Ella no pudo negarles a sus hijos estar con su padre durante el fin de semana. Hacía meses que no lo veían físicamente y, según Elena, solo lo habían visto dos veces durante el tiempo que ella estuvo trabajando en Ciao. Sus hijos parecían emocionados ante la idea de pasar dos días con su padre.

-Me gusta el cambio. -Hizo un ademán hacia su propia cabeza.

-Gracias, Oliver. ¿Te quedarás en el hotel los dos días?

-Sí. El lunes tengo que volar de regreso a Los Ángeles. ¿Está bien si te los regreso esa mañana?

-Claro. Llámame si necesitas algo... —dijo con un tono preocupado, claramente nerviosa por dejar ir a sus hijos aunque fuera con su propio padre.

Los dos se giraron hacia la puerta principal cuando esta se abrió de repente.

-¡Vaya! ¿Y este milagro? -exclamó Elena, quien aún vestía su uniforme.

-Elena -saludó Oliver.

-¡Titi! -Exclamó Noah, abrazándola por la cadera-. Papá nos llevará al parque y nos quedaremos con él el fin de semana.

-Oh, ¿sí? -Preguntó y miró a Ella, buscando alguna confirmación en su mirada-. Eso es genial, diablillos.

-Creo que tenemos todo, ¿cierto? -Preguntó Oliver a los niños, quienes gritaron un "sí" con vivacidad.

Ella abrazó a los dos con fuerza, recordándoles que se portaran bien con su padre. Los tres salieron del apartamento, y Ella se acercó a la ventana, siguiéndolos con la mirada hasta que se subieron al taxi que había estado esperando.

-¿Oliver aquí? -preguntó Elena mientras buscaba algo de comer en el refrigerador.

-Lo enviaron a Nueva York por trabajo. Ya lleva toda la semana aquí y se va el lunes.

-¿Y apenas te lo dijo? -dedujo su hermana con un tono de desaprobación.

-¿Te sorprende? Aún recuerdo las razones para divorciarme de él.

Las dos rieron como si se tratara de una broma.

-Tengo que bañarme y regresar al hospital -avisó, casi atragantándose con un pedazo de pan.

Ella aprovechó el tiempo para seguir pensando en su plan para Constance, aunque no tenía ningún plan. Lo único que tenía en concreto era ansiedad. Mucha ansiedad, y culpaba a Rafael y Sarah. Le hubiera gustado no recordar nada cuando despertó en el sofá de Constance, pero desgraciadamente no fue así.

Lo único que tenía muy presente era que el cumpleaños de Constance era al día siguiente y no tenía ni la más mínima idea de qué podría hacer o si debía hacer algo.

Constance había sido muy paciente con ella en la mañana. Ella fue despertada por Maura, y al incorporarse, se dio cuenta de que el Señor Güino había estado entre sus brazos.

-Güino cuidaba de tus sueños. Estabas haciendo mucho ruido roncando -explicó la niña antes de regresar a la cocina con su madre, que por el temblor de sus hombros era obvio que estaba intentando contener su risa, escuchando cómo Ella intentaba convencer a Maura de que no roncaba.

-Buenos días. ¿Cómo te sientes? -Preguntó Constance sin dejar de atender lo que estaba cocinando en la sartén y que olía a tocino.

-Como si me hubiera tomado la mitad de una botella de Jack Daniel's barato -dijo al sentarse en el sofá, sosteniéndose la cabeza antes de peinarse con los dedos; era una de las ventajas de tener el pelo tan corto. Se sorprendió al no tener resaca, pero sus ojos se sentían muy sensibles con la luz que entraba por las enormes ventanas del salón, y deducía que Constance las había abierto a propósito para despertarla con la luz natural.

-Come -ordenó después de que Ella abrazara a Noah y le diera un beso en el pelo a Izzy. Ella se sentó entre los niños con Izzy y Maura a cada lado. Constance le puso delante un plato con huevos fritos, tocino y hash browns-. El desayuno es lo único que se me da... moderadamente en la cocina.

-¡Y dulces! -gritó Maura y Constance miró a su hija con una leve sonrisa.

-Guau -exclamó y sintió que salivaba al mirar el contenido del plato-. ¿Panqueque? -le preguntó a Maura, que solo tenía unos panqueques de arándanos y un vaso de leche-. ¿No tocino para ti, Maura?

-Estás equivocada si crees que alimentaré a mi hija con esa cantidad de grasa a primera hora del día -dijo Constance con un tono más suave de lo usual, mirándolas a ambas mientras sostenía una taza de café oscuro y tomaba un sorbo.

-Cons hace los mejores panqueques del mundo -aseguró Izzy, que tenía una montaña de panqueques de chocolate.

Ella fingió una expresión escandalizada.

-¿Mejores que los de tu madre?

-Lo siento, ma, pero Izzy tiene razón -confirmó Noah, y Constance le ofreció una sonrisa triunfante a Ella.

-Eso ya lo veremos…

-Creo que tus propios hijos lo acaban de dejar muy claro. ¿Eso qué es? -Preguntó al escuchar algo en el salón.

-Creo que es mi celular -hizo ademán de ponerse de pie, pero Constance la detuvo.

-Te lo traigo, tú come.

Maura se rio, y Ella miró a la niña, haciendo un puchero que solo hizo que Maura riera más, con los mellizos uniéndose.

-¿Qué es tan gracioso?

-¡Nada! -Se apresuró a decir Ella, aceptando el aparato. No tenía mucha batería, pero la suficiente para poder ver todas las llamadas perdidas de Constance de la noche anterior. Ella alzó la mirada hacia la morena, pero Constance evitó sus ojos como si supiera exactamente que su momento de pánico y las casi diez llamadas perdidas estarían ahí, en todo su esplendor para los ojos de Ella-. Hmmm. Oliver está en Nueva York.

-¿Oliver? ¿Papá? -Preguntaron Constance y Noah a la vez.

-Sí. Es mi exesposo. Parece que ha estado aquí por cuestión de trabajo. Quiere que se queden el fin de semana con él -dijo insegura, intercambiando la mirada entre los mellizos.

-¡Sí! -Exclamó Noah, que siempre ha adorado a su padre. Izzy también asintió aunque no se veía tan emocionada como su hermano.

Ella asintió distraída mientras escribía un mensaje en el celular.

-Terminen de desayunar e iremos a casa para preparar sus mochilas. Come lento, Noah. Por favor.

-¿Acaso no te has movido de ahí todo este rato? -Preguntó Elena desde el pasillo, secándose el pelo con una toalla.

-Hmmm.

-¿Qué pasa?

-No pasa nada.

Elena suspiró y se dejó la toalla sobre los hombros, colocando ambas manos sobre las caderas.

-¿Cuántas veces tendremos que hacer esto? Sabes que te conozco lo suficiente.

Ella dobló los hombros y caminó hasta el sofá y se dejó caer.

-Es el cumpleaños de… alguien. Y no sé qué podría regalarle.

-¿De alguien nuevo? -Así habían decidido llamar a las personas que Ella había conocido en Nueva York y que había olvidado a causa del accidente.

Ella asintió.

-Ya… ¿puedes preguntarle a alguien conocido en común?

-No. Nadie más sabe que es su cumpleaños. Y es que no sé si regalarle algo tangible porque creo que ya tiene todo lo que desea o puede tenerlo si quiere.

-Ya… -Elena intentó mantener una expresión neutral porque sospechaba quién era la persona en cuestión-. Pues entonces algo que no sea material.

-Aggg, creo que intentaré dormir unas horas para aclararme la mente. No, no para evitar pensar en algún regalo -aclaró ante la mirada divertida de su hermana.

-No he dicho nada -dijo Elena riendo, alzando los brazos para seguir secándose el pelo-. Mejor duerme porque no te ves muy bien, pareces cansada.

-Algún día aprenderé a no beber tanto whisky barato -murmuró Ella, poniéndose de pie para encaminarse hacia su habitación.


Ella despertó desconcertada con el sonido constante y la vibración que sintió bajo su almohada.

-Ella.

Ella pestañeó rápidamente y apartó el celular para mirar la pantalla. El nombre de "Constance" hizo que se sentara de un respingo, desconcertada.

-¿Maura? -¿Qué hacía Maura llamándola a esa hora?-. ¿Estás bien? -¿Constance está bien? Quiso preguntar, pero la niña comenzó a hablar.

-¿Irás con nosotras mañana? -Preguntó en voz baja con un tono tímido. Antes de que Ella pudiera preguntar a qué se refería, escuchó la voz de Constance en el fondo-. Con Ella… pero ma…

-Anda a tu cuarto y ya hablaremos de esto.

Ella se imaginó el rostro de Maura ante esas palabras serias y tragó en seco. Esperaba que Constance terminara la llamada.

-Ella, discu…

-¿Estás bien?

Hubo una breve pausa que hizo que volviera a mirar la pantalla solo para asegurarse de que la llamada aún estuviera activa.

-¿Constance?

-No sé por qué te ha llamado. Claramente estabas durmiendo, perdo…

-No, no. Maura puede llamarme en cualquier momento, solo me sorprendió que haya sido de tu celular personal. Pensé que te había pasado algo. Me preguntó si iría con ustedes mañana, pero no le dio tiempo a decirme a dónde.

-Ya veo. Puedes regresar a dormir.

Ella bufó y se rio ante la idea de que la mujer la estuviera mandando a dormir.

-¿No me vas a decir?

-Quiere ir al parque. Pensó que… -Constance pausó, y el suspiro profundo se escuchó a través de la línea. Ella se mordió el labio inferior en un intento fallido de contener su sonrisa. En poco tiempo se había dado cuenta de que a la mujer le costaba expresar lo que sentía, pero por alguna razón que aún no entendía, parecía esforzarse, de verdad, por expresarse más de lo usual con ella. Y Ella estaba agradecida-. …vendrías con nosotras por ser domingo.

Ella frunció el ceño ante esa confesión. ¿Por qué Maura pensaría algo así si no habían salido los domingos en meses? Al menos de que… claro que Maura sabía que era el cumpleaños de su madre.

-¿Sí?

-Ujum.

-No tengo ningún plan. -Claro que no tenía ningún plan si había pasado medio día tirada en el sofá, ansiosa por la presión que Sarah y Rafael habían puesto sobre ella. Y después de cenar una tonelada de carbohidratos (como su hermana se refería a la comida china), se durmió sin darse cuenta.

-Mañana a las 10:30 a. m. En la fuente de Bethesda -dijo con un tono sereno y colgó sin esperar por una confirmación.

Ella miró por tercera vez la pantalla, confirmando que la llamada había sido terminada y, de la nada, empezó a reír. No estaba segura si era por la ansiedad sobrecogedora o por el hecho de que Constance la había invitado a pasar el día con ellas. O las dos cosas.


Constance y Maura caminaron de la mano hasta llegar a la fuente. La temperatura era agradable, un poco fría y de esperar para comienzos de noviembre en Nueva York, pero había chequeado el tiempo y estaba supuesto a calentar en la tarde.

¿Acaso será la primera vez que llegue tarde? ¿Hoy de todos los días? Pensó Constance al mirar disimuladamente el reloj en su muñeca; solo quedaban cinco minutos para las diez y media. Su mirada divagó sobre los rostros desconocidos de las personas caminando y corriendo hasta que, como un imán, se detuvieron sobre la mujer por la que esperaba y que se dirigía hacía ellas con una gran sonrisa y un paso apresurado, casi corriendo.

Dios mío. Pensó al ver lo que Ella llevaba en la cabeza.

-¡Justo a tiempo! -Exclamó al llegar a ellas.

-Llegar a tiempo es llegar tarde -dijo Maura, y Constance la miró con orgullo.

-¿Ofrenda de paz? -Extendió el portador de vasos y Constance arqueó una ceja, frunciendo los labios al ver que uno de los vasos tenía escrito "Cons"-. Dije el nombre completo, pero así lo escribió el muchacho -explicó rápidamente.

-Esto será suficiente. Por ahora.

La respuesta de Ella fue una gran sonrisa antes de ponerse de cuclillas, abriendo los brazos enfrente de Maura. Constance se sorprendió, aún lo hacía, de lo fácil que había sido para las dos volver a ser como antes. No, no era como antes, era mejor. Mucho mejor. En cambio, la relación entre ellas dos era… diferente. Maura rio abiertamente y prácticamente saltó en los brazos de Ella que se tambaleó al perder el equilibrio. Maura susurró algo que Constance no logró escuchar, pero dedujo lo que había sido cuando Ella contestó con un "Nos vimos ayer, cariño".

-¿Esto qué es?

Sí, Ella, ¿qué diablos es eso? Pensó Constance, que no pudo evitar juzgar aquel accesorio. Nadie se atrevería a usar aquello en su presencia.

-Un regalo de Izzy y Noah. -Pareció sorprendida al tocarse el gorro tejido y sentir las orejas de pompón, como si hubiera olvidado que lo tenía puesto.

-¿Puedo tener uno así? -preguntó Maura, mirando a su madre con uno de sus mejores pucheros.

La mirada que Ella recibió de Constance la hizo estremecer de pies a cabeza.

-Olvidé quitármelo. Estuve hablando con los niños antes de salir e insistieron que lo usara y lo hice para complacerlos, y luego lo olvidé y ya se me hacía tarde y… -Cerró la boca cuando Constance alzó una mano-. A veces olvido quién eres -confesó en voz baja. ¿Cómo se le ocurrió llevar aquello cuando quedó con alguien a quien muchos consideraban una diosa en el mundo de la moda?

-Tal vez encontremos uno para ti -dijo Constance, colocando una mano sobre el gorro de lana de su hija.

-Claro. ¿Caminamos? -dijo Ella, enderezándose y sosteniendo los tirantes de la mochila.

-¿Qué es eso?

-Es una mochila térmica, échale un vistazo.

Constance cruzó los brazos, observando cómo Ella se ponía de cuclillas otra vez y la miraba con una sonrisa -¡¿Acaso nunca deja de sonreír?!- mientras Maura revisaba el contenido de la mochila, exclamando emocionada al ver su bebida favorita.

-¿Piensas ir de excursión? -preguntó Constance.

Ella tiró el portavasos en la basura más cercana y tomó el último sorbo del café que le quedaba antes de tirar el vaso.

-¿Por qué lo dices? -preguntó Ella y volvió a sostener la mano libre de Maura. Ella la miró al no obtener respuesta, solo para darse cuenta de que la mirada de Constance estaba fija en la mochila-. Ah. Claro que no, soy de ustedes todo el día. Es para nosotras, pensaba que podríamos tener un picnic. La temperatura está perfecta y subirá un poco más. En todo caso, me aseguré de traer una manta gruesa. No te avisé -dijo al caer en cuenta-. Si tienes otros planes o quieres almorzar en algún lugar, pues… podemos hacer eso.

-Un picnic en noviembre…

Ella tragó en seco sin dejar de mirar la expresión pensativa de Constance. Ambas miraron a Maura que se rio, intercambiando la mirada entre las dos y agitando el brazo que sostenía de ambas mujeres.

-Principios de noviembre. Y tenemos suerte de que hoy el clima está perfecto para uno. Además, te hice tu sándwich preferido: mantequilla de maní, jalea de fresa y el ingrediente secreto.

-No hay ingrediente secreto -dijo, distraída al notar que una pareja mayor que caminaba al lado contrario les sonrió al mirarlas y luego a Maura. Constance siguió la mirada de los ancianos y notó lo que había llamado la atención: Maura en el medio de las dos, sosteniendo una mano de cada una. Piensan que somos una fam… No se atrevió a terminar aquel pensamiento. No era la primera vez que pasaba.

-Claro que sí. Supongo que solo podrás averiguarlo si lo comes.

Constance escuchaba a Maura y Ella, y solo respondía a preguntas cuando eran dirigidas directamente a ella. Maura había cambiado durante aquellos últimos meses; el hablar menos fue lo más notable, pero con la ex-asistente y los mellizos no había nada que la detuviera.

Son como una burbuja del pasado. Al menos para ella -pensó, mirando a su hija de reojo. En cambio, para Constance no era una burbuja, sino como si su mundo se hubiera puesto en reverso y ella aún intentaba verlo desde otro punto de vista, moviéndose poco a poco para balancearlo.

-¡Aquí estamos!

Constance miró alrededor, ignorando a Ella que la miraba expectante esperando algún tipo de reacción. Era un buen lugar; lejos de la mayoría de la gente, cerca del agua y con los rascacielos de Nueva York de fondo. No había sido una casualidad que Ella escogiera ese lugar. Rara vez lo era. No, tenía que dejar de pensar -esperar- cosas como antes. Deja de vivir en el pasado. Se reprendió a sí misma. A pesar de la pérdida de memoria, sí era difícil dejar de esperar una reacción familiar porque, en efecto, Ella hacía y decía cosas que sí la hacían olvidar que ya no recordaba el tiempo en que fue su asistente.

Era como si fuera invitada a esa burbuja y, de repente, explotara para regresarla a la realidad.

El problema -su paradoja personal- era que, de alguna forma, Ella sí sabía. ¿Acaso el problema era ella? ¿Era tan fácil de predecir? Constance soltó un bufido ante aquel pensamiento absurdo. Claro que no lo era.

-¿Está mal? Podemos ir a otro lugar -dijo Ella al escuchar el bufido acompañado de una mueca casi imperceptible.

-Está bien.

Ella no pareció muy convencida y no se movió.

-¿Te ayudo?

-¡No! Tú quédate allí. Mi asistente personal -le hizo un guiño a la niña- y yo nos ocuparemos de esto -indicó, quitándose la mochila.

Constance cruzó los brazos y se limitó a observar cómo Maura seguía las indicaciones de Ella al pie de la letra.

¿Acaso sabe que hoy…? No. Eso sería absurdo. De haber sido el caso, lo hubiera olvidado. Y nadie más sabe el día correcto… oh. Sarah. ¿Cómo se había olvidado de Sarah? Esto sería más fácil si no fueras tan insufriblemente amable, Ella. -Suspiró con la mirada desenfocada sobre el agua del embalse.

-Ya terminamos, mamá -avisó Maura que ya estaba sentada en la esquina de la manta.

Era un misterio cómo Ella se las había arreglado para llevar toda aquella comida en una mochila tan pequeña. Ella se quitó el gorro y se peinó el cabello corto con los dedos.

Constance no le había dicho -no directamente- que el cabello castaño claro y el corte así de corto enmarcaban su cara y resaltaban sus ojos azules de una forma maravillosa.

-Puedes sentarte. No se siente frío.

En realidad, Constance comenzaba a tener calor.

Ella dio unas palmaditas a su lado y Maura, pensando que el gesto fue dirigido a ella, se movió a su lado.

-Veamos cómo te queda -dijo y le quitó el gorro a Maura, peinando el cabello dorado antes ponerle el gorro con las pompóns-. Sí, definitivamente tenemos que comprarte uno.

-Concuerdo -dijo Constance cuando finalmente se sentó al lado de la niña.

Maura aceptó su bebida favorita y comió varias uvas y galletas antes de ponerse de pie para acercarse al agua, con la advertencia de que no se acercara mucho a la orilla. Ella se recostó sobre la manta, entrelazando los dedos detrás de la cabeza, cerrando los ojos. Por un momento efímero Constance pensó que se había quedado dormida. Pero Ella estaba despierta, eso lo sabía porque no dejaba de mover el pie derecho como si estuviera tarareando alguna canción en su cabeza.

Los labios de Ella se curvaron en una sonrisa y cuando sus ojos se abrieron de repente, Constance apartó la mirada rápidamente.

-¿Quieres tu sándwich? -preguntó con un tono algo nervioso, sonriéndole afablemente.

Constance la miró de soslayo y luego a Maura que corría de un lado a otro.

-¿Tanta prisa por confirmar lo equivocada que estás?

Ella exhaló por la nariz, parecía divertida.

Constance observó cómo el jersey de lana de Ella se deslizaba del hombro mientras se sentaba, y notó con fascinación lo relajada que parecía estar en su presencia. Aún no se acostumbraba a que Ella la tratara como a cualquier otra persona normal, y no como a Constance Isles, la temida Reina de Hielo en el mundo de la moda y, recientemente, en el mundo del arte. Su reputación la precedía en Ciao y más allá.

-Acepto el riesgo.

Constance la miró, enarcando una ceja.

-Cierra los ojos -pidió Ella mientras buscaba los sándwiches que había dejado guardados en la mochila.

-No.

-¿Qué? -Ella giró la cabeza lo suficiente para mirarla.

Por Dios…¿acaso está intentando hacer un puchero?, pensó Constance.

-No.

-¿Por qué no?

-¿En serio tienes que preguntar?

-Es una sorpresa, Constance. Si ves el contenido del sándwich, sabrás si me equivoqué o no sin siquiera probarlo. ¿Sígueme el juego? Te prometo que no le diré a nadie -añadió con un tono juguetón.

Ese comentario sería suficiente para ponerme de pie e irme, pensó, pero como si el pensamiento nunca hubiera cruzado su mente, soltó un largo suspiro y cerró los ojos. La risa de Ella hizo que el ceño de Constance se arrugara notablemente. Ya se estaba arrepintiendo de cerrar los ojos.

-¡No los abras! Extiende tus manos.

Constance hizo lo pedido, aunque no sin soltar otro suspiro y hacer una mueca.

El sándwich fue presentado sobre sus manos como una ofrenda.

-¿Qué gano si tengo la razón?

-No todo es una competencia.

-¿Dónde está la gracia en eso? -Dijo en voz baja, sosteniendo el pan en ambas manos. ¿Lo había tostado? La corteza se sentía dura. Lo hizo… confirmó al olerlo-. Respira. No te estoy viendo y estoy segura de que tienes esa expresión de pez fuera del agua.

La risa nerviosa de Ella confirmó sus sospechas.

La primera mordida que dio casi hace que soltara el sándwich. Tuvo que abrir los ojos para confirmar los sabores que su paladar estaba experimentando.

-Cómo… ¿Ella?

Aquella expresión de sorpresa en el rostro de Constance casi llega al mismo nivel que cuando la vio en el museo después de evitarla por meses.

-Tengo mis trucos.

-Dime -exigió saber, apretando la mandíbula con fuerza. Ni siquiera Arthur sabía de aquel "ingrediente secreto".

Aquel tono pareció surtir efecto en Ella, que de pronto se le había congelado la sonrisa triunfante. ¿Cómo una sola palabra podía transmitir tanto? En esas dos sílabas hubo un dejo de desesperación en la voz de Constance, como si le temiera a algo.

Ella se dio cuenta de que algo había cambiado en ese momento. Constance estaba sosteniendo el sándwich con tanta fuerza que la jalea amenazaba con caer sobre su regazo en cualquier momento.

Constance tragó en seco cuando el rostro de Ella se tornó melancólico repentinamente, antes de desviar la mirada hacia Maura.

-Observo. Solo observo. -Soltó una risa que extrañamente solo transmitió desesperanza-. Eso es todo. -Suspiró de manera casi forzada. Dobló las rodillas y apoyó los brazos sobre ellas.

-Eso no—

-Dime algo, Constance. -La cortó sin dejar de mirar a la niña y forzó una sonrisa cuando Maura la miró por un instante-. ¿Fui una buena asistente?

Aquella pregunta despojó a Constance de todos los sentimientos y dudas que hacía unos segundos sentía.

¿A qué viene esto?

-Sí -admitió entre dientes.

-Ya… -dijo Ella con una sonrisa trémula-. Nunca me imaginé como asistente. No sé si te lo había dicho antes. Antes del accidente. Y todo este tiempo me he estado preguntando cómo fue posible, aparte de la necesidad financiera, claro.

-¿Cómo fue posible qué? ¿Tolerarme por tanto tiempo? -Preguntó y apretó los labios.

-No. No exactamente.

Constance se giró, mirando hacia los rascacielos, con la mirada desenfocada. Para sorpresa de Ella, Constance le dio otra mordida al sándwich.

-Rafael, incluso Sarah, me han confirmado que fui buena haciendo ese trabajo. Aunque para ellos era más sorprendente que hubiera durado tanto. -Trabajando para ti, pensó, decidiendo guardarse ese comentario-. Creo que solo pude hacerlo porque observé. Debí haberlo hecho. Debí haberte observado lo suficiente para conocerte tanto como para anticipar tus necesidades. Es lo que haría cualquier asistente apto, ¿no?

Oh. Ella. No, no cualquier asistente 'apto' habría estado a tu nivel.

-Sé que te gusta con crema de malvaviscos porque observo. Admito que varias especulaciones que acerté jugaron una gran parte. Tienes un frasco en tu casa, detrás de la crema de maní, al fondo.

-¿Solo por eso? ¿Porque viste un frasco?

Ella se sacudió de hombros y la miró solo para guiñar un ojo.

-Hay trucos que no puedo revelar. ¿Dónde está la gracia en eso?

Constance apretó los labios al escuchar sus propias palabras siendo usadas en su contra. Lo que no lograba entender es por qué la expresión de Ella había cambiado tan bruscamente. Su sonrisa aún no alcanzaba sus ojos; era una sonrisa vacía.

¿Acaso tienes tu propia burbuja, Ella?

-¿Sientes que solo puedes hacer eso? Observar -preguntó casi en un susurro.

-A veces -admitió, agachando la cabeza en un gesto de vergüenza.

-Ella… -comenzó a decir, pero se detuvo-. Sé que nunca podré ponerme en tus zapatos. No podré entender…

Ella suspiró tan lánguidamente y el silencio que siguió fue casi sepulcral. Se aclaró la garganta unos instantes después y sacó un sándwich idéntico al de Constance.

-Mejor pruebo esto. Quiero saber qué tan bueno es. Es un buen día, disfrutémoslo.

Pudiste haber dicho "Ya no quiero hablar más de esto". No te insistiría…

-Es muy bueno -dijo Constance y sonrió levemente al notar el largo suspiro de alivio de la mujer a su lado.

…por ahora…


Maura insistió en ir al zoológico del parque, y Ella notó que Constance dudó por un momento en complacer a su hija. No se encontraban lejos, solo unos minutos caminando, y aún así, Constance se notaba rígida, como si la estuvieran obligando a dar cada paso. Sus dudas se esfumaron cuando escuchó un comentario de Maura, algo intransigente: "Esta vez no le tendré miedo al tigre". Ella supo en ese momento que no era la primera vez que habían venido al zoológico. Tampoco era la primera vez que Constance actuaba de esa forma cuando iban a algún lugar donde ya habían estado antes.

No lograron encontrar un gorro idéntico al de Ella, pero sí uno con orejas de oso. Ella había guardado su gorro en la mochila y se había quitado la chaqueta, que ahora sostenía contra su abdomen, con los brazos cruzados.

-¿Estás segura? -Preguntó Constance antes de que se acercaran al hábitat de los tigres.

-Sí, mamá.

-¡Qué chica más valiente! -exclamó Ella y le hizo un guiño a Maura.

-Lo puedo hacer sola -aseguró Maura, colocando los puños cerrados sobre sus caderas. Era la pose de superhéroe que le había enseñado Noah.

Ella se rio y asintió.

-Aquí estaremos. Solo por si necesitas apoyo, cariño -dijo Ella, mirando de reojo a Constance, que asintió y suspiró de alivio cuando Maura no salió corriendo cuando dos tigres se acercaron, antes de dar media vuelta, desinteresados.

Ese fue el momento en que todo tuvo sentido para Ella, como si hubiera encontrado la última pieza de un rompecabezas. Ella alzó la mirada y miró a su alrededor: el árbol detrás de Constance, la banca de un verde desgastado.

Aquí estábamos sentadas en el vídeo… justo aquí.

-Me alegra que estés aquí, Ella -dijo después de varios minutos de observar en silencio a Maura y los tigres, totalmente ajena al descubrimiento de Ella.

Ella se giró y la miró boquiabierta. Las palabras habían sido dichas tan suavemente que tuvo que haber sido su imaginación. Pero entonces Constance la miró a los ojos por un breve instante, -lo suficiente- para confirmarle que sí, en efecto, había escuchado bien.

-Eso… -Ella sostuvo con más fuerza la chaqueta, aferrándola a su cuerpo-. No quisiera estar en ningún otro lugar -dijo, pensando que los mellizos eran lo único que faltaba para hacer el momento perfecto.

-Si los niños estuvieran aquí, entonces sería perfecto -Constance no pudo evitar sonreír aunque con cierta tristeza.

Ella abrió la boca para decir algo, pero el nudo que se le había formado en la garganta la detuvo. Lo volvió a intentar. Se mordió el labio inferior y apretó con tanta fuerza sus puños que las uñas comenzaron a clavarse en las palmas de sus manos.

-¡Ella!

Los puños ocultos por el abrigo se relajaron al escuchar a Maura.

-¿Comerás pastel con nosotras? Papá no estará.

-Maura… -susurró Constance, colocando una de sus manos sobre el hombro de Maura.

Ella no se atrevió a mirar a la otra mujer.

-Claro. ¿Cómo podría negarme a pastel?


Maura se apagó tan rápido como un fósforo. En un momento estaba repleta de energías y al siguiente casi se queda dormida con la cara en el plato después de comerse el trozo de pastel. Constance no dijo mucho; en realidad, no sabía qué decir. Para empezar, estaba algo sorprendida de que Ella no hiciera preguntas: ¿Por qué el pastel? ¿Cuál es la ocasión? Ella solo las observó, aceptó el trozo de pastel y comió junto a Maura mientras recontaban los animales que habían visto en el zoológico.

Te he considerado muchas cosas, Ella, pero tonta no es una de ellas, pensó Constance, apartando el plato vacío y relamiéndose los últimos rastros del merengue en sus labios.

-¿Cariño? -Llamó al notar que los ojos de Maura se habían cerrado-. Maura.

Maura entreabrió los ojos, y en vez de responderle a su madre, lo que hizo fue que apoyó la cabeza sobre el antebrazo que descansaba en la mesa.

-Puedo llevarla a su cuarto -ofreció Ella.

-¿Puedes hacer tanta fuerza?

Ella se encogió de hombros. ¿Acaso se había olvidado de que ya había cargado a Maura cuando la fueron a recibir al aeropuerto?

-He terminado con la terapia física y no he tenido problemas hasta ahora.

-No -decidió-, pero me puedes ayudar si deseas.

Entre las dos, fue un trabajo fácil, y en cuestión de nada, Maura estaba con su juego de pijama puesto y dormida en su propia cama.

-¿Deseas una copa de vino? -Preguntó mientras bajaban las escaleras.

Ella se sentó en el sofá y esperó pacientemente hasta que Constance apareció con dos copas, sentándose en el mismo sofá pero en el otro extremo.

-Es el mismo de la última vez, pareció gustarte.

-Es exquisito -dijo antes de tomar un sorbo, intentando ignorar el hecho de que Constance no dejaba de mirarla mientras giraba el líquido en su copa-. ¿Pasa algo? -Preguntó cuando tragó y se aclaró la garganta, relamiéndose los labios.

-¿Quién te dijo? -Constance preguntó con aquel tono suave que podía estremecerla y paralizarla a su vez. En este caso, diría que la opción correcta era la segunda.

¿Qué ganaría con negarlo? En el poco tiempo que ha estado conociéndola -otra vez-, se ha dado cuenta de muchas cosas. Una muy importante es que a Constance Isles no se le debe mentir, especialmente si la amistad está de por medio. Una amistad que tampoco le tomó mucho tiempo en darse cuenta de cuán especial era, no por ser Constance, sino porque no tenía muchos amigos; se podrían contar con los dedos de una sola mano. El más cercano que conocía era Rafael y él ni siquiera sabía de su cumpleaños. ¿Tenía amigos siquiera? Alguien con quien pudiera ser ella en su totalidad sin murallas ni máscaras.

Y ahora Ella se encontraba entre la espada y la pared. Podría mentirle, hacerse la tonta y decir que no sabe de qué habla, pero de solo considerar aquel escenario, un mal presentimiento la abrumaba. La otra opción es decir la verdad sin importar las repercusiones.

Ella se peinó el cabello corto con los dedos y tomó otro sorbo de vino como si le ofreciera el coraje que necesitaba.

-Sarah.

Lo siento, Sarah… -pensó sin apartar la mirada de los ojos verdes que no mostraron ni una sola pizca de sorpresa- … lo sabía… ¿Todo este tiempo?

-No tengo un regalo -soltó sin pensar, y su expresión reflejó la sorpresa que sintió al escucharse a sí misma, y quiso golpearse mentalmente-. Lo sient…

-No, no -interrumpió Constance y tomó una pausa para degustar el vino.

Ella esperaba a que continuara, pero entre más se extendía el silencio, más escuchaba en sus oídos el latir de su propio corazón nervioso. De tener una ventana cerca, hubiera preferido lanzarse por ella en vez de intentar mantenerse quieta bajo la mirada penetrante de la morena.

-Ya me diste tu regalo, Elia-Ella -se corrigió rápidamente ante el desliz.

La expresión de Ella cambió de sorpresa a una sonrisa suave.

-Sabes que me puedes llamar así, ¿verdad? Y no te he dado ningún regalo… creo.

-No suenas muy segura.

Ella volvió a sonreír, negando con la cabeza.

-¿Qué fue? Qué te regalé.

-¿Quieres que te lo haga así de fácil? -Preguntó con una sonrisa traviesa.

-¿Por favor?

-Esos pucheros no funcionan conmigo, Ella. -Tomó otro sorbo de vino. Oh sí que funcionan. Pensó, tensando la mandíbula al darse cuenta que le diría. Así sin más-. Tú.

-¿Yo qué? -Preguntó con una confusión genuina.

-Tu compañía. Tu tiempo. Tú. Lo que has hecho hoy.

-Pero eso no… -calló cuando Constance alzó una mano, deteniéndola como siempre hacía-. No, Constance. Me vas a escuchar -Estuvo tentada a molestarla y decirle que cerrara la boca, que "no era atractivo", pero, de alguna forma, logró contenerse-. Hubiera sido el día que fuera, estaría más que dispuesta a pasar el día justo como hoy. Si Maura no me hubiera llamado, si Sarah no me hubiera dicho nada… si me hubieras dicho que querías salir a caminar o lo que fuera, hubiera aceptado.

-¿Por qué harías algo así? -La expresión de Constance era tan escandalizada que cualquiera pensaría que Ella había confesado un asesinato.

-Porque somos amigas, Constance. Y disfruto de tu compañía y la de tu hija.

-Es el primer cumpleaños que no trabajo -confesó de repente, como si fuera a convulsionar si no lo hacía

-Sarah no pudo decirme si yo sabía… o sea antes del accidente. ¿Sabía?

-Nunca me diste ninguna indicación de que sí… aunque hoy tampoco lo hiciste.

-¿En serio no hice nada?

-¿Crees que soy mujer de no decir las cosas en serio? -Preguntó y su expresión cambió a una pensativa antes de soltar una risa sardónica que se ahogó en su garganta, y apartó la mirada.

-¿Qué recordaste?

-Nada.

-Constance…

-Te dije que habían cosas que era mejor no…

-No, no. Ya hemos tenido esta conversación antes. Estuviste de acuerdo en ayudarme, en ser honesta sin importar qué.

-Necesitaré más vino -se dijo a sí misma al tomarse el último sorbo que quedaba en su copa y dejarla sobre la mesita de café antes de acomodarse en el sofá una vez más, cruzando los brazos y mirando el reflejo de Ella en la pantalla del televisor apagado, porque no se atrevía a mirarla a los ojos.

Ella la imitó y se terminó la copa, cubriéndose la boca al toser cuando el sorbo marcó un camino por su garganta. Cómo Constance podía beber aquello sin hacer ni una sola mueca, seguía siendo un misterio para ella. A Constance tampoco le hacía sentido cómo ella podía beber whisky como agua, pero no vino.

-Diría con seguridad que no sabías. Fue un día horrible de principio a fin. Si mal no recuerdo despedí a tres personas. Y por consecuencia fui horrible contigo, Ella. Esa noche viniste aquí; me traías una copia de la edición de Ciao y estaba lloviendo a mares. Yo… pensé que eras Arthur cuando abrí la puerta y cuando te vi, no, cuando tú me viste… supe.

-¿Qué?

-Fue la primera vez que lo viste. Que lo viste de verdad, sin ningún maquillaje que intentara ocultarlo… tenía el labio partido.

-¿Te había golpeado…? ¿En tu cumpleaños? ¿Y Maura?

-Me golpeó al enfadarse cuando le dije que no iría al restaurante con él porque tenía que seguir trabajando hasta tarde. Terminar la edición de Ciao me era más importante que una reservación. Maura nunca supo. Fui horrible contigo, Ella. Solo querías ayudarme y yo te eché de mi casa.

-Ya veo.

-Entiendo si quieres irte…

-No sé qué hice antes y tampoco importa, ya no. No me iré a ningún lado, Constance. Siento informarte que no te librarás tan fácilmente de mí. No esta vez. Oh, no, ¿dije algo mal? Constance, qué… -trastabilló al notar ojos verdes brillantes.

-Soy horrible, Ella -susurró con un tono entrecortado y un nudo en la garganta-. Hoy, aunque haya sido solo por un instante, estuve feliz de que… -Un sollozo la detuvo y se cubrió la boca. Alzó la mirada instintivamente y a través de las lágrimas pudo notar que Ella se había acercado, y luego sintió una mano sobre su hombro-. …de que él ya no estuviera. Es horrible…

Esta vez Ella no pidió permiso cuando rodeó los hombros de Constance con un brazo, pausando momentáneamente al sentir que Constance se quedó rígida entre sus brazos antes de que se desplomara como si estuviera hecha de arena, y entonces la abrazó con fuerza.

-No. No lo es. Horrible era lo que te hacía -susurró sobre cabello oscuro, deslizando lentamente una mano de arriba a abajo sobre la espalda de Constance. Sin decir una palabra más, se echó hacia atrás, recostándose en el espaldar del sofá, llevándose a Constance con ella. Constance se había aferrado a la cintura de Ella y escondido el rostro en su cuello.

-He mojado tu blusa… -susurró unos minutos después, apoyando la frente en el hombro de la mujer.

-No importa. Siempre me tendrás de regalo, Constance. Puedo mantenerlo en secreto, si quieres.

-¿No lo olvidarás?

-No al menos que tenga otro accidente -dijo con una sonrisilla.

-¡No digas eso! -Protestó, golpeando suavemente el hombro de Ella, separándose solo para detenerse en seco al sentir que Ella secaba las huellas de sus lágrimas con el pulgar.

-Era en serio… lo que dije antes -dijo en voz baja y Constance casi se echó hacia delante para acercarse otra vez y poder escucharla mejor.

-¿Qué?

-Puedes llamarme como lo hacías. Antes.

-Pero—

-Lo puedes hacer de vez en cuando, si quieres. O solo cuando estemos nosotras dos.

-No te gusta que te llamen así, ¿por qué quieres ahora?

Ella apartó la mirada y sus mejillas se tiñeron de rosado.

-Lo extraño.

-¿Qué? -Volvió a preguntar e intentó alejarse, pero al hacerlo se dio cuenta de que Ella aún tenía un brazo alrededor de su cintura, manteniéndola cerca. Constance suspiró y volvió a desplomarse en el abrazo que esperaba por ella. ¿Por qué se siente tan bien en tus brazos?… Sus pensamientos se esfumaron cuando sintió un escalofrío que provocó la mano que había retomado las caricias lentas de arriba hacia abajo a lo largo de su espalda-. No te entiendo, Ella.

-Te había dicho que tengo videos, mensajes de voz. Me llamas así en varios, y, durante el tiempo que emm los vi (nunca admitiría cuantas veces), me acostumbré. Solo tú me llamas así… me gusta la forma en que dices mi nombre. Nadie más lo dice como tú.

-¿Nuestro secreto?

Ella pestañeó rápidamente al escuchar la voz quebrada. ¿Acaso la había hecho llorar otra vez?

-Bueno, es mi nombre, pero sí, será nuestro secreto: yo mantendré tu cumpleaños secreto y supongo que tú puedes llamarme por mi nombre cuando quieras. Por cierto, feliz cumpleaños, Constance -dijo con un tono sonriente que se congeló al sentir los hombros de Constance temblar segundos antes de que todo su cuerpo lo hiciera-. Dime qué hacer. ¿Qué puedo hacer para ayudarte?

Ella ahogó un gemido de sorpresa cuando Constance estalló en llanto.

-Quédate.

Ella se mordió el labio inferior al sentir cómo las manos en su espalda agarraban su blusa con fuerza, haciendo puños, aferrándose a ella.

-Quédate y no me vuelvas a olvidar, Eliana.

Ella inhaló con fuerza al escuchar su nombre, como si su alma hubiera regresado a su cuerpo.

-Nunca más -murmuró sobre cabello sedoso, envuelta en el aroma que había familiarizado con Constance, la misma fragancia que la transportaba a recuerdos difusos que la dejaban con una sensación cálida en el pecho-. Ya te he dicho, Cons, no será tan fácil librarse de mí.

No fue hasta minutos después; ya cuando la respiración de Constance era lenta y constante, lo suficiente para deducir que se había quedado dormida en sus brazos, que los ojos de Ella se abrieron de repente al darse cuenta de que la había llamado "Cons". Su corazón dio un vuelco al caer en cuenta de que Constance no se había quejado en lo absoluto.