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II

Feliks no ha podido dormir en las últimas noches, las negras ojeras lo delatan y su humor solo ha empeorado, provocando que, sobre su bonito rostro, exista una mueca descompuesta y un ceño fruncido que hace ver a sus ojos más pequeños de lo que en realidad son.

Suelta un largo suspiro, porque ni siquiera el rubor mal colocado sobre sus mejillas y el corrector alrededor de sus párpados le ayudan a verse un poco mejor, haciendo que el resto de naciones a su alrededor noten de inmediato que hay algo mal en él.

Parece ausente, notan de inmediato hay una fina capa de angustia nublando su cansada mirada, volviéndolo triste y existe esa aura fría en torno a su delgado cuerpo que parece haber perdido un poco peso.

Pero nadie pregunta, después de todo Polonia siempre renace de sus cenizas. Ya se le pasará.

El rubio actúa casi de manera robótica, con movimientos que parecen practicados al echar su cabello hacia atrás cada tantos minutos, o moviendo su pie inquietamente, como si la ansiosa acción lo ayudara a permanecer despierto, aún cuando su mente parece estar en cualquier otro lado menos en la sala de juntas asignada especialmente para las naciones europeas.

Lituania lo mira de reojo, tan discreto como puede. No puede entender qué le ocurre, y por más que lo intenta, no puede ni siquiera imaginar que Polonia está pasando una tormentosa ansiedad emocional en completo silencio.

Y Feliks…

Feliks solo puede recordar en la última noche que pasó al lado de Prusia, piensa en el insistente recuerdo de las manos de Gilbert en sus caderas —acariciando y mimando su tan lastimada piel, como si quisiera curarla bajo el dulce toque de sus largos dedos—, el hombre aparece una y otra vez en su confundida mente.

Su cuerpo se estremece un poco al momento en el que el nombre del albino llega a él, porque sabe y es consciente que las mil dudas que rondan en su mente tienen origen en los ojos violetas de Prusia; estos también son los culpables de sus noches de insomnio y de la fuerte sensación de frustración creciendo todos los días en el centro de su pecho.

Parece mínimo, pero el cambio en la actitud del mayor de los Beilschmidt ha logrado quebrar la estabilidad a la que ambos habían llegado.

Jodido Gilbert. Piensa Polonia, sintiendo su propia voz interna como un grito desesperado dentro de su cabeza. Quiere maldecirlo hasta que su garganta se rasgue y su voz se apague, hasta que todas sus fuerzas se le vayan y finalmente Gilbert deje de hacer estragos en su mente.

No es justo.

No.

No es justo para Polonia que Prusia lleve tantos años amoldando al rubio a su gusto, acostumbrándose a sus malos tratos y a su ira, para que una noche sin más se dedique a llenarlo de besos y caricias que le queman la piel como el fuego que consumió sus ciudades por tantos años, un fuego del cual Gilbert siempre fue responsable.

Como si nunca lo hubiera lastimado y roto de mil maneras diferentes.

Quizás se trata de un nuevo juego para el alemán, Polonia no tiene modo de saberlo, solo le queda lidiar con el revoltijo de emociones que le dejó Prusia al marcharse por la madrugada, antes de que el amanecer naciera en el horizonte de Varsovia.

Dejando palabras amorosas sobre su piel amoratada.

Jodido Gilbert. Jodido Gilbert. Jodido Gilbert.

Quiere gritarle a la cara, decirle lo idiota y maldito que es, siempre jugando con la poca cordura que le queda después de tantos años; quiere golpearlo, borrar esa arrogante sonrisa de su rostro, que sus ojos dejen de mirarlo con superioridad o como si fuera su dueño y… a veces Polonia quisiera que Prusia finalmente desapareciera de su vida.

—¿Pol? —le llama Lituania por lo bajo, él se gira hacia su mejor amigo y por un momento puede sentir que la turbulenta agua en su mente finalmente se esclarece un poco, Toris siempre ha tenido ese efecto en él.

No responde, solo le da una pequeña sonrisa y regresa sus ojos hacia Alemania, quien lleva un interminable monólogo que ocasionalmente es interrumpido por Francia.

No es que Polonia no quiera prestar atención a los asuntos políticos que aquejan a la Unión Europea, pero ciertamente no tiene ánimos de siquiera fingir que su opinión al respecto tiene valor sobre una decisión que casi siempre es tomada por los alemanes o los franceses.

Polonia quiere estar en su hogar, en la seguridad y tranquilidad que le brinda estar dentro de su territorio.

Pero en su hogar permanece el aroma del perfume que Prusia usó durante su último encuentro, está también el recuerdo de sus manos entrelazadas durante toda la noche.

Polonia quiere llorar, lo siente en el ardor de sus ojos y porque de repente siente que le falta el aire. Quizás está entrando en un ataque de pánico, de nuevo.

Está demasiado confundido y lastimado.

Hay tanto odio en su dolido corazón. Pero también ha nacido algo cálido en el centro de su pequeño, es algo que arde poco a poco hasta provocar un incendio en él tras pensar en la infinidad de besos que Gilbert le ha dejado.

La voz de Alemania comienza a apagarse en su cabeza, sus pensamientos son cada vez más fuertes y hay una cuestión en su cabeza, ¿quizás esas caricias son lo que siempre ha deseado por parte de Prusia y, ahora que finalmente las recibe, no son suficientes para borrar el daño que le ha hecho a través de los años?

Su garganta se cierra, le falta el aire y lo único que puede escuchar es el latir de su corazón marcando un suave ritmo en sus oídos. Sabe que debería estar odiando a Gilbert, no contando los minutos para encontrarse nuevamente y poder acurrucarse contra ese pecho lleno de cicatrices de guerras.

Una mano busca la suya debajo de la mesa. Polonia reconoce de inmediato el cálido agarre de Toris y agradece en silencio.

Viskas gerai?

Polonia está por responder que solo ha tenido una mala noche, pero las palabras se quedan a mitad del camino cuando las puertas de la sala se abren con un fuerte rechinido, interrumpiendo no solo a Feliks, sino también a Alemania.

Todas las naciones se giran para observar a la persona que entra rápidamente, ofreciendo una disculpa apresurada. Todos completamente sorprendidos de que Prusia se uniera a la reunión e, incluso más extrañados, de que no llegara haciendo todo un espectáculo caótico como era muy propio de él.

Cuando sus ojos se encuentran, Polonia frunce el ceño y en su mirada hay dolor, porque mientras él está en un mal estado físico, Gilbert se ve radiante como siempre. No es justo que sea él quien siempre se lleva la peor parte de lo que sea que es su relación.

Prusia nota de inmediato la ira en Polonia, sintiendo un nudo en su garganta que se agranda al mismo tiempo que se sienta frente a él; sabiéndose incapaz de rodear la sala y tomarlo entre sus brazos, tal y como lo ha hecho la última vez que estuvieron juntos.

Lituana le susurra algo a Polonia, seguramente asombrado de la inesperada presencia del albino, pero Feliks no lo escucha, está demasiado concentrado en evitar que sus pensamientos vayan una vez más al recuerdo de esa noche.

Alemania retoma su monólogo, todas las demás naciones regresan su atención a él. Todas menos Polonia, quien no puede evitar preguntarse qué derecho cree tener Gilbert sobre él ¿Por qué siempre es Polonia el único en sufrir?

A veces Polonia desea fervientemente que Prusia desapareciera para siempre.