Capítulo 31
El Héroe de Hanamizaka
La señorita Kuki Shinobu salió esa tarde de su casa en Hanamizaka, ataviada con un discreto kimono rosado; un atuendo más acorde al tipo de ropas que su madre prefería ver en ella. Su madre, de hecho, se había encerrado ese día en su cuarto desde temprano, al parecer realizando sus habituales rondas de rezos, y un poco más. Shinobu no estaba del todo segura de por cuál motivo en específico rezaba y pedía tanto en esos días, pero presentía que quizás tuviera que ver con el deseo de enderezar el rumbo de su "descarriada" hija.
Como fuera, lo que menos deseaba era recibir cuestionamientos de su parte, así que tras vestirse y asegurarse de que su madre estuviera en efecto en su cuarto, se dispuso a encaminarse hacia afuera de la casa con la mayor discreción posible. Y casi cumplió con su cometido. Logró deslizar la puerta principal haciendo el mínimo ruido posible. Logró salir de puntillas, y volver a cerrar la puerta. Ya afuera pudo respirar aliviada, sintiéndose fuera de peligro. Avanzó un par de pasos con completa seguridad, justo antes de escuchar la puerta a sus espaldas abrirse con fuerza.
—¿A dónde vas? —le cuestionó la voz de su madre desde el interior de la casa. La joven respingó un poco, y se viró lentamente sobre sus pies. Su madre la observaba inquisitiva desde el marco de la puerta.
—Madre, buenas tardes —murmuró Shinobu con voz cauta—. Sólo iré a… pasear por ahí.
—No irás a perder el tiempo de nuevo con esa banda de vagos, ¿o sí? —le cuestionó la Sra. Kuki con severidad, con las manos en su cintura.
—No, madre —respondió Shinobu con la mayor firmeza que le fue posible—. Sólo iré a comprar unos libros, y quizás algunos fuegos artificiales antes de que empiece el festival y se acaben todos.
La mirada de la Sra. Kuki se endureció notablemente, dejando en evidencia que no creía del todo las palabras de su hija.
—No sé por qué insistes en juntarte con esos vándalos —soltó con voz belicosa, cruzándose de brazos—. No son más que un grupo de alborotadores, haraganes y buenos para nada. En especial ese oni… como sea que se llame. No sé en serio qué estás esperando para dejar de perder el tiempo y reanudar tus clases en el Santuario Narukami.
—Madre, ya hablamos de eso… —murmuró Shinobu en voz baja, agachando un poco su mirada.
—No lo suficiente, me parece.
La Sra. Kuki parecía más que deseosa de decir algo más, pero en ese momento algo más pareció captar su interés. Alzó su mirada hacia el cielo, haciendo visera con una mano, para así poder ver la posición del sol. Tenía de seguro alguna otra actividad que requería su atención en esos momentos.
—No vuelvas tarde —le indicó su madre, sonando casi como una amenaza—. Quiero que vayamos a ver a la Gran Sacerdotisa para discutir tu futuro.
—De seguro debe estar muy ocupada como para que la molestemos con eso, madre —murmuró Shinobu.
—Yo me encargaré de que nos haga un espacio. Así que no te atrevas a dejarla plantada.
—Sí, madre… —soltó Shinobu en forma de un agudo suspiro.
Dicho lo que tenía que decir, la Sra. Kuki se viró de nuevo hacia el interior de la casa, deslizando con algo de fuerza la puerta detrás de ella para cerrarla.
Una vez sola, Shinobu se atrevió al fin a alzar su mirada, sus ojos desbordando todo el coraje y frustración con el que le sería imposible mirar a su propia madre.
Comenzó a caminar con rapidez, alejándose de la casa. Con sus manos se retiró rápidamente su kimono, revelando debajo de éste su atuendo de top y pantalón corto negro, y chaqueta morada que a su madre tanto le enojaba ver que usaba, en especial en la calle. Y claro, complementó su atuendo con su máscara negra que cubría su boca y nariz. Una apariencia con la que se sentía mucho más ella, y menos la hija de una honorable y respetable sacerdotisa de su Excelencia.
Dejó el kimono rosado en el interior de una vasija como siempre lo hacía, para poder ponérsela de regreso antes de regresar a casa.
—No quiero ser una… maldita… sacerdotisa… —masculló despacio, las palabras arrastrándose por su garganta hasta casi lastimarla—. Ya te lo he dicho miles de veces… ¿De qué forma lo vas a entender?
Le gustaría poder tener la fuerza de gritar todas esas palabras, incluso en la cara de su madre. Pero si acaso en alguna ocasión lo haría, ese día parecía bastante lejano.
Se alzó una vez que dejó el kimono en su escondite, y se dispuso a seguir su camino.
—Quizás funcionaría mejor si se lo escribieras —escuchó de pronto que alguien pronunciaba justo a sus espaldas—. Es bien sabido que algunas personas entienden mejor las cosas con comunicación escrita.
Shinobu se sobresaltó sorprendida, creyendo por la impresión que había sido su madre, y la sola idea la impregnó de terror. Sin embargo, al girarse para ver quién le hablaba, lo que se encontró fue el rostro sonriente y despreocupado de alguien diferente, que la observaba desde su asiento sobre la barda de madera cercana.
—Heizou —masculló Shinobu con molestia—. ¿Me estabas espiando?
—¿Yo? Para nada —rio el joven detective de la Comisión Tenryou. Se bajó justo entonces de la barda de un salto, amortiguando el descenso con un poco de viento, para caer suavemente a un lado de la joven de cabellos verdes—. Sólo pasaba por aquí vigilando que todo estuviera en orden, y te escuché desquitar tu frustración con esa vasija. Por mera coincidencia, claro.
—Sí, claro —masculló Shinobu con marcado escepticismo—. ¿Y desde cuando los agentes de la Oficina de Investigación Criminal se encargan de hacer patrullajes y vigilar que todo esté en orden?
—Oye, esa es una buena pregunta —indicó Heizou, señalándola—. Debería contratarte para hacerle una demanda a mi jefe y que me dé un aumento. ¿Qué dices?
—No estás de suerte —contestó Shinobu con amargura, y se dio al momento media vuelta para comenzar a caminar—. Sabes bien que no pude sacar mi título antes de…
«Antes de quedarme encerrada en este maldito sitio por culpa del estúpido Decreto de Cierre de Fronteras» pensó con molestia, pero resistiéndose con todas sus fuerzas a que ninguna de esas palabras saliera de su boca.
—Antes de que ya no me fuera posible volver a Liyue —murmuró en su lugar con mayor moderación.
Shinobu consideró la plática terminada para ese punto, pero evidentemente el joven detective tenía otra idea, pues de pronto aceleró el paso hasta colocarse justo a su lado, y luego comenzó a andar a su mismo ritmo.
—Eso sí es mala suerte —indicó Heizou, con un toque de humor que a Shinobu no le resultó muy agradable—. ¿Quién podría haber adivinado que la Todopoderosa Shogun decidiría cerrar las fronteras justo cuando te encontrabas de visita? Hasta parece que tu madre complotó con ella, ¿no? Pero no creo que la buena Sra. Kuki tenga ese tipo de influencias, ¿o sí?
El entrecejo a Shinobu se contrajo con molestia.
—¿Hay algo concreto que ocupes decirme? —susurró en voz baja, con su vista fija al frente—. ¿O sólo estabas tan aburrido esta tarde que decidiste venir a molestarme?
—Un poco de ambas —respondió Heizou, sacando un poco su lengua de forma juguetona—. Pero ya en serio, la verdad es que estoy trabajando en un caso importante, y estoy revisando en los alrededores para ver si alguien ha visto algo sospechoso. ¿Usted no ha visto cualquier cosa sospechosa o extraña por aquí estos días, Srta. Kuki?
—¿En Hanamizaka? —bufó Shinobu con tono burlón—. Tendrás que ser más específico con a qué te refieres con "sospechoso" o "extraño". ¿Cuál es tu caso? ¿Los asaltos de los ronin?
—Es confidencial —señaló Heizou, guiñándole un ojo con complicidad—. Supongo que me refiero a algo fuera de lo estándares normales para estos lares.
—Pues no —negó Shinobu con calma—. Nada más extraño de lo normal.
—Entiendo… —asintió Heizou, alzando un poco su mirada hacia el cielo mientras continuaba andado a un lado de Shinobu.
Ambos estuvieron en silencio por un rato, en el cual la joven de cabellos verdes esperaba que le preguntara o dijera algo más. Sin embargo, la atención del detective parecía más puesta en el cielo sobre sus cabezas. Shinobu se disponía entonces a preguntarle si acaso ya había terminado con sus preguntas, cuando Heizou pronunció primero:
—¿De casualidad has sabido de alguien por aquí que aún tenga una visión?
Aquella repentina pregunta tomó desprevenida a Shinobu, tanto que sus pies dejaron de andar casi por sí solos.
—¿Qué? —exclamó, volteándolo a ver lentamente—. ¿Una visión? No, claro que no… Eso no sería posible, todos los ciudadanos de Inazuma que tenían una visión…
—La entregaron voluntariamente cuando el Decreto de Captura de Visiones comenzó —complementó Heizou su frase—. O los que no lo hicieron, la comisión Tenryou tuvo que quitárselas a la fuerza. Sí, eso lo sabemos… o al menos es lo que creemos saber, ¿cierto?
Se giró en ese momento hacia ella por completo, esbozando una amplia y despreocupada sonrisa, como si aquella fuera una plática de lo más casual y habitual entre ellos. Pero dejando de lado el hecho de que no lo era en lo absoluto, hubo algo en la forma de su sonrisa, y en el brillo de sus ojos, que provocó en Shinobu una marca incomodidad.
—Por ejemplo, tú entregaste tu Visión Electro en aquel entonces, ¿cierto? —señaló Heizou de la nada, sin ningún (aparente) dejo de acusación.
—Tú sabes que sí —respondió Shinobu con sequedad.
—Sí, yo sé que sí —repitió Heizou despacio—. Se hubiera visto muy mal que la hija de una las sacerdotisas de su Excelencia no lo hiciera de esa forma, ¿cierto? ¿Cómo sigues con los efectos secundarios? Te ves… bastante recuperada. ¿Ningún problema de memoria o confusión que prevalezca?
—Estoy bien —sentenció Shinobu con firmeza—. Pero gracias por preguntar. ¿Qué hay de ti, Shikanoin? —soltó de golpe, volteando la dirección de esa conversación—. ¿Cuándo piensas entregar tu visión "voluntariamente" como todos lo hicimos?
La sonrisa de Heizou se ensanchó un poco.
—Cuando la Shogun así lo indique, por supuesto.
—Así de fácil, ¿eh?
—Así de fácil…
Ambos volvieron a permanecer en silencio, mirándose mutuamente, y logrando con bastante éxito sostenerle la mirada al otro. Pero claro, aquel silencioso duelo no podía durar toda la tarde.
—En fin —pronunció Heizou, volteándose hacia otro lado y colocando sus manos atrás de su cabeza—. Si vieras a cualquier individuo que esté ocultando su visión, sé que como ciudadana responsable de Inazuma que eres, lo reportarías de inmediato a la Comisión Tenryou. ¿Verdad?
Shinobu vaciló, sólo por un instante, pero logró rápidamente sobreponerse para dar una respuesta directa.
—Por supuesto que sí.
—Muy bien —asintió el detective—. Entonces cuento contigo. Disfruta tu tarde…
Y dicho eso, se giró sobre sus pies y comenzó a caminar en una dirección totalmente diferente a la de ella. Shinobu se quedó quieta unos instantes, intentando decidir rápidamente qué debía hacer luego de tan sospechosa conversación. Y en verdad, ¿qué significaba todo eso? ¿Intentaba indirectamente decirle que él sabía algo? ¿O sólo era Heizou bromeando e intentando destantearla como de costumbre?
Bien podrían ser ambas cosas.
Lo que fuera, tenía que ir rápido a ver a sus amigos y decirles de lo ocurrido. Así que con apuro, aunque no tanto como para que se viera sospechoso, apresuró el paso.
Tras separarse de Tomo, Kazuha (y Tama oculta dentro de sus ropas) comenzó a caminar por las calles de Hanamizaka para dirigirse a las afueras en donde estaban acampando, justo como se lo había indicado a su amigo. Y pese a que Hanamizaka tenía fama de ser menos vigilada que las zonas principales de la ciudad, igual el espadachín vagabundo no podía permitirse ser descuidado. Como lo hacía cada vez que iba a la ciudad durante ese viaje, mantenía su rostro oculto bajo su kasa, y el resto de su cuerpo envuelto en su gruesa capa de viaje. Era poco probable que alguien por ahí reconociera su rostro, pero sin lugar a duda lo mejor era pasar inadvertido; como un viajero más. Una vez que estuviera afuera de la ciudad podría relajarse un poco.
En su recorrido, sin embargo, algo terminó llamando su atención, tanto así que sus pies terminaron deteniéndose por sí solos antes de que él pudiera ser consciente de dicho acto. A su diestra, su mirada se había posado en un puesto ambulante a un lado de la calle, atendido por un hombre anciano de ojos pequeños y barba canosa y abundante, sentado en el suelo justo a un lado de una manta extendida. Sobre ésta, se encontraban diversos artículos pequeños y coloridos; accesorios y joyería de fantasía, si no se equivocaba. Pero de todos ellos, uno en específico captó enormemente su atención; o, más bien, parecían ser tres, como parte de un mismo juego.
Sin proponérselo del todo consciente, se aproximó a la manta y se colocó de cuclillas delante de ella para ver de más cerca aquellos tres accesorios en específico. Cada uno asemejaba la forma de una mariposa, en hermosos colores azules brillantes. Uno de ellos era un pequeño anillo, y los otros dos, de un tamaño mayor, parecían ser broches o algún tipo de adornos para el cabello, que iban al juego sin lugar a duda con el anillo. Kazuha no pudo evitar notar que resaltaban bastante de los demás en la manta, que eran accesorios de un estilo más tradicional acostumbrado en Inazuma. Pero ese juego en forma de mariposa, por su forma, y hasta por los materiales con los que parecían estar hechos, Kazuha se atrevería a apostar que no habían sido hechos cerca de ahí. ¿Podrían ser de hecho…?
—Este juego de mariposas azules —musitó Kazuha, alzando su mirada hacia el anciano sentado a un lado a de la manta—, ¿es acaso de Fontaine?
—Tienes buen ojo, muchacho —asintió el anciano—. Se lo compré a la hija de un comerciante de Fontaine en Ritou, justo antes de que se cerraran las fronteras. Ahora va a ser muy complicado que encuentres ese tipo de accesorios por aquí, al menos en un buen tiempo. Serían un lindo detalle para la chica correcta, ¿no te parece?
Kazuha guardó silencio, mientras sus ojos se mantenían fijos en aquellos tres accesorios. La forma de la mariposa, además de esa combinación colores, por algún motivo le recordaron a una persona en específico; una en la que, cabía mencionar, llevaba prácticamente todo el día pensando. Además, era un objeto real proveniente de fuera de Inazuma. Justo el día de ayer, ambos estaban platicando de lo mucho que les gustaría algún día salir de su nación, y ver todo lo que el mundo allá afuera tenía para ofrecerles…
No creía poder llamar a eso una señal de los Arcontes, pero ciertamente parecía ser la señal de algo o alguien de alguna forma.
Se tomó un momento para meditar en las posibilidades. Aquel hombre tenía razón en que sería un buen regalo para la chica correcta, pero era difícil decir si la persona en la que pensaba era justamente esa chica. Eran piezas de Fontaine, y sin duda artesanías de una calidad y delicadeza innegable. Sin embargo, no dejaban de ser objeto modestos, por no llamarlos "comúnes". De seguro una noble como Kamisato Ayaka debía de tener cientos de accesorios mucho más lujosos y costosos que esos…
¿Sería algo como eso un regalo adecuado para ella bajo ese panorama?
—¿Cuánto cuestan? —preguntó por mero reflejo, aún sin haberse decidido del todo.
El anciano lo miró con atención, pasó su mano por su larga barba y entonces le respondió:
—Para ti, ciento cincuenta moras.
Kazuha tomó la pequeña bolsa de dinero que traía atada a su cinturón y revisó rápidamente su contenido. No tuvo que contar cada mora para estar seguro de que no eran ni de cerca cien, menos ciento cincuenta. Así que al final daba igual si era o no un regalo adecuado; aunque lo fuera, no podría pagarlo.
—Gracias —musitó Kazuha con respeto, alzándose de nuevo y disponiéndose a retirarse.
—Estaré aquí todo el día si cambias de opinión —le informó el vendedor, a lo que el espadachín agradeció con un pequeño ademán de su cabeza, antes de reanudar su marcha.
Sería bastante obvio para cualquiera que ser un vagabundo, y no un noble como antes, inevitablemente traería miles de desventajas. En todos esos años, sin embargo, Kazuha no se había vuelto tan consciente de éstas hasta su reciente reencuentro con Ayaka, que lo arrastró a imaginar si todo hubiera resultado diferente…
No había avanzado demasiado cuando algo más llamó de golpe su atención, pero esta vez no fue algo que vio, sino más bien un aroma flotando en al aire, muy cerca de él; uno que le rememoró de inmediato a aquel destartalado dojo de hace dos noches.
«¿Katsumoto?» fue el primer pensamiento de alarma que le cruzó por la mente.
Rápidamente se introdujo en un angosto callejón para ocultarse, y se asomó hacia el exterior para mirar hacia la gente que caminaba en la calle. Tama, quizás alarmada por el cambio tan drástico o por la tensión en el aire, asomó su cabeza del interior del kimono de Kazuha, y quizás hubiera saltado de éste si el joven Kaedehara no la hubiera detenido con una mano.
Tras varios segundos de observación, seguía sin mirar nada sospechoso, pero el mismo aroma del aire viciado que impregnaba el antiguo dojo Kaedehara la otra noche seguía ahí presente; no tenía duda de que era el mismo, y que era casi imposible que simplemente se replicara por coincidencia. Alguien que había estado en ese sitio el suficiente tiempo como para impregnarse de ese mismo aroma se encontraba cerca; y sólo podía tratarse de Katsumoto, o alguno de sus seguidores…
Y entonces los vio, pasando a unos cuantos metros del callejón en el que se ocultaba: tres hombres con ropas gastadas, sombreros de paja, y cada uno portaba una espada enfundada en su cintura. Los tres avanzaban casi en formación, con sus cabezas agachadas de tal forma que sus sombreros les cubrían los rostros; similar a como él mismo había estado caminando hace unos instantes.
El aroma venía de esos tres. A Kazuha le parecieron conocidos, y no sólo de aquella noche. Si no se equivocaba, al menos dos de ellos, hace ocho años eran también jóvenes samuráis del clan Kaedehara bajo las órdenes de Katsumoto. Y, muy seguramente, eran también parte de su grupo de ronin.
¿Qué hacían ahí? ¿No se suponía que Ayaka les había dicho a todos que se fueran lejos de la ciudad? El ver aún a algunos de ellos ahí definitivamente le daba una muy, muy mala espina.
No lo pensó demasiado antes de que su cuerpo saliera del callejón y comenzara a seguirlos a una distancia prudente. Tenía que saber si acaso estaban tramando alguna locura.
—¿Estás seguro de esto, Mugen? —preguntó uno de los ronin a aquel que iba más al frente de ellos—. Si los guardias de la Comisión Tenryou…
—Los guardias casi no se paran Hanamizaka —respondió el otro ronin con aspereza—, y la mayoría está más que entretenido cuidando los preparativos del festival y a la gente importante. Además, si creen que me iré de aquí con las manos vacías, están muy equivocados. Quizás Katsumoto pudo haber dado su brazo a torcer tan fácil, pero yo no. Un último golpe, nos llenamos los bolsillo de moras, y nos largamos de esta maldita ciudad.
Sus dos acompañantes no parecían del todo seguros con la propuesta, pero igual lo siguieron hasta que los tres se pararon justo frente a la puerta de lo que parecía ser un restaurante. Se miraron entre ellos, asintieron, y entonces los tres ingresaron a la fuerza en el establecimiento.
—¡Nadie se mueva! —espetó como un trueno uno de los ronin, resonando lo suficiente para que incluso Kazuha lo escuchara en el exterior, acompañado del distintivo siseo de las espadas desenvainándose. Algunos gritos y exclamaciones de asombro no tardaron en hacerse presentes también.
Kazuha se apresuró hacia la puerta del establecimiento, parándose justo afuera de ésta, y echando apenas un vistazo al interior. Uno de los ronin empujaba a los meseros hacia un lado; otro amenazaba con su espada apuntando al frente hacia el área de los clientes; el último sujetaba de sus ropas a un hombre, que quizás era el dueño, mientras sujetaba el filo de su espada peligrosamente cerca de su rostro.
—Danos todas las ganancias del día, viejo —exclamó con agresividad el ronin que sujetaba al dueño—. Y más te vale que no te quieras pasar de listo, ¡o alguien saldrá más que herido de aquí!
Al lanzar aquella amenaza, jaló su espada hacia un lado, quedando la punta de la hoja a unos cuantos centímetros del rostro pálido de una joven mesera. Ésta se sobresaltó asustada, pero le fue imposible siquiera apartar el rostro por el miedo.
—¡¿Qué estás esperando?! —gritó con enojo el ronin, empujando al dueño con violencia y provocando que éste cayera al suelo—. ¡Muévete rápido o perderé mi poca paciencia!
El dueño se alzó dando pequeños tumbos, para luego correr hacia la caja y obedecer justamente lo que le acababan de ordenar. Los demás meseros y clientes observaban todo aquello desde sus posiciones, totalmente quietos, pegándose contra las paredes en un vago intento de hacer la mayor distancia entre ellos y esas peligrosas espadas.
Kazuha observó todo esto desde la puerta, incrédulo de que estuvieran en verdad haciendo lo que veía, en especial en plena tarde. ¿Tan bajo habían caído los una vez orgullosos espadachines del clan Kaedehara como para reducirse a meros asaltantes y brabucones? Le era simplemente inconcebible.
Comenzó a debatir activamente consigo mismo si debía o no intervenir de alguna forma. Después de todo, ellos no sólo sabían quién era él en realidad, sino que lo habían visto usando su visión la otra noche; dos pedazos de información que podrían resultar peligrosos si acaso se decidían a usarlos. Sin embargo, el hecho de que samuráis que en alguna ocasión pertenecieron al clan Kaedehara estuvieran haciendo tal despliegue de violencia frente a sus narices, simplemente era algo que no podía tolerar. Tanto así que, cuando menos se dio cuenta, su mano ya se encontraba sobre su espada, lista para desenfundar a la primera indicación del resto de su cuerpo. Pero sólo llegó a sacarla unos centímetros, cuando algo lo detuvo.
El restaurante se había sumido en un inusual y casi lúgubre silencio; incluso los sollozos y gritos de la gente se habían apaciguado. Pero de pronto, se escuchó de golpe como alguien bajaba su plato con fuerza contra su mesa, haciendo un ruido tan fuerte que resonó en todo el sitio y jaló de inmediato la atención de todos, incluida la de los tres asaltantes. Desde su posición, sin embargo, sólo distinguieron la cabellera albina y puntiaguda de dicha persona, asomándose desde la pequeña barda que separaba su asiento de los demás. Pero además de dichos cabellos blancos, algo más sobresalía de su cabeza: dos largos y puntiagudo cuernos rojos.
—¿Puedes creer esto, Akira? —pronunció con brusquedad la voz grave de aquel individuo—. Estos granujas no sólo entran aquí a interrumpir con sus gritos el agradable almuerzo que todos estábamos teniendo, sino que encima tienen pensado que se les pague por eso. ¡¿No te parece eso el colmo de la desvergüenza?!
—Ah, sí… jefe —pronunció algo nervioso la persona sentada delante de él, un hombre joven y robusto, con expresión nerviosa al igual que todos los presentes… aunque quizás no por los mismos motivos.
—¿Qué estás diciendo, imbécil? —pronunció uno de los ronin con molestia, avanzando en su dirección, espada en mano—. Si eres tan valiente, ¿por qué no me lo dices en…?
Aquel individuo se puso de pie de golpe, revelando en ese momento su alta estatura, sobresaliendo por lo menos una cabeza por encima del ronin, además de su espalda ancha y sus brazos fornidos. El valor que el asaltante había demostrado hasta hace unos momentos se desmoronó ligeramente, tanto así que por mero reflejo retrocedió un paso.
El hombre de cabello blanco y cuernos se giró de inmediato hacia el asaltante, fijando sus intensos ojos ámbar en él. Tenía las cejas pobladas, de un tono más oscuro que su cabello, y usaba un atuendo que dejaba al descubierto gran parte de su torso, y en especial sus músculos prominentes y marcados. Marcas rojas, pintura o quizás tatuajes, recorrían su rostro, torso y brazos.
—¿Si soy tan valiente qué, hombrecito? —murmuró el hombre de cuernos con voz confiada. Comenzó entonces a tronarse sus nudillos, mientras una sonrisa astuta se dibujaba en sus labios.
«¿Un Oni?» pensó Kazuha con asombro al ver desde su posición con mayor claridad la apariencia de aquel individuo. Su apariencia completa, y en especial esos cuernos rojos, dejaban bastante en evidencia su verdadera naturaleza.
El ronin que lo había amenazado en un inicio se logró recuperar a su impresión inicial, y sujetó con firmeza su espada delante de él.
—¡Vuelve a tu asiento, estúpido Oni! —le exigió con voz de mando—. O si no…
—¿O si no, qué? —masculló aquel hombre de cabellos blancos, inclinando un poco su cuerpo hacia él—. ¿Qué harás exactamente…?
—¡Itto, por favor no hagas otra de tus tonterías! —gritó de pronto el dueño desde la caja, con evidente exasperación.
—¿Ah? —exclamó el hombre de cabellos blancos, algo confundido—. ¿Yo? Pero si son estos tipejos los que comenzaron todo…
—¡Sólo deja que se lleven el dinero! —añadió el dueño con enojo—. No quiero que termines haciendo más destrozos como la última vez…
—Sí, jefe —añadió nervioso el joven robusto, sentado aún en su mesa—. Será mejor no volver a hacer otro escándalo. Nos lo advirtieron la última vez.
El oni chistó con molestia, evidentemente frustrado por la falta de apoyo, incluso de su propio amigo. Se volteó ofendido hacia un lado, cruzándose de brazos.
—Sí, haz caso —rio el ronin con tono burlón, al parecer un poco más avalentonado—. Los monstruos como tú deben de aprender a comportarse, bestia tonta…
Otro lúgubre silencio impregnó el restaurante entero, aunque la sensación era diferente a la anterior. Los ojos de todos los empleados y clientes se centraron en aquel oni, más nerviosos y asustados de lo que al parecer lo estaban por los tres asaltantes…
El hombre de los cuernos se giró de nuevo lentamente hacia el ronin delante de él. La expresión de sus ojos se había vuelto fría y dura… cargada de una palpable ira…
—¿Cómo me llamaste? —masculló el oni con voz inusualmente fría.
—¡¿Qué no me oíste, bestia?! —soltó el asaltante, atreviéndose incluso a dar un paso hacia él—. ¡Te dije que te senta…!
Antes de que pudiera terminar su frase, el puño derecho del hombre de cuernos se dirigió directo hacia él desde abajo, estrellándose en la forma de un tremendo golpe en el mentón, tan fuerte que el cuerpo entero del asaltante se despegó del suelo y voló como un flecha hacia arriba hasta estrellarse de lleno contra el techo de madera sobre ellos, agrietándolo un poco por el impacto, y luego precipitándose de nuevo al suelo, golpeándose de bruces contra éste justo a los pies del oni. Todo eso en tan sólo unas fracciones de segundo.
El aliento de todos los presentes de cortó al instante al ver esto, incluyendo el de los dos asaltantes que seguían de pie… y en especial el del dueño cuyo rostro se puso totalmente pálido, y su quijada se abrió tanto que casi tocó el suelo.
—Pe… pero… —masculló otro de los ronin, aquel que había en un inicio tenido aquella idea—. ¿Tú quién demonios eres…?
La sonrisa del oni se ensanchó aún más al escuchar esa pregunta.
—¿Quién soy….?
El hombre de cuernos flexionó sus rodillas y extendió sus manos al frente, adoptando una posición casi dramática propia de un actor kabuki.
—¡Ni bestia ni monstruo! —añadió con ímpetu. Luego dio un giro completo, saltó a mitad de esté, y volvió a caer, plantando ambos pies en la tierra tan fuerte que casi se pudo sentir cómo ésta retumbaba—. ¡Soy con el que tendrá que vérselas cualquier que perturbe la paz de mi hogar! —exclamó con fuerza, volteándose de lleno hacia los dos asaltantes, extendiendo ahora su mano izquierda al frente, y la derecha hacia atrás. Su sonrisa y mirada desbordaban confianza y carisma—. ¡Soy el líder la ilustre Banda Arataki y el Héroe de Hanamizaka! ¡El Gran Arataki Itto!
Y culminó su presentación con una fuerte y estridente risa que ensordeció todo el recinto.
Notas del Autor:
Nuevos personajes hacen acto de presencia, incluyendo sobre todo a Arataki Itto, un personaje del que esperaba desde hace mucho poder escribir un poco, y aquí será el momento adecuado. También pudimos ver a Kuki Shinobu, que como supondrán tendrá su grado de importancia en este pequeño arco. Al igual que con los otros personajes, me estaré tomando un par de libertades con algunos aspectos de ellos, sobre todo para darles un poco más de cabida al tono que ha ido tomando la historia. Espero que mis versiones en particular sean de su agrado, pues les aseguro son hechas con mucho cariño a ambos personajes, como con todos los demás. Veamos qué pasa en los siguientes capítulos, y en especial con este hipotético primer encuentro entre Kazuha e Itto.
