OBLIGACIONES DE PRINCESA

De Siddharta Creed

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Capítulo 15

Los murmullos a su alrededor se fueron volviendo más intensos, los presentes en la junta tenían posturas diferentes respecto al caso a discutir.

De pronto, el ruido cesó, llamando la atención del príncipe, quien en vano intentaba mantener enfocada su atención. Se suponía que debían tomar una decisión respecto a las cuatro colonias que significaban más una carga que una ganancia.

La decisión del príncipe no terminaba de concretarse, entendía la postura de su tío Tarble, y al mismo tiempo, temía perder el respeto del resto de planetas que les temían. Debía ser objetivo, cosa que le costaba trabajo con los recientes recuerdos rondándole la cabeza.

Más del mes había pasado desde que tuvo lugar la batalla contra el terrícola, del que no volvió a saber nada, salvo que vivía en la Tierra y continuaba con su formación profesional en casa de su madre. Nadie ajeno a su círculo personal estaba enterado de aquella pelea, por lo que no estaba en entredicho su autoridad.

En medio de sus pensamientos, sintió la fuerte energía de su padre, quien lo observaba fijamente junto con el resto de presentes, tomándolo por sorpresa.

—No logro llegar a una conclusión —murmuró, fingiendo que pensaba en el tema que debatían.

—Daremos un descanso para meditarlo. Reanudaremos el debate en una hora —ordenó el rey, dando un pequeño golpeteo a la mesa con la pieza de un mineral tallado en forma de colmillo de ozaru. Pieza utilizada para dar principio, resolución y final a debates importantes.

Salieron de uno a uno los presentes, hasta quedar solo el rey, su hermano menor y el príncipe Vegeta.

—¿Alguna duda? —preguntó el rey a su hijo.

—No, simplemente me cuesta trabajo inclinarme hacia un bando. Ambos tienen sus pros y contras —respondió poniéndose de pie.

—¿Problemas personales? —preguntó de nuevo el rey, mirando de reojo a su hermano. Ambos habían notado distraído al príncipe desde la mañana.

—Para nada —sonrió ampliamente, despidiéndose con un breve gesto.

Debía sacudir sus pensamientos, pero el olor de la joven en su piel, le recordaba constantemente los acontecimientos de las últimas noches a su lado.

No podía pensar con claridad, ni siquiera en un momento de total seriedad, donde el futuro del imperio que heredaría, peligraba con desmoronarse si tomaban la decisión incorrecta. Llegando a preguntarse seriamente, si acaso ella le había lanzado alguna especie de hechizo.

Ni siquiera en la adolescencia llegó a tener ese nivel de encaprichamiento con alguna hembra, a pesar de haber tenido las más hermosas entre la especie de harem que Ymmy tuvo a su disposición.

A veces le costaba trabajo creer que la joven que dormía a su lado casi a diario, fuese la misma que lo rechazó tajantemente en el pasado. La que llegó a gritarle en varias ocasiones que lo odiaba, que nunca accedería a nada con él y que prefería morir antes que ser su mujer.

Habían pasado tantas cosas desde entonces, que ambos ya no eran los mismos, no solo en lo físico en el caso de Pan, quien ya contaba con diecisiete años terrícolas de edad, pareciéndose cada vez más, a una saiyajin adulta.

«Quiero hacerlo yo», suspiró Pan la noche anterior, acariciándole el falo de una manera tan erótica, que lo hizo transportarse a la época en que todo lo referente al sexo era nuevo para él.

¿Cómo podía ser posible que una joven con poca experiencia le quitara el aliento con solo insinuarse? ¿Qué tenía Pan que no tenían sus anteriores amantes? A parte del nivel de poder.

Su piel quemaba con el recuerdo de las yemas de los dedos su mujer acariciando su mentón, bajando por sus pectorales hasta llegar a su sexo, causando una reacción natural que, de no ser por el faldón de su traje, pondría en evidencia su creciente erección.

«Me estoy comportando como un hormonal», gruñó evitando caminar por donde percibía presencias incómodas.

Saltó entre dos muros, elevándose sobre los jardines hasta colarse al lado de la ventana que daba a su oficina personal, lejos de ojos curiosos.

Tenía mucho en qué pensar, no quería errar en su veredicto. No obstante, parecía que ese lugar tampoco ayudaría.

«Que grande».

Sonrió al recordar a su mujer impresionada con el escritorio, el día que entró por primera vez a la oficina, unos cuantos días atrás.

«Es la primera vez que escucho esa frase en otro contexto», respondió él.

No pudo evitar soltar una risotada recordando esa escena; con ella fingiendo no entender su comentario, tal vez apenada, tal vez divertida.

—¿Qué me está pasando? —suspiró dejándose caer en el sillón.

Lejos de aburrirse de su trofeo, disfrutaba cada vez más de su compañía, de su plática y ocurrencias. Para él, toda esa experiencia resultaba tan ajena a su manera de relacionarse con el sexo femenino, al menos con quienes fornicaba.

De nuevo regresaron a su mente las escenas de la noche anterior, con los senos de Pan meneándose al compás de la danza que ella lideraba sobre él, jadeando sonrojada, con los cabellos desordenados cayendo por sus hombros.

Podía saborear su esencia sin dificultad, casi como si la tuviese recostada boca arriba, con las piernas a cada lado de su cabeza, disfrutando de las atenciones que él le dedicaba con su lengua, trazando líneas de saliva sobre su parte más sensible.

«Así», se acomodó levantando su parte trasera, con una sonrisa pícara que de vez en cuando se hacía presente.

«Un poco más», respondió el príncipe con la voz ronca, admirando la intimidad que se le ofrecía de buena gana.

Los recuerdos no ayudaban a enfriar su deseo.

—Ya no soy un maldito chiquillo —palmeó su cabeza.

Desde que se marchó aquel terrícola, lejos de empeorar la situación con Pan, había sucedido todo lo contrario, fortaleciéndose el vínculo entre ellos. Ahora sí sentía que tenía una relación real con su mujer, en todos los aspectos, apenas lo podía creer.

Se levantó de golpe, yendo a su computadora para revisar una vez más los datos sobre las ganancias y pérdidas que significaban las colonias que discutían. En la tarde entrenaría con su mujer, ya tendría tiempo para disfrutar de su convivencia. Por el momento, tenía obligaciones qué cumplir.

..

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Los pasos apresurados y rabiosos de la saiyajin de sangre pura retumbaban por donde pasara, su furia podía visualizarse desde lejos, o percibirse a través de su energía.

Abrió la pesada puerta del salón, golpeando la pared de concreto reforzado, controlando sus impulsos una vez que vio a la reina al lado de su madre.

En silencio esperó a que terminaran de hablar con el civil que atendían. Le irritaba la cordialidad con la que la reina trataba a los saiyajines que no pertenecían a la clase guerrera, le parecía que a ese paso terminarían siendo la burla de la galaxia. Deseaba regresar a la época de las viejas canciones narradas de taberna en taberna, donde el reino guerrero se caracterizaba por su crueldad y superioridad sobre aquellos saiyajines no guerreros, a los que consideraba inferiores.

No entendía el por qué los reyes ahora escuchaban al pueblo, además, tomaban en cuenta sus peticiones, principalmente la reina. Cuando en el pasado, el rol político de la pareja del rey, se caracterizaba por ser menos activo, ocupándose mayormente en el campo de batalla, dando el ejemplo como guerrera. Trabajo imposible para la actual reina, debido a su origen terrícola, eso lo entendía, pero no estaba de acuerdo con la amabilidad que solía mostrar, le parecía que a los ojos de su pueblo, tanto la reina como el rey, quedaban como un par de timoratos.

Su madre le dedicó una dura mirada, sabía el porqué de su visita, por lo que caminó discretamente hacia su hija.

—Uzel —la llamó al acercarse, haciéndole una señal para hablar del otro lado de las grandes cortinas rojizas que dividían el salón.

—¿Lo sabías? –le preguntó molesta.

—Me enteré justo antes de venir, Tarble me lo comentó.

—Gracias por avisar —dijo la saiyajin a modo de sarcasmo—. No te imaginas la humillación que pasé cuando el guardia me prohibió la entrada.

—Tarble me dijo que te lo diría al salir de una junta, supongo que se alargó más de lo estimado.

—O tal vez lo omitió a propósito —gruñó cruzando los brazos.

—No seas ridícula, además, tu nivel es muy superior como para entrenar crías. Tarble pensó que podrías hacerte cargo de la logística de los nuevos escuadrones.

Uzel torció los labios, no le disgustaba su nuevo deber. No obstante, eso no eliminaba la impotencia que sentía, habían elegido por ella sin tomar en cuenta su opinión, como si fuese un simple soldado. Además, odiaba a Pan, odiaba que sin más le dieran uno de sus deberes favoritos; entrenar a las guerreras de clase alta en edad cercana a la adultez. Una edad en donde son fáciles de adoctrinar para crear fieras guerreras al servicio del imperio, labor que ella ejercía de manera impecable, que probablemente la híbrida no podría llevar a cabo, arruinando lo que hasta ahora había construido. Probablemente crearía guerreras blandengues y emocionales como los terrícolas. Pondría las manos al fuego jurando que así sería.

—Te aconsejo que evites hacer un escándalo por eso, Uzel, su rango es mayor al tuyo, tu estancia en el palacio podría verse perjudicada.

—Esa mocosa no se atrevería —gruñó despectiva.

—Pero tu primo sí. De cualquier manera, te hubieran relevado pronto, se estaban juntando las quejas sobre tu comportamiento con las guerreras.

—Son unas crías, necesitan disciplina.

—Tú y yo sabemos que se te ha pasado la mano en los entrenamientos. Yo tengo mis dudas sobre tus argumentos en esas muertes durante el entrenamiento —le hizo un ademán de silencio—. No quiero escuchar más al respecto —le dedicó una última mirada a su hija y regresó a donde la reina, preocupada por el carácter complicado de su hija menor.

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Leía con suma atención el informe sobre la zona sureste del continente, a pesar de que el sueño le ganaba a esa hora.

—¿Alguna novedad del accidente?

—Han sacado más cuerpos, parece que hay más desaparecidos—respondió soltando un bostezo.

—Debería dormir, no ha parado desde que amaneció —sentenció Pan, retirándole la tableta de las manos, luego la apagó y dejo sobre un mueble, lejos de las manos del príncipe.

Sin reclamar por el atrevimiento, el híbrido obedeció. No podía hacer nada más por el momento, eran cosas que sucedían de vez en cuando en cualquier planeta habitado, sometido a las inclemencias naturales que de pronto azotaban a cierta parte de la población, la mayoría de los casos, los menos privilegiados. En el caso de su planeta, los saiyajines que no pertenecían a la clase guerrera.

—Bien, mañana temprano me informaré —se acomodó bajo las cobijas de la cama de Pan—. ¿Algún problema? —preguntó al verla de pie, mirándolo.

—No —se apuró a apagar la luz, preguntándose si acaso él pretendía algún avance sexual esa noche, pues en algunas ocasiones solo llegaba a dormir, lo que hacía impredecible esas visitas a su alcoba.

Le sorprendía la preocupación del heredero por su pueblo, a pesar de haber escuchado varias historias con anterioridad al respecto. Nunca imaginó que un deslave sobre un poblado no guerrero, principalmente agrícola, llamase la atención del príncipe, más allá del problema que conllevaba perder las cosechas que alimentaban a gran parte de esa sección del planeta.

Se cuestionó si acaso intentaba humanizarlo más, confundiendo la preocupación del heredero, que por lógica, debía ser por la gran pérdida material para su reino. Sin embargo, hasta ahora parecía preocupado por el pueblo llano. Tenía la certeza de que tardaría en conocerlo a fondo, pero le interesaba saber más de él.

—Acuéstate ya, no voy a tocarte… a menos que lo desees con desesperación —agregó entre somnoliento y coqueto.

—Yo también tuve un día pesado —bostezó Pan, metiéndose a la cama en el lado que había adoptado desde la primera vez que durmió en esa habitación.

—¿Entrenar otras crías te pareció pesado? Ya te quiero ver entrenando a los escuadrones de élite.

—Al principio me escuchaban, pero después de un rato sentí que me ignoraban.

—Necesitan que representes una autoridad. De seguro fuiste muy blandengue —dijo cerrando los ojos, acomodándose para dormir.

Pan no respondió, entendió que la charla quedaba para otro día.

Le gustaba la nueva misión que se le había asignado, sentía que se le daba importancia, a pesar de su falta de experiencia en el combate. De cualquier manera, le alagaba que confiaran en ella para entrenar a otras jóvenes.

Cada día se acostumbraba más a su rutina de princesa, disfrutando de cada pequeña acción que realizaba dentro del palacio, incluyendo las que incluían a su compañero de vida.

Pronto se quedó dormida, acomodándose cerca de él, sin darse cuenta que su pierna izquierda terminó reposando sobre las caderas del príncipe, quien la observó somnoliento, resignado a ser invadido por ella; cosa que no le molestaba.

«Pan podría ayudarte a conectar más con el pueblo», le había dicho su tío Tarble esa misma tarde, cuando lo vio titubear al verse obligado a escuchar a los pobladores de la región afectada.

Ahora que la veía dormida, coincidía con su tío. Pan tenía la cualidad de hacerlo pensar de una manera diferente, una que había olvidado con el paso del tiempo, cuando se hizo más saiyajin que terrícola, cuando dejó de ser un crío.

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Las tazas con té se encontraban dispuestas para la charla, al lado de la charola con canapés demasiado elaborados para su paladar.

—La princesa llegará en un momento —dijo la moza, retirándose para dejarla sola. Ymmy sonrió en respuesta.

La experimentada terrícola tenía la expresión de haber hecho una travesura, y sentía que así mismo había sido. Se rio bajo para no hacer ruido.

«No sabía que el príncipe continuaba pidiendo ese tipo de servicios», le había dicho la hija menor del príncipe Tarble, al topársela en una de las entradas del palacio.

«Hace tiempo dejó de prescindir de mis servicios íntimos», le respondió tratando de evadirla, pero la perspicaz saiyajin se le puso enfrente, impidiéndole continuar con su andar.

«De ser así, ¿qué asunto tienes aquí?»

—Disculpe la tardanza, estaba en una llamada con mis padres —la voz de la princesa Pan la sacó de sus pensamientos.

—Una princesa nunca debe disculparse.

—Eso mismo dijo la mujer que me asignaron como institutriz, pero insisto —se acomodó en la amplia silla principal frente a la mesita donde compartirían los bocadillos.

«Él necesita a una hembra madura, no a una chiquilla llorona e inexperta», le dijo Uzel al enterarse las verdaderas razones de la visita de Ymmy.

«Esa es una opinión muy respetable, aunque egoísta si me permite opinar. El príncipe no necesita una veterana, necesita espontaneidad, honestidad, energía y fuego. Algo que le regrese la jovialidad que se le arrancó entre batallas y tertulias solemnes, algo que una mujer longeva jamás podría regresarle», le respondió Ymmy a Uzel, antes de continuar caminando hacia las habitaciones del heredero.

Ymmy volvió a reír discretamente, lo que Pan interpretó como una respuesta divertida a su temperamento obstinado, por lo que también río, comenzando a servir el té de flores de la ciénaga mayor, una de las bebidas que se estaba volviendo muy popular entre la élite del planeta guerrero.

Comenzaron a charlar sobre trivialidades, dando paso a los consejos picantes y de vida que siempre ayudaban a Pan a lidiar con sus miedos. Era su terapia, donde sentía que era comprendida sin llegar a dar lástima ni ser juzgada. Donde podía compartir sus experiencias íntimas sin pudor, puesto que la anciana se había ganado su confianza, revelándole situaciones que no se atrevería a mencionar con su abuela o con Yassai.

—Debo confesar que me ha impresionado —comentó Ymmy, tomando con gracia la taza de té.

Pan abrió los ojos intrigada.

—En todo el tiempo que tengo de conocer al príncipe, nunca, jamás supe que se dejara montar. Al menos después de haber dejado atrás la adolescencia —dejó la taza sobre la mesita para agregar rascando su barbilla—. Conforme se hizo adulto, se volvió más rudo y dominante. Amante del control en la intimidad.

—No sé qué decir —murmuró Pan con cierto pudor.

—Se lo dije, usted no es cualquier hembra —volvió a tomar su taza para darle un pequeño sorbo—. Los saiyajines adultos son así, no les gusta que los guíen en el sexo, quieren imponerse, mucho menos ser guiados por una chiquilla. Pero al parecer, puede haber excepciones.

—Tal vez la novedad —opinó Pan, restándole importancia al asunto.

—Disculpe, pero lo dudo.

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La ventisca soplaba con fuerza esa noche. Una tormenta se acercaba, haciendo difícil el despegue de las naves, aún más, volar con el uso del ki, por lo que el príncipe y su princesa pasarían una noche en el polo norte del planeta Vejita. Conocido por su implacable clima extremo que tanto odiaban la mayoría de guerreros.

Sin embargo, asuntos de suma importancia lograban hacer que alguien de la familia real se dignara a visitar dicho lugar de vez en cuando, y la bacteria que extrañamente aparecía en los peces que se comercializaban, significaba un problema que debía tomarse en serio.

—¿Te arrepientes de haber venido? —preguntó el príncipe a Pan, luego de levantar la vista de su tableta, para observarla mirar la tormenta a través de la ventana.

—Moría de ganas por conocer aquí, leí la historia del norte hace poco. Ahora entiendo por qué los guerreros dejaron en paz a quienes huyeron a esta parte.

—Ni siquiera los stufurus vinieron en la época del exterminio. Los pocos que se aventuraron en sus naves, perecieron cuando se les terminó el combustible.

—Y fueron encontrados momificados —respondió Pan, abrazándose a sí misma mientras se dirigía hacia la cama, donde el príncipe reposaba bajo las cobijas.

—Hasta que un grupo de saiyajines no guerreros descubrieron las bondades que provee esta helada zona y se establecieron aquí.

—Gracias a que los guerreros los extorsionaban donde antes vivían —alegó Pan, dejando su arropada bata a un lado, para meterse bajo la gruesa colcha de piel de ashnuk; corpulento mamífero que habitaba las zonas más frías.

—¿Es un reproche? —preguntó el príncipe, dejando su tableta de lado.

—Usted aun no nacía, ni siquiera su abuelo… —dejó su discurso de lado cuando el príncipe la sorprendió besándola, colocándose sobre ella como siempre que comenzaba con el juego previo.

Pan lo recibió gustosa, tenía frescos los recuerdos de ese día, caminando a su lado después de la audiencia con el delegado. Nunca antes se había sentido orgullosa de acompañarlo, siendo testigo del esfuerzo que el heredero hacía por mantener el equilibrio y paz entre su pueblo, algo que poco a poco se volvía costumbre en el planeta Vejita.

Las manos del guerrero se aventuraron a vagar por las curvas de su mujer, sacándole uno que otro suspiro que interpretó como permiso para ir más lejos, y no estaba equivocado, su mujer no tardó en imitarlo con el mismo fervor.

—Hace calor —susurró el príncipe con sus labios pegados a la piel caliente de Pan —lanzando la colcha hasta algunos metros lejos de ellos, regresando luego a los labios rosáceos de los que se estaba volviendo adicto.

Se besaron por largo rato, como si fuesen un par de novios que recién comenzaban su relación. Y así se sentía Pan, en una especie de ensoñación donde todo a su alrededor se transformaba a su favor, incluyendo al hombre que alguna vez odió, porque ya no estaba tan segura de odiarlo de la misma manera, ya no estaba segura de qué le provocaba, a parte de una extraña descarga cuando la tocaba de un tiempo para acá. De una cosa estaba segura, el hombre le atraía, le provocaba deseos que nadie despertó antes en ella. Le hacía retorcerse de placer, como alguna vez lo hizo de dolor, llenando sus memorias de nuevos recuerdos que poco a poco se instalaban sobre los pasados, escondiéndolos muy debajo, aunque a veces insistieran en sobresalir, confundiéndola de nuevo.

Afuera, la temperatura descendía como todas las noches en esa zona. Dentro de la cabaña, el calor aumentaba, especialmente en la cama, donde los amantes continuaban tocándose y deleitando sus lenguas con el sabor del otro.

El carácter de Pan en la intimidad, distaba mucho de las primeras veces después de haber hecho el trato. Gracias a los consejos de Ymmy, la joven fue participando con entusiasmo en el juego previo, volviéndose tímida de nuevo a la hora de la penetración, momento que continuaba provocándole ansiedad, aunque cada vez menos.

Apretó las sábanas desordenadas, gimiendo sin pena mientras la lengua del príncipe dibujaba trazos diagonales en su parte más íntima, llevándola al borde de la locura con esa acción tan simple.

«Debo haber perdido la cabeza», se repetía en su mente, sin dar crédito a lo mucho que disfrutaba de esos encuentros.

—Es mi turno —lo escuchó decir, colocándose de rodillas a la cabeza de ella—. No te muevas, lo haremos así.

La joven tragó saliva, tenía mucho sin tener el miembro del príncipe tan cerca de su rostro, exactamente desde aquel fatídico día en la cabaña del planeta Onux.

El príncipe no tardó en entender la mirada de su mujer. En ese instante, una extraña sensación de culpa le golpeó el pecho, recordándole sus pasados errores. Tenía bastante tiempo que no se sentía tan idiota, sin idea de cómo reparar aquello que él mismo había roto. Ya no estaba tan seguro de haber tenido toda la razón.

¿Cómo decirle que lo sentía? Porque ahora sí lamentaba su pasado comportamiento, a pesar de que intentaba justificarse con los mismos argumentos de siempre, los cuales, cada día le parecían más endebles.

Había sido educado como príncipe, un príncipe no pedía disculpas, mucho menos cuando su honor estaba en juego.

—No es obligatorio —dijo bajando de ella—. Quiero mostrarte otras formas de obtener placer. Si me permites —agregó, preguntándose si acaso podría ayudarla a olvidar.

La joven lo pensó por unos segundos, evitando observar el falo del guerrero, a pesar de que él se había sentado a su lado, retirándole el miembro del rostro.

—¿Tienes curiosidad? —preguntó el príncipe.

Pan asintió, mordiéndose los labios. Le asqueaba recordarlo, tal como se lo había contado a Ymmy.

«Las guerreras no huyen de sus miedos, los doman». Le había aconsejado la vieja terrícola.

No le gustaba ser un corderito asustadizo, mucho menos, después de conocer más a fondo la cultura de su parte saiyajin.

—¿Puedo dejarlo si me desagrada? —preguntó dubitativa, tratando de ocultar su temor.

—En el momento que lo desees. Tienes mi palabra —respondió con honestidad, inflándosele el pecho una vez que la vio asentir con una sonrisa nerviosa. Sin saber que atesoraría esa imagen de su mujer por largo tiempo. Con sus lacios cabellos negros cayendo desordenados por sus hombros, que hacían contraste con el rojo adquirido en sus labios, gracias a la anterior sesión de besos apasionados, sin dejar de lado una que otra cicatriz dejada por los entrenamientos, que le brindaban un aspecto más fiero.

Haciendo uso de los consejos de Ymmy, procedió a seguir las instrucciones del príncipe, participando del juego con agrado, gracias a la paciencia de este, y a la manera tan placentera en que la fue estimulando, hasta quedar deseosa de más, mucho más.

Masajeó el falo de su pareja por momentos esporádicos, entre caricias y besos, hasta quedar con el miembro cerca de su boca, el cual engulló siguiendo el consejo de Ymmy, lanzando lejos la sombra de culpa y dolor que cargaba a cuestas.

Cerró los ojos por vergüenza, le apenaba volverlo a hacer, aunque ahora fuese bajo otro contexto muy diferente. Lo escuchó respirar agitadamente, acariciándole la nuca con sus dedos largos, revolviendo su cabello en una coleta que despejó su cara, seguramente para observarla mejor, a lo que Pan prefirió no prestar atención, pues le intimidaba su mirada.

El sabor del miembro le pareció diferente, posiblemente porque se había dado una ducha antes de ir a la cama, o porque recordaba aquella escena con repulsión. De cualquier manera, no había punto de comparación entre ambas experiencias.

Poco a poco fue encontrando la manera más cómoda de saborearlo, disfrutándolo en el proceso, tanto, que de pronto se encontró masajeándole los testículos también. De pronto, el príncipe se fue meneando lento, pero constante contra su boca, cada vez más profundo, dejándose llevar por la deliciosa experiencia que su mujer le hacía pasar, consensuadamente, hasta llegado el momento en que decidió participar más activamente. La acomodó recostada sobre él, con sus piernas a los lados de su cabeza, con la intimidad de Pan justo cerca de su boca, de su hambrienta lengua caliente.

Un profundo cosquilleo la invadió al sentirlo lamer su parte más sensible, llevándola a un estado de deseo más intenso de los experimentados antes. Ella lo imitó, llenando de mimos y caricias al miembro endurecido que no se cansaba de devorar, familiarizándose con el sabor del líquido preseminal, que curiosamente, ya no le pareció desagradable.

Una cosa llevó a la otra, hasta que Pan terminó sobre el escritorio, con las piernas alrededor de las caderas del príncipe, tomándola con suaves y estudiadas estocadas, que fueron subiendo de tono en poco tiempo, hasta que las patas del mueble comenzaron a crujir.

—¿Te gusta? —le susurró el heredero, a sabiendas de lo mucho que ella se encontraba disfrutando del encuentro. La humedad de su cavidad y su disponibilidad para recibirlo hablaban por ella. No obstante, su orgullo ansiaba escucharlo de su dulce boca.

Pan respondió asintiendo entre gemidos, apretando el borde del escritorio hasta resquebrajarlo. Ya habría tiempo para disculparse por eso, o por cualquier otra cosa que pudiesen romper esa noche, en la que, de manera egoísta, prefería dejar los amargos recuerdos bajo llave, lanzándola lejos de ella, sin deseos de volver a tomarla. Quería dar vuelta a la página y disfrutar la vida que ella misma había escogido por el bien de los suyos.

El cosquilleo la invadió de una manera tan exquisita, que ella misma se meneó y acomodó para recibirlo con gozo, esta vez sobre la cama, con el trasero en alto mientras ella se aferraba de la colcha con sus manos.

—No te muevas —le dijo al salir de ella. Pan obedeció y se limitó a verlo caminar desnudo hacia la caja que cargaba en forma de cápsula, donde guardaba objetos de limpieza personal cuando viajaba, de la que sacó un estuche color plata, el mismo donde guardaba líquidos para lubricar y uno que otro instrumento con plumas o suaves pieles que usaba para acariciar y estimular a su mujer.

—Confía en mí —le susurró al oído, dejando un camino de tenues besos que detuvo en la nuca de la joven, bajando su mano derecha hasta llegar a la intimidad de Pan, masajeando con destreza estudiada. Esa noche averiguaría si podía hacerla desprenderse de los amargos recuerdos.

Con dos dedos trazó círculos sobre el sensible botón de la híbrida, apretándole un glúteo con la otra mano, dirigiéndose en movimientos pausados hasta la zona que ansiaba poseer. Ordenó con urgencia la atención de sus labios. Así, con ella a gatas sobre la cama y él estimulándola con sus dedos, se volvieron a fundir en un eterno beso que los terminó por embriagar.

Las atenciones hacia su cuerpo la distrajeron a tal grado, que no vio al príncipe tomar un bote, hasta que el ruido al destaparlo le delató. Continuó correspondiendo al beso, después de todo, no sería la primera vez que utilizaba algún tipo de aceite lubricante, posiblemente de sabor, como la vez anterior. No obstante, en esta ocasión, la sensación tibia y húmeda del producto fue vertido un poco más arriba de su zona genital.

Pensó en advertirle su error, tal vez por enfocarse en besarla, nada más lejos de la realidad. El objetivo del príncipe rompía con todo lo experimentado hasta ahora, el dedo índice acariciando esa zona se lo confirmaba.

—Alteza —musitó temblorosa, sintiendo el dedo del príncipe abriéndose paso un par de centímetros en su interior.

—No temas, con esto —le mostró el pequeño bote—, no dolerá.

Una parte de ella deseaba salir de esa situación, la otra, tenía una urgente necesidad de seguir al pie de la letra los consejos de Ymmy.

«Me sorprende que el príncipe no se lo pidiera aún. Puedo asegurarle que lo hará, usted posee todo aquello que le despierta pasiones al heredero. Con pocas llegó a realizarlo, a la mayoría que se lo ofrecieron, rechazó el ofrecimiento».

«No podrá saber si le gusta, a menos que lo pruebe».

En otras circunstancias, los consejos de la anciana le hubiesen parecido demasiado atrevidos. Sin embargo, hasta ahora le había ayudado escucharla. Estaba consciente de que no era la mejor terapia, y que lo lógico sería mantener la frialdad y el orgullo, no dar más de lo que le correspondía, pero así no era ella. Pan no podía y no deseaba vivir con rencor, era parte de su naturaleza.

Los sutiles empujones del dedo del príncipe la encendieron a tal grado, que decidió dejarlo continuar, dejándose llevar por las nuevas sensaciones llenas de placer que jamás pensó que pudiesen existir.

—¿Te desagrada? —preguntó Trunks, a sabiendas de que el efecto del lubricante hacía lo suyo en el cuerpo de su mujer. Jugó un poco más con su dedo, constatando que el orificio se encontrara completamente listo para recibirlo sin dolor alguno, mientras el efecto del químico continuara lubricando la zona.

A pesar de que encontraba extraña la situación, hasta bochornosa, no podía negar que las nuevas sensaciones no le desagradaron del todo, tampoco se podría decir que la enloquecían de placer, pues el miedo a lo nuevo la mantenía alerta. De cualquier manera, su curiosidad rebasó a sus miedos en ese preciso momento.

Una vez convencido de que no causaría ningún daño, deslizó el dedo hacia afuera, luego lo limpió con una toallita desinfectante que reposaba al lado de algunos instrumentos de placer que había sacado del estuche, decidiendo dejarlos de lado por el momento. Su joven mujer se encontraba caliente y dispuesta, no la haría esperar.

Bañó su miembro con el aceite especial y lo dirigió hacia la apretada abertura, presionando con sumo cuidado en un inicio, abriéndose paso poco a poco. Un poco adentro, un poco afuera, en una delicada danza donde concentrado vigilaba las reacciones de su mujer. No estaba dispuesto a hacerla pasar un mal rato, no volvería a cometer los errores de los que tanto se avergonzaba, mucho menos ahora, que le despertaba sentimientos genuinos.

Con delicada diligencia logró introducirse por completo, esperando en cualquier momento la orden de parar, lo cual no sucedió.

«Necesito controlarme». El príncipe cerró los ojos, gozando cada segundo de esa entrega mutua, de esa segunda primera vez, en la que ambos disfrutaron del encuentro.

La tomó de manera lenta, pausada, gentil. Como si fuese una muñeca de porcelana que peligraba con romperse en cualquier descuido. No pudo evitar recordar la vez que la retó al duelo, lamentando haber asumido que ella había estado de acuerdo.

Los suspiros tímidos de Pan no fueron suficientes, necesitaba ver su expresión, encararla, tener sus labios a su disposición, perderse en su mirada. Salió de su interior solo para recostarla boca arriba, entrando de nuevo, después de colocarse más aceite especial, recomendado por Ymmy.

«Es para principiantes. Le aseguro que relajará la zona y no habrá dolor. El placer corre por su cuenta, estoy segura de que sabrá como hacerlo», le había dicho Ymmy, al preguntarle por el aceite nuevo en la vitrina donde mostraba los juguetes para las artes íntimas.

«Esa anciana merece una gratificación económica por su consejo».

La nueva experiencia le nubló los pensamientos a Pan. No lograba definir si era correcto o no, si podía intentar tocarlo, acariciarlo, demostrar que a pesar de una pequeña molestia, el placer se imponía en su vientre, especialmente, con las continuas caricias que el príncipe realizaba con insistencia en su intimidad.

«Maldición Ymmy, las cosas que hago por seguir tus consejos», pensó Pan, incómoda por la intensa mirada del príncipe sobre su rostro. Le costaba trabajo expresarse en esas situaciones, mucho más, en una donde el tabú la hacía avergonzarse de siquiera pensarlo.

Dejó sus pensamientos de lado para concentrarse en el creciente cosquilleo causado por el roce del pubis de su hombre sobre su parte más sensible, desatando un orgasmo que se incrementó gracias a los atrevidos envistes que recibía de manera gentil.

—Pan… —lo escuchó gemir, tumbándose sobre ella con los temblores que reconocía de sobra—. ¿Qué demonios tienes? —suspiró acariciando el lacio cabello de la joven. Textura que aborrecía en su propio cabello, tan terrícola. Pero en Pan, de un tiempo para acá le parecía sencillamente fascinante.

..

El fuego en la chimenea artificial se redujo de pronto, debido a que el príncipe tuvo que bajar la temperatura del aparato, gracias al calor generado por sus cuerpos.

Dejó el control del clima sobre el mueble, clavando sus ojos azules en la figura de su mujer envuelta en una bata de baño, con el cabello seco, peinado en un chongo y sus mejillas enrojecidas por el agua caliente; había lavado su cuerpo. Se preguntó si acaso se había sentido sucia, omitiendo el hecho de que solía tomar una rápida ducha en la mayoría de las ocasiones al tener sexo.

—¿Pasa algo? —preguntó, evitando decir que temía que a ella no le hubiese gustado.

—No —Pan negó con la cabeza, tomando la cobija que aun reposaba sobre la alfombra. No terminaba de pasarle la vergüenza por haber expresado placer en algo que jamás pensó disfrutar. Sentía como si hubiese hecho algo sucio y prohibido, pero a la vez no. Posiblemente por haberlo hecho con él.

—Dime —la tomó del brazo, pero al verla desviar la mirada, se desarmó. Lo tenía hecho un manojo de nervios con solo creer que lo recién vivido había sido un espejismo, y sabía bien la razón: culpa, la misma que lo atormentaba desde que comenzó a tener sentimientos por ella.

—¿Sucede algo? —preguntó Pan, completamente ajena a los pensamientos del príncipe.

«Creo que… me importas», pensó Trunks, dudando si ese sentimiento que mantenía unidos a sus padres, en realidad podría significar una debilidad despreciable. Por primera vez, lo consideró como algo que podría llegar a ser positivo en la vida de un saiyajin.

—Creí que lo disfrutabas —musitó, notando que Pan se mordía levemente el labio inferior, con una sonrisa tímida que él adoraba observar.

—Sí… —admitió desviando la mirada, para después levitar hasta los labios del príncipe, robándole un fugaz beso antes de saltar hacia la cama, donde no tardó en ser acompañada por el heredero.

—¿Creí que te sentías sucia? —soltó acercándola a su cuerpo.

—Usted también se aseó —respondió somnolienta, acariciando con su mano derecha los pectorales masculinos que tanto le gustaba admirar.

El príncipe cerró los ojos, confundido por la punzada en su corazón, todo parecía más intenso de un tiempo para acá al tratarse de Pan. Lo malo, lo bueno, cualquier gesto, cada sutil caricia, todo. Era como estar dentro de un vórtice emocional, que ni en la adolescencia llegó a sentir.

Las horas pasaron en silencio mientras la pareja dormía plácidamente, con la cola del príncipe aferrada a la joven, buscando su calor. Afuera, la tormenta se disipaba junto con la oscuridad de la noche, comenzando un nuevo día con el cielo parcialmente despejado.

Ese día regresaban al palacio, la nave esperaba a que todos los pasajeros estuviesen listos para abordar.

—Si te apetece, podemos regresar volando aparte —sugirió el príncipe, con intenciones de saltarse una norma del protocolo real, que dictaba arribar y salir en una nave oficial, en todas las visitas formales.

—¿Se me congelaría la cara? —preguntó saliendo de la cama.

—Te recomiendo usar pasamontañas y lentes especiales si piensas volar —respondió dejando de lado su tableta, alcanzando a verla entrar al baño, caminando de manera irregular.

—¿Duele? —preguntó apenas la vio salir.

La joven se mordió brevemente los labios, le apenaba hablar de lo que habían hecho la noche anterior. —Algo —respondió con timidez.

«Mierda, pasó el efecto del lubricante. Debí tomarlo en cuenta y bajar la intensidad», apretó la mandíbula. Odiaba perder el control, sentía que retrocedía en su afán por ganarse la confianza de Pan.

—Creo que mejor regresamos en temporada de verano, creí que sería menos agresivo el frío —dijo Pan cambiando el tema.

—¿Me odias? —preguntó el príncipe.

Pan respondió negando con la cabeza, regresando a lo suyo.

«No sé», se respondió en la cabeza. Por alguna razón desconocida, no quiso lastimarle su orgullo, el guerrero le agradaba más de lo que podía aceptar. Ya no estaba tan segura de odiarlo, al menos su versión actual.

—Quiero que sepas, que mi intención de anoche no fue lastimarte. Todo lo contrario.

—Lo sé —respondió sin retornar la mirada, continuaba incomodándole hablar del tema.

—Desayunemos entonces —dijo para aligerar la tensión. Reconocía cuando Pan se apenaba, y en esta ocasión no quiso jugar más con ello, no le pareció divertido avergonzarla más.

Su pecho dolió de solo pensar que ella estuviese actuando, deseaba que disfrutara tanto como él. Se sentía débil y estúpido, consciente de que el capricho había pasado a ser algo más intenso y duradero, algo de lo que no podría huir, y no deseaba huir de ello.


Fin del capítulo.

Shame, shame, shame!

Sé que esta vez duré más en actualizar, cada vez me cuesta más trabajo, el horario de Godín es horrible.

Como ven, se van dando cambios en ambos, y habrá más cambios que los hará crecer en varios sentidos.

Por el momento todo parece florecer en la parejita principal, especialmente en el príncipe.

¿Será posible que sacrifique algo preciado por ella? ¿Ustedes qué creen?

No olviden comentar, para saber si todo el sacrificio que hago al menos entretiene a alguien, porque realmente me es difícil encontrar el tiempo para esta historia a la que le he tomado tanto cariño, y me he propuesto terminar, porque igualmente me siento frustrada de que los fanfics que me tienen enganchada, hace mucho no se actualizan. Sé lo que se siente y no quiero dejarlo tirado.

Me despido por el momento, nos leemos después… espero pronto.