Capítulo 19.
Mi eterna gratitud
Kazuha no necesitó de demasiada explicación o indicación por parte de su anfitriona para comenzar a hablar. Algunas de las palabras que pronunciaría las había repetido varias veces en su cabeza a lo largo de esos ocho años, no sabiendo con seguridad si llegaría el día en que tuviera que pronunciarlas. Pero el día en efecto había llegado; fuerte, contundente, e inevitable.
—Al morir mi padre, mi tío tuvo que tomar el liderazgo del clan al ser yo demasiado joven para hacerlo —se explicó con voz firme y solemne. Ayaka, aún sentada justo delante de él, lo escuchaba con suma atención—. Eso no evitó, sin embargo, que me explicara a su manera la situación por la que pasábamos, y decirme además que era mi responsabilidad hacer algo para solucionarlo. Yo… sólo lograba en aquel entonces entender parte de lo que ocurría. Ya me habían dicho con anterioridad que desde la época de mi abuelo las cosas no venían del todo bien. E intentando recuperarse de alguna manera, mi padre se involucró en varios negocios que no salieron bien. No sé si su afición a las casas de apuestas vino a raíz de sus fracasos, o quizás fue al revés. Como sea, está de más decir que tampoco ayudó, y en su lugar terminó involucrado con gente mala a la que acabó debiéndole grandes sumas de dinero; incluso después de muerto…
Kazuha agachó un poco la mirada, y dejó escapar un escueto suspiro; quizás de cansancio, quizás de vergüenza…
—Yo era sólo un niño —señaló con cierta apatía—. No entendía en lo absoluto nada de esos temas que me hablaba mi tío, ni todo lo que involucraban en realidad. Incluso es posible que ni siquiera hoy en día lo entienda por completo. Y por supuesto, mucho menos sabía cómo podría yo solucionar algo de todo eso. Sólo me quedó confiar en mi tío, y en que haría lo mejor para mí y nuestra familia. Y fue entonces que consiguió que se me considerara como un candidato potencial para ser tu esposo.
Al oír eso, Ayaka instintivamente desvió su cara hacia un lado, como si no quisiera que él mirara directamente la emoción que se había dibujó en ella. ¿Era enojo?, ¿era tristeza? Ella no lo tenía claro, pero no era una agradable.
—Si te soy sincero, incluso ahora no sé cómo lo hizo —añadió Kazuha justo después—. Y en especial no sé cómo fue que ocultó la situación real de nuestra familia a los consejeros del clan Kamisato.
Quizás él no lo sabía, pero Ayaka estuvo presente ese día ante la ira de su hermano, y supo desde ese momento que él sí que tenía una teoría al respecto. Obviamente no se la compartió en aquel entonces, pero Ayaka se enteró de ella al final por otros medios.
—Mi hermano siempre ha creído que tu tío de alguna forma se coludió con sus consejeros para ocultarle esa información deliberadamente a él, aprovechando que recién se había convertido en la cabeza del clan y no estaba aún empapado con la situación completa de nuestros clanes vasallos. Quizás lo hizo por medio de sobornos, o quizás con otro tipo de promesas a futuro cuando el matrimonio se concretara.
—No me sorprendería que hubiera sido así —respondió Kazuha con amargura en su voz—. Como sea, yo lo único que sabía en ese momento era que debía impresionarte a ti y a tu hermano para que aceptaran el compromiso, y así lo hice. Por qué me habían convencido de que era mi responsabilidad como el futuro líder el clan.
—Pero no deseabas hacerlo, ¿cierto? —inquirió Ayaka. Y aunque no recibió alguna respuesta verbal, el silencio del muchacho le bastó—. Entonces… ¿todo fue sólo por el dinero? ¿Desde el principio…?
—Para mi tío, así fue —se apresuró Kazuha a responder, alzando su mirada de nuevo con la mayor seguridad que le era posible—. Yo lo único que quería era… de alguna forma cumplir con mi supuesto deber hacia mi familia. Pero, Ayaka…
Kazuha inclinó su cuerpo hacia al frente, plantando una de sus manos en el suelo para apoyarse, y aproximándose un poco más hacia ella. Ayaka se impresionó un poco al ver que su mirada se había vuelto férrea y decidida, muy diferente a la sensación de derrota que parecía subyugarlo hace sólo un momento.
—Yo te juro que jamás supe de las verdaderas intenciones de mi tío —declaró fervientemente, sosteniéndole la mirada a su oyente—. No sabía que había ocultado a tu familia nuestra verdadera situación, ni tampoco sabía de los préstamos que pidió usando a tu hermano como garantía, ni ninguno de los negocios sucios que estaba realizando. Yo me enteré de todo eso prácticamente al mismo tiempo que los demás. Pero… —guardó silencio unos instantes, pero casi de inmediato prosiguió—. En retrospectiva, debí haberlo sabido. Era bastante evidente, y no lo vi… o no quise verlo.
Se hizo lentamente hacia atrás, retomando su asiento, cabizbajo.
—Tú lo dijiste, Kazuha: eras sólo un niño —señaló Ayaka, intentando mantener la calma—. No puedes recriminarte por eso.
—Me he dicho eso repetidas veces —masculló Kazuha con cierto malestar en su voz—. Pero la única verdad es que de una u otra forma, fui cómplice de mi tío en todo esto. Y justo como Katsumoto dijo, fui tan culpable como él de arruinar a mi familia… —alzó de nuevo lentamente su mirada hacia Ayaka, forzándose para poder encararla de nuevo—. Y de arruinar también nuestra amistad… y nuestro compromiso.
Ayaka se sintió ligeramente cohibida por esas palabras, y por el dolor tan sincero que le transmitían. De nuevo se vio obligada a desviar su mirada a otro lado. Sus dedos se apretaban ligeramente contra la tela de su falda.
—Quizás de haber sido más valiente, astuto, o inteligente como tú, podría haber hecho algo para que las cosas no terminaran como lo hicieron —escuchó como Kazuha pronunciaba despacio, casi como si aquello fuera más para sí mismo que para ella—. Pero la verdad es que para cuando mi tío huyó, el daño era simplemente irreparable, en especial si quedaba en las manos de un chiquillo inepto para los negocios como yo. Al final tomé la decisión de dejarlo todo, y que pasara lo tuviera que pasar. El clan Kaedehara cayó, no por la acción de uno solo, sino por las malas decisiones tomadas por tres generaciones antes que yo, y por mí por no ser suficiente para lidiar con ello.
—Si pudieras rehacer algo de forma diferente… ¿lo harías? —susurró Ayaka con ligera curiosidad.
—¿Sobre permitir la caída de mi clan en la ruina? No… —respondió Kazuha despacio—. Sigo pensando que era lo mejor que yo podía hacer en ese momento. Aunque me avergüence decirlo, lo cierto es que tras las acciones de mi padre, mi tío y mi abuelo, el clan Kaedehara ya no representaba ni la sombra de lo que era antes. Lo que podría llegar a lamentar de eso fue cómo terminó afectando a otros, como a Katsumoto. Pero luego de lo ocurrido esta noche, entiendo que no puedo lamentarme por las decisiones y acciones de otros. Yo elegí mi camino tras lo ocurrido, y es claro que Katsumoto y sus seguidores hicieron lo mismo. Sin embargo…
Hubo un momento de silencio, un pequeño atavismo de vacilación, pero luego la serenidad y la firmeza volvieron a él. Y sosteniendo de nuevo enteramente la mirada de Ayaka, añadió:
—Si hay algo que sí me gustaría rehacer o cambiar de alguna forma, es el daño que te pude haber causado a ti, Ayaka… o lo que podrías haber terminado creyendo de mí tras lo ocurrido.
Ayaka se sobresaltó un poco al escucharlo decir eso. De nuevo algo de sonrojo se pintó en sus mejillas, pero en esa ocasión no desvió ni un poco el rostro para ocultarlo.
—Porque —prosiguió Kazuha—, por encima de todo lo que te he dicho, te pido que me creas cuando te digo esto: aunque al inicio fui a conocerte obligado por lo que mi tío me había dicho, la verdad es que ese nunca fue mi motivo primordial para seguir frecuentándote. La vida en la Hacienda Kaedehara se había vuelto simplemente insufrible tras la muerte de mi padre. Comencé rápidamente a sentirme como un completo extraño, asfixiado en mi propia casa… Pero todo cambiaba siempre que te veía. Los momentos que pasamos juntos esos dos años, fueron por mucho… los más felices de mi niñez. Y he llevado cada uno de esos recuerdos siempre grabado en mi corazón. Y si acaso estuve evitándote todo este tiempo, fue por mera cobardía y por sentirme indigno de siquiera decírtelo. Y por qué… pensé que tu vida sería mucho mejor sin el recuerdo de aquella traición asechándote. Pero ahora que tú misma me has dado esta oportunidad, no me queda más que hacer esto…
Kazuha colocó ambas manos en el suelo delante de él, y lentamente inclinó su cuerpo entero hacia el frente, hasta que su frente tocó el suelo. Ayaka lo observó, azorada.
—Quiero ofrecerte mis más sinceras y profundas disculpas, por todo el dolor que te causé a ti y a tu familia. Sé que viniendo ahora de un simple vagabundo, una disculpa no tiene valor alguno. Pero al no tener nada más para remediar el daño causado, me temo que es lo único que puedo ofrecerte…
El cuarto se sumió en silencio. Kazuha se mantuvo en la misma posición, inmóvil como estatua. Ayaka lo observa en silencio, poco a poco calmando los incesantes latidos que martillaban en su pecho. En cuanto esa conversación comenzó, había estado sintiéndose muy confusa sobre qué era lo que sentía al oír las explicaciones de su viejo amigo. Pero al escuchar todas esas últimas palabras, y al verlo ahí inclinado ante ella con tanto arrepentimiento y pesar aplastándolo… Ayaka lo tuvo al fin bastante claro.
No era una explicación o una disculpa lo que en realidad deseaba al buscar a Kazuha con tanto ímpetu. Lo que en verdad quería, lo único que quería… era a él. Verlo y escucharlo de nuevo; tenerlo una vez más en su vida.
—Levanta la mirada, Kazuha; por favor —murmuró Ayaka despacio, no como una orden sino como una sincera petición.
Kazuha hizo justo lo que le pedía, alzándose de nuevo. Y al posar su mirada en ella, se sorprendió al verla sonreírle ampliamente. Y no había disgusto o angustia en su mirada, sino sentimientos totalmente contrarios.
Ayaka se aproximó un poco por el suelo, hasta sentarse más cerca de él. Kazuha se sentó de nuevo derecho y la encaró de frente. Intentaba enfocarse y prepararse para lo que fuera que viniera… pero el embriagante aroma a flores que surgía de ella lo volvió a distraer en cuanto estuvo de nuevo cerca de él.
La joven Kamisato comenzó entonces a hablar con voz cautelosa:
—Lo cierto es que en estos ocho años, pensé mucho en lo que te diría si algún día te volvía a ver. Había muchas cosas que quería preguntarte o reclamarte. Cosas que mi hermano, el tiempo, y el dolor me hicieron creer. Pero, en cuanto te vi esta noche, todas esas cosas simplemente se esfumaron de mi mente. Al verte ahí de pie frente a mí en ese dojo, no pensaba en nada de lo que creí que quería decirte. En lo único que pensaba, era en lo realmente contenta que me sentía de encontrarte, y de saber que estabas bien…
La sonrisa en sus finos labios se ensanchó aún más, y todo su semblante se cubrió de un resplandor que a Kazuha le resultaba casi enceguecedor. Pero no desvió la mirada; su cuerpo entero se resistía a quitarle los ojos de encima, como si pensara que al primer descuido pudiera simplemente esfumarse en el aire.
—Kazuha —prosiguió Ayaka—, los momentos que pasé contigo fueron también los más felices que tuve, en especial luego de la sombra que se había cernido sobre mí por la muerte de mi padre, y la enfermedad de mi madre. Y no olvido tampoco que fuiste mi mayor sostén cuando ella murió. Fuiste mi mejor, y mi único… amigo. Y yo también he llevado con mucho cariño esos recuerdos conmigo en estos años. Y por eso, lo que yo te debo a ti es mi eterna gratitud.
Y pronunciadas aquellas palabras, Ayaka cerró los ojos e inclinó ligeramente su cuerpo hacia él, en una reverencia que quizás no era tan profunda como la que él había hecho, pero que dadas las circunstancias se sentía mucho más importante.
—No merezco tus palabras, Ayaka… —murmuró Kazuha, un tanto avergonzado.
—Yo creo que sí —respondió la chica peliazul, enderezándose y abriendo de nuevo los ojos—. El hecho de que estés aquí ante mí y me dijeras todo esto de frente, demuestra que sigues siendo el chico noble, bueno y amable que conocí.
—Olvidas que el día de ayer hui como un cobarde en cuanto te vi.
—Tus motivos tendrás para haberlo hecho —respondió Ayaka con un tono ligeramente juguetón, encogiéndose de hombros—. Pero no huiste esta noche, y eso es lo que cuenta para mí. Estás aquí en estos momentos, conmigo…
Kazuha enmudeció por completo. No había su mente palabras algunas que pudiera usar para lograr expresar lo que le cruzaba por le cabeza y le inundaba el pecho en esos momentos. Sus ojos carmesí se encontraban absortos contemplándola, como si quisiera memorizar cada centímetro de su rostro.
Y así, tan repentino y espontáneo como todo en esa noche había ocurrido, a Kazuha le vino encima la claridad. El cariño y la gratitud que sentía por el recuerdo de la Ayaka que conoció hacía años, no se comparaba con lo que sentía en estos momentos hacia la hermosa mujer ante él, y que le sonreía y lo miraba de regreso con tanta luz radiando de ella. Eran la misma persona, por supuesto, pero al mismo tiempo eran demasiado distintas. Y de una forma que no entendía, todo ese encuentro era casi como si la viera por primera vez. Y con tan sólo ese corto tiempo que llevaban hablando, Kazuha se sentía perdidamente cautivado. O, incluso, se atrevería a decir que estaba…
—Ayaka… —pronunció de golpe con algo de fuerza. Ni siquiera lo pensó, su cuerpo simplemente lo hizo por su propia voluntad, como queriendo de alguna forma sacar eso que tenía atorado en su pecho.
La joven Kamisato se sobresaltó, un poco sorprendida por la repentina mención que rompió con el pequeño silencio en el que se habían sumido.
—¿Sí…? —pronunció despacio, un poco insegura.
Kazuha vaciló. Su corazón latía con fuerza, y el aliento lo había abandonado casi por completo. Sus labios se abrieron, pero de ellos no salieron palabras. ¿Qué es lo que quería decir con exactitud? ¿Qué palabras en conjunto podrían darle forma a lo que deseaba…?
—Yo… —pronunció despacio, e instintivamente acercó su cuerpo sólo un poco más a ella. Ayaka se tensó un poco, pero permaneció quieta en su posición, expectante—. Ayaka… yo…
La quietud que se había percibido hasta ese momento fue rota por un repentino ajetreo proveniente desde el exterior del cuarto; algunos gritos, y en especial pasos apresurados contra el suelo de madera del corredor.
Ante esto, los instintos agudos de Kazuha reaccionaron, y su primer reflejo fue tomar su espada del suelo y saltar hasta colocarse justo frente a Ayaka de forma protectora. Su mano se posó cerca de la empuñadura de su espada listo para desenvainar, y sus ojos se clavaron fijos en la puerta.
Un instante después, antes de que cualquiera hiciera algo más, los gritos se volvieron mucho más claros para ambos:
—¡Taromaru!, ¡no!
—¡Tama!, ¡espera!
Y ante las miradas atónitas de los dos jóvenes, la puerta del cuarto se abrió, y la pequeña figura blanca de la gata Tama saltó hacia el interior, seguida muy de cerca por la un poco más grande del perro Taromaru. Ambos animales maullaban y ladraban respectivamente, corriendo y persiguiéndose, ahora justo alrededor de ambos. Thoma y Tomo no tardaron ni un segundo en también hacerse presentes, cada uno detrás de uno de los combatientes.
Ayaka por mero reflejo se pegó un poco contra la espalda de Kazuha. No por miedo, sino más bien para no interponerse en el camino de aquella persecución. Desde su posición, Kazuha y ella se limitaron a sólo observar todo aquel repentino caos.
Tras varios intentos, Thoma y Tomo lograron acorralar a ambos animales en esquinas contrarias de la habitación.
—¡Detente, Taromaru! —exclamó Thoma con fuerza, y rápidamente tomó al perro Shiba con fuerza entre sus brazos. Éste se sacudió y ladró con frenesí, pero Thoma se las arregló para no soltarlo—. ¡¿Qué te pasa?! ¡Tú no te compartas así!
Por su parte, Tomo había tomado en sus manos a Tama, unos instantes antes de que se escapara corriendo entre sus piernas.
—Estoy muy decepcionado de ti, Tama —mencionó con marcado enojo, sujetando a la gata con ambas manos delante de su rostro. Ésta le respondió con un fuerte bufido de amenaza—. Oye, no me hables en ese tono, jovencita.
Una de las meseras, que al parecer venía detrás de ellos, apareció de pronto en la puerta, visiblemente agitada. Thoma se apresuró a ella junto con Taromaru, y se lo pasó.
—Aléjalo de aquí, por favor —le indicó a la chica, que sujetó al canino como mejor pudo. Una vez que estuvo fuera, Thoma cerró rápidamente la puerta, intentando de esa forma mantener aunque fuera una barrera entre ambos—. Taromaru nunca se comporta de esta forma. Me parece que debió haber presentido malas intenciones de alguien…
Al hacer tal comentario, que casi parecía una acusación, se viró discretamente en dirección a Tomo.
—Oye, Tama es una buena niña —se defendió el samurái errante—. No permitiré que la acuses de esa forma.
—¿Quién dijo que hablaba de la gata? —murmuró Thoma con algo de sarcasmo.
Tomo, más que molesto, pareció divertirse con eso.
—Cuánta paranoia —comentó al aire, mientras guardaba de nuevo a Tama en su kimono, muy en contra de su voluntad. Una vez que todo estuvo tranquilo, se viró entonces hacia los dos ocupantes anteriores del cuarto— Discúlpenos, por favor. ¿Los interrumpimos a mitad de algo…?
El tono en el que había hecho esa pregunta confundió un poco tanto a Kazuha como a Ayaka. Sin embargo, ambos se volvieron conscientes casi al mismo tiempo de que Ayaka seguía pegada contra la espalda del muchacho, por lo que rápidamente cada uno saltó hacia un lado, marcando una distancia adecuada entre ambos.
—Sólo estábamos conversando —se apresuró Ayaka a aclarar.
—Por supuesto que sí —murmuró Tomo, con evidente escepticismo.
—Sé más respetuoso —le reprendió Thoma, aunque en su voz se percibía un ligero rastro de preocupación—. ¿Todo está bien, Srta. Ayaka?
—Sí, por supuesto —respondió la joven Kamisato rápidamente, carraspeando un poco. Luego, con una forzada tranquilidad, se viró de nuevo hacia Kazuha—. Gracias por saltar de esa forma a querer protegerme… pero no era necesario. Te dije que éste era un lugar seguro, ¿recuerdas? Pero igual… gracias por tu preocupación.
Kazuha suspiró despacio, dejando escapar un poco del peso que llevaba por dentro. Claro, si hubiera habido un peligro real, ella misma hubiera saltado a su arma y se hubiera defendido sin que él tuviera que intervenir. Y de hecho, en otras circunstancias él también podría haberse dado cuenta que aquello sólo eran un perro y un gato persiguiéndose, y no hubiera reaccionado de esa forma tan exagerada. Y aun así, en el momento su cuerpo había movido por sí solo, sin pensarlo demasiado.
—¿Qué ibas a decirme? —escuchó como Ayaka preguntaba de golpe, atrayendo de nuevo su atención.
—¿Cómo dices?
—Antes de que Taromaru y Tama entraran, ibas a decirme algo… ¿verdad? —murmuró Ayaka despacio, y sus mejillas blancas se tornaron de nuevo sonrosadas—. ¿Qué… era…?
El momento le vino de golpe de regreso a Kazuha, y casi se sintió tentado a agradecer a los Arcontes por la interrupción. ¿Qué derecho tenía él a decir lo que pensaba decir en ese momento? Se había simplemente dejado llevar por el momento, sin pensar en las consecuencias que sus palabras podrían tener en Ayaka. Y eso lo hizo sentirse totalmente abatido.
El que los hubieran interrumpido había sido lo mejor.
—Creo que ya causamos demasiadas molestias —murmuró de pronto, poniéndose de pie rápidamente, y prácticamente ignorando la pegunta de Ayaka—. Deberíamos irnos…
—¡No! —pronunció la joven Kamisato con fuerza, parándose también. Al instante llevó una mano a su boca, avergonzada al darse cuenta que había alzado de más la voz sin querer—. Digo… ya es un poco tarde. ¿Se están hospedando en algún sitio?
—No —respondió Kazuha, negando con la cabeza—. Como te dije, no es recomendable para nosotros quedarnos mucho tiempo en la ciudad, cerca de la guardia Tenryou. Así que estamos acampando a la afueras.
—Pero… podrían quedarse a pasar la noche aquí si quieren —sugirió Ayaka rápidamente, tomando por sorpresa a todos, incluso a Thoma—. Es un lugar seguro, como ya te mencioné. La Comisión Tenryou no lo molestará aquí. Y si aún no cenan, puedo pedir que les preparen además algo para comer… si quieres…
Los labios se Ayaka se apretaron un poco entre sí, mientras observaba fijamente a Kazuha a la espera de su respuesta. Éste pareció un tanto aturdido. ¿En verdad ella no quería que se fuera? Y, siendo honesto… ¿quería él irse?
Tomo avanzó cauteloso hacia su amigo, parándose a su lado.
—A mí me vendría bien no dormir una noche a la intemperie para variar —añadió el samurái con voz relajada—. Y claro, también comer algo caliente. Pero tú decides, amigo.
Aquello no sonaba realmente a que él tuviera la decisión, aunque Kazuha sabía en el fondo que sus palabras eran sinceras. Y lo que estaba haciendo, en parte, era darle una excusa para aceptar sin que toda la responsabilidad cayera en él. Ese era el tipo de personaje que Tomo era…
—Si no te causamos ningún problema… —masculló Kazuha despacio.
—Ninguno —respondió Ayaka rápidamente, volviendo a sonreír tan ampliamente y radiante como antes. Y en ese momento Kazuha supo que no habría forma de que se alejara de ella; no por el resto de esa noche, al menos—. Thoma —pronunció la Princesa Garza a continuación virándose a su sirviente—, ¿puedes pedir que les preparen una habitación y también algo para cenar?
Thoma parecía visiblemente inseguro por ello. Pero, una vez más, no le correspondía a él contradecir los deseos de su ama.
—Enseguida, señorita —respondió el hombre rubio con solemnidad, dirigiéndose de inmediato a la puerta.
—Ah, ¿cómo está el Sr. Ouji? —preguntó Ayaka rápidamente antes de que se fuera.
—Aún no despierta, pero ya está acomodado en el cuarto.
—Muy bien, espero que reaccione pronto. Gracias, Thoma.
El joven sirviente respondió con una simple sonrisa y un asentimiento de su cabeza, antes de salir del cuarto para cumplir su encargo.
Notas del Autor:
No es muy importante mencionarlo, pero me escribí todo el borrador de este capítulo en una sola sentada, y ahora me duelen los dedos, jajaja. Es que toda la escena de Ayaka y Kazuha requirió tpda mi concentración, y no podía distraerme. Y estando ya en el Capítulo 19, además de cerrar con sus temas pendientes, era necesario avanzar un poco las cosas. ¿Qué les pareció? Yo estoy contento con el resultado. La noche de estos dos ha sido muy larga, pero aún se rehúsa a terminar. De hecho, ¿se dan cuenta que todo esto ha pasado en tan sólo dos días? ¿No sienten que ha pasado mucho más tiempo? Qué loco…
