-No, no será suficiente -dijo Constance, sosteniendo el teléfono con una mano, y la mirada enfocada sobre los papeles que descansaban sobre su regazo.

Ella y Aldo compartieron una mirada por el espejo retrovisor.

-Necesito quince cinturones. No, trece es inaceptable. No me importa. -Terminó la llamada y contuvo un suspiro-. ¿Dónde estamos, Aldo? Necesito un café.

Ella se adelantó.

-Happy Bean está a dos cuadras.

Aldo le sonrió cuando sus miradas se volvieron a encontrar. Aldo es un hombre mayor; Ella estimaba que rozaba los cincuenta. Aparte de eso, lo único que sabía es que ha estado trabajando para la familia Isles desde que Constance era una niña.

El auto se detuvo justo cuando comenzó a lloviznar. Ella estaba ensimismada en la agenda apoyada sobre su muslo, tachando y subrayando.

-Eliana.

-¿He?

-El café no vendrá solo.

Ella abrió la boca y la miró, miró a Aldo, y luego hacia el exterior del auto.

-Claro, claro -dijo rápidamente al notar que se habían detenido enfrente de Happy Bean-. Ya vengo. -Tiró la agenda sobre el asiento y salió sin más.

Aldo se rio y Constance alzó la mirada de los papeles.

-¿Encuentras algo divertido, Aldo?

-No, Constance -contestó con una sonrisilla.

Constance guardó los papeles y, por fin, dejó escapar el suspiro que había estado conteniendo. Apoyó el codo en la puerta y su mirada deambuló hasta detenerse en la figura de su asistente del otro lado del ventanal de Happy Bean. Constance entrecerró los ojos al ver cómo Eliana se doblaba, cubriéndose la boca al reír. Nunca la había visto reír de ese modo. Sí, Eliana sonreía y se reía con las ocurrencias de Rafael, incluso con Maura, pero nunca de aquella forma. La barista le entregó dos vasos de café, inclinándose sobre el mostrador de forma innecesaria para acercarse a ella. El cuerpo de su asistente vibró visiblemente como si se estuviera riendo otra vez. Los labios de la joven barista se movieron diciéndole algo hasta terminar con una amplia sonrisa acompañada de un guiño.

Eliana salió de Happy Bean con una sonrisa plasmada en los labios. Por alguna inexplicable razón, aquella fue la primera vez que Constance detestó ver una sonrisa en el rostro de su asistente.

-Aquí tienes. -Eliana le ofreció el vaso con su café-. Ah, espera. -Sacó unas servilletas del bolsillo de la chaqueta y secó las gotas de lluvia sobre la tapa del vaso-. Perfecto.

Constance aceptó el café, mirando de reojo cómo su asistente se peinaba el cabello mojado. Eliana tomó un sorbo de su propio café, cerró los ojos y suspiró de placer.

Aldo puso en marcha el auto y no se dijo una palabra más.


Rafael y el grupo de Fashion Us observaban y se movilizaban a buscar todas las prendas que Constance pedía.

-¿Dónde está la modelo?

Rafael se mordió el labio para no sacudirse de hombros. A Constance no le hubiera gustado esa acción como respuesta a su pregunta.

-No ha llegado -se atrevió a contestar una de las asistentes.

-¿Por qué?

-Qué talla eres? -Preguntó Rafael a la asistente, con la esperanza de prevenir que la situación escalara a más. Hasta él estaría enojado; habían avisado de antemano con bastante tiempo y se trataba de Constance Isles. En las palabras de su jefa y amiga, la ausencia de la modelo era inaceptable.

-38 -dijo casi en un susurró, como si estuviera avergonzada de la respuesta.

Rafael se aclaró la garganta y cuando se aseguró de tener la atención de Constance, hizo un gesto con la cabeza hacía el pasillo. Constance arrugó el ceño al girar la cabeza y caer en cuenta de lo que el hombre estaba insinuando.

-Busquen una chaqueta rojo grosella -ordenó y salió al pasillo, con la mirada sobre su asistente que no se había movido del lugar por varios minutos.

Eliana estaba como una estatua enfrente de un cuadro y ni siquiera el resonar de los tacones que anunciaron la llegada de Constance la sacó de aquel trance.

-¿Qué talla eres? -Preguntó, pero pareció no escucharla-. Eliana.

-He. ¿Qué? Constance… ¿Qué? ¿Ya terminaron?

-No. Lo supieras si estuvieras a mi lado y no aquí haciendo Dios sabe qué. ¿Qué talla eres?

-…qué talla soy… -repitió lentamente.

Constance cruzó los brazos sobre el pecho, esperando. Había ocasiones que, de verdad, Ella tenía que morderse el interior de su mejilla para no reírse en la cara de la mujer. No era en forma de burla, sino que Constance tenía un rostro tan juvenil que, en ocasiones, cuando la miraba con la misma expresión que lo estaba haciendo en ese momento, parecía una adolescente a punto de hacer una rabieta por haberle negado lo que deseaba.

-¿38? -Preguntó arqueando una ceja y observarla como si estuviera midiéndola con la mirada.

Ella frunció el ceño e hizo una mueca.

-¿Qué? No. Soy 32. Lo soy -aseguró al reparar la expresión de perplejidad de su jefa.

No cualquiera hubiera notado aquel leve cambio en la expresión de Constance, pero ella ha tenido su tiempo y muchas, muchas horas a su lado, observándola. El saber que podía mirarla y notar, entender el mínimo cambio en el rostro de Constance Isles, la complacía gratamente.

-¿Qué haces? -Preguntó Constance con la mirada en el cuadro que la asistente había estado mirando.

-Es un Rothko. Bueno, esta es una copia barata de uno de sus cuadros.

-Número 61. ¿Crees que lo logró? ¿Expresar las emociones básicas del ser humano con sus cuadros? -No supo qué la llevó a preguntar aquello, pero ya las palabras habían salido de su boca y no había marcha atrás.

Eliana permaneció en silencio por varios momentos, mirando el cuadro.

-Mi padre siempre se quejaba con mi madre porque ella no lograba ver más allá de la relación entre los colores; es lo que la emociona, solo los colores. Yo tampoco lo entendí por mucho tiempo. A mi padre le gusta coleccionar arte -explicó-, y un día logró tener en sus manos un cuadro original de Rothko. Recuerdo que mi madre casi lo mata cuando se enteró de cuánto dinero había gastado -sonrió ante el recuerdo. Constance no dejaba de mirarla, cautivada por sus palabras y a su vez sorprendida porque era la primera vez que Eliana compartía algo de su vida personal que no tratara de Izzy o Noah-. Mi madre lo vio y salió de la oficina de mi padre, diciendo "Es solo un rectángulo negro y un rectángulo gris" estaba realmente enojada porque no eran colores vibrantes como ella esperaba. Mi padre la siguió intentando explicarle -suspiró y miró de reojo a Constance. Sus labios se separaron al encontrarse con una expresión que no había visto antes.

-Continua… -pidió Constance en voz baja.

-Lloré la primera vez que lo vi. Me sentí vacía, desolada, y entre más lo miraba, más lloraba. Ni siquiera lo entendía. El contraste de los dos colores evocó una profunda tristeza en mí y, por muy conmovida que estuve ante aquella belleza mórbida, no pude entrar en el estudio de mi padre otra vez.

-¿Por qué?

-Porque siempre me provocaba la misma emoción. No podía soportar ver un cuadro tan lleno de pintura, con tantos matices y a su vez con un vacío tan profundo. -Se rio a la vez que se limpiaba la mejilla con el dorso de la mano, como si tan solo el recuerdo fuera suficiente para invocar aquellas emociones-. Supongo que esta ha sido una respuesta muy larga a tu pregunta. Sí, creo que Rothko lo logró.

-Constance, ¡Ya llegó la modelo! -Avisó Rafael, asomando la cabeza.

Constance lo miró y asintió. Rafael volvió a desaparecer.

-Gracias -dijo y se dio la vuelta.

Ella se quedó boquiabierta hasta que Constance entró en la habitación y comenzó a dar órdenes otra vez.

Sarah se lo había dicho, fue una de las primeras cosas que dejó bien claro, "No esperes un 'Gracias' de Constance Isles". A Eliana le pareció ridículo y lo descartó como otra de las muchas exageraciones de la mujer. Pero no fue así y Sarah tuvo razón, como en muchas otras cosas también. En todo el tiempo que llevaba trabajando para Constance, ni una sola vez le había dado las gracias a ella o alguien más. Un día le pareció escucharle agradecerle algo a Aldo, pero pensó que habían sido ideas suyas.

Constance Isles me acaba de dar las gracias…

-E-lia-na, no tenemos todo el día. Ven aquí a tomar notas. -Suspiró exasperada-. No puedo creer que a estas alturas aún no sepas lo que debes hacer.

Ella había sacado su agenda, y a pesar de la dureza de aquellas palabras, no podía dejar de sonreír. Intentó no hacerlo, pero no lo logró. Así que tomó las notas de los cambios que Constance pedía para la sesión de fotos que terminarían en la portada de la revista, y lo hizo todo con una sonrisa de oreja a oreja.

Constance no se percató porque estaba en lo que Ella había comenzado a denominar "La Zona de Combate" que era su forma de decir que su jefa estaba tan concentrada en lo que hacía que nada más existía. En cambio, Rafael la había estado mirando con una expresión petrificada.

Cuando volvieron a la oficina, lo primero que Rafael le dijo a Sarah fue "Tu pupila se ha perdido. Oficialmente ha perdido la cabeza".


Este era otro día que estaría en la oficina hasta tarde. La fecha de publicación se acercaba y todos sentían la presión de tener todo listo y perfecto. Ya lo había dado como un hecho que las dos semanas o la semana antes (con suerte) de la fecha de publicación, Constance se quedaría en la oficina hasta tarde o llevaría el trabajo a casa.

Esa noche se había quedado en la oficina.

A diferencia de otras noches, hoy Ella no tenía una revista para entretenerse. Ni siquiera un libro. Todo el trabajo pendiente estaba completado e incluso logró hablar con Izzy y Noah antes de que Elena los llevara a la cama. Constance apenas había salido de la oficina durante todo el día, tampoco nadie había entrado (aparte de ella cuando fue a dejar el café a primera hora). Todo había sido normal hasta que Constance la llamó por teléfono en vez del "E-lia-na" al que ya se había acostumbrado a escuchar desde la oficina.

No tenía nada para entretenerse y tal vez Constance se había olvidado de que aún estaba allí. No sería la primera vez ni la última. Así que, sin querer, se entretuvo mirándola a ella.

Constance estaba muy concentrada en lo que fuera que tenía enfrente. Pasaba hoja tras hoja, a veces humedeciéndose el dedo índice, agarraba un bolígrafo rojo y escribía algo con tanta fuerza y el ceño fruncido, que hizo que Ella sonriera, haciéndose una idea de lo que podría estar pensando mientras lo hacía. Tal vez algo como "¿Cómo puede existir tanta incompetencia?"

Ella se rio y la risa se ahogó en su garganta cuando Constance alzó la cabeza de repente al escucharla.

-Eliana -llamó y se aclaró la garganta.

Había sido demasiado tarde: Ella había escuchado el cansancio en las tres sílabas de su nombre.

Ella entró con las manos cruzadas detrás de su espalda, como se le había hecho costumbre. La oficina estaba a oscuras en los extremos, pero Constance parecía un ángel, iluminada gracias a la lámpara sobre el escritorio.

-¿Sí, Constance? -Preguntó y esperó. La mirada de la mujer estaba sobre los papeles.

-Pensé que ya te habías ido. ¿Acaso no habíamos quedado en eso? -Preguntó y esta vez no intentó disimular el cansancio. Constance alzó la cabeza y la miró, esperando una respuesta.

Los labios de Ella se habían separado lista para objetar, pero su boca se cerró de repente y la expresión relajada fue reemplazada por una de desconcierto.

La lámpara se encontraba a la izquierda de Constance y le iluminó el rostro de ese lado, específicamente la parte justo debajo del ojo izquierdo. Constance supo en ese instante, sin dudas, que Ella lo había visto. Tal vez porque había olvidado retocarse el maquillaje, porque se había negado a salir de su oficina o que alguien entrara. Se tuvo que haber retocado, asegurarse de que el morado en el inferior de su ojo, por muy pequeño que fuera, permaneciera oculto.

Ella dio un paso hacia el escritorio, alzando una mano inconscientemente como si hiciera ademán de querer tocarle la mejilla.

-No.

Constance la detuvo en seco con una sola palabra. El ceño de Eliana no podía arrugarse más.

-Constance…

-Ve a casa, Eliana.

Ella no se movió y Constance soltó el bolígrafo por miedo de quebrarlo en dos.

-Yo…

-Olvídate de lo que sea que estás pensando, Eliana. Me caí. Eso es todo.

Las dos sabían que no era así.

Ella se mordió el interior de la mejilla con tanta fuerza que sintió el característico sabor metálico de la sangre. ¿Cómo podía dar vuelta atrás así sin más? Cualquier otro estaría temblando ante la mirada que Constance le estaba dirigiendo. No ella. No quería dar media vuelta con el rabo entre las piernas como haría cualquier otro, no; ella quería acercarse a aquel escritorio y abrazar a la mujer.

Pero eso era imposible. Eso nunca pasaría. Constance nunca lo permitiría.

-Vete.

"No puedo moverme" -pensó cuando se dio cuenta que sus pies no se movían y los ojos le escocían a causa de las lágrimas. No pudo hacer más que permanecer inmóvil ante la mirada verde y desbordante con ira de Constance Isles.

-¡Vete! -Gritó Constance, golpeando con la mano abierta el escritorio de cristal, luchando contra sus propias lágrimas.

Ella dio varios pasos atrás, tropezando con sus propios pies, saliendo de la oficina y del edificio casi corriendo.

Esa fue la primera vez que escuchó gritar a Constance Isles.