Saori se sentía rebosante de energía a pesar de que tenía aún la herida en el hombro y estaba bastante fresca.

Se miró al espejo de su cuarto, mientras se alistaba para salir. Estaba muy contenta y le importó poco cuando notó que el vendaje de la herida del hombro le abultaba la ropa por debajo y la yukata negra con pequeñas flores rojas y doradas que había comprado no le quedaba del todo bien por eso.

Así que se ató el obi, se dejó el cabello suelto, que le llegaba ya por la cadera. Delineó cuidadosamente sus ojos con negro, y se pintó los labios de un bello color vino. Y como detalle final se colocó un prendedor en el cabello, con forma de una pequeña libélula, sosteniendo un mechón del lado izquierdo.

Miró el accesorio con cierta nostalgia. No lo había usado hace años, y sin embargo aún estaba impecable, con sus pétalos nacarados intactos y un trío de campanillas en cascada que tintineaban sutilmente con el movimiento.

Era de su madre. Una herencia, la única junto con su naginata.

Antes de salir, se dio un último vistazo en el espejo, y sonrió. Se sintió bella. Había olvidado cuando fue la última vez que se arregló así, en su vida últimamente no hubo mucho espacio para la coquetería.

Sanemi esperaba afuera.

La noche era calurosa y el cielo estaba totalmente cubierto de estrellas. A lo lejos, podía escuchar le murmullo del festival, y hasta su nariz llegó el delicioso aroma a la carne asada y condimentada de los puestos de comida, haciendo que su estómago se impaciente.

Él, a diferencia de Saori, no se había producido tanto. Llevaba una yukata también, color verde muy oscuro, y un obi negro. Lo suficiente para ser socialmente aceptado.

Por eso cuando Saori abrió la puerta de la casa y salió, Sanemi se sorprendió.

Lo primero que se le vino a la mente fue la palabra 'radiante' y le pareció poco para describirla. Algo en ella emanaba luz, brillo, encanto, algo...distinto. Su forma de caminar, la mirada en sus ojos. La boca perfectamente dibujada, resaltando la forma tentadora de los labios.

Fue como si alguien le hubiera dado un puñetazo en la nuca, con mucha fuerza. Cómo si una ola gigantesca lo hubiera atravesado.

"¿Que había dicho yo? ¿'ya pasará el efecto de tener una mujer tan cerca'? Y una mierda." pensó. "Esta es la confirmación de que estoy jodidísimo"

Saori se acercó a él y le sonrió inocente.

Sanemi tuvo que tragar saliva y controlarse para no soltar algo de lo que probablemente se hubiera arrepentido luego. Sin embargo, sabía que estaba esperando un cumplido, algo que le diga que sí había notado el esfuerzo.

"Y puedes apostar que si lo he notado." Pensó, mientras la miraba disimuladamente yendo a su lado. Tenía toda su atención.

- Estás esperando que te diga algo y estoy teniendo problemas para encontrar la palabra correcta.- confesó él mientras caminaban.- Lo siento.-

Saori rió. Y esa risa le arrancó una sonrisa a Sanemi, aunque él se resistió.

-Tranquilo. No es necesario que digas nada. Sé que no eres muy expresivo.- dijo, siguiéndole el paso.- En todo este tiempo he aprendido alguna que otra cosa sobre ti.-

- ¿Por ejemplo?- Preguntó él mirándola levemente de costado. Tenía curiosidad.

- Te gustan los perros.- lanzó ella.- Más que los gatos u otro animal. Siempre los alimentas cuando vienen al dojo.-

- Si.- Asintió él.

Iban lentamente uno a la par del otro, rumbo a la calle donde se desarrollaba el Tanabata. Y Sanemi pudo notar que tenía las palmas humedecidas y el pulso levemente enloquecido.

Se sintió un adolescente nuevamente.

- Y te gustan los dulces. El Ohagi, particularmente.- dijo ella, con seguridad.

- Si. -Dijo él, y agregó.- No me enojaría si empiezas a preparalos en casa.-

- Estoy tratando de conversar ¿y me das tarea?- Saori le dio un suave empujoncito.

- Es un chiste.- Aclaró él, y sonrió. Luego de un momento, agregó.- Aunque no estaría mal.-

- Eso es un pedido especial. Quiero una hora más de descanso para cumplirlo.-

- Estoy tratando de conversar ¿y me chantajeas?- sonrió él, entrecerrando los ojos.

Saori rió con ganas.

- ¿Y que más?- quiso saber él. Se sentía bien, extrañamente bien, todo lo que ella decía.- ¿Que más aprendiste de mi?-

- Veamos...cuidas mucho a esos bichos asquerosos que tienes en el jardín.- dijo ella, arrugando levemente la nariz.

-Oye, más respeto con mis escarabajos. Son geniales.- se defendió él.

- Son horrendos.- dijo ella, sacudiéndo levemente una mano.

- Bueno...es que no te tomaste el tiempo para apreciar lo geniales que son.- refutó él.

- También sé que te gusta dormir. Pero te cuesta lograrlo. Tienes el sueño ligero.-

- Cierto.-

- Te gustan los días de lluvia, y la comida bien condimentada.- continuó Saori, muy segura.- Eres muy amable con los mayores. Y tienes bastantes cosquillas. Te gusta la música, y a veces, cuando estás triste, tiendes a quedarte muy quieto y silencioso. Pero cuando estás tenso, mordisqueas tus uñas. Tiendes a rascarte la nuca cuando esas incómodo o nervioso. Eres muy reservado y a veces, hasta misterioso. Eres obstinado y perfeccionista...lo cual te hace un excelente maestro, aunque también eres bastante malhumorado.-

- Vaya...- Sanemi estaba genuinamente sorprendido. Algo dentro de su corazón se agitó feliz.

Lo veía, incluso a través de todas los muros que él levantó a su alrededor, y que Saori derribó con paciencia y perseverancia.

- Pero no eres tan malo como quieres hacer ver.- sonrió ella, mirándolo a los ojos.-De hecho eres...-

- ...¿Soy...?- balbuceó él, colgando de las mil opciones que la boca de Saori podría decir.

"¿Genial? ¿Maravilloso? ¿Un hijo de puta?" Pensó él.

Se miraron. Uno frente a otro en medio de la calle y bajo la enorme luna de verano.

El corazón de Sanemi estaba enloquecido, y él apretó los dientes porque pensó que se le iba a escapar por la boca.

Entonces un estruendo de un fuego artificial los trajo de vuelta a la tierra.

- ¡Mira!- Exclamó Saori, cambiando a propósito de tema.- ¡Las banderolas! ¡Son enormes! En mi pueblo no eran tantas ni tan grandes!-

Ella dio un trotecito hasta una de las enormes banderolas colgadas a lo largo y ancho de la calle. Y Sanemi tuvo que tragarse su curiosidad.

El festival era precioso. Las calles estaban cuidadosamente decoradas. Había luces y pequeños faroles de colores por todos lados. Muchísimos puestos de comida, juegos, música.

A Saori no le alcanzó la vista para mirar ni la boca para sonreír, y a Sanemi le pareció una niña en una dulcería.

La mujer que lo había deslumbrado en la puerta de su casa ahora era una muchachita curiosa y asombrada por lo vistoso del festival, yendo de un puesto al otro, chillando por las hermosas artesanías y adornos que se exhibían.

Comieron takoyaki y yakitori, y a Sanemi le quedó grabada la imagen de felicidad de la cara de Saori cada vez que probaba un bocado. Esa sonrisa coronada con ojos brillantes le avivaron el alma.

- En mi pueblo, el Tanabata no era tan vistoso.- explicó ella, mientras caminaba con él, jugueteando con los adornos colgantes.

- Creo que aqui siempre es igual.- dijo él, encogiéndose de hombros.

Sanemi nunca había ido a un festival como este. En parte porque siempre estaba trabajando. Y en parte porque su vista no le permitía maravillarse con todos los colores que Saori si notaba. Además, no estaba cómodo entre tanta gente.

¿Entonces para qué?

- ¿ 'Creo'? No me digas que nunca habías venido.- planteó ella.

- No.- contestó él, sin entender su asombro.

Saori pareció horrorizada.

-¿Tienes tanta belleza cerca y no la disfrutas?- dijo ella.

"Si, parece que tengo ese problema." Pensó él.

-En mi defensa debo decir que trabajo mucho.- dijo Sanemi, encogiéndose de hombros levemente.

- Pero hoy estás aquí. Es decir, podrías haberte hecho el tiempo antes...-

- Estoy aquí porque quería que tú vengas.- masculló él, no estaba muy seguro de querer que ella escuche.

Saori sabía que este paseo era única y exclusivamente para que disfrute, y que Sanemi este en ese momento a su lado, la hizo sentir extraña, en el buen sentido.

Especial.

¿Era especial?

"Saori... Se prudente" se repitió a si misma.

Caminaron mucho tiempo. Comieron, bebieron y vinieron un hermoso desfile representativo de la leyenda de Tanabata, había músicos tocando y unos trajes que Saori sólo describió como perfectos.

Luego de eso, escribieron sus deseos en tiras de papel de colores y lo colgaron en los árboles de Tanabata, hechos de ramas de bambú.

- Si te pido que me digas qué pediste, ¿lo harás?- quiso saber ella, mientras terminaba de atar el suyo.

-No. Porque no se cumpliría.- contestó él.

Saori frunció el ceño.

- Pues yo pedí.- empezó a decir ella pero él la interrumpio.

-¡No! ¿Que no oyes? No se cumplirá. Además no quiero saberlo. Es privado.-

- Entonces te lo diré cuando se cumpla.- Sonrió ella, y avanzó un poco más, jugueteando con las enormes y coloridas banderolas.

Y mientras ella se alejaba de él, entretenida con todo a su alrededor, él repitió lo que había pedido, en su mente.

"Mi deseo de Tanabata es que vuelvas a mí luego de la Selección Final."

La noche finalizó con un gran espectáculo de fuegos artificiales, que tiñeron el cielo nocturno con preciosos colores luminosos.

Mientras miraban, Sanemi sintió que Saori lo sujetó del brazo, y se quedó inmóvil. La miró, y vio la fascinación con la que observaba el cielo, vio las bellas flores de fuegos de colores dibujarse en sus pupilas, y una hermosa sonrisa de asombro en sus labios.

Entonces Saori bajó la mirada hasta encontrar los ojos de Sanemi fijos en ella, y sintió que se ruborizó.

-Es una belleza.- le dijo, con caleidoscopio de sensaciones en el pecho.

-Si lo es.- dijo Sanemi y sonrió.

Aunque él no se refería a los fuegos artificiales.

Rato después, mientras regresaban a su casa, aún moviéndose en las calles adornadas y atestadas de gente, Sanemi le preguntó a Saori sobre su herida.

- Aún duele un poco. Pero estoy mejor ahora .- Sentenció Saori, mirándolo a los ojos, con una sonrisa casi embelesada.

Es que lo estaba. Estar con él, en esa noche hermosa, en esas calles festivas, alegres, avivó su alma.

Y en consecuencia, todo lo que sentía por él, lo que había estado intentando aceptar que no era recíproco, lo que quiso borrar. Aunque claramente estaba teniendo problemas para manejar su parte del asunto.

- La Selección Final es en dos semanas...- dijo él.- Sé que dije que quería que entraras ya pero si no estás completamente segura...-

- Lo estoy.- Interrumpió ella.

- Podemos dejarlo para--.- Dijo él, pero ella volvió a interrumpirlo.

- Lo estoy, Sanemi.-

Él no insistió. Si algo había aprendido de ella era que tenía unas convicciones y una voluntad férreas. Así que asintió a lo que ella dijo.

Caminaron un momento más en silencio, Saori puso una mano sobre el vendaje y cerró los ojos.

- ¿Que pasará si muero?- preguntó muy suavemente.

Sanemi no dijo nada. No quería pensar en eso, en absoluto. Mucho menos esa noche.

-Pues...nada. Morirás en la montaña y nada más.- dijo él, con calma.

-¿Puedo pedirte algo?- Saori lo detuvo, tirando levemente de su mano.

- Lo que necesites.-

- Si muero...lleva lo que quede de mi a mí casa. Entierrame junto a mis seres queridos. Quiero estar con ellos.- pidió ella, muy seriamente.

Sanemi la observó en silencio, tragó saliva y sintió algo que le presionó el corazón.

Realmente no quería que ella muera. Realmente lo afectaría. Supo entonces que, a todas luces, lo que sentía por Saori no era simple atracción.

Y ese sentimiento era justo lo que queria evitar, porque estaba seguro terminaría creciendo fuera de su control.

Terminaría maldiciéndola.

-No vas a morir.- Dijo él, mirandola.

-Solo promete lo que te pedí...- insistió ella.

Sanemi Shinazugawa estaba acostumbrado a lidiar con la muerte. Estaba acostumbrado a las pérdidas, pero eso no significaba que ninguna de las dos sea más sencilla para él.

Y sentir la sombra lúgubre de la muerte sobre ellos, le heló la nuca.

-Lo prometo.- le dijo finalmente.

Finalmente llegaron a la casa y al llegar, antes de entrar a su habitación para prepararse para dormir, Saori se volvió sobre sus pasos y abrazó a Sanemi, que esta vez no dudó un segundo en corresponderle el gesto.

-Gracias por la hermosa noche.- le dijo, cuando se separó de él, con la mirada aún brillante de emoción. - Me hiciste muy feliz.-

Estaban tan cerca que podían sentir la calidez del aire que respiraban.

Sanemi identificó cómo se le aceleró el corazón, y disimuladamente tragó saliva. Se perdió un momento en sus ojos, y las pupilas viajaron a la bonita boca que sonreía para él.

¿Hacía más calor o era su imaginación?

Y antes de que el momento se fuera, antes de que su cerebro racional funcione nuevamente, Sanemi se inclinó levemente hacia adelante y le besó la comisura de los labios.

Se miraron en silencio, estaban a un segundo, a un movimiento, un simple movimiento para besarse, para romper esa pequeña pero infinita distancia que los separaba.

Pero ninguno tuvo el valor.

Otro agradecimiento y un incómodo momento después, ella se dirigió a su cuarto.

Cuando estuvo sólo, Sanemi se cubrió el rostro con una mano.

Atrapado en un torbellino de emociones que llenaron su cabeza una vez más, se dirigió a su cuarto.

Alli, recostado en su futon en la oscuridad, sólo podía pensar en Saori.

Ella dormía en el otro cuarto pero para él era cómo si estuviera al otro lado del mundo.

Pensó en sus labios. En su piel suave, en su cabello tan largo y delicado. En el sonido de su risa, y en la forma en que lo miró, tan feliz y asombrada bajo las interminables luces de la calle.

Se arrepintió terriblemente de no haberla besado. De no haberla besado realmente.

"¿Pero qué estoy pensando? No estoy utilizando la cabeza correcta" se reprimió, y fue al baño a mojarse el cabello y la nuca con agua fría.

Por su parte, en la penumbra de su habitación, Saori se había quitado lentamente la ropa y estaba semidesnuda, sentada, con los ojos abiertos y fijos en nada, repitiendo el beso en su mente una y otra y otra vez, con el corazón aún acelerado.

Llegar a la habitación había sido un reto descomunal, porque las piernas parecían no querer responderle. Su cuerpo rechazaba las órdenes que su cerebro enviaba...porque sentía la imperiosa necesidad de volver a él, de no soltarlo, de saciarse.

Suspiró. Cerró los ojos, se recostó el en futón y una gran sonrisa se dibujó en sus labios.

"Quizá después de todo si me ve como una mujer" pensó.

Si se concentraba, podía aún olerlo en su piel. Y ese olor...era combustible. Lentamente deslizó su mano por debajo de su ropa, sobre el vientre cálido, más allá del territorio del ombligo, para atender pensando en Sanemi, eso que parecia gritar por atención.