Capítulo 22
Segundo Primer Beso
Kazuha avanzó hacia la ventana y se sentó junto a ésta, delante de Ayaka, y colocó su espada en el suelo, cerca de él. Miró entonces pensativo hacia el exterior. La luna en efecto brillaba, aunque no estaba totalmente llena por lo que las estrellas aún se hacían notar su presencia en el firmamento. Y debajo, los árboles de cerezo del jardín trasero lucían en su esplendor bajo la luz nocturna. Sus hojas se mecían levemente con el viento, y algunos de sus pétalos surcaban el aire dando giros.
La ciudad en general se percibía silenciosa y solitaria. El único sonido notable era la sinfonía concordante de varios grillos.
Tras admirar por la ventana en silencio por varios segundos, se viró de nuevo hacia Ayaka. Ésta también miraba hacia el exterior, con una radiante sonrisa. De cerca su imagen etérea que lo había embelesado hace unos momentos se percibía más terrenal, pero no por eso menos hermosa.
—¿Tampoco puedes dormir? —le preguntó de pronto, llamando su atención.
—No —respondió la joven Kamisato sin apartar sus ojos azules del cielo—. Uno esperaría que después de todo el ajetreo de hoy estuviera exhausta, ¿cierto? Pero aunque mi cuerpo esté cansado, tal parece que mi mente aún está inquieta. Además, el cielo se ve muy hermoso esta noche, ¿no te parece?
—Sí, es muy bonito. Pero lo es aún más cuando lo contemplas desde el bosque, lejos de cualquier lámpara o luz artificial.
—Me lo puedo imaginar.
Siguieron en ese momento unos segundos más de silencio, aunque para ninguno de los dos resultaba particularmente incómodo. De hecho, había cierto agrado en el momento. Recordaba un poco a esas ocasiones de niños, en las que mientras Ayaka estudiaba Kazuha se sentaba a su lado a leer o escribir, y ambos se hacían compañía mutua sin tener que decirse mucho.
Una ráfaga de viento ligeramente más fuerte que las anteriores sopló de golpe, arrastrando consigo algunos de los pétalos rosados de cerezo y elevándolos hacia la ventana.
—Mira —murmuró Ayaka, señalando a los pétalos que habían ingresado de esa forma repentina, flotando sobre sus cabezas y luego cayendo a su alrededor como pequeños copos.
Tanto Kazuha como Ayaka tuvieron la reacción de alargar sus manos y alcanzar uno de esos pétalos. Al hacerlo, sin embargo, sus dedos inevitablemente se encontraron, rozándose mutuamente. La reacción inmediata de ambos fue de retroceso, alejando la mano del otro. Sin embargo, Kazuha notó en ese momento la venda blanca que envolvía toda la palma y dorso izquierdos de Ayaka. Era la misma mano con la que había golpeado la espada de Ouji para romperla.
—Tu mano… —murmuró Kazuha, aproximándose un poco más hacia ella. Ayaka por mero reflejo apartó un poco su mano, ocultándola de la vista del muchacho.
—No es nada, descuida —le indicó con una media sonrisa—. Con la medicina especial estará bien para mañana.
Kazuha asintió y volvió a sentarse con cuidado en su lugar. Si ella lo decía, debía ser cierto.
Ayaka agachó su atención hacia el suelo, y tomó entre sus dedos uno de los pétalos rosados para contemplarlo de cerca. Al mirar de nuevo por la ventana, pudo sentir algo de ese viento fresco entrando por ella y tocándole el rostro.
—¿Recuerdas ese haiku que compusimos cuándo éramos niños? —preguntó de pronto al aire, tomando a Kazuha un poco desprevenido.
—¿Cuál de todos?
—Tienes razón —rio Ayaka con humor—. Fueron varios, ¿verdad? Pero me refiero al primero, en el que estabas trabajando en mi patio el día que nos conocimos. ¿Recuerdas cómo iba?
Kazuha guardó silencio unos momentos, y bajó la mirada, observando también los pétalos en el suelo. Parecía estar intentando recordar las palabras exactas, pero en realidad no era precisamente eso. Más bien le pareció algo curioso que se lo recordara justo en ese momento.
—Flor de cerezo… Llévate mi tristeza… Volando al viento… —recitó con voz calmada y fluida.
—Ese mismo —asintió Ayaka. El que lo recordara tan bien la sorprendió un poco—. Lo recordé ayer por algún motivo, y poco después te vi. Y esta mañana alguien llegó a la Hacienda Kamisato con el cartel de "Se Busca" de Katsumoto, y por eso me decidí a buscarlo para ver si podía tener una pista de si estabas en verdad por aquí o no. ¿No es extraño? Si alguna de esas cosas no hubieran pasado, quizás no hubiéramos terminado encontrándonos esta noche.
—Supongo que fue el destino.
—O la voluntad de los Arcontes. Eso dijo Thoma, al menos.
—De eso no estaría tan seguro —masculló Kazuha pensativo, desviando su mirada hacia la ventana de nuevo.
De nuevo el mismo silencio de antes, y quizás ambos estarían en parte conformes con quedarse de esa forma. Pero lo cierto era que ambos tenían cosas que deseaban decir, en especial Ayaka.
—Lamento mi comportamiento de hace rato —musitó con seriedad la Princesa Garza—. No estaba… pensando con claridad, y no debí portarme así contigo.
—No, yo soy quién debe disculparse —respondió Kazuha rápidamente con firmeza—. No debí rechazar tu ofrecimiento de esa forma. La verdad es que me encantaría como no tienes idea poder quedarme unos días contigo, pasar el tiempo juntos y recordar los viejos tiempos.
—Supongo que viene un "pero" en camino, ¿cierto? —murmuró Ayaka con cierto pesar en su voz.
Kazuha suspiró. De nuevo su vieja amiga demostraba ser bastante perceptiva.
—Pero debo ser honesto contigo… o al menos lo más honesto que puedo —le respondió con voz apagada, agachando su rostro—. No sólo vinimos a Inazuma por el festival. Lo cierto es que estamos aquí por un asunto delicado, en el cuál no quiero en lo absoluto involucrarte.
La mirada de Ayaka se tornó un tanto severa al oírlo decir aquello, incluso quizás algo desconfiada. Aún con esas pocas palabras le había bastado para darle una idea aproximada de lo que trataba de decirle.
—¿Estás hablando de un asunto… ilegal? —le cuestionó con cautela. Kazuha, sin embargo, no le respondió—. ¿Estás en problemas, Kazuha?
—No —se apresuró a aclarar el chico Kaedehara, alzando de nuevo la mirada—. Es sólo un favor que le estoy haciendo a Tomo. No es nada peligroso, ni tampoco grave. Pero sí es algo en lo que un representante de la Comisión Yashiro como tú no debería verse involucrado, en especial siendo una Kamisato. Y por favor, no me pidas que te diga más. No quisiera ponerte en la difícil situación de tener que elegir entre cumplir tu deber o proteger a un viejo amigo.
Ayaka guardó silencio, intentando digerir lo mejor posible aquellas palabras. Ciertamente eran lo bastante enigmáticas como para cautivar su curiosidad y querer saber a qué se refería exactamente. Sin embargo, podía entender por qué deseaba mantenerlo, fuera lo que fuera, lo más oculto posible de ella. Era miembro de la comisión Yashiro, después de todo. El sólo hecho de tenerlo a él y a su amigo ahí en lugar de entregarlos a la comisión Tenryou, ya iba en contra de su deber.
Y claro, Ayaka también tenía sus secretos, más graves que darle refugio a dos personas con visiones por un par de noches, y quizás más de lo que Kazuha le estuviera ocultando. Y tampoco se podía permitir compartirle dichas cosas a él; no aún, al menos. Así que sería injusto, y hasta hipócrita, el insistirle en que le dijera cuál era su asunto secreto.
—Entiendo —murmuró Ayaka despacio, asintiendo con la cabeza—. Respeto tu postura, Kazuha. Pero si hay algo en lo que te puedo ayudar, no dudes en decírmelo, por favor.
—Gracias, Ayaka —asintió Kazuha, aunque en el fondo esperaba no tener que hacer tal cosa—. No debes preocuparte por nada, en serio. Luego de la primera noche del Festival, los dos nos iremos de Inazuma y terminaremos con dicho asunto rápidamente. Y después yo…
Guardó silencio de golpe, dejando de nuevo la idea en su mero inicio, similar a cómo le había ocurrido con Tomo. Ayaka notó esto, y se le vio un tanto confundida por su reacción.
—¿Después tú qué, Kazuha? —inquirió Ayaka, algo preocupada.
No hubo respuesta inmediata de parte del muchacho de ojos rojizos. Sin embargo, la deducción que Tomo había hecho antes cuando tuvieron esa misma conversación, había sido en efecto acertada. Kazuha estaba pensando justamente en volver a Inazuma una vez que terminaran de entregar las visiones. Era un poco gracioso, si lo pensaba. Había evitado acercarse a ese sitio por tanto tiempo, pero ahora tenía un motivo de peso para querer volver; y ese motivo era justamente la joven mujer sentada delante de él.
Sin embargo, el consejo, y quizás advertencia, que Tomo le había dado seguía retumbando un poco en su cabeza: "No dejes este tipo cosas para después; las cosas que en verdad importan. En estos momentos ella y tú están aquí, juntos. Mañana… nunca se sabe…"
Aquello golpeaba a Kazuha a un nivel profundo. No podía ignorar que habían tenido que pasar ocho años antes de poder reencontrarse con Ayaka, que pudieran hablar y estar de nuevo juntos como en ese momento. ¿Cuánto más dejaría pasar? ¿Y si luego ya era demasiado tarde?
Desvió su mirada pensativa a la ventana, contemplando los árboles rosados en el jardín, meciéndose con el viento.
—Ya que hablamos de cosas extrañas, la verdad es que yo también estuve pensando en ese haiku hace unos días, cuando los árboles de cerezo comenzaron a florecer. Pensaba también en que en una ocasión me mencionaste que te gustaría casarte en la primavera de tu cumpleaños dieciocho, cuando los cerezos estuvieran en flor.
Ayaka se sobresaltó, pasmada por esa repentina revelación.
—¿Eso dije? —masculló intentando mantener la calma, aunque tuvo que desviar su rostro robotizado hacia un lado—. Pues… ésta es de hecho la primavera de mi cumpleaños dieciocho —indicó con temple, a pesar de que sus dedos se movían nerviosos sobre la tela de su yukata—. Quizás, si todo hubiera sido diferente, en lugar de estar planeando este festival, estos días estaría planeando…
—¿Nuestra boda? —complementó Kazuha rápidamente, y el silencio de Ayaka bastó como confirmación. Luego, algo dubitativo, le pregunto—: ¿Nunca… volviste a comprometerte…?
—¡No! —respondió Ayaka rápidamente; quizás, demasiado rápidamente—. Digo… no. Me enteré que ha habido algunos interesados que intentaron hablar al respecto con mi hermano en estos años, pero él los rechazó a todos.
—¿Por qué?
—No sé. Quizás no quería repetir el mismo error que la vez pasada…
Ayaka respingó un poco al darse cuenta de que había hablado sin fijarse del todo con quién lo hacía, e indirectamente llamándolo un "error".
—Lo siento, no quise decir…
—Descuida, lo entiendo —se apresuró Kazuha a aclarar—. ¿Y no has conocido a nadie que… te guste?
—¿Que me guste? —murmuró Ayaka, sonando casi como si le resultara difícil comprender el significado de dicha pregunta—. Bueno… tú sabes cómo son las cosas cuando estás en una posición como la nuestra… O es decir, como la mía…
—Lo sé. No puedes darte el lujo de simplemente "gustar" de alguien, ¿cierto?
Ayaka asintió, un poco disimulada.
Cada uno volteó en ese momento a una dirección diferente, y se hizo de nuevo el silencio, aunque éste sí se volvió ya uno incómodo. La conversación se estaba yendo por un lado un tanto inesperado, en especial para Ayaka. Y ésta al menos no estaba segura sí deseaba que siguiera en esa dirección. Aun así, había una duda latente en su mente que empujaba con fuerza por querer salir. Y por más que lo quiso evitar, su propia boca terminó por delatarla.
—¿Qué hay de ti? —soltó Ayaka de golpe, rompiendo de tajo el silencio—. ¿Has conocido a alguien… especial en todos tus viajes?
Kazuha fue tomado por sorpresa por esa repentina pregunta. Aunque pensó rápidamente que no tenía derecho a tomarlo de esa forma; después de todo, él era quién había comenzado con ese tema.
—He conocido a muchas personas especiales —respondió con seriedad—. Pero… nadie en ese sentido. Nadie que me haga sentir como me sentí cuando…
Cortó de golpe sus palabras, sin terminar su respuesta.
Y ahí estaba de nuevo, en el mismo sitio de más temprano, con el mismo deseo de decir aquello que guardaba en su pecho. Y de nuevo se cuestionaba a sí mismo lo que lo detuvo de decirlo en ese momento. Después de todo el daño que le había hecho a Ayaka y a su familia, ¿qué derecho tenía de siquiera pensar en esas palabras, mucho menos de pronunciarlas? Lo correcto sería retroceder, y dejar aquello de lado. Alejarse antes de hacer o decir algo que provocara más dolor…
"En estos momentos ella y tú están aquí, juntos. Mañana… nunca se sabe…"
De nuevo las palabras de Tomo haciendo tumbos en su cabeza. Debía aceptar que cuando se lo proponía, podía demostrar bastante sabiduría y madurez. ¿Así sería tener un hermano mayor?
—¿Cómo te sentiste cuando qué…? —susurró Ayaka, curiosa y expectante, haciendo que Kazuha se virara por reflejo a mirarla.
Y al posar sus ojos de nuevo en su hermoso rostro, bañado por la luz de la luna, y en esos suplicantes ojos que lo miraban directamente y pedían que dijera lo que tenía que decir… su miedo y sus dudas se doblegaron por completo. Y sin la menor vacilación, le respondió:
—Cómo me sentí cuando te vi ayer. O cuando te vi esta noche. O como me siento justo ahora al mirarte en este momento.
Ayaka sintió que su respiración se cortaba, y su rostro entero comenzó a arder. Podía imaginarse vívidamente sus mejillas enteramente pintadas de rojo, y no sabía si la luz nocturna que entraba por la ventana podía dejarla en evidencia o no. Aun así, en esa ocasión no desvió la mirada para intentar ocultarlo. No quería dejar de mirar al chico delante de ella. La inundaba el miedo irracional de que si desviaba la mirada sólo un poco, se desvanecería en el viento como los pétalos rosados de esas flores.
—¿Qué es… lo que sientes? —soltaron los labios de Ayaka, sin que ésta se lo propusiera en realidad. Fue casi como si su cuerpo hubiera elegido por su propia cuenta hacer esa pregunta.
Kazuha se atrevió entonces a aproximarse un poco más hacia ella. Pensó que Ayaka de alguna forma rehuiría de él, como había apartado su mano. Pero no fue así. Incluso cuando se aproximó un poco más, hasta estar sentado justo delante de ella, ella permaneció firme y quieta en su sitio. Parecía ni siquiera estar parpadeando.
—Siento que podría besarte en este mismo momento —pronunció Kazuha de golpe, e igual que había pasado con ella, fue como si sus labios se movieran por sí solos, aunque no hubo ningún remordimiento al respecto.
Los ojos de Ayaka se abrieron por completo, grandes como dos hermosas y brillantes lunas. Sin embargo, siguió en su lugar, sin retroceder ni hacerse a un lado. Su corazón latía tan fuerte que estaba segura que en la quietud de la noche, Kazuha debía ser capaz de oírlo.
—Pero —pronunció el muchacho Kaedehara poco después—, no como aquel beso que nos dimos cuando teníamos diez años, sino uno real…
—Aquel beso… fue bastante real para mí… —pronunció Ayaka despacio y lento, su voz temblaba un poco. Por supuesto recordaba vívidamente aquel día. Después de todo, cualquier chica recordaría con cariño su primer beso, en especial si fue uno tan dulce y tierno como el de ella.
—Lo sé. Pero en aquel entonces yo era sólo un niño que no era capaz de entender mis sentimientos.
—¿Y ahora… sí los entiendes…?
Esa era una interesante pregunta, que en realidad aplicaba para ambos.
¿Entendía Kazuha qué era lo que estaba sintiendo en esos momentos al estar ante ella y decirle esas palabas que se había guardado todo ese día?
¿Entendía Ayaka qué era lo que ella sentía al escuchar a su antiguo amigo y prometido pronunciar aquello?
¿Tenía claro Kazuha qué era lo que lo motivaba a en ese momento atreverse a aproximarse un poco más a ella, inclinando su cuerpo en su dirección?
¿Podría definir Ayaka de alguna forma qué sentía al ver como él cortaba de esa forma la poca distancia que los separaba, o por qué en lugar de detenerlo o moverse de hecho todo su cuerpo parecía emocionado y deseoso de que siguiera haciéndolo hasta el final?
¿Entendía alguno de los dos qué era lo que sentían al estar sus rostros frente a frente una vez más, tan cerca que podían llegar a escuchar y sentir la respiración nerviosa del otro? ¿O seguían en el fondo siendo esos pequeños de diez años motivados por la curiosidad, o quizás un sentimiento más profundo que le resultaba complicado concebir…?
—¿Debería cerrar los ojos…? —pronunció despacio la joven peliazul. Y cómo una repetición de aquel momento hace ocho años, Kazuha le respondió de nuevo:
—Si… tú quieres…
Y en perfecta sincronía, ambos cerraron los ojos al mismo tiempo, y cada uno fue responsable de recorrer su respectiva mitad de la corta distancia que los separaba, hasta que sus labios volvieron a unirse una vez más. Pero Kazuha tenía razón: aquel segundo beso fue totalmente diferente al primero. Fue más largo (bastante más largo), más profundo, más intenso…
Sus labios comenzaron a moverse lentamente contra los del otro, rozándose y acariciándose lentamente de una forma que les resultó simplemente natural, a pesar de que ninguno tenía demasiada experiencia con ello. Ambos podían sentir el calor y el olor del otro, como si fuera poco a poco volviéndose parte del suyo.
Los brazos de Kazuha se alzaron por sí solos, rodeando el delgado cuerpo de Ayaka con ellos y atrayéndola más hacia él. Ayaka, sin separar sus labios ni un poco, se inclinó más hacia adelante, pegando inconscientemente su cuerpo contra el de Kazuha. Sus manos tomaron con algo de fuerza la tela de la yukata roja del chico. Su mano herida resintió un poco esto, pero no le importó. Las sensaciones que le recorrían el cuerpo entero en ese momento podían más que el dolor.
Ninguno pensaba en nada en ese momento, o se cuestionaba qué significaba aquello o si acaso era algo correcto. Sólo se dejaron llevar enteramente, hasta que les fue simplemente imposible alargarlo más.
No supieron cuánto tiempo habían estado unidos, pero lo cierto fue que al separarse ambos fueron conscientes de que les faltaba el aire; casi como si hubieran estado corriendo. Igual como los cerraron, abrieron los ojos al mismo tiempo, encontrándose de frente con los del otro. La emoción que desbordaba en sus miradas se volvió hasta cierto punto un poco intimidante. Lentamente se apartaron uno del otro, y aunque ninguno lo expreso de ninguna forma, la creciente distancia les resultaba un tanto dolorosa.
Ninguno dijo nada por un rato, como si su aliento hubiera sido consumido por completo y les fuera imposible incluso hablar. Ayaka volteó de pronto su cuerpo entero hacia un lado, casi dándole por completo la espalda a Kazuha, e incluso volteó su rostro más atrás, ocultándolo por completo de la vista del muchacho. Poco a poco su mente comenzaba a aclararse, y aunque no quería en un inicio, una parte profunda de su ser comenzaba a cuestionarle severamente lo que acababa de hacer.
¿Sentía acaso algún tipo de culpa? ¿Miedo, quizás? Era difícil describirlo. Tal vez sí había algo de eso, pero definitivamente no era lo único. Y al colocar una mano sobre su pecho y percibir más vívidamente su acelerado corazón, supo claramente que esa reacción era causada por algo más fuerte.
Kazuha pasaba por un estado muy similar al de ella. Una parte de él se reprendía a sí mismo por haber hecho tal cosa, mientras que otra… deseaba hacerlo de nuevo. Y sin saber cuál de las dos partes ganaría al final, tuvo que tomar la decisión difícil, aunque necesaria de retroceder antes de que eso se saliera de control.
—Debería volver a mi habitación —indicó con seriedad, parándose en ese momento con todo y su espada.
—Sí… creo que sí —murmuró Ayaka despacio, sin voltear a verlo ni un poco—. Espero que puedas descansar…
Kazuha no pudo ocultar demasiado que sintió un poco de decepción al escucharla decir eso. Al parecer esa parte de él que no se arrepentía en lo absoluto de lo ocurrido, tenía la esperanza de que ella le dijera que no se fuera. Pero debía respetar su decisión; era lo mejor.
—Qué duermas bien, Ayaka —le indicó con voz cauta, ofreciéndole una pequeña reverencia para justo después dirigirse a la puerta.
Cuando escuchó el sonido de la puerta deslizándose, Ayaka reaccionó al fin, volteándose rápidamente en su dirección. Lo vio caminar hacia el pasillo, y rápidamente sus labios se separaron, deseosos de decirle algo. ¿Qué con exactitud?, no lo tenía claro. Pero al final dio igual, pues terminó sin decir nada, y Kazuha igual se fue, dejándola sola.
Ayaka sintió que las fuerzas de su cuerpo la abandonaban, y lentamente se dejó recostar en el suelo sobre su costado derecho. Sus ojos se perdieron en las sombras de los rincones más alejados del cuarto, mientras su mente volaba mucho más allá.
La emoción más fuerte que la culpa o el miedo se volvió más clara conforme las otras dos se fueron acallando. Dicha emoción era, sin lugar a duda, felicidad…
Ayaka creyó que no podría dormir en lo absoluto esa noche, pero el cansancio terminó ganándole tras un par de horas. Incluso se quedó ahí dormida, al pie de la ventana estando ésta aún abierta. Y lo que la despertó no fueron los rayos del sol entrando, sino un par de golondrina que habían decidido tomar su ventana como sitio para pararse y ponerse a cantar.
La Princesa Garza se remolineó en el suelo un par de veces, antes de lograr abrir sus ojos por completo. Los primeros segundos fueron algo confusos, y sólo se quedó ahí recostada viendo al techo, mientras las golondrinas seguían cantando a su lado.
¿En dónde estaba? ¿Qué día era? ¿Qué hora era? ¿Qué deberes tenía que hacer primero…?
Fue recordando poco a poco que estaba en Komore, en su habitación privada, y que había ido ahí para… para…
Se sentó rápidamente, alarmada. Los recuerdos de la noche anterior le llegaron todos de golpe uno tras otro. Y la sensación de los labios de Kazuha contra los suyos se volvió tan vivida como si la hubiera vuelto a besar justo en ese momento.
¿Qué hora era? Al mirar a la ventana, se volvió evidente que el sol ya estaba totalmente arriba. Bien podría ser media mañana, mediodía, o incluso más tarde…
«Kazuha» pensó con alarma. «¿Y si ya se fue…?»
—No, no, no —repitió varias veces, al tiempo que se ponía rápidamente de pie y prácticamente corría hacia la puerta del cuarto.
En el pasillo, no tardó mucho en encontrar a una de las meseras, que llevaba con sumo cuidado unos platos de comida.
—Yuki —pronunció con fuerza para llamar su atención, aproximándosele rápidamente—. ¿Dónde está el Sr. Kaedehara?
—¿Quién, señorita? —inquirió la joven, un poco perdida.
—El chico que vino conmigo anoche, de hermosos cabellos rubios platinados, y profundos ojos rojizos… —Se detuvo de golpe al darse cuenta de lo que estaba diciendo, y de cómo aquella chica la miraba un tanto sorprendida—. El... chico con la herida en el hombro.
—Ah, sí —pronunció con prudencia la mesera—. Está en el salón de abajo desayunando.
Ayaka no pudo evitar sonreír con alegría y alivio al escucharla. Entonces aún seguía ahí; aún tenía tiempo.
—Gracias —pronunció rápidamente, y de inmediato se giró hacia las escaleras, comenzando a correr hacia éstas.
Bajó cada escalón casi saltando, y luego se dirigió derecho al salón que le habían indicado. Las puertas de éste se encontraban cerradas, pero cuando estaba lo suficientemente cerca logró escuchar la voz de la persona que buscaba pronunciar claramente:
—…creo que tendremos que retirarnos en un rato más. Sólo quisiera primero…
Ayaka no escuchó nada más, ya que en ese momento se paró firme frente a las puertas, y las abrió rápidamente de par en par, jalándolas hacia los lados.
—¡Kazuha…! —pronunció con fuerza una vez que se asomó al interior del cuarto.
Y en efecto, Kazuha estaba ahí, sentado en la mesa comiendo su desayuno justo como la mesera Yuki le había dicho. Sin embargo, como hubiera resultado lógico de haberse detenido sólo unos segundos a meditarlo, no se encontraba solo… Y tanto Kazuha como Tomo y Thoma, e incluso la pequeña gatita Tama, se viraron al mismo tiempo a mirarla, un poco alarmados por su repentina presencia, y en especial por su abrupto grito.
El rostro de la Kamisato se tornó completa rojo por la vergüenza.
—Buenos días, Srta. Ayaka —murmuró Thoma, justo después de tragar rápidamente su bocado.
—Buenos días, a todos —respondió Ayaka rápidamente, intentando reflejar el mayor temple posible, mientras con sus dedos se acomodaba su cabello y su yukata—. Les ruego disculpen mi apariencia tan desarreglada.
—¿En serio eso es desarreglado para usted? —masculló Tomo con tono divertido—. Usted parece lista para ir a una fiesta, Srta. Kamisato. Debería ver como suelo despertar yo en las mañanas.
—Tomo —murmuró Kazuha despacio a su lado, acompañado de una mirada de clara reprimenda. El samurái errante entendió de inmediato que debía mejor guardar silencio, así que se concentró de vuelta en su plato.
Kazuha se puso en ese momento de pie, y miró atento a la recién llegada para preguntarle:
—¿Me buscabas, Ayaka?
La joven peliazul volvió a sentirse avergonzada. El que lo estuviera buscando justo a él era una deducción lógica, considerando que había entrado gritando su nombre. Así que hacerse para atrás en ese momento sería ciertamente una tontería.
—Sí… —respondió Ayaka despacio, respirando lentamente para recuperar su compostura—. Necesito que habl…
Unos gritos repentinos interrumpieron las palabras de Ayaka, y jalaron de golpe la atención de todos, incluyendo la de ésta. Parecía ser una persona molesta, pero se oía algo lejana. Lo más seguro era que quién fuera, estaba en la puerta principal del establecimiento.
—¿Qué es ese ajetreo? —cuestionó Thoma, parándose de un salto.
—¿La Comisión Tenryou? —murmuró Kazuha con preocupación, e instintivamente tomó su espada del suelo.
—No —se apresuró Ayaka a aclarar, alzando una mano en su dirección en señal de calma—. O al menos no lo creo. Quédense aquí, iré a ver.
—Mejor permítame ir a mí —indicó Thoma, disponiéndose a salir también de la habitación, pero Ayaka lo detuvo.
—No, es mejor que yo vaya. Si son guardias Tenryou, me harán más caso a mí si les pido que se retiren. Tú quédate aquí, y si algo pasa, sácalos por la salida trasera, ¿de acuerdo?
—Yo me encargo, señorita —respondió Thoma, asintiendo.
Ayaka se dispuso a encaminarse a la puerta. Sin embargo, antes de irse se detuvo un segundo y miró de nuevo a la persona que había ido a buscar tan desesperadamente.
—Kazuha… —pronunció despacio, con algo de consternación en su voz. Pero sin necesidad de que tuviera que decir más, el muchacho le comprendió.
—Aquí te estaré esperando —declaró con firmeza, casi como un solemne juramente.
Ayaka le sonrió de regreso, asintiendo con gratitud, para luego alejarse a encargarse de aquel otro asunto.
Kazuha tomó asiento de nuevo en su puesto. Al momento, sin embargo, notó como tanto Tomo como Thoma lo miraban fijamente. Y aunque el sentir en sus miradas era de cierta forma diferente, los unía la certeza de que había una parte de la historia que al parecer se habían perdido.
—¿Qué ocurre? —murmuró Kazuha con algo de brusquedad, tomando de nuevo su plato para seguir comiendo.
—Nada —murmuró Tomo con tono irónico, y una molesta sonrisa astuta. E igual, se dispuso a seguir comiendo.
Notas del Autor:
Supongo que el título del capítulo terminó siendo un poco spoiler, ¿eh? Pero lo importante no era qué pasaba, sino cómo pasaba. No tengo mucho qué decir, sólo que disfruté mucho escribir este capítulo, así que espero que ustedes hayan disfrutado leerlo.
