Bajo los efectos...
Capítulo 3. ...de la cafeína
Nota del autor: Gracias a MisNealie, anonymousgem22 e Isobel_Maggie_Wanda24, cuyas ideas han inspirado este capítulo. Y a RuthSand07 por el beta-reading.
Después de pasar el día en el hospital, mientras su metabolismo eliminaba el estupefaciente de su cuerpo, Jubal había pasado la noche en casa y regresado al trabajo a la siguiente mañana.
Al llegar a la oficina, se encontró que Isobel y casi todo el resto del equipo habían pasado toda la noche trabajando porque la nieta de una hermana de la Gobernadora había desaparecido de una fiesta pijama en casa de unas compañeras de clase. Afortunadamente, la acababan de encontrar hacía menos de cinco minutos.
Al entrar en su despacho, Isobel estaba hablando por teléfono. Ella le hizo un gesto de saludo con la mano que se convirtió en una indicación para que entrara. Su rostro estaba pálido y ojeroso.
—Sí, señora. Ajá, eso es. Sana y salva.
Jubal comprendió que estaba informando a la Gobernadora.
La niña, que sufría diabetes, había tenido una bajada de azúcar. Gravemente desconcertada por encontrarse en un lugar extraño, se había ido de la casa de su amiguita mientras los demás dormían. Alguien la había encontrado dormida en la calle y la había llevado a urgencias, pero para entonces la pequeña no podía articular palabra o decir su nombre. Entre que alertaron de su desaparición y por fin la encontraron, habían sido unas pocas pero largas horas nocturnas.
—Mis agentes escoltarán a sus padres al hospital —decía Isobel.
Hablaba un poco más rápido de lo normal. Jubal al principio pensó que por énfasis, pero luego se fijó en que había ordenado sobre la mesa todos los objetos que tenía en ella por colores. La había visto hacer eso antes, cuando estaba tensa. Tenía en la mano la estilográfica que él le había regalado las Navidades pasadas y que desde entonces ella solía usar para firmar papeles. Estaba dando golpecitos con ella sobre la superficie de madera con un ritmo seguido y constante.
—No hay de qué, señora Gobernadora. Para eso estamos. ¿Ruido? ¿Qué ruido? No sé a qué se refiere, seño-
Jubal le inclinó sobre la mesa y puso la mano sobre la de Isobel, deteniendo su incesable golpeteo.
—Oh. —Le dirigió a Jubal una breve mirada inquieta—. Sí, ¿ahora ha parado? Bien... No, de verdad, no hay por qué darlas. Que tenga usted también buen día, señora.
Colgó el teléfono mientras Jubal se sentaba.
—Parece que me he perdido toda la diversión —dijo provocando una leve sonrisa irónica en Isobel—. ¿Por qué no me llamaste? Te mandé mensaje de que me dieron el alta ayer por la tarde.
—Necesitabas el descanso. ¿Cómo te encuentras?
¿Y tú no?, se preguntó Jubal. Si sus cálculos no fallaban, después del duro caso anterior, y de haber tenido que llevarlo a él al hospital -no podía evitar sentirse culpable por ello-, Isobel llevaba más de 72 horas sin apenas dormir nada.
—Completamente recuperado —respondió.
No era del todo cierto. Cosas muy surrealistas habían poblado sus sueños la pasada noche, como si su cerebro aún estuviera escurriendo los restos de la sustancia psicotrópica. Aquella mañana, al despertar, le había parecido que los elaborados patrones aún bailaban desvaídos ante sus ojos en la penumbra. Necesitó una larga ducha y desayunar fuerte antes de que desaparecieran por completo.
—Mmm... Oye, Isobel. Quería... Quería disculparme —dijo entonces, directo al grano antes de que pudiera arrepentirse.
Estaba preocupado. Se acordaba mucho de aquella noche, más de lo que había creído posible bajo el efecto del estupefaciente. Algunas cosas fueron deliciosamente inolvidables, pero siendo sincero, no era capaz de distinguir entre realidad y ensoñación.
—Lo siento mucho si la otra noche dije o hice algo inconveniente... —añadió.
—No te preocupes. Estabas drogado en contra de tu voluntad —respondió Isobel, deprisa, pero con voz neutra y su mejor cara de póker—. Cualquier cosa impropia que hubieras podido decir o hacer tendría excusa.
No pudo evitar bajar levemente la mirada, sin embargo.
El recuerdo de las hermosas palabras de Jubal y, sobre todo, de su boca explorando, suave, lenta, dulcemente la suya, de aquellos dedos entrelazándose con cuidado en su pelo, de la calidez que despedía el cuerpo de él mientras estuvo pegado al suyo... Todavía estremecía a Isobel. Tardaría mucho en olvidarlo. Tal vez no lo haría nunca.
Ella no se había retenido tampoco, echándole los brazos al cuello, acariciándole la nuca.
Los besos que se habían dado se habían prolongado, los dos deleitándose en ellos con abandono, hasta que los paramédicos los interrumpieron llamando a su puerta. El sobresalto hizo que Isobel se sintiese como una adolescente a quien sus padres habían pillado enrollándose con un chico en el sofá del salón al llegar a casa.
La pregunta de Jubal la había cogido un poco por sorpresa. Él no parecía recordarlo específicamente. Decidió que era mejor no sacar el tema.
Por su parte, Jubal pensaba que todo había sido parte de sus demás alucinaciones. Simplemente, no podía creer que los brazos de Isobel lo hubieran recibido con tanto agrado, que su boca le hubiese devuelto las atenciones con tanto gozo. No podía creerlo más que los recuerdos de haber visto gorgonas, centauros y esfinges por las calles de Nueva York, o de haber volado entre sus rascacielos a lomos de un hipogrifo.
Éstos últimos no eran tan vívidos, sin embargo...
Rememorando lo que creía haber soñado saborear en los labios de Isobel, Jubal se preguntó si tendría la oportunidad alguna vez de hacerlo de verdad. Se reprendió a sí mismo de inmediato por tener pensamientos tan inconvenientes hacia Isobel. Es tu jefa. Es tu amiga, maldita sea. Pero se lamió inconscientemente sus propios labios.
Mientras, Isobel hizo un gran trabajo fingiendo que aquello no atraía su mirada, que no le aceleraba todavía más el pulso, y volvió su atención a las cosas sobre su mesa.
—Entonces, ¿estamos bien? —preguntó él algo inseguro, la respuesta que Isobel le había dado, demasiado ambigua como para tranquilizarlo del todo.
Ella parecía tal vez estar callándose algo. Esperaba que no fuera nada realmente embarazoso.
—Por supuesto. No te preocupes más —le aseguró Isobel.
Asintiendo, Jubal se levantó. Le dirigió a Isobel una sonrisa aliviada.
La secreta parte de él de dónde Jubal pensaba que habían surgido aquellas tontas alucinaciones, encontraba amargo no llegar nunca a besar a Isobel, pero habría sido mucho peor haber perdido su amistad.
Entonces notó que Isobel estaba reordenando de nuevo su escritorio por tercera vez.
—Aaam, ¿estás bien? —preguntó él, preocupado.
—¿Bien? Sí, claro. Muy bien. Perfectamente —contestó Isobel acelerada.
—¿Has dormido algo?
—No... —Ella cerró los ojos y movió la cabeza chasqueando el cuello—. Necesito otro café.
—Lo dudo. ¿Cuántos te has tomado ya?
—No sé... Dos o tres... —Ah, menos mal—. No, cinco. ¿Ocho, creo?
—¿¡Qué!? —exclamó Jubal, entre alarmado y divertido—. No. Definitivamente no necesitas otro café. Necesitas irte a casa. Necesitas dorm-
—No. Estoy bien —lo desestimó ella sin siquiera dejarlo terminar—. Tengo aún mucho que hacer.
Jubal fue a replicar, pero en ese momento, Scola asomó la cabeza por la puerta.
—Ya la tenemos en la sala de interrogatorio.
—Perfecto.
Isobel se levantó y rebasó a Jubal para salir del despacho.
—¿A quién? —preguntó él, siguiéndola.
Ella llevaba un paso tan apresurado que, por una vez, la zancada de Jubal no fue suficiente y tuvo que esforzarse por alcanzarla.
Había resultado que no era el único cliente del pub al que habían echado LSD en la bebida. Otras cuatro personas, entre ellas Ian, habían terminado en un centro médico. Afortunadamente, para cuando Isobel los había llamado para asegurarse de que estaban bien todos, Kelly, Hobbs y OA, ya habían notado el comportamiento extraño de su compañero y lo habían llevado enseguida al hospital.
En cuanto se pusieron a ello, Isobel y el equipo no tardaron en encontrar al culpable: Alice Bremmer, una de las chicas de la despedida de soltera.
—Ha pedido un abogado —advirtió Scola cuando Isobel fue a entrar en la sala de interrogatorio.
Ella resopló, como si eso no le importara lo más mínimo. Jubal frunció el ceño y la siguió adentro. Esta no era la serena Isobel de siempre, desde luego.
Tiffany, quien estaba dentro de la sala, se puso en pie para cederle el asiento cuando Isobel entró, pero ella no se sentó. Se acercó dando dos zancadas. Apoyándose sobre la mesa con las dos manos, se inclinó sobre la sospechosa.
La mujer, una treintañera rubia bastante atractiva, se encogió visiblemente.
—Yo no he hecho nada. ¡Quiero mi abogado!
—Me la trae al pairo que no quiera confesar, Srta. Bremmer. La tenemos en vídeo echándole algo en la bebida a mi... —Jubal. Lo miró brevemente por encima del hombro. Él se había quedado atrás, junto a la pared y parecía preocupado— ...gente. Sólo necesito saber por qué lo hiciste.
Bremmer cerró la boca con tozudez.
—¿Sabías que eran FBI? —insistió Isobel ante su silencio.
—Yo... Yo...
Isobel dio un golpe a la mesa con la palma de la mano. Jubal y Tiffany se adelantaron, alarmados.
—¡Habla!
—¡No lo sabía! ¡No lo sabía! Sólo pensé que los dos eran demasiado sosos para ser tan monos.
Isobel miró a Jubal, quien había alzado una ceja momentáneamente halagado. Enseguida se puso serio de nuevo. No pareció tranquilizar a Isobel, sin embargo. Más bien al contrario.
—¿Pretendías hacerles daño? —le inquirió a la mujer con agresividad.
—¡No! ¡No!
—No te creo. ¿¡Con quién trabajas!?
—¡Yo sólo quería que la fiesta fuera más divertida! —exclamó Bremmer al borde de las lágrimas.
Jubal cogió suavemente a Isobel por encima de ambos codos y tiró de ella, retirándola de la mesa. Pudo sentir que estaba temblando. Afortunadamente, Isobel no se resistió.
—Creo que dice la verdad —le susurró Jubal al oído y la soltó.
Ella exhaló, intentando calmarse.
—Dejemos que el Fiscal del Distrito presente cargos por atentar contra la salud pública —propuso Jubal.
Bremmer pareció asustada al oír eso, aunque probablemente sólo le iba a caer una buena multa.
Isobel volvió a mirar con disgusto a la rubia, como si todavía quisiera agarrarla por la pechera, pero permitió a Jubal que la sacara de la sala. Él esperó a que no hubiera nadie alrededor para hablar. Isobel estaba aún visiblemente agitada.
—Shhh... Respira, respira... —dijo Jubal, las manos extendidas en un gesto apaciguador—. Isobel, necesitas descansar —añadió preocupado—. Vete a casa.
—¿Ahora?
—Yo me quedaré al carg-.
—Imposible —se negó ella, tajante—. Tengo que informar al ADIC sobre la sobrina de la Gobernadora, y al Director y... Además, no podría dormir ahora.
Se marchó con un paso frenético antes de que Jubal pudiera decir nada más.
·~·~·
Intentando aliviar la carga de trabajo de Isobel, Jubal le adelantó todo lo que pudo el papeleo mientras que ella hablaba con los jefazos.
Tiffany y Elise se acercaron a su mesa.
—Ey —saludó la agente.
—Hola. ¿Qué hay? —respondió Jubal, pero sin dejar de teclear.
—¿Cómo estás? —preguntó Tiffany llanamente.
Jubal sonrió y se volvió hacia ellas. Las dos lo miraban un poco preocupadas.
—No ha sido nada —intentó tranquilizarlas—. Fue inquietante no saber que me pasaba, pero en retrospectiva fue una experiencia interesante. Nada más.
—Menos mal —dijo Elise, también sonriente.
Los tres intercambiaron unos asentimientos aliviados.
—Eeeh, otra cosa, Jubal —dijo Tiffany, directa—. Isobel... lleva así desde ayer. No ha dormido, no ha comido. Llévala a casa, Jubal. Ella a ti sí te escuchará.
Cerca, Hobbs, Kelly y Scola asintieron.
—Tú podrás convencerla —continuó Elise con timidez—. No hemos querido decirle nada porque no queríamos extralimitarnos...
—Y porque, seamos honestos —dijo Tiffany con una media sonrisa—, hipercafeinada Isobel... da un poco de miedo.
Todos asintieron más vehementemente. Jubal rio entre dientes y se levantó.
—Lo sé. Ya lo he intentado antes dos veces, pero iré a hablar con ella otra vez.
La halló sentada a su escritorio, pero con el auricular resbalándosele de la mano, los ojos semicerrados. El inevitable bajón de la cafeína la había alcanzado por fin. Parecía a punto de colapsar. Alarmado, Jubal corrió hasta ella. Arrodillándose junto a su silla la sostuvo en sus brazos para que no cayera. La cabeza de Isobel quedó apoyada de inmediato en su hombro.
Quitándole con cuidado el auricular, Jubal comprobó, para su alivio, que ya no había nadie al otro lado de la línea. El pobre agotado cerebro de Isobel debía haberse rendido según terminaba la llamada.
—Vamos, Isobel.
—¿A dónde? —murmuró ella.
A Jubal se le encogió el corazón ante la vulnerabilidad que oyó en su voz.
—A casa. A dormir.
—¿A tu casa?
Jubal se reprimió severamente de contestar "Eso me gustaría a mí".
—No, a la tuya. Vamos.
—Pero y...
—Yo me ocuparé. Necesitas meterte en la cama y dormir hasta mañana.
—Eso suena bien... —dijo Isobel con una débil sonrisa—. Maldición, no puedo... —había frustración en su hilo de voz—. Lo había olvidado. Esta noche... tengo una cita.
La familiar sensación de pellizco se le produjo a Jubal dentro del pecho. No le prestó atención. Desde Ethan, había aprendido a lidiar con aquello cada vez que se enteraba de que Isobel salía con alguien. Más o menos.
—¿Sr. Junto-a-la-cancha? (Mr. Courtside)
—¿Quién? Ah, sí. Con él.
Jubal se abofeteó mentalmente. No debería haber preguntado si no quería saber la respuesta. Reprimió un abatido suspiro.
—Pues más a mi favor —insistió—. Aún es temprano. —Consultó su reloj de pulsera—. Son las 8:30 am. Si te llevo ahora a casa podrás dormir unas buenas ocho horas antes de levantarte para ir a tu cita.
—Está bien... —transigió Isobel por fin.
Ignorando lo que su contacto le hacía recordar, Jubal la cogió de la cintura y la ayudó a levantarse, condujo sus pasos inseguros por el pasillo. Elise recogió las cosas de Isobel y los adelantó, abriéndoles las puertas.
Dejando a Maggie al cargo del JOC, Jubal llevó a casa a Isobel en su coche. Ella pareció dormida durante todo el trayecto.
·~·~·
Cuando llegaron, él le abrió la puerta, dejó su bolso y su abrigo en el perchero de la entrada. Isobel parecía dispuesta a dormir ahí mismo apoyada contra la pared de la entrada. Con un suspiro, Jubal la cogió en brazos; la subió hasta su dormitorio.
La descalzó, le quitó la chaqueta y la acostó en la cama, sobre el edredón. La tapó con una manta que Isobel tenía doblada a los pies; echó las cortinas. Para entonces, parecía ya totalmente dormida.
Sentado en la cama junto a ella en la penumbra, Jubal le apartó con cuidado un mechón de pelo que se le había venido a la cara. Se inclinó y la besó delicadamente sobre la ceja.
La contempló un momento más, cada vez más sobrecogido. Tragando saliva con dificultad, se puso en pie.
—Jubal... —murmuró Isobel sin abrir los ojos—. Gracias.
—De nada, Isobel. Descansa —susurró Jubal.
Salió dejando la puerta del dormitorio entornada.
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Nota del autor: la expresión "Sr. Junto-a-la-cancha" (Mr. Courtside) pertenece a anonymousgem22 y a su estupenda historia "Role Reversal" que no deberíais perderos. :)
