-Un café oscuro sin crema -dijo la barista con una sonrisa divertida- extra caliente.

-Buenos días, Jessica -saludó Ella mientras miraba a su alrededor.

-Sí, eres la primera. ¿Otro comienzo temprano?

No era la primera vez que Ella era su primera cliente del día; en ocasiones, incluso había encontrado a la rubia esperando afuera a que abrieran.

-Extra temprano -confirmó con un suspiro, inclinándose frente a la vitrina mientras decidía si comprar una magdalena-. Uno de arándano, por favor.

-¿Algo para la jefa?

Ella agradeció mentalmente que no se refiriera a Constance como la "Reina de Hielo". Le había pedido amablemente que dejara de llamar así a Constance, al menos cuando hablaba con ella. No había sido tan directa como le hubiera gustado, pero entre su tartamudeo, Jessica logró comprender lo que realmente estaba pidiendo. Desde entonces, solo se refería a Constance como "la jefa".

¿Quería comprarle algo a Constance? Su jefa había sido bien clara hasta ahora: si quería algo lo iba a pedir. Así que eso es lo que Ella ha hecho hasta ahora.

-¿Es tarta de hojaldre? -Preguntó, intentando decidir si comprar la de fresa o la de fresa y arándanos. Ha visto a Constance comer ambas frutas antes, así que ambas serían seguras.

-Sí, relleno de crema de ricotta.

-Uno…no, dos con fresa y arándanos.

Jessica le entregó los cafés en un portavasos y una bolsa de papel con los pasteles.

-Va por mi cuenta.

-¿Qué? No, Jessica. -El café siempre lo pagaba con la tarjeta de Ciao, pero los dulces los quería pagar con su tarjeta personal.

-Tengo el presentimiento de que te espera un día largo. Anda. -Le hizo un guiño antes de dirigirse hacia otra persona que se acercó al mostrador, dejando a Ella boquiabierta y sosteniendo la tarjeta en la mano.

Cuando llegó a Ciao, Constance ya estaba en su oficina, hablando en italiano por teléfono.

¿Cuántos idiomas puede hablar esta mujer? Se preguntó mientras dejaba su café y la magdalena sobre el escritorio, se quitó la chaqueta y esperó a que Constance terminara la llamada, antes de entrar en la oficina. Ella le había preguntado a Rafael y él solo se rio en su cara, cuestionando por qué no le preguntaba directamente a Constance. La razón de su risa estaba más que clara para Ella: porque sabía que no se atrevería a hacerlo. Así que la otra opción era hacer una nota mental siempre que la escuchaba hablar otro idioma.

Mandarín, francés, italiano… Sarah dijo que entendería japonés, pero aún no la he escuchado hablarlo…

Definitivamente, ser políglota era una gran ventaja en el mundo de Constance, especialmente cuando trataba con otros editores internacionales.

-Chiamatemi quando avrete le foto. Non prima. Eliana.

Ella reaccionó al escuchar su nombre y se giró hacia la oficina, notando que Constance se había sentado, colgado el teléfono y la miraba con irritación que no era dirigida a ella, o eso esperaba. Ella dejó el café donde siempre y la bolsa de papel frente a la mujer.

-¿Esto qué es?

Constance miró la bolsa y luego los ojos azules de su asistente, quien tragó en seco mientras observaba en silencio cómo abría la bolsa y sacó una caja plástica transparente con dos pasteles. Constance ladeó ligeramente la cabeza antes de alzar la mirada, pidiendo una explicación en silencio.

-Es… -Se mordió el labio.

Constance sabía perfectamente qué era, pero decidió esperar.

-Es tarta de hojaldre con relleno de crema de ricotta.

-¿Y compraste esto por?

Ella alzó la barbilla y la miró a los ojos. Si algo había aprendido en esos meses, era aparentar estar mucho más segura de lo que realmente se sentía. Especialmente cerca de Constance.

-Será un día largo y pensé que podrías empezar con algo más saciante que solo café.

-Pensaste… ¿Y te pareció buena idea comprar dos bombas de carbohidratos cargados de azúcar tan temprano?

-Una es para Maura, sé que vendrá luego…oh -Cerró la boca al caer en cuenta de lo que Constance acababa de decir-. Yo… -Confesó, mientras los músculos de su mandíbula se tensaban. Sabía que no debió hacer esto, no cuando Constance no se lo pidió-…me arriesgué -confesó.

El teléfono sobre el escritorio de Constance comenzó a sonar.

-Cuando termine esta llamada regresa para revisar la agenda para el día.

-Sí, Constance.

-Eliana -llamó cuando la asistente estaba a punto de cerrar la puerta. -Sigue asumiendo riesgos.

Sus miradas se encontraron brevemente antes de que Constance levantara el auricular del teléfono y saludara en italiano con un "Hai le foto?"

A través del cristal, Constance pudo ver cómo Eliana se dejaba caer en la silla de su escritorio, soltando un suspiro y luego enderezándose con una gran sonrisa. Supuso que la sonrisa se debía a la magdalena que comenzó a devorar con su café.


Ella había comenzado el día consciente de que sería agotador y eterno, pero nada la hubiera podido preparar para la realidad que estaba viviendo. En cinco horas había estado en siete lugares diferentes de Nueva York y, ¿cómo era posible? O más bien, ¿cómo lo hizo posible? Aún no sabía. Constance la había enviado de un lado a otro, acompañándola solo a dos.

A las seis de la tarde se encontraban en el último lugar que la mujer tenía en su agenda: un estudio de ValHen, para negociar cuatro páginas de publicidad en la revista de Ciao.

Constance disimulaba extremadamente bien -cuando quería- su impaciencia, pero Ella había notado cómo su mirada se desviaba de vez en cuando hacia el reloj colgado en la pared. Debieron haber salido de allí media hora antes si Constance quería llegar a casa a tiempo para la cena, pero lamentablemente fue imposible. Ella sabía lo mucho que su jefa se había esforzado en lograrlo.

Arthur también parecía estar frustrado; al menos esa fue la impresión que tuvo cuando habló con él por teléfono. Ella notó que, al igual que su esposa, Arthur no toleraba la tardanza, a pesar de que Constance había cancelado sus citas en la agenda en ocho ocasiones en los últimos dos meses. ¿Por qué llevaba la cuenta? No estaba completamente segura.

El perfume de Constance inundó sus sentidos cuando esta se acercó para susurrarle al oído.

-Sal y llama a casa. Avisa que no llegaré a tiempo para la cena.

Ella la miró confusa: ya habían cerrado el trato y con un poco de suerte solo tendrían que esperar unos minutos más para salir de ese lugar. Aun así, Ella asintió y, con una disculpa a los presentes, se puso de pie y se dirigió hacía la cabina telefónica más cercana.

Se había preparado mentalmente para escuchar la ira del esposo de su jefa, pero para su sorpresa, Talia respondió al teléfono y le comunicó que Arthur había salido hace una hora, diciendo que no esperaran por él.

-¿Qué? -Preguntó sin medir sus palabras, y Talia permaneció en silencio al otro lado de la línea.

Afortunadamente, ella tenía una buena relación con Talia, quien, después de varias conversaciones, se dio cuenta de que era la esposa de Aldo.

-Entonces… ¿Maura cenó? ¿Está sola?

-Está conmigo -contestó la mujer y Ella pudo escuchar la sonrisa en sus palabras-. Aún no ha cenado. Su padre le compró chucherías en la tarde y aún no tiene hambre. ¿Aldo no le avisó a Constance sobre la partida de Arthur?

Ella cerró los ojos y suspiró.

-No, no lo hemos visto… hemos estado en esta reunión durante casi dos horas. No le digas.

-Ella no creo…

-Créeme, Talia. Constance no está de buen humor hoy. Solo se desquitará con Aldo. Yo me encargo.

-Ella no me gusta mentirle a Constance. No empezaré a hacerlo ahora.

-Está bien, está bien. Yo lo le diré.

-Umm.

-Confía en mí, Talia. Lo haré.

-Está bien, Ella.

Lo primero que hizo después de terminar de hablar con la mujer fue llamar a Aldo y pedirle que estuviera en la esquina, esperando. No se sorprendió cuando el hombre le dijo que ya estaba allí y también le avisó sobre Arthur.

"Asumiendo riesgos" Se repitió constantemente hasta llegar al salón de conferencia. Para su sorpresa, Constance se estaba poniendo de pie y despidiéndose de los presentes con una gran sonrisa profesional, totalmente falsa, por supuesto, pero ellos no lo sabían.

Ella la siguió de inmediato, comunicándole los acontecimientos.

-¿Ya cenó?

-No, comió algunas golosinas en la tarde y aún no tiene hambre.

-Talia sabe que no debe—

-Fue Arthur.

Las dos se detuvieron enfrente del ascensor y Ella sintió que Constance la estaba observando.

-Aldo está afuera esperando -dijo sin dejar de mirar la puerta del ascensor-. Con el tráfico a esta hora, estima que estarás en casa en veinte minutos.

Constance se mantuvo en silencio y no habló hasta que el ascensor descendió varios pisos.

-¿Dónde están tus hijos en estos momentos?

-¿Qué?

Constance giró la cabeza y la miró a los ojos, segura de que Ella la había escuchado perfectamente bien.

-La guardería cerró hace una hora.

-Con mi hermana.

-¿Ya cenaron?

Ella estuvo a punto de decir "¿Qué?" otra vez, pero de alguna forma se contuvo.

-Aún no.

¿Por qué me está preguntando estas cosas? Pensó, mirando cómo los números de los pisos iban cambiando lentamente. Comenzaba a sentirse nerviosa y ni siquiera sabía por qué. Siempre que pensaba que había aprendido a leer a la mujer, ella salía con algo así y la hacía sentir como si fuera su primera semana otra vez.

-¿Dónde vive tu hermana?

-¿Qué? -Esta vez su boca se adelantó al razonamiento y en su cabeza resonó aquel "…sigue asumiendo riesgos" al igual que la voz de Sarah recordándole una de sus "reglas": "No le hagas preguntas a Constance"-. ¿Qué me intentas preguntar, Constance? -Preguntó directamente, ignorando las advertencias.

¿Acaso eso fue un asomo de una sonrisa? Los labios de Ella se separaron por la sorpresa.

-Veo que has tomado mis palabras a pecho. Eso es bueno.

Si no fuera físicamente imposible, la quijada de Ella hubiera terminado en el suelo de aquel ascensor.

-Mi hija me dijo que le prometiste pizza.

-Yo… -Miró el suelo, intentando recordar y luego susurró: por Dios eso fue hace…

-La semana pasada. Cuando a Maura le gusta algo… no olvida. Ha estado pidiéndolo todos los días porque mi asistente se lo prometió.

-Lo siento, Constance… fue, digo, yo le dije que también me gustaba y los niños también y no le dije cuá—

-Deja de balbucear de una vez.

El ascensor se detuvo, la puerta se abrió y Ella cerró la boca, siguiéndola, convencida de que había entrado a una realidad alternativa.

-¿Me estás invitando a cenar? ¿A mí? -Se señaló a sí misma con el dedo índice, sin decir lo que estaba pensando "¿A tu asistente?"

Constance la miró seriamente. Era la misma mirada que dirigía a la gente cuando le hacían preguntas estúpidas.

-¿Acaso estoy hablando con alguien más en este momento? Sígueme el ritmo, Eliana.

¿¡Qué le siga el ritmo!? -Gritó en su cabeza.

-Entonces ¿Tu hermana? -Preguntó cuando subieron al auto.

Ella se giró hacia Aldo y le dio la dirección de su hermana sin siquiera preguntarle a Constance.

-Está a unos diez minutos, menos si tenemos suerte con los semáforos. ¿A dónde quieres que llame para ordenar?

Esta vez Constance no ocultó su sonrisa complacida.

"Esto tiene que ser otra de sus pruebas. ¿Cuándo va a detener? Han pasado meses… "

¿Llamar? No digas tonterías, Eliana. Talia está haciendo la pizza, sería un desprecio y nuestra pérdida. ¿No es así, Aldo?

El hombre se aclaró la garganta antes de mirarlas a través del retrovisor.

-Hace la mejor pizza que he comido en mi vida y no lo digo porque sea mi esposa -afirmó Aldo.

Eliana se rio abiertamente, y Constance la observó en silencio.

La emoción en los ojos de su hija al ver a los mellizos y a su asistente entrar por la puerta fue innegable. En ese momento, Constance estaba totalmente segura de que no había cometido un error al invitar a Eliana a su hogar. La cena transcurrió animada, con los niños hablando sin parar mientras disfrutaban de la pizza. Constance se percató del momento en que las papilas gustativas de su asistente explotaron al darle el primer bocado a la pizza.

-Talia tiene mucho talento -había susurrado Ella.

A pesar de todo, la asistente parecía estar tensa.


-Niños, nos iremos pronto -anunció, mirando la hora y sorprendiéndose de que ya hubieran estado allí durante dos horas.

-Aldo los llevará a casa. No es una pregunta, Eliana. -Se adelantó al ver que la mujer abrió la boca, a punto de objetar. Constance volvió la mirada hacia los niños en el suelo del salón, jugando con el Atari-. ¿Quieres vino?

-Amm.

-Estás tensa.

Ella soltó una carcajada y se permitió un momento de honestidad, sin temor a las repercusiones.

-Perdón, es que he cenado en la casa de mi jefa, a la cual ni siquiera se le puede hacer preguntas y de verdad siento que estoy en un universo paralelo.

Constance entrecerró los ojos, se volvió, se inclinó y regresó con una botella de vino en la mano. Ella la observó, sintiendo que su pulso se aceleraba mientras su cerebro procesaba lo que acababa de decirle a su jefa.

-Me parece recordar que has hecho bastantes preguntas, especialmente hoy -dijo con naturalidad mientras vertía vino en la copa que colocó enfrente de la rubia-. ¿Por qué no puedes? Hacerme preguntas.

Antes de responder, Ella agarró la copa y se tomó un largo sorbo, casi la mitad de su contenido. Constance arqueó una ceja.

-Porque eres Constance Isles. -La morena se mostró imperturbable-. No se te hacen preguntas. Es una "regla".

-Una regla, he -dijo y dejó escapar un suspiro.

-No es nada malo, quiero decir...

-Creo saber perfectamente a qué te refieres. ¿Imagino que esto es una de las tantas enseñanzas impartidas por Sarah?

Ella tomó otro sorbo en lugar de responder.

-Ya veo.

-Tienes que admitir, Constance, que esto… -Hizo un gesto con la mano, señalándose a sí misma y al entorno-. No es normal. No para ti. ¿Cuántas veces has invitado a cenar a tus asistentes? A tu casa.

La expresión en el rostro de Constance cambió por una fracción de segundo antes de volver a su máscara neutral.

-Medio año y aún no te das cuenta de que eres una excepción en muchas cosas… -dijo Constance, tan bajo que sus labios apenas se movieron, pero mantuvo el contacto visual sin interrupciones.

Las palabras resonaron en los oídos de Ella, envolviéndola en una mezcla de intriga y confusión. ¿Qué quería decir Constance con eso? La mirada intensa de la mujer la mantenía cautiva, sintiendo que traspasaba las barreras superficiales y se adentraba en algo más profundo. ¿Era acaso un elogio? ¿O una advertencia? No podía evitar sentir una mezcla de fascinación y temor ante la idea de ser una excepción para alguien como Constance Isles.

La copa se resbaló de la mano de Ella, pero por suerte se encontraba cerca de la isla de la cocina y no llegó a romperse ¿Acaso había estado supuesta a escuchar aquello? Tenía que estarlo, incluso en ese instante Constance no dejaba de mirarla directamente a los ojos. El pulso de Ella se aceleraba, sintiendo cómo su respiración se volvía más agitada. La conexión entre ellas se volvía palpable, generando una corriente de energía que la envolvía por completo.

-Respira, Eliana.

Constance rompió el hechizo del momento con esas palabras suaves pero firmes. Ella se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración, capturada por la intensidad de la situación.

-¿Qué estás haciendo…? -Preguntó en un susurro, sin pensar.

Constance pareció tomar un momento para procesar la pregunta, y luego enderezó los hombros, adoptando una postura más segura. Fue entonces cuando Ella se percató de algo inusual en el rostro de su jefa: una sonrisa trémula.

-Asumiendo riesgos.

Ella se encontraba desconcertada, tratando de comprender el significado detrás de esas palabras. ¿Qué tipo de riesgos estaba dispuesta a asumir Constance? ¿Y cómo afectaría eso su relación laboral y personal? Ella respondió con una sonrisa propia, llena de determinación y curiosidad.