Capítulo 10.
Por supuesto que lo recuerdo
Justo como Ayaka sugirió, Thoma y ella aprovecharon la partida del comisionado Hiiragi para viajar junto con éste, sus hombres y los guardias Tenryou a Inazuma. En conjunto formaban una numerosa y llamativa comitiva; una con la que cualquier asaltante pensaría dos veces antes de hacer una locura.
A Ayaka le tocó ir cabalgando. Un soldado de comisión Tenryou le cedió muy amablemente su caballo, mientras que él seguiría a pie. Intentó negarse al inicio, pero tampoco quería ser grosera y despreciar la gentileza del soldado. Igual pensaba sólo tomarlo por un tramo.
—¿Segura que no quieres que cambiemos y viajar en el palanquín un rato, Ayaka? —le sugirió Chisato, cuyo transporte era cargado por dos guardias del Clan Hiiragi. Se había asomado hacia afuera haciendo a un lado la cortinilla.
—No, descuida, Chisato —le contestó Ayaka con una sonrisa afable desde el corcel—. No me molesta cabalgar o caminar en lo absoluto.
Chisato suspiró de golpe con algo de pesar.
—Me haces sentir culpable por no tener tan buena condición física y depender de otros para poder viajar tan largas distancias…
—¡No diga eso, Srta. Chisato! —exclamó rápidamente el soldado al frente del palanquín, virándose a verla sobre su hombro, pero sin soltar ni bajar un poco su extremo—. Para nosotros no es ningún problema ayudarla, ¡de verdad!
Chisato le sonrió levemente al escuchar sus palabras.
—Siempre tan atento, Shinnojou; gracias —le respondió la noble con gentileza, y un ligero sonrojo se asomó en las mejillas del joven soldado—. Al menos hace un buen día, ¿cierto?
—Sí, el clima está agradable —respondió Ayaka con un sutil asentimiento.
Chisato volvió a acomodarse en el interior del palanquín y a ocultarse detrás de la cortinilla de éste. Ayaka dejó escapar un pequeño suspiro de alivio. De haber querido conversar más, no estaba segura de haber podido mantenerle el ritmo. Era un poco agotador estar rodeada de todas esas personas, y fingir que todo estaba normal cuando no era así. Por dentro sentía una ansiedad que le aceleraba el corazón. Pero debía mantenerse firme y no dejar que alguien se diera cuenta.
Aunque claro, era ya un poco tarde, pues alguien ya se había percatado desde el momento mismo en que había ido a pedir permiso para ese viaje.
—Srta. Ayaka —escuchó de pronto la voz de Thoma pronunciar a su lado, haciéndola sobresaltarse un poco. Al virarse a su lado derecho, divisó al sirviente caminando a un lado del caballo. En su espalda traía sujeta su lanza, y en un hombro su bolso viaje. A pesar de la carga, caminaba de manera normal y al ritmo del caballo.
—Thoma, ¿pasa algo? —murmuró la joven Kamisato despacio, sonriéndole de forma despreocupada.
—No, en realidad —negó Thoma, agitando su cabeza. Luego, echó un rápido vistazo al resto de las personas que los rodeaban, asegurándose de que no hubiera nadie lo suficientemente cerca antes de comentar lo que realmente deseaba decir—. No quiero excederme de importuno, pero ambos sabemos que los asuntos del festival que fuimos a atender la vez anterior fueron concluidos con éxito.
—Bueno... —masculló Ayaka apenada, virándose hacia otro lado. Sus dedos se aferraron fuertemente a las riendas.
—En otras circunstancias supondría que se trata de alguno de esos "otros asuntos" en lo que ha estado trabajando últimamente —prosiguió el sirviente con cautela—. Pero eso no explicaría su renuencia a que yo viniera con usted… al menos que esto sea algo que sobrepasa su confianza en mí.
—¡No se trata de eso!, ¡te lo prometo! —se apresuró Ayaka a aclarar, quizás subiendo un poco de más la voz.
Dirigió rápidamente una mano a su boca para cubrirla, apenada por su exabrupto. Miró alrededor, y al parecer nadie se había percatado de ello, o al menos alterado. Respiró lentamente intentando calmarse, y poder responderle a su amigo de una forma mucho más serena.
—No es tampoco sobre ese otro asunto —aclaró en voz baja y tono serio—. Prometo que te lo explicaré cuando estemos a solas en Komore, si tú me prometes que no le dirás nada a mi hermano.
—Sabe que puede contar con mi discreción, señorita —respondió Thoma sin vacilar—. Pero si es algo que considero que el Sr. Ayato debe saber…
—No es nada que deba importunar a mi hermano —negó Ayaka rápidamente—. Te aseguro que es un asunto meramente personal…
Thoma pareció incluso más intrigado tras escuchar esa explicación. Definitivamente debía ser difícil para él imaginarse a Kamisato Ayaka con un asunto "meramente personal".
—De acuerdo —respondió Thoma tras unos reflexivos segundos—. Sea lo que sea, sabe que puede contar conmigo.
Ayaka le respondió con un pequeño asentimiento, y volvió a fijar su atención en el camino. Eso le daría algunas horas, pero llegado el momento tendría que contarle todo. Esperaba de corazón que el amigo en Thoma sobrepasara al sirviente, y pudiera entenderla.
Viajar en número daba mayor seguridad a los viajeros, pero hacía que el recorrido fuera un poco más lento. Luego de algunas horas de marcha, más un par de descanso, el grupo terminó arribando a Hanamizaka, a las afueras de Inazuma, aproximadamente a la mitad de la tarde de ese día. Por suerte no tuvieron ningún incidente desagradable en el camino, y ningún ronin asaltante se aventuró a importunarles el paso. En un cierto punto Ayaka pensó que quizás hasta hubiera sido bueno que pasara; quizás Katsumoto en persona podría haberse presentado, y eso le hubiera ahorrado tiempo de búsqueda.
Pero en fin, ya no tenía caso pensar en eso. Ayaka tenía que enfocarse en lo que haría a continuación.
—Creo que aquí nos separamos, comisionado —le indicó con gentileza a Hiiragi Shinsuke, ofreciéndole una reverencia de gratitud—. Gracias por dejarnos viajar con usted, y espero le vaya bien en su reunión con el comisionado Kujou.
—Fue un placer haberte escoltado, Ayaka —le respondió del mismo modo el comisionado Hiiragi desde su caballo—. Y suerte con tus asuntos pendientes.
Tras las despedidas oportunas, el comisionado y los guardias comenzaron a avanzar para adentrarse más en la ciudad, mientras Ayaka y Thoma los observaban desde su posición.
Antes de alejarse demasiado, Chisato volvió a asomarse desde el interior de su palanquín, agitando una mano en el aire para llamar la atención de la joven Kamisato.
—Nos vemos uno de estos días, Ayaka —pronunció con fuerza—. Para salir a cenar, ¡o ir de compras!
—Sí, sería agradable —le respondió Ayaka con moderado entusiasmo, agitando igualmente una mano como despedida, aunque de manera mucho más contenida.
Cuando la comitiva se alejó lo suficiente, Ayaka bajó de nuevo su mano y dejó de sonreír de la misma forma forzada que había venido usando durante gran parte del viaje. Estando ya solos, se viró a ver de reojo a Thoma. Éste la miraba de regreso con seriedad, expectante de escuchar su siguiente instrucción.
—Vayamos a la casa de té, Thoma —le indicó Ayaka despacio, comenzando andar también hacia la calle principal—. Ahí podremos hablar como prometí.
Thoma no objetó en lo absoluto, y sólo la siguió en silencio.
Los trabajadores de la Casa de Té Komore igualmente se sorprendieron de ver a Ayaka tan pronto de regreso en Inazuma. Pero eso no les impidió recibirla con el mismo decoro y júbilo como en todas sus visitas. Y, más importante para Ayaka, tampoco hicieron ninguna pregunta.
Ayaka pidió de favor que le prepararan su cuarto privado para poder hablar con Thoma a solas. Éste era ideal para conversaciones delicadas por su arquitectura única; tendrías que tener el agudo oído de un ninja para percibir lo que se decía en su interior, y aún entonces era probable que te perdieras algunos detalles. Ayaka pidió además que les trajeran dos tés y dos platos de Udon para comer y descansar tras el viaje. Esperaron hasta que la mesera volviera con la orden para hablar, y así no ser interrumpidos.
—Muchas gracias —murmuró Ayaka con gentileza a la joven.
—Para servirle, señorita —le respondió ésta con su cabeza agachada, y de inmediato se retiró caminando de espaldas hacia el pasillo, cerrando la puerta con mucho cuidado. Y en ese momento estuvieron al fin totalmente aislados.
Thoma tomó de inmediato el plato de Udon; en realidad tenía bastante hambre. Ayaka se limitó a dar sólo unos pocos sorbos de su té, esperando que el calor calmara de alguna forma las mariposas de su estómago. Funcionó hasta cierto punto.
Cuando se sintió al fin lo suficientemente calmada, bajó su taza y se dirigió de inmediato a su bolso de viaje. Agradecía que Thoma no le hubiera estando insistiendo en hablar, y era posible que si ella no tocaba el tema, él tampoco lo hiciera; así era el confiable y leal amo de llaves de los Kamisato.
—¿Recuerdas lo que me comentaste ayer sobre un grupo de ronin asaltando a las personas en el camino? —comentó Ayaka mientras revisaba y buscaba algo en el bolso. No tardó mucho en encontrarlo, colocándolo justo sobre la mesa baja frente a la que estaban ambos sentados—. Los guardias Tenryou que fueron esta mañana traían consigo unos panfletos de los sospechosos. Entre ellos, venía éste.
Ayaka deslizó el afiche por la mesa hacia Thoma, para que pudiera verlo de cerca. El sirviente lo contempló un poco confundido, y lo tomó en sus manos para echarle un vistazo. Claro, en primera instancia no le dijo nada. Era sólo el retrato de un hombre, su descripción y crímenes; nada extraordinario. Pero, por supuesto, Ayaka tenía mucho más que explicar.
—Ese hombre… Yo lo conozco. Su nombre es Katsumoto, era un espadachín al servicio del clan Kaedehara.
—¿Kaedehara? —pronunció Thoma sorprendido, alzando su mirada del afiche.
—Lo conocí de niña en las ocasiones en las que fui a entrenar en el dojo de los Kaedehara. Decían que era el mejor, y ciertamente recuerdo que era muy bueno con la espada. Pero si se trata de él, querría decir que después de lo que pasó… terminó convirtiéndose en un ronin que ataca a los viajeros. ¿No te parece un destino terrible para un samurái tan excepcional?
—Si es que en verdad se trata de él —comentó Thoma, evidentemente con reservas, colocando el panfleto de nuevo sobre la mesa—. El día de ayer cuando salió corriendo, ¿lo estaba buscando a él?
Ayaka se impresionó un poco por la deducción tan rápida. Al parecer en su mente había llegado a la conclusión de que su comportamiento extraño de ayer debía tener de alguna forma relación con su comportamiento extraño de hoy. Y en parte tenía razón, aunque no exactamente como él creía.
—No… —respondió Ayaka, negando lentamente—. En realidad… creí ver a Kazuha entre la multitud.
El rostro de Thoma se llenó de asombro.
—¿Habla de… Kaedehara Kazuha?
Ayaka asintió.
Aquel era un nombre que el joven sirviente no había oído en mucho tiempo. El niño que fue el amigo y prometido de la Srta. Ayaka, hasta que su hermano se vio forzado a romper esa relación. Los recuerdos de Thoma de aquella persona no eran tan vívidos como los de su ama, pero recordaba al menos lo más importante de aquel penoso incidente.
—Luego pensé que había sido mi imaginación —añadió Ayaka con más serenidad—. Pero si Katsumoto está por aquí, quizás no haya sido así. Quizás esté viajando con él, quizás ambos sean ronin, o al menos quizás Katsumoto sepa dónde puedo encontrarlo.
—¿Y por qué le interesa saber la ubicación de ese chico? —inquirió Thoma, un tanto perdido—. Ya han pasado ocho o diez años. No creí siquiera que lo recordara.
Ayaka enmudeció, y agachó su mirada, tornándose de golpe decaída.
Thoma se sintió desconcertado por ese cambio tan repentino. ¿Había dicho algo indebido?
—¿Señorita? —murmuró despacio con voz cauta.
La joven Kamisato continuó en silencio. Sus ojos se encontraban fijos en el líquido humeante y opaco de tu taza, meciéndose levemente en el interior de ésta. Sus dedos se apretaron un poco contra la tela de su falda que le cubría las piernas.
Thoma tenía razón en algo. No había mencionado en lo absoluto a Kazuha en esos últimos ocho años. Pero no era porque no pensara en él o porque no lo recordara, sino todo lo contrario. En mayor o menor medida, aquel niño que fue su gran amigo de la infancia había estado siempre rondando su mente; más de lo que ella misma se atrevería a aceptar. Si se había obligado a no exteriorizar dichos pensamientos abiertamente durante ese tiempo, fue más para no importunar a su hermano, para cumplir con su deber como una Kamisato, y su imagen perfecta como la Princesa Garza…
—Por supuesto que lo recuerdo —murmuró despacio—. Kazuha fue… mi amigo; un gran amigo, y también… —calló de golpe, mordiéndose un poco su labio inferior. Cuando volvió a hablar, prefirió no terminar la frase anterior—. Aun así, cuando mi hermano rompió el compromiso, nunca más se me permitió verlo. Luego ocurrió lo de su familia y él simplemente desapareció. Nunca pude hablarle ni preguntarle nada, ni tampoco tuve alguna explicación de su parte.
—¿Explicación de qué? —inquirió Thoma, notándose aún desconcertado.
—De si… todo fue una mentira, de si todo era en verdad parte de un plan, de si todo fue realmente por el dinero… Y si nuestra amistad y… las cosas que me dijo y me prometió no fueron sinceras.
A pesar de que intentaba que su voz se mantuviera firme y templada, fue evidente para Thoma que había un sentimiento profundo ahí guardado, queriendo explotar a la menor agitación.
No había visto una reacción emocional tan profunda en su ama desde hace... algunos años, de hecho; ocho, a lo menos. Y salvo por esa ocasión que recordaba, y que de hecho estaba relacionada con el tema que discutían, desde niña la menor de los Kamisato siempre fue una persona tan calmada y centrada. Nunca hubiera imaginado que guardaba un sentimiento como ese en el interior de su pecho.
Pero, ¿qué era exactamente? ¿Resentimiento hacia su hermano?, ¿hacia el chico Kaedehara?, ¿hacia él incluso? O, tal vez, ¿era un sentimiento muy distinto?
—Señorita Ayaka —murmuró Thoma con voz clara y tranquila—. En aquel entonces, ambos eran sólo unos niños. No justificaré las acciones del joven Kaedehara, pero es muy probable que él ni siquiera supiera de los planes de su tío. Y aunque así fuera, no había mucho que pudiera decir o hacer para oponerse.
Ayaka cerró unos momentos sus ojos, y respiró lentamente por su nariz. Poco a poco su mente se fue aclarando, y logró reponerse a ese pequeño exabrupto para poder hablar de forma más calmada.
—Lo sé —respondió la Kamisato con seguridad—, y probablemente así haya sido. Pero necesito oírlo de él. Y, además de eso… —Agachó de nuevo su mirada. Sus dedos siguieron moviéndose nerviosos sobre su falda—. También… quiero volver a verlo. He estado pensando mucho en él últimamente, y cuando creí verlo ayer… mi corazón se aceleró tanto que…
De nuevo, calló antes de terminar su frase.
—Sé que quizás estoy idealizando a la persona de mis recuerdos —murmuró de pronto al aire, sonando más como un comentario a sí misma que para su acompañante—. Tú mismo lo dijiste, sólo éramos unos niños. Han pasado diez años desde que nos conocimos; ocho desde la última vez que lo vi… Puede que ya no sea en lo absoluto el chico que recuerdo. Aun así, me gustaría volver a verlo al menos una vez; saber que está bien…
—Y obtener esas respuestas que mencionó hace un rato —añadió Thoma, a lo que Ayaka simplemente asintió para confirmar—. ¿Y en verdad cree que encontrar a este hombre le ayudará a dar con su paradero? —cuestionó después, volviendo su atención al afiche en la mesa.
—Es mi única pista de momento. Si no me lleva a nada… lo olvidaré, lo prometo. Pero si realmente Katsumoto está por aquí, al menos quiero intentar hablar con él. Sé que pedirte que no le hables de esto a mi hermano es demasiado, pero tú mejor que nadie sabes que siempre ha estado muy molesto por lo que ocurrió con los Kaedehara. Sólo dame un par de días para hacer esto. Cuando volvamos a casa podrás contarle libremente de esto, sea cual sea el resultado.
Thoma suspiró pesadamente, y se tomó unos momentos para intentar reflexionar en todo ese asunto. No era la primera vez que tenía que ser secuaz de Ayaka en alguna acción que de seguro no le agradaría a Ayato; como el asunto que tenían con Yoimiya y Masakatsu. Pero como Ayaka bien dijo, lo que había ocurrido con los Kaedehara años atrás, cuando Ayato aún era joven y nuevo en el puesto de líder, resultaba un tema delicado para él. Aunque no lo decía abiertamente, Thoma sabía que para su señor, y amigo, aquello era una vergonzosa equivocación de novato; una que ya no le ocurriría en el presente.
Pero por encima de eso, parecía ser algo muy importante para Ayaka. No para el clan, no para la comisión Yashiro, y no para Inazuma; importante para ella. Y eso era bastante extraño que ocurriera.
—Creo que podríamos preguntar entre la gente a ver si alguien ha visto este hombre, Katsumoto —concluyó tras terminar sus deliberaciones, haciendo que el rostro de Ayaka brillara de emoción—. Pero señorita, si en realidad se ha convertido en un ronin que asalta a los viajeros, el intentar encontrarlo por nuestra cuenta podría ser riesgoso.
—Katsumoto era un samurái honorable, y de niña siempre me trató bien.
—Han pasado ocho años. Como bien mencionó, puede que ni él, ni el joven Kazuha, sean las mismas personas que usted recuerda.
Ayaka meditó unos momentos en esa idea. Por supuesto, no era algo que no le hubiera cruzado por la cabeza. Sabía que existía la posibilidad de que Katsumoto no fuera tan confiable como ella recordaba. Aún así, escogía creer en él y darle un voto de confianza.
Pero, por si acaso…
Ayaka se puso de pie y avanzó lentamente hacia un armario lateral del cuarto, con sus dos puertas ocultando su contenido. Pero Ayaka sabía bien lo que ahí se encontraba; ese era su cuarto personal ahí en Komore, después de todo.
Al deslizar las puertas, dejó a la vista una reluciente espada katana en una funda azul, reposando cuidadosamente sobre su soporte de madera; aguardando a su dueña.
—Lo sé —respondió Ayaka al último comentario de Thoma. Y sin más, tomó la espada con una mano comenzó a sujetarla a su cintura.
Más tarde ese día, cuando el sol comenzaba de nuevo a ponerse, el samurái errante Tomo acudió de nuevo a la misma tienda de té en el camino del día anterior. Estaba relativamente más concurrida en esa ocasión, si es que unas tres personas podría llamarse concurrido. Pero entre esas tres distinguió fácilmente la espalda de su nuevo amigo; contacto para transacciones ilícitas, según le habían dicho ayer. Al parecer llevaba ya un rato ahí, pues incluso en esa ocasión se permitió pedir un té.
Tomo avanzó hacia la banca, sentándose justo detrás de él, similar a como lo habían hecho la vez pasada.
—¿Tengo que preguntarte sobre el té de jazmín o ya superamos esa etapa? —inquirió Tomo con un mordaz tono irónico.
—Llegas tarde —le respondió el otro hombre con severidad.
—Dijiste a la misma hora de ayer, pero ayer tú llegaste elegantemente tarde. Así que supuse que te referías a tu hora.
Era difícil determinar si estaba hablando en serio o no, pero a su oyente al parecer no le importaba mucho intentar descubrirlo de momento.
—¿Dónde está el chico?
—Buscando a una chica linda que lo acurruque, aprovechando que hace mucho no venía por aquí —respondió Tomo con un muy notorio tono de broma, que al parecer a su nuevo amigo tampoco le resultó divertido—. En realidad está por allá vigilando que nadie esté de fisgón.
Tomo señaló con su pulgar en dirección a la tienda de té. Cuando el intermediario se viró hacia allá, al principio no notó nada. Pero observando un poco más, logró distinguir la figura de Kazuha, de pie a un lado de la pequeña choza de madera, ocultó en la sombra de ésta, y cubierto con su capa y su kasa, pero con sus ojos carmesí fijos en los alrededores.
—Qué precavidos.
—Nunca se sabe cuándo algunos matones malintencionados pueden estar rondando por aquí —añadió Tomo con tono despreocupado—. Entonces, ¿me traes alguna buena noticia?
—Así parece. El maestro Masakatsu aceptó el encargo de la Sacerdotisa Divina. Pero le tomará unos días tener todo listo. La entrega estaría estimada a realizarse dentro de una semana, durante el Festival de Primavera.
—¿Festival? —masculló Tomo despacio, un tanto perplejo. ¿Habría un festival en esos días?; nadie se lo informó… aunque no sabría quién en teoría podría habérselo informado, en realidad.
—La ciudad estará concurrida y la guardia Tenryou estará ocupada manteniendo el orden —añadió el hombre—. Nos veremos un día antes aquí mismo para decirte el sitio y hora exactos para la entrega.
—Esperaré el momento con ansias.
El contacto se puso en ese momento de pie y comenzó a caminar hacia el camino con paso presuroso.
—Dile a tu amigo que no me siga —le indicó con dureza a su oyente al pasar frente a él—. Si se entrometen de más en esto, no habrá trato. ¿Quedó claro?
—Tan claro como el agua de un río —respondió Tomo sin mirarlo, fingiendo que sus palabras no eran para él.
Una vez que se alejó lo suficiente por el camino, Kazuha dejó su ubicación y se aproximó a su compañero. Éste ya se había puesto de pie para cuando lo alcanzó, y ambos comenzaron igualmente a alejarse caminando, lado a lado.
—¿Alguna señal de nuestros amigos? —preguntó Tomo con curiosidad.
—Ninguna —respondió Kazuha negando con la cabeza—. Pero eso no quiere decir que no anden cerca. ¿Le advertiste a ese sujeto sobre los ronin?
—¿Con lo nervioso y desconfiado que está? De haberle dicho que teníamos un pequeño problema con un grupo de ronin asaltantes pisándonos los talones, era capaz de cancelarlo todo.
—Quizás sería mejor que lo hiciera —señaló Kazuha, algo tajante—. Katsumoto se veía tan furioso y errático anoche que me es imposible predecir lo que hará. Y ya sabe, o al menos sospechosa, que estamos aquí para hacer algún tipo de transacción. Si no intentó nada hoy, quizás lo haga el día de la entrega.
—Lo sé, lo sé —musitó Tomo con pesadez, tallándose un poco su cabello con una mano—. Lo bueno es que tenemos unos días antes de eso. Quizás podamos encontrarlos en ese tiempo y encargarnos de ellos.
—¿Encargarnos de qué forma? —cuestionó Kazuha escéptico, mirándolo de reojo—. ¿Entregándolos a la comisión Tenryou? Nos quitarán nuestras visiones antes de ir tras ellos.
—Hay otras formas de encargarse de este problema… —susurró Tomo de pronto, con una repentina e inusual seriedad.
Kazuha se sobresaltó un poco al escuchar tales palabras. A pesar de ser tan pocas, en conjunto le dijeron bastante. Y, de cierta forma, tampoco lo tomaba demasiado por sorpresa. Sabía de antemano que aquello podía ser una posibilidad.
—Tampoco me agrada mucho esa alternativa, y lo sabes —añadió Tomo, percibiendo de inmediato el malestar que le había causado—. Sé que eran tus amigos y sientes culpa por lo que sucedió. Por eso no te pediría que me ayudaras a hacerlo, o siquiera que estés presente. Pero la misión por la que estoy aquí es muy importante y delicada, y no puedo arriesgarme. Sé que lo entiendes.
Kazuha no respondió directamente, pero en efecto lo entendía. Su mayor deseo, sin embargo, era no tener que llegar a eso.
—Pero de momento no pensemos en eso, ¿sí? —exclamó Tomo de golpe con un tono bastante más jovial, permitiéndose a su vez presionar un poco la cabeza de Kazuha sobre su kasa de forma juguetona; quizás como una forma de aligerar los aires—. Encaminemos a la ciudad antes de que se ponga más oscuro —añadió, comenzando a caminar más rápido.
—¿A la ciudad? —masculló Kazuha confundido, acomodándose de nuevo su sombrero—. ¿A qué?
—Necesito hacer un encargo al Gremio de Aventureros —se explicó Tomo, andando en esos momentos algunos pasos por delante de su acompañante—. Quiero mandarle un mensaje a Kokomi para contarle que su pedido fue aceptado, y también sobre el misterioso benefactor; estoy seguro que eso le interesará. Y de paso le mandaré de regreso su dinero; mientras lo tenga en las manos será una tentación, y no sólo para los ladrones.
—¿Y por qué al Gremio de Aventureros? —masculló Kazuha un tanto inseguro. Sus pasos igualmente se habían vuelto reticentes; como si sus pies se negaran a avanzar más en la dirección en la que iban.
—¿No es obvio? Dada la larga distancia, el corto tiempo, y lo importante y discreto del encargo, encargárselo a un aventurero es la mejor opción. Y tenemos la ventaja de que la sede principal en Inazuma está justo en la ciudad. Esos mercenarios son costosos, pero eficientes y saben lo que hacen.
Al virarse en ese momento a ver a su amigo sobre el hombro, se dio cuenta con algo de extrañeza que Kazuha se había quedado bastante atrás.
—¿Qué pasa? —masculló Tomo, curioso—. Ah, ya sé… No quieres ir a la ciudad porque tienes miedo de encontrarte con la Srta. Kamisato de nuevo, ¿cierto? —indicó con un tono pícaro, y una sonrisa astuta en los labios.
Kazuha chistó con ligera molestia, y comenzó al momento a andar más rápido, hasta incluso rebasarlo.
—Comienzo a preguntarme por qué te lo conté —soltó al aire como un simple pensamiento en voz alta.
—Por qué soy tu mejor amigo, obviamente —respondió Tomo con tono jocoso, y se apresuró rápidamente a alcanzarlo.
Notas del Autor:
¿Creen que Ayaka queriendo buscar ella misma a una banda de asaltantes es algo imprudente de su parte? Bueno, recordemos que en su misión hace algo muy parecido yendo ella misma a buscar a los que se habían robado las telas, y les pateó trasero. Así que es evidente que es una chica que no le teme al peligro.
Muy bien amigos, nos estamos acercando ya muy pronto al momento esperado. De seguro algunos creen que los estoy estafando y Kazuha y Ayaka nunca se encontrarán, ¡pero no es así! Sigan leyendo que ese encuentro ya casi ocurre. Y ahí es donde comienza lo verdaderamente divertido.
