Advertencia: El segundo extra posee una situación un poco incómoda.
Su rostro cayó sobre sus pechos desnudos, al mismo tiempo en que ella emitía un último gemido. El sonido de su corazón latiendo rápidamente, mezclado con el de sus respiraciones agitadas, provocó que una sonrisa se formara en sus labios.
- ¿Estas bien? - elevó su mirada.
- Eres incansable. - sonrió ella, mientras él se acercaba y besaba sus labios.
- No puedo evitarlo. - murmuró. - Nunca es suficiente contigo.
- Lamento decepcionarte, Taisho. - lo besó suavemente. - Pero mi familia regresará pronto y... bueno, no pueden vernos así.
- ¿Crees que no lo saben? - arqueó sus cejas.
- Estoy segura de que lo saben. - acarició su mejilla. - Pero no quieres que nos vean así, ¿verdad?
- ¿Así cómo? - sonrió pícaramente, mientras posicionaba su miembro en su entrada. - ¿Qué vean como te hago gritar mi nombre? - mordió su labio inferior.
- Inuyasha. - suspiró al sentir como él volvía a penetrarla lentamente.
- ¿Soy insaciable?
- No te detengas. - arqueó su cuerpo, sintiendo el delicioso contacto de su piel desnuda contra la suya.
Momentos después, los nuevos gritos anunciaron sus liberaciones, ésta vez, encontrándola a ella sentada sobre él.
- Lo siento. - murmuró, mordiendo sutilmente su hombro. - Ya no lo haré... al menos por esta noche.
- Espero que así sea. - se separó ligeramente, besando la punta de su nariz.
Se puso de pie, mientras él soltaba un quejido de molestia.
- No me agrada que te apartes. - se cruzó de brazos.
- ¿Y como se supone que voy a vestirme? - sonrió.
- No sería necesario si tu familia no fuera a regresar temprano.
En ese momento, el ruido de la puerta de entrada se oyó, provocando que él se pusiera de pie y comenzara a vestirse rápidamente.
- ¿Decías? - rio al ver como él ya estaba completamente cubierto, mientras ella sólo había logrado ponerse su playera para dormir.
- No quiero arriesgarme a que tu madre me odie. - se sentó en la cama.
Ella se colocó sus shorts y se sentó a su lado.
- Te amo. - beso su mejilla.
- Ahí no es. - tomó su mentón y besó sus labios. - Yo te amo, pequeña. - ella sonrió y apoyó su cabeza sobre su hombro. - ¿Puedo hacerte una pregunta?
- Dime...
- ¿Por qué estaban en la casa del anciano Myoga?
- Él es amigo del padre de Sango... yo... le conté todo lo que estaba sucediendo con Bankotsu, Yura, Kikyo y mis sueños...
- Ya veo... y ella te llevó con él.
- Exacto. - suspiró. - Necesitaba... necesitaba saber la conexión entre Hikari y el collar que me regalaste.
- ¿He? ¿De que hablas?
- Bueno... mis sueños con ella comenzaron después de que tú me regalaste el collar de la Perla de Shikon.
- ¿Por qué no me lo dijiste?
- Supongo que no quería hablar por hablar, tú entiendes...
- Si... - suspiró. - Entonces, ¿Cuál es su relación?
La morena pasó a relatarle todo lo acontecido, desde el momento en que ella le entregó el collar a su padre, hasta cuando logró conectarse con el y comenzar a utilizarlo para llegar a ella.
- Vaya... todo esto parece, irreal, es decir, si no lo estuviera viviendo... no lo creería.
- Me sucede lo mismo. - un pequeño silencio se instaló. - ¿Qué hay de ustedes? ¿De donde conocen a Myoga?
- Sesshomaru es quién lo conoce, yo jamás lo había visto antes.
- ¿Y fueron con él sólo por el tema de su segunda sangre?
- Eso supongo... bueno, en realidad, él me pidió que fuera, ni siquiera sabía que Kikyo estaría con él.
- Pero... ¿por qué la llevaría?
Es verdad... Kagome no sabe que Kikyo...
- Tal vez... para... para que ella comprendiera la maldición dayokai que... también posee.
- ¿De que estás hablando? - abrió ampliamente sus ojos.
- La noche en la que Magatsuhi apuñaló a Naraku... ella... ella...
- ¿Le sucedió lo mismo que a tu hermano? - comprendió al instante.
- Si pero... es diferente.
- ¿Puedes ser un poco más claro?
- Tú lo escuchaste, Kagome. - la miró. - La maldición que mi hermano y yo poseemos... no es la misma que la que ella posee.
- Eso quiere decir que...
- Así es, la familia del bastardo de Magatsuhi posee la maldición contraria, lo cuál nos dice que la obtuvieron de mala manera.
- Al parecer su maldad viene de hace mucho. - suspiró.
Pero, eso significa que Kikyo... ¿será capaz de convertirse en una bestia asesina?
- Me hubiese encantado saber un par de cosas más, pero la mirada de Sesshomaru me dijo que era momento de irse.
- Comprendo... era demasiada información para ella.
- Sólo imagínate...
En ese momento, unos pasos se escucharon a lo lejos.
- ¿Qué extraño? - murmuró.
- ¿Qué sucede?
- Sota no ha venido a molestarnos.
- Tal vez comprendió con lo que podía encontrarse. - sonrió pícaramente.
Antes de que otras palabras abandonaran sus labios, un golpe secó provocó que se aferrara a su brazo.
- Inuyasha... - murmuró. - No creo que sean mi familia... hay alguien ahí abajo.
- Iré a ver. - se puso de pie.
- No... puede ser peligroso.
- Descuida, si es un ladrón le daré su merecido.
- ¡Por favor! - susurró, apretando su agarre sobre su brazo. - No me dejes sola.
- Pequeña. - sonrió. - Regresaré en un minuto, lo prometo.
- Pero...
- Tú quédate aquí, ¿de acuerdo?
- Inuyasha, por favor... - su súplica apenas abandonó sus labios.
- Kag... - volteó al escuchar el sonido de una de las puertas cerrarse con brusquedad. - Definitivamente tengo que ver lo que sucede.
- ¡Hay alguien ahí! - gritó en baja voz. - ¡No vayas!
- ¡Tengo que protegerte! - respondió en el mismo tono. - Bloquea la puerta con lo que sea, pero pase lo que pase, escuches lo que escuches, ¡no salgas!
Antes de que pudiese responder, se soltó de su agarre y salió, cerrando suavemente la puerta a sus espaldas.
Inuyasha
Traté de hacer el menor ruido posible, con la finalidad de que quién sea que estuviese por aquí, no se percatara de que acababa de salir. Ni siquiera tuve que terminar de realizar aquella acción para darme cuenta de que todo el lugar estaba sumido bajo la penumbra.
¿Acaso esas fueron las pisadas que escuchamos?
Entrecerré mis ojos, como si eso me fuese a ayudar a ver mejor en la oscuridad absoluta. No percibí nada, sin embargo, a mi aguda nariz le llegó aquella fragancia amaderada y un tanto agria, producto de algún asqueroso perfume masculino, tal vez, uno de esos que valen un par de miles de dólares, la cuál confirmó lo que ya sabía: no estábamos solos.
Me encontré en un dilema, por un lado no quería dejar a Kagome sola, no al no saber exactamente en donde se encontraba esa persona, pero, por otro, necesitaba encontrarlo y, para ello, debía alejarme. Palpe el bolsillo de mi pantalón, con la esperanza de que el móvil se encontrara allí y un pequeño gruñido abandonó mis labios al notar que no estaba.
No puedo esperar más.
Pensé, soltando la perilla a regañadientes, mientras mis pasos me guiaban hasta la escalera. Bajé el primer escalón y me detuve, tratando de oír cualquier tipo de movimiento que se desarrollara abajo, sin embargo, el silencio era absoluto. Sabía que no podía fiarme de nada, después de todo, seguramente me estaban esperando.
- Tu supervivencia dependerá de que tan astuto seas para enfrentar esta situación.
Por un momento, la voz de Sesshomaru pasó por mi mente, aunque sus verdaderas palabras serían:
- Si no quieres morir, no actúes como un idiota.
Si, definitivamente eso era mucho más de su estilo, sin embargo, eso no significaba que apoyarme en aquel recuerdo no fortalecía mi idea de que, si hacia las cosas bien, nos libraríamos de él, ella o ellos.
Llegué al final de la escalera y volví a pasar mi vista por toda la extensión del lugar. Un pequeño escalofrío recorrió mi espalda al percibir el brillo de lo que parecía ser un objeto cortante, a la distancia.
- Sé que estás ahí. - miré a mi derecha. - Puedo oler el repugnante perfume que traes.
Nadie respondió, sin embargo, sabía que una sonrisa se había formado en los labios del portador de esa arma, ¿Quién no sonreiría cuando su plan estaba saliendo a la perfección?
Fue entonces que lo comprendí, todo el ruido ocasionado había sido para sacarme de la habitación.
- ¡KAGOME! ¡SAL DE AHÍ!
Grité con toda la intensidad que mi garganta me lo permitió, al mismo tiempo en que voltee para subir rápidamente. El repiqueteo agudo del metal llegó a mi oído desde la distancia, mientras que el frio del arma se clavó en mi espalda antes de que pudiese llegar al tercer peldaño.
- Debiste quedarte en tu lugar. - aquella voz no me daba una identidad clara, ya que era demasiado aguda como para que fuese un hombre, sin embargo, sin dudas no era una mujer.
El sonido carrasposo de la piel desgarrándose, a medida que el filo de aquella arma salía de ella, me hizo apretar los labios mientras aquel dolor punzante lograba doblegarme. Apoyé mis manos sobre los escalones ascendentes, maldiciéndome mentalmente por no ser capaz de elevar la pierna, pues el golpe había sido justo en la columna.
- Maldición. - murmuré.
El grito de Kagome provocó que mi pecho se apretara como nunca antes lo había hecho y, en ese momento, lo sentí. El dolor desapareció y aquella intensa energía comenzó a envolverme, para esas alturas, sabía que mis ojos estaban completamente enrojecidos. Me erguí como si no hubiese sido atacado, con la intención de destrozar al maldito que había ingresado a la habitación.
- Oh no, tú no te vas.
El frio metálico envolvió mi pie y me lanzó escaleras abajo, no sin antes provocarme nuevas cortaduras antes de ser retirado. Volví a ponerme de pie, gruñendo y desafiando a mi oponente, el cuál decidió mostrarse, parándose sobre el haz de luz que entraba por la puerta delantera.
Su apariencia tampoco definía su género, sin embargo, opté por pensar que se trataba de un hombre.
- Inuyasha, ¿verdad? - sonrió. - Soy Jakotsu...
Me abalancé sobre él sin dudarlo y fui testigo de como aquella estructura metálica zigzagueaba, cuan serpiente, hacia mi.
¿Qué demonios es esa arma?
La punta filosa se clavó en la derecha de mi pecho, provocando que el aire me abandonara de repente. Caí de cuclillas, sintiendo como mi cuerpo se debilitaba y mi sangre hervía bajo mis venas, sin embargo, mi sangre humana se heló al escuchar un nuevo grito de Kagome, esta vez, proveniente desde fuera de la casa.
¿Cómo llegó hasta ahí?
- Yo que tú me quedo tranquilo. - se acercó, mirándome desde su altura, mientras el arma regresaba sobre su hombro. - Al jefe no le importará trasladar un cadáver en su auto.
- Kagome. - pronuncié con la voz que, supuse, no era la humana.
- Con que ese es su nombre, ¿he? - se arrodilló a mi lado.
Maldición... mi vista comenzó a nublarse.
- Tranquilo... no permitiré que mueras desangrado. - sentí su mano en mi pecho y retrocedí de inmediato, cayendo de espaldas. - Mmm, tú sangre es deliciosa. - lamió sus labios. - Relájate... estas perdiendo demasiado, a este paso, morirás antes que ella.
El rostro de Kagome se hizo presente en todo su esplendor, al mismo tiempo en que su aroma llenaba mis fosas nasales y su voz me susurraba que todo estaría bien al final de esto, sin embargo, nada podía asegurarme de que seguiría con vida al despertar.
Kagome
Todo el lugar se volvió pequeño de repente y, por unos segundos, me sentí presa en mi propia habitación. El silencio era ensordecedor y me obligué a agudizar lo más posible mi audición, con la finalidad de tratar de escuchar a Inuyasha. Cerré mis ojos, apretándolos con fuerza y... nada.
- Por dios, Inuyasha, ¿por qué eres tan obstinado? - susurré, sintiendo que en mi pecho una especie de vacío comenzaba a succionar mi tranquilidad.
Aquel intenso hormigueo se extendió hacia mis manos y, en menos de lo que logré percibir, ya estaban temblando. Mi mente se iluminó con los ojos dorados de mi amado, sin embargo, el hecho de que fuese él quién decidió arriesgarse por los dos, no me hizo sentir mejor. Quise salir y seguirlo a como diera lugar, pero algo me dijo que me mantuviera quieta o podría arruinarlo todo.
Bloquea la puerta con lo que sea.
Miré la habitación en toda su extensión y no encontré mejor opción que la cama, sin embargo, ¿Cómo la movería si hacer ruido?. Un mal presentimiento caló en lo más profundo de mi ser, casi avisándome que algo demasiado malo estaba por suceder.
Volví a sentarme sobre la cama, al mismo tiempo en que mis piernas comenzaban a temblar por si solas. El silencio absoluto me estaba abrumando y la ansiedad de saber que sucedía más allá de mi visión, estaba nublando mi juicio y mis ganas de obedecer. Me puse de pie y me acerqué a la puerta, apoyando mi mano sobre la manija, cuando...
- ¡KAGOME! ¡SAL DE AHÍ!
La voz de Inuyasha traspasó mis tímpanos como si hubiese gritado a mi lado. Me quedé helada sin saber exactamente que hacer, hasta que mi cuerpo reaccionó, sucumbiendo al pánico.
¡¿Salir de aquí?! ¡¿Por donde y hacia donde?!
Comencé a mover mi cama lo más rápido que pude, bloqueando la puerta, con la finalidad de ganar algo de tiempo, pero se abrió abruptamente, trabándose con la cama. Mi aterrador grito retumbó por toda la casa, mientras aquellos ojos rojos me miraban con un deseo macabro que jamás había visto antes.
- Pequeña Kagome... - su repugnante voz provocó escalofríos inmediatos. - Es un placer conocerte.
- ¡¿Quién demonios eres tú?! - retrocedí varios pasos, mientras observaba como sus manos empujaban más la puerta.
- Ya tendremos tiempo de presentarnos, hermosa. - se relamió los labios, dándome ganas de vomitar. - Mi hermano tenía razón, te pareces mucho a mi sobrina.
¿Hermano? ¿Qué mierda?
- ¡Aléjate de mi! - comencé a lanzarle cualquier objeto que encontraba a mi paso, sin embargo, su espantosa sonrisa se mantenía ahí.
- Pequeña... - pasó su mirada por la cama. - ¿Qué estuviste haciendo aquí?
Sentía que podía vomitar en cualquier momento, sin embargo, debía mantenerme fuerte y escapar, no sólo porque no quería que sus manos se posaran sobre mi, si no porque necesitaba con urgencia pedir ayuda para Inuyasha, el cual debía estar pasando por algo malo, de lo contrario, ya estaría a mi lado.
- Podemos replicar esa situación antes de irnos. - abrió la puerta por completo, como si la cama jamás hubiese ejercido presión sobre ella.
La energía que emanaba no era normal, por le contrario, por un instante me recordó a la electricidad que recorrió mi cuerpo en la casa de Sesshomaru, sin embargo, ésta poseía un aura oscura, casi similar a la de una bestia.
- ¡ALÉJATE DE MI MALDITO SER REPUGNANTE!
Mi mente se iluminó con aquel grito y se me ocurrió la brillante idea de mirar hacía atrás, encontrándome con la ventana. Sin pensarlo corrí, sintiendo los pasos del hombre detrás de mi. Me lancé sin más, cerrando mis ojos con fuerza, sin medir en las consecuencias de aquel acto.
El ruido seco provocó que profesara un grito aún mayor que el anterior, al mismo tiempo que el dolor avasallante me inmovilizaba por completo. Los arbustos me envolvían por completo, sin embargo, eso no me garantizaba que no me encontraran, sobre todo ahora que, estaba segura, de que mi tobillo se había fracturado.
Me sentí completamente derrotada en ese momento y eso se vio reflejado en las lágrimas que comenzaron a salir, no por el dolor de la herida, si no por que lo que se avecinaba no era bueno en lo absoluto. El ruido de una caída suave hizo que elevara mi mirada y pude ver los pies del hombre que, seguramente, estaba en mi habitación.
¿Qué clase de cosa es este hombre?
Pensé, en el mismo momento en que las ramas se hicieron a un lado y los ojos que, momentos atrás, eran rojos, ahora poseían un frio brillo verdoso.
- Hola, pequeña. - me sonrió. - Me presento... soy Kirinmaru y he venido por ti.
Extra: Reencuentro
Ingresó al hospital custodiada por los hombres que Sesshomaru le había asignado, se acercó al área de información y pronunció su nombre, a quién buscaba y de parte de quien venia. La mujer asintió y se puso de pie.
- Por aquí. - los guio hasta el ascensor. - Piso 3, habitación 666.
- Muchas gracias, señorita.
Vaya coincidencia.
Pensó, sintiendo su piel erizarse al recordar el número y su significado. El pequeño viaje fue silencioso y, al abrirse las puertas, salió sin tener idea del camino.
- Buenas noches, señorita, ¿en que puedo ayudarla? - preguntó la enfermera que se encontraba de guardia.
- Buenas noches, soy Kikyo...
- Ya lo se. - intervino. - Me informaron hace unos momentos que estaba subiendo, venga. - siguió a la joven hasta la habitación indicada. - Lo lamento, sólo una persona puede estar con el paciente.
- No se preocupe, señorita. - respondió Gynkotsu. - Nosotros estaremos aquí. - la mujer asintió y se alejó. - Señorita Kikyo, puede estar tranquila, no nos moveremos de este lugar, pase lo que pase.
- Muchas gracias muchachos. - sonrió levemente, ingresando a la habitación.
Naraku.
Sus ojos se llenaron de lagrimas en el mismo momento en que se encontró con el rostro del moreno, el cuál se veía sereno, casi como si sólo estuviese tomando un descanso. Sin dudarlo, se colocó a su lado, apoyando una de sus manos sobre su pecho y la otra acariciando su mejilla. Para su suerte, él podía respirar por sus propios medios, por lo que su vida no estaba en riesgo.
- Perdón. - susurró, mientras las lágrimas caían sobre su mejilla. - Perdón por todo esto... perdón por haberte metido en esto.
Enterró sus ojos entre su hombro y su cuello, dejando salir todo el llanto que tenía contenido.
- No debías... no tenías... - apretó el agarre sobre su pecho. - Esto no era tu maldito problema... no tenías que hacer esto por mi... yo no valgo tu vida. - se alejó, besando su mejilla. - Te amo... yo también, te amo. - volvió a apoyar su rostro en su pecho, recordando las palabras que él le había profesado.
- No podía permitir que vivieras en una mentira, cuando yo sabía la verdad.
- ¿Qué?
Su mirada se posó en su rostro, sintiendo la calidez en su pecho, en el mismo momento en que notó su pequeña sonrisa y sus ojos color fuego se abrían lentamente.
- Además... eras demasiado hermosa como para no querer acercarme a ti.
- Estas despierto, pero... ¿Cómo...?
- ¿No te lo dijeron? - ella meneó la cabeza. - Desperté por la tarde y estaba completamente solo.
- Quise venir a verte pero Sesshomaru no me dejó salir de su casa.
- Porque sabe de lo que tu padre es capaz. - acarició su mejilla. - Me alegra saber que estas bien.
Se inclinó sobre él, besando sus labios, mientras apretaba sus ojos y nuevas lágrimas caían sobre el rostro del moreno.
- Perdóname, por favor. - susurró contra su piel.
- Ya deja de disculparte. - la rodeó con su brazo, atrayéndola a su pecho. - Tú no tienes la culpa de lo que sea o haga tu padre. - cerró sus ojos, aspirando la fragancia que su cabello emanaba.
- Gracias... por todo.
Permanecieron abrazados unos momentos, hasta que ella se apartó y sus ojos se encontraron nuevamente.
- Dime, ¿Qué sucedió luego de que ese bastardo me apuñaló?
Un suspiro abandonó sus labios, mientras se acomodaba sobre el costado de la cama.
- ¿Estas listo? porque es una larga historia...
- ¿Crees que algo pueda sorprenderme ahora?
Sonrió ante su comentario, comenzando a relatarle todo lo sucedido.
Extra: Fantasmas de un amor del pasado
El rostro suave y delicado de la joven apareció en su mente luego del octavo vaso de Ron, provocando que se olvidara por completo de la joven herida y semidesnuda que estaba recostada en su cama.
Jamás la pensaba cuando estaba sobrio, sin embargo, cuando decidía olvidarse de quién era y a que se dedicaba, inevitablemente, ella se hacía presente. Sus ojos castaños, su sonrisa brillante, la manera en la que caminaba por la calle, tan suelta, risueña, llena de sueños e ilusiones que él mismo se encargó de destrozar esa noche.
Su pecho se inundaba de una calidez indescriptible cuando recordaba los buenos momentos que habían compartido juntos, aquellos en los que parecía que todo era perfecto y no tendría un final, al menos no el que tuvo. ¿Cómo era posible que la extrañara si él mismo le había quitado la vida? No lo sabía, y tampoco le molestaba ese sentimiento, definitivamente se había convertido en un psicópata sin retorno, aunque no siempre fue así. Nadie que lo conociera en la actualidad hubiese adivinado que, alrededor de 22 años atrás, estuvo a punto de dejarlo todo por ella, desde sus negocios turbios hasta la manera inescrupulosa con la que se manejaba en la vida.
Cerró sus ojos, recordando aquellas noches compartidas, en donde su boca recorría cada centímetro de su piel, haciéndola estremecer y gritar suavemente su nombre. Ella no se quedaba atrás, su energía dominante, en el momento en que sus cuerpos se volvían uno, lo hacia enloquecer, ya que ella había sido la única mujer capaz de hacerlo sentir más allá del placer sexual del momento. Algo emergía en el interior de su pecho cuando hacían el amor, algo que jamás logró explicar, algo que jamás volvió a experimentar tampoco.
La amaba, la amaba como jamás había amado hasta el momento, la amaba más que su propia vida, sin embargo, eso no impidió que todo se fuera a la mierda, ¿el motivo? Hikari fue la primera mujer que lo enfrentó, la primera que devolvió sus golpes en aquellos momentos en los que perdía el control, la primera que no mostro un miedo de muerte cuando la miraba hecho un demonio.
- Maldita seas, Hikari. - murmuró, lanzando al botella casi vacía al suelo, la cuál se rompió en mil pedazos, provocando un leve respingo en Yura.
Su maldición dayokai había sido heredada a través de generaciones y, para su suerte, en algún momento de su historia, alguien había recibido la ayuda necesaria para aprender a controlar sus impulsos asesinos y no sucumbir ante la sed de sangre que sentía al ser poseído. No era ningún secreto que descendían de personas despreciables y, en el fondo, admitía que no le molestaba para nada, ya que en cierta medida, eso lo había ayudado a sobrevivir en el mundo que había elegido. Pudo haberse quedado con la Unione Corse en el momento en el que su padre murió, sin embargo, no le interesaba estar atado a un montón de reglas absurdas y pasarse la vida entre tratos y vigilancias innecesarias, además de sentir la obligación de proteger a los suyos, por lo que siguió su propio negocio, dejándole vía libre a su hermano, el cual supo llevar la organización mucho mejor de lo que él hubiese sido capaz.
Se puso de pie, acercándose a la cama, en donde se sentó y sonrió, observándo los ojos rosados de la joven.
- Tú no eres mi Hikari... pero eres hermosa. - su voz ronca provocaba que la joven apretara sus puños. - Y eres noble, tomar el lugar de tu hermanita me pareció, tierno.
- Me das asco.
- Lo mismo me dijo el amor de mi vida antes de dar a luz a nuestra hija, asique puedes estar tranquila, no me interesa que tú me lo digas.
- Pobre mujer. - respondió desafiante. - Haberse enamorado de alguien como tú...
- Hagamos algo. - su mano comenzó a acariciar su abdomen lentamente. - Prometo que no te lastimaré... si cierras la boca. - ascendió hasta su pecho, masajeándolo y apretándolo sutilmente. - Puedo ignorar esa herida. - pasó su lengua sobre las vendas. - Si eres capaz de entregarte, sentirás placer... Bankotsu me dijo que eras deliciosa.
Antes de que ella pudiese expresar todo el rechazo que estaba experimentando ante el roce de su mano, la puerta se abrió y el mencionado se hizo presente.
- Lamento interrumpirte, querido amigo. - sonrió, mirando a la mujer, victorioso. - Pero tu hermano está aquí... es momento de que sellemos nuestro trato formalmente.
