A Ella no le gustan los aeropuertos, la verdad, y menos de noche cuando no hay mucha gente y varias partes del lugar te hacen pensar que está abandonado.
-¿Dónde está mamá? -preguntó la niña que sostenía su mano.
-Llegará en unos minutos, Maura.
Ella se detuvo frente a una gran pantalla con listados de vuelos.
-Este es el vuelo de tu mamá -señaló un vuelo que llegaba de Francia. Ya había aterrizado unos quince minutos atrás, pero estimaba que no verían a la mujer hasta unos diez minutos más-. No sabe que viniste conmigo (en realidad, Constance solo estaría esperando encontrarse con Aldo). ¿Recuerdas que queremos sorprenderla? Bajará por esa escalera, así que cuando te diga te ocultas allí. -Le señaló una columna y Maura asintió con una gran sonrisa traviesa. Desde ese lugar, Ella podría estar al tanto de la niña y la escalera.
Maura se había quedado toda la semana con los Quinns, mientras Constance estaba en Francia por un viaje de negocios para comprar varios cuadros para una colección que estaba preparando. Al principio, Constance dudó por no querer causarle molestias, pero los argumentos de Ella fueron lo suficientemente buenos para convencerla de dejarla con ella y los mellizos.
Ella notó que varias personas comenzaron a bajar por la escalera y le hizo la señal a la niña, sonriendo al ver cómo esta corrió y se escondió detrás de la columna.
Constance apareció arrastrando una pequeña maleta de mano. No se dio cuenta de la presencia de Ella hasta que subió en el escalador y alzó la mirada. Ella notó que, normalmente, Constance suele reprimir sus sonrisas y solo en ocasiones especiales es que realmente sonríe o cuando se trata de Maura. Así que cuando vio la leve sonrisa que llegó hasta los ojos verdes de la mujer, lo atribuyó al cansancio de un viaje tan largo y el cambio de hora.
-Ella, qué sorpresa. Esperaba ver a Aldo -dijo en su usual tono bajo.
-Aldo espera en el garaje. ¿Me permites? -Preguntó aunque ya le estaba quitando la maleta de la mano, dejando a la morena con la palabra en la boca. Ella se giró y le hizo un guiño a la niña.
-¡Mamá! ¡Sorpresa!
A Constance apenas le dio tiempo inclinarse para recibir a Maura y alzarla en sus brazos, abrazándola con fuerza.
-Hola, cariño. Te extrañé mucho.
-Yo también te extrañé mucho, mamá. Ella me trajo para sorprenderte. Te hice muchos dibujos -dijo entusiasmada, aferrándose al cuello de Constance.
-¿Sí? -Preguntó con una sonrisa de oreja a oreja, mirando a la mujer que había apartado la mirada con un rubor en las mejillas, llevándose con ella la maleta. Constance la siguió en silencio mientras ambas escuchaban las historias de Maura.
-Bienvenida de regreso, Constance.
-Gracias, Aldo.
Constance subió a Maura al asiento trasero y estuvo agradecida con el hombre por haber encendido la calefacción del auto para que estuviera caliente cuando llegaran. Maura se quedó sentada sobre sus piernas y Constance la rodeó con los brazos, asegurándola a su cuerpo. Ella subió en el asiento trasero y se puso el cinturón de inmediato, cerrando los ojos por un instante mientras respiraba profundamente.
Constance presionó un botón en la puerta a su lado y el vidrio de privacidad entre el chofer y los pasajeros se volvió opaco al instante.
-¿Estás bien, Ella?
Constance se quedó con la palabra en la boca cuando su hija se adelantó a preguntar. Ella abrió los ojos y forzó una sonrisa al mirarla, asintiendo.
-Sí, solo estoy un poco nerviosa.
-¿Por qué? -Preguntó Maura con curiosidad.
Ella tragó en seco y miró a Constance a los ojos.
-Hace mucho tiempo que no… que no vengo a un aeropuerto.
-Pero ya salimos.
La expresión de Constance se volvió seria al comprender las palabras de Ella.
-No lo pensé -dijo Ella en voz baja como explicación ante la mirada de Constance-. No pensé en el regreso. Solo quería sorprenderte con Maura -explicó más rápido cuando sintió que el auto comenzó a moverse.
Maura intercambió miradas entre las dos mujeres antes de moverse, ignorando el regaño de su madre de que no lo hiciera, pero Maura no hizo caso y no se detuvo hasta terminar sobre el regazo de Ella, abrazándola por el cuello.
-Mamá y yo estamos contigo.
Ella rio, estrechando a la niña con un brazo.
-Gracias, Maura. Me siento más segura con ustedes.
-¿Mamá?
-¿Sí, amor?
-No quiero que Ella tenga miedo.
-Maura, no… -susurró Ella y las palabras se ahogaron en su garganta al sentir la calidez de una mano sobre la suya.
-¿Sigues sintiéndote nerviosa? -Preguntó Constance, mirándola a los ojos por un instante antes de mirar a Maura, que sonrió y escondió el rostro en el cuello de la mujer.
Ella negó suavemente con la cabeza porque no se atrevió a hablar. ¿Nerviosa? Aquel contacto inesperado hizo que se olvidara hasta de su propio nombre. Constance no quitó su mano durante todo el camino, ni siquiera cuando Maura se quedó dormida con el rostro escondido en el cuello de Ella. No fue hasta que el carro se detuvo que apartó la mano para sacudirse la falda distraídamente antes de abrir la puerta.
-La llevo -avisó Ella y bajó del auto con Maura aún dormida.
-¿Quieres una? -Ofreció Constance con una copa de vino en la mano.
-Gracias.
Ella se acercó a la isla de la cocina, observando cómo Constance servía el vino y le acercó la copa al deslizarla sobre la isla que las separaban.
-Aún estoy con el horario europeo. No creo que pueda conciliar el sueño y espero que esto ayude -dijo con un suspiro, girando el líquido carmesí en la copa-. Gracias por cuidar de Maura. ¿Confío en que se portó bien?
-Un angelito.
-Me ha agradado la sorpresa -dijo unos instantes después sin elaborar más. Ella entendió a qué se refería.
Ella asintió y se bebió el resto del vino antes de sacar el celular del bolsillo de la chaqueta y escribir rápidamente un mensaje de texto.
-Elena se preocupa si no le dejo saber que hemos llegado bien -explicó mientras escribía el mensaje.
-Entiendo el sentimiento.
-Siempre dice… ¿Qué? -Se quedó boquiabierta sosteniendo el celular en las manos, mirando a la morena.
Constance negó con la cabeza y se inclinó sobre la isla para agarrar la copa vacía de Ella, girándose para dejar ambas copas en el fregadero.
-Cierra la boca, Ella. No es atractivo.
La risa de Ella la sorprendió y se giró, ladeando la cabeza sin comprender qué podría ser tan gracioso.
-Hay veces que dices cosas y tengo una sensación de que no es la primera vez que lo haces.
La comisura de los labios de Constance se arquearon en una leve sonrisa.
-Aldo está esperando afuera. Te llevará a casa.
-No es necesario, Constance, puedo llamar un taxi.
-Aldo se ofreció -dijo, aunque se lo habría pedido de igual forma-. Me quedaré más tranquila si vas con él.
Ella se quedó mirándola y las palabras resonaron en su cabeza "Entiendo el sentimiento" ¿Acaso Constance también se preocupaba por ella?
-Buenas noches, Constance. Espero que puedas dormir pronto.
-Buenas noches, Ella.
Dos días después, Ella se encontraba una vez más enfrente de la puerta de Constance.
-Recojan sus mochilas -indicó a los mellizos-. Espéreme aquí -le dijo al taxista y siguió a los niños hasta el portal de la casa, tocando la puerta.
Un grito emocionado se escuchó al otro lado de la puerta y Maura la abrió, seguida por Constance pidiéndole que no gritara.
-Hola, Constance -saludaron los mellizos al unísono y se adentraron en la casa, siguiendo a Maura.
-Esos ni…ños -tragó en seco cuando miró a la mujer de pies a cabeza; los botines negros tan altos que cubrían la rodilla, el vestido negro y la chaqueta de cuero del mismo color.
-Gracias otra vez por brindarte para cuidarlos. Prometo que estaré de regreso antes de las diez.
-No te preocupes. Te dije que pueden quedarse a dormir si es necesario. -Se aclaró la garganta-. En caso de que tu cita termine bien -dijo porque con ese atuendo y el maquillaje oscuro, ¿qué otra cosa podría ser?
-¿Qué? N… -El claxón de un auto sonó y Ella se giró hacia el taxi, pensando que había sido él-. Tengo que volver, el taxi me está esperando. Llámame cualquier cosa.
-Sí -respondió Constance y se apoyó en el marco de la puerta, sin apartar la mirada de la joven que apresuró el paso y entró en el taxi. Con un suspiro cerró la puerta y se apoyó en esta por varios segundos, observando a los niños en el salón.
-¿Quién quiere lasaña? -Preguntó y sonrió ampliamente cuando los tres niños se pusieron de pie de inmediato y se apresuraron a la cocina.
-¡Mia bella! -Exclamó Rafael cuando Ella se acercó a la mesa del bar-. Guau, ¿Y esto? -Preguntó, tocando las puntas del cabello corto y castaño claro.
-Te lo dije y no me creíste -dijo Sarah poniendo los ojos en blanco antes de ponerse de pie y saludar a Ella con un beso en la mejilla.
-Te queda estupendo, mi Santorini. No puedo creer que me voy un par de semanas y vuelvo para encontrarme con estos cambios drásticos -dijo Rafael sin quitarle los ojos de encima.
-Grecia te hizo bien; tienes un poco más de color.
El hombre sonrió y tomó un sorbo de un líquido oscuro en el vaso de cristal que no había dejado de sostener en la otra mano.
-Ni me digas. Ahora entiendo por qué Constance no tomaba vacaciones. Vamos, que estaba en Grecia por trabajo y aún así vuelvo y siento que tengo que estar trabajando las veinticuatro horas para ponerme al día con todo.
-Y a pesar de eso estás aquí -comentó Sarah con una sonrisa burlona-. ¿Qué quieres de beber, Ella? -Preguntó al ponerse de pie.
-Una cerveza está bien. Gracias, Sarah.
-De nada "mi Santorini" -imitó a Rafael y esta vez fue él quien puso los ojos en blanco.
Ella soltó una carcajada; había extrañado las ocurrencias de los dos. A diferencia de Constance, Rafael y Sarah habían sido dos constantes desde que despertó de la coma. Los dos le hablaron sobre Ciao y dieron información de los casi dos años que estuvo trabajando en ese lugar, incluso sobre Constance. Al menos lo que se atrevieron a contarle sin el permiso de ella. Elena había tenido razón al decir que hasta el propio Rafael, en el fondo, temía a la mujer.
-Aquí tienes -ofreció Sarah antes de sentarse con su propia cerveza.
-Antes de emborracharnos…
-Recuerda que tengo dos hijos que tengo que recoger -interrumpió Ella.
-Espera. ¿No me dijiste que se quedarían en casa de Constance?
-Sí, pero no quiero…
-Venga, querida, vive un poco. ¿Desde cuándo no sales por unas copas? Olvida eso -se apresuró a decir Rafael al darse cuenta de lo estúpido que había sido al preguntar aquello-. Como decía, antes de emborracharnos tenemos que hablar contigo de algo muy importante.
-¿Sí? -Preguntó Ella y Sarah asintió.
-El cumpleaños de Constance -dijo Sarah y por alguna razón su rostro reflejó más miedo que cualquier otra cosa.
-No muchas personas conocen la fecha correcta -añadió Rafael y gruñó-. Incluyéndome -admitió y los dos miraron a Sarah.
-Yo sí -dijo.
-¿Yo sabía? -Preguntó Ella.
-¿La verdad? No tengo idea. Constance es una persona muy privada y yo solo me enteré porque Arthur llamó preguntando por el horario para saber si podía sorprenderla por su cumpleaños. Y creo que Constance se enteró porque, Dios, me hizo aquella semana imposible. De verdad creo que fue la peor semana de mis dos años. Fue una pesadilla -dijo con un suspiró y tomó un largo sorbo de cerveza-. Casi renuncio.
-¿Entonces? -Preguntó Ella.
-Pues ya Constance no trabaja en Ciao.
-Recuerda que sigue siendo socia -le recordó Rafael.
-Pero no puede despedirme… ¿o sí? -Preguntó alarmada.
-Venga, Sarah. No te va a despedir. Además, si le decimos a Santorini, Constance no sabrá si lo tenía anotado en el calendario o algo, qué sé yo.
-Esto me está sonando muy arriesgado -pensó Sarah en voz alta.
-¿A mí? -Pregunto Ella con un tono igual de alarmado.
-Pues pensábamos que podrías sorprenderla. Algo simple, tal vez.
Ella soltó una carcajada y los dos se quedaron mirándola boquiabiertos hasta que la risa se detuvo y la expresión de Ella se volvió seria y se arrimó a los dos, inclinándose sobre la mesa.
-Ustedes dos me quieren muerta, ¿verdad? -Los dos abrieron los ojos alarmados, y si no fuera por la situación, Ella se hubiera echado a reír una vez más-. ¿Quieren que sorprenda a Constance en su cumpleaños? Cuando claramente, por lo que acaban de decir, saben que no le gusta ese tipo de cosas ¿Qué les hace pensar que es una buena idea? La estoy conociendo poco a poco, pero desde ya les puedo confirmar que no le gusta las sorpresas. No de ese tipo -especificó.
-Guau -susurró Sarah y sonrió, mirando de reojo a Rafael, que sonreía también.
Ella frunció el ceño, confusa.
-Es precisamente por eso, querida. De los tres eres la más cercana a Constance, por mucho. Créeme que yo no tengo los cojones para hacerlo. Lo puedo admitir. Pero tú, tú eres diferente.
-¿De qué estás hablando, Rafael?
-No tienes idea del privilegio que es conocer a Constance Isles a ese nivel tan personal -dijo Sarah negando con la cabeza.
-Venga Sarah, se te sale la fangirl. -Se burló Rafael y Sarah le lanzó una mirada asesina.
-Incluso antes del accidente eras diferente a las demás. Para Constance lo eras; te permitía hacer cosas que ninguna otra asistente o persona en general podía. Ya sabes de qué hablo. Especialmente con Maura. ¿Eres consciente de que muchos en Ciao ni siquiera sabían que Constance tenía una hija? Y ni hablar de confiársela a alguien. Aún recuerdo la primera vez que te vi cargando a Maura en el ascensor, casi me da un infarto.
-No le hagas caso, solo está celosa.
-¿Qué diablos estás bebiendo que ya estás diciendo estupideces? -Protestó Sarah.
-Creo que voy a necesitar algo más fuerte que esto -susurró Ella, mirando su botella de cerveza antes de tomar un largo sorbo.
-Como decía antes de ser interrumpida groseramente… de nosotros tres, eres la más cercana a Constance. Tienen una amistad, ¿no es así?
Por alguna razón el corazón de Ella latió rápidamente cuando asintió en forma de confirmación.
-Y este año ha sido… pues, tú mejor que nadie tienes una buena idea de eso. Está sola con Maura.
-Aún así, Sarah. No creo que le vaya agradar…
-Es el domingo. Este domingo. -Soltó de repente como si se tratara de una granada de la que tenía que deshacerse. Ahora Ella sabía y podía hacer con esa información lo que quisiera. Sarah solo quería quitarse de encima el peso de aquel secreto… eso y que no quería que su ex-jefa estuviera sola.
-¡Pero eso es en dos días! -Exclamó con pánico-. ¿No pudieron haberme dicho antes? ¡Es Constance Isles! ¿Qué se le puede regalar a una mujer que puede tener lo que quiera?
-Pues no sé -dijo Rafael con una sacudida de hombro-. Por eso te lo estamos pidiendo a ti.
-Ahora sí sé que me quieren muerta -dijo entre dientes-. Voy por algo más fuerte -avisó y los dos se sorprendieron al verla regresar con una botella de whisky.
Constance no dejaba de dar vueltas en su cocina porque Ella no estaba respondiendo a sus llamadas y siempre lo hacía. El recuerdo de la única excepción fue suficiente para dejarla nerviosa. No se atrevió a llamar a Elena porque sabía que estaba trabajando un doble turno en el hospital. Tampoco quería alertarla cuando ella misma le insistió a Ella que los niños podían quedarse a dormir si su cita marchaba bien.
Ya eran las 11:27 pm, así que dedujo que la cita había sido un éxito y Ella había decidido quedarse con esa persona. Aun así, le extrañaba que no le haya avisado o que no contestara sus llamadas. Y, por alguna razón, el pensamiento de que Ella se haya quedado con alguien le revolvía el estómago. Ese extraño sentir lo atribuyó a que Ella no haya tenido la decencia de haberle siquiera avisado.
El timbre de la puerta sonó, y Constance se apresuró a abrirla antes de que volviera a sonar y despertara a los niños.
No pudo disimular la sorpresa que sintió al ver a su ex-asistente al pie de su puerta a esa hora.
-Sarah. ¿Qué haces aquí?
-Amm…
-Ya veo que sigues siendo tan elocuente como siempre.
La mujer se rio y Constance se dio cuenta de que estaba con un par de copas de más.
-Es que traigo a Ella.
-¿Ella? ¿Está bien?
Sarah no dejaba de reírse, asintiendo con la cabeza.
-Santorini, un pie enfrente del otro sí. Así, así.
Constance alzó la mirada al escuchar la voz de Rafael.
-Pero qué… -susurró entre dientes.
-¡Constance! Les advertí que llegaríamos tarde -dijo Ella, aunque apenas se le entendió.
-Quería asegurarme de que llegara bien -explicó Rafael.
-¿Estaba con ustedes dos?
-Era nuestra noche de amigos -dijo Sarah al pasar un brazo por encima de los hombros de Ella, besando su mejilla-. Ciao, ciao, mia bella.
-Deja de imitarme -protestó Rafael.
-¿Tú también estás borracho? -Preguntó Constance.
-Claro. Ya tocaba unos tragos con mi Santorini. Solo que se le fue la mano -dijo, intentando estabilizar a Ella.
-Me han puesto bajo mucha presión -protestó Ella y Rafael abrió los ojos alarmado, callándola con un "Shhhh" a lo que Ella respondió con una carcajada.
-¿Está bien si la dejamos en tus manos? Nos íbamos a quedar en mi apartamento, pero seguía insistiendo con que tenía que estar aquí a las diez…
-Está bien. -Constance alargó un brazo y Ella no dudó un segundo en acercarse, abrazándola.
-Hola -susurró en su cuello.
Constance ignoró el saludo de Ella, el roce de sus labios al moverse pronunciando la palabra sobre la piel de su cuello, y también las miradas atónitas de sus dos ex-empleados.
-Gracias por traerla.
Sarah y Rafael se miraron entre sí, ambos pensando que debían de estar bien pasados de copas como para haber escuchado aquello. Mientras tanto, Ella se rio y el roce de sus labios en la piel del cuello causaron que el cuerpo de Constance se estremeciera de pies a cabeza.
-Eso es todo -dijo, deslizando un brazo por la cintura de Ella, ayudándola a entrar en la casa.
Constance no había cerrado la puerta aún cuando logró escuchar los susurros de Sarah preguntándole a Rafael si también la había escuchado dar las gracias. La carcajada de Rafael se pudo escuchar al otro lado de la puerta cuando la cerró. Ella no dejaba de balbucear sobre la piel de su cuello, y apenas podía entender una que otra palabra.
-Siéntate aquí -pidió en voz baja, deslizando el brazo de la cadera de la mujer para poder ayudarla, aunque antes de poder siquiera hacer algo, Ella se dejó caer en el sofá-. Los niños ya están durmiendo -explicó cuando logró entender que Ella preguntaba por ellos.
Constance permaneció en silencio por varios segundos, observando a la mujer que parecía estar luchando por mantener los ojos abiertos. Con un suspiro aliviado se encaminó a la cocina.
-Siento haber llegado tarde.
Constance la escuchó desde la cocina y frunció los labios. Ella seguía disculpándose por cosas tan insignificantes. Era curioso: cuanto más cambiaban las cosas, más seguían igual.
-Toma esto -ordenó, ofreciéndole una pastilla en una mano y un vaso de agua en la otra-. Toda el agua. Eso -dijo con un tono más suave que hizo que las mejillas de Ella se ruborizaran. Constance dejó el vaso sobre la mesita de café y la ayudó a quitarse la chaqueta de cuero-. Puedes dormir en el cuarto de invitados.
-Aquí está bien -susurró Ella mientras se deslizaba lentamente para recostarse.
-Ni se te ocurra poner esas botas en mi sofá -protestó y antes de que Ella pudiera incorporarse -o intentarlo- se arrodilló y comenzó a quitárselas.
-Constance no…
-Calla.
-¿Por qué eres tan buena conmigo? -Preguntó después de unos instantes de silencio.
Constance pausó sus movimientos, sosteniendo una bota en la mano, y alzó la mirada encontrándose con un brillo en esos ojos azules que la observaban con una sinceridad abrumadora. Durante su vida le habían preguntado y llamado de varias formas, pero ¿buena? No.
-Te lo mereces, y, sobre todo, quiero serlo. Contigo.
Ella suspiró y se cubrió el rostro con el antebrazo.
-Aún te tienen un poco de miedo -confesó, y los movimientos de la morena volvieron a pausar brevemente antes de terminar de quitarle la segunda bota y ayudarla a poner las piernas sobre el sofá.
-No fui muy conocida en mi círculo profesional por mis actos de bondad.
Ella sonrió y apartó el brazo de su rostro para mirarla.
-Eres muy buena, Constance. No solo conmigo. Me gustaría que los demás pudieran ver lo que yo veo.
-¿Mi bondad innata, generosidad y no olvidemos mi terquedad? -dijo con sarcasmo, incorporándose para agarrar la manta sobre el espaldar del sofá y cubrirla.
-Eres todo eso, de verdad, pero también eres una bella persona, Constance. Por fuera y por dentro. Me gustaría que tú también puedas verlo. Algún día… -murmuró a la vez que sus ojos comenzaban a cerrarse y su respiración se volvía más lenta.
-¿Qué haré contigo, Ella? -Se preguntó en voz baja, inclinándose sobre la mujer, extendiendo una mano para apartar un mechón de pelo de su rostro, pero sin atreverse.
Constance cerró la mano en un puño y con un suspiro se dirigió hacia la escalera, sintiéndose más tranquila de que Ella estuviera segura.
