Bajo los efectos...
Capítulo 4. ...de la tentación
Decir que Isobel durmió como un tronco habría sido quedarse corto. Se despertó un poco antes de las cinco de la tarde, todavía cansada y aturdida, pero una ducha caliente hizo maravillas.
Bajó a la cocina y se encontró que, sobre la encimera, Jubal le había dejado preparado un generoso sándwich envuelto en film transparente, junto con una nota: "Come algo. Lo digo en serio."
Había quedado para cenar a las siete y media con Victor, aquel abogado que le había presentado su padre, pero Isobel hizo caso a su ASAC y se comió el sándwich con un poco de zumo de naranja, sonriendo mientras jugueteaba con la idea de mandarle un mensaje a Jubal.
Sería la segunda cita que tenía con Victor. Aunque parecía un tipo un poco demasiado centrado en sí mismo, la primera no había estado mal. Victor había sido galante, educado y con una conversación interesante. Sin embargo, Isobel no estaba ansiosa por acudir a la cita. Se planteó incluso si cancelarla.
Mientras masticaba el último pedazo del sándwich, sus ojos recorrieron la cocina, imaginándose a Jubal moviéndose por allí, preparándoselo. Le vino a la mente la amabilidad de sus manos acostándola, el beso que le había dado en la frente antes de irse. Lo que había ocurrido entre ellos ayer... Y la conversación que había tenido con él aquella mañana acerca de disculpas; se sintió realmente culpable. Tendría que hablar con Jubal de aquello. No debería dejar la cuestión así.
No. No podía cancelar la cita con Victor. Era lo único que lograría sacarle a Jubal de la cabeza. Probablemente. Se arregló tomándose su tiempo, concentrándose en lo que hacía para que su pensamiento no regresara a su ASAC una y otra vez, aunque sin demasiado éxito.
Aun así, era demasiado temprano cuando estuvo lista. Decidió ir al restaurante tranquilamente, dando un paseo.
Sólo había caminado medio centenar de yardas, cuando su móvil sonó recibiendo un mensaje.
Era de Victor. ¿Me tomas el pelo?
"ha surgido algo en el trabajo
no voy a poder acudir
lo siento muchísimo! prometo que te lo compensaré
qué otro día tendrías libre?"
Era la tercera vez que Victor cancelaba en el último momento. No, ni hablar. Isobel no pensaba conformarse con eso. Y menos aquella noche. Tocó la pantalla, y lo llamó.
·~·~·
Cuando llamaron a su puerta, Jubal se despertó con un sobresalto y un agudo dolor en el cuello. Se había quedado dormido en el sofá en una postura un poco rara, viendo el partido de béisbol que tenía grabado de hacía ya unos días.
Frotándose un ojo y moviendo la cabeza en un intento de deshacerse de la rigidez, se puso en pie para ir a abrir. Había estado esperando a que su casero le enviara al conserje para arreglar un grifo que goteaba.
En la penumbra de su recibidor, se golpeó el dedo meñique del pie al pasar junto el paragüero. Soltó una maldición mientras abría la puerta.
Y se quedó pasmado, parpadeando deslumbrado por la luz del descansillo, porque quien encontró allí no era precisamente el conserje.
—Bueno, pues que te den a ti también.
—¿Isobel?
El Jubal en ropa de andar por casa, encogido por el dolor en el pie, con el pelo alborotado y los ojos guiñados hacía a Isobel sonreír divertida.
—Perdona. Acabo de... Es igual. Pasa, por favor. ¿Está todo bien?
—Tenemos que hablar —respondió ella, adoptando un tono severo.
Jubal la invitó a pasar y le cogió su bolso y su chaquetón, colgándolos en el perchero. Isobel debía estar de camino a su cita porque los tacones altos y el vestido cruzado estilo wrap dress, no se parecía para nada a su atuendo habitual. El estampado de hojas en distintos oscuros tonos de verde, resaltaba la calidez de sus ojos. Las dos capas de tela formando una V y el lazo ciñéndole la cintura, hacían su escote y su figura, sin ser dejar de ser elegantes, realmente difíciles de ignorar.
Los esfuerzos de Jubal por sacar de su cabeza la palabra "despampanante" fueron inútiles. Tampoco pudo reprimir el súbito arranque de malsana y profunda envidia hacia Sr. Junto-a-la-cancha, quien quiera que fuese, con el que ella iba a encontrarse.
Mientras Isobel se adentraba en su apartamento, vio de reojo cómo Jubal se pasaba los dedos por el pelo y se miraba rápidamente la pechera de la camiseta, tal vez temiendo encontrar alguna mancha.
—Siéntate, por favor —ofreció Jubal.
—No, no hace falta. Sólo te diré esto y te dejaré en paz.
—¿Está bien...? —aceptó él un poco extrañado—. Dime, ¿qué ocurre?
Los hombros atrás, rostro circunspecto, Isobel tomó aire y adoptó una expresión formal. Jubal se preocupó.
—¿Vas a despedirme? —bromeó, nervioso, antes de dejarla decir nada.
—¿Qué-? ¡No! —Isobel le lanzó una breve mirada exasperada antes de continuar—. No. Quiero... Quiero disculparme —no dio más rodeos—. Esta mañana has venido a mi despacho a pedirme disculpas y yo las he aceptado, pero debería haber sido al revés. La otra noche estabas bajo los efectos de una droga e hiciste algunas cosas que... —Carraspeó—. Es igual. Yo no debería haberte dejado hacerlo.
—¿Qué pasa? ¿Me puse en ridículo o algo? —dijo Jubal medio riendo, todavía inquieto.
Isobel negó con la cabeza, avergonzada. Jubal no se había aprovechado cuando tuvo oportunidad de hacerlo mientras estaba anestesiada. En cambio ella... Era bochornoso.
—Yo era la que estaba sobria. Pero te permití... —su voz se apagó—. Lo siento.
Jubal se quedó inmóvil; parpadeó.
—Espera. Espera un momento —sus ojos se iluminaron con un brillo de revelación—. ¿Me estás diciendo... —preguntó él desconcertado— ...que lo que recuerdo...?
—Seguramente pensabas que estabas con otra persona —intentó interrumpirlo Isobel.
Jubal hizo por completo caso omiso de aquel comentario.
—¿...pasó tal como lo recuerdo?
Isobel bajó la mirada, con las mejillas encendidas. Jubal se acercó dando un paso cauteloso hacia ella, buscando insistentemente, pero sin éxito, sus ojos. Ella retrocedió, pero no todo lo que debería.
—¿Es eso...? —dijo Jubal bajando el tono de su voz, el corazón bombeando con fuerza su sangre dentro de su pecho ante la actitud reservada de Isobel—. ¿Es eso lo que estás diciendo?
El principio de una sonrisa empezó a estirar la comisura de sus labios, incapaz de controlar la exaltación que brotaba dentro de él, aunque era consciente de lo inapropiado que era estar sintiéndola.
—No tengo manera de saber lo que recuerdas, Jubal —replicó Isobel con sequedad, irritada más consigo misma que con él—. En cualquier caso, por favor, discúlpame. Lo siento, pero ahora tengo irme.
Dando otro paso más hacia ella, Jubal impidió su partida sin darse cuenta. Levantó vacilante una mano hacia su rostro. ¿Qué estás haciendo, maldito idiota?
—Podría... —No, Jubal. No lo digas, ¿estás loco?—. Podría mostrártelo...
El ansia en su tono logró que Isobel volviera a mirarlo tanto, o más, que sus palabras. Lo encontró tan cerca de ella que podía oler la esencia de clavo de su aftershave, sentir la calidez de su cuerpo. Sintió que le faltaba el aliento. La sonrisa de Jubal estaba ensanchándose de lado, con esa picardía suya que ella encontraba casi irresistible.
—Recuerdo abrazarte —se atrevió Jubal a decir con voz queda ante su silencio—. Recuerdo que olías maravillosamente...
Su perfume lo estaba intoxicando de nuevo en ese momento.
Isobel fue a pedirle que no siguiera. Ya tenía demasiado presentes la dulzura de sus palabras, de sus besos de aquella noche, pero él rozó su mejilla con un pulgar y sus palabras se desvanecieron antes incluso de llegar a su garganta. Hacía mucho calor allí.
—Recuerdo que te toqué así... —susurró Jubal—. Y que cuando me acerqué... Tú no te apartaste... —Continuó aproximándose hasta que pudo sentir el aliento de Isobel, que ahora tenía los párpados entrecerrados—. Ni siquiera cuando te...
Su mirada se quedó prendada de los labios entreabiertos de Isobel. Y ahora es cuando vendrá el empujón y la merecida bofetada... se preparó mentalmente. Jubal era muy consciente del tremendo riesgo que estaba corriendo, pero saberlo no estaba sirviendo de nada.
—Debería irme —murmuró Isobel con la voz ahogada, pero no se movió.
—Tienes razón —suspiró Jubal, sin apartarse tampoco.
La tentación la arrastró. Isobel simplemente alzó la barbilla y capturó despacio los labios de Jubal con los suyos. Él aspiró levemente por la nariz, sobrecogido, pero se aplicó de inmediato a corresponder.
Fue sencillamente embriagador. Los labios de Isobel le sabían incluso más deliciosos de lo que los recordaba. Ella le había cogido la cara con la mano, con una ternura inesperada que le alcanzó en el punto más vulnerable del corazón.
Fue dulce, pausado, una prolongación del beso que se habían dado en el sofá de Isobel, casi como si no les hubieran interrumpido.
Pero entonces, poniendo la palma en la parte baja de su espalda, Jubal la atrajo hacia sí y se atrevió lentamente a hacer el beso más intenso, más húmedo. Para su sorpresa y regocijo, Isobel no dudó en seguir su ejemplo.
La sensación del cuerpo de ella contra el de Jubal se complementó maravillosamente cuando ella levantó los brazos y le rodeó el cuello con ellos. Él se perdió en lo que sentía.
Fue Jubal el que deslizó las manos por las curvas de su cintura y sus caderas. Pero fue Isobel la que entreabrió los labios y lo invitó a profundizar sus besos.
·~·~·
Fue él el que un rato después la hizo retroceder hasta pegarla contra la pared. Pero fue ella la que se aferró a él, manos ansiosas recorriendo sus hombros y su espalda.
Jubal posó los labios en su cuello, inhalando su aroma e invocando más incitantes sensaciones de la otra noche. Eso la hizo temblar. Él reaccionó ante aquello empezando a dejar besos a cada segundo más ardientes. Isobel gimió y coló unas inquisitivas manos bajo su camiseta para tocar piel.
Con un profundo y ávido gruñido, Jubal succionó con fruición. Maldición. Eso va a dejar una marca, pensó Isobel, jadeante.
Jubal deslizó la mano más abajo de su cadera, acariciándole el muslo. Sabía que aquello se le estaba yendo de las manos. Tenía que detenerse... pero lo que hizo fue volver a capturar la boca de Isobel con la suya.
La provocó, mordisqueando sus labios. Los besos de Isobel se volvieron exigentes.
E hicieron a Jubal más osado. Se aventuró a ascender desde la cadera hasta un pecho, abarcándolo con cuidado con toda la palma. Mientras, con la otra mano, tiró con cuidado de la pierna de Isobel, subiéndole la rodilla hasta su propia cintura. Ella no sólo le permitió hacerlo, sino que enlazó de inmediato el talón en la pierna de él, apretándolo aún más contra sí. Jubal supo captar la indirecta; despacio, empezó a rozarse contra ella.
Echando la cabeza hacia atrás, Isobel rompió el beso, gimiendo ante la sensación. ¿Había perdido la cabeza? Jubal es tu ASAC, maldita sea. Pero por otro lado, él también era... Bueno, Jubal. Era muy inquietante siquiera pensar lo que él significaba para ella. Tenía que parar aquello. Abrió la boca para hablar.
Pero Jubal aprovechó y se zambulló en su escote, deleitándose en probar la suave piel de la parte superior de sus senos.
Isobel olvidó lo que iba a decir.
Metiendo la mano por debajo de la falda de su vestido, Jubal recorrió hacia arriba su muslo, fascinado por el tacto firme de su carne envuelta en el sedoso tejido de la media.
Sin pensar realmente en lo que hacía, su otra mano buscó a tientas en la cintura de Isobel el lazo que mantenía el vestido cruzado y ceñido a su cuerpo. Justo cuando empezó a tirar lentamente para deshacerlo, la mano en la pierna descubrió que la media no llegaba más arriba del muslo.
A Jubal se le escapó un gruñido interrogativo.
Levantó la cabeza a la vez que se separaba un poco para abrirle a Isobel el vestido. Ella no se lo impidió.
Y encontró encaje negro transparente con delicados detalles bordados en blanco. El exquisito conjunto de lencería sobre las curvas de Isobel, junto con las medias sujetándose con sendas bandas anchas de blonda elástica a sus firmes, cremosos muslos, desorbitaron los ojos de Jubal. Evidentemente no se esperaba unas prendas tan seductoras. La recorrió devorándola con los ojos. Cuando la miro a la cara, se mordió el labio con una media sonrisa tremendamente complacida.
Era obvio que Jubal estaba pensando que ella había escogido aquellas prendas para él y que eso lo había prendido como una bomba incendiaria.
Isobel se incendió por dentro bajo aquella mirada, pero sus mejillas ardieron también, avergonzada de haberse puesto esa ropa interior con la intención de quitarse a Jubal de la cabeza teniendo sexo con Victor aquella noche, pero más aún porque había estado pensando en Jubal todo el tiempo mientras se la ponía.
Entonces él pareció captar parte de sus pensamientos.
—Claro, tienes una cita... —dijo sin aliento al recordar de pronto que de hecho Isobel estaba de camino a encontrarse con otro hombre.
La miró confuso, abatido, sin saber qué hacer, qué pensar.
Cuando recibió el mensaje de Victor, Isobel lo había llamado y había terminado con él en ese mismo momento. No había tenido que ver con Jubal. Simple y llanamente no tenía razón alguna para resignarse a que la tratara así para siempre. ¿Pero habría supuesto acaso alguna diferencia ahora de no haberlo hecho? No quería saber la respuesta.
Luchando contra su bochorno, Isobel empujó suavemente a Jubal, apartándolo de sí... sólo para sacarle a tirones la camiseta.
—Ya no.
¿Qué significaba eso exactamente? Jubal vaciló, abrumado por una sensación de insegura confusión. Pero fue apenas durante un par de segundos, porque ella se había abalanzado contra él, pegándole el cuerpo y acariciándole posesivamente el pecho. Encendido de nuevo, cedió a la tentación y reclamó la boca de Isobel con desesperada avidez.
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