Capítulo 21
Buenas Noches

Ayaka caminó con paso apresurado por el pasillo hacia las escaleras, bajando rápidamente cada peldaño con su vista fija en el camino. Su mente, sin embargo, divagaba un poco en la habitación que acababa de dejar, y en específico en uno de sus invitados.

No le agradaban los pensamientos que estaban rondándole la cabeza en esos momentos, pero tampoco hacía mucho esfuerzo por dejarlos de lado.

¿Por qué Kazuha insistía tanto en querer irse lo antes posible? De hecho, si no fuera por la intervención de su amigo, posiblemente ni siquiera hubiera ido ahí con ellos. ¿En verdad lo hacía por preocupación y para no ser una molestia? ¿O sólo insistía con la misma excusa por qué la realidad era que no deseaba estar cerca de ella? ¿Tan horrible le resultaba su compañía…?

O, ¿quizás lo había presionado demasiado? Creía que él estaría tan emocionado de volver a verla como lo estaba ella, pero era evidente que no era así. Su huida del día anterior debió habérselo dejado claro.

Eso hacía que comenzara también a sentirse un poco tonta. Después de todo, ya no eran los mismos niños de hace ocho años, en especial él. Había viajado, conocido mucha gente, vivido muchas experiencias… ¿Por qué querría pasar el tiempo con una chica que nunca había dado más que unos pasos fuera de su casa? De seguro para él ahora sólo era una estirada, aburrida y sosa chica noble, que quizás lo trajo hasta ese sitio sólo para restregarle su posición en la cara…

—Srta. Ayaka, espere —pronunció la voz de Thoma a sus espaldas, un tanto exaltada—. Más despacio…

Ayaka se detuvo en seco, y sólo hasta entonces se dio cuenta de que se estaba sintiendo un poco agitada. ¿Era por los pensamientos que estaba teniendo… o por qué había estado casi corriendo sin darse cuenta?

Se giró lentamente, notando a Thoma a unos metros de ella, recuperando un poco el aliento.

—Lo siento, Thoma —murmuró apenada—. Estaba un poco distraída.

—¿Se encuentra bien? —le preguntó el sirviente, ya recuperado—. ¿Está acaso… molesta?

—No, para nada —le respondió sin titubeo, incluso sonriéndole con aparente normalidad—. ¿Por qué lo dices?

Su sonrisa podría parecer sincera, pero Thoma la conocía lo suficiente para saber que detrás de ella se encontraba otro tipo de emociones. E igualmente sabía que las mismas no le concernían a él cuestionarlas.

—Por nada —murmuró despacio, mirando hacia otra dirección—. Es en esta habitación, ahí lo colocamos.

Ayaka se viró entonces a su diestra, dándose cuenta de que ya estaban a unos cuantos pasos de la puerta.

—Pasemos entonces —indicó con serenidad, aproximándose a la puerta para deslizarla con cuidado y asomarse al interior.

Dentro, Ouji se encontraba recostado sobre un futon, mientras una de las meseras lo observaba a su costado. Al notar la presencia de su ama, la joven se hizo a un lado para dejarle el paso libre. Ayaka se aproximó al futon. Ouji aún tenía sus ojos cerrados, pero se agitaba un poco, aparentemente saliendo poco a poco de la somnolencia esperada tras haber estado tanto tiempo inconsciente. Su espada reposaba en el suelo a su lado.

—¿Sr. Ouji? —murmuró despacio la Princesa Garza, sentándose en el suelo a su lado—. ¿Puede escucharme?

El samurái pareció en efecto oírla, pues al momento giró su rostro en su dirección, y lentamente abrió sus ojos. Su vista tardó un poco en aclararse, hasta que el rostro sonriente de la Srta. Kamisato se volvió nítido para él. Su reacción, sin embargo, fue de hecho de cierta aversión. Rápidamente se sentó en el futon y se hizo hacia atrás, alejándose de Ayaka. Su rostro reflejaba confusión, y quizás un poco de miedo.

—Tranquilo, soy yo —susurró Ayaka despacio colocando una mano sobre su pecho, y extendiéndole la otra gentilmente a su invitado—. Está a salvo. Lo trajimos a…

—¡Aléjese de mí! —exclamó Ouji con fuerza, dándole un fuerte manotazo a la mano de Ayaka para alejarla. Luego tomó rápidamente su espada y saltó hacia atrás, quedando prácticamente en el extremo contrario del cuarto. Su mano derecha cerca de su empuñadura, listo para desenfundar.

—¡Señorita…! —exclamó Thoma alarmado al ver esto y se aproximó rápidamente hacia ella.

La mesera, también presente, se puso de pie de un brinco, también asustada.

—Ve por Kozue, ¡rápido! —le indicó el sirviente a la mesera con tono firme, y la chica se apresuró sin chistar a obedecer el encargo.

—No, Thoma —murmuró Ayaka, mientras sujetaba su mano un poco enrojecida por la palmada—. Es evidente que sólo está confundido…

—¡No lo estoy en lo absoluto! —gimoteó Ouji con ímpetu, su voz carraspeando inyectada en cólera—. Estoy muy consciente de todo…

Agachó en ese momento su cuerpo, separó sus pies y tensó los dedos de su mano, próximos a su espada. Había adoptado una clara posición de ataque.

—Vi lo que hicieron ahí, con sus visiones… —masculló el samurái con voz grave—. Dicen querer ayudar, dicen que son diferentes a la Comisión Tenryou. Pero mientras a nosotros nos arrebatan nuestras visiones, y nuestras almas con ellas, ustedes los de la Comisión Yashiro pueden pavonearse libremente con las suyas, ¡¿no es así?!

Ayaka se sobresaltó, pasmada ante tal acusación. No había previsto que sus acciones podrían haber sido percibidas de esa forma. Aunque era cierto que procuraba en su mayoría no mostrar tan abiertamente a la gente que aún tenía su visión, la situación ciertamente lo ameritaba. Pero esa postura no era por qué fuera un secreto, sino justo para evitar malentendidos como ese.

—No, no es lo que cree… —le intentó explicar dando un paso hacia él. Ouji, sin embargo, reaccionó mal ante este acercamiento.

—¡No se acerque! —exclamó furioso el ronin, sacando su espada de un jalón de su vaina, y cortando el aire frente a él con su peligroso filo. Aquello obligó a Ayaka a retroceder de nuevo.

—Oye, será mejor qué guardes eso —le advirtió Thoma con severidad, alzando una mano hacia él—. No sabes lo que estás haciendo.

—¿Y si no lo hago? ¿Me quemarás con tu visión?

—No quisiera hacerlo. Pero si es necesario, no lo dudaré…

—Eres apenas un niño; de seguro recibiste tu visión Pyro apenas hace minutos. ¡Yo tuve la mía por veinte años! Perfeccioné mi estilo en base a ella, ¡se volvió una parte de mí! Tú no podrías ni imaginar lo que es eso…

La conmoción y los gritos no pasaron desapercibidos para Kazuha y Tomo que ya se dirigían para allá, así que apresuraron el paso. Llegaron a la puerta justo al mismo tiempo que Kozue, que alertada por la mesera había ingresado también. Los tres se quedaron de pie en la entrada, analizando rápidamente la situación. Aunque no había mucho que analizar: un hombre tenía su espada afuera, gritando como loco a la Srta. Kamisato; no se necesitaba más contexto.

Tanto Kazuha como Kozue tuvieron el reflejo de saltar a la acción, pero Tomo sujetó a ambos de sus hombros para evitar que avanzaran demasiado.

—No se precipiten ustedes dos —les murmuró el samurái con tono de regaño.

—¡No me toque! —exclamó Kozue, quitándose su mano de encima—. ¿Qué cree que hace?

—La situación está un poco volátil, y si ustedes saltan al ataque así como así sólo lo empeorarán.

—Yo sé muy bien cómo hacer mi trabajo…

Sus palabras fueron cortadas al momento, pues Ouji siguió vociferando con ira.

—¡¿Qué los hace a ustedes mejores y más merecedores que yo?! ¿Sólo porque mi apellido no es Kamisato? ¡¿El Decreto de Captura de Visiones sólo aplica para los que no le besamos los pies a la Shogun?! ¡¿Así es cómo es esto?!

—No es así en lo absoluto —pronunció Ayaka con asombrosa tranquilidad, comenzando incluso a caminar hacia él.

—Señorita, no… —exclamó Thoma con preocupación, y no era el único.

—¡Ayaka…! —soltó Kazuha justo después, y de nuevo tanto Kozue como él avanzaron hacia el interior del cuarto. Esta vez, sin embargo, no fue Tomo quien los detuvo.

—¡Todos manténganse atrás! —vociferó Ayaka con fuerza, girándose hacia los demás con voz y postura de mando. Por mero reflejo, Kazuha, Kozue y Thoma se quedaron totalmente quietos, como si sus pies fueran incapaces de moverse y desobedecer aquella orden.

Ayaka se viró de nuevo al ronin y avanzó un poco más, hasta la distancia mínima que le permitía estar lejos del alcance directo de su arma. El hombre siguió tenso y a la espera del ataque, pero Ayaka alzó sus manos frente a ella, indicando que no tenía en mente ninguna acción hostil hacia él.

—Sr. Ouji, yo no soy su enemiga, de eso puede estar seguro —susurró con voz suave pero firme—. Sé que la situación actual de Inazuma ha puesto a prueba la bondad y el corazón de muchos. Pero no debe dejarse consumir por la desesperación, y en especial no debe perder la esperanza. Lo que le dije antes es cierto: esto no durará por siempre. Usted recuperará su visión, todos lo harán. Sólo debe confiar en mí. Sé que es difícil hacerlo, pero tiene mi palabra de que eso pasará tarde o temprano.

La incertidumbre era palpable en el rostro de Ouji, y era imposible intentar predecir qué era lo que pensaba. Pero no abandonaba en lo absoluto su posición. Sus dedos se aferraban fuerte a su empuñadura, hasta casi ponerse blancos. Su quijada estaba tensa, sus ojos desorbitados. El peligro se percibía latente a su alrededor, asfixiando el aire del cuarto.

—No quiero escucharla… —pronunció de golpe con sequedad—. ¡No es más que otro perro faldero de la Shogun!

Y lanzando ese grito al aire, se abalanzó directo en contra de Ayaka con su espada en mano, dirigiendo la punta de la hoja directo a ella.

—¡Ayaka…! —exclamó Kazuha con fuerza, y sin la menor duda se lanzó al frente, siendo impulsado con una ráfaga de viento. No fue el único, pues Thoma y Kozue igualmente se lanzaron al frente con gran agilidad. Sin embargo, ninguno de los tres fue más rápido que la propia Ayaka.

Al ver aquella espada dirigiéndose hacia ella, la Princesa Garza no perdió en lo absoluto su compostura. De hecho, en lugar de retroceder, se lanzó también al frente, al encuentro contra su atacante. No tenía su espada consigo, pero no la necesitó. Extendió su mano derecha, cubierta de su energía Cryo concentrada. Y en cuanto su palma tocó el acero de la hoja, ésta se congeló completamente, haciéndola tan vulnerable que un golpe directo de su otra mano la rompió por la mitad.

Ouji miró atónito aquello, quizás tanto o más como lo había hecho el propio Katsumoto al ver su arma rota unas horas antes.

Ayaka no se detuvo, pues una vez eliminada el arma de su oponente, rápidamente giró sobre sí misma, moviéndose con gran agilidad y elegancia, deslizando sus pies por el suelo hasta sacarle la vuelta por completo al samurái. Terminó justo detrás de éste en tan sólo unos segundos. Y desde su posición, extendió sus manos hacia adelante, golpeando con sus palmas la espalda del hombre, acompañada de una pequeña explosión de energía elemental. El cuerpo de Ouji fue lanzado al frente, con su espalda cubierta de escarcha.

Todo pasó en cuestión de segundos. Kazuha y los demás tuvieron que detenerse y moverse hacia un lado para esquivar a Ouji que se precipitaba hacia ellos tras haber sido empujado por Ayaka. El ronin terminó inevitablemente tirado en el suelo boca abajo, bastante desorientado y adolorido.

«Increíble» pensó Kazuha maravillado, volteando a ver a Ayaka. Ella estaba calmada e intacta; ni un cabello se había movido de su lugar.

Kozue se dirigió de inmediato hacia Ouji y rápidamente lo tomó de los brazos y lo sometió en el suelo antes de que intentara levantarse.

—No lo lastimen más, por favor —indicó Ayaka con ligera súplica.

La joven Kamisato se dirigió hacia él, pasando a un lado de Kazuha… sin mirarlo. Se paró entonces enfrente de Ouji. Éste alzó su mirada aún furiosa hacia ella desde el suelo.

—Lamento que esto haya terminado así, Sr. Ouji —declaró la peliazul con sincero pesar en su voz—. Por favor, llévenlo a la salida.

Kozue no esperó ni un poco en cumplir la orden, y de inmediato hizo que se pusiera de pie con la intención de escoltarlo para afuera.

—¡Puedo salir yo solo! —murmuró Ouji colérico zarandeándose para librarse del agarre de Kozue. Las heridas del día anterior claramente le seguían doliendo, pero aun así su insistencia pudo más, hasta que se soltó del agarre de la mujer, para irremediablemente terminar de nuevo de bruces en el piso.

—Déjame ayudarte, amigo —se adelantó Tomo a ayudarlo a pararse, antes de que Kozue lo volviera a tomar—. No se preocupe, yo me encargo, señorita —le indicó a Kozue con una reluciente sonrisa, que ella no pareció tomar de buena manera.

Como fuera, Tomo se apresuró a alzar a Ouji, colocar un brazo sobre su hombro y comenzar a guiarlo hacia la puerta. Su último intento de escape pareció menguar lo suficiente sus fuerzas como para que no le quedara otra que dejarse llevar por el samurái.

Una vez que el cuarto estuvo un poco más despejado, Ayaka se permitió dejar a la vista un poco del dolor que le cubría su mano izquierda. Al echarle un vistazo, notó que su piel se encontraba enrojecida en donde había golpeado el acero para romperlo. Aunque hubiera estado hecho hielo, era lo suficientemente duro como para que su mano resintiera el golpe.

—Ayaka —escuchó la voz de Kazuha pronunciar. Al alzar su mirada, el chico se encontraba a sólo un par de pasos de ella, y sus ojos rojizos contemplaban su mano lastimada—. ¿Estás…?

Kazuha dio un paso hacia ella con el acto reflejo de querer tomar su mano. Sin embargo Ayaka reaccionó, apartando su mano de él, e incluso retrocediendo un paso. Kazuha se quedó pasmado al ver esta reacción. Y al verla a los ojos, notó como lo miraba de reojo de una forma que no supo identificar. Como carente de cualquier emoción; incluso enojo o felicidad.

—Estoy bien —pronunció rápidamente mirando hacia otro lado, aunque se sentía como si esas palabras no fueran para él en realidad—. Creo que ha sido suficiente por este día, ¿no les parece? Vayamos a dormir de una vez.

Y dicho eso, comenzó a caminar apresurada hacia la puerta. De nuevo, pasando a un lado de Kazuha sin mirarlo.

—Por favor, indíquenles al Sr. Kaedehara y a su amigo cuál es su habitación —le pidió a Kozue a salir de la habitación—. Buenas noches.

—Buenas noches, Srta. Kamisato —le despidió la guardiana de la puerta, inclinando su cabeza con respeto.

Kazuha no se atrevió a decirles buenas noches, ni siquiera girarse hacia ella mientras se retiraba. Y aunque su rostro se veía tranquilo, aquella forma tan fría de tratarlo en verdad le había provocado un dolor punzante en el pecho.

Por el rabillo de su ojo notó que Thoma lo observaba, un tanto indeciso. Parecía que incluso quería decirle algo; ¿quizás unas palabras de conforte? Su boca se abrió, pero nada surgió de ella. En su lugar se limitó a pronunciar un:

—Buenas noches, Kaedehara.

Y se retiró también.


Aunque de camino a la puerta Ouji se comportó bastante cooperativo con Tomo, en cuanto estuvieron afuera esto cambió.

—Déjame… —masculló con brusquedad, soltándose del agarre de Tomo para andar por su cuenta—. No necesito la ayuda de un sirviente de los Kamisato…

A pesar de lo que había dicho, apenas dio un paso antes de casi caerse si no fuera porque se sujetó rápidamente de un poste.

—Te equivocas, yo no soy sirviente de los Kamisato —le indicó Tomo, observándolo desde atrás—. De hecho, no le sirvo a ningún señor. Así que tú, yo y el tal Katsumoto tenemos mucho más en común de lo que crees.

El samurái errante avanzó con cautela al frente, pasando a lado de Ouji que lo observaba reticente. Una vez en la calle, alzó su mirada, contemplando el cielo estrellado.

—Pero que no sirvamos a un señor, no quiere decir que tengamos que estar solos —declaró de pronto como un pensamiento al aire—. Conozco a unas personas que estarían encantadas de tenderte una mano, y apreciarían gratamente a alguien con tus habilidades y forma de pensar. Ve a Watatsumi; ahí encontrarás buenos amigos, y quizás hasta un nuevo hogar.

—¿Por qué me dices esto? —masculló Ouji con desconfianza—. ¿Tú quién eres?

—Mis amigos me llaman Tomo —respondió el espadachín de la visión Electro, girándose de regreso hacia él—. Y soy sólo un samurái errante más. Pero puedes confiar en mi palabra. Ve a Watatsumi; no te arrepentirás.

Y dicho lo que tenía que decir, se dirigió de regreso al interior del establecimiento. Ouji no lo miró mientras se retiraba, y era difícil determinar si había tomado en serio sus palabras, mucho más adivinar si tomaría su consejo o no.

Cojeando y usando la funda de su ahora rota espada como bastón, comenzó a avanzar por la calle rumbo a la salida de la ciudad, al ritmo que el dolor de sus heridas le permitía.


Llegó al fin la hora de dormir, y al menos Tomo parecía tan complacido y feliz por ello que prácticamente comenzó a roncar en cuestión de minutos después de recostarse sobre su futon. Tama reposaba a su lado, enroscada en sí misma. Kazuha, recostado en su respectivo futon a su lado, no corría con la misma suerte.

Sus ojos ni siquiera podían cerrarse, y se encontraban fijos en el techo, aunque sólo pudiera distinguir vagamente las vigas y los maderos de éste en las sombras que engullían la habitación. Este insomnio no era debido a los ligeramente estridentes ronquidos de su amigo; para bien o para mal estaba acostumbrado a ellos. Tampoco era que no se sintiera cansado, sino de hecho todo lo contrario. Todo se originaba en realidad por dos motivos, no correlacionados entre sí.

Por un lado, lo cierto era que en el último par de años quizás había dormido bajo en techo en bastante menos de la mitad de esas noches. La mayoría del tiempo le había tocado dormir a la intemperie, a lo mucho protegido bajo el cobijo de algún árbol. Y aunque pudiera ser ciertamente bastante incómodo en el momento, a la larga uno se acostumbraba tanto a ello que el intentar pasar la noche rodeado de cuatro paredes, un piso y un techo, terminaba resultando un tanto asfixiante.

Pero por sí solo eso no era suficiente para tenerlo en vela toda la noche, en especial si había tenido un día cansado. Sin embargo, en esa ocasión habría que sumarle la preocupación constante que le daba vueltas en la cabeza, derivado de lo ocurrido hace un rato atrás con Ayaka. Había prometido no lastimarla ni hacerle de nuevo ningún mal, y al parecer había roto esa promesa bastante más rápido de lo esperado. Quería disculparse con ella, intentar explicarle el porqué de su conducta (al menos lo máximo que pudiera explicar sin comprometerla). Esperaba en verdad tener la oportunidad de hacerlo antes de que se fueran a la mañana siguiente.

Así que de momento no podía hacer nada para solucionar el asunto con Ayaka, pero quizás podría hacer algo con lo otro. Le pareció ver que había un jardín trasero en ese sitio. Quizás podía dar un paseo afuera, respirar un poco de aire, y despejar la mente. Quizás eso lo ayudaría.

Cuidando de no hacer ruido para no despertar a Tomo y Tama, Kazuha se destapó y salió del futon. Les habían dado a ambos unas yukatas ligeras para dormir; la suya era roja con estampado de amapolas blancas. Tomó también su espada para llevarla consigo en su paseo. Los años vagando de un lado a otro lo habían acostumbrado a nunca alejarse demasiado de ella.

Salió con sigilo del cuarto, cerrando con cuidado la puerta detrás de él. Del mismo modo comenzó a avanzar por el pasillo hacia las escaleras. En su camino tendría que pasar frente a la habitación de Ayaka, así que con más motivo se dispuso a pasar sin hacer ruido para no despertarla. Sin embargo, al aproximarse, notó que la puerta de dicho cuarto se encontraba ligeramente abierta, tanto así que un rayo de luz plateada salía por ella y dibujaba una línea en el suelo del pasillo.

Aquella irregularidad le preocupó un poco. ¿Ayaka estaría bien? ¿Había quizás salido? Mientras pensaba en ello, sus pies se aproximaron cautelosos hacia la puerta. Echaría un vistazo rápido, sólo para asegurarse de que todo estaba bien.

Al mirar por la pequeña separación entre las puertas deslizables, no tardó en visualizar a la ocupante del cuarto. Ella ahí estaba, en efecto, pero al igual que él tampoco dormía. En su lugar, se encontraba sentada justo frente a la ventana abierta del cuarto, con su espalda apoyada contra la pared y su mirada fija en la vista del cielo estrellado. La luz que entraba por la ventana era la de las estrellas y la luna, que bañaban de forma casi etérea la figura de la Princesa Garza, mientras una ligera brisa acariciaba dulcemente su rostro y agitaba un poco los mechones azulados de su cabello en ese momento totalmente suelto. Usaba una ligera Yukata color azul claro, de tela delgada y entallada a su esbelta figura.

Un poema se formaba en la cabeza de Kazuha para intentar describir tan hermosa imagen, pero sentía que ninguna palabra le haría justicia. Parecía casi irreal, sacada de algún extraño sueño. Y, de hecho, Kazuha comenzó a cuestionarse por un segundo si en efecto no se trataba justamente de eso: un sueño. Pero no, aquello era el mundo real. Y la manera más fácil de saberlo era que, de ser un sueño, él tendría el valor o la osadía de ingresar a ese cuarto, dirigirse hacia ella, y…

Desvió su mirada rápidamente hacia un lado, sintiéndose por un momento indigno de siquiera mirarla, o dejar que su mente se imaginara cualquier otra cosa. Obligó a sus pies a moverse y seguir su camino de largo. Sin embargo, sólo logró avanzar unos cuantos pasos de la puerta.

—¿Quién está ahí? —escuchó con claridad la voz de Ayaka pronunciado desde el interior del cuarto, rompiendo abruptamente el silencio.

Kazuha se detuvo en su sitio, respingando un poco como un niño siendo atrapado a punto de cometer alguna travesura. Y siendo de esa forma, no tuvo más remedio que retroceder en sus pasos, y volver a pararse frente a la puerta para desplazarla hacia un lado y revelar por completo su presencia.

—¿Kazuha? —exclamó Ayaka despacio, mirándolo desde la ventana con sorpresa en su mirada.

—Lo siento —se disculpó el chico Kaedehara con voz cautelosa—. No quería importunarte. Sólo estaba buscando una forma de salir al patio y respirar un poco de aire.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, no te preocupes. Es sólo que…

Kazuha desvió su mirada hacia un lado, como si se sintiera un poco avergonzado.

—Creo que me he desacostumbrado un poco a dormir en lugares encerrados.

Aquella declaración le resultó un poco peculiar a la joven Kamisato, pero era a su vez comprensible considerando lo que le había comentado más temprano.

Ayaka no pronunció nada como respuesta en ese momento, y en su lugar volteó su vista hacia la ventana, contemplando de nuevo al firmamento como hace un rato. Kazuha supuso que hasta ahí su interés se sobreponía al disgusto que de seguro aún sentía hacia él. Así que para no molestarla más, se dispuso a retirarse y seguir con lo que estaba haciendo. Pero la voz de la joven volvió a sonar antes de que se fuera, evitando que avanzara demasiado.

—¿Por qué no pasas y te sientas frente a la ventana conmigo un momento?

Kazuha se sobresaltó, un tanto azorado por aquella repentina propuesta. Al virarse hacia ella una vez más, Ayaka lo miraba de regreso. Su rostro dibujaba una más de sus afables y hermosas sonrisas, que Kazuha tanto había aprendido a apreciar en tan poco tiempo.

—Quizás eso te ayude a sentirte mejor —añadió la joven a continuación.

Kazuha guardó silencio unos instantes, pero no necesitaba pensar demasiado para deducir qué era lo que él deseaba hacer. Desde antes supo que haría todo lo que ella le pidiera, si lo hacía con una sonrisa como esa en sus labios. Así que sin darle muchas vueltas, dio un paso al interior del cuarto.

—Creo que eso me gustaría —le respondió con voz cauta, cerrando con cuidado la puerta detrás de él.

Notas del Autor:

El primer desacuerdo de nuestros protagonistas, que por suerte no es tan grave. Pero, ¿lo podrán resolver? Lo veremos en el siguiente capítulo; eso y mucho más… Y por el momento Ouji también deja la escena, pero es probable que lo volvamos a ver en algún momento.