Capítulo 18.
Tienes el derecho de hacerlo
Justo como lo acordaron, los cuatro partieron juntos de la Hacienda Kaedehara rumbo a la Ciudad de Inazuma. Para esos momentos ya no había rastro alguno de Katsumoto y sus hombres en los alrededores; casi como si nunca hubieran estado ahí en primer lugar.
Ayaka y Thoma caminaban al frente de Kazuha y Tomo, guiando el camino y el paso. Además de eso, el leal amo de llaves del Clan Kamisato tuvo también la responsabilidad de cargar en su espalda al aún inconsciente Ouji.
—Lamento seguir causándote tantas molestias, Thoma —le murmuró Ayaka a su lado, notablemente apenada.
—Descuide, señorita —le respondió Thoma, esbozando una de sus usuales sonrisas afables—. No podíamos dejarlo ahí solo después de que se arriesgó tanto para llevarnos. Creo que es lo menos que le debemos. Además, el viaje no será muy largo, y por suerte no pesa mucho.
Ayaka asintió, más aliviada que nunca por contar con la ayuda incondicional de su leal sirviente y amigo. Estaba muy dolida también por lo que le había pasado a Ouji. Esperaba poder de alguna forma compensarle esta horrible experiencia en cuanto despertara.
Aunque claro, siendo honesta consigo misma, había otro tema ocupando su mente por encima de la situación del espadachín Ouji. Y las frecuentes veces en las que la Princesa Garza volteaba sutilmente a mirar sobre su hombro al chico de cabellos claros que caminaba detrás de ella, lo dejaba bastante en evidencia. Eso, y que cada vez que el muchacho parecía estar a punto de darse cuenta de que lo miraba, Ayaka se viraba de nuevo al frente, disimulando, aunque con su rostro visiblemente sonrosado.
—Debe sentirse complacida de haberse reencontrado con el joven Kaedehara justo como quería, ¿cierto? —comentó Thoma de pronto, destanteando un poco a Ayaka por lo repentino del comentario. ¿Sus pensamientos se habían dibujado tan claros en su rostro?
—Sí, por supuesto… —murmuró Ayaka despacio, esbozando una pequeña sonrisa nerviosa. No logró evitar al mismo tiempo mirar de nuevo a la persona en cuestión detrás de ella—. Es sorprendente que justo nos hayamos cruzado con él en ese sitio, ¿cierto? Fue una gran coincidencia.
—No pienso que algo de lo ocurrido en ese dojo haya sido precisamente una coincidencia —masculló Thoma despacio, como un sutil pensamiento al aire.
Ayaka se sintió un poco desconcertada por sus palabras.
—¿A qué te refieres?
—No sé —respondió el sirviente, riendo un poco—. Quizás fue voluntad de los Arcontes, aunque muy seguramente no de nuestra Shogun. Pero mejor no me haga caso; en realidad no sé lo que digo.
«Voluntad de los Arcontes» repitió Ayaka en su cabeza. A veces se preguntaba qué tanto realmente los Dioses intervenían en ese tipo de cosas. Conforme iba creciendo, más llegaba a la conclusión de que no tanto como la mayoría de las personas creía.
—¿Y qué piensa hacer ahora que lo encontró? —inquirió Thoma con curiosidad.
—Primero llevarlos a la casa de té y curar la herida de Kazuha, como lo prometí —respondió Ayaka sin mucha vacilación—. Y luego…
Guardó silencio, sin darle un término a dicha frase. No estaba segura de qué ocurriría después. Quizás para variar se daría la libertad de poder decidirlo en el momento.
Por su parte, desde su posición unos pasos detrás, Kazuha intentaba aparentar que no se daba cuenta de las frecuentes miradas de Ayaka hacia él. Eso lo tenía un poco inquieto. Y no precisamente por las miradas en sí, sino por lo que podría estar pasando por la mente de la joven Kamisato en esos momentos. No desconfiaba de su vieja amiga en el sentido de sentir que caminaba a alguna trampa (aunque siendo objetivo quizás debería, pues no la había visto en ocho años). Pero ambos tenían claro que había temas pendientes entre ellos que muy seguramente tendrían que ser resueltos más pronto de lo que cualquiera esperaba.
Su incertidumbre, por supuesto, no pasó desapercibida por su compañero de viaje andando a su lado.
—¿Por qué tan cabizbajo? —preguntó Tomo despacio, inclinando su cabeza un poco hacia él para poder hablarle de forma más discreta—. ¿No te alegra reunirte con tu amiga de la infancia luego de tanto tiempo?
—Sabes que si esto pasó es solamente porque no hubo otra alternativa —le respondió Kazuha con seriedad—. Pero como te dije anoche, hubiera preferido que esto no ocurriera… No aún, y en especial con lo que vinimos a hacer aquí.
—Ya, ya —masculló Tomo, bastante calmado pese a todo—. Sé que te daba algo de miedo tener que encararla, pero a mí no me parece que esté molesta contigo. De hecho, creo que está bastante feliz de verte, ¿no crees?
Kazuha no respondió nada. Su mirada se encontraba fija en la joven espadachín delante de él, y en especial en su larga cola azulada meciéndose con cada uno de sus pasos. Sí, parecía feliz en efecto… Pero eso no significaba que no estuviera también molesta.
—Oye, no irás a intentar huir o algo así, ¿verdad? —le cuestionó Tomo; un poco como broma, un poco como regaño.
—Por supuesto que no —respondió tajante el espadachín Kaedehara—. Aceptaré completamente todo lo que ella tenga que decirme.
—Como todo un caballero, ¿eh? —masculló Tomo con una sonrisa pícara.
Kazuha de nuevo no respondió, y sólo desvió su mirada hacia otro lado.
No tardaron mucho en llegar a la ciudad. Para esas horas, las calles se encontraban ya casi completamente desiertas. Aún había algunos pocos transeúntes, algunos al parecer ya pasados de copas, y grupos de guardias Tenryou vigilando que todo estuviera tranquilo. Estos últimos pusieron un tanto más nervioso a Kazuha. Sin embargo, la oportuna intervención de Ayaka los libraba de cualquier problema.
—Buenas noches, señores —saludó la Princesa Garza a uno de sus grupos de guardias, con una amplia sonrisa despreocupada en sus labios.
—Buenas noches, Srta. Kamisato —murmuró uno de ellos, mientras miraba con curiosidad a los dos hombres de capas y kasas, y en especial al hombre desmayado en la espalda de Thoma—. ¿Todo está bien?
—Perfectamente —respondió Ayaka sin vacilación alguna—. Mis amigos y yo estamos llevando a este pobre hombre a casa. Al parecer bebió un poco de más.
—¿Quiere que la ayudemos?
—No hace falta, gracias. Como representantes de la Comisión Yashiro, tenemos ya todo bajo control. Pasen buena noche.
Y dada aquella explicación, comenzó a andar de nuevo, haciendo que todos los demás reanudaran a la vez su paso.
—Igualmente, Srta. Kamisato —le respondió otro de los guardias, y mientras Ayaka se alejaba, todos la despidieron con una reverencia.
Kazuha notó que uno de ellos los miraba de reojo específicamente a Tomo y él, con ligera desconfianza en su mirada. Una reacción bastante válida, considerando que sin lugar a duda debían verse bastante sospechosos. Pero por supuesto, las palabras de Kamisato Ayaka tenían mayor peso por encima de sus desconfianzas.
Además, era de reconocer lo aparentemente buena que Ayaka se había vuelto para inventar explicaciones, por no llamarlo directamente "mentir". Kazuha recordaba que de niños era tan bien portada que el sólo pensar en decir una mentira la ponía en extremo nerviosa.
«Algunas cosas nunca cambian, y otras sí» concluyó Kazuha para sí mismo.
Tras andar un poco más, el grupo llegó justo al frente de lo que a Kazuha y Tomo por igual les pareció un simple restaurante; o, como el cartel justo afuera indicaba, una casa de té. ¿Ese era el lugar seguro al que ni siquiera la Comisión Tenryou tenía permitido entrar?
Justo en la entrada se encontraba una mujer de cabello oscuro largo y kimono morado, cruzada de brazos y viendo hacia la calle con impasible frialdad. Kazuha la observó con curiosidad. Su apariencia era en esencia bastante común, pero… el aire a su alrededor se sentía extraño. No se sentía como una amenaza inmediata, pero… sí una potencial. Y al mirar de reojo a Tomo, la sola expresión de su rostro le bastó para darse cuenta de que él también lo había percibido.
—No es una simple mesera, ¿cierto? —murmuró en voz baja el samurái errante. Kazuha simplemente negó discretamente con la cabeza.
—Buenas noches, Kozue —saludó Ayaka gentilmente a la mujer en cuanto se pararon delante de ella.
—Buenas noches, Srta. Kamisato —le regresó ésta el saludo, inclinando un poco su cabeza hacia el frente. Al alzar de nuevo la mirada, ésta se fijó como dagas en los dos extraños de más atrás.
—Hola, buenas noches —le saludó Tomo sonriente, agitando una mano de forma casi juguetona.
El entrecejo de la mujer se arrugó un poco más, y sus ojos reflejaron una marcada desconfianza.
—Estos dos hombres son mis invitados —indicó Ayaka con voz templada, señalándolos con su mano—. Por favor, déjalos pasar.
—Cómo ordene —respondió la mujer, al parecer llamada Kozue, inclinando el cuerpo respetuosamente hacia la joven Kamisato. Se hizo entonces a un lado, dejando el camino libre para que pasaran.
Ayaka y Thoma entraron primero por la puerta, seguidos de cerca por Kazuha y Tomo.
—Muchas gracias, señorita —le susurró Tomo con tono jovial al pasar frente a ella—. Si me permite decirlo, puedo darme cuenta de que es alguien que no me gustaría hacer enojar.
Kozue no respondió nada directamente, pero su mirada volvió a tornarse bastante amenazante. Esa fue la señal de Tomo para acelerar su paso.
—Creo podría enamorarme —murmuró el samurái con tono de broma, aunque no era precisamente sólo jugando.
Inmediatamente entrando al establecimiento, se encontraron de frente con el mostrador. Y sobre éste, se hallaba lo que aparentemente era un perro shiba, vistiendo un chaleco y una banda en la cabeza. Y a un lado por el pasillo se aproximaron dos meseras, con kimonos morados similares a los de Kozue.
—Buenas noches, Srta. Kamisato —saludaron ambas, inclinándose hacia ella. El perro sobre el mostrador las acompañó en su saludo con un par de ladridos.
—Buenas noches a todos —les saludó Ayaka de regreso con afabilidad.
De pronto, el perro sobre el mostrador, que hasta ese momento se había mostrado dócil y amable, se paró firme en sus cuatro patas, y comenzó a gruñirle a Tomo directamente. Éste por reflejo alzó sus manos en posición de paz.
—Hey, tranquilo… —murmuró despacio y calmado.
Sin embargo, en ese momento la gatita blanca oculta en su kimono se asomó hacia afuera, enfocó sus ojos azules en el perro, y comenzó a bufar de regreso, agitando incluso una de sus garras en el aire de forma amenazante. Eso evidentemente molestó aún más al perro shiba.
—Tama, pórtate bien —murmuró Tomo como regaño, y con una mano volvió a empujarla de nuevo al interior de su escondite.
Se apresuró entonces a alcanzar a los demás, que ya habían avanzado por el pasillo. El perro shiba no les quitó los ojos de encima en ningún momento.
—Preparen por favor un cuarto para que el Sr. Ouji pueda descansar —le pidió Ayaka a una de las meseras mientras caminaban por el pasillo—. Y lleven a mi habitación privada el equipo de curación y la medicina especial para heridas.
—Enseguida, señorita —le respondieron las dos chicas, y se apresuraron rápidamente a cumplir ambos encargos.
—Thoma, por favor acomoda al Sr. Ouji —indicó la joven Kamisato a continuación a su leal sirviente.
Justo después, guiada por la inercia de estar dando todas esas instrucciones una tras otra, se viró hacia Kazuha, y sus labios se separaron con la clara intención de igualmente darle a su "invitado" una más. Sin embargo, se detuvo en el acto en cuanto sus ojos se posaron en los rojizos del chico, y se vio forzada por reflejo a mirar a otro lado.
Carraspeó un par de veces, y respiró profundo intentando calmarse. Luego se paró derecha, y con la mayor templanza posible murmuró:
—Sígueme, Kazuha. Por favor.
Sonando más como una invitación que una indicación u orden. Y antes de esperar algún tipo de respuesta, se giró sobre sus pies y comenzó a caminar despacio por el pasillo.
Kazuha vaciló un poco, pero no tardó mucho en reaccionar y comenzar de nuevo a caminar detrás de ella, siguiendo su ritmo.
—No creo que me necesiten para curar esa herida, ¿cierto? —exclamó Tomo, que se había quedado deliberadamente en su sitio, dejando que ambos jóvenes se alejaran por su cuenta.
Kazuha lo miró un segundo sobre hombro. La intención tan evidente de su amigo por dejarlo solo con Ayaka no le pareció particularmente divertida. Pero la sonrisa socarrona en el rostro de Tomo dejaba en evidencia que para él era justo lo contrario.
Se adelantó entonces hacia Thoma, que justo como le habían indicado llevaba a Ouji al cuarto que le prepararían para descansar.
—Creo que en su lugar ayudaré a mi nuevo amigo… —hizo una pequeña pausa reflexiva, su mirada fija en el techo mientras avanzaba—. ¿Cómo era que te llamabas?
—Thoma —respondió el amo de llaves con algo de apatía.
—Ah, mira, qué coincidencia —prorrumpió el samurái con inusual alegría—. Somos Thoma, Tomo, y Tama. ¿Conoces a algún Tamo?
—¿Eh…?
Ayaka avanzó con paso firme y seguro hacia las escaleras que llevaban al segundo piso del establecimiento, guiando a su invitado hacia su habitación personal. En todo el trayecto, ya no había vuelto a mirarlo, ni tampoco ninguno pronunció palabra alguna. En cuestión de segundos se habían quedado solos, y ninguno parecía aún saber bien cómo lidiar con ello. Así que, de cierta forma, agradecían de momento el silencio.
—Por aquí —indicó la Princesa Garza una vez que llegaron al cuarto a la derecha en el pasillo.
Kazuha contempló con curiosidad aquel espacio. En esencia parecía otro de los demás privados de la casa de té, como los del piso inferior. Tenía su mesa en el centro, sus cojines, y una ventana por la cual se apreciaba el cielo estrellado. Sin embargo, al mismo tiempo parecía haber sido acondicionado como la habitación de alguien. Había un kimono azul con detalles rosados y dorados colgado en un lado, un biombo, y un pequeño librero con varios libros en él (algunos muy coloridos). Había también del lado izquierdo un armario, en el cuál intuía que al abrirlo se encontraría con algunos tendidos para dormir, quizás algunas prendas de vestir, e incluso algunas espadas.
Le recordaba fugazmente al antiguo cuarto de estudio de Ayaka en la Hacienda Kamisato; el sitio donde recordaba que su vieja amiga acostumbraba encerrarse varias horas a estudiar.
Una de las meseras se hizo presente en ese momento, y sólo hasta entonces Kazuha se dio cuenta de que se había quedado parado en la puerta, estorbando el paso. Se hizo rápidamente hacia un lado para permitirle entrar. La joven de kimono morado ingresó al cuarto, cargando en sus manos una caja grande de madera.
—Aquí tiene el botiquín, señorita —le indicó a la joven Kamisato, mientras colocaba la caja sobre la mesa en el centro del cuarto—. ¿Quiere que le ayudemos a curar la herida de su amigo?
Kazuha se sorprendió un poco al oír eso. Al principio se cuestionó cómo sabía que él era el herido, en especial porque su vendaje improvisado estaba aún escondido bajo su capa. Sin embargo, tras unos segundos dedujo que podría ser evidente si acaso alguien notaba su pequeña vacilación al mover el brazo lastimado mientras caminaba. Pero… ¿esa clase de cualidades de observación eran usuales en una simple mesera?
—Gracias, pero yo puedo encargarme de eso —le respondió con una pequeña sonrisa—. Déjenos solos, por favor.
La mesera asintió, se inclinó un poco hacia Ayaka de forma respetuosa, y entonces se retiró del cuarto. Tuvo, por supuesto, el cuidado de cerrar la puerta antes de irse.
Ayaka se agachó, sentándose en el suelo sobre uno de los cojines a lado de la mesa.
—Toma asiento, por favor —le pidió a su invitado, extendiendo su mano hacia el cojín más próximo a ella.
Kazuha se retiró su sombrero kasa de la cabeza, y su espada de la cintura. Se permitió dejar el primero sobre la mesa, pero su arma la apoyó en el suelo justo a un lado de su asiento. Ya sentado, intentó quitarse su capa de viaje, pero de nuevo el dolor de su herida le impidió moverse con la suficiente libertad.
—Déjame ayudarte —se apresuró Ayaka, inclinándose al frente y extendiendo sus manos para desatar el nudo frontal que sostenía la capa.
—Gracias —respondió Kazuha despacio, dejando que ella se hiciera cargo—. ¿Esto es en verdad una casa de té? ¿O es sólo una fachada?
Una pequeña risilla, casi traviesa, se escapó de los labios de la joven Kamisato al oír esa pregunta.
—Lo notaste, ¿verdad? —le susurró despacio, al tiempo que lograba desatar la capa y pasaba a retirársela de sus hombros—. Se podría decir que ambas cosas. ¿Recuerdas que una vez te conté que existía un grupo de ninjas que trabajaban como espías al servicio de la cabeza del clan Kamisato?
—Creo que sí —masculló Kazuha, arrugando un poco el entrecejo al recordar vagamente aquella conversación de niños—. Recuerdo que en ese momento pensé que sólo estabas jugando conmigo.
—Cuando mi hermano y Thoma me lo dijeron yo también lo creí. Pero resulta que no era un juego en lo absoluto.
Kazuha parpadeó un par de veces, visiblemente confundido. ¿Acaso le estaba diciendo que ese sitio era la base secreta de un grupo de ninjas? Entonces los trabajadores, incluida la mujer de la puerta, ¿todos ellos eran…?
Ayaka dobló la capa y la colocó con cuidado sobre la mesa a un lado.
—¿Necesitas que te ayude también a descubrirte el hombro?
—No, yo puedo con eso —contestó Kazuha con calma.
Con su mano izquierda se deshizo el vendaje que Ayaka le había colocado; se sintió un poco culpable al ver la hermosa seda azulada manchada de rojo. Se retiró justo después la bufanda alrededor de su cuello, y por último pasó a bajarse la parte derecha de su kimono, descubriendo su hombro, así como parte de su brazo y pecho.
Los ojos de Ayaka se posaron directamente en el área descubierta. Pero no sólo en la herida, sino en el resto de su piel clara, alumbrada por la luz de las velas de las lámparas a su alrededor, y la poca luz que entraba del exterior por la ventana abierta. A Ayaka le sorprendió un poco ver que, a pesar de que a primera vista su complexión le había parecido delgada y pequeña, ahora podía ver que su cuerpo de hecho se encontraba torneado, y los músculos de su brazo y pectorales se veían más anchos y trabajados de lo que le parecían en un inicio.
Sí, definitivamente ya no era más el niño pequeño que ella recordaba…
—¿Pasa algo? —murmuró Kazuha tras un rato, haciendo que Ayaka se sobresaltara casi asustada por tal pregunta—. ¿Se ve tan mal?
El rostro de Ayaka se ruborizó rápidamente. No se dio cuenta de qué tanto tiempo se había quedado mirándolo, pero aquello rápidamente la avergonzó intensamente.
—No, no. Lo siento… —respondió rápidamente, y sin espera se volteó por completo hacia la caja de madera en la mesa para abrirla; y claro, para esconder un poco el rojo de sus mejillas hasta que se calmara.
Lo primero que hizo fue limpiar la herida. Tomó unos paños limpios y los humedeció con agua limpia. Se aproximó más a su paciente, sentándose justo delante de él. La cercanía no pasó desapercibida para ninguno, y en cuanto sus miradas se encontraron, casi al mismo tiempo los dos desviaron el rostro en direcciones contrarias.
Se estaban comportando como dos niños avergonzados por todo, y ambos eran conscientes de eso. Tenían que sobreponerse a esa incomodidad entre ambos, rápido…
Ayaka respiró hondo y se concentró en enfocar toda su atención y todo su esfuerzo en la labor que tenía delante, y en nada más. Comenzó a pasar el paño húmedo por la herida lo más delicado que podía, aunque un poco de fuerza era necesaria de vez en cuando para asegurarse de que quedara bien.
Kazuha me mantuvo apacible todo ese rato, sólo mostrando ligeros respingos de dolor un par de veces. Aunque más que el dolor de la herida, lo que lo alteraba incluso un poco más era el agradable aroma que surgía de la dama ante él, y que por la cercanía impregnaba su nariz. Ella había estado peleando y caminando por el bosque, y aun así olía a dulces flores. En contraposición, él de seguro debía oler a sudor, tierra y sangre. Aquello normalmente no le molestaba mucho, pero en esa ocasión lo hacía sentirse profundamente avergonzado.
—No parece que vaya a ser necesario coserla —murmuró Ayaka despacio mientras continuaba con la limpieza—. No está muy profunda. Debe ser más molesta que otra cosa, ¿cierto?
Kazuha sonrió un poco, y asintió.
—Creo que tuve suerte de salir de ese duelo sólo con esto.
—No creo que el resultado de ese duelo haya sido gracias de la suerte, ¿o sí? —murmuró Ayaka de pronto, y Kazuha lo sintió casi como algún tipo de acusación.
Una vez la herida estuvo limpia, la secó con más delicadeza con un paño seco. Extrajo entonces de la caja una pequeña botella de porcelana oscura, que al destaparla soltó un fuerte y penetrante aroma que Kazuha logró percibir desde su posición. Ayaka ladeó la botella sobre los dedos de su mano derecha, cubriéndolos con el contenido de ésta; un líquido espeso de tono verdoso.
—Ésta es una medicina especial que preparan en el Templo Narukami —le informó al virarse de nuevo hacia él—. Ayudará a que no se infecte y que cicatrice más rápido.
Acercó entonces sus dedos a la herida, comenzando a untar el líquido verdoso por toda el área del hombro. En cuanto el líquido estuvo en contacto con la herida, Kazuha respingó visiblemente, saltando en su sitio, y sus ojos se abrieron enteramente. Aunque había logrado resistir el dolor de manera casi íntegra hasta ese momento, al parecer eso lo había superado un poco.
—Lo siento, debí advertirte que ardería un poco —murmuró Ayaka, un poco apenada.
«¿Sólo un poco?» pensó Kazuha por dentro, aunque por fuera se esforzaba por mantener la mayor serenidad posible.
—Descuida —le respondió despacio mientras ella continuaba aplicándole la medicina—. Lamento causarte tantas molestias, Ayaka.
—No es ninguna molestia —añadió la joven pelizazul, sonriéndole con gentileza—. ¿Sabes?, se siente un poco… curioso, escuchar a alguien que no sea mi hermano llamarme simplemente "Ayaka".
Kazuha se sobresaltó, sorprendido al caer en cuenta él mismo de lo que había estado haciendo.
—Lo siento —pronunció rápidamente, agachando la mirada—. Lo hice sin pensarlo por… cómo nos llamábamos de niños. Pero ya no somos unos niños, y tampoco seguimos siendo del mismo estatus…
—No, no, descuida —se apresuró Ayaka a aclarar—. Perdóname a mí. No era una queja ni nada así. Sólo… hacía mucho que no pasaba.
Bueno, aunque eso no era del todo cierto, pues Chisato igualmente lo hacía. Pero con Kazuha era un poco diferente; se sentía bien si era él quién lo hacía.
Una vez aplicada la medicina, Ayaka envolvió el hombro enteramente con un vendaje más adecuado que la tela desgarrada de su kimono. Al contacto con la venda, Kazuha comenzó a percibir una sensación cálida en la piel provocada por la medicina. Al principio resultaba molesta pero poco a poco se tornó de hecho bastante agradable.
—Con eso estará bien —señaló Ayaka con optimismo—. En un par de días deberá estar ya curada.
—¿En un par de días? —exclamó Kazuha, azorado—. En verdad es una medicina especial después de todo. Gracias de nuevo, Aya…
Vaciló en ese momento, dubitativo sobre qué nombre debía usar en realidad. Ella había dicho que no le molestaba que llamara de esa forma… o eso había entendido. Pero, ¿en verdad estaba bien que lo hiciera? Miró a Ayaka, como si esperara alguna señal implícita de su parte. Y ésta en parte sí surgió, en la forma de una cándida y amistosa sonrisa, como todas las que le mostraba cuando eran niños.
—Ayaka —terminó de pronunciar despacio. Y aunque no era la primera vez que lo decía, ni siquiera esa noche, hacerlo le causó una sensación en el pecho tan agradable o más que el de medicina en su hombro.
—No hay de qué —le respondió Ayaka de regreso, girándose al momento hacia la mesa para guardar la medicina, las vendas y todo lo demás en la caja.
Mientras ella se encargaba de eso, Kazuha se acomodó de nuevo su kimono, al igual que su bufanda. Tomó justo después su espada y se paró.
—Kazuha —murmuró Ayaka en ese mismo momento, llamando de nuevo su atención. Terminó entonces de guardar las cosas, cerró la tapa de la caja, y se sentó de regreso en su cojín, con la espalda recta; además su mirada se había tornado bastante seria—. Si no es mucha molestia… ¿podrías sentarte conmigo un poco más? Hay… algunas cosas que me gustaría preguntarte.
La joven Kaedehara respiró lentamente por su nariz, cerró sus ojos, y sin objeción alguna se volvió a sentar en el mismo sitio, con su espada de regreso en el suelo a su lado.
—Lo sé —murmuró despacio, abriendo de nuevo los ojos y encontrándose de regreso con los de su anfitriona—. Y tienes el derecho de hacerlo.
Y con esas solas palabras, ambos acordaron tener esa conversación, que ya se había atrasado para ese entonces más de ocho años.
Notas del Autor:
No hay mucho que decir en esta ocasión, salvo que al fin tendremos muchos capítulos de Kazuha y Ayaka conviviendo. Al principio claro, todo es incomodidad, temas pendientes, cosas que aclarar… Pero iremos viendo poco a poco cómo su amistad se reaviva, y claro algo más… Así que espero disfruten estos siguientes capítulos que, pienso yo, serán más divertidos.
