LA ARENA
Días después
Tayuya estrella la cabeza del chunin contra la pared pero el corte que tiene en la pierna le hace titubear durante el tiempo suficiente como para que el tipo se recupere, forme unos sellos, y haga que un gran trozo de piedra salga del suelo y se estrelle contra su estómago. El dolor es intenso y la tira de espaldas contra los barriles de licor que hay por todo el sótano, destrozándolos, y quedándose empapada de un olor asqueroso.
— Tardaré semanas en dejar de apestar a esto — gruñe Tayuya, poniéndose en pie, su garganta llena de sabor a sangre—, estás muerto.
— Cierra el pico, niñata — El hombre, un tipo pequeño y delgado pero sorprendentemente fuerte, se toca la brecha que tiene en la cabeza con la mano. Luego se mira la palma llena de sangre y grita—: ¡Te vas a arrepentir de haber venido aquí! — Y vuelve a formar sellos, con la intención de derrumbarle el techo encima de su cabeza.
Pero de repente ve algo. Es un remolino de hojas. ¿De dónde han salido las hojas? ¡Esto es la arena, maldita sea! ¿Y por qué las hojas se están convirtiendo en... en arañas? Por los dioses, ¡son gigantes! ¡Y peludas! ¡Le están reptando por el cuerpo! ¡Se le meten en la boca! La ilusión es tan convincente que parece que le vaya a dar algo. Ni siquiera se da cuenta de que la chica pelirroja se le acerca, cojeando, y le pasa el filo del kunai por la garganta. Así que el recuerdo de esas arañas es lo que se lleva al otro mundo con él.
— A saber qué habrá visto el desgraciado — Tayuya limpia su kunai en la ropa del muerto, lo guarda, y se sacude el licor de las manos—, pero fuera lo que fuera, se lo merecía. No ha estado nada mal, florecilla. Algunas veces hasta te acercas a ser útil.
— No tenías por qué matarle — le recrimina Sakura, desde las escaleras que dan al primer piso. Tiene la ropa sucia, está despeinada, y le sangra el labio inferior— pero supongo que te da igual. No eres diferente a estos bandidos. Sólo matas por matar.
— ¿Qué pretendías, que le pidiera por favor que se fuera a casa? Él no habría dudado en aplastarme la cabeza con una roca. — Tayuya se ríe— No me creo que hayas llegado hasta aquí siendo tan blanda.
La misión no parecía tan difícil. Tenían que ir a la frontera con la Arena a lidiar con una banda formada por cinco desertores de la Arena. El informe hablaba de una panda de ninjas de nivel bajo, a lo sumo algún chunin. Pues bien, el informe se equivocaba. De los cinco ninjas tres eran antiguos jonin. Kakashi se debe de estar encargando de ellos ahora, si es que es capaz de ello. Los otros dos, de rango medio, atacaron a las dos chicas. Uno de ellos está muerto en el sótano ahora. El otro, inconsciente por fuera de la casa abandonada que les servía de base. Espera, borra eso. El tipo está bien despierto.
Una mano enguantada coge a Sakura del cabello y la lanza contra una pared, luego contra otra, y finalmente a través de la puerta de la entrada. La chica rueda por las escaleras de madera del porche, aturdida; el bandido en cuestión, alto, casi dos metros, blande su hacha de leñador clavándola donde debería estar el muslo de la chica. Pero lo único que corta es una montañita de arena que ha aparecido sobre la hierba.
El tipo no es especialmente listo, pero lo entiende rápido. Hay alguien que ha estado cazando a decenas de criminales en la Arena. Las historias hablan de un monstruo del desierto al que ningún ataque puede alcanzar. Él ya tiene algunos años y sabe que no se trata de ningún monstruo, sino de algo peor. De pronto, algo lo rodea, y el mundo se vuelve oscuro.
— ¡Tú! ¡Maldito...! — El bandido empieza a gritar. Y eso sólo sirve para que la arena se le meta antes en la garganta. Aunque no morirá de asfixia, sino que oirá:
— Funeral del desierto. — Y Gaara, shinobi de la Arena, no necesita de ningún gesto para quitarle la vida. Al menos tiene la consideración de lanzarlo lejos cuando acaba. Lo que queda de aquel hombre mejor no lo miremos. Es mejor así.
Una nube de arena desciende con Sakura encima, y la posa suavemente en el suelo. Ella tarda unos segundos en recomponerse. "Juraría que le había dejado sin sentido", piensa, con la cara pálida. "Maldita sea, si no fuera por..."
— ¿Ves por qué me los cargo? Porque luego no se levantan — Tayuya se apoya contra el marco de la puerta rota con los brazos cruzados.— Al menos el señor calabaza aquí sabe lo que se hace. Gracias por salvarle el pellejo a mi florecilla. No sé qué haría sin ella. — Él la mira, inexpresivo, y devuelve la arena a la calabaza que lleva a la espalda.— Soy Tayuya.
— Gaara.
— No me esperaba verte aquí — le dice Sakura, poniéndose en pie—, gracias por ayudarme. Ha estado cerca. — Él asiente. No responde durante un rato. Cuando lo hace, habla despacio, como si pensara cada frase.
— Tenemos la misma misión— dice. La voz de Gaara es suave y monótona, como si le hubieran sorbido las emociones con una pajita—, ¿hay más de ellos?
— Los había.
Kakashi está agachado encima del tejado de la casa. Tiene los brazos manchados de sangre pero no parece que sea suya. A su lado hay un tipo moreno que Sakura reconoce como uno de los jonin de antes.
— No me diréis que teníais dudas — dice, cargándose al ninja al hombro y bajando al suelo de un salto—, por favor. Me siento ofendido. El día que pierda contra unos jonin de segunda será un día triste para la Hoja. Ah, me alegro de verte, Gaara. Veo que sigues como siempre.
Dice esto mirando al montón de arena donde el chunin de antes descansa en paz. Gaara no reacciona al comentario. Es un chico más o menos de la edad de Naruto, pálido, sin cejas. Tiene el cabello rojo como Tayuya, y un tatuaje en la frente donde se puede leer la palabra "amor."
A Tayuya se le ocurren algunos comentarios ácidos al respecto, pero decide guardárselos para luego.
— ¿Qué hacemos con él? — le pregunta a Kakashi.
— Lo interrogamos. Y no te hagas ideas. No sé qué barbaridades hacíais en el Sonido y no quiero saberlas. Lo haré yo, a mi manera.
Ella levanta las manos, como diciendo: "culpable", y la escena cambia a otra más oscura. Han pasado unas horas y están todos en el sótano de una casa parecida al anterior. El jonin está sentado contra la pared y Kakashi, de cuclillas frente a él. La falta de luz le da un aspecto un tanto inquietante: su sharingan brilla en la oscuridad como los ojos de un depredador.
— ¡No sé quiénes son, te lo juro! — El jonin se aprieta contra la pared, tratando de alejarse lo más posible de él— ¡Nunca les veo la cara! ¡Yo sólo cojo su dinero!
— ¿Estás seguro?
— ¡Te lo juro! ¡Te doy mi palabra de ninja! ¡Digo la verdad! ¡Pero no me mates, por favor! ¡Por favor!
— Lo que me gustaría saber — dice Kakashi, despacio— es de qué me sirve la palabra de un ninja sin aldea. De un patético, triste bandido. ¿Vosotros creéis que me sirve de algo? ¿Que puedo confiar en ella?
— Qué va — sonríe Tayuya, desde otra parte de la habitación. Por la expresión que tiene, está disfrutando con esto—, ese tipo te dirá lo que sea con tal de salvar el culo. Yo propongo que le cortes el cuello y acabemos con esto. Me muero de hambre.
— ¿Has oído a mi alumna? — Kakashi se pasa una mano por la cara, pensativo— Me dice que debería rajarte la garganta. ¿Tú crees que debería hacerlo? Porque yo empiezo a pensar que a lo mejor tiene razón. Empiezo a pensar que no quieres ayudarme.
— ¡No, por favor! ¡Haré lo que me digas! ¡Pero no sé nada, de verdad! ¡Tienes que creerme! ¡Jamás he visto a esa gente!
Kakashi pone un dedo sobre donde estarían sus labios.
— Ahora no hables. Voy a decidir si matarte o no.
— ¡No, no! ¡Ten piedad de mí!
— Shh. No digas nada. Sólo lo harás peor.
El bandido traga saliva. Tiene la cara llena de sudor y cuando habla se le ve la sangre en los dientes. Algo en su corazón le dice que va a morir. Que aquella sucia habitación será lo último que verá en su vida, que morirá solo, abandonado, como un perro. Las lágrimas empiezan a acumularse en sus ojos mientras la mano de Kakashi se acerca a su cara. Pero lo único que hace es revolverle el cabello con los dedos.
— Sólo era una broma — le dice, sonriendo— ahora mírame a los ojos.
El bandido lo hace. Al instante, sus pupilas se dilatan como dos monedas negras. Ahora todo lo que piensa, todo lo que sabe, todo lo que recuerda, quedan a merced de la mirada de Kakashi. Y no hay nada que la pupila giratoria no pueda ver.
Un yermo, es lo que ve. Una aldea hecha cenizas es lo que ve. Figuras encapuchadas rodeando a otras de rodillas. Una espada atravesando el cuerpo de un hombre robusto. Ahora, un cielo escarlata recortando sombras negras. La misma espada apoyada contra la garganta de un hombre que suplica. Sombras desapareciendo. Una bandada de cuervos. Ojos brillantes, observando. Un pueblo en llamas, y una bandera atravesando a un hombre como una lanza. Una bandera de tela negra, ondeando entre el fuego, con un abanico en ella.
Kakashi vuelve a la realidad. Una gota de sudor se le desliza por la nariz y se pierde en su máscara. Una sensación desagradable, helada, le recorre la columna mientras procesa lo que acaba de ver, y créeme, no es fácil preocupar a este ninja.
— Tenemos que volver— dice, mientras el bandido cae a un lado, inconsciente—, la misión se acabó. Nos vamos a la Hoja, ¡ahora!
