Capítulo 14.
Chocar espadas de nuevo

Ayaka no se sorprendió demasiado al notar que Katsumoto los guiaba justo al edificio que ella mejor conocía de la Hacienda Kaedehara: el dojo de entrenamiento. Aunque claro, el dojo que prevalecía en sus memorias poco o nada tenía que ver con el edificio que tenía delante de ella. Su estado se encontraba tan deplorable como el resto de la propiedad. Parecía además haber sido acondicionado como algún tipo de almacén, pues dentro se encontraron con varias cajas, bolsos y jarrones apilados en las esquinas. Ayaka supuso, de forma acertada, que la mayoría de esas cosas eran botines de sus atracos.

Adentro se encontraron con más ronin, sentados a los lados, comiendo o charlando entre ellos, pero que dejaron todo de lado en cuanto Thoma y ella entraron al sitio. Era como si el brillo de sus ropas y rostros coloridos los hubiera atraído como un faro.

Contando a Katsumoto y a los tres hombres que los habían recibido, Ayaka calculó alrededor de veinte personas; quizás un poco más. No creyó que la banda fuera tan numerosa; era probable que ni siquiera la Comisión Tenryou lo supiera. Y en cuanto avanzaron hacia el centro de aquel lugar, inevitablemente terminaron rodeados en todas direcciones por enemigos en potencia.

«Esto es a lo que llaman meterse uno mismo a la boca del lobo» pensó Ayaka, a pesar de todo con un poco de humor. De momento no podía permitirse perder la calma, ni tampoco el control de la situación.

De reojo, notó que Ouji se colocó a un lado, un poco alejado de todos. De seguro hasta ahí deseaba intervenir en ese asunto, y Ayaka no podía culparlo. Por lo que vio en el patio, ya se había arriesgado lo suficiente por ellos.

Por su parte, Katsumoto avanzó hacia un costado, en donde se encontraban varias botellas de gran tamaño de lo que Ayaka supuso era alcohol; sake, lo más seguro. El samurái tomó una de ellas, la destapó y olfateó un poco su contenido, antes de empinársela contra sus labios.

—Éste solía ser un hermoso dojo —comentó Ayaka, mientras contemplaba pensativa a su alrededor, y en especial el suelo de madera manchado y astillado a sus pies. Recordaba con algo de tristeza un par de ocasiones en las que le había tocado limpiarlo y pulirlo junto con Kazuha y los demás estudiantes.

—Ocho años de abandono acaban con cualquier edificio —masculló Katsumoto con amargura, una vez que bajó su botella—. Y también con las personas…

Con la botella de sake en mano, avanzó hacia un grupo de cojines en el suelo, en el cual se permitió caer de sentón. Ni siquiera se molestó en acomodarse; justo como cayó así se quedó, y continuó bebiendo.

—Lo que sea que quiera decir, será mejor que lo diga rápido —soltó Katsumoto, sonando como una exigencia.

La mirada de todas esas veinte personas estaban fijas en Ayaka, y ésta lo supo. No era que les interesara lo que tendría que decir, pero de seguro muchos esperaban ver si acaso tenía otra intención oculta. Thoma igualmente era consciente de ello, y por eso se mantenía alerta y cerca de Ayaka.

—Dicen que se ha convertido en un asaltante de caminos que roba a los viajeros —pronunció Ayaka sin mucha vacilación, esperando no sonar demasiado como una acusación—. ¿Es eso verdad?

—¿Acaso le parece ésta la morada de un ciudadano ejemplar? —bromeó Katsumoto, extendiendo sus brazos hacia los lados para señalar alrededor.

—¿Cómo es que terminó de esta forma, Sr. Katsumoto? Usted siempre fue un increíble y honorable samurái.

—El honor de un samurái no vale nada si no tiene un señor al cual servir. Y creo que no tengo que contarle lo que pasó con el nuestro.

—¿Por qué no vinieron con nosotros? Podríamos haberlos ayudado de alguna forma…

Katsumoto soltó de golpe una sonora y aguda carcajada, misma que fue compartida por varios de los otros ronin.

—¿Pedirles ayuda a los Kamisato, dice? —soltó Katsumoto, mordaz—. ¿Y qué le hace pensar que no lo hicimos? Pero su hermano dejó muy claro que no quería tener ninguna relación con los Kaedehara, ni nada que tuviera que ver con ellos. Y todos los grandes clanes siguieron su ejemplo. Al final terminamos siendo parias, empujados a vivir aquí, escondidos en las sombras que nadie desea ver.

Ayaka enmudeció unos instantes al oír aquello. ¿En verdad su hermano había hecho tal cosa? Recordaba claramente lo molesto que se encontraba en aquel entonces, pero no creía que llevaría su enojo hasta esas consecuencias. Pero en aquel entonces era joven, y muy diferente a como era ahora…

Pero no podía dejar que notaran su vacilación. Como una Kamisato, no podía mostrar dudas o separación de la postura que tomaba la cabeza de su familia, sin importar si estaba de acuerdo con ella o no.

—No pueden culpar a mi hermano por esto —espetó Ayaka con firmeza—. Él no fue el culpable de lo sucedido; hizo lo que tenía que hacer para proteger a su familia.

—Por supuesto, pero para proteger a su familia no le importó destruir a tantas otras —farfulló Katsumoto, seguido después de un largo trago de su botella—. Pero tiene razón en algo, mi señora. Los únicos culpables de todo esto son los Kaedehara; en especial el corrupto y mezquino de Naruhito, y el cobarde e inútil de Kazuha.

Escuchar al fin su nombre hizo que algo saltara en el pecho de Ayaka, pero intentó por todos los medios disimularlo.

—Kazuha… ¿sabe en dónde está él? ¿Lo ha visto después de lo ocurrido?

De nuevo surgió otra risa burlona por parte del antiguo samurái.

—No me vaya a decir que es por él por lo que se arriesgó a venir hasta aquí. Ese niño no vale siquiera el esfuerzo de pronunciar su nombre.

Ayaka no respondió nada ante su comentario. En su lugar, permaneció quieta en su sitio, observándolo atentamente para dejar claro que esperaba una respuesta más directa a su pregunta. Katsumoto se dio cuenta de esto, por supuesto.

—Lo mejor será que se olvide de él —soltó con sequedad.

—Entonces… ¿desconoce su paradero? —cuestionó Ayaka, un tanto aprensiva.

—No dije tal cosa —respondió Katsumoto—. Pero ese chico no merece su preocupación, ni la de nadie. Después de todo, la engañó, mintió y abandonó como a todos nosotros.

A pesar de que Ayaka había logrado mantener la serenidad total hasta ese punto, eso último logró crear una pequeña fisura en su máscara de calma, y dejar ver aunque fuera un poco de asombro y preocupación.

—¿Está diciendo que él era acaso… consciente de lo que su tío tenía planeado?

Una sonrisa de morbosa satisfacción se dibujó en los gruesos labios de Katsumoto.

—Veo que no le es fácil creerlo, ¿cierto?

—Lo que creo… es que su resentimiento lo tiene cegado, y su palabra no es confiable —respondió Ayaka, rozando peligrosamente la defensiva.

—¿Eso piensa? Pues yo creo que más bien la cegada es usted, Srta. Kamisato, por el cariño que evidentemente aún le tiene.

Ayaka desvió su mirada hacia otro lado, y comenzó a respirar lentamente por su nariz para intentar calmarse. A ella misma le sorprendía lo alterada que se había sentido de pronto al oír esos comentarios en contra de su antiguo amigo. Quizás en parte Katsumoto tenía razón en lo que decía, y no miraba las cosas con total claridad…

—¿Puede decirme al menos si está bien? —susurró tras un rato, una vez que recobró un poco la compostura.

—Lo mejor que puede estar un cobarde sin honor como él —exclamó con fuerza y de forma burlona uno de los otros ronin, a lo que le siguieron una serie de risas que resonaron como una avalancha en el eco del edificio. El único que pareció no reír fue Katsumoto.

—Entiendo que estén molestos —declaró Ayaka con serenidad, virándose ahora hacia todos los presentes—, pero Kazuha era sólo un niño cuando todo eso ocurrió. No había mucho que él pudiera hacer para remediar la situación…

—¡Había mucho que podía hacer, pero eligió no hacer nada! —espetó Katsumoto de golpe con marcado enojo, parándose rápidamente. Su actitud hostil claramente alteró a Thoma, que rápidamente saltó para colocarse delante de su ama para protegerla. Katsumoto, sin embargo, no se aproximó a ellos más de un sólo paso—. Quizás su padre y su tío mataron al clan Kaedehara, pero Kazuha lo dejó caer sin siquiera poner las manos. Es tan culpable por lo que pasó como ellos, o incluso más…

Su voz se oía tan áspera, tan agresiva y llena de odio… pero también de frustración. Ayaka no se sentía asustada por aquel hombre, sino más bien sentía… algo de tristeza. Por él, y por todos los demás. Y claro, también por Kazuha. Todos fueron arrastrados a esa situación por las acciones de otros; ninguno merecía terminar así.

—Me duele mucho verlo tan consumido por la ira y el odio, Sr. Katsumoto —musitó Ayaka despacio, agachando un poco la mirada—. En verdad lamento por lo que han pasado. Pero culpar a Kazuha de todo no es justo. Yo entiendo la impotencia que él debió haber sentido en aquel momento; lo sé por qué yo he estado en la misma posición de querer ayudar de alguna forma a la gente que aprecio, y no poder hacerlo. Sólo espero que algún día encuentren la paz en sus corazones, y también el perdón.

El dojo se sumió en silencio, y en todo ese rato la expresión dura y desafiante de Katsumoto se clavó fija en Ayaka. Ésta igualmente había alzado su mirada de nuevo, y sostenía la del antiguo samurái sin siquiera pestañear. A pesar de su apariencia pequeña y escuálida, Katsumoto podía percibir que se había vuelto alguien de carácter firme e inamovible. No lo diría en voz alta, pero aquello lo hacía sentir un poco orgulloso. Era el tipo de persona que él aspiraba que Kazuha fuera algún día.

Tras soltar un pesado suspiro de cansancio, o quizás de fastidio, Katsumoto se dejó caer de nuevo de sentón en los almohadones, y terminó de beber su botella.

—Si ya dijo todo lo que tiene que decir, será mejor que se vaya de una vez —profirió con desdén, sin mirarla.

—Me parece que será lo mejor —respondió Ayaka con pesar. Era evidente que ya no obtendría nada más de esa conversación—. En verdad deseo que algún día deje esta vida, Sr. Katsumoto. Y que vuelva a ser la extraordinaria persona que Kazuha tanto admiraba.

Y dichas esas últimas palabras, y ofreciendo una última respetuosa reverencia hacia su antiguo maestro, Ayaka se dio media vuelta y comenzó a avanzar hacia la puerta del dojo. Thoma, sin necesidad de recibir la orden, la siguió de cerca. Sin embargo, no pudieron avanzar demasiado antes de que un grupo de ronin les cerrara el camino.

—No tan rápido —señaló uno de los ladrones, desenfundando rápidamente su espada; varios de los otros lo imitaron—. Por supuesto que no saldrán de aquí tan fácil.

—¿Qué creen que están haciendo? —exclamó Katsumoto, confundido, parándose rápidamente.

—¿Qué crees que estás haciendo tú? —le respondió otro de los ronin con voz de reclamo—. Es de la Comisión Yashiro, idiota. ¡Es obvio que les dirá a los guardias en dónde estamos en cuanto salga de aquí! Y no terminaré preso en una fea celda Tenryou o ejecutado únicamente porque tú quisiste tener una plática nostálgica con esta niña.

—Es mi deber notificar de su ubicación en este sitio, eso es cierto —añadió Ayaka, dando un paso al frente—. Pero les prometo que no será esta noche. Haré la denuncia hasta mañana en la mañana, así que pueden aprovechar ese tiempo para irse lejos de Inazuma.

—Disculpa si preferimos no correr riesgos —alegó otro más de los ladrones con sarcasmo.

Y entonces notaron como todos comenzaron rápidamente a sacar sus espadas y lanzas, y algunos a preparar sus arcos. Y en un segundo, los más de veinte ronin tenían ya sus armas listas y apuntando directamente a los dos visitantes.

—Oigan… pero es una Kamisato —intervino Ouji en ese momento, avanzando cojeando hacia la multitud—. Si le hacen algo y su hermano se entera…

—¡Tú cállate, Ouji! —le gritaron con furia, incluso empujándolo hacia atrás y haciéndolo caer al suelo al no poder mantener el equilibrio con su pierna lastimada—. Contigo arreglaremos cuentas en un momento por haberlos traído, idiota.

Tras caer, Ouji se quedó tirado en el suelo, muy similar a como Ayaka y Thoma lo había encontrado afuera de la jefatura.

Todos los ronin comenzaron a rodear a los dos extraños, cerrándoles a simple vista cualquier ruta de escape. Ese era justo el peor escenario que Thoma se esperaba, y por ello tampoco le sorprendía demasiado. Sin más espera, rápidamente tomó de nuevo su lanza, la giró delante de él y la tomó firmemente, listo para el combate.

—Espera un momento, Thoma —le indicó Ayaka despacio, colocando sutilmente una mano en su brazo. Luego se viró hacia Katsumoto, logrando distinguirlo entre la multitud por su estatura sobresaliente con respecto a los demás—. ¿Esto es realmente lo que quiere, Sr. Katsumoto? —le cuestionó con suma seriedad.

—Sí, Katsumoto —exclamó uno de los ronin, quien había incitado todo eso, volteándolo a ver sobre su hombro—. Dinos: estás de nuestro lado, o del suyo…

Y similar a como ocurrió como los vio por primera vez, el rostro de Katsumoto se mantuvo estoico, totalmente privado de cualquier reacción o emoción ante la complicada situación que se cernía delante de él. Pero en esa ocasión Ayaka percibió que no era del todo así. Pudo darse cuenta que así como su propia máscara se había quebrantado un poco, la de aquel samurái igualmente lo había hecho. Existía en él vacilación y duda, mismas que Ayaka confiaba estaban ahí por qué el hombre que ella alguna vez conoció seguía dentro. El hombre que sabía qué era correcto y que no…

Pero, aunque la suposición de Ayaka fuera correcta, al final no importaba que uno tuviera aún bondad interna, cuando eran las acciones y las palabras las que valían…

—Nunca debió haber venido a este sitio, Srta. Kamisato —masculló Katsumoto, repitiendo las palabras que había pronunciada hace rato en el patio—. Lo lamento, pero estas personas son la única familia que me queda, y no las arriesgaré. Mucho menos por otro mocoso noble que se cree superior a mí sólo por su apellido…

—¿Esa es su decisión final, Katsumoto? —murmuró Ayaka, no logrando ocultar del todo el desánimo de su voz.

Ayaka tenía la esperanza de que su antiguo maestro tomara esa última oportunidad que le daba. Dicha esperanza, sin embargo, se desvaneció cuando el samurái tomó la empuñadura de su espada y la sacó rápidamente de un sólo jalón, cortando el aire delante de él con el movimiento rápido y certero.

—Lo lamento —pronunció con algo de indiferencia, antes de tomar su arma con ambas manos y prepararse para el ataque al igual que todos los otros.

—Yo también lo lamento —suspiró Ayaka con genuino pesar, desviando su mirada hacia otro lado—. Me siento bastante decepcionada…

Y sin voltear a verlo, ella misma tomó la funda de su espada con la mano izquierda, tomando la empuñadura firmemente con la derecha.

—No sea tonta —exclamó Katsumoto, sonando como una reprimenda—. Siempre fue una gran espadachín, pero ni siquiera usted sería capaz de enfrentarse a todos nosotros…

Y antes de que pudiera concluir su advertencia, todos los presentes sintieron de golpe un aire frío que sopló a su alrededor, acompañado al momento de pequeños copos revoloteando como mariposas delante de ellos. Ayaka comenzó a sacar su espada lentamente de su funda, y todos vieron con asombro cómo la hoja de ésta parecía envuelta en un brillo azulado casi enceguecedor.

Y contrastando con el frío, surgió también una sensación cálida. Y cuando posaron su atención en el otro, lograron ver a Thoma girando su lanza con rapidez, y cómo ésta se iba cubriendo de la punta con una incandescente llamarada.

—¡¿Los dos tienen visiones…?! —se escuchó que alguien exclamó con asombro, un instante antes de que Ayaka jalara por completo su espada hacia afuera y Thoma golpeara su lanza contra el suelo. Una intensa llamada y una ráfaga helada de hielo se dirigieron contra los ronin en direcciones contrarias, obligando a varios a tener que moverse para esquivarlos.


Kazuha y Tomo se dirigieron a toda prisa hacia el sitio; usando sus habilidades de viento y trueno respectivamente fue más sencillo llegar lo más pronto posible. Era arriesgado usar sus visiones de esa forma, en especial estando tan cerca de Inazuma y con los guardias Tenryou vigilando los caminos. Pero la situación lo ameritaba.

—¡Es ahí! —exclamó Kazuha con fuerza en cuanto divisó al fin a lo lejos la entrada principal de la Hacienda. Se elevó entonces a lo alto con una fuerte ráfaga de viento, cayendo firmemente sobre el arco del portón principal.

Una vez que la energía Anemo se disipó, Kazuha alzó mirada al frente y… se quedó prácticamente petrificado ante la derruida y oscura imagen que se cernía delante de él. El patio principal, los edificios, los árboles… Todo estaba irreconocible; sombras y esqueletos sin vida de lo que alguna vez fue su hogar de la infancia.

Por unos momentos se olvidó de en qué época se encontraba. En su mente, vislumbraba como aquel sitio se miraba hace ocho años, y más atrás. Podía ver a los sirvientes y espadachines yendo de un lado a otro, cada uno ocupado de sus propios asuntos. Se imaginaba a sí mismo, pequeño y distraído, andando por los jardines, contemplado los árboles y oliendo el dulce aire de la mañana. Incluso recordaba a su padre y a su tío, mirando desde el pasillo mientras él jugaba con los otros niños del clan, o entraba con su espada de bambú ante el ojo nada indulgente de Katsumoto.

Todos esos recuerdos coloridos y brillantes, nada tenían que ver con ese lúgubre escenario.

Sabía que estaría en mal estado, pero una parte de él esperaba que no fuera tanto…

—¿Kazuha? —escuchó que Tomo le hablaba desde abajo. El samurái lo contemplaba desde el suelo, ya de pie en el patio.

La presencia en el presente de su amigo lo hizo dejar atrás tantas añoranzas del pasado. Él estaba ahí con un propósito, y no podía distraerse con lamentaciones.

La quietud de la noche fue interrumpida por un fuerte ajetreo, gritos y golpes que se escucharon a lo lejos, aunque no demasiado. Al virar su atención en la dirección en la que había escuchado todo aquel ruido, Kazuha supo de inmediato de dónde venía.

—Es en el dojo —indicó con firmeza, y la verdosa energía Anemo comenzó a remolinarse a su alrededor una vez más.

—Espera —exclamó Tomo desde abajo—, tenemos que inspeccionar bien la situación primero…

—¡No hay tiempo! —fue la respuesta contundente del joven Kaedehara, antes de salir casi literalmente disparado de dónde estaba, y cruzar el aire en unos cuantos segundos en dirección a su objetivo.

Tomo suspiró con resignación, frotándose un poco sus cabellos rubios con una mano.

—Por esto no me agradan los locos enamorados… —masculló para sí mismo, para justo después apresurarse a alcanzarlo, aunque con bastante menos apuro.


Ayaka y Thoma esperaban que el ver que ambos tenían visiones disuadiría un poco a sus oponentes de seguir con ese absurdo combate, pero no fue así. De hecho todos parecían haberse envalentonado por su ventaja numérica, y comenzaron a atacar al mismo tiempo desde diferentes direcciones. Eso claramente les dificultaba un poco las cosas, en especial porque ninguno tenía deseos de matar a alguno de esos hombres. Pero igual los dos guerreros del clan Kamisato lograron repeler a todo el que se atrevía a lanzárseles encima con bastante maestría.

La más impresionante era sin duda Ayaka, que desde el inicio comenzó a hacer alarde de una increíble gracia para esquivar y contraatacar, todo sin ningún movimiento innecesario y siempre vívidamente consciente de la posición de cada uno de sus enemigos. Su visión le daba una gran ventaja, sí; pero su habilidad física y mental era incluso más impresionantes.

Katsumoto volvió a sentirse en parte orgulloso al contemplar aquello, aunque eso no lo hacía querer bajar su espada. Si acaso, lo motivaba a hacer justo lo contrario.

Al ver una apertura justo después de que Ayaka repeliera a uno de sus atacantes y prácticamente lo dejara congelado, Katsumoto se lanzó al ataque con la ferocidad de un toro, empuñando su espada en alto. Ayaka lo notó acercarse por el rabillo del ojo, y para cuando se viró a él ya estaba prácticamente delante de ella. Su reacción fue evasiva, girando en el aire hacia atrás, apenas esquivando el filo del arma, y haciendo distancia con sus pies deslizándose en el suelo como hielo.

Katsumoto no se detuvo y en cuanto erró el primer ataque, siguió de inmediato con el siguiente, y el siguiente. Ayaka se apresuró a esquivarlos con la misma gracilidad y rapidez que había demostrado hasta ese momento, pero notándose relativamente menos segura en sus movimientos. Como lo esperaba, las habilidades del que fue uno de sus tantos maestros era bastante superior a la del resto de sus atacantes presentes; y no ayudaba tampoco que cada vez que intentaba contraatacar, algún otro de los ronin se le lanzaba por un costado, y tuviera que ideárselas para esquivarlo y repelerlo a la par que lo hacía con Katsumoto.

Era un reto un tanto desafiante, ciertamente.

Desde su posición, Thoma logró percibir que su ama estaba teniendo algunas dificultades. Así que una vez que logró prácticamente mandar a volar a dos de los ronin contra la pared, se dispuso rápidamente a ir en su auxilio. Sin embargo, a medio camino, logró ver como otro atacante se le aproximaba por un costado a una impresionante velocidad.

Thoma apenas y logró reaccionar girando su lanza para usarla como escudo y cubrir el filo de una espada que se dirigía justo a su cabeza. Y estando ahí, frente a frente con su nuevo contrincante y con sus armas empujándose mutuamente, Thoma logró echarle un mejor vistazo… quedando bastante sorprendido.

Detrás de la espada que intentaba aún alcanzarlo, vio los ojos casi desorbitados de Ouji.

—Mi visión… —murmuró de pronto el samurái—. ¡Mi visión! ¡Dame mi visón…! —exclamó cada vez más alto y colérico.

Comenzó entonces a atacar a Thoma repetidas veces y con gran rapidez.

—¡Oiga! —exclamó el sirviente, mientras retrocedía y movía su arma lo más rápido que podía para cubrir aquellos letales sablazos—. ¡¿Qué está haciendo?!

Ouji, sin embargo, parecía no escucharlo en lo absoluto. Su mirada estaba perdida y desorientada, como si su cuerpo estuviera ahí pero su mente estuviera en otro lugar muy lejano. Incluso por los movimientos tan brutales y descuidados que hacía, Thoma miró con cierto horror como la tela de su traje que cubría su hombro y pierna comenzaba a cubrirse de sangre. Sus heridas de ayer se estaban abriendo, y él ni siquiera parecía consciente del dolor. Sólo seguía atacando y repitiendo una y otra vez:

—¡Mi visión! ¡Entrégame mi visión!

Y entonces Thoma comprendió. Agachó su mirada sutilmente a su cintura, en donde se encontraba colgada su visión Pyro. Ésta resplandecía intensamente, y se volvía bastante difícil de ignorar. Desde la perspectiva del pobre Ouji, debía ser bastante parecida a la que le habían arrebatado.

—¡Escúcheme, Ouji! ¡Ésta no es su visión! —le gritó con fuerza intentando hacerlo reaccionar, sin ningún resultado. Su contrincante siguió atacándolo, haciendo alarde de sus increíbles habilidades aún sin tener su visión; y aún a pesar de aparentemente haber perdido totalmente la razón.

En medio de toda esa confusión, un intenso golpe de viento entró justo por la puerta del dojo, empujando y derribando a al menos tres de los ronin que se encontraban más cerca de ésta. Y cuando el resto se viró en dicha dirección, uno de ellos apenas y pudo ver la silueta de Kaedehara Kazuha ingresando como un bólido, dirigiéndose directo hacia él y prácticamente estampándole su pie derecho en la cara para mandarlo a volar hacia atrás.

Antes de que aquellos que habían notado su presencia salieran de su confusión, Kazuha se adelantó a desenvainar su espada, lanzándose al ataque con todo y un fuerte cumulo de aire, desarmando a al menos tres más, y luego empujándolos con viento hacia los muros.

Kazuha se tomó un segundo para recorrer su mirada rápidamente en busca del único en esa multitud de ronin que le interesaba: Katsumoto. En cuanto distinguió su espalda grande y ancha a lo lejos, sin pensarlo se impulsó hacia él arrastrando una fuerte ventisca que empujó a cualquiera fuera de su camino mientras se le aproximaba.

Por su posición, Kazuha no logró ver que el contrincante contra el que Katsumoto se enfrentaba en esos momentos era justamente Ayaka. Ambos se encontraban bastante enfrascados en su respectivo choque de espadas, sin darle ni un momento de tregua al otro. Sin embargo, ambos pudieron percibir, casi por mero instinto, algo que se aproximaba hacia ellos a gran velocidad. Cada uno lo interpretó por su cuenta como un inminente enemigo, por lo que reaccionaron saltando hacia lados contrarios para esquivarlo.

Kazuha pasó rápidamente entre ambos. Katsumoto logró esquivarlo, apenas a tiempo logrando que la espada del joven Kadehara le rozara el pecho lo suficiente para rasgarle su camisa.

Ayaka, por su lado, había dado una maroma en el suelo para esquivar también, quedando al final de espaldas al desconocido atacante. Pero lo percibía claramente detrás de ella; esa energía cosquillándole la nuca.

«Alguien con una visión Anemo» concluyó de inmediato, sabiendo que si acaso su suposición era cierta pudiera ser realmente peligroso si se descuidaba. Así que en cuanto sus pies estuvieron de nuevo firmes en el suelo, y sin titubear ni un poco, comenzó a cargar su espada con su energía para dar un rápido y certero ataque.

A pesar de que un inicio la atención de Kazuha estaba fija en su antiguo maestro, la sensación fría que le recorrió la espalda de pronto, hizo que sus sentidos saltaran de golpe en otra dirección; hacia el enemigo desconocido a sus espaldas que se preparaba para atacarlo.

«Alguien con una visión Cryo» se dijo a sí mismo, sorprendido pero no por ello dejó que eso lo hiciera perder la calma. E imitando un poco a la otra persona desconocida, comenzó también a cargar su espada, preparándose para atacar y esperando ser lo suficientemente rápido.

Ambos se giraron al mismo tiempo hacia al otro, jalando sus espadas con todas sus fuerzas consigo y arrastrando la energía acumulada de sus hojas. Y antes de que los ojos de cualquiera pudieran ver al contrincante desconocido contra el que arremetían, el acero de ambas armas se encontró, causando un fuerte estruendo. El choque de las energías Anemo y Cryo fue tan intenso que creó una fuerte ráfaga de viento helado que se extendió en todas direcciones, empujando a varios de los ronin aún de pie, e incluso a Thoma y Ouji, hacia los lados, alejándolos del epicentro de aquella colisión.

Todo fue muy confuso, y nadie se dio cuenta de momento de qué había ocurrido, ni siquiera quienes lo habían provocado.

Cuando los primeros afectados lograron recuperarse lo suficiente para alzar sus miradas, observaron con asombro como ambas energías se habían mezclado, y lentamente comenzaban a caer a su alrededor pequeñas partículas brillantes de hielo, como copos de nieve, meciéndose arrastrados por el lento movimiento de un aire pintado de esmeralda. Era de hecho un espectáculo hermoso a su modo.

Pero Ayaka y Kazuaha no miraban lo que habían hecho juntos sin proponérselo. Ambos se encontraban justo en el centro, de pie uno frente al otro, teniendo entre ambos sus espadas aún unidas. Los ojos azules de Ayaka miraban fijamente a los rojizos de Kazuha, y viceversa. Y cuando la conmoción se disipó, incluida la de sus propias mentes, los dos jóvenes nobles reconocieron de inmediato al otro, y casi al mismo tiempo bajaron sus armas; siempre en silencio, y sin apartar la mirada estupefacta o siquiera pestañear.

—Kazuha… —logró murmurar Ayaka tras un rato, sinceramente creyendo por unos momentos que estaba alucinando de alguna forma. Pero no era así…

Notas del Autor:

Y sólo nos tomó 14 capítulos damas y caballeros, ¡14 capítulos! Pero al fin hemos llegado a este momento. A pesar de que siempre supe que su rencuentro ocurriría en este momento, no estaba del todo seguro de qué pasaría la primera vez que se vieran. Y miren como resultó; fue casi explosivo. Espero que les haya gustado, y sobre todo gracias por toda su paciencia. Pero hey, no se vayan todavía, porque obviamente esto apenas está comenzando, y aquí es donde empieza la parte divertida de esta historia…