Los días siguientes no fueron fáciles para Harry. El haber visto cómo se esfumaban de aquel modo sus esperanzas de una vida mejor le había llenado inicialmente de desánimo y luego de un intenso odio hacia Pettigrew, un odio como nunca había sentido. Por culpa de Pettigrew lo había perdido todo. Pensaba una y otra vez en la sugerencia de Ron de transformarlo en rata y metérselo en la boca a Crookshanks, y se lamentó de no haberlo hecho cuando tuvo la ocasión. Ron y Hermione entendían lo que le pasaba pero claramente no sabían muy bien cómo ayudarle. Ron se flagelaba diciendo que ojalá hubiera dejado que Crookshanks cazara a Scabbers-Pettigrew, pero aquello no consolaba a Harry. Hermione, siempre cumplidora de las reglas, le decía que confiara en el auror Kingsley Shacklebolt, que él demostraría la inocencia de Sirius, pero Ron le recordaba cómo había tratado el Ministerio el año anterior a Hagrid, y Harry, inicialmente animado por la confianza que, ciertamente, inspiraba Kingsley, se desanimaba otra vez y luego se enfurecía.

No ayudaba a que Harry estuviera de buen humor el ver a Hagrid deprimido. Sí, le habían absuelto de toda responsabilidad por el ataque de Buckbeak a Draco, pero el Ministerio había abierto una investigación para determinar si el hipogrifo era peligroso, y Hagrid se temía lo peor. Se comprometieron a ayudarle, pero sus investigaciones en la biblioteca no aportaban gran cosa. Para colmo de males, Draco exageraba la magnitud de su herida, lo que acabó llevándole a más de un choque con Harry (y a más de un castigo de Snape). Sobre esto no me detendré, por ser sobradamente conocido.

Para colmo de males, Harry no podía visitar Hogsmeade. Intentaron que McGonagall le diera permiso pero ella se negó, no era familiar de Harry. Ron y Hermione se comprometieron a traerle toneladas de dulces de la tienda de Honeydukes, y aunque Harry se lo agradeció, aquello no le consolaba, ni tampoco le consolaba el débil intento de Percy de convencerle de que no se perdía nada.

Sólo dos cosas buenas le pasaron aquellos días. Una, las clases de Defensa contra las Artes Oscuras, que eran muy excitantes gracias a las fascinantes criaturas que Lupin les mostraba. Otra, los entrenamientos de quidditch. Oliver Wood les daba duro porque quería ganar como fuera en aquel, su último año, pero a Harry no le importaba. Cuando estaba volando sobre su querida escoba voladora Nimbus 2000, se olvidaba de todo.

Finalmente, llegó el día de la visita a Hogsmeade. Harry se despidió de Ron y Hermione, que le prometieron un cargamento de dulces de Honeydukes, y Harry asintió sin muchas ganas. Pero antes de que tuviera tiempo de ponerse de mal humor, Lupin, que estaba allí, le invitó a venir a su despacho.

—Tenemos muchas cosas de que hablar, pero aquí hay demasiada gente—le dijo.

Poco después, estaban en el despacho de Lupin, que cerró la puerta tras él. Harry se fijó en una extraña criatura que había en un gran acuario, que Lupin identificó como un grindylow (los detalles, en el libro, por supuesto). Se sentaron junto a una mesa. Lupin agitó su varita y murmuró un hechizo.

—Hechizo silenciador, nadie oirá lo que se diga aquí. Lo que quería contarte es que he hablado con Sirius.

—¿Y cómo está?—preguntó Harry, levantándose de golpe.

—No está muy contento de lo ocurrido, pero yo he logrado convencerle de que por una vez confíe en las autoridades legales y no haga ninguna tontería, como irrumpir a escondidas en la torre de Gryffindor para matar a Peter. Ese era su plan, ¿sabes? aprovechar el banquete de Halloween para entrar en la torre de Gryffindor y matar a Peter.

—¿Y cómo habría podido entrar sin la contraseña?

—Supongo que intentaría usar sus encantos para seducir a la Dama Gorda, pero es que hoy por hoy no tiene un aspecto muy agradable, está sucio, mal vestido y sin afeitar, y tampoco tiene una expresión muy agradable en su cara. Seguramente le diría que no y él intentaría abrirse paso a cuchilladas. Pero afortunadamente, he logrado tranquilizarle. Le he explicado lo que está haciendo Kingsley Shacklebolt y me ha dicho que le dará un voto de confianza.

—¿Y qué está haciendo?—preguntó Harry en tono escéptico.

—Ha informado al Ministerio de que ha identificado un animago ilegal rondando por Hogwarts que en su forma humana se parece mucho a Peter Pettigrew y en su forma animal es una rata sin un dedo. Ha informado de que ese animago ilegal ha estado escondido durante años en casa de Arthur Weasley, funcionario del Ministerio. Ha informado de que ese animago ilegal ha dormido durante dos cursos en el mismo dormitorio que tú. Ha sugerido que este animago podría ser amigo de Sirius Black. Todo lo cual, como ves, es rigurosamente cierto.

—Es verdad—asintió Harry, que empezaba a entender por dónde quería ir Lupin.

—Todo esto, convenientemente avalado por los testimonios de Dumbledore y los demás profesores que estaban ese día en la Sala de Profesores, ha bastado para que en el Ministerio abran una investigación. Kingsley está volviendo a investigar el caso de Sirius usando esto que te digo como tapadera. Nadie sospecha nada y nadie sabe nada, salvo una aprendiz de Auror que trabaja con Kingsley, una sobrina de Sirius llamada Nymphadora Tonks, que es muy inteligente. De hecho, la idea de usar como tapadera una investigación sobre un animago ilegal es suya.

—¿Y cómo va la investigación real?

—Kingsley no me puede decir nada aún, pero me ha insinuado que tiene un par de pistas prometedoras. Sí puedo decirte que está esforzándose. Ya ha logrado interrogar a muchos amigos de Sirius, ha obtenido los documentos de los ex aurores Frank y Alice Longbottom...

—¿Longbottom?

—Los padres de Neville, sí, dos Aurores excepcionales que nunca tuvieron muy claro que Sirius fuera culpable.

—¿Y qué fue de ellos? Porque Neville vive con su abuela.

—Los capturaron los Mortífagos y los torturaron durante días hasta hacerles enloquecer.

—¡NO!—gritó Harry, horrorizado.

—Sí—asintió Lupin. —Están internados de manera permanente en el hospital San Mungo para enfermedades y heridas mágicas. Por eso tu compañero Neville es tan inseguro, porque siente que no está a la altura de sus padres, y por lo visto su abuela no deja de recordárselo.

Harry bajó la mirada. Él no sabía nada de eso.

—Pero de momento es mejor que no le digas nada. Neville tiene su punto de orgullo y no quiere que se compadezcan de él—prosiguió Lupin.

—Lo entiendo—asintió Harry, que sentía de pronto un gran respeto por su compañero.

—Y dejemos eso ahí. El hecho es que Kingsley está trabajando duro. Lo que quiere lograr es que anulen la sentencia que envió a Sirius a Azkaban. Si lo hace, Sirius podrá entregarse sin riesgo de que le den el Beso del Dementor.

—¿Qué es?

—Consiste, dicho en términos crudos, que los Dementores te sorben el alma, convirtiéndote en una mera cáscara vacía, sin recuerdos, sin consciencia de ti mismo, sin sentimientos, nada. Estás, básicamente, peor que muerto, porque no solo has perdido la vida sino tu humanidad. Fudge ha ordenado que le den a Sirius el Beso en cuanto lo atrapen. Pero como te digo, si la sentencia que le mandó a Azkaban es anulada, ya no habrá peligro de que eso ocurra.

—No sé...yo no me fiaría mucho del Ministerio.

—Pero sí de Amelia Bones, la jefa de Seguridad Mágica. Es severa pero justa, y si le presentan pruebas sólidas de la inocencia de Sirius, ella hará lo que tiene que hacer. La conozco bien, sé de lo que hablo.

Harry no las tenía todas consigo, pero lo dejó correr. Hablaron largo y tendido sobre Sirius Black, lo que dio pie a hablar sobre lo sucedido el curso anterior, dado que Sirius estaba muy interesado. Harry, entonces, le contó a Remus Lupin todo lo ocurrido. Remus escuchó con atención, sin interrumpir, a veces pidiendo algún detalle o alguna aclaración. Snape entró en un momento de la conversación y dejó sobre la mesa de Lupin un cuenco de poción matalobos (Harry no sabía lo que era pero obviamente mis lectores sí). Entró tan silenciosamente que Harry ni se dio cuenta, sólo le vio irse después de dejar la poción.

—¿Qué opina de esto, señor?—preguntó Harry una vez le terminó de contar todo.

—Que nunca en mi vida había visto una magia como esa del diario—respondió Remus, visiblemente inquieto. —Pero de una cosa sí podemos estar seguros: que sea lo que fuera lo que viste, NO era un mero recuerdo del Voldemort de 16 años.

—¿Y qué era entonces?

—Ni idea. Pero un recuerdo, desde luego, no. Un recuerdo no empieza a actuar por su cuenta, no toma el control de la mente de nadie, no le absorbe la vida y no asume una forma tan sólida que es capaz de manejar una varita. Es como si tuviera, en cierto modo, vida propia. Como si fuera...como si fuera un trozo de alma de Voldemort.

—¿Y eso es posible, separar un trozo de tu alma y guardarlo en un diario?—inquirió Harry, asombrado.

—Normalmente diría que no, pero es de Voldemort de quien estamos hablando, alguien que ha hecho con la magia oscura cosas que parecían imposibles. Otro punto importante es la dificultad que encontró Ginny Weasley para destruir el diario.

—Al final lo destruí yo, señor.

—Con veneno de basilisco, una de las sustancias mágicas más destructivas que se conocen. Es el equivalente mágico del "aqua regia", que por si no lo sabías es una mezcla de ácido nítrico y clorhídrico capaz de disolver el oro. Es una suerte que Fawkes estuviera ahí, si no, habrías muerto de manera irremisible, no hay antídoto conocido contra ese veneno. Pero no hablemos de eso ahora. Hablemos de la señorita Ginny Weasley—y una sonrisa traviesa apareció en el rostro de Remus, que le hizo parecer de golpe diez o quince años más joven.

—¿Qué pasa con ella?

—Que Sirius parecía especialmente interesado en saber más cosas. Y o yo no le conozco o está buscando...emparejaros—Remus le guiñó un ojo.

Harry sintió que la cara le ardía. Pero entonces recordó una serie de incidentes ocurridos a lo largo del año pasado: los nervios de Ginny al hablar con él, el horroroso poema de San Valentín, las alusiones de Tom Riddle a que Ginny se lamentaba de que ella nunca llegaría a gustarle a Harry. Y sumó dos y dos: ¿significaba eso que ÉL le gustaba a Ginny? De pronto se sintió terriblemente confuso. Simplemente no supo qué responder.

—Yo... no sé, casi no la conozco, casi no he cruzado una palabra con ella, no sé si quiero tener novia, creo que aún soy muy joven.

—Normalmente te diría que sí, que eres muy joven y ella también, pero los horrores que has vivido no son típicos de un chico de trece años, ni siquiera en el mundo mágico. Y lo que le pasó a Ginny, menos aún. No obstante, Sirius solo me ha dicho que no la pierdas de vista. Creo que quiere emparejaros pero no cree que aún sea el momento.

—Estoy de acuerdo—respondió Harry, aliviado. No se sentía preparado para salir con una chica, y aunque lo estuviera, no sabría qué hacer, y por otra parte pensaba que Ginny aún era demasiado joven. Eso por no hablar de que apenas la conocía.

—Y otra cosa más. Obviamente está excluido que escribas a Sirius, la carta podría caer en malas manos y podrían hacerte preguntas incómodas. Pero puedes escribirle cartas y pasármelas a mí. Yo sé dónde se esconde y puedo hacérselas llegar. Es él quien me lo ha sugerido, dice que está ansioso por hacer de padrino y cumplir la misión que le encargaron James y Lily.

—Entendido, señor.

Por la tarde, Ron y Hermione regresaron cargados de dulces. Harry se los llevó aparte y les contó todo. Bueno, todo no, no les mencionó lo que dijo Remus sobre Ginny.

—Amelia Bones es la jefa de mi padre—le dijo Ron. —Me ha hablado muy bien de ella.

—Espero que el señor Shacklebolt tenga éxito.

—Y yo, colega. A lo mejor, cuando rehabiliten a Sirius, podremos vernos más a menudo durante el verano—exclamó Ron.—Sirius podría llevarte hasta mi casa en su motocicleta, esa que le regaló a Hagrid.

—O podría llevarte hasta la casa de mis tíos y podríamos ir al cine juntos algún día, seguro que nunca has visto una película—propuso Harry.

—Pues...no, pero papá me ha hablado mucho de ellas—explicó Ron, claramente interesado.

Mientras se dirigían al Gran Comedor para el banquete de Halloween, se pusieron a hacer planes para llevar a cabo con Sirius una vez lo rehabilitaran (cuidando, eso sí, de no mencionar su nombre, le llamaban "Canuto"). Harry se sentía muy feliz, se sentía como un muchacho normal de trece años, que hacía cosas propias de un chico de esa edad (mago o muggle) y no como "el niño que vivió", algo que nunca quiso ser y a lo que se había visto empujado por la traición de Peter. Sí, sin duda, las cosas irían a mejor.

¡Hola! Perdonad por el retraso, es que el trabajo casi no me deja tiempo libre. ¡Saludos!