, mirarlo durante el proceso, lo que resultó ser la acción más difícil de llevar a cabo, sin embargo, lo logró.
El heredero dejó a su princesa participar activamente, preguntándose sobre qué clase de cosas le había dicho la anciana, como para lograr que ahora decidiera estar sobre él, aprisionándolo con sus brazos tal y cómo él solía hacerlo, tomando la iniciativa de besarlo, sin el esfuerzo de tapar su pecho desnudo con pudor al sentirse observada.
Entre caricias y suspiros se fue encendiendo la libido de la joven, gracias a que dejó los amargos recuerdos bajo llave por ese momento. Ya estaba en esa situación, nadie más los veía, mucho menos sus padres, y si viviría una vida completa unida a ese saiyajin, debía enfrentar sus temores, tomar el toro por los cuernos, como dictaba el clásico dicho terrícola.
Estaba cerca de cumplir diecisiete años, se suponía que, a su edad las jóvenes saiyajines distaban mucho de ser inocentes criaturas. Quería eso, quería tener esa capacidad de separar el cuerpo de los sentimientos, dejar de ver el sexo como algo romántico que solo se entrega por amor, quería eliminar ese prejuicio que la dañaba cada vez que gozaba cuando él la tocaba, quería dar vuelta a la página.
Se aventuró a acariciarlo de la misma manera que lo hacía él. Se suponía que debía sentir asco por todo aquello que le hizo, repulsión, aberración, pero no ganaba nada con eso.
«La mayoría de las uniones en la clase alta se dan por intereses, eso no significa que deba ser un sacrificio», le había aconsejado Ymmy.
No estaba tan segura de que fuera un monstruo en su totalidad, pues su comportamiento mostraba tantos matices que a veces olvidaba un poco el odio que debería tenerle. A veces creía que él actuaba, pero luego recordaba todas las historias en las que lo describían tal y como era con ella, al menos desde que llevaban la fiesta en paz.
Tal vez el monstruo emergía solo en casos específicos, lo más probable si tomaba en cuenta todo lo que sabía de él. Entonces, podía entregarse siempre y cuando tuviese claro que lo hacía de manera egoísta, buscando el gozo que su cuerpo necesitaba, y vaya que lo necesitaba, el cosquilleo entre sus piernas se hacía cada vez más intenso.
—Puedo ayudar a desnudarte —dijo el príncipe tomando el borde de las bragas de la mujer, rasgándolas de la misma manera que ella rasgó las prendas de él—. Mucho mejor —suspiró en su mentón, sintiendo su pubis húmedo al contacto con el sexo de la joven, justo como deseaba tenerla, deseosa.
No pasó ni medio minuto, cuando Pan ya se encontraba meneándose para acariciar su parte íntima con el falo de su pareja, deslizándose con movimientos lentos. Eso le gustaba, ese tipo de estimulación sin penetración la hacía retorcerse entre los brazos del que alguna vez consideró su carcelero.
«Lleve usted el ritmo, hágale saber lo que quiere».
Lo empujó contra la colcha de nuevo, no lo dejaría montarla por el momento, ella quería cabalgar primero, y así lo hizo, llevando su mano derecha hacia el miembro rígido del saiyajin, colocándolo en su entrada ella misma por primera vez.
La joven se meneó con movimientos torpes y pausados debido a su inexperiencia, dejándose llevar por el mero placer carnal que se negó a disfrutar en el pasado. Si hubiera sabido que su cuerpo era capaz de vibrar de esa manera sin amor, les hubiese evitado mucho dolor a sus padres, rindiéndose desde un principio; no por el placer en sí, sino porque nunca tuvo otra elección y al final, no lo estaba pasando tan mal.
De pronto, una traviesa cola le acarició los glúteos, llamando su atención. Tomó con su mano izquierda la traviesa extremidad peluda, apretándola con cuidado mientras que con su otra mano se sujetaba de la coleta del príncipe, acercándole los pechos al rostro, tirando de su cabello casi en una desesperada orden, que el heredero decidió acatar sin protestar.
Cualquiera que fuese el hechizo que esa vieja mujer había lanzado a su princesa, debía ser lanzado de nuevo.
Deseaba arrojarse sobre ella, invadir cada centímetro de su piel, hundirse hasta el fondo con fiereza, jalar, morder y arañar. Sin embargo, temía romper el hechizo, asustarla y provocar que de nuevo evitase enfrentarle la mirada.
Quiso guiarla, hacerla moverse de cierta manera, pero ella le alejó la mano. No estaba dispuesta a perder el mando de la situación, y el príncipe se lo permitió, después de todo, no perdía nada, al contrario, por lo que se dedicó a pasar sus manos por los montes de la joven, hasta tenerlos en su boca. Ella deseaba que los estimulara, lo que haría con gusto, lamiendo el izquierdo primero, succionando después.
Hubo un momento en el que sintió presión en su cola, era la primera hembra a la que permitía tocarle esa parte sagrada de su cuerpo.
Así fue que, desde abajo, el heredero se dejó usar, fascinado por la experiencia de ver a su mujer participativa y caliente, hasta el punto de colapsar agitada.
La dejó reponerse y luego le susurró: —Es mi turno.
Finalmente pudo colocarse sobre ella, solo para girarla con desesperación, a lo que Pan protestó con un suave quejido.
—No te quejes, casi arrancas mi cola y no protesté —ronroneó dando un leve mordisco en el hombro.
Fin del capítulo.
Buen día, espero no haber tardado mucho. Yo tengo esperando casi un año a que se actualice uno de mis fics favoritos y tres de mi otro consentido, no quiero perder la esperanza.
No sé si acaso lo notaron, pero la armadura que Anthon se encuentra armando, está inspirada en Ironman, aunque con la estética más parecida a la que usa Batman contra Superman, así que tienen un referente de lo que más o menos puede hacer.
Como ven, la relación entre los protagonistas comienza a tomar color, principalmente porque van descubriendo todo eso que tienen en común, la química. Al mismo tiempo que conocen sus sueños y perspectiva sobre el mundo que los rodea, lo que hace que vayan entendiéndose de a poco.
Sé que no es fácil, especialmente del lado de Pan, pero falta más por suceder.
Es todo por hoy, espero que no se me escaparan muchas faltas, cada vez estoy peor de la vista.
No olviden dejar su opinión. Nos leemos luego.
