Era la primera noche que salía con sus compañeros de trabajo y la primera que salía en meses sin los niños. Por un momento había olvidado que existía la vida social fuera del trabajo y ser madre. Su rutina había continuado entre los niños, trabajo, comer y dormir. Y esto: unas copas con unos conocidos, era justo lo que necesitaba para romper ese ciclo.

-¡Mia bella! -Exclamó Rafael al verla entrar en el bar. Sarah estaba sentada a su lado, bebiendo de una copa con un líquido oscuro.

-Rafa, Sarah.

-Casi no te reconozco -dijo Sarah en forma de saludo, refiriéndose a su maquillaje y tal vez a su vestido de cóctel, también.

Rafael soltó una carcajada.

-Te ves hermosa, bella. Ahora dime, ¿qué quieres beber? -Preguntó al ponerse de pie con su vaso vacío. Estaba claro que habían empezado sin ella.

-Lo que sea, pero que sea fuerte. -Necesitaba algo que la hiciera olvidar del trabajo o, más preciso, lo incómodo que se había convertido después de aquella noche que Constance le gritó. Apenas había pasado una semana desde esa noche y aún no podía siquiera mirarla a los ojos.

No. No. Esta noche no es de trabajo. No se trata de Constance -Se repitió mentalmente, soltando un largo suspiro.

-Vaya, sí que necesitas algo fuerte -dijo Sarah, arqueando una ceja. Aquel gesto era tan… Constance, que supo que se le haría difícil no pensar en la mujer por el resto de la noche.

-¿Cuándo no? -Preguntó intentando hacerlo con un gesto divertido, pero no tan bien como esperaba porque Sarah no hizo más que entrecerrar los ojos, observándola detenidamente.

-Pues me sorprende que no me hayas llamado aún. Pensé que lo harías en menos de 24 horas de estar sin mí.

-Vaya, sí que tienes los aires bien subiditos -comentó Rafael al llegar y escucharla-. Aquí tiene, mademoiselle. -Colocó sobre la mesa un vaso con un líquido claro y una lata de Coca-Cola.

-Gracias. -Agarró el vaso y tomó un sorbo sin siquiera preguntar qué era la bebida, y casi la escupe, no por lo fuerte que era, sino por lo divertida que se le hizo la expresión estupefacta del hombre-. Y no lo he hecho porque no he tenido alguna emergencia… -Su mirada se desenfocó al recordar el moretón en el rostro de Constance.

¿Acaso Sarah ha visto o notado algo? Dudaba que fuera la primera vez, aunque preferiría pensarlo de aquella forma. ¿Sarah le diría algo? Odiaba la situación en la que se encontraba… si mencionaba algo a Sarah y ella no estaba al tanto… entonces está segura de que su jefa la mataría y tal vez a Sarah también. La mujer enfrente de ella la miraba con curiosidad, como si estuviera intentando descifrar qué era lo que estaba pensando. Así que Ella decidió hacer todo lo posible por deshacerse de sus preocupaciones. Al menos por esa noche.

-Te acabas de tomar un ron de 40% de alcohol como si fuera agua. Te traje la soda para… sabes qué, olvídalo. -Negó con la cabeza, tomando un sorbo de su propia bebida que sí parecía tener bastante Coca-Cola.

-Mis padres son irlandeses. Beben mucho whisky y el ron no está mal.

-Ah… pensé que habías sido una alocada durante tus años de universitaria -dijo Sarah, tomando otro sorbo de su propia bebida.

-¿Esa no fuiste tú? -comentó Rafael.

Sarah lo miró con indignación.

-Espera… ¿Ustedes se conocen de antes? ¿Antes de Ciao?

-Mera coincidencia. Fuimos a la misma universidad. ¿Cuántos años crees que tengo que piensas que fui a la universidad al mismo tiempo que este vejestorio?

-¿Perdón? ¿¡Vejestorio!? Apenas soy cinco años mayor que tú. Y soy tu jefe.

-Quedamos de acuerdo que aquí no somos más que conocidos. Nada de títulos profesionales.

Rafael puso los ojos en blanco al escuchar el "conocidos" en vez de "amigos".

-Y aun así actúan como un par de adolescentes -comentó Ella con una sonrisa divertida en los labios.

-Tengo el presentimiento que está noche será genial -dijo Rafael y alzó su copa, y los tres chocaron sus copas, haciendo un brindis.

Lo que no fue genial fue la mañana siguiente y la resaca con la que se despertó. Cuando llegó a Ciao, coincidió con Sarah en el vestíbulo.

-Por favor dime que tú también te sientes de mierda -dijo Sarah en voz baja mientras esperaban por el ascensor.

Ella miró de reojo a la mujer que aún no se había quitado los lentes de sol. Aparte de la mueca en sus labios, el resto de Sarah estaba impecable; cabello perfecto, ni una arruga en su vestido.

-Me tomé un café, bastante agua con unas pastillas y aún siento que mi cabeza explotará en cualquier momento. El alcohol no suele afectarme así…

-La edad… aunque aún eres bastante joven.

Las dos entraron en el ascensor y Sarah se quitó los lentes de sol, guardándolos en su bolso.

-No parece que tuvieras resaca -Se quejó Ella al mirarla a los ojos.

-El maquillaje… deberías hacer mejor uso de él.

-¿Por qué suena a que me estás juzgando?

Los labios de Sarah dibujaron una sonrisa felina.

-¿Te han dicho que a veces das un poco de miedo?

-Si crees que terminé dos años como asistente de Constance mentalmente ilesa, entonces no sabes nada.

-No es tan mala…

Sarah resopló.

-Un pajarito me había dicho que habías perdido la cabeza con Constance… comienzo a creerlo. -Ante la mirada confusa de la rubia, Sarah suspiró, observando los números del ascensor por un instante, notando que en nada llegarían a su piso-. Te gusta el trabajo, pero te gusta más ayudarla, complacerla, anticipar lo que necesita. Lo noté desde la primera semana que empezaste, aunque admito que al principio no te tenía mucha fe; parecías una gallina sin cabeza.

-Sarah…

Sarah alzó una mano, deteniéndola, mirando nuevamente los números de los pisos cambiar.

-Solo tengo unos segundos. Has durado tanto porque eres buena, Ella. Se te da bien a pesar de que nunca antes fuiste asistente. Pero es porque te gusta; sonríes cuando Constance te acribilla con instrucciones y demandas. ¿Quién en su sano juicio hace eso? Oh, y créeme cuando te digo que Constance debió notarlo. Esa mujer no se pierde una. Solo no lo conviertas en un complejo de héroe. Constance odia eso. -El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron en el piso de Sarah-. Dicho eso, arréglate ese maquillaje porque se dará cuenta que tienes una resaca. Suerte.

Ella abrió la boca para decir algo, pero la puerta del ascensor se cerró en su cara.

Ella no tuvo tiempo a arreglarse el maquillaje: cuando llegó a su escritorio, ya Constance estaba sentada en el suyo, concentrada en unos documentos que estaba leyendo.

-Eliana. Llegas tarde.

Ella se sorprendió de no haber soltado un grito de sorpresa porque había estado segura de que Constance no se había percatado de su presencia. La mujer no había alzado la mirada de los papeles y Ella miró la hora y mordió los labios para no resoplar: dos minutos tarde.

Constance alzó la mirada cuando la asistente entró en la oficina. Ella se encogió de hombros al notar la mueca casi imperceptible. Sarah había tenido razón al advertirla que se daría cuenta. Para su sorpresa, Constance no dijo nada. Ni siquiera el "¿Estás enferma?" o "Te ves horrible" que esperaba.

Ella enfocó la mirada en el escritorio de cristal para no mirarla a los ojos. Se había dado cuenta que, aunque quisiera no podía; siempre que lo intentaba se daba cuenta que buscaba algo fuera de lugar y temía que Constance se diera cuenta de lo que estaba pensando cuando su mirada deambulaba sobre su rostro por más tiempo de lo apropiado.

-Le traeré el café enseguida -dijo y se dio media vuelta hacia la salida.

-¿Acaso he dicho que puedes retirarte?

Ella se detuvo en seco y, después de unos segundos, se giró lentamente con la mirada enfocada en la vista de Nueva York detrás de la cabeza de la mujer.

Constance observó muy detenidamente a su asistente de pies a cabeza. Eliana estaba actuando muy raro y, en el fondo, era consciente de que ella era la culpable de eso. El cambio brusco había comenzado después de aquella noche cuando ambas se quedaron en la oficina hasta tarde; la misma noche que le gritó. Así que, qué otra prueba necesitaba para saber que era por ella que su asistente parecía un conejo asustado ante su presencia. Eliana nunca se había contenido de mirarla directamente a los ojos, pero desde aquel día no lo hacía.

¿Qué diablos estás mirando? -Quiso decir en voz alta, pero en cambio dijo: Trae el café y luego ve a la oficina de Rafael y tráeme las muestras de la temporada nueva de Zein. Eso es todo.

Eliana asintió sin mirarla a los ojos, claro, y salió de la oficina.

Constance se puso de pie y se acercó al ventanal, mirando la ciudad ante ella. ¿Cómo las cosas podían cambiar así de rápido? El simple hecho de que la situación la afectara más de lo que ella esperaba la estaba frustrando a más no poder. ¿Por qué no podía ser tan fácil olvidar ese día y listo?

-Nada es fácil -susurró para sí misma.