Capítulo 12.
Tiene mi palabra
Al aproximarse a la jefatura de la guardia Tenryou, Ayaka divisó algo que la hizo detenerse, afuera de la barda que rodeaba al edificio. Había un hombre sentado justo a un lado del portón principal, con su espalda contra la barda y la cabeza agachada, con el mentón pegado al pecho. A su lado en el suelo, reposaba una espada guardada en su funda. A simple vista parecería sólo un mendigo, descansando o esperando que alguien tuviera la gentileza de compartirle algunas moras. Sin embargo, no era cualquier persona, y Ayaka logró reconocerlo casi de inmediato.
—Thoma… Ese hombre… —le indicó la joven Kamisato a su acompañante, señalando al hombre sentado. Thoma lo miró, y aunque no lo reconoció tan rápido como lo había hecho Ayaka, al final lo logró.
Era el hombre con la visión Pyro del día anterior, el que se había enfrentado a los guardias Tenryou y había sido abatido por las flechas de la general Kujou. ¿Qué hacía ahí en la calle? Por lo que habían dicho antes de llevárselo, debería estar en una celda.
Mientras Ayaka y Thoma observaban de lejos, dos guardias salieron por el portón principal armados con sus lanzas. Al divisar al hombre sentado a su lado, la mirada de ambos se llenó visiblemente de hastío.
—¿Sigues aquí? —masculló molesto uno de ellos—. Ya te dijimos que te largues.
El hombre reaccionó escuetamente al ser aludido. Alzó levemente su cabeza, sin centrar su mirada ni en ellos, ni en ningún otro sitio en especial. Sus labios se abrieron, y de estos surgieron algunos murmullos muy bajos.
—¿Qué dices? —musitó uno de los guardias, agachándose a su lado.
El hombre siguió murmurando, pero poco a poco fue elevando el tono hasta que sus palabras lograron ser escuchadas.
—Mi visón… Quiero mi visión…
Los guardias chistaron con molestia.
—Eres un terco, sabes muy bien que no te la regresaremos. Vete ya, antes de que hagamos que te vayas a patadas.
La advertencia no surtió efecto. E incluso aquel hombre se atrevió en ese momento a extender su mano hacia uno de los guardias, tomándolo firmemente de su tobillo con sus dedos.
—Mi… visión… Denme… mi visión…
—¡¿Qué te pasa?!, ¡suéltame! —exclamó el guardia al que había sujetado, y rápidamente lo pateó con su otro pie para apartarlo de él. El cuerpo del samurái fue empujado hacia atrás, cayendo sobre su costado.
—Tú lo pediste… —espetó el otro, alzando su lanza con la clara intención de golpearlo con la punta inferior del arma.
—¡Oigan! —resonó de golpe la voz de Ayaka, que rápidamente comenzó a correr hacia ellos—. ¡Deténgase, por favor!
La repentina presencia de la Princesa Garza jaló la atención de los dos guardias hacia otra dirección. Y al reconocer de quién se trataba, la actitud de ambos cambió, dando un paso hacia atrás y adoptando una posición más firme y segura.
—Ah, Srta. Kamisato —masculló uno de ellos, su voz casi temblando—. Es un honor…
Ayaka los pasó por alto, y en su lugar fue directo al hombre en el suelo, agachándose a su lado para revisarlo. Tenía la marca de la patada plasmada en la cara, pero él no parecía en lo absoluto alterado por ello. De hecho, su mirada estaba ida, fija en algún lugar lejano; ni siquiera parecía percatarse de la presencia de la joven a su lado.
Por debajo de sus ropas gastadas, Ayaka pudo cerciorarse de que su brazo y pierna, que habían sido apuñaladas por las flechas el día anterior, estaban vendadas. Pero había pasado muy poco tiempo, así que de seguro las heridas aún debían seguir abiertas. Necesitaban además estarse limpiando y cambiando los vendajes.
—¿Qué sucede aquí? —cuestionó Ayaka con severidad, virándose hacia los dos guardias—. ¿Este hombre no fue aprehendido ayer?
—Así es, señorita —le respondió uno de los hombres Tenryou, asintiendo—. Pero tras tratar sus heridas, la General Kujou Sara se apiadó de él y decidió liberarlo esta mañana. Pero se ha rehusado a marcharse. Lleva todo el día tirado ahí en la banqueta o deambulando alrededor, sólo repitiendo que le regresen su visión.
—Es obvio que es uno de los que pierden la cabeza cuando se les quita su visión —añadió el otro con claro desdén—. Pobre diablo…
Ayaka guardó silencio. Miró de nuevo al hombre tirado, observando detenidamente su rostro, inexpresivo y perdido. Ya había visto a personas a las que se les arrebataba su visión en estados como ese antes. Algunos lograban recuperarse un poco con el tiempo, y lograban recuperar sus vidas normales. Otros, sin embargo, nunca salían de ese estado casi catatónico. E incluso entre aquellos que presentaban mejoría, había muchos que simplemente no volvían del todo a ser ellos mismos. Simplemente era como si se les arrebatara algo muy dentro de sus pechos, dejando un gran vacío en su lugar.
—Entiendo su frustración, oficiales —murmuró Ayaka con más calma, girándose de nuevo a los dos hombres de armaduras moradas—. Por favor, permítanme encargarme de él.
—Pero, Srta. Kamisato… —mustió uno de ellos, confundido—. Incluso cuando tenía su visión, no era más que un vagabundo que rondaba por la ciudad. No es necesario que alguien como usted se ocupe de… alguien como él.
—Entiendo sus palabras —respondió Ayaka con calma, intentando permanecer ecuánime—. Pero mi labor como miembro de la Comisión Yashiro es ayudar al bienestar de las personas. Sólo déjenmelo a mí.
Los guardias se miraron entre ellos, inseguros de cómo proceder. Pero al final no había mucho que pudieran decir o hacer. Ella era una Kamisato, y ellos sólo dos servidores comunes.
—Cómo usted diga, señorita —le respondieron al final. Y tras ofrecerle una solemne y respetuosa reverencia, ambos se giraron en dirección a la calle, y se alejaron a realizar su labor.
Ayaka suspiró con pesadez. Era bastante evidente en ocasiones que los miembros de la Comisión Tenryou carecían de cierta dosis de empatía al momento de hacer cumplir el Decreto de Captura de Visiones. Pero Ayaka no podía culparlos directamente. Después de todo, se les había instruido a hacer cumplir el deseo de la Shogun sin excepción. E igualmente, la mayoría no poseía una visión, así que tampoco podían imaginarse del todo el shock que todo esto causaba en algunas personas.
Las cosas debían cambiar lo antes lo posible. Pero de momento necesitaba enfocarse sólo en la persona delante de ella que ocupaba su ayuda.
Se aproximó más hacia aquel hombre, colocando una mano sobre su hombro, para que por medio del tacto pudiera percatarse de que ella estaba ahí, con él.
—¿Cómo está? —le susurró despacio y con tono amigable—. ¿Se acuerda de mí?
El hombre desvió sólo un poco su mirada hacia ella, la contempló en silencio unos instantes, y luego simplemente murmuró:
—Mi visión… quiero mi visión… devuélvanmela…
Ayaka sintió un pequeño apretón de angustia en el pecho.
—Parece que sigue gravemente afectado por la captura de su visión —escuchó a Thoma mencionar, y se agachó justo después a su lado—. No parece que sea consciente del todo en dónde está o de quién le habla. Será difícil que se recupere.
El puño de Ayaka se cerró en sí con fuerza, lleno frustración. Era increíble que más personas tuvieran que pasar por eso por hacer cumplir ese absurdo decreto. ¿Y todo para qué? ¿Realmente ese era el camino para obtener la anhelada nación eterna de la Shogun?
Ayaka se rehusaba a darse por vencida.
—Hey, míreme, por favor —musitó, y rápidamente tomó el rostro de aquel hombre entre sus manos, lo giró por completo hacia ella e hizo que la viera fijamente a sus ojos; ojos que en esos momentos centellaban una gran determinación—. No puedo decirle cuándo ni cómo ocurrirá, pero le prometo que tarde o temprano tendrá su visión de vuelta. Tiene mi palabra.
—Señorita… —masculló Thoma despacio, ciertamente preocupado por escucharla pronunciar aquellas palabras con tanta seguridad.
Aún así, dicha declaración pareció surtir efecto de alguna forma en el samurái. Sus ojos se lograron fijar en los de Ayaka, y en estos se percibió algo. Parecía ser al fin consciente de que ella estaba ahí delante de él. Y, al mismo tiempo, consciente de que él mismo estaba en ese sitio y lugar; como si acabara de despertar de un profundo sueño.
—Usted es… la hija de los Kamisato… ¿cierto? —murmuró el hombre despacio, con más claridad que antes.
—Sí, soy yo —respondió Ayaka, sonriendo. Soltó su rostro, y dejó que él mismo se sentara por su cuenta en el suelo. Fue evidente al moverse de que sus heridas aún le causaban dolor—. Mi nombre es Ayaka. ¿Cuál es el suyo?
El hombre agachó la mirada al suelo, arrugando un poco el entrecejo, como si tuviera que esforzarse demasiado para poder pensar.
—¿Recuerda su nombre? —murmuró Ayaka despacio. La pérdida de memoria de ciertos aspectos de la vida de la persona era un síntoma usual de la captura de la visión, y que muchas veces se prolongaba más que los otros. Sin embargo, tras un rato de meditación, el hombre logró responderle:
—Ouji…
—Ouji, es un placer conocerlo formalmente —le respondió Ayaka, cortés—. ¿Tiene hambre? Estábamos por ir a cenar, ¿gusta acompañarnos?
El espadachín no respondió nada directamente, pero poco a poco comenzó a intentar ponerse de pie, usando su espada como un bastón. Ayaka quiso ayudarlo a levantarse, pero Thoma se apresuró a hacerlo él mismo. Igualmente lo fue ayudando a avanzar por la calle, pues cojeaba un poco de su pierna herida, y seguía usando su espada como apoyo.
Ambos se alejaron entonces de la jefatura, bajando por la calle hacia el Restaurante Kiminami.
Thoma se preguntó si acaso su señora se había olvidado del asunto que los había llevado ahí en un inicio. Supuso que no, en especial considerando el ferviente interés que había demostrado todo el día al respecto. Sin embargo, aun así, dejaba ver que no era capaz de hacer a un lado su deber con las personas. Era realmente una persona admirable en todos los sentidos.
Cuando llegaron al establecimiento, los tres se sentaron en los bancos de la barra exterior. Thoma igualmente ayudó a Ouji a sentarse en su puesto. El samurái se quedó ahí cabizbajo, de nuevo perdido en sus propios pensamientos, pero al menos ya no tan ausente como hace un rato.
—Pida lo que quiera, yo lo invito —le indicó Ayaka con amabilidad.
Ouji se viró a verla un instante, y luego se giró lentamente hacia la encargada del otro lado de la barra, que aguardaba con paciencia su orden.
—Sólo un pescado frito —musitó despacio, agachando la mirada justo después.
—Para mí también, por favor —dijo Thoma de inmediato.
Ayaka tuvo que meditarlo un poco más antes de decirle.
—Para mí quizás un poco de sushi de atún.
—Enseguida sale —le respondió la encargada, apresurándose para tener su orden lo más pronto posible. Siempre era un honor tener como comensal a la Princesa Garza, y había que tratarla como el cliente especial que era.
Cuando les trajeron la comida, Thoma y Ouji comenzaron a comer de inmediato, notándose en ambos bastantes apetitos. Ayaka fue un poco más reservada con su cena; aún seguía un poco llena por el Udon de la tarde.
Ouji comió en silencio, tomando pedazos de su pescado con los palillos y metiéndolos rápidamente en su boca. Ayaka lo dejó comer tranquilamente, hasta que se viera satisfecho. Una vez que lo consideró prudente, le comentó despacio:
—Me impresionaron bastante las habilidades que demostró el día de ayer contra los guardias, Sr. Ouji. No sólo el uso de su visión, sino el manejo de la espada. —Al comentar eso último sus ojos se fijaron sutilmente en el arma apoyada contra el banco del hombre—. Dígame, ¿es un samurái?
—Lo fui… —respondió Ouji con voz raposa. En esa ocasión no tuvo que esforzarse para recordar, lo cual era una buena señal—. Pero perdí a mi señor hace mucho tiempo.
Ayaka asintió.
—Eso quiere decir… que es un ronin, ¿cierto?
—Supongo que así me pueden llamar —respondió Ouji con indiferencia.
Ayaka lo contempló en silencio unos instantes, quizás debatiéndose si sería prudente hacer lo que pensaba. Al final se decidió por dar el paso adelante, pero con precaución.
Acercó sus manos a su bolso de viaje, sacando de éste el panfleto doblado que llevaba consigo. Lo desdobló y lo colocó extendido sobre la barra, aproximándolo un poco hacia el samurái
—Ouji, ¿de casualidad ha visto a este hombre en alguna ocasión? —le preguntó con voz cauta, señalando con un dedo hacia el dibujo en el papel.
El espadachín desvió su mirada lentamente hacia el pergamino, observándolo atentamente. De nuevo su entrecejo se arrugó, y su cabeza se inclinó un poco hacia la derecha. Se estaba esforzando por recordar
Ayaka ya se había resignado a que aquello tendría el mismo resultado que las demás intentos, cuando de pronto Ouji volvió a hablar:
—Ese… es Katsumoto, ¿cierto?
Tanto Ayaka como Thoma se sobresaltaron, sorprendidos de escuchar por fin a alguien que, no sólo reconocía al hombre en el dibujo, sino que además conocía su nombre.
—¿Lo conoce? —preguntó Ayaka, expectante.
Ouji tardó en reaccionar. Observaba distraído al dibujo, y sólo tras un rato pareció ser consciente de lo que había dicho. Al mirar de nuevo a Ayaka y Thoma, se notó alarmado. Evidentemente había hablado sin pensar, y en especial sin darse cuenta de a quién se lo decía.
—Debo irme… Gracias por la comida —murmuró al tiempo que intentaba ponerse rápidamente de pie.
—No, espere, por favor —se apresuró Ayaka, tomándolo de un brazo para detenerlo—. Siéntese un momento, necesito hablar con usted un poco más. Por favor…
Ouji la miró confundido y preocupado. No era claro lo que le pasaba por la mente en ese momento, pero de seguro la idea de hacer justo lo que le pedía no le parecía buena opción.
Thoma intervino en ese momento, poniéndose de pie y hablándole con firmeza:
—Lo menos que puede hacer para agradecer todas las atenciones de la Srta. Kamisato, es escucharla.
Aquello no sonaba como una amenaza, pero igual sus palabras tenían peso. Ouji miró hacia otro lado, volvió a colocar su arma en su lugar, y se sentó de nuevo en el mismo taburete, a lado de Ayaka.
—Gracias —murmuró la mujer noble con gratitud. Y girándose por completo hacia él, comenzó a hablarle de forma clara y cuidadosa; deseaba que entendiera bien cada una de sus palabras—. Yo conocí a Katsumoto cuando era una niña, entrenando en el dojo de los Kaedehara. Fue uno de mis tantos maestros en el arte de la espada. No tengo interés en estos momentos de aprehenderlo a él o a los que lo acompañan por lo que han hecho. Por supuesto, no apoyo en lo absoluto el rumbo de vida que ha tomado; ni como parte de la Comisión Yashiro, ni como persona que conoció al hombre honorable y bueno que alguna vez fue. Pero en estos momentos lo que más me interesa es hablar con él, cuanto antes.
—¿Sobre qué? —masculló Ouji, un tanto incrédulo.
—Es un asunto de gran importancia personal para ambos. Sé que usted no tiene motivo para confiar en mí, y lo único que tengo que ofrecerle es mi palabra. Pero como una Kamisato que soy, le prometo que no deseo hacerle ningún mal a Katsumoto. Sólo quiero hablar con él, y luego los dejaré en paz.
Ouji de nuevo pareció debatirse. Las palabras de la joven parecían sinceras, y lo eran. Pero su reticencia era más que justificada. Ella era después de todo un miembro de la Comisión Yashiro. Podría no haber sido directamente responsable de lo que ocurrió con su visión, pero en su mente de seguro dividir una cosa y la otra no debía ser sencillo.
—Lo que dijo hace rato… —murmuró de pronto—. Dijo que algún día recuperaré mi visión, que usted me lo prometía. ¿Era verdad?
—Sí, lo es —respondió Ayaka sin vacilación—. Esta sombra que se cierne sobre nosotros no durará para siempre, se lo garantizo. Todo será mejor, y yo lucharé para que eso ocurra.
Ouji bajó su mirada, y meditó un poco más.
—El sitio en el que se encuentra Katsumoto no es seguro para una dama como usted.
—Confío en Katsumoto, y mi amigo Thoma igualmente está aquí para protegerme. Además, yo también sé defenderme, se lo aseguro —indicó colocando una mano sobre su propia espada.
—Está bien… —masculló el espadachín, poniéndose una vez más de pie—. La llevaré… Pero no le aseguro que obtenga de Katsumoto lo que desea.
—Es todo lo que pido —asintió Ayaka—. Gracias.
Ouji comenzó a andar, claramente aún cojeando. Thoma intentó volverlo a ayudar, pero él lo alejó con un brazo.
—Déjame, tengo que recuperar mis fuerzas por mi cuenta…
Y dicho eso, siguió avanzando. Thoma no se molestó por ello; al menor parecía que estaba recuperando su humor.
Ayaka, por su parte, se apresuró a pagar la comida para no quedarse atrás.
—Esa promesa que le hizo sobre su visión —masculló Thoma a sus espaldas—. Es una promesa bastante grande, señorita.
—Lo sé —respondió Ayaka con cierto pesar en su voz, mientras colocaba las moras necesarias sobre la barra—. Y quisiera tener algo más con qué respaldarla además de mi palabra. Pero sé que de una u otra forma se cumplirá.
Thoma no se sentía tan seguro de ello, pero la confianza y esperanza de la Princesa Garza solían ser contagiosas.
Ambos se apresuraron a alcanzar a Ouji, aunque éste en realidad no había avanzado demasiado. Y los tres se dirigieron juntos hacia la salida de la ciudad.
De nuevo, el destino obraba de formas curiosas. Unos minutos de diferencia y Kazuha podría haberse cruzado con Ayaka en la entrada de Inazuma; justo lo que él temía que sucediera. En su lugar, para cuando Kazuha y Tomo arribaron, la joven Kamisato y sus acompañantes ya estaban encaminándose hacia su misterioso destino.
Como Tomo había dicho, su intención era acudir al Gremio de Aventureros. Igual que las veces anteriores, los dos iban cubiertos con sus capas, escondiendo sus espadas y visiones, y con sus sombreros de paja ocultando sus rostros. Ya era de noche, pero igual no se podía ser demasiado prevenido; la calle principal estaba bastante iluminada, después de todo.
El puesto del Gremio de Aventureros era atendido por una mujer de cabello negro corto y sonrisa afable, usando un vestido blanco y verde. Kazuha tuvo un extraño déjà vu al verla. Y no por el día anterior, sino que tuvo la sensación de haber visto a esa mujer, o a una muy parecida, atendiendo ese mismo puesto hace años cuando era niño.
De seguro su memoria estaba mal.
—Buenas noches, señorita —saludó Tomo efusivamente, parándose justo delante del puesto.
—Ad astra abyssosque —respondió de inmediato la recepcionista, ensanchando más su sonrisa—. Bienvenidos al Gremio de Aventureros, ¿qué puedo hacer por ustedes?
—Me gustaría hacerle un encargo a uno de sus aventureros. Una entrega al Santuario Sangonomiya en la Isla Watatsumi.
—Seguro, definitivamente podemos apoyarlo con su petición. ¿Qué es lo que ocupa que se entregue?
Tomo introdujo su mano en el interior de su kimono para sacar los dos objetos que mandaría, pero Tama se adelantó saltando de adentro de sus ropas hasta pararse sobre la barra de la recepción, comenzando a estirarse.
—Ah, ignora a la pequeña gatita, ella se queda conmigo —murmuró Tomo, riendo un poco. Pasó entonces a colocar a lado lo que realmente estaba buscando—. Serían esta carta y este paquete. El contenido de ambos es confidencial, y sólo para los ojos de la persona a la que van dirigidos. ¿Me comprendes?
—Totalmente, señor —respondió la mujer al otro lado de la barra, sin mutar su expresión—. Se le daría instrucciones detalladas al aventurero en cuestión para proteger la confidencialidad del paquete.
—Me agrada escuchar eso. Y también es muy importante que llegue lo antes posible; si se puede antes de una semana, sería excelente.
—Entendido. El aventurero en cuestión tendrá la instrucción de partir lo antes posible y recorrer la distancia en el menor tiempo que se pueda.
—La famosa eficiencia del Gremio de Aventureros —murmuró Tomo claramente complacido.
—¿Alguna otra instrucción, señor?
—Ninguna, creo que sería todo.
—Muy bien. El costo de este encargo sería de 500,000 moras.
—¡¿Qué?! —Exclamó el samurái errante, tan fuerte que de seguro más de uno en la calle, y más allá, lo escuchó—. ¡¿Dijiste 500,000?!
Kazuha miró preocupado a su alrededor, temiendo que ese exabrupto alertara de alguna forma a algún guardia cercano. Por suerte no parecía ser así, pero sí notó algunas personas que habían desviado sutilmente su atención hacia ellos.
—¿Tiene algún inconveniente con el precio, señor? —preguntó la recepcionista, sin variar ni un poco el tono de su voz. Al parecer el grito no la había alarmado en lo absoluto—. Este cálculo viene derivado del alto valor que el paquete tiene, la urgencia de la discreción, la larga distancia que se ocupa recorrer, y la premura para que se haga en el menor tiempo posible. Dados estos parámetros, el precio mencionado resulta el justo.
—Vaya, ustedes sí que son unos mercenarios —masculló Tomo entre dientes. Sonreía, pero ciertamente contento no estaba.
—Si no está de acuerdo con el precio, me temo que no podremos aceptar su encargo…
—Espera, espera —espetó el samurái errante rápidamente, antes de que terminara del todo su frase—. No nos precipitemos, vamos a negociar un poco…
Kazuha suspiró un poco, y decidió alejarse unos cuantos pasos. Si se ponía a negociar ese precio, puede que le tomara algo de tiempo; si es que acaso había algo que negociar.
Al alejarse sólo un poco, su atención se fijó en un tablero de anuncios cercano. En éste había varias cosas pegadas, pero una en especial captó de inmediato la atención de Kazuha y prácticamente lo obligó a acercarse rápidamente para ver mejor. Era un afiche de "Se Busca", con el claro rostro de Katsumoto dibujado en él. Era un dibujo, de hecho, bastante semejante a la apariencia que el antiguo samurái tenía la noche anterior cuando se lo encontraron.
La presencia de ese afiche no le sorprendió demasiado en realidad. Los guardias Tenryou debían estarlo buscando por todo el bosque y los caminos. Y una parte de Kazuha deseaba que lo atraparan pronto, antes de que tuviera que aplicarse la alternativa de Tomo…
—Mira, cariño —escuchó de pronto que alguien pronunciaba a su lado. Kazuha se ocultó un poco más debajo de su sombrero y echó un vistazo. Una pareja de ancianos se había parado a su lado, y miraban y señalaban el mismo panfleto que él—. ¿No es el hombre por el que la Srta. Kamisato está preguntando?
Kazuha se sobresaltó, casi asustado al escuchar tales palabras. La discreción dejó de ser parte de su pensamiento, y sin más se viró por completo hacia ellos, escuchando lo que decían.
—Sí, ese asaltante de caminos —añadió el hombre anciano, ajustándose sus gafas para poder verlo mejor—. Se ve que es un sujeto peligroso como para que una dama como ella lo esté buscando por su cuenta. Debería dejar esa responsabilidad a los guardias.
—Ya sabes cómo es la Princesa Garza —comentó la mujer, comenzando a andar para alejarse del tablero de anuncios—. Siempre está dispuesta a ayudar a la gente.
Ambos se alejaron poco a poco con paso pausado, ignorantes de la fuerte reacción que habían causado sus palabras al aire en el chico que estuvo parado a su lado.
«¿Ayaka está… buscando a Katsumuto?»
Miró de nuevo al afiche, contemplando de nuevo ese rostro desvirtuado del que alguna vez fue su maestro. Ahora lo que más recordaba era la noche anterior, como se la había lanzado encima con toda esa fiereza, con la sola intención de matarlo sin importarle nada más…
—Ayaka…
Notas del Autor:
Hola de nuevo a todos. Luego de un viaje de una semana, venimos de regreso, y con unos capítulos muy importantes. De notas aclaratorias creo que no hay mucho que agregar, salvo quizás que me estoy tomando un poco de libertades para describir los efectos de que a alguien le quiten la visión, claro usando como base lo que vimos en el juego.
Como ven las cosas se están ajustando y lo que estuvimos presentando en los capítulos anteriores ya está dando frutos. Estén al pendiente del siguiente capítulo, que no se lo querrán perder.
