¡Hola a todas! Espero estén bien. Como he comentado antes, esta historia es una adaptación de mi autoría, sin fines de lucro, y hecha únicamente por cariño a la pareja original de Candy y Anthony. La historia original pertenece a Mizuki e Igarashi. Con mucho cariño, aquí les comparto un capítulo más. ¡Bendiciones!
"UNA VISIÓN DE AMOR"
CAPÍTULO XXVII
"Promete que te cuidarás mucho, hija", dijo la madre de Candy a su traviesa pecosa ya en el andén de la estación de Lakewood, minutos antes de que su tren partiera rumbo a Nueva York. Era un jueves 6 de enero, y ella y su esposo apenas si habían podido dormir la noche anterior por la pena de dejar finalmente a su hija comenzar su vida como una mujer adulta junto a su apuesto nuevo esposo, en la recién remodelada propiedad Brower-Britter.
"No se preocupe, mamá", respondió Anthony ante la visible emotividad de su pecosa que, tratando de ser fuerte, intentaba no hablar mucho para no derrumbarse frente a sus padres en su despedida. "Yo cuidaré bien de ella. Y, de cualquier forma, avísennos, por favor, por teléfono, tan pronto lleguen a Nueva York. A Candy le encantará escuchar los pormenores de su viaje y saber que llegaron bien. - ¿No es cierto, amor? -" Le preguntó cariñoso, abrazando por la cintura a su elegante pecosa, que con sombrero y abrigo largo color verde esmeralda, asentía intentando sonreírle a él y a sus padres. La noche anterior ella misma le había pedido a Anthony que la ayudara para que sus padres no se llevaran una idea equivocada de tristeza de su parte, debido a lo mucho que sentía su partida. Quería que se fueran tranquilos y confiados de que ella estaría bien. Ahora que sería madre, la perspectiva de dejar un hijo atrás la afectaba doblemente a ella. Aunque esa hija en realidad, esta vez, se tratara de ella misma, comprendía ahora perfectamente el sentir de su querida madre al dejarla. Lo cual traía adelante también la nostalgia de viejas heridas pasadas que había tratado de olvidar.
"Así, es.", dijo Candy con su mejor expresión de ánimo.
A despedirse a la estación solo habían ido los Andley, quedándose la tía abuela por lo frío del clima, despidiéndose de ellos a su salida de la mansión esa mañana, y yendo a la estación únicamente acompañados por su hija y su esposo, el joven patriarca y sus otros dos sobrinos.
"Ustedes también cuídense mucho.", les dijo la bella joven. "Y recuerden que los espero en abril para cuando nazca nuestro pequeño.", intentó alegrarse con la idea del próximo nacimiento.
"Aquí estaremos, pequeña.", le dijo su padre. "Nada nos impedirá regresar para un evento tan trascendental para nosotros." Le sonrió, "Anthony, sé que ya te lo dije ayer, pero… te la encargo mucho."
"La cuidaré con mi vida, señor Britter. No se preocupe.", le repitió el afable esposo con seguridad, en medio del frío de aquella mañana.
"¡Viajeros al tren!", se escuchó el llamado del jefe de tren pasando en medio de todos los pocos pasajeros que, al igual que ellos, se despedían en aquel momento de sus propias familias y amigos. "¡Viajeros al tren!", repetía.
"Bien…", interrumpió el abrigado patriarca, ataviado en una elegante gabardina gris. "Les deseamos un feliz viaje.", sonrió a los dos esposos Britter.
"¡Feliz viaje, tía Caroline!"
"Tío Robert.", Stear y Archie se despidieron también de ellos. Hubo entonces varios apretones de mano intercambiados entre los caballeros y el señor Britter, y un abrazo de parte de las dos damas, y de Caroline con sus ahora sobrinos. Y con una última mirada de añoranza, la elegante señora Britter, con la ayuda de su esposo, subió al tren junto con él, dirigiéndose ambos de inmediato a su carro Pullman privado, que incluía todas las comodidades de la época, para su largo viaje y que había sido solicitado para ellos con antelación.
El tren rumbo a Nueva York, tras unas últimas señales del jefe de andén al maquinista, sonó el silbato, y la máquina comenzó poco a poco a avanzar lentamente, y tras fingir la rubia una última sonrisa a sus padres mientras ondeaba su mano en despedida al pasar su carro vagón frente a ellos, al tomar velocidad la locomotora, los vagones fueron desapareciendo poco a poco al salir de la pequeña estación, dejando a todos los espectadores atrás ondeando su despedida con guantes y pañuelos blancos al viento. Fue entonces y solo entonces que Candy se permitió quebrarse y comenzó a llorar amargamente.
"Pecosa…" le dijo su conmovido esposo, atrayéndola a la protección de sus brazos, permitiéndole desahogarse finalmente aferrándose ella a su grueso abrigo azul con sus pequeñas manos, mientras él se inclinaba hacia ella y le decía palabras de cariño y de consuelo suavemente al oído, mientras acariciaba con delicadeza su espalda, sosteniéndola con su otro brazo parcialmente hacia él por el inconveniente de llevar en esa mano su bastón.
William Albert y los jóvenes Cornwell veían la escena con ternura, y con cierta nostalgia también, ya que una despedida tendría lugar también para ellos en dos días, al trasladarse finalmente el matrimonio Brower a su nueva y permanente residencia al otro lado del pueblo.
Luego de algunos minutos, Anthony ofreció su pañuelo a su esposa, quien lo tomó apenada para secar su naricita y lágrimas con aire apenado. "Lo siento", le dijo mirándolo con ojos tristes y esquivos.
"Está bien, amor. No hay por qué disculparse. Hay que expresar lo que uno siente.", le dijo comprensivo, acariciando aún su espalda levemente.
"No te entristezcas, Candy.", se atrevió a decir William Albert aproximándose a ambos junto con sus sobrinos. "Verás que pronto volverás a verlos."
"Gracias, William", le sonrió la pecosa, ya más calmada.
"No estés triste, Candy.", le rogó Archie también con cariño.
"Cuando vuelva de Canadá,", dijo Stear, "adelantaré las pruebas de mi aeroplano de doble motor, y así te llevaré a Nueva York para que los veas cuando quieras, y regresaremos rápido en el mismo día", le dijo tratando de reconfortarla.
"Ni siquiera lo sueñes, Stear", le dijo Anthony, alzando una ceja en advertencia.
Causando la risa de William Albert y de Archie por la expresión de Stear, al no comprender la repentina actitud de su primo.
"Pero si será muy seguro, Anthony...", protestó el joven alto de cabello oscuro. "Todo es cuestión de atornillar bien los motores y de que no se zafen. De todas formas, llevaremos ambos paracaídas puestos por si acaso hay que saltar."
"¡¿Qué?!", El rostro del rubio palideció de siquiera escuchar semejante posibilidad. "¡¿Estás loco acaso?!"
Anthony se horrorizó de solo pensar ver a su pecosa tirándose de un aparato de esos a cientos de metros sobre la tierra. Los demás rieron otra vez.
"¡Olvídalo, Stear!", protestó de inmediato el rubio menor otra vez.
"Gracias, Stear.", dijo Candy comprensiva como siempre. "Pero ahora que tendré a mi pequeño, creo que tendré que dar por finalizada mi etapa de conejillo de indias contigo.", le sonrió.
Stear hizo un puchero al escucharla. "Candy…", dijo triste.
"No estés triste, Stear.", su hermano palmeó su hombro. "Talvez Patty se apunte ahora para probar tus experimentos junto contigo. - Solo te aconsejo, hermano, que no se lo menciones a sus padres antes de que acepte ser tu novia-.", sonrió divertido Archie guiñando un ojo.
"Pues…" Stear lo vio un tanto molesto, "ahora que lo recuerdo, Archie, Annie también se mostró interesada en volar conmigo cuando mencioné en la fiesta de abril mi invento…"
"¡Ni siquiera se te ocurra, Stear!", lo reprendió su hermano de inmediato. Haciendo reír a Candy y a los otros dos caballeros rubios esta vez.
"Ya, suficiente, chicos. No se peleen.", sonrió Anthony, viendo a ambos hermanos molestos.
"Mejor vámonos ya porque parece que comenzará a nevar otra vez.", comentó el patriarca para distraerlos de su pequeña querella. "Y Candy ya estuvo mucho tiempo en el frío."
Eso sí distrajo a los dos hermanos de su enojo, dándose cuenta de que estaban ya solos en el andén.
"Creo que con Candy aprovecharemos a pasar antes a la mansión Brower, tío", anunció Anthony. "Tenemos pendiente la reunión que les conté, y logré que fuera esta misma mañana. Regresaremos a tiempo para la cena."
"Está bien, sobrino.", asintió el patriarca y permitió que Candy junto con él caminaran del brazo delante de ellos hacia la salida de la estación, mientras Stear y Archie, aún un tanto molestos por su discusión anterior, caminaban junto a su tío, no sin antes sacarse la lengua con discreción.
"Bienvenidos, señores Brower", dijo gentil el mayordomo de la ahora Mansión Brower-Britter, tras abrirles la puerta del vehículo al nomás detenerse este frente a la puerta principal de la casa. Esta vez Anthony no conducía, sino que el piloto de la Casa Andley les acompañaba a ambos en uno de los autos de la familia.
"Gracias, señor Wilber", dijo Candy sonriente tras bajar del vehículo con la ayuda de Anthony.
"Buenos días, Wilber", dijo Anthony también.
Candy y Anthony subieron la pequeña escalinata hasta el ingreso y entraron a la mansión que, como había prometido el arquitecto y el decorador, estuvo lista dos días antes de que se mudaran. Ya en la residencia Andley solo tenían la ropa que habían usado esa misma semana y que trasladarían finalmente el día mismo de la mudanza.
Ambos entregaron sus abrigos y sombreros de invierno al mayordomo. Y Anthony se volvió hacia él otra vez.
"¿Ya llegó el señor Peterson?", preguntó.
"Sí, señor. Los espera en estos momentos frente al gran salón."
"Gracias, Wilber", dijo Anthony.
Y, junto con su esposa, el nuevo y apuesto dueño de la mansión se encaminó a dar su aprobación final al nuevo elevador que había mandado a colocar en la segunda antesala de la casa, para facilitar, según Candy, su propia movilización dentro de la mansión. Pero en realidad, el rubio lo había hecho pensando en su pecosa, porque no quería que ella estuviera subiendo o bajando gradas con su embarazo, o ya con el bebé, llegado el momento.
El encargado de su instalación justo los estaba esperando y se volvió a verlos al ellos aproximarse.
Él también fue a su encuentro. "Señores Brower.", sonrió.
"Buenos días, señor Peterson.", Anthony estrechó la mano del caballero de unos treinta años, elegantemente vestido, y de complexión delgada.
"Buenos días, señor Brower. Señora Brower." Los saludó a ambos cortésmente.
"Señor Peterson", sonrió gentil la rubia, junto a su esposo, al él haber asentido hacia ella en saludo.
"Tal como se lo prometí, señor Brower," dijo entonces el caballero, "el ascensor está trabajando perfectamente", le dijo. "Déjenme mostrarles, por favor.", y durante los próximos diez minutos, la feliz pareja, probó y consultó respecto a su funcionamiento, y luego felicitó al empleado de la sucursal Andley que tenía a su cargo esa subsidiaria, por su rápida respuesta a su requerimiento.
"Como lo pidieron, las puertas son en hierro forjado, muy decorativo, y totalmente seguro para los niños, con apliques discretos, en forma de rosa y hojas, hechos en bronce y cobre. Le mostré al personal ayer que terminamos su funcionamiento, y a dónde hacer el aviso para los mantenimientos trimestrales o por algún desperfecto."
"Muchísimas gracias, señor Peterson." dijo el señor de la casa. "Dígale a George, que le agradezco en verdad."
"Así lo haré, señor.", le dijo complacido el caballero de una entrega más. "Bien, si me lo permiten, entonces me retiro."
"¿No desea tomar algo antes?", dijo la rubia gentil.
"Gracias, señora Brower, es usted muy amable, pero me espera el chofer de la empresa en el patio lateral, porque tenemos un trabajo importante en la ciudad vecina que estamos concluyendo."
"¡Ah!, comprendo." Dijo la bella esposa. "Entonces buen viaje."
"Muchas gracias, señora."
"Muchas gracias, señor Peterson. Que tenga un buen día", dijo Anthony educado, estrechando su mano nuevamente. "Acompáñalo, Wilber", dijo al mayordomo que discreto esperaba el fin de la reunión.
"Sí, señor. - Por aquí, por favor. -", le dijo a la visita, y se retiraron ambos.
Candy se aferró al brazo de su esposo, contenta, llamando su atención. "Ahora usted, señor Brower, acompáñeme, por favor." Le dijo sonriente. Y tomándolo luego de la mano, lo guió hacia el ascensor y entrando Anthony sonriente junto con ella, la pecosa marcó el segundo nivel.
Tras recorrer juntos el largo pasillo al ala este de la propiedad, Candy abrió la puerta aledaña a la de su futura habitación, entrando a lo que sería la guardería y habitación de su futuro hijo. La suntuosa habitación estaba fina y amorosamente decorada por la pecosa, siendo la antigua cuna de cedro de Anthony la pieza más notoria y vistosa en el centro de la habitación.
"¡Quedó preciosa, amor!", dijo Anthony entrando al lugar, apreciando cada detalle del lugar, apenas terminada tres días antes, entre Candy y su mamá.
"Y como ves, puse dos mecedoras para que juntos podamos mecernos mientras duerme, o yo lo alimente.", le dijo emocionada la rubia. Porque a pesar de los consejos de su madre, Candy estaba decidida a amamantarlo cuando naciera, sin recurrir nunca a una nodriza, contrario a la costumbre de las señoras de su clase en la época.
"¡Qué bien, amor!", dijo Anthony yendo hasta una de las mecedoras, junto a uno de los muros llenos de libros y juguetes de la época, para apreciarla y viendo que la pecosa llegaba junto a él y se sentaba en la silla mecedora de a la par, recostó él su bastón junto a la cómoda y tomó asiento también en la que asumía sería ahora la suya, quedándose ambos contemplando en silencio, meciéndose serenamente, la futura habitación de su pequeño. En realidad, ya había un hermoso moisés para el futuro heredero Brower, regalo de los padres de Candy, en la otra habitación principal, a la que se conectaba por una pequeña puerta blanca con esa guardería. Y un segundo moisés también, regalo de la tía abuela, ya guardado y listo para colocarse en el primer nivel, cuando el pequeño estuviera abajo junto con sus padres y se necesitara.
Anthony extendió su mano entonces y posó la suya sobre la de su esposa, colocada sobre el mango del brazo de la otra mecedora, y sonriéndose mutuamente, un cómodo silencio se cernió entre ambos.
"Sabes, amor…", dijo Candy luego de un momento de mecerse en silencio, "me gustaría invitar a la señorita Pony y a la Hermana María, junto con los niños del Hogar, a visitarnos alguna vez."
Anthony la volteó a ver. "Tenemos suficiente espacio. No veo por qué no.", le dijo.
Candy se le quedó viendo, notando que no mostraba reticencia ante la idea. Y luego, bajó su mirada un breve momento y después continuó, "Es que… mis padres, los quiero mucho - tú lo sabes bien -, pero ellos… jamás me permitieron visitar el Hogar de Pony luego de mi adopción, y aunque sí me permitieron mantenerme en contacto con ellos debido a mi insistencia, y mandarles donaciones cada cierto tiempo para ayudarlos, papá siempre enviaba mis cartas desde otra ciudad, en otro sobre, para que no se supiera el lugar de su envío y también cuando volviera la respuesta yo no estuviera allí, para que nadie hiciera la conexión de por qué les escribía. Sé que nadie sabe hasta ahora sobre mi situación - excepto los Andley, claro -, y que mis padres asumen que siempre será así, pero…"
"¿Pero?", preguntó Anthony viéndola con seriedad.
"Pero… ya no quisiera vivir así, Anthony… temiendo que alguien se entere, u obligada a negar mi origen por vergüenza."
"Candy…", Anthony se preocupó de escucharla, estrechando más su suave mano.
"Sé que te conté sobre esto en mi correspondencia contigo durante nuestro noviazgo… y que nunca lo hemos hablado en realidad… pero desde que supe de mi embarazo siento que algo cambió en cómo me siento al respecto. Sé que nunca sabré qué fue de mis verdaderos padres", dijo la rubia, llenándose sus ojos de lágrimas al decirlo, "pero… yo espero con todo mi corazón que hayan tenido una muy importante razón para hacer lo que hicieron al dejarme en ese lugar. Yo… en realidad, no puedo ni siquiera contemplar la posibilidad de apartarme de mi Matthew, aún ahora. Y hoy que me despedí de mi mamá en el andén, no pude evitar pensar en lo que mi madre real podría haber sentido por mí al apartarme de su lado y yo…", su voz se quebró otra vez sin poder continuar, llorando de pronto.
Anthony se puso de pie entonces y se hincó frente a ella ante la mecedora, abrazándola hacia sí. Ella lo abrazó de vuelta, llorando.
"Pecosa mía…", le dijo su esposo acariciando su espalda con ternura. "Estoy seguro de que así fue, amor." Le dijo, intentando consolarla. "Estoy seguro de que, de haber podido, tus padres aún estarían contigo, pecosa. No lo dudes."
"¿Tú crees?", ella dijo quedito aún llorosa, con su rostro recostado sobre su fuerte hombro.
"Nadie se apartaría de un ángel como tú, Candy.", le dijo sincero. "Y sin querer ofenderte, amor - a pesar de todo lo sucedido y de lo duro que fue quizás para ti -, de mi parte, yo les agradezco que, sin quererlo quizás, te hayan puesto en la senda que en algún punto te traería a mi vida, y que me permitiría luchar por ganarme tu corazón algún día."
"Anthony…", le dijo la pecosa escuchándole conmovida, incorporándose para verlo a los ojos.
"Sin su decisión, Candy," continuó diciendo el muchacho viéndola con sencillez, "quizás yo no te tendría hoy aquí conmigo. Y no estaríamos tan felices esperando a nuestro Matthew", le sonrió mirándola mientras acariciaba su pancita con familiar cariño.
"Tienes razón, amor.", reconoció la pecosa, secando sus lágrimas y poniendo su mano sobre la de él.
Anthony le sonrió y secó también sus lágrimas con cariño, haciéndola sonreír.
"Y, en cuanto a lo del secreto de tu adopción… tienes razón, pecosa. Debemos terminar con todos los secretos. Ya descubrimos, de la mala manera, que a la larga los secretos no traen nada bueno. Lo que te sugiero, sin embargo, es que cuando pregunten - si preguntara alguien por nuestra cercanía con el hogar o con tus maestras - como tú les dices - o dentro de nuestro mismo proyecto, digamos que ellas cuidaron de ti cuando pequeña, y que ellos asuman lo que quieran. Sin dar más explicaciones, Candy, porque no se las debemos a nadie. Además, tus padres se pueden ofender si lo decimos abiertamente, dejándolos expuestos.
"Es verdad.", dijo Candy dándose cuenta de pronto de ello.
"Y a nuestros hijos, les contaremos la historia completa cuando llegue el momento. Al menos con nuestra familia, será de conocimiento común. Como lo será con Annie y Patty, y Charlotte, cuando sean parte de la familia."
Candy le sonrió, asintiendo. "Me parece lo más conveniente." Aceptó la rubia, su esposo siempre era tan cuidadoso en todo. Luego se puso un poco apenada, "¿En verdad no te molesta que puedan enterarse de que fui adoptada, amor? Porque si no…"
Anthony negó, poniéndose entonces de pie. "Candy… sabes que eso no es importante para mí. Y si alguien tiene problemas con eso, es su problema, y que siga su camino. No toleraré ningún desplante para con mi esposa", le dijo decidido. "Incluso si llegara a ser del conocimiento de la prensa, amor. Lo manejaremos como familia. Les diré lo orgulloso que estoy de ti, y que eres el corazón detrás de nuestro proyecto."
"Anthony…" Candy le miró conmovida, y mientras él la sujetaba aún por la mano, con su ayuda se puso de pie también, y lo abrazó.
"¡Te amo!" exclamó ella feliz, y tras estrecharlo fuertemente en sus brazos, se apartó un poco, y mirándolo, elevó sus brazos y deslizó sus manos alrededor de su fuerte cuello, acariciando el suave cabello dorado de su nuca, agachándose él hacia su rostro. "Lo amo con locura, mi querido señor Brower…" le dijo ella entonces. "¿Lo sabía, usted?", le preguntó enamorada, haciendo al muchacho sonreírle de vuelta.
"Lo sé bien, señora Brower.", le respondió el alto rubio, viéndola con fascinación. "Pero… no me importaría que me lo recordara nuevamente, concediéndome el honor de acompañarme a nuestra habitación matrimonial para estrenarla." Le sonrió coqueto. "No por nada mandé a hacer una nueva y confortable cama para que estuviéramos cómodos los dos."
Candy rió bajito. "¿Ahora mismo, dice usted? -", preguntó divertida.
"¿Por qué no? Nos esperan de vuelta en la otra casa hasta la noche."
"Pero… ¿y el personal de aquí?", dijo sonrojándose un poco al considerarlo.
"No están. Les di el día libre por los inconvenientes de la remodelación", sonrió. "Solo está el señor Wilber, y le pedí que la señora María, su esposa, nos dejara en la cocina el almuerzo ya preparado para los dos y que luego ambos podían ir a visitar a su cuñada al pueblo de Greenville, como habían pedido por fin de año. Les ofrecí que nuestro chofer los llevara y trajera de vuelta. A estas horas solo estamos usted y yo en esta casa. Y ambos regresarán hasta las 6 de la tarde, y el resto del personal hasta mañana." Le dijo orgulloso de sí mismo. "Y hasta donde sé, todas las puertas al exterior ya están convenientemente cerradas, dándonos privacidad total", le dijo.
"¡Cielos, señor Brower! ¡Es usted muy travieso!", la pecosa rió divertida.
"¿Le molesta que lo sea, mi señora Brower?", la miró él con deseo, acercando sus labios más a los sonrientes de ella, dándole un beso delicado pero sensual que la dejó luego de un momento totalmente sin aliento.
"¿Te molesta, amor?", preguntó otra vez, tras dejarla respirar unos segundos más, y besarla nuevamente, para luego abandonar sus labios y continuar su sinuoso camino de besos por su pecoso rostro hasta su delicado oído, el cual acarició con un delicado beso en su lóbulo, y con un convidador mordisco y toque de su lengua a lo largo del hélix de su oreja, haciéndola temblar.
"Depende…", le dijo la pecosa con voz ahogada, sintiendo su varonil mano recorrer seductora el familiar camino de su silueta.
"¿Depende de qué, pecosa…?", susurró el rubio de vuelta, con voz ronca.
Candy acarició su pecho y desabotonó dos botones de su camisa debajo de su corbata, con sinuosa lentitud, sonriendo y besando otra vez los labios del rubio al inclinarse él a ver qué hacía, desabotonando ella dos más de su chaleco. Al separarse de su beso, Anthony la miró embelesado a lo profundo de sus verdes ojos. Y con una mirada cautivadora, jugando con el siguiente botón de su chaleco, sin proceder a desabotonarlo, ella continuó,
"Depende de si luego puedo yo escoger también un lugar especial de la casa para nosotros. - Como en nuestra cabaña. -", se sonrojó ella al decir esto último con una sonrisa.
"Usted sabe que solo vivo para complacerla, señora Brower.", le sonrió encantado de vuelta el muchacho.
"Es que hay… un lugar, bajo ciertas gradas, tras unos hermosos jarrones Ming que siempre me pareció muy romántico. Sobre todo, después de cierta despedida a escondidas con un apuesto caballero de hermosa sonrisa y ojos azul cielo que estoy mirando… antes de su viaje a La Florida", le dijo con expresión soñadora. "Sería hermoso que pudiera traer ese recuerdo también a tu memoria, amor", le dijo acariciando su rostro. "Por más inocente que fuera."
"Pues habrá que intentarlo entonces, señora Brower.", sonrió Anthony de acuerdo. "Y si no funciona… pues lo intentaremos cuantas veces más sea necesario. Tenemos muchos años por delante para intentarlo. Podría ser nuestro escondite especial.", sugirió.
Candy rió enamorada. "Fueron solo unos besos, Anthony, pero que significaron mucho para mí… Sé que olvidaste esa última visita antes de tu partida, pero, aunque no lo llegues a recordar, amor, no importa. Crearemos nuevos recuerdos aquí a partir de hoy."
Anthony asintió. "De hecho, señora Brower", le dijo, "será a partir de este mismo instante, si no le importa", le sonrió seductor, e inclinándose hacia ella, la besó nuevamente con emoción, recibiendo de vuelta en su beso y abrazo, con alegría, la dulzura y entusiasmo de su enamorada pecosa, haciéndola retroceder luego de unos momentos, paso a paso, lentamente, con cuidado hacia la habitación contigua, abriendo él distraídamente la puerta blanca que separaba la guardería de su habitación, y cerrándola luego con decisión tras su alta figura, llevando a su bella esposa a disfrutar junto con él, una y otra vez, con pasión y ternura - primero en su acogedora habitación y luego en la privacidad de su nuevo y parcialmente aislado hogar -, la felicidad y la libertad que les daba su nueva vida juntos, lejos de las normas de otros, compartiendo y disfrutando, sin reservas ni contemplaciones, la inmensidad de su amor y pasión.
Varias horas después, la pecosa se arqueaba en los brazos de su adorado esposo una vez más, y cerrando fuertemente sus ojos, exclamaba su nombre en éxtasis… al tiempo que él se perdía junto a su amada en una espiral de placer, sin tiempo ni espacio… exclamando su amor y pasión junto con ella, abrazado al cálido y demandante cuerpo de su único y verdadero amor…
Continuará…
¡Gracias por leer!
Y bien, como ven, ¡los rubios ya están en casa! - Bueno, ¡casi! - ¡Ji, ji, ji!
¡Muchas gracias por sus comentarios al capítulo anterior! Les agradezco queridas Julie-Andley-00, Mayely león, Sharick, Guest 1 y GeoMtzR por tomarse el tiempo de comentar.
Y para quienes se han unido a la lectura o leen en silencio, gracias por disfrutar un momento de solaz con esta lectura hasta donde va.
¡Bendiciones a todas! ¡Y feliz fin de mes! Veremos cómo nos va en febrero.
Con cariño,
lemh2001
30 de enero de 2024
P.D. Se publicará la continuación tentativamente el domingo 4 de febrero.
