Bajo los efectos...
Resumen: Bajo los efectos de la anestesia, Isobel no es lo que Jubal se esperaba.
Nota del autor: una pequeña bobada para aliviar el drama tras esos capítulos de "Reflejos o espejismos".
Capítulo 1. ...de la anestesia
Los ojos de Isobel parpadearon lentamente; enfocaron y recorrieron despacio la habitación de hospital hasta que encontraron a Jubal, sentado al lado de su cama, y él por fin suspiró de alivio.
Isobel había pasado toda la semana quejándose de dolor abdominal. Él había estado persiguiéndola por toda la oficina, insistiéndole para que fuera al médico. No había sido hasta que la encontró en su despacho doblada por el dolor, y no sin discusión, que ella había accedido a que Jubal la llevara al hospital.
Afortunadamente, se había tratado tan sólo de una –aunque dejada por demasiado tiempo–, apendicitis. Cuando Isobel salió de quirófano, el cirujano había dicho que todo había ido bien, pero Jubal no pudo respirar tranquilo hasta que ella no abrió los ojos.
—¿Dónde estoy...? —preguntó ella arrastrando ligeramente las palabras.
Dejando el vaso de café del que había estado bebiendo en la mesilla junto a la cama, Jubal se inclinó hacia ella.
—Estás en el hospital, Isobel. Te han tenido que quitar el apéndice. Pero todo está bien. Estarás en pie en un santiamén. ¿Cómo te sientes?
Ella lo miró sin comprender.
—Aah... Me pesa mucho el cuerpo...
—¿Ningún dolor?
—No... Mmm... ¿Quién eres tú...?
Por un instante, Jubal se inquietó pero enseguida recordó que el médico le había dicho que Isobel podría estar desorientada al despertar de la anestesia, que incluso podría demostrar cierta amnesia temporal. Había explicado que no era nada preocupante, y que no la forzara a recordar porque su memoria regresaría paulatinamente.
Jubal le sonrió de forma tranquilizadora a Isobel; no quería que se asustara.
—Soy Jubal. ¿Me recuerdas?
Los enormes ojos de Isobel se centraron en su rostro y lo estudiaron, parpadeando despacio. Su expresión se fue volviendo progresivamente fascinada. Hasta que la intensidad de su mirada se hizo difícil de manejar. En todos aquellos años trabajando juntos, por supuesto, nunca antes Isobel lo había mirado así. Con el pulso acelerado, Jubal volvió su atención a su vaso de café, y bebió un pequeño sorbo.
—No. No me acuerdo... —dijo ella; hablaba despacio, como medio dormida. Su voz sonaba suave y un poco más aguda de lo normal, enternecedoramente inocente—. Uauh... Qué guapo eres...
Jubal se atragantó y estuvo a punto de escupir el café.
—¿Qué?
—Eres muy guapo —repitió ella con ojos brillantes, todavía mirándolo fijamente.
Jubal notó que le ascendía algo de calor a las mejillas. Tuvo que reprimir una risita tonta.
—Oh, ¿tú crees? —dijo medio riendo.
—Oh, sí...
Jubal carraspeó inmensamente divertido.
—Bueno, pues muchas gracias.
—Yo me llamo Isobel. ¿Y tú? —dijo ella con timidez, pero sin dejar de mirarlo.
—Yo soy Jubal.
—Sí... Jubal...
El modo en que la boca de Isobel paladeó su nombre le arrebató a Jubal el aire. Sólo pudo sonreírle y asentir. Sus ojos eran cada vez más hechizantes.
—¿Tienes sed? —ofreció para distraerse—. ¿Quieres un poco de agua?
—Sí, por favor.
Jubal accionó el mando de la cama para incorporarla lo suficiente. Le tendió el vaso de agua que tenía preparado para ella. Al ver que las manos de Isobel estaban aún un poco inseguras, la ayudó a sostenerlo mientras bebía. Antes de poder darse cuenta, le retiró el pelo de la cara con delicadeza.
—Ahhh —suspiró Isobel con satisfacción cuando terminó de beber, haciéndolo sonreír. Luego, se volvió a recostar—. Gracias —dijo mientras él dejaba el vaso sobre la mesilla—. Eres muy amable.
—No es nada.
Aquella mirada volvió.
—Jubal...
—Dime.
—¿Me das un beso...?
—¿¡Cómo!?
—Dame un beso, por favor... —pidió poniendo unos casi irresistibles morritos.
A Jubal por poco lo asaltó una risa boba.
—No, Isobel —respondió con un suave tono paternal.
—¿No? —replicó con enorme decepción en la cara—. ¿Es porque yo no soy guapa?
Jubal suspiró el aire que se le agarró al pecho. Le cogió la mano y se la acarició suavemente, mientras que echaba a patadas la tentación.
—No, Isobel. Eres muy guapa —La mujer más hermosa que he conocido nunca, pensó—. Pero no estaría bien.
—¿No? ¿Por qué? —su expresión de incomprensión fue simplemente encantadora.
—Porque ahora mismo tú no lo sabes, pero estás un poco drogada y yo me estaría aprovechando de ti.
—Mmm... —pareció quedarse cavilando.
Jubal no pudo reprimirse y le sonrió con enorme ternura.
—Jubal... —dijo ella el cabo de un ratito—. Si te beso yo, ¿me estaría aprovechando yo de ti? Eres tan guaaapo...
Jubal no pudo retener la risa esta vez.
—No, no lo estarías.
Isobel sonrió complacida.
—OK... Entonces... Entonces te besaré yo —decidió con somnolienta resolución.
Alargó la mano hacia el rostro de Jubal y él contuvo la respiración. Sus dedos rozaron torpemente su mejilla. No debería dejarla hacer esto..., pensó Jubal, pero no se movió, en grave conflicto consigo mismo.
—Pero luego. Ahora... —murmuró Isobel—. Ahora estoy muy cansada... Taaaan guapo...
Le acarició la nariz mientras los párpados se le cerraban. Para cuando su mano cayó lentamente hasta la cama, Isobel había vuelto a quedarse dormida.
—¿Sabes qué? —susurró Jubal—. Puede que algún día te tome la palabra...
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