—Anna, ¿yo de verdad te daba asco?— preguntó Lincoln, después de un silencio prolongado entre ellos.

—No te lo tomes personal— aclaró la mujer, usando el control del televisor para pausar aquel entretenido e informativo video sobre la serie de Fourier que, muy a su pesar, debería terminar de ver después—, es solo algo que no me gusta. Da igual si eres tu o cualquier otro, la calvicie me desagrada.

—Dijiste que te daba asco…

—Tienes razón— replicó Anna, después de dar un pesado y sonoro suspiro, advirtiéndole a Lincoln que aquello era algo por lo que no quería discutir—, en aquella época la calvicie me daba asco, mucho antes de eso también lo hacía. Y aun hoy en día me dan arcadas ver a alguien calvo, especialmente si es joven, pero no se limita a ti, es con todos.

—Aun así es, no sé. Nunca antes me lo dijiste.

—¿Y cuál es el problema? Te lo oculté precisamente porque sabía que no te lo ibas a tomar bien. No quería que te sintieras así.

—Pero, ¿solo por tener mi cabeza afeitada?

—Lincoln, amor, eres alguien atractivo y con una personalidad encantadora. Te amo con todo mi corazón, pero debes entender que en aquel momento no solo tu calvicie generaba esa aversión que te tenia.

—Lo sé, es solo que pensé que solo estaba relacionado a mi ropa, quizá a mi olor.

—No sé si es el Ph de tu cuerpo, pero jamás has olido mal, Lincoln. Pero has un poco de memoria, tu cabeza afeitada, tu ropa vieja y sucia, la muy poca higiene que podías presumir, aquellos ojos hundidos y esas feas ojeras que tardaron tanto en desaparecer. Eras sin lugar a dudas lo último que una señorita buscaba como prospecto de amigo o algo más.

Lincoln la envolvió en un abrazo mientras conseguía que ambos quedaran recostados sobre el sofá. El espacio era poco así que Anna, estando en la parte externa del mueble, sintió que ante el menor movimiento podía caer por el borde, cosa que evidentemente no quería que sucediera. Con cuidado se giró en dirección al televisor y con ello obligó a Lincoln a tomar una posición un poco más cómoda para ambos. Estaban ahora recostados en el sofá en aquella encantadora posición para dormir que la mayoría de personas llamaba "Cucharita". Un nombre estúpido si se lo preguntaban a Anna.

—No esperaba eso— aclaró Lincoln, después de que ambos estuvieron más cómodos en el sofá—, creo que nadie nunca espera algo parecido. Fue horrible escucharte decir que me tenías asco.

—Es algo que no puedo evitar, Lincoln. Si el día de mañana papá apareciera frente a mi calvo o afeitado de la cabeza sentiría exactamente lo mismo. No te lo tomes personal, son solo mis sesgos y prejuicios mostrando lo peor de mi.

Lincoln apretó un poco el abrazo en que tenia sujeto a Anna, sin que la fuerza fuera demasiada, y estando detrás de ella se dio el lujo de oler su cabello. Era muy relajante estar así con ella, pese a lo extraña que podía llegar a ser de vez en cuando, aunque a eso estaba ya acostumbrado y había conseguido prestarle menos atención. Simplemente sintió su cuerpo desplomarse cuando la escuchó decir aquello y le pareció que debía encararla, pues de quedarse con la duda al respecto seguramente terminaría por enloquecer. Afortunadamente la excusa que ella le daba le parecía una creíble. No tenía razones para dudar, podía zanjar ese tema en ese momento.

—¿De verdad crees que debería volver a dejar mi cabello blanco?

—Por supuesto que sí, es hermoso. En aquella época te hacía ver lindo tu cabello, pero ahora seguro que te hace ver incluso más guapo de lo que ya eres.

—Siempre es agradable escucharte decir que me veo bien, aunque casi nunca se reconocer si lo dices en serio o solo bromeando.

—Lo digo en serio. Si fueras un poco más atento lo notarias tu mismo. Pero no te puedo culpar por seguir siendo un niño asustadizo y llorón, pasaste por muchas cosas malas.

—Yo no soy nada de eso. Soy un hombre hecho y derecho.

—Claro, Lincoln.

—Como sea, creo que te hare caso. Nunca me ha gustado tener que estar pendiente de teñirme el cabello. Tampoco soy muy fan de mi color de cabello, pero sería más fácil simplemente dejarlo así.

—Tenlo por seguro, además no miento cuando digo que te verías mil veces mejor con tu cabello blanco. Te aseguro que habría muchas más chicas revoloteando a tu alrededor.

—No hay chicas revoloteando a mí alrededor para empezar. Y no creo que tener un cabello canoso logre que eso ocurra.

—Sigues siendo un niño, Lincoln— afirmó Anna después de soltar una pequeña risilla ante lo que él dijo—. Pero que no se te olvide, eres mi niño, mi hombre. Me perteneces, así que nunca jamás puedes alejarte de mí.

—Nunca lo haría. Pase lo que pase siempre estaré contigo y también con tus padres. Se los debo.

—Bien, es bueno saber que piensas de esa forma. Si llegas a tener hijos más te vale dejarme escoger el nombre de tu primogénito, siempre he pensado que eso sería genial.

—Claro, tienes buen gusto, creo.

Con cuidado, Anna volteo su cuerpo para esta vez estar frente a frente con Lincoln y le devolvió el abrazo de una forma cariñosa. Pensó que sería un buen momento para enrarecer el bonito ambiente que se había generado entre ellos haciendo alguna de sus bromas de mal gusto o diciendo alguna de sus tonterías. No lo pensó mucho, simplemente dijo lo primero que llegó a su mente.

—Vayamos a tu habitación, tengamos un poco de acción.

Lincoln suspiró de manera pesada mientras cerraba sus ojos, eso le pareció divertido a Anna, quien esperaba más o menos esa reacción del hombre frente a ella. Le divertía molestarlo, aunque lo cierto es que tenían un tiempo sin hacer aquello, cosa que no le molestaría conseguir.

Lincoln le dio un beso suave en los labios y ella, tan cuidadosamente como él lo hizo, le devolvió el beso.

—¿Es que acaso es en lo único que piensas?— preguntó Lincoln, mostrándose divertido con ello.

—No te equivoques, Lincoln, no estoy pensando todo el día y todos los días en sexo. Pienso todo el día y todos los días en tener sexo contigo.