Capítulo 30
Ahora podemos hablar con calma

Como en su visita anterior, Kozue no permitió que Chisato Hiiragi pasara más allá de ella hacia el interior de la casa de té, y poco le importó que viniera acompañada de la general Kujou Sara. Sin embargo, aceptó pasarle el recado a la Srta. Kamisato de que ambas estaban ahí; eso era un progreso, o algo así…

—¿Puedes creerlo? —le susurró Chisato ofendida a Sara, mirando sobre su hombro a la mujer frente a la puerta. Ambas chicas, y los dos guardias que las acompañaban, se habían apartado unos cuantos pasos mientras aguardaban a que Ayaka saliera—. ¿No te parece demasiada exageración para una simple casa de té?

—Sólo es así cuando alguno de los miembros de la familia Kamisato está en la ciudad —respondió Sara con normalidad—. Éste suele ser el sitio en el que tanto el comisionado Yashiro como su hermana se quedan, así que es normal que se resguarde acorde a eso.

—De acuerdo, pero… ¿por qué en una casa de té? —cuestionó Chisato, incrédula, mirando de nuevo a la fachada del establecimiento—. Y además, no somos dos completas extrañas como para que nos impidan el acceso de esa forma. Somos las hijas del clan Hiiragi y Kujou, después de todo.

—No soy nadie para juzgar los procedimientos de seguridad de otro clan —respondió Sara con indiferencia, encogiéndose de hombros—. De hecho, personalmente me agrada cuando las personas a cargo de estos se mantiene firme en su deber, aún a pesar de que tenga que oponerse a personas de un supuesto rango superior.

Sara miró también discretamente hacia Kozue. Aunque por fuera tenía la apariencia de una simple mesera más, su postura, la intensidad de su mirada, y la espada corta que tenía muy bien oculta en su espalda, le dejaban claro que no la habían puesto a cuidar la puerta por mero azar.

—Siento que esa chica sería un buen soldado Tenryou —declaró de pronto, tomando por sorpresa a Chisato.

«Lo que me faltaba, le cae mejor esa mesera que yo…»

Ayaka no tardó mucho en salir, luciendo esplendida con su kimono y el adorno de su cabello, e inevitablemente captando de inmediato las miradas de todos. Incluso los dos guardias Kanjou que acompañaban a las dos visitantes claramente quedaron deslumbrados por su apariencia.

—Disculpen si acaso me tardé demasiado —indicó Ayaka, aproximándose con paso pausado a ambas, con una radiante sonrisa en los labios.

—Ayaka, te ves… —musitó Chisato, mirándola de arriba abajo—. Wow… Ahora veo de donde viene ese sobrenombre de la "Princesa Garza".

—Me halagas, Chisato —masculló la joven Kamisato, abriendo discretamente uno de sus abanicos frente a su rostro, intentando ocultar su sonrojo—. Tú también te ves bellísima. Es un hermoso grabado el de tu kimono.

—Oh, gracias… Pero ese adorno de pelo, ¿dónde lo conseguiste?

—Lo mandé a hacer con un diseño personalizado, ¿te gusta?

—¡Claro que sí! Déjame verlo de cerca…

Chisato se aproximó un poco más hacia ella, para así poder apreciar mejor el kanzashi de Ayaka. Siguieron murmurando entre ellas, comentando sobre cada parte que conformaba su atuendo, con voz alegre y sonrisas amistosas en sus rostros. Todo esto mientras Sara las observaba en silencio. Y aunque estaba a sólo unos pasos de ambas, se sentía en realidad como si estuviera a varios, muchos metros de distancia…

Sara miró disimulada hacia su propio atuendo, su uniforme habitual de general, incluidos incluso su arco y sus flechas. Totalmente distante de lo que las otras dos chicas usaban.

¿Debería quizás haber optado por ponerse algo diferente como Chisato le había sugerido? En el momento no le encontró el caso, pero… Si antes se sentía totalmente fuera del lugar en ese asunto, esa sensación se había triplicado. Incluso las cosas de las que hablaban, se sentían como temas totalmente ajenos a ella; como de un mundo distinto al suyo.

¿A qué se debía ese abismo de diferencia que existía entre esas dos chicas y ella? ¿Era porque ellas sí habían nacido como miembros de sus clanes mientras que ella solamente había sido adoptada? ¿Porque era una tengu? ¿O simplemente era algo que tenía que ver meramente con ella…?

«¿Qué estoy haciendo aquí…?» Se cuestionó a sí misma, sopesando la posibilidad de simplemente irse.

—General Kujou —escuchó que pronunciaba la voz de Ayaka, jalando su atención hacia ella. La hija de los Kamisato la observaba con una mirada y sonrisa amables; quizás "demasiado" amables—. Qué gusto verla de nuevo, y en una mejor ocasión que la última vez.

—Sí, lo mismo digo, Srta. Kamisato —le respondió Sara con voz seria y firme—. Le agradara saber que aquel hombre del otro día fue tratado debidamente de sus heridas, y puesto en libertad.

—Se lo agradezco, general —declaró Ayaka, inclinando un poco su cabeza como señal de respeto hacia ella. No sentía interés en hacerle saber que ya sabía de antemano lo que había sido de aquel hombre, e incluso un poco más.

—¿De qué hablan? —inquirió Chisato con curiosidad.

—El otro día un ronin con una visión Pyro se rehusaba a acatar el Decreto de Captura de Visiones —se apresuró Kujou Sara a explicar—. Nos vimos forzados a usar la fuerza para someterlo, y lamentablemente resultó herido de gravedad. Afortunadamente nada que pusiera en peligro su vida. La Srta. Kamisato intervino en aquel momento.

Al hacer mención a la "intervención" de Ayaka, no era claro si había recriminación o no en ello.

—Entiendo —murmuró Chisato despacio—. Qué situación tan terrible debió de haber sido esa…

—Es lo que se tiene que hacer —murmuró Ayaka despacio, con tono bastante más serio del que era usual en ella. Sus ojos azules se posaron fijamente en Sara—. Todo sea por la Eternidad, ¿no es así, general?

La mirada se Kujou Sara entrecerró un poco, como si intentara vislumbrar con mayor claridad qué era lo que esas palabras querían decir en realidad.

—Sí… todo sea por cumplir la voluntad de nuestra Todopoderosa Shogun.

Chisato sintió de pronto un denso aire girando en torno a sus dos acompañantes de ese día, lo cual resultaba particularmente incómodo para ella, considerando que prácticamente se encontraba en medio.

—¡Bueno! —pronunció con fuerza, chocando sus palmas una vez la una con la otra para llamar su atención—. Será mejor que nos vayamos de una vez, ¿les parece? Después de todo, sé que ambas son mujeres muy ocupadas… Ah, ¿no llevarás ningún tipo de escolta, Ayaka? ¿Ni siquiera ese lindo chico rubio que siempre te sigue?

—No, él tiene otros deberes que atender —negó Ayaka con una sonrisa—. Además, no es necesario. Inazuma es una ciudad muy segura bajo la protección de la Comisión Tenryou, y claro de la Shogun. Y si algo ocurriese, bueno… —se giró en ese momento, para que así Chisato pudiera ver la wakizashi que traía sujeta en la parte trasera de su obi rosado, donde igualmente portaba su visión Cryo. La joven Hiiragi se sorprendió un poco; no había reparado en el arma en lo absoluto—. Estoy segura que entre la general Kujou y yo podremos encargarnos.

Sara también pareció un poco sorprendida. No esperaba que pudiera portar un arma en un atuendo como ese, y especial tan bien oculta. Eso la hacía sentir un poco mejor con respecto haber ido con su arco.

—Supongo que tienes razón… —murmuró Chisato—. En ese caso, creo que no ocuparé de sus servicios esta tarde, Shinnojou, Kenzaburou —añadió girándose hacia los dos guardias de armadura morada que las acompañaban—. Tómense la tarde libre, por favor.

—¡¿Qué dice?! —exclamó uno de los guardias, atónito—. Pero… Srta. Hiiragi… no podemos dejarla sola…

—No estaré sola, Shinnojou —le corrigió la Chisato con tono amable—. Ya escuchaste, con Ayaka y Sara estaré a salvo, así que no tienen de qué preocuparse. Además, ahora que lo pienso, esto es una salida de chicas, y no lo puede ser si dos chicos nos están pisando los talones a cada rato, ¿no les parece?

Ambos guardias se miraron entre sí, a simple vista bastante dudosos de aquella indicación. Sin embargo, no había mucho que ellos pudieran decir o hacer para contradecir a la señorita Hiiragi. Nunca habían podido hacerlo, en realidad…

—Si está segura de eso, señorita… —murmuró el otro guardia.

—Lo estoy —declaró Chisato con firmeza—. Ahora vayan, vayan. Diviértanse, hagan lo que sea que hagan los chicos. Insisto.

Aún vacilantes, los dos guardias se alejaron caminando por la calle, mirando un par de ocasiones sobre su hombro, esperando que su ama les diera la instrucción de regresar. Eso, por supuesto, no ocurrió.

—¿A dónde les gustaría ir primero? —inquirió Chisato, virándose de nuevo hacia Ayaka y Sara—. Yo de hecho quería ir a ver las tiendas de kimonos. Quería buscar algún atuendo nuevo para el festival.

—¿Vas a quedarte para el festival? —preguntó Ayaka, curiosa.

—Mi padre aún no ha dicho cuanto piensa quedarse, pero lo convenceré de que nos quedemos al menos hasta el primer día. Siempre he sabido cómo convencerlo de hacer cosas, aunque no quiera —rio de una forma astuta, ocultando su boca detrás de sus dedos

—Me parece bien ir a ver los kimonos —respondió Ayaka—. De hecho conozco un muy buen lugar donde de seguro encontrarás algo que te guste. Sin embargo, si no les molesta, quisiera pasar primero a la Editorial Yae. Ayer me informaron que hoy salía el nuevo número de una serie que estoy siguiendo.

—Ah, no sabía que leías novelas ligeras, Ayaka —masculló Chisato, parpadeando un par de veces con asombro—. ¿De qué tipo? ¿Históricas? ¿Románticas, quizás…?

—De… todo un poco... sólo a veces… —murmuró mus despacio. Sus mejillas se tornaron rojizas, pero se apresuró e inmediato a ocultarse de nuevo detrás de uno de sus abanicos—. Si es una molestia, podría ir después…

—No, no, para nada —negó Chisato rápidamente—. Yo no tengo ningún problema, ¿y tú, Sara?

La tengu se sobresaltó un poco al sentir se mencionada de repente. Sin fijarse, se había quedado de nuevo como mera espectadora de su conversación.

—No, claro —respondió en voz baja—. Vamos a donde ustedes prefieran…

—Está decidido —exclamó Chisato, efusiva—. ¡Andando!

Las tres jovencitas comenzaron a caminar calle abajo, en dirección a su primera parada de la tarde.


Tomo soltó un agudo suspiro de alivio en cuanto su cuerpo se sumergió en el agua caliente. De inmediato se comenzó a sentir ligero, como si el agua humeante le arrancara poco a poco cualquier preocupación o carga que tuviera sobre los hombros; incluso aquellas que el samurái desconocía.

—Esto no está nada mal, ¿cierto? —preguntó con tono adormilado, mirando de reojo a su acompañante sentado a su lado en la amplia bañera de madera, que compartían además con otros dos hombres, aunque estos se mantenían alejados al otro extremo. Ellos cuatro eran de momento los únicos clientes de esos baños públicos.

—Supongo —masculló Kazuha despacio. Tenía en esos momentos su cabeza echada hacia atrás sobre el borde de la bañera, con una toalla húmeda sobre su frente y los ojos cerrados—. Pero creí que la idea era mantenernos alejados de Inazuma por estos días.

—Eso suena a que no te estás permitiendo relajarte, amigo mío. Debes soltarte un poco, dejar tus preocupaciones en la puerta, y asearte como es debido si piensas ver otra vez a tu princesa pronto.

—No la veré de nuevo hasta el inicio del festival —sentenció Kazuha con seriedad, a lo que Tomo sonrió discretamente. Al parecer su amigo ni siquiera se tomó la molestia de desmentir que fuera "su princesa"—. Y será sólo para despedirnos —añadió justo después con voz neutra.

—Es una pena —murmuró Tomo pensativo, alzando su mirada hacia el techo—. Bueno, si el destino así lo quiere, pude que se vuelvan a reunir más pronto que tarde.

Tomo tomó un poco de agua con sus manos y la talló contra su cara con algo de fuerza, y luego pasó igual sus manos húmedas por sus cabellos.

—¿Cómo va tu hombro? —preguntó con curiosidad, observando de reojo hacia la herida reciente del joven Kaedehara, que en realidad para esos momentos era una apenas visible marca en su piel.

Kazuha alzó instintivamente su mano hacia su hombro, presionando sus dedos ligeramente contra aquella cicatriz. Aún sentía un poco de dolor, pero ya era bastante menos que el día anterior.

—Creo que bien. La medicina de Ayaka en verdad surtió efecto.

—O fueron más bien los delicados dedos que la aplicaron —le corrigió Tomo con sagacidad.

El samurái estaba esperando alguna mirada molesta de su parte, o quizás algún comentario hostil que le incitara a ya no molestarlo con eso; similar a como había sido las veces anteriores. Sin embargo, para asombro del samurái errante, en su lugar Kazuha permaneció en silencio unos instantes, con su mirada pensativa en el agua. Y tras ese rato de meditación, de sus labios soltó despacio, como un pequeño susurro:

—Quizás sí…

Tomo parpadeó un par de veces, claramente sorprendido, aunque Kazuha estaba tan ensimismado en sus pensamientos que ni siquiera reparó en su reacción. Podría cuestionarle más al respecto, pero prefirió dejarlo así de momento y guardar silencio. Quizás pensar en eso le permitiera relajarse para variar.

Tras un rato adecuado, los dos viajeros salieron de la tina y se dispusieron a secarse y vestirse de nuevo. Kazuha no podía negar que en efecto el baño caliente resultó de hecho bastante agradable. No diría que había dejado todas sus preocupaciones en la tina, pero al menos se sentía más limpio y cómodo.

Aun así, el haber vuelto a la ciudad tan pronto lo tenía inquieto. Miraba constantemente sobre su hombro, intentando detectar si alguno de los otros clientes o los trabajadores del local los miraban con sospecha. Y en especial le preocupaba el hecho de que habían tenido que dejar sus visiones y sus espadas con sus ropas; las primeras cuidadosamente ocultas dentro del forro de sus kimonos, lejos de las miradas curiosas, pero no tan efectivo al tacto si alguien se le ocurría esculcar sus pertenencias. Al volver a vestirse, sin embargo, pudo percibir con alivio que su visión seguía ahí.

Los recuerdos de aquel maestro espadachín y de aquel ronin, ambos despojados de sus visiones y prácticamente de su cordura, seguían aún bastante presentes en su memoria. Y no le atraía en lo absoluto averiguar en qué estado terminaría él si se encontraba en su misma situación.

—Me siento bastante bien —exclamó Tomo con entusiasmo mientras se recogía su cabello de regreso en una cola elevada—. Tanto así que creo que aprovecharé que estoy tan aseado y de buen humor para dar un pequeño paseo por el distrito rojo. Me han hablado maravillas de una cortesana de nombre Yukiko, y tengo curiosidad de averiguar si todos los rumores que he oído son ciertos antes de que nos vayamos de la ciudad.

—No hablas en serio… —masculló Kazuha totalmente lleno de incredulidad, observándolo sobre su hombro mientras se terminaba de colocar sus ropas.

Tomo no respondió, pero su sonrisa astuta no dejaba mucho a la imaginación.

—Te invitaría a acompañarme, pero es bastante evidente que tú corazón, y todo el resto de ti, ya tiene dueña. Eso me recuerda una pregunta que llevo tiempo queriendo hacerte. ¿Tú ya alguna vez has…?

—No voy a hablar de eso aquí —soltó Kazuha tajantemente, sin dejarle siquiera terminar su pregunta—. Y definitivamente no contigo…

Dicho eso, y ya estando vestido y con su espada en su cintura, se dirigió con paso apresurado hacia la salida antes de que se le ocurriera hacer alguna otra importuna pregunta. Pero aunque desbordaba seguridad y firmeza, en especial en su paso, el rubor que se pintó en sus mejillas no pasó desapercibido para su amigo.

—Con que no, ¿eh? —masculló despacio para sí mismo, sujetándose la barbilla con una mano en pose pensativa.

«Al parecer alguien ha estado esperando a la persona correcta» pensó divertido mientras caminaba detrás de él. «Eres todo un héroe romántico de novela, mi buen amigo»

En el área de recepción de los baños públicos, encontraron a Tama recostada sobre el mostrador, mientras la jovencita que atendía pasaba lentamente su mano por su suave lomo blanco. La pequeña gata parecía disfrutar gratamente dicho tacto.

—Ya volvimos —anunció Tomo con voz alegre—. ¿Cómo se portó la Srta. Tama?

—Bastante bien, señor; no se preocupe —comentó la jovencita con una sonrisa—. Por aquí en Hanamizaka rondan muchos gatos, pero ninguno tan manso como ella.

—Oh, no te dejes engañar —señaló Tomo con voz casi amenazante—. Cuando menos te lo propones, esta señorita puede lanzarte un arañazo traicionero. ¿Cierto?

Tomo tomó a la gata blanca entre sus brazos. Ésta no opuso mayor oposición; parecía estar demasiado adormilada como para que el esfuerzo valiera la pena.

—Gracias por cuidarla por mí.

—No hay de qué —le contestó la jovencita—. Espero hayan disfrutado su baño. Vuelvan cuando quieran.

—Ten por seguro que lo haremos. Hasta luego —se despidió con un canturreo, y ambos espadachines salieron por la puerta hacia la calle—. ¿Te molestaría llevar a Tama contigo? No creo que un burdel sea un sitio adecuado para ella. Es tan adorable que de seguro llamaría la atención de todas las chicas y no las dejaría trabar.

—¿Era en serio lo del distrito rojo? —murmuró Kazuha, aún escéptico—. No deberíamos exponernos tanto, en especial por… motivos como esos.

—¿De qué hablas? —rio Tomo, divertido—. Si quieres ocultarte de la ley, es justo un sitio como ese al que debes de ir. No te preocupes, sólo me ausentaré un par de horas… Quizás un poco más.

Le extendió en ese momento a Tama, y Kazuha la recibió un poco a regañadientes.

—Como quieras —masculló el vagabundo, guardando a la gatita en el interior de su kimono—. Entonces yo volveré a nuestro campamento.

—Si insistes —respondió Tomo encogiéndose de hombros—. Aunque podrías también aprovechar para ir a ver a tu princesa, ¿sabes?

—Me dijo que iba a estar ocupada estos días —contestó Kazuha, de nuevo sin tomarse la molestia de corregirlo—. No quiero es importunarla.

—No creo que ella lo vea así, pero está bien.

Tomo se giró sobre sus pies, comenzando a avanzar calle arriba.

—Cuídense —masculló el samurái en voz alta, alzando una mano y agitándola en el aire mientras se alejaba.

Kazuha lo observó un rato. A veces simplemente le resultaba imposible comprender qué era lo que le pasaba por la cabeza, así que era mejor no intentarlo demasiado, y sólo confiar en que supiera lo que hacía. Se dirigió entonces en la dirección contraria, hacia las afueras de Hanamizaka.

— — — —

La sonrisa despreocupada y relajada de Tomo se desvaneció una vez que estuvo a la suficiente distancia de su compañero. Sus ojos morados, con una inusual expresión estoica en ellos, se encontraban fijos en el camino delante de él, en las personas que pasaban a su lado, y los pétalos rosados de cerezo que flotaban en el aire. Sus oídos captaban el sonido de las voces de la gente, el de las ruedas de madera de las carretas sobre el suelo de tierra, y el ligero vaivén de las ramas de los árboles cercanos al moverse con el viento. Su nariz captaba los olores de las comidas de los puestos, el ligero rastro de tierra mojada de una lluvia lejana, y el agua salada del mar que no estaba muy lejos de donde se encontraba.

Todos sus sentidos percibían cada una de esas pequeñas impresiones, y varias más. Pero también captaban algo más, una irregularidad que se movía entre todas esas figuras, sonidos, olores, sabores o sensaciones. Algo que él sabía, de alguna forma, que estaba ahí, cuando no debería estarlo. Y aunque le fue difícil identificarla en un inicio, supo al final que no era una sensación que le fuera desconocida: alguien lo estaba siguiendo.

Pero no era como otras ocasiones en las que había sentido algo parecido. Quien quiera que fuera, era bueno para ocultar su presencia; ni siquiera Kazuha con su envidiable sintonía con el viento se había percatado. Él lo había percibido casi por mera casualidad cuando se dirigían a los baños, como si hubiera sido un pequeño desliz de parte de esta persona desconocida. Decidió separarse de su amigo para poder enfocarse, y también verificar a cuál de los dos estaban siguiendo en realidad; y al parecer él era el ganador.

Pero, ¿en dónde estaba con exactitud? Sabía que estaba ahí; podía sentir sus ojos sobre él, pero no lograba descubrir con total certeza de qué dirección. Era una sensación que debía admitir le resultaba molesta. Lo único que podía hacer era intentar obligarlo a salir de su escondite y encararlo.

Tras avanzar un par de pasos más, hizo un movimiento súbito y repentino, moviéndose con asombrosa velocidad, e introduciéndose en un angosto callejón. Y ahí, fuera de la vista de cualquier ojo curioso, se elevó de un salto, y ayudado de energía electro, comenzó a impulsarse entre los muros de los edificios a su alrededor hasta elevarse hacia los tejados; todo esto en una fracción de segundo, ayudado de la velocidad que le proporcionaba su visión.

Oculto desde su posición elevada, no tardó mucho en ver la presencia de su escurridizo acechador. Envuelto en ropas oscuras y moviéndose sigiloso entre las sombras como si fuera parte de éstas. Tomo apenas reparaba en que efectivamente estaba ahí de pie en ese callejón, pero en otras circunstancias no hubiera podido darse cuenta de su presencia más de lo que hubiera hecho un simple pedazo de papel jalado por el viento.

Y ni siquiera había energía elemental acompañándolo. Todo era simple habilidad física.

Tomo sólo conocía a un tipo especial de individuos que podrían lograr tal cosa.

«Un ninja…»

En el instante en el que aquel individuo se detuvo a mitad del callejón, posiblemente buscándolo con la mirada, Tomo se dejó caer de lleno contra él desde lo alto. El individuo de ropas oscuras apenas logró alzar su mirada, cuando la planta del pie izquierdo de Tomo ya estaba a menos de un metro de él. Sin embargo, el desconocido logró saltar hacia un lado para esquivarlo, aunque no logró alejarse demasiado debido a lo angosto del callejón.

Ya con sus pies en tierra, Tomo desenvainó rápidamente su espada, dirigiéndola como una embestida contra el extraño. Éste no se quedó quieto, y de inmediato jaló sus dos manos al frente, y en cada una sujetaba dos cuchillos, que colocándolos en cruz delante de él logró cubrir el ataque del espadachín a último momento.

—Nada mal —masculló Tomo, sonriendo complacido.

Se separó apenas unos cuantos centímetros, sólo para arremeter al instante de nuevo. El hombre de atuendo negro se las arreglaba para boquear cada uno de sus ataques con destacable agilidad, aunque Tomo igualmente no le dejaba espacio u oportunidad para contraatacar.

Aunque la idea de enfrentarse hasta el final y frente a frente con un ninja le resultaba atractiva, Tomo sabía que si aquello se prolongaba demasiado, su enfrentamiento terminaría llamando la atención no deseada de algún transeúnte; o aún peor, de algún guardia de la comisión Tenryou. Así que, a riesgo de ser irrespetuoso con su oponente, tendría que terminar eso lo más rápido posible.

Luego de chocar sus armas por varios segundos sin retroceder, Tomo se separó haciéndose hacia atrás, plantó sus pies con firmeza en el suelo, y su contrincante vio sorprendido como sus ojos brillaron de golpe con un intenso fulgor morado, y pequeños relámpagos de luz comenzaron a saltar de su cuerpo.

—¿Tienes una…? —masculló el ninja, incapaz de ocultar su asombro. Su pensamiento, sin embargo, no alcanzó siquiera a materializarse por completo en su mente, antes de que la figura del espadachín de un parpadeo a otro se cubriera de energía elemental, y apareciera justo enfrente de él, su rostro apenas a unos cuantos centímetros del suyo.

El ninja intentó reaccionar lo más rápido posible para hacerse hacia atrás y alzar sus armas para protegerse. La espada resplandeciente de Tomo se dirigió como una garra de un oso directo hacia él, y el choque de su energía electro prácticamente le arranco las armas de sus manos al hombre de negro.

El cuerpo entero del samurái prácticamente se convirtió en un relámpago, saltando de su posición contra el muro de un lado, luego cayendo con fuerza justo a espaldas del ninja, sin que éste pudiera registrar el movimiento, ni siquiera con sus agudos sentidos. Y antes de que pudiera darse cuenta de la nueva posición de su contrincante, éste jaló la vaina de su cintura, y de un movimiento circular la estampó contra un costado de su cabeza, empujándolo con fuerza y haciendo que su cara chocara fuerte contra el muro.

El impacto terminó dejándolo bastante aturdido, y casi al borde de la inconsciencia. Tomo se lanzó al instante hacia a él y lo tacleó, tumbándolo con fuerza al piso. El ninja cayó con el pecho a tierra, y el samurái rápidamente se colocó sobre él, sentándose sobre su espalda y presionando todo su peso contra él para que no intentara siquiera levantarse. Alzó entonces la mano con la que sujetaba su espada, con la punta de la hoja hacia abajo, y la dejó caer.

El hombre en el suelo estaba seguro que aquello iba directo a su cabeza, e incluso le pareció por un instante sentir vívidamente como el filo del arma le atravesaba por detrás. Sin embargo, la hoja de hecho pasó justo un costado de su cabeza, clavándose en el suelo. Desde su posición, logró mirar de reojo el reluciente metal, tan cerca que podía ver su propio reflejo y el vaho de su aliento sobre la superficie lisa. Sintió también en su piel los pequeños rastros de electricidad que brincaban de la hoja, cosquillándole y picándole.

—Bien, ahora que ya estamos más calmados, podremos hablar —masculló el espadachín, con un tono tranquilizador que en realidad resultaba más inquietante aún, y esbozando una despreocupada sonrisa—. ¿Quién te envió?

El hombre en el suelo desvió su mirada hacia otro lado, lo más que su posición le permitía, y guardó silencio; absoluto silencio.

—Ah, eres de ese tipo de sujetos de pocas palabras, ¿eh? —masculló Tomo, sonando casi divertido.

Alzó su mirada, observando desde las sombras del callejón los pies de algunas personas que pasaban por la calle más cercana. No era seguro quedarse mucho más tiempo en ese sitio.

—Parece que en lugar de pasar la tarde con la hermosa Yukiko, tendré que pasarla contigo —declaró de pronto el samurái errante. Y en esta ocasión, fue mucha más clara la amenaza presente en su tono.

Notas del Autor:

Como ya han de haberse dado cuenta, en estos capítulos va a tocar mucho ver a Sara, que es de hecho otro de mis personajes favoritos, y al que espero poder plasmar de forma correcta. Pero faltan también otros más que serán protagonistas en este pequeño "arco", y que conoceremos, si todo sale bien, en el siguiente capítulo.