Capítulo 05.
Pensar en el Futuro

Hace 10 años…

Una mañana soleada de verano, Kazuha arribó de nuevo a la Hacienda Kamisato, como ya lo había hecho un par de veces después de aquel primer encuentro con Ayaka. La idea era que estuviera haciendo regularmente esas visitas para pasar tiempo con la joven Kamisato, que ambos se conocieran mejor, y ver al final de todo eso cómo se llevaban. Esa era al parecer una de las condiciones que la cabeza del Clan Kamisato había impuesto para aceptar el compromiso entre el próximo líder de los Kaedehara y su hermana menor.

Era atípico que un lord tomara lo que prácticamente eran "reuniones de juego" de dos niños como base para decidir o no el compromiso de uno de sus vasallos. Normalmente los intereses políticos y económicos iban por encima de cosas tan mundanas como "llevarse bien". Pero Kamisato Ayato no era el típico lord, y no sólo por su juventud. Después de todo, era muy probable que su hermana y él tuvieran una relación más cercana y especial de la que muchos padres suelen tener con sus hijas al momento de encontrarle un esposo.

Quizás su padre de haber vivido hubiera aceptado la propuesta de matrimonio desde el inicio, pero Ayato quería obtener de todo eso algo más que la promesa de decenas de hábiles espadachines a su servicio, y un fuerte respaldo económico. Él quería estar seguro de que la persona con la que casara a su querida hermana fuera en verdad la adecuada para ella.

Y, al menos de momento, todo parecía ir bien. Ayaka se veía de buen humor cuando recibía las visitas de Kazuha, y ambos parecían congeniar bien. Pero claro, seguían siendo simplemente dos niños de ocho años jugando y pasándola bien. Ser las cabezas y representantes de un clan era un trabajo diferente, uno en el que Ayaka se había ido preparando con rigor desde hacía ya un tiempo.

Por ello, a diferencia de aquel primer día, las siguientes veces que Kazuha arribó a la Hacienda Kamisato casi siempre encontró a Ayaka sentada en una habitación repleta de libros y pergaminos, que repasaba meticulosamente mientras en una libreta, colocada sobre una pequeña mesa de trabajo, tomaba algunas notas.

Esa ocasión no fue la excepción. Sin embargo, esa mañana la Princesa Garza (aunque en aquel entonces aún no se había ganado tal nombre) estaba tan concentrada en lo que hacía que ni siquiera sintió la presencia del chico en las puertas corredizas abiertas que daban al patio central.

Kazuha dudó un poco en sí debía interrumpirla o no. En su lugar, se aproximó esperando que ella misma se diera cuenta de que estaba ahí.

No lo hizo.

Incluso cuando se sentó justo a su lado, la pequeña Ayaka siguió con su atención fija en el libro ante ella, con su ceño fruncido y su rostro con una expresión pensativa, y quizás incluso un poco preocupada.

Kazuha inclinó su rostro por encima del hombro de Ayaka para echar un vistazo al libro. Sólo alcanzó a captar un par de palabras antes de que al fin la niña fuera consciente de su presencia, se virara lentamente hacia él, y se sobresaltara de golpe lanzando un pequeño gritito al aire.

—¡Ah!, ¡Kazuha! ¿Cu… cuánto tiempo llevas aquí?

—Sólo un rato —respondió el joven Kaedehara con tono relajado y una media sonrisa—. Estabas demasiado concentrada en tus estudios de nuevo, ¿cierto?

—¡Sí…! Digo, sí… lo siento…

El rostro de la niña enrojeció por completo, y pasó rápidamente a cerrar el libro y su libreta.

—No te disculpes —negó Kazuha lentamente—. Siempre que vengo estás ocupada con algo, pero lo interrumpes para jugar conmigo. ¿No te afecta en tus planes el que te fuercen a pasar tiempo conmigo?

—No, para nada —negó Ayaka rápidamente—. Y nadie me fuerza; en verdad… disfruto tus visitas…

Las mejillas del chico también tomaron un poco de color al momento de oírla decir eso, aunque ni cerca como las de Ayaka.

—¿Por qué te hacen estudiar tanto? —preguntó intentando desviar un poco el tema, mirando hacia los libros sobre la mesa—. ¿Tu hermano te lo ordena?

—No… Bueno, no exactamente —respondió la joven Kamisato un poco nerviosa—. De manera regular, como una Kamisato debo cumplir con un régimen de estudio de diferentes áreas. Sin embargo, siempre intento… hacer un poco más.

—¿Por qué?

—Por qué… Mi hermano acaba no hace mucho de tomar el liderazgo del clan, y siempre está muy ocupado. Así que tiene mucho menos tiempo que yo para jugar últimamente. Y sin mi padre, y con mi madre enferma… Bueno, sólo me gustaría poder ayudarlo más. Y mientras más cosas aprenda y sepa, creo que más cosas podría hacer por él… Pero no le digas que es por eso, ¿sí? Él de seguro me diría que no lo hiciera si lo supiera…

—Descuida, sé guardar un secreto —respondió Kazuha rápidamente—. Es bastante noble de tu parte esforzarte por el bienestar de tu hermano.

—Es lo que debemos hacer, ¿no es cierto? —señaló Ayaka, esbozando una diminuta pero dulce sonrisa—. Aunque seamos niños, tenemos que intentar cuidar a nuestras familias. ¿Verdad?

Kazuha guardó silencio, y desvió su mirada hacia otro lado. La expresión de su rostro se tornó inusualmente seria.

—Sí… es verdad —respondió despacio, aunque no sonando del todo convencido en realidad.

¿Estaba él también cuidando de su familia en esos momentos? ¿Eso era lo que estaba haciendo…?

Le siguió entonces un instante más de silencio, el cual desconcertó un poco a Ayaka; ésta se encontraba temerosa de haber dicho algo indebido. Tras unos instantes, sin embargo, Kazuha alzó de nuevo su mirada hacia ella, volviendo a sonreírle.

—¿Te gustaría salir a jugar? ¿O…? —Miró en ese momento de nuevo hacia los libros en la mesa—. ¿Por qué no me explicas lo que estabas estudiando?

—¿Eh? —exclamó Ayaka, sorprendida—. ¿Quieres que te explique de esto? —inquirió incrédula, colocando una de sus manitas sobre el libro que acababa de cerrar hace unos momentos—. Pero… no creo que eso te resulte tan divertido como jugar en el jardín.

—Quizás no entienda mucho de lo que digas, pero aun así creo que te ayudaría a repasar si intentas explicármelo. ¿O no?

La sonrisa de Kazuha se ensanchó un poco más, haciendo que su lindo rostro incluso radiara un poco. Ayaka se viró hacia otro lado, un poco nerviosa y apenada. Sus dedos inquietos comenzaron a jugar con uno de sus mechones azules sin que se diera cuenta.

—Tal…. vez… En realidad nunca he probado hacer tal cosa con otra persona.

—Por favor —insisto el niño de cabellos claros—. En verdad quiero oírte hablar sobre… —se inclinó entonces para ver mejor el título del libro en cuestión—. ¿Tratados Comerciales de la Tercera Era…?

La forma en que lo había dicho mostraba que aquello le causaba muchas cosas, pero emoción no era una de ellas. Pero ni siquiera así dejó de sonreír, o quitó el dedo del tema.

Ayaka soltó entonces una pequeña risilla divertida.

—De acuerdo, intentaré no hacerlo tan pesado.

Ayaka abrió el libro, empezando por el principio del capítulo, y comenzó a relatarle en voz baja a su compañero un resumen más pequeño de su contenido. Kazuha en efecto no entendió mucho… pero el sólo estar ahí escuchando su voz emocionada y alegre fue suficiente para que la tarde resultara memorable.


Tiempo presente…

Ayaka y Thoma arribaron a la Hacienda Kamisato cuando el atardecer ya estaba comenzando. Para acortar un poco el camino y que la noche no los sorprendiera en el Bosque Chinju, cruzaron un tramo por agua con una barcaza alquilada en lugar de andar a pie por la Planicie de Byakko. Quizás fue un poco más incómodo, pero les había ayudado a ahorrar mucho tiempo, y por suerte las aguas estaban tranquilas.

Aún antes de cruzar las puertas principales de la muralla que rodeaba la propiedad Kamisato, Ayaka ya había detectado un poco más de movimiento y ruido del usual. Nada digno de alarma, pero que distaba de la calma y quietud que solían distinguir su hogar. Además, en los establos aledaños a la hacienda notó al pasar frente a ellos que había más caballos, y los encargados se encontraban ocupados dándoles de comer y aseándolos. Eso normalmente era indicativo de que tenían visitas.

Al ingresar, los dos viajeros notaron el patio principal inusualmente concurrido. Había cerca de diez soldados que habían instalado un pequeño campamento, y se encontraban en esos momentos al parecer preparando la cena; el aroma del estofado de carne impregnaba el aire. Pero las armaduras de esos hombres, y los estandartes alrededor del campamento, no llevaban el escudo de la flor de camelia que distinguía al clan Kamisato, si no un escudo dorado con los dos gorriones encontrados que Ayaka identificó rápidamente.

—Son hombres del clan Hiiragi —señaló la joven Kamisato a su acompañante—. ¿Qué hacen aquí?

—Tal vez alguien de la comisión Kanjou vino a traerle un mensaje a su hermano —respondió Thoma, un tanto vacilante.

—Tal vez… Pero, ¿con tantos soldados?

Cualquier explicación que alguno de los dos pudiera dar de momento, sería mera especulación. Así que en lugar de intentar adivinar, ambos avanzaron a un lado el campamento esperando recibir alguna explicación. Los soldados no parecieron reparar en su presencia.

Saliendo por las puertas del edificio principal, se cruzaron Madarame Hyakubei, asesor de la Comisión Yashiro y hombre de confianza del comisionado Kamisato. Al verlos, se detuvo de inmediato, y ofreció a Ayaka una profunda reverencia como saludo.

—Bienvenida a casa, señorita Ayaka. La estábamos esperando.

—Gracias, Madarame —agradeció Ayaka, asintiendo levemente—. ¿Podrías indicarme lo que sucede? —cuestionó justo después, virándose hacia los soldados en el patio.

—Nada de qué preocuparse, señorita. El comisionado Hiiragi sólo pasó a saludar al Sr. Kamisato en su camino a Inazuma, y sus hombres y él pasarán la noche aquí para seguir su camino en la mañana.

Ayaka no pudo ocultar de todo su asombro al escuchar aquella explicación.

—¿El comisionado Hiiragi está aquí? —murmuró despacio, mirando en dirección al interior del edificio—. ¿A qué va él en persona a Inazuma? ¿Acaso hay junta del triunvirato?; mi hermano no me comentó nada.

—No, señorita —negó Madarame—. Tengo entendido que es un asunto meramente de la comisión Kanjou. Una entrega de papeles o unos trámites que arreglar en la capital con el comisionado Tenryou. En realidad no estoy del todo informado al respecto.

—Entiendo… —susurró Ayaka despacio, mientras miraba aún al pasillo interior como esperando de alguna forma encontrarse con el comisionado en persona ahí de pie.

Era inusual que el Hiiragi Shinsuke, jefe de la Comisión Kanjou y cabeza del clan Hiiragi, dejara su hacienda en Ritou y acudiera en persona a atender asuntos a la Ciudad de Inazuma. Cuando ocurría, normalmente era porque se celebraría una reunión de las tres comisiones en la que se discutirían temas importantes que involucraban a toda la nación. Pero sólo solía haber una o dos de esas al año.

El otro motivo pudiera ser que hubiera un tema urgente que tuviera que discutirlo directamente con la Shogun. Pero, al menos hasta donde Ayaka sabía, no existía de momento algún problema tan grave en el terreno de lo económico, que era el área central de la Comisión Kanjou, que ocupara perturbar a la Shogun con él; al menos claro que se lo estuvieran ocultando a la Comisión Yashiro, lo cual sería bastante delicado si fuera el caso.

Lo que en efecto resultaba improbable era que fuera hasta Inazuma únicamente por unos trámites y papeles sin importancia. Y si todo aquello a ella le resultaba sospechoso, de seguro a su hermano lo era aún más.

Tras agradecer a Madarame su información, Ayaka ingresó con paso cauteloso.

Sin importar el verdadero motivo de su viaje, de momento el comisionado era al parecer un huésped en su casa, y como tal lo correcto sería ir y saludarlo. Ayaka estaba bastante cansada por el viaje, y otras cosas, pero debía cumplir con su deber como una Kamisato.


Justo como Madarame mencionó, el comisionado Hiiragi Shinsuke se encontraba en esos momentos reunido con Kamisato Ayato. Aunque aquello no era una plática de trabajo, sino solamente una charla "casual" de conocidos; misma que a Ayato no le apetecía tanto, en especial porque el comisionado Hiiragi podía volverse un poco impertinente con algunos de sus comentarios. Y definitivamente el comisionado Kamisato preferiría en esos momentos seguir con su trabajo atrasado que estar ahí sentado sólo charlando con aquel hombre.

Pero no había mucho que hacer en realidad. Dadas las posiciones de cada uno, y el hecho de que era un huésped en su casa (un poco a la fuerza), era su deber atenderlo con hospitalidad. Además, el comisionado no viajaba solo. En esos momentos sentada con ellos se encontraba también la señorita Hiiragi Chisato, hija del comisionado Hiiragi, justo a un lado de su padre. Ella igual parecía un poco incómoda por algunos comentarios que éste soltaba; aunque no decía nada, su sola mirada de vergüenza lo dejaba claro.

Justo a la mitad de la charla del comisionado sobre lo importante de conseguir un bueno esposo o esposa (charla que Ayato no tenía claro si era para él, para su hija… o para ambos), Furuta, ama de casas de la residencia Kamisato, ingresó con paso cauteloso al cuarto, cargando consigo una bandeja con tazas de té. Tanto Ayato como Chisato agradecieron en silencio la interrupción.

—Aquí tiene, comisionado, señorita Chisato —murmuró la mujer mayor mientras colocaba delante de cada uno su respectiva taza. Ambos agradecieron con un pequeño gesto. Luego se dirigió hacia Ayato al frente, entregándole también su taza—. Aquí tiene también, mi señor.

—Muchas gracias, Furuta —agradeció el líder Kamisato, con una cándida sonrisa en el rostro.

Por supuesto, esos diez años habían también pasado por Ayato. Era ya un veinteañero, alto y de hombros anchos, con un rostro atractivo y una presencia fuerte que robaba los suspiros de más de uno. Y aunque era el más joven de los tres comisionados, se las había arreglado bien para afianzar su posición dentro del Triunvirato, haciendo que su voz fuera escuchada al mismo nivel que los otros dos… o a veces un poco más.

—Siempre le he dicho a mi hija que el té que sirven en la Hacienda Kamisato es el mejor que he probado —murmuró el comisionado Hiiragi una vez que Furuta se retirara—. ¿No es cierto? Anda, Chisato; tienes que probarlo tú misma.

—Está bien —masculló la joven Hiiragi, una chica linda también de una edad cercana a la de su anfitrión—. A su salud, comisionado Kamisato —murmuró alzando su taza en dirección al hombre peliazul sentado delante de ellos; éste solamente asintió como respuesta.

Chisato acercó con cuidado la taza humeante a sus labios, sopló levemente sobre ella y luego dio un pequeño sorbo. Le recorrió en ese momento un pequeño respingo por el cuerpo, y se cubrió sus labios sutilmente con sus dedos. Un pequeño rubor se asomó por sus mejillas.

—Está delicioso —murmuró maravillada—. ¿De qué es?

—Secreto familiar —respondió Ayato con un ligero tono juguetón—. Pero agradezco sus palabras, Srta. Chisato. Se los haré a saber a Furuta y al resto de los sirvientes.

—Sólo por este té valdría la pena venir de visita más seguido —comentó Shinsuke justo después, bebiendo él también de su respectiva taza.

—Cuando lo desee, comisionado —respondió Ayato—. Espero que la hospitalidad sea recíproca si en alguna ocasión tengo la necesidad de ir a Ritou.

—Por supuesto que sí; eso ni siquiera tienes que preguntarlo.

Ambos se sonrieron el uno al otro con aparente amabilidad, aunque ambos sabían que había bastante detrás de esas sonrisas, así como de sus palabras. Después de todo, ambos sabían bien cómo se jugaba ese juego de la política…

—Bien, como te decía —prosiguió el comisionado Hirragi tras su segundo sorbo de té—, ya no eres precisamente un jovencito, Ayato. Debes de ya considerar seriamente la idea de esposar a alguien ahora que eres joven, atractivo, y de una posición tan envidiable como la tuya. Opciones no te faltaran.

—Eso supongo —murmuró Ayato con tranquilidad, aunque maldecía por dentro que no hubiera dejado ese tema por la paz de una vez por todas—. Pero normalmente estoy tan ocupado que la oportunidad de conocer a alguien sencillamente se me ha escapado de las manos.

—¿Conocer a alguien dices? —exclamó Shinsuke, soltando justo después una sonora, casi estridente, carcajada—. Olvídate de esas complicaciones. Lo que necesitas más que nada es alguien que te ayude a obtener una lista de candidatas adecuadas. Chisato podría ayudarte fácilmente con eso, ¿no es cierto?

El comentario tomó a Chisato justo a la mitad de un sorbo de su taza. Y la mención tan repentina de su persona la hizo sobresaltarse un poco, derramando unas gotas de té sobre el tatami del suelo.

—¿Yo? —exclamó la joven Hiiragi, un poco perdida.

—Claro que sí. Nadie conoce mejor a las hijas de los clanes más prominentes de Inazuma. De seguro tendrás en mente un par de sugerencias para el comisionado Kamisato, ¿o no?

Chisato volteó a ver de reojo a Ayato, y ésta la miró de regreso de una manera similar. Con sus solas miradas, ambos se dijeron que las verdaderas intenciones del comisionado Hiiragi se habían vuelto bastante evidentes…

—Sí… tal vez —carraspeó Chisato, aclarando su voz—. Pero no presiones con eso, papá. El comisionado es aún muy joven, y… creo que puede arreglárselas solo para encontrar una buena esposa.

—Agradezco su voto de confianza, señorita Chisato —asintió Ayato con gratitud.

Sin embargo, al comisionado Hiiragi al parecer no le agradó mucho la respuesta, y pareció más que dispuesto en insistir. Para la suerte de Ayato y Chisato por igual, alguien más interrumpió en ese momento.

—Hermano, ya estoy aquí —se escuchó la solemne voz de Ayaka pronunciar desde el pasillo, en el tono adecuado para ser oída pero no demasiado para ser demasiado estridente.

—Ah, Ayaka, adelante —indicó Ayato.

La joven recién llegada deslizó la puerta tras la que se encontraba hacia un lado, revelándose a sí misma y captando de inmediato las miradas de todos en la habitación.

—Con su permiso —murmuró la joven Kamisato, dando un paso hacia el interior.

—Es un alivio ver que llegaste con bien —señaló Ayato, genuinamente contento; quizás lo más genuino que había pronunciado en ese rato—. Pasa y saluda al comisionado Hiiragi y a su hija.

Ayaka asintió de forma respetuosa, y avanzó hacia el interior del cuarto una vez recibida la autorización. Se agachó sentándose en el suelo cerca de su hermano, ofreciéndoles a los visitantes una moderada reverencia como saludo y cortesía.

—Un gusto verlos comisionado, Srta. Chisato.

—¡Ayaka! —exclamó la joven Hiiragi de golpe, evidentemente saltándose un poco los modos y las etiquetas usuales—. ¡Qué gusto verte después de tanto tiempo! Mírate, te ves hermosísima. Ahora entiendo todas las noticias que llegan hasta Ritou de la famosa Princesa Garza.

—No me imagino qué noticias podrían ser esas —masculló Ayaka despacio, sin alzar su cabeza para así disimular un poco el sonrojo de sus mejillas por los comentarios.

—En verdad has crecido mucho, Ayaka —añadió Shinsuke—. Se siente casi como si no te hubiera visto en años. Te has vuelto toda una dama.

—Me halaga con sus palabras, comisionado.

—¿Por qué no te sientas a tomar el té con nosotros? —propuso el comisionado Hiiragi, extendiendo su mano hacia un puesto más cerca de ellos.

—Agradezco su invitación, y estaría encantada de aceptarla. Sin embargo, como podrán ver mi apariencia no es la adecuada, pues voy llegando de atender unos asuntos en Inazuma. Permítanme arreglarme y estaré con ustedes en un minuto.

—Yo te acompaño —indicó Chisato con emoción, parándose rápidamente de su puesto—. Así comenzamos a ponernos al día.

Y antes de que su padre pudiera decirle algo para impedírselo, Chisato se aproximó a Ayaka, justo en el momento en el que ésta se estaba alzando de nuevo, y tomándola del brazo prácticamente la jaló para que se parara un poco más rápido. Esto confundió un poco Ayaka, pero dedujo que en realidad lo que deseaba era salir de ese cuarto lo antes posible.

—Muchas gracias, Srta. Chisato —murmuró la Kamisato mientras se dirigían juntas a la puerta.

—Sólo llámame Chisato —musitó a su vez, riendo—. Entre nosotras no hay que ser tan formales. Con su permiso, mis lords.

—Adelante —indicó Ayato una vez que estaban en la puerta, y no tardaron mucho en salir de la vista de ambos comisionados.

A pesar de que tenía deseos de hablar con su hermana para saber cómo habían salido todos los preparativos en Inazuma, Ayato igual agradeció la partida momentánea de Chisato. Quizás con eso el comisionado se relajaría un poco con su insistencia.

Y en parte lo hizo… y en parte no.

—Ayaka en verdad se ha convertido en una hermosa mujer —comentó de pronto Shinsuke, destanteando un poco a Ayato, aunque éste logró disimularlo muy bien—. He oído que roba las miradas y los suspiros de más de uno en Inazuma.

—Le recuerdo que está hablando de mi hermana menor, comisionado Hiiragi —masculló el comisionado Kamisato despacio. Y aunque sonreía, la irritación causada por el comentario no estaba del todo escondida.

—Claro, me disculpo. Es sólo que, justo como Chisato mencionó, hasta Ritou han llegado noticias que se refieren a ella como una princesa… ¿Cómo es que dijo que la llaman exactamente?

—Princesa Garza, me parece.

—Princesa Garza —asintió Shinsuke, sonriendo al parecer divertido al repetir aquel apodo—. Bien, además de conseguir una esposa para ti, creo que va siendo hora de que le busques un esposo adecuado a dicha princesa, ¿no te parece?

—Ya pasamos por eso hace unos años, y no salió precisamente bien —respondió Ayato rápidamente de forma un tanto cortante.

—Claro, sí; el chico Kaedehara, ¿no? Fue muy hábil de tu parte esquivar y deslindarte de ese asunto antes de que te afectara negativamente. —Ayato permaneció en silencio—. Pero bueno, eso es el pasado. Ahora toca pensar en el futuro. ¿No estás de acuerdo?

La sonrisa en los labios del comisionado Kamisato se ensanchó un poco más, y su mirada se relajó igualmente. Pero como era usual cuando uno trataba con él, era difícil saber qué pasaba exactamente por su mente cuando te veía y sonreía de esa manera.

—Le aseguro que siempre estoy pensando en él, comisionado —respondió tras un rato con firmeza.

Notas del Autor:

—Una pregunta que me he hecho seguido es si en Teyvat hay caballos. Nunca han mostrado uno como tal, pero también hay animales que no hemos visto pero sabemos que existen (como lobos "normales" o vacas que dan leche), pero al menos los caballos creo que no se han mencionado. Así que bueno, aquí estoy dando por hecho que sí existen, y así como eran acompañantes usuales de los samuráis en Japón, igualmente existen en Inazuma.

—Otra duda que a veces me ha dado es si los puntos de teletransporte existen como tal en el mundo o son sólo una mecánica de juego. En una ocasión la Katheryne hace una broma sobre ellos, dando a entender que más gente los conoce. Pero al mismo tiempo no me hace mucho sentido pues si existieran en realidad, no sería tanto problema entrar y salir de Inazuma, por ejemplo. Así que, a reserva de una mejor explicación, en esta historia se dará por hecho que no existen como tal en el mundo, y si la gente quiere ir de un lado a otro tiene que caminar, navegar, o usar caballos. O, si eres un Aventurero con Licencia, tirarte de muy alto con un planeador.