CAPÍTULO 7: EL CÁLIZ DE FUEGO


Molly estaba feliz de tener a sus pequeños de nuevo en casa, había estado tan sola y silenciosa. Pasó tres días encantadores, pero el cuarto, cuando su hijo Ron obtuvo el permiso de Arthur y ella para invitar a Harry a la Madriguera en sus vacaciones, comenzó su martirio.

–Mamá, cuando Harry venga, ¿puedes poner otro mueble en mi cuarto? Para que acomode sus cosas bien. – Molly casi tira el plato que estaba lavando y la vio horrorizada ante esas palabras, a pesar de saber que los niños compartían la cama en la escuela, ciertamente no permitiría que lo hicieran en la Madriguera. Sin embargo, debido al miedo que tenía de cortar los avances en su relación con su hija (era la primera vez que su pequeña no la llamaba madre en 1 año), intentó suavizar su rechazo.

–Pero querida mía, no es apropiado que una dama permita que un joven que no es su esposo entre a su cama, a su habitación. –Dijo mientras se esforzaba por sonreír con amabilidad. –Lo mejor será que él se quede en la habitación de Ron ¿no lo crees? Ustedes podrán estar juntos todo el día después de todo. Además, también vendrá Hermione, y ella se quedará contigo mi amor.

–La habitación de Ron huelo feo y está desordenada, además sólo me siento bien cuando estoy con Harry, no puedo dormir sin él, y no te gusta que duerma fuera de mi cama, así que la única solución es que él se instale en mi habitación ¿no lo crees? Por cierto, tal vez no has tenido la oportunidad de darte cuenta, pero Hermione no es amiga mía, si Ron quiere invitar a su amiga él tendrá que hacer sacrificios para tenerla cómoda. –Dijo Ginny con un tono tan inocente que no podía no creerle. Molly se sintió demasiado incomoda para decirle un no rotundo, y sólo pudo murmurar que lo pensaría y que fuera hacer su tarea escolar.

Intentó que Arthur la apoyará en su negativa, pero él también se encontraba incomodo ante la idea de decirle que no. Aún recordaba cuando ella gritaba por las noches, aún lo hacía, no tan seguido, pero no podía borrarse de la mente el recuerdo de verla convulsionando de dolor con un calcetín en la boca para sofocar sus gritos por las noches.

Así que, ante la imposibilidad de ambos de negarse a la petición que les hacía su hija, tácitamente dieron su aprobación cuando Arthur fue al cuarto de Ginny y cambió el ropero haciéndolo más grande, así mismo anchó la cama individual. Su hija sólo le sonrió y le dio las gracias.

Y Ron, bueno, su pequeño Ron se la pasó enfurruñado por varios días cuando ella le dijo que tendría que compartir habitación con Percy, y que tendría que mostrar su mejor comportamiento para no interrumpir los deberes de su estudioso hermano. La habitación de Ron sería limpiada y allí se quedaría Hermione.

Bill y Charlie volverían a la Madriguera por primera vez en mucho tiempo y se quedarían en la antigua habitación que compartía, mientras que los gemelos utilizarían la habitación de siempre.

o-o-o-o

Harry estaba concentrado intentando no escupir la toronja que estaba desayunando, obligado por tía Petunia a compartir la estricta dieta de su obeso primo.

– Acaba de llegar esto —dijo tío Vernon, blandiendo ante Harry un trozo de papel de color púrpura–. Una carta. Sobre ti.

El desconcierto de Harry fue en aumento. ¿Quién le escribiría a tío Vernon sobre él? ¿Conocía a alguien que enviara cartas por correo?

Tío Vernon miró furioso a Harry; luego bajó los ojos al papel y empezó a leer:

Estimados señor y señora Dursley:

No nos conocemos personalmente, pero estoy segura de que Harry les habrá hablado mucho de mi hijo Ron.

Como Harry les habrá dicho, la final de los Mundiales de quidditch tendrá lugar el próximo lunes por la noche, y Arthur, mi marido, acaba de conseguir entradas de primera clase gracias a sus conocidos en el Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.

Espero que nos permitan llevar a Harry al partido, ya que es una oportunidad única en la vida. Hace treinta años que Gran Bretaña no es la anfitriona de la Copa y es extraordinariamente difícil conseguir una entrada.

Nos encantaría que Harry pudiera quedarse con nosotros lo que queda de vacaciones de verano y acompañarlo al tren que lo llevará de nuevo al colegio.

Sería preferible que Harry nos enviara la respuesta de ustedes por el medio habitual, ya que el cartero muggle nunca nos ha entregado una carta y me temo que ni siquiera sabe dónde vivimos.

Esperando ver pronto a Harry, se despide cordialmente.

Molly Weasley

Después de leerle la carta, tío Vernon comenzó con su perorata de costumbre sobre los fenómenos y sus chifladeces, pero al final, accedió a que Harry se fuera al día siguiente, ansioso de deshacerse de él.

Al día siguiente a la hora en punto, Harry ya estaba con sus maletas listas en su cuarto.

–Vendrán en coche, espero —dijo a voces tío Vernon desde el otro lado de la mesa.

–Ehhh…– Harry no supo qué contestar. La verdad era que no había pensado en aquel detalle. ¿Cómo irían a buscarlo los Weasley? Ya no tenían coche, porque el viejo Ford Anglia que habían poseído corría libre y salvaje por el bosque prohibido de Hogwarts.

–Creo que sí – respondió al final. El bigote de tío Vernon se alborotó con su resoplido.

Normalmente hubiera preguntado qué coche tenía el señor Weasley, porque solía juzgar a los demás hombres por el tamaño y precio de su automóvil. Pero, en opinión de Harry, a tío Vernon no le gustaría el señor Weasley aunque tuviera un Ferrari.

Harry pasó la mayor parte de la tarde en su habitación. No podía soportar la visión de tía Petunia escudriñando a través de los visillos cada pocos segundos como si hubieran avisado que andaba suelto un rinoceronte. A las cinco menos cuarto Harry volvió a bajar y entró en la sala. Tía Petunia colocaba y recolocaba los cojines de manera compulsiva. Tío Vernon hacía como que leía el periódico, pero no movía los minúsculos ojos, y Harry supuso que en realidad escuchaba con total atención por si oía el ruido de un coche. Dudley estaba hundido en un sillón, con las manos de cerdito puestas debajo de él y agarrándose firmemente la rabadilla. Incapaz de aguantar la tensión que había en el ambiente, Harry salió de la habitación y se fue al recibidor, a sentarse en la escalera, con los ojos fijos en el reloj y el corazón latiéndole muy rápido por la emoción y los nervios. Pero llegaron las cinco en punto… y pasaron. Tío Vernon, sudando ligeramente dentro de su traje, abrió la puerta de la calle, escudriñó a un lado y a otro, y volvió a meter la cabeza en la casa.

–¡Se retrasan! –le gruñó a Harry.

–Ya lo sé –murmuró Harry—. A lo mejor hay problemas de tráfico, yo qué sé.

Las cinco y diez… las cinco y cuarto… Harry ya empezaba a preocuparse.

A las cinco y media oyó a tío Vernon y a tía Petunia rezongando en la sala de estar. –No tienen consideración.

–Podríamos haber tenido un compromiso.

–Tal vez creen que llegando tarde los invitaremos a cenar.

–Ni soñarlo –dijo tío Vernon. Harry lo oyó ponerse en pie y caminar nerviosamente por la sala—. Recogerán al chico y se irán. No se entretendrán. Eso… si es que vienen. A lo mejor se han confundido de día. Me atrevería a decir que la gente de su clase no le da mucha importancia a la puntualidad. O bien es que en vez de coche tienen una cafetera que se les ha averia… ¡Ahhhhhhhhhhhhh!

Harry pegó un salto. Del otro lado de la puerta de la sala le llegó el ruido que hacían los Dursley moviéndose aterrorizados y descontroladamente por la sala. Un instante después, Dudley entró en el recibidor como una bala, completamente lívido.

–¿Qué pasa? –preguntó Harry—. ¿Qué ocurre?

Casi muere de risa cuando se dio cuenta que los Weasley habían entrado por la chimenea, y mantuvo las ganas de reír todo el tiempo que duró el intercambio de palabras, aún más cuando su primo comió el dulce que pusieron de sebo los gemelos y finalmente entró en la chimenea para llegar a la Madriguera

–¿Se lo comió? –preguntó Fred ansioso mientras le tendía a Harry la mano para ayudarlo a levantarse.

–Sí —respondió Harry poniéndose en pie –. ¿Qué era?

–Caramelo longuilinguo –explicó Fred, muy contento–. Los hemos inventado George y yo, y nos hemos pasado el verano buscando a alguien en quien probarlos…

Todos prorrumpieron en carcajadas en la pequeña cocina; Harry miró a su alrededor buscando a Ginny, y vio que Ron y George estaban sentados a una mesa de madera desgastada de tanto restregarla, con dos pelirrojos a los que Harry no había visto nunca, aunque no tardó en suponer quiénes serían: Bill y Charlie, los dos hermanos mayores Weasley.

–¿Qué tal te va, Harry? –preguntó el más cercano a él, dirigiéndole una amplia sonrisa y tendiéndole una mano grande que Harry estrechó. Estaba llena de callos y ampollas. Aquél tenía que ser Charlie, que trabajaba en Rumania con dragones. Su constitución era igual a la de los gemelos, y diferente de la de Percy y Ron, que eran más altos y delgados. Tenía una cara ancha de expresión bonachona, con la piel curtida por el clima de Rumania y tan llena de pecas que parecía bronceada; los brazos eran musculosos, y en uno de ellos se veía una quemadura grande y brillante.

Bill se levantó sonriendo y también le estrechó la mano a Harry, quien se sorprendió.

Sabía que Bill trabajaba para Gringotts, el banco del mundo mágico, y que había sido Premio Anual de Hogwarts, y siempre se lo había imaginado como una versión crecida de Percy: quisquilloso en cuanto al incumplimiento de las normas e inclinado a mandar a todo el mundo.

Sin embargo, Bill era (no había otra palabra para definirlo) genial: era alto, tenía el pelo largo y recogido en una coleta, llevaba un colmillo de pendiente e iba vestido de manera apropiada para un concierto de rock, salvo por las botas (que, según reconoció Harry, no eran de cuero sino de piel de dragón).

Antes de que ninguno de ellos pudiera añadir nada, se oyó un pequeño estallido y el señor Weasley apareció de pronto al lado de George. Harry no lo había visto nunca tan enfadado.

–¡No ha tenido ninguna gracia, Fred! ¿Qué demonios le diste a ese niño muggle?

–No le di nada –respondió Fred, con otra sonrisa maligna–. Sólo lo dejé caer… Ha sido culpa suya: lo cogió y se lo comió. Yo no le dije que lo hiciera.

–¡Lo dejaste caer a propósito! –vociferó el señor Weasley–. Sabías que se lo comería porque estaba a dieta…

–¿Cuánto le creció la lengua? –preguntó George, con mucho interés.

–Cuando sus padres me permitieron acortársela había alcanzado más de un metro de largo.

Harry y los Weasley prorrumpieron de nuevo en una sonora carcajada.

–¡No tiene gracia! –gritó el señor Weasley–. ¡Ese tipo de comportamiento enturbia muy seriamente las relaciones entre magos y muggles! Me paso la mitad de la vida luchando contra los malos tratos a los muggles, y resulta que mis propios hijos…

–¡No se lo dimos porque fuera muggle! –respondió Fred, indignado.

–No. Se lo dimos porque es un asqueroso bravucón –explicó George–. ¿No es verdad, Harry?

–Sí, lo es – contestó Harry seriamente.

–¡Ésa no es la cuestión! —repuso enfadado el señor Weasley–. Ya verán cuando se lo diga a su madre.

–¿Cuándo me digas qué? –preguntó una voz tras ellos. La señora Weasley acababa de entrar en la cocina. –¡Ah, hola, Harry! –dijo sonriéndole al advertir que estaba allí. Luego volvió bruscamente la mirada a su marido–. ¿Qué es lo que tienes que decirme?

El señor Weasley dudó. Harry se dio cuenta de que, a pesar de estar tan enfadado con Fred y George, no había tenido verdadera intención de contarle a la señora Weasley lo ocurrido. Se hizo un silencio mientras el señor Weasley observaba nervioso a su mujer. Entonces aparecieron dos chicas en la puerta de la cocina, detrás de la señora Weasley.

Al ver a Ginny, Harry de inmediato se puso en su mejor comportamiento y le sonrió mientras extendía sus brazos. Y la joven chica se lanzó hacía él mientras chillaba de emoción, a Harry le pareció muy extraña esa reacción, ella nunca había hecho eso antes, pero sólo le siguió la corriente y la abrazó con fuerza.

Siguió un carraspeo molesto por parte de los incómodos chicos Weasley, de los dos mayores. Los hermanos Weasley que aún estaban en Hogwarts sabían de sus hábitos nocturnos y Harry admitía que no eran especialmente discretos acerca de su relación, por lo menos desde finales del año pasado, así que Ron Y Percy sólo rodaron los ojos y bufaron por lo bajo, ignorando la escena que presenciaban.

Fred y George se sonrieron y Fred dijo: –Queridos hermanos mayores es un honor presentarles al marido de nuestra querida Ginevra, el señor Harry James Potter.

Acto seguido comenzaron a reverenciar a Harry mientras los demás reían. Harry sólo sonrió, un tanto incómodo, pero hasta cierto punto emocionado por estas palabras, a pesar de haber sido dichas como burla.

La señora Weasley los regañó por avergonzarlo y se acercó a Harry, dándole un gran abrazo, el chico sólo intentó no ponerse rígido ante ese contacto y le sonrió y le agradeció por darle la bienvenida.

–Oh, es un placer tenerte aquí Harry, estamos muy emocionados, pero adelante querido, Ginny te llevará para que te acomodes. – Dijo la señora Weasley con una sonrisa mientras le revolvía el cabello con afecto. –Querida, por favor, llévalo.

–Sí mamá, en un momento bajamos. – Dijo Ginny con una sonrisa adorable, tomó la mano de Harry y lo comenzó a arrastrar.

–Sí, nosotros también vamos –dijo George.

–¡Ustedes se quedan donde están! – gruñó la señora Weasley. –Hermione querida, ¿me ayudarías a poner la mesa para cenar? Ron ve a limpiarla, en un momento voy con ustedes.

Harry y Ginny salieron despacio de la cocina y emprendieron el camino por el estrecho pasillo y subieron por la desvencijada escalera que zigzagueaba hacia los pisos superiores.

–¿Qué es eso de los «Sortilegios Weasley»? – preguntó Harry mientras subían.

Ginny se rió con voz cantarina.

–Mi madre ha encontrado un montón de cupones de pedido cuando limpiaba la habitación de Fred y George –explicó en voz baja–. Largas listas de precios de cosas que ellos han inventado. Artículos de broma, ya sabes: varitas falsas y caramelos con truco, montones de cosas. Hace mucho tiempo que escuchamos explosiones en su habitación, creíamos que simplemente les gustaba el ruido.

–Lo que pasa es que la mayor parte de los inventos… bueno, todos, en realidad… son algo peligrosos y, ¿sabes?, pensaban venderlos en Hogwarts para sacar dinero. Mi madre se ha puesto furiosa con ellos. Les ha prohibido seguir fabricando nada y ha quemado todos los cupones de pedido… Además, está enfadada con ellos porque no han conseguido tan buenas notas como esperaba… Y también ha habido problemas porque mi madre quiere que entren en el Ministerio de Magia como papá, y ellos le han dicho que lo único que quieren es abrir una tienda de artículos de broma. – Ambos entraron a la habitación del primer piso, para sorpresa de Harry, quien se acababa de dar cuenta que Ginny lo había llevado a su habitación.

Antes de cerrar Harry vio una cara con gafas de montura de hueso y expresión de enfado.

–Hola, Percy –saludó Harry.

–Ah, hola, Harry –contestó Percy–. Me preguntaba quién estaría armando tanto alboroto. Intento trabajar, Tengo que terminar un informe para la oficina, y resulta muy difícil concentrarse cuando la gente no para de subir y bajar la escalera haciendo tanto ruido.

–No hacemos tanto ruido –replicó Ginny, mientras se acercaba a Percy y lo tomaba del brazo, dándole un beso en la mejilla –Lamentamos haberte interrumpido.

–¿En qué estás trabajando? –preguntó Harry con tono educado, como siempre que hablaba con él.

–Es un informe para el Departamento de Cooperación Mágica Internacional – respondió Percy con aires de suficiencia–. Estamos intentando estandarizar el grosor de los calderos. Algunos de los calderos importados son algo delgados, y el goteo se ha incrementado en una proporción cercana al tres por ciento anual…

–Percy se entusiasmó tanto en el tema debido a qué es el mejor en pociones, y sabe lo importante que son los calderos. – Dijo Ginny, interrumpiéndolo con una sonrisa mientras comenzaba a cerrar la puerta. –En un momento nos vemos en la cena, hermano.

Mientras Harry y Ginny arreglaban las cosas en el ropero, les llegaban ecos de gritos procedentes de la cocina.

El señor Weasley debía de haberle contado a su mujer lo de los caramelos.

–¿Dormiré aquí? – Preguntó Harry finalmente, sin atreverse a romper el ambiente tranquilo.

–Por supuesto cariño, me las ingenié. – Le dijo ella con una sonrisa, la cual aumentó al ver su sonrojo. Pronto se pusieron al corriente de todo lo que había pasado en su verano, ambos desahogando su ira, tristeza y compartiendo su alegría.

A las siete de la tarde, las dos mesas crujían bajo el peso de un sinfín de platos que contenían la excelente comida de la señora Weasley, y los nueve Weasley, Harry y Hermione tomaban asiento para cenar bajo el cielo claro, de un azul intenso. Para alguien que había estado alimentándose todo el verano de pasteles que la señora Weasley le enviaba, aquello era un paraíso, y al principio Harry escuchó más que habló mientras se servía empanada de pollo con jamón, patatas cocidas y ensalada. Al otro extremo de la mesa, Percy ponía a su padre al corriente de todo lo relativo a su informe sobre el grosor de los calderos.

En serio que adoraba a Gin, pero su hermano favorito era demasiado tedioso, le sorprendía mucho el cómo ella podía ponerle atención por tanto tiempo. No le sorprendía nada el que el resto de los hermanos se burlaran de él, e intentaba con todas sus fuerzas no reírse de él, sabía que eso la enojaba, así que decidió ignorar cómo los hermanos mayores Weasley molestaban a Percy.

Ron observó con atención al resto de su familia para asegurarse de que estaban todos distraídos hablando y le preguntó a Harry en voz muy baja: —¿Has tenido últimamente noticias de Sirius?

Hermione vigilaba a los demás mientras no se perdía palabra.

—Sí —dijo Harry también en voz baja—, dos veces. Parece que está muy bien. Anteayer le escribí. Es probable que envíe la contestación mientras estamos aquí.

Recordó de pronto el motivo por el que había escrito a Sirius y, por un instante, estuvo a punto de contarles a Ron y a Hermione que la cicatriz le había vuelto a doler y el sueño que había tenido… pero no quiso preocuparlos precisamente en aquel momento en que él mismo se sentía tan tranquilo y feliz.

– Miren qué hora es – dijo de pronto la señora Weasley, consultando su reloj de pulsera—. Ya tendrían que estar todos en la cama, porque mañana se levantarán con el alba para llegar a la Copa. Harry, si me dejas la lista de la escuela, te puedo comprar las cosas mañana en el callejón Diagon. Voy a comprar las de todos los demás porque a lo mejor no queda tiempo después de la Copa. La última vez el partido duró cinco días.

–¡Jo! ¡Espero que esta vez sea igual! –dijo Harry entusiasmado.

–Bueno, pues yo no – replicó Percy en tono moralista–. Me horroriza pensar cómo estaría mi bandeja de asuntos pendientes si faltara cinco días del trabajo.

–Desde luego, alguien podría volver a ponerte una caca de dragón, ¿eh, Percy? –dijo Fred.

–¡Era una muestra de fertilizante proveniente de Noruega! –respondió Percy, poniéndose muy colorado–. ¡No era nada personal!

–Sí que lo era –le susurró Fred a Harry, cuando se levantaban de la mesa, intentando que su hermana no lo escuchara –. Se la enviamos nosotros.


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