Capítulo 04.
Evitando el Pasado
Durante muchos años, Kaedehara Kazuha estuvo evitando acercarse a la ciudad de Inazuma. Y no sólo por qué en realidad nunca había tenido un asunto concreto que lo encaminara hacia aquel sitio, o que siendo un vagabundo con una Visión Anemo consigo, el adentrarse tan cerca del corazón mismo de la Comisión Tenryou sería por definición una tontería. El motivo de más peso, y al mismo tiempo secreto, era que estar por esos rumbos le traía amargos recuerdos de su vida anterior.
Las tierras del ya decaído clan Kaedehara no estaban muy lejos de ahí. Su ahora casa de la niñez de seguro estaba en esos momentos abandonada y en ruinas, o quizás ya ni eso quedara. No lo sabía con exactitud, y de momento prefería quedarse con la ignorancia.
Pero el destino tenía siempre maneras interesantes de obrar, como Kazuha ya había experimentado de primera mano. Poco menos de una semana atrás, su camino se cruzó de nuevo con el de uno de sus compañeros de viaje recurrentes, el samurái errante al que todos conocían simplemente como "Tomo". Dicho encuentro fue en teoría fortuito, aunque Kazuha ciertamente tenía sus dudas... Como fuera, Tomo le había pedido de favor que lo acompañara a un viaje rápido a la Ciudad de Inazuma, mostrándose un poco insistente en ello. Y pese a que se rehusó de momento a dar mayores explicaciones del porqué más allá de "necesito encargarme de un asunto, y me vendría bien una mano", Kazuha terminó aceptando.
Siendo justos, el vagabundo de cabellos platinados tampoco insistió mucho en que fuera más claro sobre el "asunto" del que hablaba. Después de todo, la mayor parte del tiempo cualquier excusa que lo pudiera mantener en movimiento y con un rumbo al cual dirigirse, resultaba suficiente. Y cómo era usual en los viajes que hacían juntos, Kazuha solía ir a donde Tomo consideraba mejor. Ocho de cada diez veces parecía tomar la elección correcta; las otras dos… bueno, seguían vivos y eso era lo que importaba.
Tras unos días de viaje, ambos arribaron a Inazuma como dos viajeros más, y se mezclaron entre la multitud, escondidos bajo los sombreros kasa de paja que cubrían sus rostros, y largas capaz oscuras que escondían sus espadas y, por supuesto, sus visiones de las vistas curiosas. En retrospectiva, quizás esa apariencia podría haberlos hecho ver más sospechosos en realidad…
Mientras avanzaban por la calle principal, Kazuha notó que su acompañante miraba con una inusual curiosidad infantil todo lo que les rodeaba; desde las personas hasta los edificios y puestos.
—Vaya, parece que hay más gente por aquí que la última vez que vine —mencionó Tomo, andando unos pasos delante de él—. También no reconozco muchos de estos lugares. Creo recordar que una vez comí en un restaurante que estaba ahí —comentó señalando hacia un edificio a un lado de la calle—. Pero creo que ahora es otra cosa… ¿una sastrería? Parece que no todo se puede mantener tan eterno y sin cambio como a la Todopoderosa Shogun le gustaría. Ni siquiera en su propia ciudad.
Culminó su comentario con una sonora risa casi burlona. ¿Había sido aquello algún tipo de chiste? De haberla hecha frente a la persona incorrecta, quizás lo habrían podido acusar de impertinente e irrespetuoso; por suerte Kazuha no era, ni de cerca, una de esas personas.
—¿A dónde necesitas ir exactamente, Tomo? —le cuestionó Kazuha, un tanto aprensivo—. Quizás en verdad ya hayas olvidado la distribución de la ciudad, pues por si no te has dado cuenta nos estamos acercando cada vez más al Tenshukaku, y a los cuarteles de la Comisión Tenryou.
Y en realidad no se necesitaba conocer de memoria la ciudad para darse cuenta, pues conforme uno subía por la calle principal, el imponente palacio en el que residía la Shogun Raiden y que se alzaba por encima de todos, se volvía mucho más claro a la distancia.
—Lo sé, lo sé —respondió Tomo, agitando una mano en el aire con pereza—. Sólo quiero echarle un vistazo a una cosa de la que he oído hablar demasiado últimamente.
—¿Qué cosa?
Tomo no respondió. Y aunque la sonrisa en su rostro se mantuvo, ésta se sentía un poco… melancólica.
Tras avanzar un rato, el flujo de gente se vio reducido y pudieron andar con más libertad. Justo como Kazuha había advertido, por un instante pareció que en efecto se estaban dirigiendo directo a las puertas del palacio, y a los tres guardias armados que las custodiaban. Cuando ya estaban a unos metros de éstas, Kazuha sintió el instinto de tomar a su amigo del brazo y jalarlo rápidamente para obligarlo a retroceder; no fuera que se le estuviera cruzando por la cabeza alguna de esas dos de ocho ocasionales locuras casi suicidas. Sin embargo, la atención de Tomo pareció no estar en el palacio, sino más bien en lo que resaltaba enormemente justo enfrente de él.
Tomo se desvió un poco a la derecha, y se paró casi a la sombra de la enorme estatua alada que yacía majestuosa a varios metros de la entrada principal del Tenshukaku. La famosa Estatua del Dios Omnipresente, la máxima representación de la Eternidad impuesta por la Shogun Raiden… y de la opresión que su Decreto de Captura de Visiones oponía sobre su pueblo. Tenía la forma de un ser andrógino con una túnica y dos enormes alas extendidas que surgían de su espalda. En ella se encontraban incrustadas decenas de visiones confiscadas a decenas de personas, como simples decoraciones; aunque algunos las llamarían trofeos.
Aquel monumento le causaba más incomodidad a Kazuha de lo que creía que le daría en cuanto escuchó de él. El aire que giraba a su alrededor se sentía denso y triste, como si arrastrara consigo la melancolía de los dueños de todas esas visiones. Un motivo más de peso para no querer estar ahí…
—No sé por qué creí que sería más grande —masculló Tomo de pronto, sonando de hecho un poco decepcionado—. ¿Qué te parece a ti, Kazuha?
—Me parece desagradable —exclamó el chico Kaedehara con marcado desdén.
—Sí, supuse que dirías algo así —rio el samurái errante, al parecer un tanto divertido por las palabras de su acompañante.
Tama, la pequeña gatita blanca de Tomo, asomó su cabeza desde el interior del kimono negro de éste, posando sus grandes ojos azules en la solemne estatua que tanto interés despertaba en su dueño. Sin embargo, parecía compartir en parte el mismo sentimiento de repulsión que Kazuha, pues intentó casi de inmediato ocultar su cabeza para no verla directamente. Tomo alzó su mano, pasando sus dedos delicadamente por la cabecita de la gata, intentando tranquilizarla.
—¿Crees que así es como la Shogun se ve a sí misma? ¿O intenta representar algo más con ella?
—No intentaré fingir que puedo comprender lo que la Shogun piensa —respondió Kazuha con desinterés.
—Supongo que yo tampoco lo haré —comentó Tomo con tono extrañamente animado—. Creo que nunca te lo he preguntado directamente, Kazuha. Pero dime, ¿cuál es tu opinión real sobre el Decreto de Captura de Visiones?
El joven vagabundo se extrañó un poco por la pregunta, pero no tuvo que pensarlo mucho antes de responder.
—Obviamente no tengo intención de entregarle mi visión a nadie, y menos para cumplir el absurdo capricho de la Shogun —murmuró despacio, acercando su mano al sitio en donde tenía oculto el orbe color turquesa—. Y si alguien viene por ella, estoy dispuesto a pelear para impedirlo. Aunque preferiría primero evitar llegar a eso.
—Sabias palabras, amigo mío. Sabias palabras…
Tras unos segundos de reflexivo silencio, Kazuha notó de reojo a un par de guardias Tenryou saliendo de las puertas principales del palacio, y comenzando a caminar calle abajo; en unos segundo pasarían bastante cerca de ambos.
Kazuha se acomodó su kasa, bajándolo más para cubrirse el rostro, y comenzó a andar.
—Tenemos que irnos —le indicó a Tomo en voz baja. Tama maulló justo al instante siguiente, posiblemente demostrando estar de acuerdo con la propuesta.
—Sí, será lo mejor —añadió el samurái errante, y se viró hacia su compañero de viaje, siguiéndolo de cerca.
Por suerte, los dos guardias no parecieron reparar en ellos.
Ambos anduvieron en silencio hasta que volvieron a mezclarse con la multitud.
—Dime que no vinimos hasta Inazuma sólo para ver esa estatua —comentó Kazuha, en general calmado pero con un pequeño rastro de reclamo asomándose entre sus palabras.
—¡Claro que no! —respondió Tomo, acompañado de un par de sonoras carcajadas—. Pero era un sitio turístico que me interesaba ver de frente. No negarás que al menos fue interesante, ¿o sí?
Kazuha no tenía deseos de responder esa pregunta, sino más bien de obtener alguna respuesta a la suya.
—¿Entonces a qué vinimos con exactitud? —insistió de nuevo.
Tomo alzó su mirada al cielo, y colocó una mano en su barbilla, adquiriendo una pose pensativa quizás un tanto exagerada.
—Pues…
Antes de que pudiera responder cualquier cosa, si es que en verdad pensaba hacerlo, un tumulto de gente a la salida de la ciudad los distrajo, al igual que algunos gritos provenientes de éste.
—Ah, ¿qué estará pasando ahí? —comentó Tomo con curiosidad.
—Lo que sea, de seguro llamará la atención de los guardias en cualquier momento —advirtió Kazuha, pero sus palabras cayeron en oídos sordos pues de todas formas Tomo comenzó a avanzar tranquilamente hacia la multitud.
Kazuha, un poco resignado, sólo soltó un pequeño suspiro y lo siguió de cerca.
Al aproximarse, lo que ambos vieron en el centro de la conmoción fue a un hombre empuñando una espada en llamas, y peleando con tres guardias Tenryou. Aquello, por supuesto, puso un poco nervioso a Kazuha.
—Vayámonos antes de que se fijen en nosotros —propuso el joven Kaedehara.
—Espera un momento —le indicó Tomo con un extraño tono de seriedad.
Kazuha no entendía el porqué de esa petición, pero igual aguardó, un tanto incómodo por tener que presenciar esa escena tan... insufrible. Ver cómo la Comisión Tenryou despojaba a otro inocente de su visión no era precisamente la idea de espectáculo para Kazuha. Y, de hecho, hacía hervir en su pecho una ira que no le era para nada agradable.
Tras un rato de combate, el hombre de la espada en llamas parecía tener el camino libre para escapar. Sin embargo, vieron con sorpresa como dos flechas golpeaban de pronto al hombre en su hombro y pierna, y éste caía al suelo herido.
Aquello provocó un pequeño sobresalto en Kazuha.
—¿Quieres intervenir? —comentó Tomo despacio a su lado.
Kazuha se volvió a verlo un poco sorprendido por la pregunta, pero luego bajó la mirada a su propia mano. Ésta se encontraba aferrada fuertemente a la empuñadura de su espada; ni siquiera se había dado cuenta de en qué momento la había movido, como si lo hubiera hecho por un mero reflejo.
Y observando de nuevo a su compañero, Kazuha interpretó de inmediato en su mirada que si acaso se decidía a saltar a la acción, él estaba más que dispuesto a apoyarlo. Incluso la mano de Tomo ya se había colocado también en su respectiva espada, esperando a que él le diera la indicación.
Sin embargo, antes de poder responderle, algo más llamó la atención de ambos y apaciguó un poco sus deseos de lucha. Una persona había salido de la multitud, se había aproximado al hombre herido y se había agachado a su lado.
—No se mueva, por favor —le susurró despacio aquella persona, una jovencita de largos cabellos azules, con un atuendo largo de tonos azules y dorados sobre el que portaba además el peto de una armadura—. Son heridas graves, por favor no se mueva o las empeorará…
Los azorados ojos carmesí de Kazuha se fijaron directamente en esa persona, como quizás lo habían hecho los de todos los presentes. Y al igual que estos, la identidad de aquella chica no pasó desapercibida para el joven vagabundo, aunque… en un contexto muy distinto.
«Ayaka…» pensó sorprendido, sintiendo todo su cuerpo entumecido por esa repentina presencia que aparecía ante él como un difuso fantasma.
A pesar de los años, no tuvo problema en reconocerla. Se había vuelto una mujer adulta (y una muy, muy hermosa), pero seguía desbordando esa brillante aura que siempre la acompañaba desde que era niña. Y el aire que soplaba en torno a ella continuaba sintiéndose fresco y dulce.
Tras unos minutos, la intervención de la general Kujou Sara puso fin a la contienda, y un hombre rubio y alto, que Kazuha recordaba como un sirviente del clan Kamisato, se encargó de alejar a Ayaka de los problemas.
La gente comenzó a disiparse, y Kazuha supo que quedarían rápidamente al descubierto si no se movían; no sólo para los soldados Tenryou, sino también para esa persona…
Sin decir nada, bajó su sombrero de nuevo y comenzó a moverse sigiloso entre la gente, pero esta vez de regreso a la ciudad para perderse con el flujo.
—¿Kazuha? —murmuró Tomo, notando como se alejaba de ese modo. Miró de reojo a la misteriosa chica peliazul una vez más, y luego avanzó detrás de su amigo. Y se dio cuenta casi de inmediato de que no era el único.
—¡Srta. Ayaka! —gritó alguien a sus espaldas, y al virarse sobre su hombro pudo ver a aquella misma muchacha corriendo en su dirección. Sin embargo, pasó a su lado, sacándole la vuelta con impresionante agilidad, y siguió hacia adelante sin reparar en él en lo absoluto, sino solamente en el chico que ambos seguían.
El joven de cabellos rubios que la acompañaba pasó detrás de ella un poco después.
—Vaya, esto sí que es interesante —murmuró Tomo para sí mismo, sonriendo. Tama, asomándose de nuevo desde el interior su kimono, maulló en aparente aprobación.
Por su parte, Kazuha ni siquiera tenía muy claro de qué huía exactamente. Sabía por supuesto que tenía muchas cosas de su pasado de las que no se sentía orgulloso, pero con las que había aprendido a menor o mayor medida a hacer las paces.
El Kaedehara Kazuha noble, samurái y cabeza de un clan respetado, era para él más como el difuso personaje de alguna historia que nada tenía que ver con él. Y eso incluía también a las personas y cosas que llegaron a tener algún tipo de relación con dicha persona.
Pero Kamisato Ayaka era una resaltante excepción a ello.
Al instante en que la vio, todo volvió a su mente de golpe como si hubiera estado de regreso en aquel patio elaborando en su cabeza aquel haiku, o en todas las otras tardes siguientes que ambos pasaron juntos. Y se sintió tan indefenso y tonto como lo era aquel niño, cayendo de nuevo en la cuenta de que ambos eran la misma persona. Y todo su cuerpo y mente le gritaron con fuerza que debía irse de ahí de inmediato; que no podía encararla.
O, más bien, no merecía hacerlo…
Se detuvo tras algunos minutos, recargando su espalda contra la pared lateral de una tienda. Respiró hondo, intentando recuperar el aliento.
Quizás estaba exagerando. Quizás ella ni siquiera lo había visto. Y si lo hizo, quizás no lo había reconocido. Y aunque lo hubiera hecho, de seguro la hermana menor del Comisionado Yashiro tenía cosas mucho más importantes que hacer que perseguir a alguien que tal vez se parecía a un viejo conocido de hace años.
Sin embargo, al virarse discretamente de regreso a la calle, su corazón casi se detuvo al divisar a la joven noble parada a mitad del camino a unos cuantos metros de él, respirando agitadamente en un intento de recuperar el aliento mientras miraba a los lados. Cuando estuvo a punto de mirar en su dirección, Kazuha se ocultó rápidamente adentrándose más en el estrecho callejón entre la tienda y el edificio adyacente, logrando seguir pasando desapercibido.
«Sí me vio» dedujo el vagabundo, sacando la conclusión más lógica. «Y sí me reconoció…»
Pero, si ese era el caso, ¿por qué lo seguía? ¿Por qué lo buscaba con tal insistencia?
¿Quería acaso recriminarle lo sucedido?; tendría el derecho de hacerlo, y quizás sólo por ello llegó a considerar la posibilidad de salir y enfrentarla.
Aunque también… ¿Y si quería acaso entregarlo a los Tenryou? Después de todo, seguía siendo una Kamisato, una representante de la Comisión Yashiro, y una sierva de la Shogun Raiden. Sería su deber el encargarse de que su visión fuera tomada y colocada con el resto en aquella obscena estatua.
«Pero ella no sabe que yo tengo una visión» se dijo a sí mismo, recordando rápidamente que la había obtenido bastante tiempo después de la última vez que se vieron. Y aunque por algún motivo lo supiera o le hubiera llegado el rumor al respecto… la Ayaka que él conoció de niño definitivamente no haría tal cosa. Incluso si le guardara un gran rencor, no sería capaz de causarle tal mal.
Sin embargo, ella no era la Ayaka que él conoció; esa quedó atrás, hace ya cerca de diez años.
Al asomarse de nuevo, pudo ver cómo se le aproximaba aquel sirviente que la acompañaba, que le parecía recordar ahora que se llamaba Thoma. Ambos hablaron en voz baja entre ellos, aunque Kazuha logró escuchar levemente como Ayaka pronunciaba:
—A nadie… Supongo que sólo lo imaginé…
Al decirlo, Kazuha logró captar decepción, e incluso tristeza en su voz. Y el haber sido de nuevo la causa de esos sentimientos en ella, le estrujó tanto el pecho que casi lo empujó a salir y dar la cara. De nuevo, sin embargo, desistió.
Los dos comenzaron a caminar de regreso por dónde venían, por lo que Kazuha se ocultó más dentro del callejón para que no lo notaran. Aun así, cuando Ayaka pasó cerca de su escondite, pudo apreciarla con mayor detalle. La forma afilada de su rostro, el singular brillo de sus ojos, el vaivén de su larga cola de cabello celeste que caía sobre su espalda, y la gracilidad de sus pasos y movimientos. Y claro, de nuevo ese aire fresco y agradable que giraba a su entorno, sintiéndose como una suave caricia en la mejilla.
Sí, definitivamente ya no era aquella niña que había conocido hace tanto tiempo… pero aún quedaba bastante en ella que podía reconocer sin problema. Y, evidentemente, en él también.
Ayaka y su acompañante se alejaron caminando hasta salir de la vista de Kazuha. Éste suspiró aliviado (y quizás algo desilusionado), y se internó más en el callejón con la intención de salir hacia la calle trasera.
Era mejor así; nada bueno vendría para ninguno de los dos el encontrarse de esa forma.
—El gran Kazuha escondiéndose de una chica, ¿quién lo diría? —escuchó abruptamente que alguien más en el callejón pronunciaba a su lado. Kazuha saltó sorprendido, marcando su distancia de un ágil salto y colocando de inmediato su mano en la empuñadura de su espada. Se relajó un poco al reconocer que el extraño era de hecho Tomo; aunque no tanto al notar como lo miraba de regreso con una sonrisa burlona—. ¿En serio te sorprendí? Creí que hacerlo era imposible. Se ve que esa jovencita te distrajo demasiado.
Kazuha suspiró y retiró la mano de su espada para pararse más relajado.
—¿Dónde te metiste?
—¿Yo? —exclamó Tomo con ironía, señalándose con dedo—. Fuiste tú el que salió corriendo sin decir nada, ¿recuerdas?
—Lo siento —murmuró el vagabundo, agachando un poco la cabeza en señal de disculpa—. Pero será mejor que nos vayamos antes de que algo más pase.
Dada dicha indicación, y asegurándose de que ni Ayaka ni Thoma se veían en los alrededores, Kazuha salió del callejón y comenzó a andar de regreso a la salida de la ciudad, aunque por un ruta diferente.
—¿Eso es todo?, ¿en verdad no me vas a explicar nada de lo que acaba de ocurrir? —murmuró Tomo con sorna mientras lo seguía, a lo que Kazuha respondió con un simple y rotundo:
—No.
—De acuerdo…
Ambos espadachines comenzaron a andar uno a lado del otro, ambos en silencio y sin ningún percance que los entretuviera más.
Notas del Autor:
—Para nombrar al amigo de Kazuha, he decidido tomar el nombre de "Tomo" que es el más popular entre los fans, aunque aquí se tomará más como un apodo que un nombre real. Igualmente he decidido tomar el nombre de "Tama" para su gato, y considerarla como hembra como también he visto seguido que a los fans les gusta imaginarlo. Tomo será un personaje muy importante en la historia, y debido a lo poco que se sabe de él he decidido basarme en lo que se nos ha llegado a decir, pero sobre todo tomarme algunas libertades; no sólo en su nombre, sino también en su personalidad, su forma de pensar, su pasado, etc. que de seguro no concordara con la idea que algunos tienen de él. Aun así, espero mi versión de este personaje resulte de su agrado.
