Capítulo 09.
Una pista
Hace 9 años…
Kamisato Kayo falleció durante el invierno siguiente al primer encuentro entre Ayaka y Kazuha. Los doctores y los sirvientes habían mencionado que tuvo una pequeña mejoría a mediados del año. Todos creían que esto había sido gracias a las visitas que su hija pequeña había comenzado a hacerle. En éstas, la joven Kamisato le contaba sobre todas las cosas nuevas que estaba aprendiendo, todo lo que ocurría en su día a día, y lo emocionada y feliz que la ponían las visitas de Kazuha. Ayaka solía sentarse a un lado de su cama a hablar con ella largo y tendido, hasta que el cansancio de su madre la obligara a descansar, aunque ésta no quisiera.
Algunos pensaron que éstas eran buenas señales, e incluso comenzaron a tener esperanzas en una posible recuperación; entre ellos, la propia Ayaka.
Sin embargo, al final la Sra. Kamisato sólo había logrado ganar las fuerzas suficientes para resistir un poco más. Durante el otoño, conforme el clima iba volviéndose más frío, su salud volvió a decaer poco a poco; en ese punto ya no se le permitió a Ayaka importunarla. Y su cuerpo, ya para entonces demasiado agotado y carcomido por la enfermedad, terminó por rendirse.
Personas de todos los rincones de Inazuma se presentaron en la Hacienda Kamisato para ofrecer sus respetos al comisionado y su familia. Asistieron representantes de los clanes vasallos de los Kamisato, los comisionados Hiiragi y Kujou en persona, así como sus hijos, e incluso un grupo de sacerdotisas del Gran Santuario Narukami, en representación de la Suma Sacerdotisa, para ofrecer una solemne plegaria por el descanso de la Sra. Kamisato.
Y entre estos asistentes, por supuesto, se encontraban Kazuha y su tío.
Sin embargo, más que ofrecer consuelo a los dolientes, Kaedehara Naruhito estaba más preocupado por las apariencias, por estar en el lado bueno de Kamisato Ayato, y quizás incluso ver si podía aprovechar de alguna forma estos momentos de posible debilidad en el joven lord. Claro, nunca le dijo a Kazuha abiertamente ninguna de esas cosas, pero aún entonces, el muchacho Kaedehara era bastante consciente de que las intenciones de su tío no eran del todo clementes.
Pero Kazuha tenía en esos momentos algo mucho más importante en mente que los propósitos ocultos de su familia. Así que mientras su tío iba a codearse con los comisionados y demás asistentes prestigiosos en el velorio, Kazuha se escabulló sigilosamente a buscar a Ayaka. Le extrañó, y a la vez preocupó, no verla a lado de su hermano en el salón principal. Entendía de sobra el deseo de no estar rodeada de tantas personas abrumándola en esos momentos tan difíciles. Sin embargo, no estaba seguro si estar sola sería mucho mejor…
La Hacienda Kamisato se había sumido por completo en un aire pesado y triste, pero en especial en un angustioso silencio. Kazuha recorrió los solitarios pasillos de la residencia, escuchando sólo el sonido de sus propios pies contra el suelo de madera, y nada más. Si no supiera que en la otra ala había un gran número de personas reunidas, hubiera llegado a suponer que era el único ahí.
Era un día particularmente frío; el cielo estaba totalmente cerrado, y había comenzado a caer nieve durante la tarde, llenando el patio de una capa blanca casi uniforme. Y fue justo ahí en donde Kazuha al fin la divisó, alejada del salón, sentada en la misma roca en la que un tiempo atrás ella lo había encontrado a él. Pero el escenario era totalmente distinto en esa ocasión. Las ramas de los hermosos árboles de cerezo estaban en esos momentos desnudas, sin ninguna hoja en ellas. Aún faltaban al menos dos meses para que volvieran a cubrirse de hermosas flores rosadas, y quizás entonces ese sitio podría llenarse de esperanza una vez más. Pero, por lo pronto, todo lo que se percibía era mera melancolía y dolor.
Kazuha avanzó lentamente, sus pies resonando un poco al presionar contra la nieve. Ayaka le daba la espalda, y tenía su cabeza agachada. Usaba un atuendo totalmente negro, similar al que él mismo portaba, y su cabello completamente recogido. Cómo solía ocurrir cuando la encontraba estudiando, no pareció percatarse de su presencia mientras avanzaba hacia ella. Pero claro, esa era una situación muy, muy diferente…
—¿Ayaka? —pronunció despacio estando justo detrás de ella.
La pequeña se sobresaltó, asustada por repentinamente darse cuenta de que no estaba sola. Se giró rápidamente a verlo sobre su hombro, pero sólo fue por un instante. En cuanto alcanzó a verlo y a distinguir que se trataba de él, rápidamente se viró de nuevo hacia otro lado, ocultándole el rostro. Aun así, en ese rápido movimiento Kazuha logró captar sus ojos ligeramente enrojecidos…
—Kazuha —murmuró Ayaka despacio mientras le daba la espalda, y discretamente se tallaba los ojos con sus manos—. Gra… gracias por venir a acompañarnos en estos momentos. Discúlpame, por favor. Me estoy sintiendo un poco indispuesta….
—Lo entiendo —murmuró Kazuha, sereno.
Se permitió entonces avanzar un poco más y sentarse en la piedra, justo al lado de Ayaka. Ésta instintivamente se giró más hacia el lado contrario en él se encontraba, para mantener lo más posible su rostro lejos de su vista.
—¿Cómo estás? —le preguntó con un pequeño susurro, pero Ayaka no le respondió nada—. Lo siento… es una pregunta tonta, ¿cierto?
—No, no… descuida —murmuró la joven Kamisato, negando lentamente con su cabeza—. Estoy… bien. Ahora mi madre puede descansar, y estará con papá y todos nuestros ancestros. Y su bendición siempre nos cuidará…
La manera en la que había pronunciado aquello le pareció a Kazuha un tanto… familiar. Tenía el presentimiento de que no era algo que hubiera nacido directamente de ella, sino más bien acababa de repetir exactamente lo mismo que los adultos le habían estado diciendo. Algo que ella creía que la gente esperaba que dijera, aunque no lo sintiera en realidad.
Kazuha alzó su mirada al cielo, contemplando en silencio los copos de nieve blanca descendiendo lentamente hacia ellos; parecidos a cómo caían los pétalos de cerezo aquel día de primavera.
—Yo… la verdad es que nunca conocí a mi madre —pronunció de pronto tras un rato—, y nunca fui muy apegado a mi padre cuando estaba vivo tampoco. Así que no sería del todo cierto si te dijera que sé cómo te sientes. Pero… sé bien que tú sí querías a tu madre, muchísimo. Y aunque te dolía verla tan enferma, sé que también la vas a extrañar. Así que no trates de ocultarlo de esa forma…
Ayaka seguía dándole la espalda mientras le decía eso, pero Kazuha supo que lo estaba escuchando. Y un instante después de decirlo, pudo notar como sus hombros temblaban un poco, y escuchó como el escueto sonido de sollozos poco a poco se hacía presente.
—Yo… yo… —comenzó a pronunciar Ayaka, su voz ya algo quebrada—. Se supone que debo ser fuerte… se supone que debo mostrarme firme y segura ante las personas… Se supone que no debo… que no debo…
Cada palabra se sentía más dolorosa que la anterior, mientras su respiración se estaba poniendo más agitada
De pronto, para el asombro de la pequeña Kamisato, Kazuha se le aproximó y la rodeó rápidamente con sus brazos, abrazándola firmemente por detrás y apoyando su frente contra su cabeza. Kazuha ni siquiera lo pensó; su cuerpo se había movido por sí solo, pero no se arrepintió en lo absoluto de haberlo hecho.
—Puedes serlo —musitó Kazuha despacio—. Puedes ser fuerte con todos los demás. Pero no tienes que serlo aquí; no tienes que fingir conmigo…
Una parte de Ayaka siguió resistiéndose, intentando aferrarse a la poca serenidad que le quedaba como si estuviera colgando de un precipicio. Pero ese cálido abrazo y las palabras de su amigo dejándole la puerta abierta, sencillamente la desarmaron por completo.
Ayaka alzó sus manos, aferrándose con algo de fuerza a los brazos que la rodeaban. Y por primera vez desde que ese horrible hecho ocurrió, soltó un fuerte alarido al aire, al que le siguieron varios más. Las lágrimas se desbordaron de sus ojos como cataratas, y lloró; lloró y lloró como nunca se había permitido llorar antes. Y en todo el tiempo que esa explosión de sentimientos duró, Kazuha no la soltó, ni tampoco dijo ni hizo nada más que estar ahí…
Tiempo presente…
Al despertar esa mañana, Ayaka se sorprendió al darse cuenta de que sus ojos y mejillas estaban humedecidas. ¿Había estado llorando mientras dormía? En su mente quedaban sólo rezagos de lo que había estado soñando justo antes de despertar, así que no estaba del todo segura.
Talló sus manos rápidamente por su rostro, como queriendo borrar desesperadamente las pistas de algún crimen. Habían pasado tantos años, pero la situación seguía siendo la misma: no podía permitirse que nadie la viera flaquear de esa forma.
Cuando tuvo la mente lo suficientemente despejada y el cuerpo desemperezado, se sentó con cuidado en su futon. Al hacerlo, sin embargo, se percató de que le dolía un poco la cabeza. No había pasado una noche particularmente buena. Tuvo problemas para conciliar el sueño, y se había estado despertando seguido durante la madrugada. Demasiadas cosas que pensar, demasiados recuerdos, y todos tenía que guardarlos muy profundo. Eso podría llegar a ser agotador para cualquiera, incluso para la Princesa Garza.
Se vistió rápidamente colocándose un haori sobre su ropa de dormir, y salió de su habitación. Le pediría a Furuta que le preparara algún remedio para aliviar su malestar; ella siempre tenía algún truco guardado para cualquier ocasión.
Al caminar por el pasillo cerca del patio principal, divisó a los guardias del clan Hiiragi que ya estaban al parecer levantando su campamento. De seguro estaban ya preparándose para salir rumbo a Inazuma. Antes de que se fueran, debía despedirse una última vez de Chisato y agradecerle por su compañía del día anterior. Pero primero necesitaba recuperarse un poco.
Antes de que siguiera con su marcha hacia la cocina, algo cerca de la puerta principal llamó su atención. Madarame se encontraba hablando con un par de guardias de armaduras moradas. Y si su vista no le fallaba, aquellos hombres no eran de la comisión Kanjou, ni tampoco de los suyos; eran al parecer guardias Tenryou. Aquello llamó bastante la atención de Ayaka, y se sobrepuso un poco a su malestar para aproximarse a investigar. Quizás algo grave había ocurrido…
—¿Qué ocurre, Madarame? —murmuró una vez que estuvo lo suficientemente cerca. El delegado Yashiro y los guardias se viraron de inmediato hacia ella, todos tomando de golpe una postura más firme.
—Ah, Srta. Ayaka, buenos días —pronunció Madarame, solemne—. Él es el capitán Imatani de la Comisión Tenryou.
—Es un placer, Srta. Kamisato —exclamó rápidamente uno de los soldados Tenryou, un hombre alto de cabello negro muy corto y mirada intensa. A Ayaka le resultaba conocido; le parecía haberlo visto seguido cerca de la jefatura en Inazuma—. Disculpe la irrupción en su hogar tan temprano.
—No se preocupe, capitán. ¿Está todo bien?
—El comisionado Kujou los mandó para reforzar la seguridad del comisionado Hiiragi —le informó Madarame—, y asegurarse de que llegue con bien a Inazuma.
—Se han estado reportando varios asaltos en los caminos perpetrados por ronin en los últimos días —añadió el capitán Imatani—. Ayer mismo algunos de nuestros oficiales presenciaron una pelea entre dos viajeros y estos por el camino que lleva a la ciudad.
—Sí, me comentaron algo sobre unos asaltantes —asintió Ayaka, recordando lo que Thoma le había dicho el día anterior antes de que emprendieran el viaje de regreso—. Qué terrible. ¿No han podido aprehenderlos?
—Estamos trabajando en eso. Ya tenemos la descripción de varios de ellos y unos retratos hablados.
El capitán le hizo un ademán con la cabeza a uno de sus hombres para que se aproximara. Éste así lo hizo, cargando en sus manos un pequeño bulto que al parecer se componía de varias hojas de pergamino.
—Le estábamos justo mencionando al Sr. Madarame que queríamos aprovechar para también pedirle su apoyo al comisionado Kamisato, para que los representantes Yashiro repartieran estos dibujos entre los viajeros, y exhortarlos a tener cuidado al momento de recorrer los caminos, especialmente de noche. Igualmente, ya pegamos algunos en los tableros de anuncios de la ciudad. Esperamos que alguien pueda darnos más información.
—No habrá problema —asintió Ayaka, aproximándose al soldado con los panfletos para tomarlos ella misma—. Muchas gracias por su ardua labor.
—Agradezco sus palabras, Srta. Kamisato —respondió Imatani, inclinando su cuerpo con respeto hacia la joven, al igual que los demás soldados. Se viró justo después de nuevo hacia Madarame—. Por favor, indíquele al comisionado Hiiragi que estamos listos para partir cuando sus hombres y él lo dispongan.
—Le informaré de inmediato —comentó Madarame.
Mientras ambos hombres terminaban su conversación, Ayaka se permitió echarles un vistazo a los afiches. Tenían la composición clásica de un cartel de "Se Busca", con un retrato lo más próximo posible a la descripción del sospechoso, con la misma escrita debajo acompañada de los crímenes por lo que se les acusaba. En total eran cinco dibujos diferentes, cada uno de apariencias muy distintas, aunque manteniendo ciertos rasgos similares; esperado considerando que de seguro todos fueron dibujados por la misma persona.
Ayaka contempló silenciosa los primeros cuatro dibujos sin mucha reacción. Sin embargo, el quinto y último la dejó estupefacta en cuanto posó sus ojos en él… Era la imagen de un hombre de rostro cuadrado y duro con una poblada barba y cabeza rapada, de ojos intensos y hombros anchos. A pesar de ser sólo un dibujo, le resultó tan familiar y vivido como si lo estuviera viendo de nuevo justo frente a ella.
«Este hombre… es Katsumoto…» se dijo a sí misma, una vez que su asombro le permitió darles forma a sus pensamientos.
Katsumoto, el hombre que Kazuha le había señalado una vez como el mejor espadachín al servicio del clan Kaedehara, y "quizás de toda Inazuma". Ayaka lo había visto varias veces en el dojo Kaedehara, en todas esas ocasiones que había ido a entrenar con ellos cuando era niña. Lo recordaba como un hombre grande y algo aterrador, pero bastante amable con ella. Y, en especial, muy fuerte…
¿Qué significaba esto? ¿Por qué había un dibujo de aquel hombre con esos ronin asaltantes? ¿Acaso él…?
—Señorita —escuchó a Madarame pronunciar de pronto a su lado, haciéndola sobresaltarse un poco al ser sacada de sus pensamientos—. ¿Gusta que me encargue de repartirlos entre los representantes?
Madarame le extendió una mano para que le pasara los panfletos. Ayaka vaciló unos momentos, y discretamente tomó uno de ellos, el del dibujo de Katsumoto, apartándolo del resto.
—Sí, gracias Madarame —indicó con una pequeña sonrisa, entregando el resto de los afiches —. Te lo encargo.
—Cuente conmigo.
Tras un leve asentimiento de su cabeza como aprobación y despedida para Madarame y los guardias Tenryou, Ayaka se giró sobre sus pies y se alejó caminando… quizás un tanto más presurosa de lo que debería.
Ayaka no se dirigió a la cocina a buscar a Furuta como era su plan original; para esos momentos su dolor se cabeza se había esfumado solo. En su lugar, buscó un rincón solitario en donde pudiera sacar de nuevo el afiche que se había llevado consigo, y darle otro rápido vistazo.
Mientras más lo veía, más se convencía de que ese hombre era Katsumoto… o alguien que se le parecía mucho. Debía admitir que habían pasado al menos ocho años desde la última vez que lo vio, y el hombre en ese dibujo tenía una apariencia más desalineada que contrastaba con la del hombre pulcro y disciplinado que había conocido de niña.
Pero tampoco tenía conocimiento de qué había sido de él y de los otros samuráis del clan Kaedehara cuando éste cayó en desgracia. Convertirse en un ronin era, tristemente, una posibilidad.
Aunque claro, todo eso podrían ser sólo absurdas especulaciones, y quizás en algún otro momento hubiera optado por mejor creer eso. Sin embargo, no podía quitarse de la cabeza que el día de ayer pensó haber visto a Kazuha en Inazuma… Y ese dibujo no era producto de su imaginación; era una prueba física en sus manos.
¿Y si Kazuha estaba con estos hombres? ¿Y si su viejo amigo también se había vuelto un ronin asaltando los caminos…? La posibilidad le pareció desgarradora, e imposible de concebir. No el dulce niño que había conocido en el pasado…
Pero, aunque Kazuha no estuviera con ellos, también podía ser que Katsumoto supiera qué había sido de él después de la desgracia de su familia, o incluso en dónde se encontraba en esos momentos. Si tan sólo pudiera hablar con él…
Tenía que al menos intentarlo para quitarse esa espina de encima que no la dejaba tranquila. Pero, ¿qué estaba dispuesta a hacer para lograrlo?
Dobló el panfleto rápidamente y lo ocultó en el interior de su atuendo. Respiró hondo, se paró firme y comenzó a caminar con aparente (y fingida) calma hacia su nuevo objetivo: el despacho de su hermano.
Pensó detenidamente en lo que diría una vez que estuviera ante él, pero tristemente estando ya en la puerta no lo tenía del todo claro. Pero igual no dejó que eso la detuviera.
—Hermano, ¿puedo pasar? —pronunció alto para hacer notar su presencia.
—Adelante, Ayaka —pronunció la voz de Ayato desde el interior.
Ayaka deslizó con cuidado la puerta hacia un lado. Dentro de la sala se encontró en efecto con Ayato, pero también estaba en compañía de Thoma. Ambos se encontraban al parecer revisando algunos papeles en conjunto; algunos de ellos a simple vista le parecieron conocidos.
—Disculpen la interrupción —pronunció Ayaka despacio, ingresando al cuarto.
—¿Ya se fueron el comisionado Hiiragi y sus hombres? —inquirió Ayato, sin apartar sus ojos del cuaderno de reportes en sus manos, que si Ayaka no se equivocaba era justamente el que le había entregado la noche anterior con los detalles del próximo festival.
—Aún no —negó Ayaka, tomando asiento en el suelo a lado de los dos—. Unos guardias Tenryou acaban de llegar para escoltarlos.
—Qué inusual.
—Es como prevención por una serie de asaltos que se han estado suscitando… pero creo que Madarame podrá darte los detalles.
Ayato simplemente asintió, al parecer no muy interesado de momento en saber más en realidad. De seguro estaba ansioso de que sus visitantes se marcharan de una vez; había tenido suficiente del comisionado Hiiragi la noche anterior.
—Bueno, da igual —musitó, girándose hacia su hermana con una de sus habituales sonrisas—. Es bueno que hayas venido. Estoy revisando con Thoma los arreglos para el festival, y cuadrando algunas de las cifras de tu reporte.
—Hermano, te dije que no debías preocuparte por ese asunto, que yo me encargaba de todo —le replicó Ayaka, sonando casi como reproche.
—Por supuesto no es desconfianza en tu trabajo, Ayaka. Sólo que como comisionado quiero tener al menos la pintura general del asunto para cualquier detalle que pueda surgir. Y hasta ahora todo parece estar muy bien.
—Bueno… —musitó Ayaka de pronto, agachando su mirada un poco nerviosa—. De eso necesito hablar contigo… Quería pedir tu autorización para volver a Inazuma; hoy mismo.
Aquella repentina petición confundió por igual tanto a Ayato como a Thoma, y ambos dejaron de inmediato lo que estaban haciendo para voltear a verla. Los ojos inquisidores de ambos pusieron aún más nerviosa a la Princesa Garza.
—¿A Inazuma? —murmuró Ayato—. ¿Que no acabas de volver apenas ayer de allá?
—Sí, pero… —balbuceó Ayaka, e intentó por todos los medios tranquilizarse para poder darle una forma correcta a sus palabras—. Hay otros asuntos que dejé pendientes y que ocupan mi atención inmediata.
—¿De verdad? —inquirió Ayato, evidentemente escéptico—. ¿Qué asuntos tan urgentes serían esos?
—Nada que necesite que te preocupes o estreses por ello. Tú tienes demasiadas obligaciones, y sabes que yo estoy aquí para aligerar tu peso lo mejor que pueda.
—Tan considerada como siempre, Ayaka. Pero creo que puedo tolerar una pequeña dosis de estrés adicional, a cambio de que me cuentes de esos asuntos que te obligan a volver a Inazuma tan pronto. Especialmente por qué tu reporte dice que todo lo que queda pendiente puede quedar a cargo de los representantes, y Thoma me acababa de decir lo mismo.
Al pronunciar lo último, Ayato se viró de nuevo hacia su ayudante sentado delante de él, en busca de confirmación.
—Es lo que yo había entendido, mi señor —respondió Thoma un tanto vacilante. Se veía que esto lo tomaba bastante por sorpresa también.
—Ah… bueno… —volvió a Ayaka balbucear. Sus dedos se movían nerviosos sobre la tela de su kimono—. Necesito… revisar de nuevo los fuegos artificiales, la asignación de los puestos a los arrendatarios, y los pedidos para las ofrendas que se darán el día del festival.
—¿No es precisamente eso lo que fuiste a revisar estos días? —cuestionó Ayato con seriedad.
—Correcto… pero me di cuenta sólo hasta que estaba aquí que me faltó completar algunas de esas tareas. Y no están en el reporte porque… también me faltó ponerlas ahí, obviamente.
—Es muy raro en ti que eso pase, Ayaka.
—Lo sé, y me disculpo. Por eso deseo remediar de inmediato mi error.
Ayato la observó en silencio por un rato. Su rostro se encontraba tan estoico e inmutable que para Ayaka resultaba totalmente imposible adivinar qué era lo que le cruzaba por la mente. ¿Le había creído?, ¿o la seguiría cuestionando hasta que se resbalara en algún punto y tuviera que decir la verdad? Y, ¿estaba dispuesta a decir dicha verdad si eso ocurría…?
—¿Segura que no son cosas que Thoma o alguno de nuestros representantes podría revisar por su cuenta? —preguntó el comisionado tras un rato.
Ayaka negó con su cabeza.
—Ya que lo comencé y fue mi error, preferiría encargarme personalmente de esto. Si te es conveniente… hermano.
—Está bien —respondió Ayato de golpe sin muchas más vueltas, tomando desprevenida a Ayaka—. Pero lleva a Thoma de nuevo contigo.
—Oh —exclamó la menor de los Kamisato, intentando moderar su reacción—, yo… no quisiera importunar a Thoma por un error mío. Él tiene mucho trabajo aquí, y ya lo entretuve mucho con el viaje anterior. Pensaba pedirle al comisionado Hiiragi si podía viajar con ellos hasta Inazuma.
—Para mí no es nada inoportuno acompañarla, señorita —intervino Thoma en ese momento con tono jovial—. Será un placer como siempre ayudarla a encargarse de esos asuntos urgentes.
Ayaka meditó rápidamente en lo que debía hacer a continuación. Podría insistir, pero en realidad no tenía ningún motivo convincente en mente para que Thoma no la acompañara. Sin mencionar que hacerlo haría que todo fuera más sospechoso; más de lo que evidentemente ya era.
No le quedaba de otra que aceptar, y tener que hacer partícipe a Thoma de sus verdaderas intenciones. Y claro, confiar en que la apoyaría, o al menos no la delataría de inmediato.
—Está… bien —asintió lentamente—. Muchas gracias, Thoma. Iré a prepararme entonces —indicó parándose rápidamente y dirigiéndose a la puerta—. Con tu permiso, hermano.
—Adelante —le respondió Ayato, ya para esos momentos teniendo su atención de vuelta en el reporte en sus manos—. Ya lo sabes, Thoma —añadió una vez que Ayaka se retiró y cerró la puerta detrás de ella—. Lo que sea que esté tramando en realidad, sólo procura que no se meta en demasiados problemas.
—Puede contar conmigo, mi señor —contestó el sirviente con solemnidad, inclinando su cabeza al frente.
Ayaka ya no era una niña, y definitivamente sabía cuidarse sola. Pero como su hermano mayor, Ayato sentía la obligación (además del deseo) de seguir teniendo un ojo al pendiente; sólo por si acaso.
Continuó entonces revisando el reporte de Ayaka, que ya parecía estar llegando a su final. Sin embargo, al girar a la siguiente página del cuadernillo, se encontró con algo un tanto fuera del lugar. Había varios rayones sobre la hoja, o más bien palabras o frases que habían sido tachadas con algo de frustración. Al girar a la siguiente había un par más similares, pero sobre un costado había escritas tres líneas legibles con la distintiva y perfecta caligrafía de su hermana:
Flor de cerezo
Llévate mi tristeza
Volando al viento
—¿Un haiku? —murmuró Ayato despacio, un tanto confundido.
—¿Señor? —exclamó Thoma con prudencia al notar su ligero cambio—. ¿Está todo bien?
Ayato permaneció en silencio unos segundos, releyendo un par de veces más aquellos versos. Luego, sin más, cerró el cuadernillo y lo colocó a un lado.
—No es nada —respondió con voz calmada, y proponiéndose pasar a otro asunto.
Pero lo cierto era que, ese pequeño haiku, tan normal como parecía había llamado particularmente su atención y no lograba entender del todo por qué.
«¿Por qué me suena familiar?»
Notas del Autor:
—El personaje del tío de Kazuha, así como su nombre de Kaedehara Naruhito, son totalmente de mi creación en vista de que en el juego nunca se ha dado más detalle sobre la familia Kaedehara. Igual no sé si el personaje irá a aparecer en la historia, de momento se limitará sólo a menciones como las que hemos tenido hasta ahora.
