Bajo los efectos...
Capítulo 2. ...de Lucy


—¿Entonces no recuerdas nada de nada?

Isobel dio un sorbo a su café e hizo un gesto apreciativo. Jubal se había asegurado de prepararlo exactamente como a ella le gustaba.

—No recuerdo nada, no —respondió Isobel y continuó revisando el informe que tenía en pantalla.

Estaban en su despacho, Jubal sentado en una de las sillas de visita. Ella había estado una semana de reposo por su operación y había regresado aquel mismo día. La mañana estaba tranquila de momento y él había traído café para los dos.

—Ya... —dijo Jubal socarrón—. Pues la versión ligeramente anestesiada de Isobel dijo cosas muy interesantes.

—Ah, ¿sí? —replicó ella con aire distraído, aparentemente concentrada en el informe. Tecleó unas notas—. ¿Como qué?

—Al parecer, opina que soy "muy guapo" —se jactó él.

Ella hizo una pausa y levantó una ceja con displicencia.

—No recuerdo haber dicho nada de eso.

Mientras Isobel continuaba tecleando, Jubal se inclinó hacia delante, mirándola con exagerada suspicacia.

—¿Seguro?

—Completamente.

Isobel hizo un buen trabajo disimulando una sonrisa, pero no tan bueno como para que escapara a las dotes de observación de Jubal. Está mintiendo, pensó divertido.

—Pues lo dijiste.

—¿Tienes testigos de eso?

Y sabe que yo lo sé.

—No, no los tengo.

—Lástima.

—Maldición. Debí haberlo grabado. Pero da igual, porque...

Jubal se planteó si mencionarle también lo del beso que ella le había pedido. Pero al final no se atrevió. Quería bromear un poco, no avergonzar a Isobel de verdad.

—¿Porque qué? —inquirió ella, pero aún con su tono indiferente.

Él tardó en contestar porque estaba bebiendo de su taza de café.

—Porque no cambia los hechos.

—¿Qué hechos? —preguntó Isobel mirándolo por encima de sus gafas.

—Que te parezco "muy guapo" —afirmó Jubal, dejando la taza sobre la mesa y echándose hacia atrás con fingida presunción.

La sonrisa terminó escapándosele a Isobel.

—Ah-ah. Sin comentarios.

Se giró de nuevo hacia la pantalla.

—La cuestión es, Isobel, que las personas salientes de anestesia no tienen filtro, simplemente dicen lo que está en su mente.

—O en su imaginación. ¿Quién sabe lo que yo estaba viendo...?

Jubal se rio entre dientes.

—Vamos, admítelo. No puedes negarlo —dijo abriendo ambas manos con ojos brillantes, y haciendo uno de sus gestos con la cabeza—. Sería faltar a la verdad.

Isobel se detuvo y pareció reflexionar. Pero no contestó. Sólo miró de soslayo y le dirigió una enigmática media sonrisa. Hizo una de esas caídas de ojos que siempre le aceleraban el pulso antes de volver a lo suyo.

El que calla otorga (Silence means agreement), pensó Jubal secretamente complacido.

Iba a presionar un poco más, sólo por diversión por supuesto, pero el móvil de Isobel anunció la entrada de un mensaje de texto.

—Tenemos una toma de rehenes en un restaurante —leyó Isobel con gravedad.

·~·~·

El sueño lastraba tan pesadamente la consciencia y los párpados de Isobel cuando miró la pantalla de su portátil, que le costó distinguir quién estaba ante la puerta de su casa.

Aquella noche, Isobel se había ido pronto a la cama, notando que necesitaba el descanso tras las últimas, excepcionalmente duras, jornadas de trabajo. Pero cuando estaba ya bajo las mantas, le había costado muchísimo dormirse. Era la una menos cuarto la última vez que miró el reloj. Al oír el timbre, no había pasado ni hora y media desde entonces.

Era sábado noche. En lugar de bajar, Isobel había preferido mirar la imagen de su cámara de seguridad en su portátil, por si se trataba de algún de grupo de juerguistas llamando sólo por echarse unas risas.

Jubal.

Al principio, su cerebro se resistió a reconocer que era su ASAC quien había llamado al timbre en mitad de la noche. Se frotó los ojos, pero realmente no la estaban engañando.

Se envolvió en un albornoz y acudió a abrir a la puerta.

—¿Jubal?

—Necesito ayuda —dijo él con la voz algo ronca.

Sobresaltada, Isobel lo dejó pasar.

—¿Qué-? ¿Qué ocurre?

Jubal abrió la boca pero no dijo nada. Se tambaleó, inclinándose hacia ella sin querer. Isobel lo agarró por el bicep para estabilizarlo. Descartó con irritación el inesperado efecto que su proximidad -que tocarlo- tuvo sobre ella. Lo estudió con creciente alarma.

—No me encuentro bien —murmuró Jubal pasándose la mano por la cara.

—¿Estás...? —casi no se atrevió a preguntarlo. La voz le tembló—. Jubal, ¿estás bebido?

—¡No! —exclamó él— No- yo no estaba bebiendo... Alcohol. Te lo juro... Deben... Deben haberme echado... No sé... algo en la bebida...

—¿¡Qué!?

Fue terriblemente inquietante ver cómo le costaba hablar, como si estuviera a punto de desmayarse. No sabía qué pensar. Si Jubal había bebido y ahora le mentía... Entonces Isobel se percató de que sus palabras no se arrastraban como las de alguien borracho. Y no olía a alcohol. Olía bien. A lo que solía oler Jubal: al aftershave con ligero aroma a clavo que le gustaba usar.

Por otro lado, sus pupilas estaban definitivamente dilatadas, tornando sus ojos inusitadamente oscuros. Le cogió la muñeca, tomándole el pulso. Lo tenía demasiado acelerado.

—Siéntate. Te llevaré al hospital ahora mismo.

Jubal murmuró un "gracias" y fue a buscar asiento en su sofá con paso inseguro. Mientras, Isobel fue a su dormitorio y se vistió apresuradamente.

Pero cuando volvió, buscando ya las llaves de su coche, se encontró que Jubal se había derrumbado en el sofá.

Lo llamó, sacudiéndolo con cuidado, dándole suaves palmaditas en la cara hasta que logró hacerlo reaccionar.

—Vamos, Jubal, te llevaré al hospital.

Cada vez más preocupada, lo ayudó ponerse en pie. Él apoyó su peso en ella para dar el primer paso, pero de pronto perdió el equilibrio y se desplomó hacia un lado, como sin fuerza en las piernas.

—¡Ey! —exclamó ella.

Al intentar sujetarlo, los dos trastabillaron y Jubal la arrastró con él. Isobel sólo pudo frenar un poco su caída; Jubal acabó tirado en el suelo de costado, ella de rodillas a su lado.

—¿¡Estás bien!? —preguntó Isobel alarmada.

Él cerró los ojos con fuerza.

—Estoy... muy... mareado... —dijo con un hilo de voz—. No creo que pueda caminar...

Y ella desde luego no era capaz de cargar con él.

Isobel lo estudió con angustia. Jubal parecía cada vez peor. Tenía que hacer algo. Miró a su alrededor y tomó una decisión.

—Voy a llamar al 911.

Él estuvo de acuerdo.

La operadora le dijo que enviaba una ambulancia de inmediato. Con bastante esfuerzo por parte de ambos, Isobel logró devolverlo al sofá.

—Qué calor hace —murmuró Jubal para sí mismo y se quitó torpemente la chaqueta. Entonces empezó a pelearse con los botones de su camisa color granate—. Mis dedos son de goma. No funcionan... —masculló frustrado. La miró con ojos desenfocados. Mientras, había logrado desabotonar dos—. ¿Me ayudas?

Isobel carraspeó ante la visión del pecho parcialmente desnudo de Jubal. Apelando a su propia racionalidad, le cogió las manos para detenerlo.

—No, Jubal. Mejor abriré la ventana, ¿vale?

Él tardó en contestar, como si le costara entenderla; asistió despacio. Isobel fue hasta la ventana. La abrió y estaba dejando una abertura entre las hojas cuando lo oyó suspirar:

—Qué hermoso es cómo te mueves... —dijo con una voz suave, llena de admiración—. Eres brisa entre los juncos...

Ella notó que se ruborizaba. Lo miró de reojo. Jubal parecía fascinado. O tal vez sólo somnoliento.

Y entonces su expresión se tornó desconcertada.

—¿He-? ¿He dicho eso en voz alta...? —Bajó la cara, avergonzado—. Lo siento... No sé lo que digo.

Isobel no logró reprimir del todo una sonrisa.

Antes de que pudiera decir algo para aliviar el bochorno de Jubal, su móvil recibió una llamada. Era de nuevo la centralita del 911: la ambulancia se iba a retrasar un poco. Le recomendaron que mantuviera al paciente hidratado y que no lo dejara quedarse dormido. Cosa que, cuando Isobel colgó, parecía a punto de ocurrir.

Hizo a Jubal colocarse más erguido en el sofá y le trajo un vaso de agua. Se sentó junto a él.

—Cuéntame qué ha pasado —le pidió mientras él bebía, en parte para intentar mantenerlo despierto.

—Aaam... Acepté... la invitación de Kelly.

Isobel asintió. A ella el analista también la había invitado, pero había decidido que mejor necesitaba descanso.

—Después de cenar —continuó Jubal—, fuimos a fumar unos dardos (throw some darts)...

A Isobel se le escapó la risa antes de poder controlarse.

—¿Qué?

—¿Qué? —preguntó él con adorable confusión—. ¡Oh! ¡A jugar! Jugar unos dardos —aclaró, avergonzado—. Estábamos... ¿en un pub? Sí. Había bastante gente...

Un grupo de treintañeras celebraba una despedida de soltera cerca de ellos. Sonreían y saludaban desde su mesa hacia el grupo de Kelly que, excepcionalmente, estaba compuesto sólo por varones. Por distintos motivos, Maggie, Tiff y Elise tampoco se habían unido al plan aquella vez.

A mitad de la partida, las mujeres se acercaron y coquetearon descaradamente con ellos. Como el miembro más veterano del grupo, a Jubal le pareció bastante divertido. Les deseó suerte mentalmente a sus amigos y se quedó un poco al margen.

Hasta que comenzó a encontrarse mal aunque sólo estaba tomando refrescos.

—Al cabo del rato empecé a sentirme mareado. Pensé... —recordaba muy lejanamente haberse preocupado pero simplemente haber descartado sus sospechas por absurdas— ...pensé que era cansancio, así que decidí irme a casa.

Las luces de las farolas y de los neones despedían un halo vaporoso y desmesurado cuando Jubal salió del pub. Los edificios se cernían sobre él, en ángulos aberrantes, acosándolo. Jubal sabía que no estaba bien, que necesitaba ayuda, pero sus pensamientos estaban diluidos, se escurrían de su consciente sin llegar a tomar forma. La casa de Isobel estaba cerca del pub pero ni siquiera recordaba haber decidido ir. Aún no sabía cómo sus pasos lo habían llevado hasta allí. Mientras caminaba, las aceras, cubiertas de complejos patrones en movimiento, se hundían a su paso, como si no fueran totalmente sólidas. Se cruzó con exóticas criaturas que no podían ser reales pero que tampoco le parecieron fuera de lugar.

—¿Qué pasó? ¿Te perdiste? —preguntó Isobel escrutando preocupada su rostro— ¿Por qué no llamaste a emergencias?

—¿Emergencias? Sí, es verdad. No... No se me ocurrió —dijo Jubal desorientado, encogiéndose de hombros.

—Ya veo. ¿Y entonces?

Isobel esperaba expectante a que él continuara hablando. La intensidad de su mirada fue demasiado para Jubal; perdió completamente el hilo de lo que estaba diciendo.

—Isobel... —suspiró.

—¿Sí?

—Qué bien me sabe tu nombre... Es una delicia.

Parpadeando ante aquel brusco cambio de tema, Isobel sonrió con agrado.

—Tus ojos brillan en un millón de colores —añadió Jubal, sobrecogido—. Tienen todo el universo dentro...

El rubor regresó a las mejillas de Isobel, más intenso aún que antes. Entonces vio a Jubal estremecerse.

—Tengo frío —protestó él débilmente.

Repentinamente conmovida, Isobel no pudo frenarse de mirarlo con ternura. Obligándose a recomponerse, fue a levantarse para cerrar la ventana y coger una manta.

Antes casi de que pudiera iniciar el movimiento, Jubal la rodeó con sus brazos y se acurrucó suavemente contra ella como si fuera lo más normal del mundo.

—Mmm... Qué calentita... —murmuró él encantado, enterrando la cara en su cuello.

La parte racional de Isobel enmudeció de repente. Sobrepasada por la sensación del torso de él pegado al suyo, de su respiración contra la piel, no pudo evitar aceptar su abrazo.

—Qué bien hueles... —admiró Jubal inhalando y rozándole el cuello con los labios al hablar—. Hueles a sonrisas... A rayos de sol. A música de guitarra y suaves caricias por la mañana...

El calor en su rostro se le extendió a Isobel por todo el cuerpo. Se le escapó un leve gemido y se aferró a él.

No. No debería dejar a Jubal hacer aquello. Seguramente él se arrepentiría después.

—Jubal... —Le apoyó una mano en el hombro con gentileza y lo apartó de sí, aunque, para ser honestos, no tanto como debería: ambos continuaron en los brazos del otro—. Esto no-

No pudo continuar.

Embelesado sin reserva alguna, Jubal había alzado la mano hasta su rostro; posó las yemas de sus dedos en un delicadísimo roce, deslizó el pulgar por su pómulo hasta la comisura de su boca.

—Tus labios son de seda. ¿Son tan suaves como parecen? —La gravedad de su voz reverberó dentro de ella, la dejó sin respiración—. Me pregunto a qué sabrán. ¿A dulces promesas...?

Se inclinó hacia Isobel. Los ojos de Jubal, fijos en su boca como hipnotizados, ejercieron sobre ella una atracción imposible de resistir.

Cuando los labios de él entraron en contacto con los suyos, Isobel sólo pudo darles la bienvenida. Su racionalidad, simplemente, apagada o fuera de cobertura. Biiiiip.

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