Capítulo 28
Lo esperaré con ansias
Sólo habían pasado máximo unos diez o quince minutos desde que Ayaka ingresó a la casa de té en compañía de su hermano, pero para Kazuha cada minuto se sentía como una tortuosa hora. Estando ahí sentado frente al establecimiento en compañía de Tomo, y bajo el ojo observador de los dos guardias Yashiro, y también Kozue, no podía evitar voltear a ver constantemente a la puerta principal esperando que en cualquier momento la figura de Ayaka se hiciera una vez más presente. Pero eso no ocurría.
Kazuha siempre había sido una persona bastante serena y en control de sus emociones, en especial las negativas. Su tiempo en la naturaleza le había enseñado a mantener en calmar su mente y espíritu ante cualquier situación, y dejar que todo fluyera en el curso que debía fluir. Sin embargo, al parecer eso le resultaba un tanto más complicado de hacer cuando el problema no recaía en él, sino en alguien que en verdad le importaba; como Kamisato Ayaka.
—Por más que mires a la puerta, tu princesa no volverá más pronto —le murmuró Tomo despacio a su lado, con ligero humor en su tono—. No estés tan inquieto; es su hermano, después de todo. Preocúpate más por nosotros.
Al mencionar eso último, se viró a mirar de reojo a los dos guardias de pie a sólo un par de metros de ellos. Pero más allá de los dos guardias vigilándolos, la curiosa escena había ya captado la atención de algunos transeúntes que pasaban por la calle a un lado de la casa de té, y varios de ellos se habían tomado el momento para murmurarle despacio a su acompañante mientras miraban en su dirección. Aquello no tardaría en quizás llamar la atención de ahora sí guardias Tenryou.
Un poco más de un minuto después, la puerta de la casa de té se abrió al fin, y detrás de ésta se asomó el rostro serio del Comisionado Yashiro. Al verlo, Kazuha se puso de inmediato de pie y se giró hacia él.
—Lord Kamisato… —murmuró despacio.
Ayato comenzó entonces a caminar en dirección a la calle, justo a un lado de los dos espadachines errantes, pero sin voltear a verlos en realidad. Aunque al pasar delante de Kazuha, éste sí llegó a percibir que le murmuraba en voz baja:
—Espero disfrute su estancia en Inazuma, Sr. Kaedehara.
Y sin decir más o esperar respuesta, siguió avanzando hacia los dos guardias que lo acompañaba. Les dio una pequeña indicación que Kazuha ya no logró escuchar, y entonces los tres comenzaron andar por la calle, de nuevo Ayato andando al frente y los dos hombres de armaduras moradas siguiéndolo de cerca.
—¿Eso significa que no nos arrestará? —cuestionó Tomo un poco confuso.
Kazuha no tenía una respuesta clara a esa pregunta, pero todo parecía indicar que no. Tendrían que esperar a Ayaka y ver si ella podía aclararles mejor la situación.
Un rato después alguien más salió, aunque no la persona que Kazuha esperaba, sino el amo de llaves, Thoma.
—Amigo Thoma, ¿todo está bien? —exclamó Tomo con entusiasmo al verlo, poniéndose también de pie.
Thoma se viró a verlos, con una expresión en su rostro de ligera sorpresa, casi como si hubiera esperado ya no verlos por ahí cuando saliera.
—Si se refieren al comisionado, no tienen de qué preocuparse —les aclaró el sirviente con serenidad—. Él no vino aquí por ustedes. Y en lo que a él respecta, ustedes son sólo invitados de la Srta. Ayaka. Y obviamente tampoco se le ha informado de sus visiones.
—Eso nos tranquiliza un poco, ¿cierto? —indicó Tomo sonriente, girándose hacia Kazuha en busca de su confirmación.
Kazuha estaba más tranquilo, en efecto. Aunque no por completo.
—¿Ayaka está bien? —preguntó Kazuha justo después, dando un paso hacia Thoma.
Éste abrió la boca con la intención de responderles, pero la presencia de justamente la persona en cuestión se hizo evidente en el marco de la puerta, jalando de inmediato la atención de todos.
Kamisato Ayaka se paró derecha en la puerta, y los observó desde su posición con semblante templado. A diferencia de Thoma o el propio Ayato, aunque su mirada se fijó en sus dos acompañantes, en especial en Kazuha, sus ojos parecieron transmitir alivio, incluso alegría, al verlos aún ahí.
—Pregúnteselo usted mismo —indicó Thoma con respuesta a la pregunta de Kazuha, y sin más comenzó a andar hacia la calle, en la misma dirección que Ayato se había ido—. Con su permiso.
Thoma se alejó, y Ayaka se aproximó. La joven Princesa Garza caminó en dirección a su amigo, parándose delante de él con una media sonrisa en sus labios. En general se veía bien, pero… no precisamente igual. Algo había cambiado en su humor en comparación a como se encontraba al entrar; Kazuha lo pudo percibir vívidamente con tan sólo mirarla.
—Lamento haberlos hecho esperar —se disculpó la joven Kamisato—. Pero mi hermano vino por otro asunto, así que no deben preocuparse.
—¿Mi presencia en este sitio no te causó ningún problema? —inquirió Kazuha, claramente consternado.
—No más de los que ya tengo, te lo aseguro —respondió la joven peliazul, con una pequeña pizca de humor—. Pero eso no importa. ¿Cómo sigue tu herida?
Kazuha se viró por reflejo de reojo a su hombro, colocando suavemente una mano sobre éste.
—Ya no me duele. La verdad, me había olvidado de ella.
—Igual no está de más que la revisemos. ¿Quieres pasar?
El samurái vagabundo se limitó a responder con un ligero asentimiento.
—Yo aquí los espero —indicó Tomo con elocuencia—. Creo que ambos necesitan hablar un poco, ¿o no?
Remató su comentario con un ligero guiño de su ojo derecho.
En otras circunstancias aquello hubiera incomodado a Kazuha, o incluso lo hubiera molestado. Sin embargo, en esa ocasión agradecía un poco el gesto, pues en efecto deseaba hablar con ella un poco, y quizás descubrir qué era lo que su hermano le había dicho para afectarla de esa forma.
Sin tener que dar ninguna otra indicación, ambos se dirigieron juntos de nuevo al interior de la casa de té.
El Comisionado Kamisato había afirmado que iría a descansar de su viaje al Restaurante Uyuu, así que ahí fue justo a donde Thoma se dirigió en busca de su amo.
Las calles de la ciudad se encontraban particularmente tranquilas en esos momentos. Ya estaba atardeciendo, algunos negocios ya habían terminado su labor por ese día, y era aún relativamente temprano para que comenzara la vida nocturna. El interior del restaurante se encontraba en un estado bastante similar. Sólo había un cliente sentado en la barra, que al parecer había comenzado a beber desde temprano pues tenía la cabeza recostada sobre ésta, y un par más comían calmados y en silencio en una mesa. Los más destacables, por supuesto, eran los dos guardias de armaduras moradas de pie a cada lado de la escalera que llevaba a la planta superior, claramente resguardándola.
—¿Está arriba? —les preguntó con prudencia a ambos hombres, aproximándose a ellos.
—Dijo que te dejáramos pasar sólo a ti en cuanto llegaras —le respondió rápidamente uno de los guardias.
Aquella instrucción inevitablemente dibujó una sonrisa divertida en los labios de Thoma. ¿Era tan predecible que ya sabía de antemano que iría tras él? Eso le hizo replantearse el subir y darle la satisfacción de tener la razón. Pero ya estaba ahí, y en verdad quería asegurarse de que estuviera bien. Así que, tragándose un poco el orgullo, comenzó a subir las escaleras.
La planta superior se encontraba aún más sola que la inferior. Ayato estaba en una de las habitaciones más privadas para los comensales, con la puerta lo suficientemente abierta para que su sirviente pudiera identificar en cuál era. Thoma avanzó hacia dicha habitación, y no tardó en visualizar a su amo sentado tranquilo en la mesa del centro, aguardando.
—Llegas justo a tiempo, Thoma —murmuró la cabeza de los Kamisato, alzando su mirada hacia el recién llegado y sonriéndole—. Acabo de pedir bebidas y comida para ambos.
—¿Sabía que vendría detrás de usted, mi lord? —cuestionó Thoma con cierta ironía.
—Sabía que no podrías evitar preocuparte por mí, como siempre. Así es como eres, y no es nada malo.
Una mesera se aproximó en ese instante, por lo que Thoma se hizo a un lado para abrirle paso. La joven mujer cargaba una bandeja, en la cual traía dos tazas de té humeante. Se agachó a un lado de la mesa baja, y colocó una taza delante de Ayato, y la otra en el puesto delante de él.
—Muchas gracias —asintió el comisionado con gratitud, mismo gesto que la joven le respondió de forma bastante más solemne. La mesera se retiró, no sin antes deslizar la puerta para cerrarla—. Siéntate conmigo, por favor —indicó Ayato a continuación, extendiendo su mano hacia la taza de té con el nombre implícito del joven sirviente en ella.
Thoma suspiró un poco, y sin más dilatación se aproximó a la mesa y se sentó frente a la taza que le ofrecían. Ya había tomado bastante té ese día, y de hecho le apetecía algo un poco más fuerte. Pero igual esperaba que una bebida más ligera ayudara a calmar un poco los ánimos de su señor.
—Siento que mi viaje terminó siendo para nada —comentó Ayato, sonriendo aunque con ligera amargura—. Evidentemente Ayaka tenía ya todo bajo control.
—Yo no diría que fue para nada —señaló Thoma con optimismo—. La Srta. Ayaka sabía que tarde o temprano podrían caer sospechas sobre ella, pero desconocía que éstas en realidad ya existían. Así que considero que su advertencia sobre la situación fue ciertamente oportuna.
El semblante de Thoma se tornó algo más serio y pensativo en ese momento. Bajó su mirada hacia su taza, contemplando el reflejo un poco distorsionado de su propio rostro.
—Le prometí siempre cuidar que no se metiera en problemas —murmuró despacio con pesar—. Y aun así…
—No tienes nada de qué disculparte —le interrumpió Ayato un poco tajante—. Como bien Ayaka dijo, todas las decisiones que ha tomado han sido por su propia cuenta. Ninguno de nosotros es culpable de ellas, aunque quizás nos toque tarde o temprano lidiar con sus consecuencias.
—No piensa dejar el asunto sólo en manos de la Srta. Ayaka, ¿o sí?
—Quizás no haya mucho que yo pueda hacer directamente, pero me las arreglaré para de alguna forma estar al tanto de la investigación de la Comisión Tenryou. Si siento que se están acercando demasiado…
Se hizo el silencio, dejando aquella frase a medias, y a Thoma un tanto expectante de saber cómo terminaría.
—¿Qué hará si eso ocurre? —le preguntó el sirviente con ligera preocupación.
Ayato ensanchó un poco más su astuta sonrisa, una de aquellas que Thoma sabía muy bien escondían más de lo que se veía a simple vista.
—Algunas cosas es mejor no saberlas —le respondió de pronto, seguido después por un sorbo de su taza.
—Entiendo —susurró Thoma despacio, sabiendo muy bien que no podría sacarle más información que esa—. Pero si necesita cualquier cosa, sabe que cuenta conmigo.
—Ahora que lo mencionas, sí necesito que me ilumines con otro asunto —indicó el comisionado, bajando de regreso la taza a la mesa—. Kaedehara Kazuha. Dime, ¿qué ocurre exactamente?
Thoma no pudo evitar soltar una pequeña risa. Ésta podía deberse a que el papel de hermano sobreprotector en Ayato le resultaba, además de novedoso, divertido. Pero también podría ser en parte una risa nerviosa, pues no era precisamente un tema del que Thoma se sintiera del todo cómodo hablar pues lo veía como un asunto que no le incumbía en lo absoluto.
Pero de todas formas hizo caso a la petición de su amo, y le resumió de la mejor forma los sucesos, desde que dejaron la Hacienda Kamisato el día anterior, la búsqueda del tal Katsumoto, y los sucesos ocurridos en la antigua Hacienda Kaedehara. Claro, sin omitir tampoco todo lo que había visto y oído en la casa de té, tanto la noche anterior como ese día.
Mientras Thoma narraba todo aquello, dos meseras se aparecieron trayendo consigo la comida que habían pedido. Thoma no detuvo su relato por la presencia de las dos mujeres, pero sí procuró no revelar demasiado de quienes hablaba.
Ayato lo escuchó atentamente todo el rato, si acaso sólo haciendo algunas preguntas en el proceso para dejar más claros algunos puntos. Su rostro inexpresivo no daba demasiada pista de qué era lo que todo aquello le parecía. Pero cuando Thoma terminó de contarlo todo, directamente pasó a hacer una pregunta que quizás resumía bien la preocupación real del comisionado:
—Dime la verdad, ¿crees que el interés de Ayaka por ese chico sea… algo más?
—¿Se refiere a si está interesada en él… románticamente?
—O físicamente. O ambas. Ayaka ya no es ninguna niña, después de todo. Y ambos tienen ya una historia previa muy difícil de ignorar.
—Lo sé. Pero creo que eso es algo que debería preguntarle directamente a ella, mi lord. Sólo puedo decirle que en muy raras ocasiones la he visto comportarse de esa forma con alguien.
—¿De qué forma? —le cuestionó Ayato, claramente atraído por ese último comentario.
—¿Cómo describirlo? —masculló Thoma, alzando su mirada al techo como buscando en algún lado las palabras adecuadas—. Tan… normal, tan natural. Dejando por un instante de ser la impoluta Princesa Garza, para permitirse ser un poco más ella misma. No sé si eso signifique que tiene un interés especial en él, o simplemente es que le tiene confianza por esa historia previa que acaba de mencionar.
Ayato pareció querer cuestionar más al respecto, pero no lo hizo. Se limitó en su lugar a sólo comer en silencio de su plato, y quizás reflexionar un poco sobre lo que Thoma le acababa de decir.
"Tan normal"; eso dejaba implícito que, regularmente, ella no se comportaba "normal" en lo absoluto. Pero, ¿había alguien en su posición que de hecho lo hiciera? ¿Qué era ser normal para ellos realmente?
—Verlos juntos de hecho me trasportó por un momento a aquella época —comentó Ayato de pronto con voz distraída, observando fugazmente hacia un costado—. Casi me pareció verlos de nuevo como esos dos niños inocentes, jugando en nuestro patio. Si las cosas hubieran sido distintas, quizás ambos hubieran celebrado su matrimonio por estas fechas, o quizás antes.
Hubo una pausa, que el comisionado utilizó para tomar un bocado más de su plato. Y tras masticarlo un rato, prosiguió:
—Ayaka mencionó que no había nada por lo que tuviera que perdonarlo. Que ambos fueron víctimas de las acciones de otros; incluido yo. Dime una cosa, Thoma —masculló con seriedad, volteando a ver de regreso al sirviente sentado delante de él—. Tú estuviste a mi lado en esto desde el mero comienzo. ¿Piensas que mi accionar con el asunto de los Kaedehara fue el correcto? ¿O quizás podría haberlo manejado de otra forma? ¿Podría quizás haber hecho algo que lastimara menos a Ayaka?
Thoma guardó silencio en un inicio. La pregunta parecía en efecto haberlo sacado un poco de balance, aunque… no del todo. Podía ver con claridad de dónde surgía. Sin embargo, en lo que Thoma más vacilaba era en qué tipo de respuesta su amo estaba realmente esperando.
—¿Me lo pregunta como su sirviente, mi lord? —murmuró despacio con solemnidad, aunque casi de inmediato añadió con un tono bastante más casual—: ¿O como tu amigo, Ayato?
—¿Tú que crees? —respondió el comisionado sin mucho miramiento, sonriéndole de una forma mucho más sincera.
Y Thoma tuvo claro al momento de que la opinión de un sirviente no era la que le ayudaría en esos momentos. Así que quitándose un poco el papel de amo de llaves, intentó responder su cuestionamiento de forma más sincera que le era posible.
—Los tres éramos bastante jóvenes en aquel entonces. Chicos obligados a tomar papeles de adultos bastante pronto. No sé si tu decisión de separarte por completo de ese asunto fue la correcta o no, pero estoy convencido de que lo hiciste por qué en ese momento te pareció lo más adecuado. Lo más adecuado que un joven en tu posición pudo pensar, queriendo sobre todo proteger a su hermana. Y Ayaka también lo sabe. Pero ahora, que han pasado todos estos años y te has vuelto mayor y más experimentado, y tu posición como comisionado se ha vuelto más fuerte, quizás tu manera de verlo ha cambiado. De tener que enfrentarte a la misma situación de nuevo en estos tiempos, ¿harías algo diferente?
Ahora fue Ayato el que guardó silencio. Agachó su mirada, contemplando su plato de comida mientras meditaba en el escenario que su sirviente (y amigo) le proponía. ¿Haría algo diferente si pudiera hacerlo? Era difícil decirlo. Y cualquier respuesta muy probablemente carecería de verdadero sentido ocho años después de cuándo realmente valía.
—¿Qué impresión te da el chico Kaedehara? —inquirió Ayato tras un rato con curiosidad—. ¿Crees que se esté acercando a Ayaka con malas intenciones?
—No lo he tratado mucho todavía, pero no parece que se haya vuelto una mala persona con los años, sino todo lo contrario. Y fue Ayaka el que lo buscó, no al revés. Él de hecho parece muy preocupado de que su presencia le traiga algún problema o molestia a Ayaka.
Hubo una pequeña, y un tanto extraña, pausa en donde Ayato pudo percibir que algo en Thoma cambiaba. Un pensamiento muy seguramente se había apoderado de su mente al hablar de aquello, y Ayato no tuvo que preguntarle al respecto antes de que se animara de compartírselo.
—Quien me causa más preocupación es su acompañante, el tal Tomo —declaró con firmeza, e incluso ligera hostilidad al momento de pronunciar ese nombre.
—¿Lo dices por algún motivo en especial? —cuestionó Ayato—. ¿O sólo es un mal presentimiento?
—No lo sé. Es sólo que todo en él se siente tan… falso, empezando por su nombre. Todo el tiempo tiene esa sonrisa despreocupada en el rostro, pero eso no enmascara del todo la sensación de peligro constante que lo acompaña. Como si escondiera en el fondo…
—Una gran ira a punto de explotar —complementó Ayato rápidamente, exteriorizando su propia conclusión.
—Supongo que tú también lo notaste.
—Algo así.
Ese fugaz encuentro frente a la casa de té no le había dejado una impresión del todo sólida sobre aquel misterioso individuo. Había sido pronto para considerarlo una amenaza, pero ciertamente tampoco le había inspirado seguridad. Y ahora que Thoma compartía esa inquietud con él, inevitablemente hacía que su balanza mental se inclinara más hacia un lado.
—Sea cual sea su asunto aquí en Inazuma —completó Thoma—, no creo que tampoco esté interesado en acercarse a la Srta. Ayaka con alguna intención oculta, más allá de ayudar y proteger a su amigo.
—Igual no estará de más vigilarlo de cerca —concluyó Ayato sin vacilación—. Sólo por si acaso.
Dicho todo lo que se tenía que decir, ambos siguieron comiendo un poco más calmados. Al menos por afuera, pues por dentro las inquietudes nos los abandonaban del todo.
Ayaka y Kazuha subieron de regreso al cuarto privado de la primera. La Princesa Garza cerró con cuidado la puerta, para mayor privacidad. Sin que tuviera que indicárselo, Kazuha se arrodilló en el suelo y se retiró con cuidado una parte de su ya gastado kimono, para así descubrirse el hombro derecho. La venda seguía envolviéndole el área lastimada, y por debajo de ésta se percibía un ligero rastro rojizo.
La Kamisato se dirigió a uno de los cajones de su armario, en donde había guardado las vendas y la medicina que había usado la noche anterior. Con ambas en mano, volvió hacia su compañero y se sentó en el piso delante de él. Comenzó entonces a retirarle poco a poco las vendas. Kazuha permanecía sereno e inmóvil mientras ella se encargaba de todo. La cercanía del muchacho, así como de su torso en parte descubierto, no causaba en Ayaka la misma incomodidad de antes, pero sí… otra cosa.
Una vez que retiró por completo el vendaje, echó un vistazo a la herida. Parecía haber sangrado un poco, pero nada verdaderamente grave a simple vista.
—No se ve tan mal —indicó Ayaka con alivio—. Pero igual aplicaré un poco más de la medicina, ¿de acuerdo?
Kazuha sólo asintió como respuesta, y similar a la noche anterior, la joven peliazul tomó un poco de la sustancia verdosa de olor fuerte y comenzó a aplicarla con sumo cuidado en la herida de su hombro. El roce de sus dedos en dicha área le causaba un pequeño ardor, pero también una sensación agradable a su modo.
—¿Tú hermano te trajo malas noticias? —inquirió Kazuha de pronto.
—¿Por qué crees eso? —respondió Ayaka un tanto evasiva.
—Es sólo que el aire de esta habitación se percibe mucho más pesado que hace un rato. Y también tu estado de ánimo es evidente que cambió un poco.
Ayaka permaneció callada mientras terminaba de aplicar la medicina. Posteriormente continuó colocándole vendajes nuevos alrededor del hombro.
—No quiero inmiscuirme en temas que no me competen —añadió Kazuha—. Sólo… quiero estar seguro de que estás bien.
—Lo estoy —respondió Ayaka con claridad—. Solamente que, al igual que tú, también tengo algunos asuntos de los que no puedo hablar con libertad, y que requieren mi atención en estos momentos.
—¿Hay algo en lo que te pueda apoyar?
—No, descuida. Es un asunto del que me tengo que encargar yo misma.
Ayaka terminó de colocar los vendajes, y luego de dispuso a guardar todo de nuevo. Kazuha, por su lado, volvió a acomodarse el kimono en su lugar.
—Entiendo —susurró el samurái errante—. Si es el caso, quizás sea mejor que me retire, para así ya no quitarte más tiempo y puedas atender esos asuntos.
Ayaka se sobresaltó al oírlo decir tales palabras, y de inmediato se giró hacia él, apremiante. Todo en su mirada gritaba que deseaba decirle que no hiciera tal cosa. Sin embargo, por más que quisiera seguir comportándose como una si fuera una persona capaz de tomar ese tipo de decisiones, la realidad era que no podía dejar que sus deseos se interpusieran más a su deber.
Era una Kamisato, y no podía esconderse ahí por siempre fingiendo que no ocurría nada.
Se viró de nuevo hacia los vendajes y la medicina, terminando de colocarlos todos en su caja, mientras se mordía ligeramente su labio inferior con algo de inquietud. Respiró hondo, y tomando valor de su interior le respondió:
—Quisiera que no fuera el caso, en serio que sí. Pero me temo que en efecto no podré ser una compañía del todo agradable los siguientes días.
—No tienes que explicarte —se apresuró Kazuha a comentar—. Has hecho suficiente por mí. Yo… estoy en verdad muy complacido de haber podido pasar este tiempo contigo.
Aún con su rostro virado en otra dirección, Ayaka sintió como sus labios dibujaban casi por voluntad propia una amplia sonrisa en sus labios. Por supuesto, no había recriminación en las palabras del muchacho, ni tampoco cuestionamientos. Sólo una sincera comprensión, deseo de apoyarla, y que supiera que sólo guardaba aprecio por ella, incluso aunque ese tiempo juntos hubiera sido poco. En verdad cada minuto se impresionaba más de la maravillosa y genuina persona en la que se había convertido su viejo amigo. Pero a la vez, eso también hacía que le doliera más el hecho de que tuvieran que decir adiós tan pronto.
Pero, quizás no tuviera que ser precisamente un adiós; no todavía.
Un poco más serena, se giró de regreso para sentarse justo delante de él, ya ni siquiera preocupándose por ocultar los sentimientos que de seguro emanaban tan vívidamente de su semblante.
—Yo también estoy contenta de nos hayamos encontrado, Kazuha —susurró la Princesa Garza despacio, extendiendo entonces sutilmente una de sus manos a él.
El espadachín contempló unos instantes aquella mano que le ofrecía, y no necesitó en realidad mayor explicación. Extendió también una suya hacia ella, tomándola tan delicadamente que sus dedos apenas se rozaron entre sí. Sin embargo, ese pequeño contacto bastó para que un ligero sonrojo brotara de las mejillas de ambos, al igual que una sutil sonrisa que, junto con sus miradas, decían más que las palabras.
—Me habías dicho que te irías luego de la primera noche del festival, ¿no es cierto? —comentó Ayaka tras un rato, aún sin deseos de apartar su mano.
—Así es —asintió Kazuha.
—Ya veo. Entonces, ese día, antes de que tengas que encargarte de lo que tienes que hacer… ¿podrías venir a visitarme? Para despedirte…
Kazuha pareció sorprenderse por la petición, aunque no de una mala manera. Meditó un poco al respecto, considerando sus opciones. Aún no tenían una hora específica para el intercambio, pero muy probablemente sería en la noche, cuando el festival estuviera en su punto más concurrido, e igualmente pudieran salir de la ciudad sin llamar tanto la atención. De ser así, no habría ningún problema si acaso iba un poco más temprano. Y aunque lo hubiera… la verdad era que Kazuha no tenía deseo alguno de irse sin despedirse apropiadamente de ella.
—Sí, por supuesto —respondió con seguridad tras unos instantes—. Aquí estaré. Es una promesa.
—Gracias —añadió Ayaka, ensanchando aún más su hermosa y luminosa sonrisa—. Lo esperaré con ansias…
Y de esa forma, ambos tuvieron que separarse de nuevo. Pero en esta ocasión no sería por mucho.
Notas del Autor:
Tiré como loco todos los días en el banner de Kazuha, hasta el último día de éste, incluso pagando por gemas para poder completar las tiradas. ¿Y cuál fue el resultado? Obtuve a Mona… Fue muy triste… No tiene nada que ver con la historia o por qué tardé tanto en actualizar, pero quería compartir mi pesar, jejeje.
Un capítulo bastante tranquilo, lo sé, pero con un par de conversaciones que serán importantes para después. En los siguientes capítulos habrá varios personajes nuevos (para esta historia, claro, pero bien conocidos por algunos por aquí), y veremos esa pequeña salida pactada entre Ayaka, Chisato y Sara. Y claro, varias cosillas más…
