Capítulo 15.
Bienvenido de vuelta
La enorme impresión en los rostros de Kazuha y Ayaka era imposible de ignorar. Incluso Kazuha, que se había hecho a la idea de que tal vez ella estaría ahí y por ello se había lanzado sin demora, debía admitir que el tenerla frente a frente simplemente lo dejaba sin palabras.
De cerca era incluso más hermosa de lo que había percibido el día anterior a la distancia. Sus ojos grandes fijos sólo en él, sus mejillas sonrosadas, su largo y brillante cabello, y su figura delgada y elegante… Kazuha sentía que ni siquiera debería tener permitido verla tan directamente como lo estaba haciendo en ese momento.
—Kazuha… —murmuró Ayaka despacio, y escuchar su nombre pronunciado con su voz provocó que el chico se sobresaltara un poco, y se sintiera casi avergonzado—. Yo… te estaba…
Kazuha guardó silencio, expectante de escuchar lo que fuera que ella quisiera decirle. Así fuera un reclamo, un grito o un insulto; cualquier cosa estaría bien para él en esos momentos, si venía de ella. Pero Ayaka no fue capaz de completar su enunciado, pues en ese momento ambos se percataron de que los ronin afectados por su choque de energías comenzaban lentamente a ponerse de pie una vez más; incluyendo también a Katsumoto.
Sin que ninguno tuviera que decirlo, ambos reaccionaron a la vez tomando sus espadas, y virándose hacia direcciones contrarias en posición defensiva. Sus espaldas se pegaron una contra la otra por mero instinto, como lo harían con cualquier compañero de combate para cubrir mejor terreno. Al sentir el roce del otro detrás, ambos reaccionaron con un respingo, y se voltearon a ver apenados; el sonrojo en las mejillas del otro los tomó un poco por sorpresa.
De nuevo no había tiempo para decir nada, pues cada vez más enemigos se reponían, así que sólo volvieron a pegar sus espaldas, fijar sus miradas al frente y sostener sus espadas delante de ellos.
—¿Tienes una visión? —susurró Kazuha despacio, a lo que Ayaka asintió.
—¿Tú también? —murmuró Ayaka justo después, a lo que Kazuha respondió del mismo modo.
Eso era una curiosa coincidencia, o tal vez no. Era aún misterioso para muchos cómo los Arcontes decidían a quién darle su bendición y a quién no. Como fuera, a ninguno le preocupó demasiado eso. En su lugar, por algún motivo saber este punto común entre ambos les provocó una inusual… alegría.
Thoma igualmente comenzó a levantarse en ese momento. Se había golpeado un poco, pero nada grave. Aunque al mirar a su lado, notó a Ouji en el suelo, inmóvil; al parecer el golpe había sido mucho mayor para él. Pero de momento no podía preocuparse por el espadachín caído, pues tenía que averiguar qué había ocurrido, y en especial ver si Ayaka se encontraba bien. No tardó mucho en visualizarla justo en el centro del dojo; y no sólo estaba bien, sino que estaba acompañada de alguien que Thoma reconoció de inmediato.
«No puede ser, es él…» pensó sorprendido, y bastante confundido.
Thoma no fue el único que igualmente reconoció a Kazuha en cuanto lo vio.
—Es el maldito niño Kaedehara —espetó uno de los ronin con cólera—. ¡Vamos a…!
Una estela de luz morada cruzó justo encima de sus cabezas en ese momento, a toda velocidad como un relámpago. Y, de hecho, bien parecía literalmente ser un relámpago…
El rayo cayó justo delante de los ronin, quemando un poco el suelo de madera. La silueta de una persona se formó en un parpadeo justo en ese punto, colocándose de pie entre Kazuha y los ladrones.
—¡¿Qué…?! —exclamaron estos, atónitos, retrocediendo instintivamente un paso.
Cuando el destello y el humo se disiparon, todo lo que quedó en su lugar fue la figura del samurái errante, Tomo; su cabeza agachada, y su mano derecha firme en el mango de su espada.
—Será mejor que se queden en el suelo, amigos míos —murmuró el samurái rubio con seriedad, y lentamente comenzó a sacar su arma de la funda—. Que en esta ocasión ya no estoy de humor para sutilezas…
Al alzar su mirada hacia ellos, los ojos de Tomo reflejaban una profunda y agresiva frialdad, misma que no resultaba ajena para algunos de ellos, pero que sólo habían visto en verdaderos asesinos. Hombres que miraban a los otros como si ante ellos no hubiera personas, sino simples cosas que daría igual destajarlos con sus espadas a la menor provocación.
Ese sujeto… no era como los demás.
Tomo jaló de golpe su espada hacia un lado, y el brillo púrpura de la electricidad que la envolvía dibujó una estela en el aire justo delante de él. Pequeños rayos saltaron de la hoja en todas direcciones, y los ronin tuvieron que moverse para no ser tocados por ellos.
—Tú eres el de anoche… —murmuró nervioso uno de los ronin al reconocerlo—. ¿También tienes una visión…?
—Ahora son cuatro con visión —comentó otro de ellos, dubitativo.
—Quizás esto no fue tan buena idea…
Los ronin comenzaron a verse entre ellos, dudosos de qué hacer. Algunos instintivamente se hicieron para atrás y bajaron sus armas. Evidentemente el combate ya no les parecía tan parejo dados los dos nuevos contendientes.
«¿Y éste quién es» pensó Thoma por su parte, contemplando desde su posición un poco confundido el cambio tan abrupto de situación.
La mirada de Tomo se suavizó al ver la reacción de los atacantes, y volvió a sonreír de forma despreocupada.
—Eso es, mucho mejor —comentó con optimismo, apoyando su espada contra su hombro. Se giró entonces hacia atrás para echar un vistazo a Kazuha, que lo miraba un tanto sorprendido por su repentina entrada—. ¿Todo bien por aquí, amigo mío? —se inclinó entonces hacia un lado para poder ver mejor a la joven peliazul a espaldas de Kazuha, y que miraba en su dirección claramente confundida—. Ah, ya veo que sí.
Tomo alzó una mano, saludando de forma amistosa a Ayaka. Ésta instintivamente imitó el mismo gesto, regresándole el saludo.
—¿Es amigo tuyo? —le murmuró despacio a Kazuha.
—Pues…
Antes de responder, todos notaron como uno de los ronin no sólo no retrocedió ante la inminente amenaza, sino que incluso comenzó a avanzar con pasos firmes hacia ellos. Esto puso en alerta a los cuatro intrusos por igual, que de inmediato tomaron sus armas, listos para seguir el combate. El ronin, sin embargo, no atacó. En su lugar, se paró firme delante de ellos, con sus ojos fríos fijos directamente en Kazuha. Éste miró de regreso y con firmeza a su antiguo maestro, Katsumoto.
—Muy valientes todos ustedes —espetó el antiguo samurái con molestia—, escondiéndose detrás de la supuesta bendición de los Arcontes, y creyendo que eso los hace superiores a nosotros, ¿no es cierto? Pero cuando la Shogun Raiden venga a arrebatarles a todos dicha bendición, ¿qué es lo que les quedará? ¿Habrá suficiente valor en ustedes para resistirlo? Quisiera verlo…
Sus palabras dejaron mudos a todos por unos instantes.
Kazuha pareció ser el primero en recuperarse, y rápidamente avanzó, parándose delante de Tomo y Ayaka para encarar a Katsumoto justo de frente.
—Esto se terminó, Katsumoto —exclamó el chico Kaedehara con brusquedad—. Deja que Ayaka se vaya; tú asunto es conmigo.
—Eso es cierto. Los únicos culpables de que todos hayamos terminado en este sitio y momento, son los Kaedehara.
Mientras pronunciaba aquella declaración, Katsumoto tomó su espada firmemente con ambas manos y la colocó delante de él; su filo apuntando justo en dirección a Kazuha, en una clara pose de desafío.
—Dígame, amo Kazuha. ¿Tiene acaso el valor y el honor de enfrentarme en un genuino duelo de espadachines uno a uno? ¿Sin usar esa visión y sólo las verdaderas cualidades de un guerrero?
El aire se tornó tenso, y la atención de todos se centró justamente en el que había sido desafiado. Éste parecía claramente vacilante.
—Kazuha… —murmuró Ayaka con preocupación, mirando desde su posición hacia la espalda del muchacho. Y antes de que ella pudiera decir algo más, Tomo se acercó cauteloso a un costado de Kazuha. Y estando ahí le susurró despacio sólo para sus oídos:
—Si es lo que deseas hacer yo te apoyo, amigo. Pero no tienes nada que demostrar. Lo sabes, ¿cierto?
Kazuha lo miró de reojo un instante, y de inmediato se viró de nuevo hacia Katsumoto, que claramente esperaba su respuesta. Tras unos segundos de reflexión, todos vieron como Kazuha tomaba su espada, y de un sólo movimiento la guardaba de nuevo en su funda por completo. Esto tomó por sorpresa a algunos, y creyeron que sería un indicio de que rechazaría el desafío.
Aún sin decir nada, Kazuha se dio media vuelta y comenzó a caminar para alejarse de Katsumoto. Avanzó hacia Ayaka, pero la pasó por un lado, apenas intercambiando con ella un fugaz encuentro de miradas. Pero tan corto cómo fue, Ayaka supo sólo con eso cuál era su decisión.
Tras tomar su posición, Kazuha se viró rápidamente de regreso a Katsumoto, plantando sus pies firmemente en el suelo. Su mano derecha se posicionó a milímetros de la empuñadura de su espada, más que listo para desenvainar.
—Está bien, Katsumoto —exclamó sin ningún tipo de titubeo—. Lo haremos como tú quieres…
Su voz resonó en el eco de aquel sitio, y una vez que se opacó sólo quedó el silencio. Katsumoto sonrió con satisfacción y entonces separó un poco sus pies, también listo para atacar. Nadie decía nada ni se movía siquiera, como si todo se hubiera paralizado en el tiempo. Incluso los demás ronin permanecieron quietos y expectantes en sus posiciones para presenciar el duelo que estaba por suscitarse; en el fondo todos seguían siendo samuráis, después de todo.
Pero Ayaka no compartía su misma emoción. Estaba aún bastante aturdida y confundida por la aparición tan repentina de justo la persona que estaba buscando… ¿y ahora tenía sólo que quedarse ahí a contemplarlo ser parte de ese enfrentamiento como una mera espectadora sin poder hacer nada? Ella aspiraba a que aquello fuera una reunión pacífica cuando entró a ese lugar, y ahora todo terminaba en eso.
No podía evitar sentir que todo ello era su culpa; si no hubiera ido ahí…
Ayaka sintió en ese momento una mano posicionarse firme sobre su hombro, lo que la hizo sobresaltarse y rápidamente ponerse en alerta. Su mano instintivamente alzó su espada, pero la mantuvo quieta al virarse y ver a aquel mismo samurái rubio a su lado, sonriéndole ampliamente con absoluta tranquilidad. Ayaka ni siquiera conocía a ese individuo, pero algo en su sonrisa y mirada ciertamente le resultó tranquilizador.
—No se preocupe, Srta. Kamisato —le murmuró Tomo despacio, y comenzó entonces a guiarla con gentileza hacia un lado para que ambos dejaran de estar en medio de lo que sería en un momento el terreno de batalla—. Esto es algo que Kazuha desea hacer; por él, y también por su antiguo maestro. Usted, como una espadachín que también es, sé que sabrá entenderlo.
Ayaka no respondió, aunque ciertamente una parte de ella sí lo comprendía, o al menos podía darse una idea. Sabía que a pesar de lo que ella podía sentir o pensar sobre Katsumoto, no podría compararse ni un poco con lo que Kazuha debía estar pasando en ese momento. Aquel hombre fue prácticamente un segundo padre para Kazuha; o incluso más que su propio padre o su tío. Si a ella le dolía verlo así, sólo podía imaginarse lo que él estaría sintiendo.
—Señorita Ayaka —escuchó a su diestra que le llamaba la voz de Thoma. Éste en efecto se le acercó cauteloso por un lado, su lanza aún bien sujeta en su mano.
—Thoma, ¿estás bien?
—Sí —asintió el sirviente. Una vez de pie con ella, volteó en dirección a los nuevos combatientes, ambos aún quietos en su posición—. Las cosas se terminaron complicando mucho más de lo que pensábamos, ¿cierto?
«Por decirlo de alguna forma» pensó Ayaka, ansiosa.
Katsumoto seguía siendo un gran espadachín pese a los años. ¿Podría Kazuha derrotarlo sin usar su visión?
Ayaka se preguntaba qué tanto serviría rezar a los Arcontes en estos momentos por el bienestar del muchacho…
La quietud y el silencio en el que todo se había sumido fue rotó de golpe, en el momento justo en el que Kazuha se lanzó al frente, corriendo con gran rapidez hacia su contrincante. Su espada seguía en su funda, pero su mano permanecía cerca y preparada.
Todos mantuvieron la respiración unos instantes ante ese cambio repentino, y así como sus ojos bien abiertos para ver todo lo que ocurría.
Estando ya lo suficientemente cerca, Kazuha jaló en un parpadeo su espada fuera de su funda, y siguiendo el impulso de su movimiento su cuerpo entero comenzó a girar. Al verlo aproximarse de esa forma, Katsumoto alzó rápidamente su espada hacia un lado, y luego la dejó cae con gran fuerza en diagonal, directo hacia el muchacho. La espada de Katsumoto chocó directo contra la de Kazuha, deteniendo su giro. Ambos lograron detener efectivamente el ataque del otro. Sin embargo, la fuerza física de Katsumoto resultó ser mayor, y el cuerpo de Kazuha terminó siendo empujado hacia atrás luego de bloquear ese primer golpe.
Katsumoto no perdió el tiempo ni la compostura. De inmediato volvió a jalar su espada hacia el frente, volviendo a atacar repetidas veces a su contrincante con ataques letales, la mayoría en dirección al torso y el cuello del chico. Kazuha se movió presuroso para esquivar y bloquear sus ataques, aunque se veía obligado a retroceder, intentando hacer algo de distancia entre ambos. Pero Katsumoto no se lo dejaba fácil, pues sus ataques eran rápidos, y demasiados fuertes; cada choque de espadas hacía que los brazos de Kazuha temblaran, y por poco y su espada se soltaba de sus manos.
—¡¿Eso es todo lo que tiene?! —espetó Katsumoto molesto sin dejar de atacar—. ¡¿Acaso sin su visión realmente no tiene nada?! ¡Es una vergüenza!
Katsumuto dejó caer su espada con coraje hacia Kazuha, de un tajo tan tremendo que de alcanzarlo posiblemente lo cortaría a la mitad. Sin embargo, el chico Kaedehara logró moverse rápidamente hacia un lado con increíble agilidad, su cuerpo girando muy cerca del suelo. La espada de Katsumoto golpeó con fuerza el suelo de madera, rompiéndolo con suma facilidad. Sin embargo, cuando intentó jalarla de regreso, el arma pareció atorarse entre los tablones.
Ésta era su oportunidad. Kazuha se recuperó lo más pronto posible tras su última esquivada, y rápidamente se lanzó en contra de su oponente. Éste lo vio venir, pero no titubeó. Acompañado de un fuerte grito similar al rugido de una bestia, usó de nuevo su sobresaliente fuerza y jaló de golpe su espada hacia un lado, abriendo aún más el suelo para así desatorarse.
Kazuha miró sorprendido como pedazos de madera salieron volando, justo en su dirección cómo proyectiles. Intentó rápidamente esquivarlos todos, pero uno de los de mayor tamaño terminó golpeándolo en su sien izquierda, dejándole una marca rojiza, pero también desorientándolo un poco. Y para cuando logró reaccionar, Katsumoto ya estaba de nuevo al ataque, y prácticamente sobre él.
La letal arma del antiguo samurái se movió en contra de él con extraordinaria velocidad, cortando el aire a apenas unos milímetros de Kazuha mientras éste lo esquivaba. Pero con uno de esos ataques no fue lo suficientemente rápido, y el filo de la espada de su antiguo maestro terminó tocándolo a la altura de su hombro derecho. Un hilo de sangre dibujó el movimiento de la espada en el aire, y de los labios de Kazuha se escapó un quejido de dolor.
Ayaka no pudo evitar soltar un pequeño respingo al ver esto. Una de sus manos se dirigió rápidamente a su boca.
—Tranquila, fue sólo un rasguño —le susurró Tomo a su lado. Su tono, sin embargo, se había tornado más serio. Quizás a él también le preocupaba que podría haber sido más.
Como fuera, Kazuha no dejó que el dolor o la sorpresa lo inmovilizaran. Rápidamente lanzó su cuerpo hacia un lado con todas sus fuerzas. Se apoyó con una mano en el suelo para darse más impulso con una maroma, y entonces se alejó varios metros lejos del alcance de Katsumoto. Una vez en distancia segura, no pudo evitar llevar su mano a su hombro. Sus dedos comenzaron a mancharse de rojo.
Katsumoto no se le aproximó de momento. Desde su posición, lo observaba fijamente con claro desdén y decepción…
—Esa manera tan errática y vulgar de moverse —murmuró Katsumoto con clara molestia—. No es así como yo le enseñé a pelear… ¿Qué le pasó al chico con tanto potencial que una vez conocí? Tal parece que obtener esa maldita visión lo atrofió por completo…
Kazuha lo observó en silencio, respirando agitadamente mientras intentaba aprovechar ese momento para recuperar el aliento. Cuando le fue posible, volvió a ponerse de pie, sorprendentemente con bastante firmeza dada su herida.
—Sigues siendo un extraordinario guerrero, Katsumoto —murmuró Kazuha despacio—. Pero me entristece demasiado ver que ya no eres ni la sombra del que alguna vez fuiste hace ocho años…
—¿Qué? —exclamó Katsumoto, claramente confundido por tales palabras.
—El Katsumoto que una vez conocí empuñaba su espada con su corazón y mente unidos. No había duda ni temor en sus movimientos, pues tenía la seguridad de que luchaba por el bien, y siempre con honor. Pero ahora lo único que mueve tu espada es el odio y la amargura. Tu corazón ya no te acompaña, y tu mente es un caos. No puedo evitar preguntarme si esto surgió debido a lo ocurrido al clan, o quizás en realidad siempre estuvo ahí, dentro de ti. Quizás eso explicaría por qué, a pesar de ser un guerrero tan magnifico, nunca recibiste una visión… por más que la deseaste.
—¡Cállate! —gritó Katsumoto con todas fuerzas, totalmente consumido por el enojo—. ¡No tengo por qué escuchar palabras como esas de un mocoso cobarde y sin honor como tú! ¡Si hay algo mal en mí es sólo por culpa de ti y tu podrida familia!
Katsumoto volvió a tomar su arma con ambas manos, preparándose para volver a atacar.
—¡Morir en combate por mi espada es lo único honorable que alguien que ha caído tan bajo como tú puede hacer!
—Tienes razón —soltó Kazuha de golpe, bastante calmado a pesar del exabrupto de su oponente—. Quizás sí fui un cobarde y un egoísta hace ocho años, y me tocará responder por mis acciones; mas no a ti…
Kazuha tomó igualmente su arma con dos manos y la colocó hacia atrás. Plantó además sus pies firmemente en el suelo de madera, listos para tomar impulso y atacar de nuevo.
—El siguiente movimiento será el último —advirtió el chico Kaedehara—. Y lamento decirte que no hay forma de que puedas derrotarme.
—No dice más que estupideces —masculló Katsumoto, su voz atorada en su garganta por el enojo.
Y de nuevo ambos se quedaron quietos, en un punto muerto que, si se cumplía la predicción de Kazuha, igualmente sería el último del combate.
—¿De dónde saca esa confianza tan repentina? —masculló Thoma en voz baja, un tanto perplejo—. Es muy valiente o muy loco para hacer una declaración como esa, considerando que su oponente ha estado dominando toda la pelea hasta ahora.
—¿En verdad crees eso? —masculló Tomo a su lado con tono burlón. Y al mirarlo, Thoma notó que aquel individuo miraba hacia el frente con una sonrisa despreocupada, como si lo que viera fuera un simple espectáculo, y no dos hombres batiéndose en duelo a muerte.
¿Ese sujeto era amigo Kazuha? Si era así, ¿por qué estaba tan calmado? ¿También creía que él ganaría el duelo en el siguiente movimiento?
Ayaka, por su lado, no se encontraba precisamente tan escéptica como Thoma, pero tampoco tan confiada como Tomo. Ciertamente el enfrentamiento había sido un tanto peculiar. Kazuha no luchaba como ella recordaba que solía hacerlo. Sus movimientos en efecto parecían erráticos como Katsumoto había mencionado, pero… en realidad no del todo. Al esquivar los ataques de Katsumoto, se movía de forma grácil y suelta, como el aire moviéndose con absoluta libertad, apenas siendo agitado por los movimientos de la espada de su contrincante. No era que no pensará en sus movimientos; era como si su cuerpo reaccionará por sí solo con naturalidad…
Pero, ¿sería eso suficiente para vencer?
Fue ahora Katsumoto el que rompió la quietud. Soltando otro fuerte rugido al aire, se lanzó contra Kazuha como fiera a la caza. Éste no se quedó quieto en su sitio, y también se le aproximó rápidamente. Y similar a cómo había sido su primer ataque, saltó y comenzó a girar rápidamente en el aire. Katsumoto jaló entonces su espada con fuerza en su contra, para en esa ocasión sí partirlo.
En el momento de su encuentro, Kazuha plantó su pie izquierdo en el suelo delante de él con fuerza, y aprovechando todo el impulso que llevaba, jaló también su arma al frente, en un ángulo ascendente. Y fue en ese instante cuando Ayaka lo vio todo con claridad. La velocidad del golpe y el ángulo de éste en contraposición con el de Katsumoto, y el punto en el que ambas armas chocarían… Todo ese movimiento había sido perfectamente calculado. Y por ello no le sorprendió demasiado ver un instante después como la espada de Kazuha atravesaba por completo la hoja de Katsumoto, cortándola en dos como si de simple papel se tratase.
Ante las miradas atónitas de todos, incluido el propio Katsumoto, la parte superior de la cuchilla se desprendió, giró un par de veces en el aire, hasta clavarse directo en el suelo a menos de un metro de ellos. Y mientras instintivamente los ojos del antiguo samurái seguían fijos en el movimiento de la hoja rota, no se percataron de que el ataque de Kazuha no había terminado.
Siguiendo el impulso que había tomado con su último ataque, continuó el movimiento circular, girando por completo su cuerpo, y elevando su pierna derecha en una alta y fulminante patada circular que golpeó a Katsumoto justo en la quijada; un punto vulnerable, a pesar lo corpulento de cualquier enemigo.
La cabeza de Katsumoto se giró por completo hacia un lado por el golpe, y el resto de su cuerpo le siguió. Desde la perspectiva del samurái, todo el cuarto dio vueltas, sintió que sus piernas le fallaban, y cuando menos se dio cuenta, estaba cayendo de espaldas al suelo, totalmente aturdido.
Todo ocurrió en unos cuantos segundos. Y cuando todo terminó, Katsumoto estaba tirado en el suelo, y lo que quedaba de su espada se había soltado de su mano y deslizado por el suelo lejos de él. Y Kazuha, tras terminar su giro, logró plantar sus pies de nuevo en el suelo y permanecer erguido a lado del guerrero caído.
—Increíble… —susurró Ayaka, sorprendida como todos. Aunque en su caso, quizás "maravillada" sería una palabra más adecuada.
Kazuha respiraba lentamente. Su mano izquierda instintivamente se dirigió de regreso a su hombro herido. Sin embargo, su mirada se encontraba fija en su contrincante caído.
—Tú fuiste mi primer maestro en el arte de la espada —murmuró despacio. Katsumoto, poco a proco recuperándose de aquella patada, logró virarse a mirarlo levemente—. Tus enseñanzas fueron en efecto la base de mi estilo. Sin embargo, después de separarnos, he tenido varios otros maestros. Mi estilo de combate ya no es más el de los Kaedehara, sino el mío propio; y es éste el que te ha vencido. Así que acepta tu derrota con honor, Katsumoto. Terminemos ya con esto.
El antiguo samurái comenzó a levantarse, e hizo un primer intento de ponerse de pie. Sin embargo, su cuerpo entero se encontraba aún tan afectado que apenas y se alzó unos cuantos centímetros, antes de volver a caer de rodillas al piso. En ese estado no habría forma en que pudiera seguir el combate; incluso si aún tuviera una espada con la cual hacerlo.
—Sólo hay una forma verdaderamente honorable de terminar con esto, y usted lo sabe —masculló Katsumoto con acidez, mirando al muchacho desde abajo—. Haga lo que tiene que hacer. Si le queda aunque sea un poco del orgullo que alguna vez caracterizó a su clan, ¡entrégueme la muerte por combate que merece un verdadero samurái!
Kazuha lo contempló de regreso en silencio, inmutable ante su petición. Soltó entonces un pequeño suspiro, giró su espada un par de veces, y luego la dirigió directo a su funda, introduciéndola en ella de un sólo movimiento continuo.
—No lo haré —le respondió con firmeza—, por qué yo no soy más un samurái; sólo soy un simple vagabundo. Y no mancharé mi espada de sangre si no es necesario.
—¿Si no es necesario? —bufó Katsumoto, casi riendo como si aquello le provocara gracia de alguna forma. Agachó su mirada hacia otro lado, ocultando su rostro de la vista de su vencedor—. Ver en qué se ha convertido simplemente me repugna… Pero no más que verme a mí mismo en este deplorable estado… —Su voz había cambiado de golpe. Ya no se percibía coraje en sus palabras, sino más bien algo parecido a tristeza—. ¡No puedo vivir más con esta deshonra…!
Y ante la sorpresa de Kazuha y todos los demás observadores, Katsumoto se repuso lo suficiente de su malestar para lanzarse hacia donde había caído la mitad superior de su espada, aún clavada en el suelo. Pero todos supieron que no lo hacía con la intención de usar ésta en contra de Kazuha… sino más bien en él mismo.
El samurái tomó la hoja rota fuertemente con su mano derecha, cortándose irremediablemente un poco en sus dedos. Pero esto no le importó, pues de inmediato la jaló hacia él, la punta directo hacia su garganta…
—¡Katsumoto!, ¡no! —exclamó Ayaka alarmada al ver esto, instintivamente dando un paso hacia el frente. Kazuha también se había lanzado hacia él, pero ninguno lograría llegar en la fracción de segundo necesaria para detenerlo.
Ellos no, pero alguien más sí…
De nuevo, un destello morado cubrió el dojo, y en menos de un parpadeo un relámpago cruzó el cuarto entero. Y cuando menos se dieron cuenta, Tomo se había movido de su posición a lado de Thoma y Ayaka, a estar de cuclillas justo a un lado de Katsumoto. Su mano se encontraba aferrada firmemente a la muñeca del samurái caído, deteniéndola de tal forma que la punta de la hoja apenas y había logrado rozarle un poco la piel de su cuello.
—Qué increíble velocidad —exclamó Thoma, boquiabierto.
Katsumoto igualmente se encontraba pasmado por el repentino cambio. Alzó su mirada, casi temeroso hacia el hombre a su lado. Aún pequeños rayos de electricidad morada brotaban de su cuerpo, y algo de humo surgía del suelo y sus pies.
—Yo no soy nadie para decirle a una persona qué hacer o qué no con su vida —masculló Tomo despacio con severidad, volteándolo a ver fijamente—. Pero al menos ten la consideración de hacerlo lejos de los ojos de estos dos chicos, que para bien o mal te siguen teniendo tanto aprecio. Aunque en mi opinión no lo merezcas.
Tomo torció en ese momento la muñeca de Katsumoto hacia un lado, obligándolo a soltar la hoja. Luego la pateó lejos por el suelo para que no se le fuera ocurrir intentar tomarla de nuevo. Sólo hasta entonces lo soltó y se alzó de nuevo. Katsumoto se tomó su muñeca, adolorida por ese movimiento, pero ya no hizo ningún ademán de querer hacer nada más. Sólo se quedó ahí, de rodillas, con la cabeza agachada y totalmente derrotado…
Y no era el único sintiéndose así. Tras ver tal demostración de habilidades de esos cuatro, y encima de todo a su líder y el más fuerte de ellos vencido de esa forma, los otros ronin no sólo ya no tenían deseos de seguir peleando, sino que muchos comenzaron a aproximarse a la puerta, ansiosos por salir corriendo.
—No tan rápido —les advirtió Thoma tajantemente, alzando su lanza encendida en llamas y apuntándolos con ella. Todos se quedaron quietos, temerosos ante tal amenaza—. Hagamos llamar a la Comisión Tenryou para que se encarguen de todos estos delincuentes…
—No —espetó Ayaka de pronto con profunda firmeza, tomando por sorpresa a Thoma—. Les prometí que no los reportaría hasta mañana, y así lo haré.
—Pero, señorita… —murmuró Thoma, perplejo—. Ellos intentaron deliberadamente matarla…
—Lo sé. Pero ese no es motivo para yo no honre mi palabra. Así que por favor, déjalos ir, Thoma.
El amo de llaves se sentía bastante inseguro con dicha orden; presentía que hacer eso se les devolvería tarde o temprano de mala manera. Sin embargo, él en realidad no era nadie para contradecir la palabra su señora, en especial cuando ésta deseaba, como bien había dicho, honrarla pese a todo.
Thoma agitó su lanza hacia un lado, apagando sus llamas, y se giró dándole la espalda a los ronin. Estos no desaprovecharon la oportunidad y comenzaron rápidamente a huir despavoridos por la puerta.
Mientras aquella estampida se suscitaba, Ayaka se aproximó a Katsumoto, parándose firme a su lado. Él la volteó a ver de reojo desde el suelo.
—Váyanse lejos de la Ciudad de Inazuma, Sr. Katsumoto —soltó sin más la Princesa Garza, sonando ciertamente como una orden—. Y le advierto que ésta será la última consideración que tendré por el hombre que alguna vez fue. La próxima vez que nos veamos, ya no habrá más amistad o gentileza entre nosotros.
Katsumoto se alzó lentamente, al parecer ya para esos momentos siendo capaz de mantener mejor el equilibrio.
—Eso se lo puedo asegurar, Srta. Kamisato —le respondió el ronin con sequedad, apenas mirándola un poco. Luego comenzó a caminar hacia la puerta lentamente. Su enorme figura se perdió del otro lado del arco de la puerta, desapareciendo poco después de sus vistas junto con todos los demás.
Una vez que se fueron, Ayaka dejó salir su cansancio en la forma de un largo suspiro. Mantener la serenidad constantemente era agotador; incluso para la Princesa Garza.
Recorrió su mirada lentamente por el recinto. Los rincones oscuros y polvorientos se encontraban en efecto vacíos. Los que alguna vez usaron ese lugar como refugio, habían huido, dejando detrás todo ese botín que habían arrebatado a los viajeros.
Pero no era aquello lo que ocupaba la mente de Ayaka de momento. Y al virar su mirada hacia un costado, logró captar la persona que era en realidad el objeto de sus principales pensamientos.
Kazuha se había apartado unos pasos, y estaba en esos momentos de pie más al fondo del dojo. Estaba frente al punto en el que un tiempo atrás estuvo el altar, y las tablillas con los nombres de los maestros y alumnos; ahora no quedaba nada, sólo una simple pared vacía y derruida como todo lo demás.
Casi sin proponérselo, Ayaka comenzó a avanzar cautelosa hacia él. Thoma observó esto con cierta preocupación, e instintivamente quiso detenerla. Sin embargo, alguien más lo detuvo a él primero.
—Hey, dales sólo un minuto —le murmuró Tomo despacio, mientras lo tomaba de un brazo.
—¿Y tú quién eres exactamente…? —le respondió Thoma, mirándolo con desconfianza. El samurái errante sólo le respondió con una pequeña risilla despreocupada.
Ayaka siguió avanzando hasta pararse unos metros detrás del antiguo señor de esa propiedad en ruinas.
—Kazuha… —murmuró despacio, pero lo suficientemente fuerte para que él la escuchara.
El muchacho se sobresaltó un poco y se viró a verla lentamente.
—Ayaka —susurró su nombre en voz baja, y luego se volteó de nuevo hacia otro lado, avergonzado—. Yo… lamento si acaso terminaste involucrándote en esto por mi culpa. Te prometo que no…
Al alzar de nuevo su mirada hacia ella, Kazuha se quedó de nuevo sin palabras. Esperaba que lo estuviera viendo molesta, decepcionada, o quizás triste. Pero nada de eso era lo que se reflejaba en su rostro, alumbrado hermosamente por un rayo de luz de luna que se filtraba por un agujero en el techo sobre ellos. No, ella en realidad le sonreía dulcemente. Y en sus profundos ojos azules no se reflejaba enojo alguno al verlo, sino una profunda y genuina… alegría.
—Bienvenido de vuelta, Kazuha…
Notas del Autor:
Un capítulo un poco más largo de lo normal, ¡por qué se lo merecen! Muchas gracias por el apoyo que le han dado a esta historia hasta ahora, y gracias por la paciencia y confianza que me han tenido hasta llegar a este momento. En verdad todos han sido mi mayor inspiración para poder continuarla con tanta frecuencia. Y como dije antes, esto apenas comienza. Podríamos decir que con este asunto de Katsumoto y su banda fue como un pequeño primer arco, pero aún hay mucho más que contar. Así que bueno, de entrada en el siguiente capítulo tendremos el último flashback que les prometí hace dos capítulos, y un poco de cierre para la escena ahí en la Hacienda Kaedehara. ¿Y luego? Tendrán que leerlo para saberlo…
