Capítulo 16.
Ocho años después

Hace 8 años…

Thoma se mantuvo completamente callado mientras encaminaba a Ayaka al despacho de Ayato. La niña de diez años intentaba por todos sus medios mantenerse calmada, pero toda esa situación le resultaba demasiado irregular. Thoma no solía comportarse de esa forma tan seria con ella, y la última vez había sido… el día en que su madre falleció. Y ese recuerdo no hacía más que ponerla aún más ansiosa…

Al llegar a su destino, Ayaka se sorprendió un poco al ver las puertas del despacho abiertas, y aún más cuando al asomarse al interior vio que había bastantes personas dentro. En específico notó las espaldas de tres hombres sentados delante de la mesa de trabajo de su hermano, con túnicas negras. A Ayaka le pareció que eran los viejos consejeros de Ayato, los que en algún momento fueron también los de su padre. Pero además de ellos, había al menos cinco o seis de los guardias de la Comisión Yashiro, rodeando la mesa y a los tres hombres, teniendo además sus lanzas en mano. Aquello era casi una repetición de lo ocurrido en el patio hace unos momentos con Kazuha.

—Mi señor… —escuchó a uno de los consejeros pronunciar, su voz casi temblándole—. Le garantizo que todo lo que hemos hecho y aconsejado ha sido siempre por el bien del clan Kamisato…

—Yo así lo quise creer, y una parte de mí aún quiere hacerlo —le respondió la voz de Ayato desde el fondo del cuarto. Ayaka percibió en sus palabras una seriedad aún mayor a la que ella estaba acostumbrada a escuchar en él; incluso parecía… enojado—. Fueron los consejeros de mi padre, después de todo. No harían nada para perjudicarme, ¿cierto?

—¡Por supuesto que no! —respondió otro de los consejeros, sonando aún más nervioso que el anterior.

Antes de que Ayaka sintiera la iniciativa de avanzar, Thoma colocó una mano sobre su hombro, sosteniéndola.

—Aguardemos un poco —murmuró el sirviente despacio, y con cuidado la guio para que ambos se pararan a un lado de la puerta; lo suficientemente alejados para no ser parte de esa tensa conversación, pero sí lo suficientemente cerca para ser espectadores silenciosos.

Ayato se paró en ese momento, sobresaliendo por encima de las cabezas de los consejeros aún de rodillas en el suelo. En aquel momento ya había cumplido los diecisiete años; se había vuelto bastante alto desde la perspectiva de Ayaka, y su presencia incluso más imponente de lo que ya era. Aunque su rostro en general parecía tranquilo como siempre, en ese momento no sonreía como siempre solía hacerlo. Y algo en su mirada era diferente; Ayaka lo percibió con tan sólo verlo.

—Y aun así fueron ustedes lo que insistieron en este asunto, y me convencieron de que era lo mejor para mí y para mi hermana —declaró Ayato con sequedad, contemplando a los tres hombres delante de él—. O deliberadamente omitieron lo que no querían que supiera, o eran totalmente ignorantes de todo esto. Cualquiera de las dos que haya sido, demuestra que no puedo confiar más en ninguno de ustedes….

Aquella declaración final hizo que los tres hombres se sobresaltaran por igual, alarmados. Uno de ellos intentó decir algo para defenderse, pero Ayato lo interrumpió antes de que pudiera siquiera comenzar.

—El Clan Kamisato agradece todos sus años de servicio, caballeros —pronunció rápidamente, tomando asiento de nuevo y comenzando, al parecer, a firmar tres documentos que estaban sobre su escritorio—. Es momento de que los tres se retiren, con una pequeña pensión como gratitud por todo el apoyo que le dieron a mi padre en vida, y a mí durante este par de años.

Mientras hablaba, terminó de firmar los tres documentos y enrollarlos. Le pasó luego estos al guardia que tenía más cerca, y éste se encargó de tomarlos y pasárselos a los tres hombres en el suelo. Estos no tuvieron más remedio que aceptarlos.

—Disfruten su retiro —pronunció Ayato sin mirarlos, virándose hacia otro lado—. Escolten a los señores fuera de la Hacienda, por favor.

Tres guardias rápidamente rompieron la formación y se pararon uno detrás de cada consejero. Estos los voltearon a ver hacia atrás, claramente nerviosos. En sus miradas duras pudieron percibir que si no iban con ellos por las buenas, los sacarían por las malas.

Los consejeros, o al parecer ex consejeros para ese momento, se pusieron de pie y comenzaron a andar hacia la puerta, cada uno seguido de cerca por uno de los guardias. Antes de salir, sin embargo, uno de los hombres ancianos se viró de golpe de regreso a Ayato, y comenzó a gritarle repentinamente con fuerza:

—¡Te arrepentirás de esto, mocoso impertinente!

Ayaka saltó asustada por el súbito grito. Thoma rápidamente la tomó de los hombros y la hizo retroceder un poco, alejándola del hombre iracundo.

—Kato, guarda silencio… —le murmuró despacio otro de los hombres de túnica negra, pero a éste al parecer no le importó.

—Te crees muy listo y hábil, pero no sabes nada. Sin nosotros para limpiar tus desastres, llevarás este clan a la ruina. ¡¿Me oíste?!

Uno de los guardias lo tomó rápidamente de los brazos, y sin medirse en su brusquedad comenzó a jalarlo hacia afuera del cuarto junto con los otros dos. El hombre siguió soltando algunas cosas más, incluso estando ya en el pasillo. Ayato, sin embargo, ni siquiera se molestó en mirarlo.

—Thoma, Ayaka —pronunció de pronto el Comisionado Yashiro, una vez que al parecer las cosas estuvieron más calmadas—. Acérquense, por favor.

Ambos obedecieron la indicación, avanzando con cautela. Thoma se sentó a un lado, cerca de la diestra de Ayato. Ayaka, por su parte, tomó asiento delante de la mesa de su hermano, justo en donde aquellos tres hombres habían estado sentados hasta hace un rato. Sintió en ese momento que quizás sería su turno de recibir algún tipo de regaño similar al que había presenciado, y eso la puso tan nerviosa que sintió que su cuerpo le temblaba un poco.

—Déjenos solos, por favor —le indicó el mayor de los Kamisato a los guardias que aún quedaban en el cuarto. Estos respondieron con una simple reverencia hacia él, y de inmediato salieron del cuarto uno detrás del otro, cerrando el último las puertas luego de salir. Sólo quedaron en el despacho Ayato, Thoma y la pequeña Ayaka—. ¿Kaedehara Kazuha ya está fuera de la Hacienda? —cuestionó el comisionado, mirando ligeramente hacia Thoma.

—Sí, mi señor —respondió el sirviente, inclinando un poco su cabeza—. Los guardias además ya tienen la instrucción de no permitirle el acceso, ni a él ni a ningún otro miembro del clan Kaedehara.

—¿Qué? —exclamó Ayaka abruptamente al oír eso, claramente perdiendo un poco la compostura—. ¿De qué están hablando? Hermano, ¿qué ocurre?

Ayato soltó un pesado suspiro, y llevó sus dedos a sus cansados ojos, tallándolos levemente con sus yemas cubiertas con sus guantes negros.

—Ayaka —murmuró despacio, alzando al fin su mirada hacia ella. Para el consuelo de la joven Kamisato, su expresión se había suavizado un poco. Aún no sonreía, pero el enojo alimentado por aquellos tres hombres al parecer se había mitigado lo suficiente—. Has demostrado con creces ser una chica inteligente y perspicaz; quizás más de lo que deberías para tu edad. Así que no me andaré con rodeos y seré directo contigo.

Hizo una pequeña pausa reflexiva, y luego soltó sin más:

—He decidido romper tu compromiso con Kaedehara Kazuha. Adicionalmente, el clan Kamisato ha roto cualquier relación con el clan Kaedehara. A partir de hoy, ya no son uno de nuestros clanes vasallos, y ninguno de sus miembros o sirvientes tiene permitido el contacto contigo.

Ayaka se sobresaltó visiblemente con la primera frase, pero durante el resto de aquella rápida explicación se quedó totalmente petrificada en su sitio, con sus ojos bien abiertos y sus labios ligeramente separados en una expresión de pasmo total.

Una vez que Ayato dijo todo aquello, la niña balbuceó un poco, aun claramente aturdida, hasta que fue capaz de darle forma aunque fuera a un par de palabras:

—¿Qué…? No… no entiendo… ¿Por qué? ¿Qué ocurrió…?

—Que nos engañaron, Ayaka; a todos —exclamó Ayato con cauteloso ahínco—. Los Kaedehara están en la ruina; lo han estado prácticamente desde hace un tiempo ya. El difunto Kaedehara Kazutaka, el padre de Kazuha, se metió en varios negocios riesgosos, además de participar y perder varias apuestas de gran tamaño, dejando a su familia entera con una enorme deuda. El comprometer a Kazuha contigo era su último intento de salvar la fortuna de su familia, ocultándonos deliberadamente la situación real. Y si sólo se hubiera tratado de eso, quizás podríamos haberlo solucionado de alguna forma. Pero en este par de años desde que el compromiso se hizo público, Kaedehara Naruhito ha estado utilizando el nombre de los Kamisato y dicho compromiso como garantía para obtener más préstamos inmensurables, y así mantener su estilo de vida y las apariencias. Y encima de todo, se ha descubierto recientemente su implicación en una red de contrabando, y varios otros negocios nada legales que incluso ya la Comisión Tenryou y la Comisión Kanjou se encuentran investigando. De hecho, esta mañana fueron justamente para aprehenderlo e interrogarlo, pero al parecer ha huido sin dejar rastro alguno, llevándose todo el dinero que pudo reunir en este tiempo con él…

Ayaka escuchaba lo que su hermano decía, y lo comprendía todo (o casi todo). Pero de una forma extraña, sólo la mitad de su cerebro parecía estar ahí en esa conversación, pues la otra sólo captada ruido sin forma, como el constante zumbido de una cigarra.

Estaba atónita, confundida, y hasta un poco asustada por todo lo que escuchaba.

¿La familia de Kazuha estaba en quiebra?

¿Todo fue un truco para obtener dinero?

¿Los habían utilizado?

¿El tío de Kazuha era un criminal?

¿Era todo eso real…?

Cuando logró reaccionar de nuevo, Ayato se había puesto de pie y caminado hacia un costado del cuarto. En esos momentos le daba la espalda, pero continuaba hablando.

—…en un par de días máximo, esto se sabrá en toda Inazuma, y nuestro nombre estará irremediablemente vinculado al escándalo. Por eso necesitamos movernos lo antes posible, cortando de tajo nuestra relación con el clan Kaedehara, y condenar públicamente las aberrantes acciones de Naruhito. Y dejar bastante claro que no tenemos relación alguna, ni con sus préstamos, y mucho menos con sus crímenes. No podremos esquivar por completo el golpe, pero sí mitigarlo.

Se giró en ese momento hacia ella y se le aproximó con cuidado, hasta sentarse justo enfrente.

—Ayaka —le murmuró despacio, su voz tornándose un poco más suave—. Es muy importante que tú también comprendas bien la situación en la que nos encontramos. Nuestra familia pasó por un mal tiempo en torno a la muerte de nuestro padre, del cual aún nos seguimos recuperando. Por ello no podemos darnos el lujo de recibir un golpe como éste. Si queremos salir adelante, tenemos que hacerlo juntos. ¿Me has entendido?

Los labios temblorosos de Ayaka se separaron apenas un poco, dispuestos a dar una respuesta simple y rápida. Una de esas por defecto que se esperaba siempre de ella…

"Sí, hermano."

"Cómo tú órdenes, hermano."

"Puedes contar conmigo."

Pero la incertidumbre más grande que le oprimía el pecho se sobrepuso apenas un poco para hacer la verdadera pregunta que la invadía:

—¿Qué… pasará con Kazuha?

—Me temo que no hay forma de que el clan Kaedehara salga bien librado de esto —respondió Ayato con seriedad, aunque notándosele igualmente algo de desdén—. Clanes más grandes y estables han caído por cosas menores a ésta. Y con su padre fallecido y su tío en fuga, toda la responsabilidad caerá sobre Kazuha como el nuevo líder. Dependerá de él pelear por salir adelante, si es que hay algo aún que salvar.

Los dedos de Ayaka se apretaron con fuerza a la tela de su kimono, y fue quizás el único gesto que se permitió exteriorizar de la angustia que la asaltó al escuchar eso.

—¿No… hay nada que podamos hacer nosotros para ayudarlo? —preguntó Ayaka despacio, su voz a nada de quebrarse.

—No sin perjudicar a nuestra familia en el proceso —respondió Ayato, tajante—. Lo mejor, o más bien lo único que podemos hacer, es deslindarnos por completo de este asunto. Y aunque no fuera así, esa familia nos engañó, Ayaka. Abusaron de nuestra confianza, y no les importó perjudicarnos con tal de obtener su ganancia. Nos traicionaron; no les debemos nada.

—Kazuha… él… no hay forma de que hubiera sido parte de eso. Quiero hablar con él, preguntarle…

—Por supuesto que no —espetó Ayato con dureza—. ¿No lo has entendido aún? No puedes volver a tener ningún contacto con él ni con nadie de su clan; ninguno.

—¿Quieres decir que no… podré volver a ver a Kazuha… nunca más…?

—Hasta el más mínimo acercamiento en estos momentos podría abrir la puerta a los rumores y las habladurías. Estamos en un punto muy delicado, y necesito por completo de tu cooperación.

Ayato extendió en ese momento sus manos, tomando firmemente las de su hermana entre ellas. Y mirándola fijamente a los ojos, le susurró:

—Sé que todo esto es difícil, pero tienes que confiar en mí. ¿Puedo yo confiar en ti?

Ayaka lo contempló en silencio, su rostro aún congelado en la misma expresión de confusión absoluta. Poco a poco agachó la mirada, intentando escapar de los intensos ojos de su hermano mayor. Y cuando sintió que podría hablar sin que su voz se rompiera, pronunció justo lo que se esperaba de ella:

—Claro que sí, hermano… Seré buena y obediente…

«Como siempre lo he sido» pensó justo después, siendo incapaz pronunciarlo en voz alta.

Jaló entonces sus manos hacia atrás, soltándose de las de Ayato, y se puso lentamente de pie. El fleco de su cabello le cubría los ojos.

—¿Puedo retirarme? —murmuró despacio.

—Adelante —asintió Ayato—. Pero por los siguientes días, lo mejor será que no dejes la Hacienda. Al menos hasta que las cosas se calmen un poco.

—Lo entiendo… Gracias, hermano.

Y tras ofrecer una rápida reverencia, se dio media vuelta y comenzó a caminar apresurada a la puerta.

—Srta. Ayaka… —murmuró Thoma con clara preocupación. Intentó ponerse de pie para seguirla, pero Ayaka se apresuró a salir antes de eso y cerrar la puerta detrás de ella.

—Estará bien —comentó Ayato de pronto, como si leyera en los ojos de Thoma su preocupación—. Ayaka es una chica muy fuerte.

Thoma soltó un pequeño quejido de inconformidad.

—Sólo tiene diez años, y en unos cuantos minutos acaba de perder a su único amigo… y a su futuro esposo.

—Tú lo has dicho: sólo tiene diez años —concluyó Ayato, intentando mostrar tranquilidad—. Se le pasará…


Ayaka pensaba irse directo a su cuarto, pero sus pies la llevaron de regreso al patio principal, y a la misma roca en la que sólo unos minutos atrás había estado intentando junto con Kazuha hacer que dos escaradiablos pelearan, sin éxito. Se sentó con cuidado en aquella roca, y alzó su mirada contemplando en silencio los árboles sobre ella. La época de cerezos había terminado; el verano estaba a la vuelta de la esquina.

Tantos recuerdos se habían construido en ese sitio en el paso de dos años.

Ese fue el mismo patio en donde Kazuha y ella se conocieron por primera vez.

También en donde se dieron su primer beso.

Y fue justo sobre esa roca en donde Kazuha le permitió llorar en serio, cuando su madre murió…

Las palabras que su amigo le había dicho aquel día retumbaban claramente en su mente, así como la sensación cálida y segura que le había transmitido su sincero abrazo. No le pareció extraño recordar aquel día, pues de hecho se estaba sintiendo muy parecido a aquel entonces. Tenía toda esa congoja y todo ese dolor acumulado en su pecho, pidiendo a gritos salir. Y, sin embargo, no era capaz de hacerlo. Porqué debía ser buena y obediente. Debía apoyar a su hermano y proteger a su familia.

Debía ser fuerte…

"Puedes ser fuerte con todos los demás. Pero no tienes que serlo aquí; no tienes que fingir conmigo…"

Si Kazuha estuviera ahí y le dijera esas mismas palabras… y si la rodeara con sus brazos como lo había hecho aquel día… quizás sería de nuevo capaz de sacar todo ese dolor del pecho, y así poder volver a respirar. Pero lo más que se permitió fueron un par de lágrimas que se escaparon de sus ojos y le recorrieron lentamente sus rosadas mejillas…

Con Kazuha ella podía darse el lujo de no ser fuerte. Podía ser libre, ser ella misma. Por unos instantes ser sólo una niña de diez años jugando con un amigo, y no la hija menor del ilustre clan Kamisato.

Pero Kazuha ya no estaba ahí, y ya no lo estaría. Después de esa tarde, ya no lo volvería a ver…


Tiempo presente…

Hasta esa noche, ocho años después, en donde sus caminos se volvieron a cruzar… al igual que sus espadas. Y estando de nuevo uno delante del otro, y justo en ese dojo que en algún momento fue un sitio importante para ambos, se sentía como si el tiempo no hubiera pasado. Pero, al mismo tiempo, los cambios en ambos eran imposibles de ignorar, al igual que los de todo ese espacio abandonado que los rodeaba.

Ayaka avanzó con cautela en dirección a Kazuha. Éste se quedó quieto en su sitio, aguardando. La joven Kamisato se detuvo a unos cuantos pasos de él, y a esa distancia fue evidente para ella un cambio más del paso del tiempo.

Cuando eran niños, ambos eran prácticamente de la misma estatura, excepto los últimos meses en los cuales Ayaka se había dado un pequeño estirón y lo había arrevesado por unos cuantos centímetros. Pero ahora la situación parecía haberse volteado, y era él el que la sobrepasaba; no por mucho, pero sí lo suficiente para ser evidente.

—Creciste —murmuró la joven peliazul, con una pequeña sonrisa divertida en los labios.

Kazuha se extrañó un poco por ese comentario tan repentino.

—Tú también —le respondió de pronto, sintiéndose casi de inmediato un poco tonto por el comentario. Como fuera Ayaka no pudo evitar reír sólo un poco ante ello; eso inevitablemente hizo que Kazuha igualmente sonriera.

La estatura no era lo único que había cambiado en él, y mientras más lo miraba Ayaka más se daba cuenta de ello. Sí, seguía siendo su amigo; sus facciones, su cabello, y en especial esos ojos eran justo como los recordaba. Pero claramente ya no era ni de cerca un niño. Sus hombros se habían vueltos más anchos, su rostro más afilado, su mirada más intensa. Y la forma tan espectacular en la que había peleado hace unos momentos…

Ayaka sintió que sus mejillas se calentaban un poco, y su corazón se aceleraba sin que pudiera evitarlo. Se avergonzó un poco al darse cuenta de ello, e instintivamente se viró hacia otro lado, y respiró lentamente por su nariz, intentando tranquilizarse. Luego carraspeó un poco para aclarar su garganta, y entonces se sintió lista para mirarlo de nuevo; esta vez con algo más de serenidad.

—Tú eras a quién vi ayer, ¿cierto? —preguntó rápidamente con voz clara.

Eso de nuevo tomó por sorpresa a Kazuha, aunque por diferentes motivos.

—Sí… —respondió el joven Kaedehara, agachando la mirada un poco avergonzado—. Estaba entre la multitud, y te vi ayudar a aquel hombre con la visión Pyro.

—¿Me viste?, ¿y decidiste huir de mí? —inquirió Ayaka, arrugando un poco entrecejo, intrigada—. ¿Por qué…?

Kazuha suspiró con pesadez, y se volteó rápidamente hacia otro lado.

—Yo… —murmuró despacio, e instintivamente quiso alzar su mano derecha para colocarla detrás de su cabeza. Al hacerlo, sin embargo, un dolor punzante en su hombro lo paralizó, y lo hizo por reflejó aferrar su otra mano contra éste.

Ayaka se sobresaltó al notar esto, y fijó su mirada también en su hombro. Parte de sus ropas se habían teñido de rojo, y la imagen del ataque de Katsumoto que lo había alcanzado se le vino de inmediato a la mente.

—Tu herida —murmuró Ayaka consternada y rápidamente cortó la distancia que los separaba para aproximarse a la diestra del muchacho.

—No… no es nada —intentó explicarle Kazuha, procurando reflejar calma en su tono—. No te preocupes.

—No digas eso —le respondió Ayaka, sonando casi como un regaño.

Tomó entonces con cuidado la mano izquierda de Kazuha, y muy delicadamente hizo que la retirara. Él, instintivamente, no opuso ninguna resistencia. Ayaka aproximó su rostro a la herida para verla de más cerca. Apartó como pudo los pliegues de ropa para ver mejor. La línea casi perfecta que pasaba por su piel se volvió visible para ella. A simple vista no parecía muy profunda, pero seguía sangrando. Y, lo más importante, sin el tratamiento adecuado podría infectarse.

Retrocedió entonces un paso, y tomó una de las mangas largas de su kimono azul, rasgándolo de un sólo tirón.

—No arruines tu kimono por esta pequeñez —exclamó Kazuha, alarmado al ver lo que hacía.

—Es sólo ropa —respondió Ayaka con indiferencia, volviéndolo a rasgar para así obtener una tira lo suficientemente larga.

Thoma, que observaba todo eso desde la distancia, sabía muy bien que no era precisamente "sólo ropa" para ella. La Srta. Ayaka siempre era muy cuidadosa y delicada con sus prendas, entendiendo de sobra el gusto y el placer de un atuendo hecho con las más finas y hermosas sedas, y con el más exquisito grabado. Pero claro, siempre había otras prioridades en su lista antes de ello; y, evidentemente, vendar la herida de un viejo amigo era una de ellas.

Con su vendaje improvisado, se aproximó de nuevo a Kazuha y comenzó a rodear su hombro con éste, cubriendo la herida y luego apretándola con un poco de fuerza. Kazuha soltó apenas un pequeño quejido de molestia, pero nada más. Al parecer resistía bien el dolor.

—Estará bien así por ahora —indicó Ayaka, un tanto más tranquila. Aunque al alzar su mirada en dirección a Kazuha en ese momento, se dio cuenta que por su cercanía sus rostros estaban de hecho bastante más cerca de lo que se había dado cuenta en un inicio. E igualmente, Kazuha se volvió consciente de ello.

Ayaka instintivamente retrocedió dos pasos para hacer distancia entre ambos, y volvió a desviar su rostro sonrojado hacia otro lado para ocultarlo. La diferencia fue que en esta ocasión, Kazuha había hecho exactamente lo mismo.

—Pero… necesita un tratamiento más completo —masculló Ayaka despacio, sus dedos jugaban nerviosos con uno de sus mechones de cabello—. Ven conmigo a la ciudad y me encargaré de curarte.

—No quiero causarte más molestias de las que ya te causé —respondió Kazuha con voz templada—. Además… no es seguro para mí seguir acercándome tanto a la ciudad.

—¿Lo dices acaso por tu visión? —inquirió Ayaka con curiosidad. Kazuha no respondió, pero ella dedujo de inmediato que debía tratarse de eso—. Descuida, el clan Kamisato tiene un sitio seguro en Inazuma donde podremos descansar y curar tu herida. Nadie puede entrar ahí sin nuestra autorización; ni siquiera la Comisión Tenryou.

—Eres de la Comisión Yashiro, y una Kamisato —señaló el joven vagabundo, un tanto renuente—. No puedes darte el lujo de refugiar a dos prófugos del Decreto de Captura de Visiones…

—Kazuha —intervino de golpe y en alto la voz de Tomo, que hasta ese punto había sido un espectador silencioso de su conversación, pero evidentemente ya no más. Ahora incluso se aproximaba con paso decidido hacia su amigo—. Cuando una dama te está ofreciendo su ayuda incondicionalmente, es bastante descortés de tu parte obligarla a suplicarte. Esperaría que un ex noble como tú lo tuviera claro.

—Yo no estaba haciendo tal cosa… —respondió Kazuha con tono defensivo.

Tomo, sin embargo, lo ignoró y se paró justo al lado de él, rodeando su cuello con un brazo y apretándolo un poco; quizás para evitar que siguiera hablando.

—Lo que el buen Kazuha intenta decir es que le encantaría aceptar su gentileza, Srta. Kamisato —comentó el samurái errante, inclinando un poco su cuerpo al frente en la forma de una pequeña reverencia—. A propósito, no nos han presentado formalmente. Mis amigos me llaman Tomo, y cualquier amiga de Kazuha es mi amiga.

—Oh —exclamo Ayaka despacio, devolviéndole un tanto vacilante su reverencia—. Es un placer, Sr. Tomo…

«Pero, ¿eso significa que no se llama así?» pensó la Princesa Garza al mismo tiempo. Por su manera tan curiosa de presentarse, parecía que intentaba ocultar su nombre, y no de una manera muy disimulada.

—Sólo Tomo está bien —añadió sonriente el samurái. Y justo en ese momento la pequeña cabecita de la gatita en el interior de su kimono se asomó, soltando un pequeño maullido al aire—. Ah, casi lo olvido. Y ella es la Srta. Tama.

—También es un placer, Tama —murmuró Ayaka sonriente, ofreciéndole también una reverencia a la gatita. Ésta únicamente se le quedó viendo con sus ojos grandes bien abiertos.

—Entonces, chicos —espetó Tomo, encaminándose con bastante seguridad hacia la puerta del dojo—. ¿Nos vamos de este sitio tan deprimente?

Kazuha suspiró con cansancio, pero también con alivio una vez que Tomo lo soltó. Y en vista de que ya no tenía voz en lo que tenía que pasar, sólo le quedaba una cosa por hacer.

—Gracias… Ayaka… —murmuró despacio, ofreciéndole una reverencia más clara y profunda que la de Tomo.

—No me agradezcas todavía —respondió ella a su vez, sonriendo nerviosa.

Por supuesto, Ayaka quería por encima de todo curarle su herida y asegurarse de que estaba bien. Pero, al mismo tiempo, ella sabía muy bien que tenía otras intenciones, quizás un poco más… egoístas. Después de todo, toda esa búsqueda la había hecho especialmente para poder hablar con él… y obtener algunas respuestas.

—Srta. Ayaka —le llamó en ese momento Thoma desde más atrás. Ayaka y Kazuha se viraron hacia él al miso tiempo. En su mirada se notaba inquietud; por muchas cosas, pero en esos momentos por una en concreto—. ¿Qué hacemos con él?

Thoma se viró en ese momento hacia un lado. Y en el suelo, a unos metros de su pie, se encontraba Ouji. Seguía inconsciente, y su espada yacía a su lado.

Notas del Autor:

Como lo prometí, éste será el último flashback que veremos, al menos en un buen tiempo. Desde ahora nos enfocaremos en el presente, y en este reencuentro entre nuestros protagonistas. Pero era importante poner este flashback para dejar un poco más claro cuál es la opinión y la postura actual de Ayato con respecto a lo ocurrido hace años, así como esto llegó a afectar a Ayaka en su momento. Ambas cosas en el pasado se reflejan en las conductas de ambos en el presente. Sé que en base a la nueva información de Ayato que ha surgido esto puede contradecirse, pero les recuerdo que esta historia fue concebida mucho antes de la salida de la versión 2.6, pero aun así intentaré irme ajustando lo más que pueda.

Pero bueno, también quiero avisar que en el capítulo siguiente pasaremos temporalmente a otro tema; aún relacionado a todo esto, obviamente, pero… otro tema. Ya lo verán. Y aunque tal vez lo sientan relleno, les aseguro que todo es para preparar lo que vendrá después, así que ténganme fe; ¿cuándo les he fallado hasta ahora?