Capítulo 34
No soy una amenaza para usted
Tomo supo de antemano que su misterioso nuevo amigo no lo acompañaría por las buenas así que, sin siquiera preguntar primero, se encargó de dejarlo inconsciente con un golpe preciso en el punto adecuado del cuello. Claro, recorrer la ciudad teniendo que cargar con el cuerpo inconsciente de un ninja tampoco era precisamente una tarea sencilla, pero se las ingenió para ocultarlo en el interior de un barril de madera que encontró ahí mismo en el callejón y llevarlo cargando en su espalda, como un comerciante más llevando su mercancía. Anduvo con paso pausado y la cabeza agachada. Nadie le prestó atención, y nadie hizo preguntas.
Pese a todo, parecía ser su día de suerte.
Se las arregló para salir de la ciudad y descender hacia la playa por una ladera. Pensaba quizás llevar a su invitado hacia alguna cueva, pero vislumbró más adelante una vieja choza de madera, quizás perteneciente a algún viejo pescador. La observó por afuera y luego echó un vistazo al interior. Parecía que nadie había estado ahí en un largo tiempo.
Una vez más, parecía estar de suerte.
Cuando el ninja logró recobrar la consciencia, lo primero que sus ojos comenzaron a divisar fue el interior oscuro, polvoriento y lleno de telarañas de aquella choza. Lo segundo que sus sentidos captaron, fue su imposibilidad de moverse con libertad, pues se encontraba firmemente atado de muñecas y tobillos. Estaba sentado sobre un barril (el mismo en el que lo habían transportado), y en el suelo a sus pies vislumbró un líquido espeso y oscuro cuyo penetrante olor identificó de inmediato como aceite de ballena para lámparas. El líquido formaba un círculo a su alrededor, y luego se extendía en un camino recto hacia el frente, terminando justo delante de la puerta de entrada de la choza. O, más bien, justo delante de la persona sentada en el suelo frente a la puerta.
—Despertaste al fin —murmuró Tomo con una sonrisa despreocupada, mirándolo desde su posición. Se había retirado su bufanda, su espada estaba colocada en el suelo a un lado, y al otro, clavada en la tierra… tenía una antorcha encendida cuyo fuego era la fuente primordial de luz, además de la poca que entrada por la única ventana al fondo—. Temía que quizás te hubiera golpeado donde no era. Hacía tiempo que no lo hacía.
El ninja permaneció callado, y la única reacción apreciable en él fueron sus ojos endureciéndose. No necesitó mucho tiempo para comprender su situación. Sus ataduras, el aceite y la antorcha lo dejaron bastante claro.
Tomo se puso de pie en ese momento, limpiándose con ambas manos el pantalón hakama. Luego tomó su espada con una mano y la antorcha con la otra, para aproximarse hacia su nuevo amigo, cuidando de no pisar el rastro de aceite.
—Lamento lo incómodo que de seguro debes sentirte en estos momentos —se disculpó Tomo, sonando casi sincero en realidad—. Esto no tardará mucho, aunque eso depende más de ti que de mí.
Se paró entonces a un lado del barril, colocando la antorcha en un soporte de la pared, pero lo bastante cerca para tomarla de un movimiento rápido de su mano si se necesitaba.
—Empecemos por algo sencillo, ¿te parece? ¿Cómo te llamas?
El ninja permaneció ecuánime, con su vista fija y firme al frente en lugar de mirar a su captor. Ni un sólo sonido surgió de su boca.
—Así que seguiremos con el acto de chico rudo y silencioso, ¿eh? —masculló Tomo, divertido—. Pues bueno, mis amigos me llaman Tomo, y aunque no creo que tú caigas dentro de esa categoría, igual podemos hacer una excepción. Tengo una pequeña gatita que se llama Tama, y hace poco conocí a un nuevo amigo que se llama Thoma. Así que, mientras no me digas tu verdadero nombre, tú serás Tamo para mí. ¿Te parece?
No hubo respuesta, pero igual Tomo no la esperaba.
—Muy bien, Tamo. Cuéntame, ¿quién te envió a seguirme? ¿Y cuáles eran tus órdenes exactas?
De nuevo, sólo silencio.
—Al menos no niegas que me estuvieras siguiendo; eso lo podría considerar un avance.
Dio un paso más hacia él, inclinando ligeramente el cuerpo en su dirección, casi como si fuera a susurrarle un secreto al oído.
—Escucha, Tamo… lo cierto es que ninguno de los dos quiere estar en este sitio, ¿verdad? Yo de hecho iba camino a un lugar mucho más divertido cuando me obligaste a desviarme de mi ruta. Así que, ¿por qué no nos haces un favor a ambos y terminamos rápido con esto? Entiendo que guardar secretos es básicamente la piedra angular de tu profesión, y lo respeto. Pero, por lo mismo, espero que tú también entiendas y respetes que no te puedo dejar salir de aquí sin que me digas exactamente qué te proponías…
—¿Y acaso me dejarás ir si te lo digo? —murmuró de pronto el misterioso ninja Tamo.
—Ah, hablaste —exclamó Tomo con fascinación—. Bien, ya estamos progresando; a este paso seremos amigos de verdad más pronto de lo esperado. Sobre tu pregunta, eso también depende de ti. No sé qué te habrán dicho de mí, pero no soy alguien que esté del todo interesado en…
Antes de que pudiera terminar de hablar, el ninja movió rápidamente su cuerpo, haciéndolo girar sobre el barril y jalando sus piernas, aún atadas, en dirección al rostro de Tomo. Un instante antes de hacerse rápidamente para atrás para esquivarlo, el samurái errante logró ver como de la punta de la sandalia derecha del ninja surgía una pequeña y afilada cuchilla, que terminó pasando a escasos centímetros de su nariz; tan cerca que casi pudo ver el reflejo de sus propios ojos en la pequeña hoja.
El barril en que el ninja se encontraba sentado se volcó por el movimiento tan brusco, y el hombre cayó a tierra. No estuvo tirado mucho tiempo pues, pese a sus ataduras, gracias a su entrenamiento logró apoyarse en sus pies y saltar con agilidad hacia la puerta. Sin embargo, no logró acercársele demasiado antes de que Tomo, en la forma de un feroz relámpago morado, desapareciera de su posición actual y reapareciera justo delante de él a mitad del aire. Giró entonces con rapidez su cuerpo, estampándole al ninja una patada certera en un costado de su cabeza, y haciéndolo caer de nuevo de cara al suelo, manchándose con el aceite.
Tomo descendió de pie muy cerca de él, y de inmediato el ninja no perdió el tiempo antes de volver a lazar sus piernas contra él, aún con la cuchilla afuera, está vez queriendo alcanzar su muslo. Tomo esquivó ese primer ataque, al igual que el segundo. Para el tercero, en lugar de esquivarlo, desenfundó su espada rápidamente, cargada con su energía elemental, cortando en dos con perfecta precisión aquella pequeña cuchilla; unos milímetros más y le hubiera rebanado la punta de los dedos.
Al mismo tiempo que desenvainaba su espada derecha, con la izquierda tomó firmemente su funda y la dirigió directo al abdomen de su rehén, justo en la boca del estómago, empujándolo fuertemente de espaldas contra el suelo y sacándole de paso todo el aire. El ninja se revolcó hacia un lado, tosiendo con fuerza e intentando jalar aire a sus pulmones.
Tomo suspiró con pesadez, cargado de una palpable frustración.
—Bien, intentémoslo de nuevo…
Se aproximó entonces hacia el hombre en el suelo, tomándolo de sus muñecas atadas y jalándolo hasta colocarlo de nuevo sobre la tierra con el aceite.
—A pesar de lo que muchos digan de mí, yo me considero un guerrero honorable. No soy alguien que disfrute en lo absoluto amenazar a una persona atada de muñecas y tobillos, mucho menos lastimarlo o torturarlo. La idea de prolongar el dolor innecesariamente, me parece repulsivo. Cada vez que me veo en la situación de tener que matar a un contrincante, procuro hacerlo con la mayor rapidez y eficacia posible. Muchas veces basta sólo un golpe, un corte, y listo. Y si pudiera, me encantaría darte tal oportunidad también a ti, Tamo.
Tomó en ese momento de nuevo su vaina, y la presionó fuertemente contra la parte trasera de la cabeza del ninja. Éste intentó decir algo, pero le fue difícil teniendo su rostro pegado contra el suelo, y en especial contra el espeso y penetrante aceite de ballena.
—Pero eso… también depende de ti… —soltó Tomo, resonando como una peligrosa amenaza.
Sin dejar de presionar la cabeza del ninja contra el suelo, dejó su espada de momento a un lado, y extendió su mano hacia la antorcha, volviéndola a tomar. Se puso entonces de cuclillas a un lado del ninja, acercando a él la antorcha, lo suficiente para que pudiera percibir en su rostro el calor que emanaba de ésta.
—Una vez más: ¿quién te envió y cuáles eran tus órdenes con exactitud? —cuestionó con una afilada frialdad que hacía que sus palabras se sintieran casi como cuchillas.
El ninja Tamo volteó a verlo de reojo lo mejor que su posición le permitió. El samurái ya no sonreía en lo absoluto. Y sus ojos no reflejaban emoción alguna; lo único que se percibía en ellos era el resplandor danzante del fuego, moviéndose de forma seductora, pero también burlona.
Supo de inmediato que aquellas no eran amenazas vacías. Ese hombre estaba más que dispuesto a prenderle a fuego, o a hacerle cualquier otra cosa, con tal de obtener de sus labios lo que sabía… sin menor remordimiento al hacerlo.
Y, aun así, el ninja no le diría nada; ambos lo sabían con anticipación. Así que todo eso sólo podía terminar de una forma…
O, quizás dos.
En ese momento, ambos escucharon para su sorpresa como alguien llamaba a la puerta de la choza, con la suficiente fuerza y presencia como para que ambos desviaran su atención en esa dirección. Tomo miró la puerta, y miró después de regreso a Tamo, como si esperara que éste le dijera con su simple mirada si sabía quién era. Si acaso lo sabía, lo disimuló muy bien.
Tomo soltó al su rehén y se puso de pie. Dejó la antorcha de nuevo en su soporte, tomó de regresó su espada y la guardó en su vaina. Se aproximó entonces con calma hacia la puerta, abriéndola de par en par, sin menor ceremonia, ni siquiera intentando preguntar quién era primero. Del otro lado, fue recibido por una mirada estoica y tranquila, enmarcada por unos cabellos azulados y brillantes, que lo observaba atentamente.
—Buenas tardes —saludó Kamisato Ayato sin miramiento alguno, con voz abrumadoramente calmada.
—Vaya, comisionado Kamisato —pronunció Tomo, sonriendo—. Qué sorpresa verlo por aquí. ¿Qué se le ofrece?
Sin decir nada aún, Ayato desvió su mirada sutilmente por encima del hombro del samurái en dirección al interior de la choza, y al hombre en el suelo dentro de ella.
—¿Puedo pasar? —preguntó justo después, sin romper su máscara de armonía, permitiéndose incluso sonreírle de regreso.
Tomo lo observó unos instantes, quizás ponderando si aquello pudiera ser una buena idea o no. Cualquiera que hubiera sido su razonamiento, al final igual se hizo a un lado y le dejó el camino libre para que hiciera lo que mejor le pareciera.
Ayato ingresó con paso calmado a la choza. El ninja en el suelo lo miraba con sus ojos totalmente abiertos, llenos de confusión, sorpresa, pero en especial miedo. El noble, sin embargo, le sonrió de regreso con calma, asintiendo ligeramente.
—Yo fui quien envió a este hombre —declaró el comisionado sin divagación alguna, girándose de nuevo hacia Tomo—. Déjelo ir, y podremos hablar más tranquilamente usted y yo sobre cuáles eran sus órdenes, y el porqué de ellas.
—¡Mi señor!, ¡no! —espetó el ninja, aterrado por tal propuesta. Ayato, sin embargo, sólo alzó una mano hacia él en señal de silencio, instrucción que él obedeció sin chistar.
—¿Entonces, Sr. Tomo? —insistió el comisionado.
—¿Él sale y usted se queda? —preguntó Tomo con curiosidad, mirándolo con escepticismo—. ¿Ese es el intercambio?
—Si quiere llamarlo de esa forma, sí. ¿Acepta?
—Me parece bien —respondió el samurái, encogiéndose de hombros—. Puede liberarlo, adelante.
Ayato asintió como agradecimiento, y se aproximó entonces hacia el ninja, agachándose a su lado. Desenvainó su espada, y con ella se encargó de cortar rápidamente las ataduras de sus muñecas y pies.
—Mi señor, por favor —pronunció el ninja con súplica una vez que estuvo libre—. No se quede aquí con él. Este hombre… él es…
—No te preocupes —le respondió Ayato con voz serena, colocando una mano sobre su hombro y ofreciéndole una sonrisa reconfortante—. Sal y cura tus heridas. Yo estaré bien.
El ninja, incapaz de desobedecer una instrucción viniendo de esa persona, se limitó a sólo agachar la cabeza con obediencia. Se puso de pie, y comenzó a caminar a la puerta, renqueando.
—Nos vemos en otra ocasión, Tamo —lo despidió Tomo con sorna mientras pasaba a su lado. El ninja ni siquiera lo miró.
Una vez que estuvo afuera, Tomo cerró la puerta detrás de él.
—Supongo que sería sabio de mi parte suponer que toda la choza está rodeada por más ninjas, esperando la menor excusa para entrar a atacarme, ¿cierto? —comentó Tomo con tono burlón, girándose hacia Ayato. Éste sonrió, notándose incluso algo divertido.
—Sería sabido de su parte no descartar esa posibilidad —le respondió—. Pero si considera que es posible que ambos tengamos una conversación civilizada y tranquila, no creo que sea necesaria la intervención de nadie más.
—Además de que usted puede defenderse a sí mismo perfectamente, ¿no es así? —señaló Tomo, apuntando con su barbilla en dirección a la visión de orbe azulado que colgaba libremente de su cintura.
—Igual que usted —pronunció Ayato—. Una visión Electro, ¿no es así?
Tomo se quedó callado como respuesta inmediata, pero la sonrisa no se borró ni un poco de sus labios. No debía extrañarle que hubieran visto lo que acababa de hacer hace un momento para someter a Tamo. Incluso allá en el callejón en el que pelearon podría haber habido otro par de ojos fisgones en los que no había reparado. Debió haberlo previsto antes.
—¿Y qué hará al respecto? —inquirió Tomo con voz desafiante, apoyando su mano contra su espada enfundada—. ¿Piensa quitármela y arrestarme por romper el Decreto de Captura de Visiones? Porque le adelanto que sin importar cuántos ninjas haya traído consigo, me veré forzado a resistirme hasta las últimas consecuencias.
—No creo que tengamos que llegar a eso —contestó Ayato, acompañado de una risa burlona—. Oficialmente, es responsabilidad de la Comisión Tenryou hacer cumplir dicho decreto.
—Quizás. Pero como oficial del Shogunato, sería su responsabilidad dar parte de la presencia de un espadachín errante rondando por los alrededores con una visión Electro. ¿O acaso me equivoco?
—Eso sería cierto —asintió Ayato—, si acaso me cruzara con dicho espadachín errante y lo hubiera visto hacer uso de esa visión con mis propios ojos, claro. Sin embargo, en el momento en el que cruce esa puerta de regreso, ninguno de los dos habrá estado nunca en esta choza. Así que no veo cómo podría dar parte de algo que, en teoría, nunca vi.
Aquello hizo brotar una risotada estridente por parte de Tomo.
—Muy buena respuesta —señaló el espadachín, al parecer mucho más relajado, retirando poco después su mano de su espada—. Supongo que sólo nos queda confiar el uno en el otro, ¿no?
—Lo más que eso sea posible.
—Por supuesto… Entonces, dígame, ¿qué exactamente es lo que provocó que el comisionado Yashiro en persona tuviera que prestarle tanta atención a un simple espadachín viajero como yo?
Ayato pasó su mirada por aquel reducido espacio, posando su atención en una caja arrumbada en una esquina. Aún sin decir nada, se aproximó a ésta, la observó con detenimiento, pasando incluso su dedo enguantado para ver qué tanto polvo tenía encima. Era bastante, pero dada la situación le dio igual y se permitió sentarse sobre ella, cruzándose de piernas de forma relajada. Un acto bastante simple, pero que Tomo percibió de inmediato como una forma de mostrar su absoluta calma y control en la situación.
—No creo que necesite explicarme demasiado para hacer entender mis acciones —señaló Ayato, encogiéndose ligeramente de hombros—. Un hombre desconocido y sospechoso de pronto se acerca a mi hermana menor; ¿qué más podía hacer? Se podría decir, en pocas palabras, que sólo quería asegurarme de que no fuera una amenaza latente para ella… o para mí.
Tomo no pudo evitar soltar una risilla incrédula.
—Así que, ¿se trató únicamente de la preocupación normal de un hermano mayor? —preguntó el samurái con curiosidad—. ¿Fue sólo eso?
—Básicamente —contestó Ayato con calma—. En especial después de que alguien de mi confianza compartiera conmigo sus inquietudes hacia su persona.
—¿Y ese alguien de su confianza sería acaso el buen Thoma? —inquirió Tomo casi acusador. Ayato, sin embargo, no respondió.
Tomo se cruzó de brazos, ocultando estos en el interior de las anchas mangas de su abrigo, y comenzó a aproximarse hacia donde Ayato se había sentado, haciendo lo mismo en otra caja delante de él, para así poder hablar frente a frente.
—Un hermano mayor normal no mandaría a un grupo de ninjas a espiar a una persona por simple preocupación —indicó Tomo con ironía.
—Creo que lo haría si tuvieran uno a su disposición —respondió Ayato con ligero humor—. Y debo aceptar que mis preocupaciones no han menguado en lo absoluto tras todo… esto —añadió girando su mirada hacia el resto de choza, en especial a la antorcha y el aceite en el suelo.
—Si sirve de algo, dejar inconsciente a personas y traerlas a chozas apartadas a amenazarlos con aceite y fuego… no es algo que suela hacer a menudo.
—No es precisamente eso lo que me inquieta —señaló Ayato con dejo de seriedad. Su rostro entero se tornó algo más severo de golpe—. Quizás no lo crea, pero los hombres que puse detrás de usted son en extremo competentes en lo que hacen. Han espiado o seguido a hombres y mujeres con bastantes habilidades; algunos siendo de los más hábiles que he conocido. Y la verdad es que no es para nada usual que uno de esos objetivos, no sólo se cerciore de sus presencias, sino que además sea capaz de someterlos con tal facilidad. Incluso teniendo una visión.
Ayato guardó silencio unos momentos, inspeccionando detenidamente el rostro del hombre delante de él, intentando quizás notar alguna reacción por esas últimas palabras. Sin embargo, no hubo ninguna como tal; no una que él pudiera descifrar, al menos. Tomo sólo se quedó mirándolo de regreso, con esa astuta y hermética sonrisa.
—Por otro lado —prosiguió Ayato tras un rato—, aunque diga que no suele hacer esto con frecuencia, se puede deducir a simple vista que no es ni de cerca la primera vez. Así que, todo esto me lleva obviamente al cuestionamiento más importante.
Hubo otra pequeña pausa, y luego soltó su pregunta sin más:
—¿Quién es usted en verdad, Sr. Tomo? ¿Y qué es lo que vino a hacer a Inazuma con exactitud?
De nuevo, la máscara de roca que resultaba ser la expresión de Tomo se mantuvo inmutable. Ayato había conocido a muchos hombres en control absoluto de sus emociones; él mismo se consideraba particularmente bueno en ello. Pero ese hombre… resultaba incluso más difícil de leer que la mayoría.
Tras unos instantes, Tomo se paró de la caja en la que se había sentado, pasando una mano por su trasero para limpiarlo un poco del polvo.
—Debo admitir que me ha tomado por sorpresa, comisionado —dijo Tomo con tono relajado—. No pensé que hubiera alguien tan interesante como usted trabajando para el Shogunato.
«¿Interesante?» pensó Ayato, un poco desconcertado. Esperaba lo dijera en el buen sentido.
—Sin embargo —añadió Tomo justo después con una debida dosis de amargura en su tono—, al mismo tiempo eso me hace preguntarme cómo es que esta nación llegó a una situación tan lamentable como la actual teniéndolo a usted, supuestamente, encargado de protegerla.
—¿Disculpe? —masculló Ayato con ligera confusión. Tomo no le prestó atención, y en su lugar prosiguió con lo que quería decir.
—Supongo que eso podría ser un reflejo claro del poco poder que la Comisión Yashiro, o incluso la propia Shogun Raiden, tienen en esta nueva Inazuma que prácticamente vive bajo el yugo opresor de la Comisión Tenryou, y que se ha empecinado en entrar en guerra contra las propias personas que dicen proteger.
—Las acciones de la comisión Tenryou obedecen a los deseos de la Todopoderosa Shogun, y a nada más —respondió Ayato rápidamente sin chistar.
—Eso resultaría, entonces, mucho más preocupante —concluyó Tomo con severidad.
La expresión de Tomo reflejaba ahora bastante menos jovialidad que hace un rato, y en su lugar mostraban mucho más de aquella fría agresividad que tanto había intimidado hace unos momentos al ninja Tamo. Ayato, sin embargo, se las arregló para mantener la calma. De hecho, le provocaba un poco más de confianza darse cuenta que, muy probablemente, estaba ya hablando más directamente con el hombre que se ocultaba tras esa fachada del amistoso "Sr. Tomo".
Ayato se puso entonces también de pie y se aproximó un paso más hacia él, encarándolo más de frente y sosteniéndole su mirada con bastante firmeza.
—Debo entender por sus palabras que es una persona de ideas radicales, y posible opositor de los decretos de Captura de Visiones y el Cierre de Fronteras, ¿o me equivoco? —le cuestionó Ayato sin rodeos—. ¿Es un partidario solitario de estas ideas?, ¿o se encuentra involucrado con alguien más? ¿Los radicales de Sangonomiya, quizás?
Tomo sujetó su barbilla adoptando una expresión reflexiva, y desvió sutilmente su mirada hacia un lado.
—Tal vez no es que la comisión Yashiro tenga poco poder —soltó el samurái de la nada, prácticamente ignorando por completo la pregunta de Ayato—, y en realidad la explicación es más simple. Tal vez usted, comisionado, es de hecho un hombre demasiado astuto, cuya mayor prioridad no es precisamente el bienestar de Inazuma, sino el de su familia. O, siendo más claros, el de su hermana.
Un ligero movimiento en la ceja derecha de Ayato bastó para revelar que aquellas afirmaciones no le resultaban indiferentes. Tomo sonrió, casi triunfante, al ver esto.
—Quizás ya ponderó todas las implicaciones de esta situación —añadió Tomo—, y concluyó que el mejor escenario que podría garantizar la supervivencia de ambos, es ir con la corriente… o al menos aparentar que lo hace. Y tras este despliegue protector hacia el bienestar de su hermana que hizo hoy, me inclino más a esa opción. ¿Qué dice? ¿Cree que me estoy acercando?
—Se expresa con bastante elocuencia, Sr. Tomo —contestó Ayato con seriedad—. ¿Ha considerado dedicarse a la política?
—¿Yo? No, para nada —rio Tomo, irónico—. No soy un hombre tan letrado o de alta cuna como usted, comisionado. Pero digamos que la vida me ha llevado a ver y conocer muchas cosas… y muchas personas. Y esa experiencia me ha ayudado a entender de sobra cómo funcionan las cosas.
»Respondiendo a su pregunta, sobre quién soy realmente y mis ideas radicales… La verdad es que soy sólo un samurái errante, cuya espada no está al servicio de ningún señor, de ningún clan, de ningún Dios, y tampoco de ninguna ideología en específico. Mi lealtad y mi espada están sólo al servicio de la justicia, del bien, y de las buenas personas de Inazuma que me puedan necesitar.
—Es un idealista, entonces —bromeó Ayato, a lo que Tomo respondió con otra de sus risotadas.
—Me han llamado así. Pero, principalmente, mi espada está al servicio de todo aquel al que considero mi amigo de verdad… Y mi lugar siempre estará ahí, parado con firmeza entre ellos, y todo aquel que intente hacerles daño. Y por eso mismo, no hay motivo alguno por el que usted deba preocuparse porque yo pudiera ser una amenaza para usted o su familia, comisionado.
Aquel repentino giro en el rumbo de su conversación tomó un poco desprevenido a Ayato.
—¿De verdad? —le cuestionó, un tanto desconfiado—. Creo que está más que claro que yo no podría entrar en la categoría de las personas a las que considera sus "amigos de verdad".
—Tal vez no —respondió Tomo sin disimulo alguno, encogiéndose de hombros—. Pero Kaedehara Kazuha sí. De todos los amigos que he hecho a lo largo de mis viajes, él es uno de los más especiales, y de los que más aprecio les tengo. Y él está locamente enamorado de su hermana, la Srta. Kamisato Ayaka. Y el poco tiempo en el que he podido tratarla a ella, me ha bastado para confirmar que es más que merecedora de ese cariño, y que además es mutuo. Pero eso usted ya lo sabe, ¿o no?
Fue ahora Ayato al que le tocó permanecer callado, sin dar una respuesta directa al cuestionamiento. Pero, de momento, eso bastaba en realidad para dejar en evidencia lo que pensaba al respecto.
—Como sea —dijo Tomo, caminando hacia el otro lado de la choza—, a lo que quiero llegar es que yo nunca haría nada que pudiera lastimar a Kazuha. Y mientras él y la Srta. Kamisato estén juntos, no haré nada que pudiera lastimarla a ella, y por consiguiente a usted.
—Así que, ¿debo creer que es justo por su amistad con Kaedehara Kazuha que usted no representa una amenaza para nosotros?
—Esa es la verdad. Pero depende de usted el creerla o no.
—Pero bien dijo que eso sería mientras el joven Kaedehara y Ayaka estuvieran juntos. ¿Qué pasaría entonces si esa relación no prosperara o fuera rota?
—Me gustaría ver que lo intentara, comisionado —rio Tomo con fuerza—. ¿Alguna vez ha intentado separar a dos jóvenes verdaderamente enamorados? Quemarán todo Inazuma antes de que eso ocurra; recuerde mis palabras.
—Es muy osado de su parte insinuar que conoce mejor los sentimientos de mi hermana que yo.
—Yo no insinúo nada. Puede preguntarle usted directamente si quiere.
Ciertamente el que la conversación se haya ido tan directamente hacia Ayaka no era del agrado de Ayato, en especial en el contexto que aquel hombre insinuaba. El asunto del chico Kaedehara y ella era algo que también Thoma le había hecho notar en su plática del día anterior, y era algo en lo que también tendría que encargarse en investigar más a fondo llegado el momento. De momento, sin embargo, no deseaba pensar demasiado al respecto.
—¿Algo más en lo que pueda servirle, comisionado? —preguntó Tomo tras unos momentos, quizás un poco impaciente.
—No me ha dicho con qué motivo se encuentra aquí en Inazuma —indicó Ayato sagazmente, avanzando hacia él con firmeza.
—Sólo viene al festival, obviamente. Como todos los demás.
—Me debo declarar escéptico de tal afirmación.
—Está en su derecho. Pero debe creerme cuando le digo estas dos cosas.
Tomo se giró de lleno hacia Ayato, quedando ambos a cuestión de unos cuantos pasos de distancia. Ambos fijaron sus ojos en el otro, con tal tenacidad como si sus miradas se encontraran ya teniendo su respectivo duelo, sin necesidad de que ninguno desenfundara su arma.
—Antes de que el festival termine, me iré de la ciudad —declaró Tomo con voz estoica—. Y muy probablemente nunca volvamos a vernos de nuevo después de eso. Y al irme, no habré hecho nada que amerite que vuelva a tener que tomarse una tarde entera de su apretada agenda para dedicarla a mí. Como dije, no soy una amenaza para usted en lo absoluto.
—Tendré que creerle, entonces —afirmó Ayato, apacible.
—O al menos fingir, supongo. Ah, y la segunda cosa: por el bien de ambos, será mejor que ya no envíe a más de sus espías detrás de mí, ¿de acuerdo? Ya que si vuelvo a darme cuenta de que alguno de ellos me sigue, en esa ocasión ya no lo dejaré inconsciente y lo traeré a una choza a conversar. Estamos claros en eso, ¿cierto?
—Por supuesto.
—Perfecto, entonces.
Aquella sonrisa despreocupada volvió a dibujarse en los labios de Tomo. Y, aparentemente dando la conversación por terminada, se apartó unos pasos de Ayato, y se dirigió a dónde había dejado su bufanda, colocándosela tranquilamente alrededor de su cuello.
—Piense en lo que le dije de esos dos antes de hacer cualquier cosa —soltó de pronto mientras aparentemente se preparaba para partir.
—¿Cómo dice? —preguntó Ayato, un poco perdido sobre a qué se refería.
—Conozco bien a Kazuha, incluso un poco mejor que él mismo. Y ese brillo que hay en sus ojos al ver a la Srta. Kamisato, no lo había visto nunca en él. En general es un chico muy tranquilo y pacífico, pero he visto de lo que es capaz con tal de proteger lo que aprecia.
—¿Es algún tipo de amenaza?
—Oh, no, claro que no —rio Tomo divertido, girándose hacia él una vez que estuvo listo—. Sólo que tengo el presentimiento de que la Srta. Kamisato debe ser igual, o quizás peor. Así que no me gustaría en lo absoluto ser el que intente ponerse en medio de ellos dos.
—Lo tomaré en cuenta —contestó Ayato con sequedad.
Tomo le ofreció una pequeña reverencia de su cabeza como señal de despedida, y sin más se dirigió a la puerta. El brillo del sol le caló un poco en los ojos al asomarse al exterior, pero no tardó mucho en acostumbrarse y comenzar a andar tranquilamente por la arena, incluso comenzando a tararear una canción mientras se alejaba.
Ayato se paró en el marco de la puerta, contemplando en silencio la figura del misterioso samurái. Cuando éste estuvo en la distancia correcta, la figura de un hombre de atuendos totalmente negros prácticamente se materializó a su lado, ocultó de cierta forma en las sombras que la choza y los riscos cercanos proyectaban.
—Mi señor, ¿quiere que lo sigamos? —le cuestionó el hombre de negro, agachándose hasta colocar una rodilla sobre la arena.
Ayato caviló unos momentos, antes de responderle.
—No. Por lo pronto dejémoslo solo. Resultó ser un individuo mucho más peligroso de lo que preví, así que tendremos que actuar con mayor cautela. Sólo mantengan su vigilancia habitual en Ayaka, y repórtenme cualquier contacto que tenga con ese hombre, o con Kaedehara Kazuha.
—Sí, señor —le respondió el ninja con solemnidad, justo para desaparecer entre las sombras al instante siguiente.
Ya solo (aunque quizás no del todo en realidad), el comisionado Yashiro comenzó a caminar de regreso por la playa, acompañado a cada paso por un sinfín de pensamientos. Aunque no lo pareciera a simple vista, aquella había sido de hecho una tarde fructífera en más de una forma. Pero ahora tocaba pensar y decidir con cuidado su siguiente movimiento…
Tomo se disponía a volver a la ciudad, aunque un vistazo a la posición del sol le hizo cuestionarse si aún tenía el suficiente tiempo para ir al sitio que se había propuesto antes de ser interrumpido. Por supuesto, el movimiento real del distrito rojo debía empezar justo al meterse el sol. Sin embargo, había quedado con reunirse con Kazuha en su campamento no tan tarde, y lo que menos quería era preocuparlo tanto que tuviera que ir hasta allá a buscarlo personalmente, temeroso de que lo hubieran aprehendido, o que alguna cortesana astuta le hubiera robado y dejado atado a la cama. Kazuha no lo sabía, claro, pero no habría sido la primera vez.
Además, si era sincero consigo mismo, ya no estaba precisamente de tan buen ánimo para dicho plan. Para él también había sido una tarde agitada, y necesitaba también pensar las cosas. Especialmente, decidir qué tanto de lo ocurrido realmente ese día convenía o no compartir con su compañero.
Un agudo y estridente maullido cercano captó su atención, sacándolo de golpe de todas esas cavilaciones. Al virarse hacia un lado, notó de inmediato de pie sobre una roca el cuerpo blanco y los ojos brillantes y azules de una gatita que le resultó más que familiar, y que lo miraba atenta desde su posición. En cuanto sus miradas se cruzaron, la gatita avanzó presurosa hacia sus pies.
—Hey, Tama —exclamó sorprendido, agachándose de cuclillas hacia ella. La gatita se frotó contra su pierna, y luego también contra su mano cuando Tomo se la acercó—. ¿Qué haces aquí, pequeña? Déjame adivinar, te escapaste de Kazuha, ¿cierto?
Tama soltó entonces un pequeño maullido, que bien podría ser una respuesta, o sólo mera coincidencia.
—Debe estar como loco buscándote. Lo bueno es que siempre has sabido cómo encontrarme, pequeña traviesa.
Tomo agarró a la gatita entre sus manos y la alzó. Tama no opuso resistencia, y permitió que el samurái la cargara en sus brazos, casi como si de un bebé se tratara.
—Vayamos al campamento a esperar a nuestro amigo, ¿te parece? —propuso Tomo, a lo que la gatita respondió simplemente acomodándose mejor en sus brazos, prácticamente acurrucándose.
Tomo siguió su camino, aunque ahora con un destino diferente, y reanudando la misma canción que tarareaba hace unos momentos.
Notas del Autor:
Un capítulo de mucho diálogo, pero que va a ser relevante para varias cosas que ocurrirán después… y no diré más. Como ya he mencionado antes, Tomo es un personaje en el que me he tenido que tomar muchas libertades para caracterizarlo debido a lo poco que sabemos de él, pero intentando cuidar que sus acciones y palabras tengan concordancia con ello. Y quizás por lo mismo es de lo que más disfruto escribir. Y un choque de ideas con Ayato creo que era justo lo que necesitábamos. ¿Qué les pareció a ustedes?
Bueno terminamos con un tema, faltan dos más (las aventuras de Kazuha e Itto, y la salida de las chicas del Triunvirato). Unos capítulos más y con suerte podremos ya pasar al festival, que tanto tiempo se ha tomado en llegar…
