Capítulo 13.
Hogar en ruinas

Hace 8 años…

Ayaka recordaba cómo su hermano le había contado en alguna ocasión sobre las peleas de escaradiablos. Las había descrito como una actividad divertida que solía realizar con sus amigos, y como una sana competencia para determinar quién era el mejor. Ayaka no entendía muy bien esa parte pues quienes terminaban peleando eran los escaradiablos, pero Ayato había contestado que el truco era tener buen ojo para elegir a tu campeón.

No terminaba de entenderlo del todo. Pero cuando Kazuha le comentó que él tampoco había jugado a eso antes, ambos consideraron que sería una buena oportunidad para entre los dos probarlo.

En la Hacienda Kamisato no había en realidad muchos escaradiablos, y ese día no tenían permitido salir. Así que no les quedó de otra que conformarse con los primeros dos que encontraron entre los árboles del patio. Una vez que cada uno tuvo a su campeón, los colocaron sobre la roca del jardín central. Pero al poner a ambos insectos frente a frente sobre el ring de combate… para sorpresa de los dos niños, nada sucedió. Ambos se quedaron quietos en su lugar. Ni siquiera parecían siquiera darse cuenta de la presencia del otro.

Aguardaron por varios minutos, únicamente estando ahí sentados en lados contrarios de la roca. Tras un rato, pareció evidente que nada pasaría.

—Mi hermano me mencionó una vez que esto era divertido, pero… —masculló Ayaka en voz baja, un poco abatida. Acercó su dedo índice a su escarabajo, pasando la yema lentamente por su lomo. El pequeño animal apenas avanzó un paso—. ¿Estaremos haciendo algo mal?

Kazuha tampoco estaba seguro. Después de todo él también era nuevo en ese asunto.

—Quizás no quieren pelear porque son amigos —comentó Kazuha de pronto. Ayaka levantó la mirada en su dirección, notándose un tanto perpleja por el comentario.

—¿Los escaradiablos pueden hacer amigos?

—No vería por qué no —respondió Kazuha, encogiéndose de hombros—. Los animales son igual o más sensibles que nosotros.

Ayaka se sorprendió al escuchar aquello. No había oído que los animales pudieran desarrollar ese tipo de relaciones como ellos. Aunque creía recordar haber escuchado en alguna ocasión que los Shuumatsuban, el grupo de ninjas que servían a la cabeza del Clan Kamisato, tenían algunos caninos entre ellos que servían como miembros más de su grupo y cumplían misiones para ellos. E igual estaban las historias que le habían contado sobre animales mágicos como los Tanuki o los Kitsune, aunque no sabría decir si esos aplicaban del mismo modo.

—Ya que lo dices de esa forma, hora me da un poco de pena querer hacerlos pelear —masculló Ayaka, contemplando a los dos escaradiablos fijamente—. Debe ser muy feo que te fuercen a darle la espalda a un amigo.

—Sí, estoy de acuerdo —añadió Kazuha, asintiendo—. O quizás pelear sea también su forma de jugar. Cualquiera de las dos, supongo que no están de humor para hacerlo en estos momentos.

Decidieron al final tomar a los dos contendientes y colocarlos de regreso en los árboles. Los dos se quedaron quietos justo en el sitio en el que los dejaron; uno de ellos apenas se movió unos centímetros para acomodarse.

—Entonces, ¿qué te gustaría hacer mejor? —preguntó Kazuha virándose hacia su compañera.

Ayaka colocó un dedo sobre su barbilla y alzó su mirada al cielo, reflexionando un poco su respuesta.

—Pues…

Antes de que respondiera, notó por detrás de Kazuha a Thoma, aproximándose con paso presuroso por el patio en su dirección. Pero lo que más llamó la atención de la pequeña Ayaka fue que no venía solo; tres de sus guardias lo acompañaban sólo unos pasos detrás.

—Hola, Thoma —murmuró Ayaka con una sonrisa, alzando una mano como saludo—. Quisimos probar la pelea de escaradiablos que me contó mi hermano una vez, pero preferimos mejor no…

Ayaka no terminó de dar su explicación, pues conforme Thoma más se les acercaba, más fue evidente en su mirada… algo inusual. Su expresión era dura, casi agresiva, igual que la de los guardias que lo acompañaban. En estos aquello en realidad no era tan extraño, pero en el leal sirviente de su hermano le provocaba casi miedo el verlo así.

—¿Pasa algo? —preguntó algo preocupada.

Thoma, sin embargo, no sólo no le respondió; su atención se encontraba fija no en ella, sino en Kazuha.

—Joven Kaedehara —murmuró Thoma en voz baja—. Creo que es momento de que vuelva a su casa.

Aquel repentino señalamiento confundió bastante a los dos jóvenes.

—¿Por qué?, aún es temprano —indicó Ayaka, sin ser capaz aún de salir de su confusión.

Thoma de nuevo no le respondió, y en su lugar siguió observando atentamente a Kazuha. Y éste notó al momento que los guardias igualmente estaban a la expectativa, con sus manos afianzadas firmemente a sus lanzas como si esperaran tener que usarlas en cualquier momento.

Kazuha percibió al momento que el aire se había tornado denso y volátil. Y del mismo modo, supo que la causa era él…

—Está bien, Ayaka —murmuró despacio virándose hacia su amiga con una pequeña sonrisa, no del todo sincera—. Te veo después.

—Te acompaño a la puerta… —indicó Ayaka disponiéndose a seguirlo. Sin embargo, Thoma rápidamente se interpuso en el camino, evitando que avanzara demasiado.

—Los guardias pueden encargarse, señorita —murmuró Thoma despacio con sequedad. Y justo como dijo, los tres guardias que lo habían acompañado rodearon al niño de cabellos claros —. Usted tiene que ir a ver a su hermano… ahora.

El desconcierto incrementó enormemente entre ambos niños. Un muro de personas parecía haberse formado entre ellos, impidiendo que cualquiera pudiera dar siquiera un paso hacia el otro.

Fue evidente entonces que el que Kazuha se retirara no era una petición… sino una orden.

—Adiós, Ayaka —murmuró Kazuha despacio como últimas palabras, y comenzó entonces a caminar hacia la puerta principal de la hacienda, siendo escoltado a cada segundo por los tres guardias.

Por su lado, Ayaka no pudo decir ni hacer nada más que quedarse ahí de pie, viendo como su amigo se retiraba de esa forma, hasta desaparecer de su vista.

—Thoma, ¿qué sucede? —preguntó angustiada, virándose con mirada suplicante hacia el muchacho rubio.

Algo de incomodidad se asomó en el rostro de Thoma, y se vio forzado además a mirar a otro lado; quizás al no poder resistir la mirada de la pequeña Ayaka, expectante de recibir una respuesta que no le correspondía a él darla.

—Su hermano necesita hablar con usted de inmediato —le indicó con la mayor seriedad que le fue posible—. Acompáñeme.

Y sin decir más, comenzó a avanzar en dirección al ala en la que se encontraba el despacho principal de Ayato. Vacilante, Ayaka lo siguió de cerca, temerosa quizás de saber qué era lo que su hermano tenía que decirle.

Muchos pensamientos cruzaron por su mente en aquel momento. ¿Había hecho algo malo? No podía pensar en nada que pudiera merecer un regaño por parte de su hermano mayor. ¿Y Kazuha? ¿Lo estaban castigando a él por algo que ella había hecho?

Al menos en un par de ocasiones, miró hacia atrás sobre su hombro esperando ver a su amigo ahí de pie en el patio; ese espacio que se había vuelto tan suyo con el pasar de los años. Pero él, obviamente, ya no estaba ahí…


Tiempo presente…

Kazuha no supo cuánto tiempo se quedó ahí de pie, petrificando frente al tablero de anuncios. Pero debió ser el suficiente para que Tomo terminara su difícil negociación con la mujer del Gremio de Aventureros, pues sólo logró reaccionar cuando su amigo se le acercó y le habló por detrás.

—Fue difícil, pero logré dejarlo en 350,000 —murmuró Tomo, notándose por su tono que no estaba del todo contento con el resultado—. Tuve que sacar del dinero de Kokomi para completarlo; espero que no intenté cobrármelo de regreso…

El samurái errante notó en ese momento el semblante de absoluta perplejidad, casi miedo, que adornaba el rostro de su amigo.

—Oye, ¿estás bien? —masculló despacio, y alzó entonces su mirada hacia el tablero delante de ellos. La presencia del afiche de "Se Busca" no pasó inadvertida para él—. ¿Ese no es…?

—Ayaka está buscando a Katsumuto —soltó Kazuha de golpe, destanteando un poco a Tomo.

—¿Cómo lo sabes?

—¡Eso no importa! —exclamó Kazuha con fuerza, y comenzó entonces a andar rápidamente hacia ninguna dirección en específico. Simplemente sus piernas parecían al fin haber reaccionado, forzándose a moverse.

Tomo lo siguió apresurado hasta el interior de un callejón. Ahí, ya a solas sin ojos curiosos observando, vio como su amigo pegaba su puño contra una de las paredes, quizás con más fuerza de la que él mismo se proponía.

—Maldición… —masculló con voz rasposa. Apoyó su cuerpo contra el muro, como si sintiera que caería al suelo si no lo hacía.

—¿Por qué te preocupas? —murmuró Tomo con cautela—. Si es una Kamisato, es parte de la Comisión Yashiro, ¿no? De seguro sólo está cumpliendo su deber, y cuando encuentre información sobre ese hombre, se la dará a la Guardia Tenryou…

Mientras hablaba, Tomo lo fue rodeando hasta colocarse delante de él. Fue evidente al ver su rostro de nuevo que sus palabras no surtían efecto en él para tranquilizarlo. De hecho, no pareciera que lo estuviera escuchando siquiera.

—Al menos que creas que lo está buscando por otro motivo —murmuró Tomo, sonando casi como una acusación—. ¿Acaso crees que te está buscando a ti? ¿Eso es lo que te preocupa?

—¡Eso es lo que menos me importa ahora! —volvió a exclamar Kazuha del mismo modo que antes—. Ayaka no sabe en lo que Katsumoto se ha convertido. De seguro aún recuerda al samurái honorable y amable que conoció de niña. Pero Katsumoto ha perdido la razón… No sé de lo que podría… —calló de golpe, agachando su cabeza casi con vergüenza—. Esto es mi culpa. Si acaso él le hace algo, si acaso le hace algún daño… juro que lo voy a…

Se percibía una rabia en su voz que Tomo no recordaba haber escuchado antes en él. Notó como la mano izquierda del chico Kaedehara se aferraba fuertemente a su espada, hasta que sus dedos se tornaron blancos por el esfuerzo. Tomo supo que hablaba en serio; era capaz de llegar hasta las últimas instancias si en verdad aquella chica se encontraba en peligro.

—Hey, hey, mírame —exclamó Tomo con algo de severidad, tomándolo firmemente de un hombro. Kazuha alzó su mirada lentamente hacia él, notándose sin embargo aún bastante desorientado—. Es justo en este momento en el que ocupamos al siempre calmado y sereno Kazuha, ¿de acuerdo? Ahora respira lentamente y contrólate.

Kazuha se mostró un poco reticente, pero hizo exactamente lo que Tomo le indicó. Cerró los ojos y comenzó a respirar lenta y profundamente, intentando calmar sus ideas. En algo tenía razón: no ayudaría en nada que se alterara en esos momentos.

—Bien, así está mejor —señaló Tomo una vez que lo sintió más relajado; de entrada, su mano ya no apretaba con tanta fuerza su espada—. Si te preocupa la seguridad de esa chica, sabes muy bien lo que tenemos que hacer… ¿verdad?

Kazuha no respondió. Mantuvo su mirada fija en el suelo, como si en éste se encontrara algo de lo más interesante, aunque en realidad no veía nada en específico. Si tenía que poner en la balanza la seguridad de Ayaka contra el bienestar de Katsumoto y sus actuales seguidores… la decisión parecía bastante obvia.

—Estos hombres te sirvieron en alguna ocasión —indicó Tomo—, el tal Katsumoto fue tu maestro. Los conociste, quizás mejor de lo que crees porque entrenaste y chocaste espadas con ellos. Así que piensa, ¿dónde podrían estar? Deben tener un sitio cerca de aquí que sea su escondite. ¿Se te ocurre dónde puede ser? ¿Algún sitio que frecuentaran o conocieran hace ocho años?

—¿Hace ocho años…? —susurró Kazuha despacio, como si aquellas palabras le resultaran ajenas y desconocidas. Pero en cuánto las pronunció, una idea le llegó de golpe a la cabeza, como una increíble y, al mismo tiempo, desagradable revelación—. Sí… Sí hay un lugar.

Pero una parte de Kazuha deseaba en realidad estar equivocado… mas no lo estaba.


Por su lado, mientras más se aproximaban al sitio al que Ouji los estaba guiando, Ayaka estaba llegando a la misma conclusión a la que Kazuha llegaba. Y tuvo a su vez la oportunidad de confirmarla bastante pronto, justo cuando se vio a sí misma delante de aquella hierba crecida y descuidada, el portón caído, la barda agrietada… y el aire decaído y solitario.

Se detuvo abruptamente cuando la revelación se volvió clara y físicamente palpable ante ella… dejando ningún espacio a la duda.

—¿Srta. Ayaka? —inquirió Thoma con preocupación, virándose hacia ella al notar que se había detenido.

Ayaka observaba atónita aquella entrada, de aquel sitio que había visitado tantas veces de niña… pero no había vuelto a ver en al menos ocho años.

—Este sitio… es… —susurró despacio, resultándole difícil poder decir en voz alta lo que cruzaba por su cabeza—. La Hacienda Kaedehara…

Thoma se viró de nuevo hacia el frente, sorprendido. No se había dado cuenta en un inicio de a dónde se dirigían, pero de inmediato pudo dar fe que la deducción de Ayaka era verdad. Esa era la entrada principal de la ahora abandonada y en ruinas hacienda que alguna vez fue el hogar del clan Kaedehara. Al igual que Ayaka, Thoma no había puesto un pie en ese sitio en muchos años. Ni siquiera era consciente de que dicho sitio aún existía en pie… si es que esa era la forma correcta de describirlo.

Y en realidad, la sola fachada exterior se veía tan deteriorada que daba la impresión de que ellos no eran los únicos que no se habían parado ahí en mucho tiempo…

Ouji no pareció darse cuenta de la impresión que aquel sitio había causado en sus dos acompañantes, y siguió de largo hasta cruzar el alto umbral de la entrada. El patio principal tenía más hierba crecida, árboles secos con ramas pelonas, y escombros y piedras dispersas.

En cuanto el samurái ingresó cojeando al lugar, unos ojos inquisitivos se colocaron sobre él. Sus agudos instintos percibieron la presencia de al menos tres de ellos, que además dejaron clara su ubicación en cuanto avanzaron hacia él, agitando la hierba crecida en el proceso. Ouji llevó su mano a la empuñadura de su espada y ahí la mantuvo, aguardando.

Tres ronin surgieron de la maleza, rodeando al recién llegado igualmente listos para desenfundar a la menor provocación.

—¡Alto ahí! —le gritó uno de ellos con ferocidad.

Ouji reconoció al menos a uno de ellos, y eso lo relajó un poco. Ninguno era en realidad un peligro inminente.

—Soy yo, Ouji… —murmuró despacio, alejando además lentamente sus manos de su espada, para colocarlas a cada lado de su cabeza.

—¿Ouji? —murmuró el ronin que se encontraba justo delante, y se le aproximó para poder apreciarlo mejor—. Sí eres tú. ¿No te había apresado la Comisión Tenryou?

—Me soltaron… Pero me quitaron mi visión.

—Sí, lo escuché. Qué mal…

La atención de todos fue jalada de golpe por la presencia de otras dos personas ingresando por el portón principal.

—¡¿Quién viene contigo?! —exclamó otro de los ronin, regresando su mano firme a su espada; uno de ellos incluso no esperó más y la sacó del todo de su funda.

Ayaka avanzó con cautela hacia ellos, con sus manos levemente alzadas para que no detectaran ninguna conducta hostil evidente de su parte.

—No somos enemigos —murmuró la joven Kamisato con firmeza en su voz—. Sólo estamos buscando a Katsumoto. Quisiera hablar con él si es posible.

Los tres ronin se miraron entre ellos, claramente confundidos.

—¿Y quién demonios son ustedes? —exclamó uno de ellos, aquel que claramente había reconocido a Ouji, al cual se giró casi de inmediato, y con voz de reclamó le gritó—: ¡¿Por qué los trajiste aquí?!

Ouji balbuceó un poco, agachó la mirada, y llevó una mano a su cabeza, sosteniéndola como si necesitara esforzarse para recordarlo.

—Oye, la chica me parece familiar —indicó uno de los ronin a sus compañeros. Los tres fijaron su mirada en Ayaka, y mientras más la miraban más les parecía que, en efecto, su apariencia les resultaba conocida.

Esto puso en alerta tanto a Thoma como a Ayaka. Sería muy difícil ocultar la identidad real de la Princesa Garza, en especial si alguno de esos hombres había sido un espadachín al servicio del clan Kaedehara al igual que Katsumoto. Pero mientras más pudieran evitar tener esa complicación sobre la mesa sería mejor. Ya de por sí la presencia de dos extraños claramente los tenía nerviosos; sería impredecible qué locura podría pasarles por la cabeza si supieran que tenían delante de ellos a una Kamisato.

—Por favor, díganle a Katsumoto que Ayaka desea hablar con él —añadió la joven peliazul, sin perder su temblé ni un poco.

Los ronin chistaron, haciéndose los indiferentes con dicha petición.

—No conozco a ningún Katsumoto —masculló de pronto uno de ellos, y claramente estaba mintiendo—. Pero tus ropas se ven finas, jovencita; al igual que esa espada. Apuesto a que nos darían buen dinero por ellas…

—Será mejor que ni lo pienses, amigo mío —exclamó Thoma de golpe, avanzando rápidamente hasta colocarse delante de Ayaka. Su mano se encontraba firme en su lanza, lista para jalarla al frente y ponerla en acción.

—Tenemos a un hombre rudo aquí —bromeó uno de los ronin, y rápidamente los dos que faltaban por sacar sus armas lo hicieron al mismo tiempo, empuñándolas delante de ellos—. Vienen a nuestra guarida sin nuestro consentimiento, y todavía nos amenazan.

—Por favor, esto no es necesario —intervino Ouji, intentando mantener la calma—. Ellos sólo quieren hablar un poco con Katsumoto y luego se irán. Yo confío en ellos…

—Me importa un bledo en quién confíes tú, idiota —le gritó molesto el ronin que aparecer mejor lo conocía de ese grupo—. Si quieren hablar con alguien, que hablen conmigo, mejor…

Las cosas claramente se estaban calentando rápidamente, y tan volátil como todo se veía, para Thoma no había forma de que eso saliera bien. Preparándose para ese inminente momento, rápidamente tomó la lanza de su espalda, la jaló al frente y la tomó firmemente, apuntando con ella justo hacia los tres ronin. Estos se pusieron rápidamente en guardia, listos para responder a su clara postura de ataque.

Ayaka colocó instintivamente una mano sobre la empuñadura de su espada, y aguardó. Se sentía aún algo reticente a dejar que la situación escalara hasta el punto al que evidentemente se dirigía. No era en lo absoluto su intención al ingresar a ese sitio. Pero, ¿había algo que pudiera hacer con todos sus conocimientos y entrenamientos en diplomacia para calmar a esos hombres? Ciertamente no parecían muy abiertos a dialogar…

—Deténganse —se escuchó de pronto una voz gruesa y potente retumbando en el patio, haciendo que todos, conocidos y extraños, se sobresaltaran asustados.

Desde el interior del edificio principal frente al que se encontraban, comenzaron a percibirse unos pesados pasos que se aproximaban a la puerta. Poco a poco la luz de la luna y las estrellas iluminaron el rostro cuadrado y duro de aquel hombre alto y fornido. Y cuando sus pies se plantaron firmes en el suelo del patio, Ayaka logró verlo con mayor claridad. Y a pesar de prácticamente haber pasado toda la tarde observando su dibujo en el afiche, su apariencia ciertamente la terminó desconcertando de todas formas.

Sí, era Katsumoto; el mismo hombre que estaba buscando, el que recordaba de sus memorias de la infancia… pero al mismo tiempo era un completo extraño.

Aquel antiguo samurái avanzó en su dirección con paso firme. Ouji y los otros tres ronin se hicieron a un lado para abrirle el camino. Ayaka apartó la mano de su espada, y avanzó también, rodeando a Thoma hasta colocarse delante de él. El sirviente estaba por decirle algo, pero Ayaka se viró rápidamente hacia él, y con un gesto de su mano le indicó que aguardara, y así lo hizo.

—Katsumoto —murmuró Ayaka con serenidad, virándose hacia el enorme hombre de pie delante de ella—. ¿Me recuerda?

El samurái la miró de regreso con su rostro cubierto de estoicidad. Al inicio fue difícil, o más bien imposible, saber si acaso la recordaba o no, o si su presencia le causaba molestia, o quizás algún tipo de júbilo. Sólo la observó por un rato en silencio, hasta que al fin de sus gruesos labios se le escuchó pronunciar:

—No debió haber venido aquí… Srta. Kamisato.

Aquel nombre retumbó con fuerza en el aire, y los tres ronin parecieron casi asustarse al oírlo.

—¿Acaso dijo Kamisato? —murmuró uno de ellos, alarmado. Y cuando los tres observaron con más detenimiento a la extraña, a ninguno le quedó duda de que se trataba justamente de la famosa Princesa Garza.

Ayaka suspiró despacio. No le preocupaba de momento que su identidad fuera descubierta tan rápido; ya lidiaría con eso en su momento. Primero necesitaba encargarse de lo que había ido a hacer, y que Katsumoto en efecto la recordara haría todo un poco más sencillo.

—Necesito hablar con usted —informó la joven Kamisato con firmeza, sin agachar la mirada ni un poco—. Por favor.

Katsumoto de nuevo la observó en silencio; de nuevo no dejando de ver de forma evidente su sentir con esa petición.

Notas del Autor:

Es grato anunciar que de los flashbacks sólo nos queda uno más por ver, y no creo que sea spoiler decir que será del momento en el que todo se vino abajo. No sabría decir si veremos algunos más en el futuro, quizás de Ayaka o Kazuha por separado en estos ocho años, pero de momento nos enfocaremos ya más en el presente.

Y hablando del presente, si acaso la preocupación de Kazuha por el bienestar de Ayaka le salta a alguien, sólo recordemos que él no sabe (aún) que Ayaka tiene una visión, o qué tan hábil se ha vuelto en los últimos ocho años con el uso de la espada. Pero bueno, aunque fuera así creo que igual existiría cierta preocupación de su parte, pues está en su naturaleza proteger a los que quiere.

Como dije antes, estos capítulos serán importantes, pues creo que ya saben lo que está por venir. Y si no, quédense al pendiente que el siguiente capítulo no tardará.