Capítulo 38
Mariposas
Una vez que se separó de la Banda Arataki, Kazuha se dirigió sigiloso de regreso a la ciudad, y en específico a aquella calle en Hanamizaka en dónde se había encontrado con aquel vendedor ambulante. Temía que ya se hubiera ido para esos momentos, pues habían pasado algunas horas desde que lo vio, y el atardecer amenazaba con comenzar en cualquier momento. Su temor se hizo realidad al llegar justo a la parte de la calle en dónde recordaba haberlo visto, pero ya no encontró rastro alguno ni del hombre, ni de su manta, ni de sus productos. Sólo el espacio vacío frente a una pared de piedra con algunos afiches viejos pegados en ella.
Kazuha suspiró, más resignado que decepcionado en realidad. Quizás había sido bastante inocente de su parte imaginar que todo se daría de esa forma, casi como magia. Encontrarse con un accesorio que le recordara a Ayaka, y además conseguir el dinero suficiente para comprarlo. Todo como si hubiera sido el destino, o parte de alguna pequeña leyenda; el viajero que pasaba por varias travesías para obtener el regalo perfecto para su amada… aunque la batalla con un enorme y letal oni y el duelo a muerte de escaradiablos tendrían que ser un poco exagerados para darle más sazón a dicha historia.
Quizás podría componer un haiku usando esa idea como base. Pero mientras tanto, sólo quedaba retirarse y aceptar la derrota. Así que se acomodó con cuidado su bufanda, y se giró sobre sus pies para regresar por donde había venido.
Tal vez no todo estaba perdido. Con algo de suerte podría encontrarlo de nuevo al día siguiente…
—Oye, muchacho —escuchó de pronto que una voz pronunciaba con fuerza muy cerca de él.
Kazuha se detuvo al instante, y entonces se giró lentamente en su dirección. A un lado, se encontraba una carreta ambulante de ramen, detrás de cuál el cocinero preparaba los platillos, y al frente había tres bancos para los comensales, dos de ellos ocupados en esos momentos. Y justo en el banquillo del centro, reconoció la espalda ancha y el cabello gris largo de la persona sentada en él, inclinado sobre su plato mientras sorbía los fideos con un sonido casi estridente. Cargaba en su espalda una manta azul oscuro atada a su cuello, la cual evidentemente guardaba diferente artículos en ella.
Aquel hombre dejó de comer por un instante, y se giró por completo sobre el banquillo hacia Kazuha. Los pequeños ojos del anciano lo miraron a través de su barba tupida.
—Tenía el presentimiento de que volverías —señaló el anciano con voz risueña—. Pero un poco más y ya no me encontrabas.
Kazuha sonrió contento. Era el vendedor ambulante; aún no se había ido. Quizás el destino y la magia aún estaban de su lado.
—¿Conseguiste el dinero? —preguntó el anciano, un poco impaciente.
—Sí, aquí está —indicó Kazuha, aproximándosele. Tomó su pequeña bolsa de monedas, y sacó de ésta rápidamente las moras que había tomado del premio del torneo de escaradiablos—. Cinto cincuenta, ¿correcto?
—Eso dijimos —señaló el vendedor, extendiendo una mano hacia él. Kazuha colocó las monedas sobre su palma. El anciano ni siquiera se preocupó por contarlas. Sólo las guardó sin espera en un bolsillo, y del otro sacó una pequeña caja rectangular de color azul oscuro, y sin previo aviso la arrojó hacia el espadachín. Los agudos reflejos de éste, sin embargo, le permitieron atraparla en el aire sin el menor el problema—. La caja va por mi cuenta —dijo el anciano con una risilla—. Espero que sea el regalo ideal para esa persona.
Kazuha abrió con cuidado la caja, observando su contenido: el anillo y los dos broches en forma de mariposas azules. Su sonrisa se ensanchó.
—Creo que lo será —asintió Kazuha, guardándose la caja en el interior de su kimono sin espera—. Muchas gracias por esperarme —pronunció por último, inclinando su cuerpo hacia el anciano de forma respetuosa.
—Gracias a ti. Y suerte.
Kazuha comenzó a andar de nuevo, aunque ya no hacia la salida de la ciudad, sino en dirección contraria.
Al llegar a la casa de té, Ayaka pidió a los empleados que por favor prepararan su cuarto privado para ella y sus invitadas, así como que les prepararan una taza de té a cada una, en compañía de unos bocadillos y un par de platillos más fuerte para calmar su apetito. Para felicidad de Chisato, ahora sí logró pasar más allá de la puerta que Kozue resguardaba y ver el interior del local. Aunque claro, quizás se había hecho una idea más grande debido a todo el secretismo, pues en realidad a simple vista parecía un sitio bastante… común.
Ayaka guio a Chisato y Sara hacia su habitación en el piso superior, siendo escoltadas por dos de las empleadas. Las tres se sentaron en la mesa baja del centro, y no tardaron en traerles sus tazas de té y sus panecillos. Los platillos tardarían un poco más.
—Pruébalo Sara, anda —insistió Chisato con emoción—. ¿No es el té más delicioso que has probado?
La general Kujou observó reflexiva su taza humeante por unos instantes, y dio entonces un pequeño sorbo de ésta.
—No está mal —respondió tras un rato, colocando de nuevo la taza en la mesa.
—¿No está mal? —exclamó Chisato sorprendida.
—Creo que lo prefiero un poco menos dulce —señaló Sara con su usual expresión estoica.
—Tal vez exageraste las expectativas con tus comentarios, Chisato —rio Ayaka, divertida.
—Bueno, a mí sí me gusta —señaló Chisato como un ligero puchero.
—No… quise decir que no me gustara —carraspeó Sara con preocupación—. Está bien, en serio.
Como queriendo comprobar su punto, tomó su taza y volvió a beber de ella. Chisato y Ayaka no pudieron evitar reír por su reacción.
Pasaron el siguiente rato charlando escuetamente, más que nada de lo que habían visto y hecho ese día. Incluso Sara se percibió más participativa, como si la tensión que había reinado durante la primera parte de la tarde se hubiera apaciguado para esos momentos. Chisato también parecía haberse relajado un poco, y ya fuera por el té o la azúcar de los pastelillos, incluso había comenzado a hablarle a Sara con mayor soltura. De hecho, en algún momento incluso comenzó a discutir con ella sobre el asunto de los pescadores de Yashiori, del cual al parecer la joven Hiiragi tenía sus fuertes opiniones.
—Tienen detenido todo el comercio hacia las demás islas —replicó Chisato, ligeramente exaltada—. ¿Sabes cuanta mercancía tenemos detenida en Ritou y que simplemente no podemos mover?
—Entendemos muy bien la problemática —respondió Sara con seriedad—. Y mi hermano Masahito ya se encuentra allá con sus hombres intentando arreglarlo. Pero no podemos ser imprudentes en nuestros actos. Con el descontento como ésta, un paso en falso y podríamos causar más daño que bien.
—De acuerdo —masculló Chisato, no muy convencida—. Pero espero que eso no signifique que tendremos que esperar un mes más antes de hacer algo de verdad.
—¿Y... ya han intentado escuchar sus quejas? —preguntó Ayaka de pronto, hasta ese momento manteniéndose un poco aparte de esa conversación—. Para intentar llegar a algún tipo de acuerdo. Una solución diplomática sería mucho mejor que utilizar la fuerza militar contra ciudadanos inocentes.
—Estoy de acuerdo con usted, Lady Kamisato —señaló Sara—. Lo mismo le expresamos mis hermanos y yo a mi padre cuando tratamos este asunto el otro día. El problema es que sus demandas son… un tanto desproporcionadas. Exigen que se retire cierre de las fronteras, e incluso el Decreto de Captura de Visiones.
—¿En serio?, eso suena por completo cosa de Sangonomiya —masculló Chisato.
—Mi padre piensa lo mismo, pero yo no estoy del todo segura que sea el caso.
—Pues yo no lo descartaría en lo absoluto. He oído muchos rumores de la gran cantidad de seguidores que está reuniendo. Convencer a un grupo de gente para que hiciera algo como esto no resultaría tan complicado. Quizás incluso sea el primer paso para una revuelta a mayor escala.
—No es prudente alarmarse hasta esos niveles —se apresuró Ayaka señalar—. La sacerdotisa Sangonomiya y sus seguidores han sido hasta el momento sólo un grupo que desea expresar en alto el descontento que todos sabemos que reina entre gran parte de la población afectada por estos nuevos decretos. Más que intentar acallarlos… quizás deberíamos intentar escucharlos como es debido.
Aquello sólo era una fracción del verdadero sentir de Ayaka con todo ese asunto. Pero ella sabía bien que lo prudente era moderar lo que decía lo más posible; en especial en presencia de Kujou Sara, si en verdad era cierto que la Comisión Tenryou la investigaba. Algunos pensarían que si ese fuera el caso, lo más listo sería quedarse callada, o incluso expresar una opinión a favor de las acciones del triunvirato, pero en realidad aquello sería más contraproducente. Su postura un tanto más abierta al diálogo y a mejorar la situación del pueblo ya era bien conocida, así que actuar diferente a ello no haría más que despertar más sospechas. Pero pasarse de la raya con sus palabras podría igualmente despertar una alarma.
Eso volvía por supuesto todo eso un juego complicado en el que no debía distraerse.
—Bueno, ciertamente yo sería la primera en estar contenta con que las fronteras se volvieran a abrir —confesó Chisato—. Pero me aterra la idea de que esto pudiera escalar a algo más… grave…
Sara se sentó con su espalda recta y su mirada férrea, y pronunció con abrumadora solemnidad:
—Si acaso el grupo de Sangonomiya, o cualquiera otra persona, intentara levantarse en contra del pueblo de Inazuma y de los deseos de la Todopoderosa Shogun, la Comisión Tenryou hará lo que tiene que hacer, como los protectores de Inazuma que siempre hemos sido.
—¿Aunque eso implique entrar en guerra… con tus propios conciudadanos? —inquirió Chisato con clara inquietud.
—Si se me ordena hacerlo, entonces lo haré —declaró Sara sin vacilación—. Pero… —murmuró con un tono más suave, agachando en ese momento su mirada hacia la taza delante de ella—. Tengo fe en que eso no ocurrirá. Sé que las acciones y deseos de la Shogun llegarán por completo a su pueblo algún día, y estos entenderán que todo es a larga por el bien de Inazuma.
Las puertas de la habitación se abrieron en ese momento, y dos meseras entraron cargando los platillos que habían ordenado. Por dentro Ayaka suspiró aliviada. Sin saberlo, habían sido bastante oportunas en su entrada para apaciguar un poco los humos.
Una vez que ambas chicas dejaron la comida en la mesa y se retiraron, Ayaka se apresuró a darle un giro a la conversación, previendo que si acaso seguían hablando del incidente en Yashiori o sobre Sangonomiya, las cosas podrían ponerse tensas.
—¿Qué le ha parecido esta salida casual, general? —preguntó con una modesta sonrisa, mirando fijamente a Sara—. Se rumorea que en muy pocas ocasiones suele tomarse un día libre. Espero hayamos podido ser una compañía agradable para usted.
—Por supuesto —se apresuró Sara a responder—. Es decir… todo ha estado bien. Si les soy honesta, es cierto que no es el tipo de actividades que suelo realizar, pero no ha sido desagradable en lo absoluto. Agradezco en verdad su invitación.
—Me alegra escucharla decir eso —pronunció Ayaka, esbozando una amplia sonrisa—. Especialmente para Chisato era importante que usted pasara un buen rato. De hecho, aprovechando la ocasión, ella deseaba hablar con usted de un asunto importante.
Al oír aquello, la joven mujer del clan Hiiragi alzó su rostro rápidamente, con aún medio bocado en su boca de lo que acababa de servirse en el plato.
—¿Ah sí? —murmulló Chisato con un dejo de nerviosismo. Ayaka, aunque seguía sonriendo, la expresión de su mirada le indicó con severidad que se dejara de darle vueltas—. Está bien, está bien…
—¿De qué se trata? —preguntó Sara con curiosidad.
Chisato terminó de tragar, e hizo su plato a un lado. Suspiró con profundidad, y entonces se giró por completo hacia Kujou Sara, intentando mirarla de frente mientras decía lo que tenía que decir. Su corazón latía ansioso en su pecho.
—Yo… quería aprovechar para hablarte de mí… y de Kamaji… —masculló Chisato, dificultándole poder mantener la seguridad mientras los intensos y penetrantes ojos de la tengu la observaban.
—¿Qué pasa con él? —inquirió Sara, confundida—. ¿Acaso tiene algún problema con mi hermano?
—No, no —respondió Chisato rápidamente—. O al menos espero que no… La verdad es que él y yo hemos… estado intercambiando correspondencia desde hace algún tiempo…
—¿Correspondencia?
—Correspondencia… de índole… bueno… —agachó su mirada apenada, sus dedos jugaban nerviosos con la tela de su kimono—. Índole romántico se podría decir…
Sara guardó silencio, observándola con una mezcla de confusión y curiosidad, como si intentara encontrarle algún mensaje oculto a aquellas palabras.
—¿Quiere decir que usted y mi hermano…? —murmuró Sara, no siendo capaz de terminar su pregunta simplemente porque no tenía claro qué era lo que debería preguntar.
—¡Él y yo nos gustamos! —exclamó Chisato con fuerza, alzando su mirada decidida hacia Sara. Ésta se hizo hacia atrás, algo sobresaltada por el cambio tan repentino de tono—. Él me ha gustado desde hace muchísimo tiempo. Me atrevería a decir que… lo amo… —suspiró colocando sus manos en su pecho—. Es el chico más apuesto y maravilloso que he conocido. Es inteligente, es atento, es amable, caballeroso… Y cuando leo cada una de sus cartas, simplemente pierdo el aliento…
Ayaka carraspeó un poco, intentando llamar la atención de Chisato al hecho de que quizás se estaba dejando llevar un poco. La joven Hiiragi se dio cuenta de esto, e intentó recuperar su compostura.
—Lo que quiero decir es que… ambos estamos interesados románticamente en el otro. No estamos formalmente en una relación en estos momentos, pero no porque alguno de los dos no lo desee. Y es mi anhelo a futuro que esto pudiera cambiar… ¿me entiendes?
—Creo que sí —murmuró Sara como respuesta. Se le veía aún algo perpleja, pero poco a poco pareció recuperar la calma—. ¿Mi padre está enterado del asunto?
—¿El comisionado? —exclamó Chisato—. No, no creo que Kamaji le haya dicho algo. Por otro lado, yo estoy segura que mi padre lo sospecha por cómo se comporta cuando le habló de él, o cuando se lo menciono. Creo que no le agrada mucho. Y bueno, el problema mayor es que no le parece la idea de casar a la única hija del clan Hiiragi con un hombre del clan Kujou. Después de todo, como su única heredera, el hombre que sea mi esposo sería prácticamente el dirigente de la Comisión Kanjou. Si ese papel lo tuviera un Kujou… supongo que él cree que nos pondría en desventaja.
—Es una situación complicada, ciertamente —murmuró Sara—. La solución más viable sería que mi hermano se casara como miembro del clan Hiiragi, y no al revés. Pero dudo que mi padre lo permitiría.
—¡Es por eso que lo hemos tenido que ocultar! —exclamó Chisato, frustrada—. Al menos hasta que encontremos una solución que haga a todos felices.
—Lo entiendo, pero… —susurró Sara, un tanto vacilante—. Me temo que no creo poder ser de mucha ayuda en ese aspecto. No creo poder influir en mi padre como para que cambie de opinión; no en un tema como ese.
—Lo sé —suspiró Chisato—. Pero no quería decírtelo por eso. Kamaji me dijo que confía mucho en ti. Y, bueno, sin saber qué es lo que pasará en el futuro, sólo quería saber que si las cosas entre Kamaji y yo evolucionan… no sufriría con tu rechazo u oposición.
Chisato alzó su mirada suplicante hacia Sara, casi parecieron un pequeño perrito suplicando por comida. Aquello incomodó un poco a la general, pero no permitió que eso hiciera hoyos en su respuesta.
—Yo… no soy precisamente muy versada en este tipo de temas, como muy seguramente ambas pudieron ya darse cuenta. Aun así, lo que tengo claro es que, si estar con usted es lo que mi hermano desea y lo que lo hace feliz, por supuesto que no me opondría. Como dije, no sé de qué tanta ayuda pudiera ser, pero les aseguro que yo jamás sería un obstáculo.
El rostro entero de Chisato se iluminó al escucharla decir aquello. Por un momento en verdad se había convencido de que le diría algo como que no era digna de estar con su hermano, o que de ninguna manera apoyaría una relación como esa. Como muchos, se había dejado llevar por el duro y severo exterior de Kujou Sara, pero toda esa tarde le habían demostrado que debajo de eso existía una persona comprensiva y amable; alguien que ciertamente podría llegar a considerar una hermana.
—Muchas gracias, Sara —masculló Chisato, pasando discretamente sus dedos por la comisura de sus ojos para limpiar unos escuetos rastros de lágrimas—. No sabes lo importante que es para mí escucharte decir eso. Yo tengo fe en que encontraremos una solución a todo…
Ayaka la contemplaba sonriente y complacida desde el otro extremo de la mesa. Ella tenía el presentimiento desde el inicio de que todo saldría bien, pero le aliviaba ver que había tenido razón. La posición actual de Chisato y su enamorado era complicada… pero quizás no tanto como la de Ayaka, si se detenía a pensarlo un momento.
—Srta. Ayaka, disculpe la intromisión —se escuchó la voz de una de las meseras hablando desde el otro lado de la puerta.
—Entra —le indicó Ayaka.
De inmediato la jovencita abrió la puerta y se deslizó hacia adentro de la habitación. Avanzó cautelosa, sus pies prácticamente no hacían alguno contra el suelo, y se aproximó directo hacia su ama. Se colocó de rodillas justo a su lado, inclino el rostro hacia ella y le susurró algo al oído muy despacio para que sólo ella la escuchara.
—¡¿Eh?! —exclamó Ayaka, casi alarmada—. ¿Está aquí ahora mismo?
La joven respondió con un simple asentimiento de su cabeza. La expresión de Ayaka no pudo disimular en lo absoluto su preocupación.
—¿Ocurre algo? —le preguntó Chisato, confundida por el repentino cambio de humor de su amiga.
—No, no, nada grave —se apresuró Ayaka a responder, esbozando una sonrisa despreocupada. Al instante se puso de pie—. Sólo hay un asunto rápido que necesito atender.
—Si es así, quizás sea mejor que nos restiremos —propuso Sara, parándose también—. Igual ya se está haciendo tarde.
—Sí, quizás sea lo mejor… —secundó Chisato, pero no fue capaz de pararse por completo antes de que Ayaka soltara un abrupto:
—¡No! Digo… no se vayan todavía. No tardaré nada, en serio…
Sin esperar alguna respuesta afirmativa o negativa de su parte, Ayaka comenzó a andar hacia la puerta. La joven mesera la seguía unos pasos detrás.
—Esperen aquí un momento, por favor —les indicó Ayaka a sus acompañantes, antes de deslizar la puerta para cerrarla de nuevo, dejando del otro lado sus rostros confundidos y curiosos.
Una vez que la puerta estuvo entre ellas y las otras dos mujeres, Ayaka se apresuró con pasos veloz hacia las escaleras, lo más rápido que su estrecho kimono le permitía. Al momento de poner el primer pie en la planta baja, sin embargo, se detuvo un momento y se giró hacia la mesera que la acompañaba.
—¿Cómo está mi peinado? —preguntó angustiada, pasando sus dedos con cuidado por sus cabellos azulados.
—Se ve perfecto, señorita. Ni un solo cabello fuera del lugar.
—¿Y mi kimono? ¿Está bien acomodado? ¿Ninguna mancha evidente? ¿Qué hay de mi obi? ¿No se ha desarreglado?
—Todo está bien, señorita. Justo y como salió esta mañana.
—Bien, gracias —pronunció despacio, y luego comenzó a respirar lentamente para intentar calmarse.
No entendía por qué reaccionaba de esa forma, pero su corazón se había agitado violentamente en su pecho desde el instante en que la mesera le murmuró al oído que esa persona la estaba buscando. Aquello primero le causó sorpresa, luego preocupación considerando las personas con las que estaba en esos momentos (en especial Sara). Pero mientras respiraba y reanudaba su camino hacia la puerta principal de la casa de té, intentó que ambas se apaciguaran. Y al lograrlo, sólo le quedaba un sentimiento reinando en ella: emoción.
Se paró un segundo frente a la puerta principal, respiró hondo para apartar de sí cualquier rastro de nervios que pudiera haber quedado, y entonces la deslizó con cuidado hacia un lado para asomarse al exterior. Kozue estaba de pie en su puesto, vigilando como siempre. Pero más allá de ella, logró distinguir la espalda ancha cubierta con su capa de viaje, y sus cabellos claros largos sujetos con una pequeña cola. En cuanto escuchó que la puerta se abrió, Kazuha se giró hacia ella, y sus ojos carmesí se fijaron en Ayaka, y ella sintió que su corazón daba otro brinco.
No había pasado demasiado; se había despedido apenas el día anterior. Y, aun así, se sentía casi como si hubieran pasado otros ocho años. Y de nuevo la felicidad y el alivio de ver a su viejo amigo delante de ella se volvió tangible en cada parte de su ser, y se exteriorizó en la forma de esa amplia sonrisa que se dibujó en sus labios, y en el singular brillo que iluminó sus ojos.
—Kazuha —murmuró despacio, aproximándose hacia él—. Buenas tardes…
—Buenas tardes, Ayaka… —le respondió el joven espadachín como un pequeño susurro mientras se giraba por completo a ella. En su mirada se volvió de pronto evidente un gran asombro que tomó a la (verdadera) Princesa Garza un poco desprevenida.
—¿Qué ocurre? —preguntó Ayaka, algo nerviosa.
—No, no es nada —se apresuró Kazuha a aclarar—. Es sólo que… —Los ojos carmesí de Kazuha recurrieron sutilmente la figura de la joven Kamisato, y luego se desviaron hacia un lado—. Te ves... muy bonita —pronunció despacio, haciendo al instante que las mejillas de Ayaka se encendieran.
—Ah, gracias —pronunció Ayaka claramente apenada. Por supuesto, a Kazuha no le había tocado verla así de arreglada en el par de días que habían pasado tras su reencuentro. Sus dedos recorrieron distraídamente el costado de su cabeza, en busca de algún cabello fuera del lugar a pesar de que le habían dicho que todo estaba bien.
—¿Estabas ocupada? —preguntó Kazuha—. ¿Interrumpí algo importante?
—No, está bien —contestó Ayaka, dando un paso más hacia él—. Es sólo que tuve que salir esta tarde a acompañar a dos… —Vaciló unos instantes antes de completar su frase—. A dos amigas a hacer algunas compras. Y en estos momentos estábamos tomando un poco de té.
—Lamento haber llegado así de repente —se disculpó Kazuha—. Puedo volver otro día para no importunarte.
—No me importunas en lo absoluto —masculló Ayaka, riendo un poco—. Sólo me sorprendí un poco cuando me dijeron que me buscabas. Pensé que no nos veríamos de nuevo hasta el primer día del festival.
—Sé que quedamos en eso. Sólo quise venir a verte y…
Antes de terminar con su explicación, la mirada de Kazuha se fijó por encima del hombro de Ayaka hacia Kozue. Ésta seguía de pie frente a la puerta y fingía no prestarles atención, aunque en realidad sí que de vez en cuando miraba de reojo en su dirección.
Kazuha carraspeó un poco y luego añadió:
—¿Crees que podamos hablar en privado sólo un momento?
Ayaka miró sobre su hombro a Kozue, y comprendió a lo que Kazuha se refería. Desafortunadamente, con Chisato y Sara en el interior de la casa de té, no era muy seguro que ambos pasaran al interior. Así que optó por la otra mejor opción.
—Sígueme —le indicó acompañado de un pequeño ademán de su cabeza que apuntaba hacia detrás del edificio. Comenzó entonces a caminar hacia allá, y Kazuha la siguió en silencio.
Ambos pasaron a un lado del pequeño jardín zen construido delante, cuidando de no pisar la arena de éste. Le dieron la vuelta por afuera al edificio, y se pararon uno a lado del otro en el pequeño espacio entre la terraza exterior y el barandal de madera que limitaba el terreno de Komore. Detrás de ellos los protegía la alta pared lateral del establecimiento, y delante sólo se extendía una pronunciada bajada gracias a la posición de la casa de té en la parte alta de la ciudad. Desde ahí además tenían una hermosa vista del horizonte, bellamente iluminado gracias al inminente atardecer. Eso no había sido parte de los planes de Ayaka al elegir ese sitio, pero ciertamente no era un detalle a despreciar.
—Creo que aquí podremos hablar más tranquilamente —indicó Ayaka una vez que estuvieron ocultos de la vista de Kozue, y de paso de cualquier otra persona, mirando a Kazuha con una pequeña sonrisa—. ¿Qué querías decirme?
—Como dije, no deseo importunarte. Sólo quería darte algo —indicó el espadachín, introduciendo su mano en el interior de su kimono—. Es un regalo.
—¿Un regalo? —exclamó Ayaka, visiblemente emocionada—. ¿Para mí?
—Es algo pequeño —aclaró Kazuha, ligeramente apenado—. Pero en cuanto los vi pensé de inmediato en ti. Creí que quizás te gustarían.
Kazuha sacó entonces la pequeña cajita azul oscuro, y se le extendió a Ayaka. Los ojos de la muchacha contemplaron azorados aquel estuche, pero también maravillados sin siquiera haber visto su contenido.
—¿Me compraste un regalo? ¿De verdad? —musitó Ayaka. Sus dedos tomaron con suma delicadeza la cajita, casi como si temiera poder romperla si lo hacía demasiado brusco—. No tenías que haberte molestado. Sé que en estos momentos el dinero no te sobra.
—No costó tanto como crees —confesó Kazuha, esbozando una pequeña sonrisa astuta—. Además… es largo de explicar, pero dejémoslo en que pude conseguir un poco de dinero extra. Como dije, no es la gran cosa, pero quería conseguirlo para ti. Ábrelo.
Ayaka asintió, y sin esperar más abrió la pequeña caja para ver al fin su contenido. Realmente al inicio no le importaba lo que fuera; el sólo hecho de que Kazuha le hubiera dicho que al verlo pensó de inmediato en ella, la hacía completamente feliz. Pero ciertamente le sorprendió un poco en cuanto vio aquellos dos broches y el anillo en forma de brillantes mariposas azules. Aquellos pequeños objetos, reflejando sobre su superficie lisa la tenue luz del ocaso, le causaron una singular sensación en el pecho.
—Mariposas —murmuró Ayaka para sí misma—. No son accesorios de Inazuma, ¿cierto?
—El vendedor dijo que eran de Fontaine —indicó Kazuha.
—De Fontaine —repitió Ayaka despacio. Sí, ciertamente lo parecían. De hecho, casi parecían sacadas de alguna de las tantas imágenes que Ayaka se había hecho en su cabeza al leer alguna de sus novelas. De chicas nobles o princesas usando accesorios justos como esos.
Eran preciosas… En su simpleza, le resultaban objetos tan inusuales y únicos, como algún extraño tesoro recién descubierto.
No fue consciente de cuánto tiempo se quedó en silencio sólo observándolos, pero fue el suficiente para que Kazuha comenzara a pensar que quizás su asombro no era precisamente por algo positivo.
—Entiendo si quizás no sean de tu agrado —señaló Kazuha—. Son accesorios muy sencillos, en especial para alguien en tu posición…
—¡No sigas eso! —exclamó Ayaka con fuerza, sonando casi indignada. Jaló entonces sus manos con la cajita hacia un lado, alejándola de Kazuha casi como si temiera que fuera a intentar quitársela—. Son hermosas, ¡y me encantan! De hecho…
Antes de que Kazuha pudiera decirle algo, Ayaka comenzó rápidamente a retirarse los adornos que usaba en esos momentos en sus mechones, dejándolos sueltos. Esto sólo duró unos segundos, antes de que comenzara al momento a colocarse los nuevos broches de mariposas. Era complicado hacerlo sin un espejo, y quizás no quedarían bien con su atuendo actual. Aun así, no quería esperar ni un segundo más antes de probarlos.
—¿Qué tan se ven? —masculló Ayaka emocionada, moviendo un poco su cabeza hacia un lado y hacia el otro para que Kazuha pudiera apreciarlo mejor.
El espadachín la contempló unos momentos, casi embelesado por su apariencia que, sorprendentemente, podía ser aún más hermosa de lo que ya era. Sonrió levemente, complacido de ver que en efecto le quedaban tan bien y combinaban con su cabello. El único detalle era que por el apuro y la falta de espejo, no habían quedado del todo simétricos.
—Permíteme —indicó en voz baja, y aproximó un poco más a ella, acercando además sus manos hacia los adornos para intentar acomodarlos. Ayaka se puso un poco tensa al sentirlo tan cerca, y como sus dedos rozaban ligeramente la piel de su mejilla mientras acomodaba los broches—. Listo —indicó una vez que estuvieron acomodados—. Ahora sí está perfecto…
—Aún no… —murmuró Ayaka, su rostro casi completamente enrojecido. Extendió entonces la cajita hacia él, que aún contenía en su interior el anillo de mariposa—. ¿Me ayudas con el anillo?
—Claro —respondió Kazuha sin titubeo, tomando al instante el anillo. Tomó entonces delicadamente su mano derecha para alzarla entre ambos.
Ayaka tragó saliva, un tanto nerviosa. En las novelas que había leído, los príncipes colocaban un anillo en el dedo de su amada como señal de su amor y compromiso con ellas. Sabía que ese no era el caso, y muy seguramente Kazuha no sabía al respecto. Aun así, le emocionaba al menos imaginarlo mientras él deslizaba con tanto cuidado el anillo por su dedo corazón.
—Se ve precioso —exclamó Ayaka con júbilo, alzando su mano al aire para apreciar mejor el anillo de mariposa y su brillo. Bajó después su mano y la colocó a la altura de su pecho de tal forma que el anillo quedara al frente claramente visible. Ladeó también el rostro hacia un lado, para que igualmente el broche de su cabello se luciera al juego con el anillo—. ¿Cómo me veo?
—Hermosa —respondió Kazuha sin dudarlo ni un poco, haciendo al instante que las mejillas de Ayaka se encendieran aún más.
—Gracias por los regalos, me encantan —murmuró despacio la joven Kamisato, aproximándose un poco más hacia él, prácticamente cortando la distancia que los separaba a unos escasos centímetros… o menos. Sus ojos miraban fijos a los de Kazuha, y estos la miraban de regreso—. Yo también estuve pensando en ti este día, ¿sabes? —mencionó con ligero nerviosismo. Su mano adornada con el anillo instintivamente se alzó y se colocó sobre el pecho del espadachín, rozando ligeramente sus dedos con la tela de su atuendo—. Mucho, en realidad… De hecho, quiero igualmente hacerte un regalo.
—No es necesario que lo hagas —le respondió Kazuha, y sólo hasta ese momento la sensación cálida de su aliento hizo que Ayaka fuera consciente de lo cerca que estaban sus rostros. Además de eso, sintió como la mano de Kazuha se alzó hacia la que ella tenía en él, rodeándola suavemente entre sus dedos.
—Pero me gustaría en verdad hacerlo —susurró Ayaka—. Sin embargo, no lo tendré listo hasta el festival… Así que, por favor, ven a verme el primer día como habíamos dicho. ¿Me lo prometes?
—Lo prometo —asintió Kazuha con total convicción—. No por el regalo, sino para poder verte una vez más.
—Kazuha… —masculló Ayaka, su voz desbordaba ilusión y asombro, mientras contemplaba el casi perfecto rostro del muchacho delante de ella.
No lo dudó más. Subió la mano que tenía en su pecho, deslizándola hacia su hombro, y luego avanzando hasta colocarse en su cuello. Su otra mano la imitó, y ambas se encontraron detrás de su nuca, rodeándole el cuello con sus brazos y jalándolo sólo un poco hacia sí. Esperaba que Kazuha entendiera lo que intentaba decirle, y en especial que no la rechazara. Y éste, aunque al principio pareció un poco sorprendido, aquello no lo detuvo de colocar una mano en su cintura, y luego deslizarla sutilmente hacia su espalda. Sus cuerpos se pagaron el uno contra otro, y sus labios no tardaron en hacer lo mismo.
¿Qué número de beso era ese? ¿El tercero? Contando el de cuando eran niños, quizás era el cuarto. No importaba; Ayaka sentía palpitarle el corazón tan fuerte como si fuera el primero. Con sus brazos atrajo a Kazuha más contra sí, como si temiera que intentara separarse antes de tiempo. En verdad quería sentir mucho más tiempo aquel beso, sus manos acariciándole la espala, el calor de su cuerpo a través de sus ropas. Le encantaba todo eso, pero conforme los segundos pasaban se le antojaba de pronto que no era suficiente. Quería sentirlo más; quería sentir a Kazuha completamente…
Y aquel pensamiento repentino la sorprendió, e instintivamente abrió sus ojos y apartó un poco el rostro de él. Cuando Kazuha la miró de nuevo, de seguro lo que vio fue una expresión de confusión, pues de inmediato le preguntó:
—¿Estás bien?
—Sí, por supuesto —respondió Ayaka rápidamente con una media sonrisa—. Muy bien…
Y no era una mentira en lo absoluto, pero no era tampoco la verdad completa. Ese nuevo calor que burbujeaba en su abdomen al tenerlo tan cerca resultaba no sólo desconocido, sino además difícil de describir. ¿Él sentiría lo mismo? Lo miraba fijamente, inconscientemente deseando que su sola mirada pudiera transmitirle de alguna forma esa pregunta y obtener con ello una respuesta. No lo logró, pero Kazuha sí dijo algo tras unos instantes de silencio:
—Tengo que decirte algo. Me encontré con Lord Kamisato hoy más temprano.
—¿Con mi hermano? —exclamó Ayaka, sacada casi de golpe de su embelesamiento—. ¿Él te buscó? ¿Te dijo algo? ¿Te molestó?
—No exactamente —respondió Kazuha con voz cauta—. Pero sí hablé con él un poco de… ti… y de mí.
—¿De ti y de mí? —repitió Ayaka en voz baja, temerosa de lo que aquello pudiera significar tratándose de su hermano.
El sonido de la puerta de la casa de té abriéndose se hizo presente en ese instante, e instintivamente ambos se separaron el uno del otro, aunque se apretujaron un poco más en el reducido espacio que representaba su escondite.
—¿Ayaka no está aquí? —escuchó que preguntaba la voz e Chisato desde la entrada.
La pregunta iba de seguro dirigida a Kozue, pero ésta tardó un rato en responder, quizás por cavilar si acaso podía o no responderle la ubicación actual de su ama.
—Se retiró unos momentos —mencionó solemne la voz de Kozue—. No debe tardar en volver.
—Igual ya es tarde y debemos retirarnos —añadió de pronto con severidad la voz férrea de Kujou Sara.
Aquello estremeció un poco a Kazuha, y por mero instinto se asomó ligeramente fuera de su escondite para mirar hacia la entrada principal. La general tengu no tardó en entrar en su rango de visión, y Kazuha la reconoció de inmediato. Muy pocos prófugos del Decreto de Captura de Visiones no reconocieran a la Cazadora de Visiones más ilustre.
—Ella es… —susurró despacio, pero Ayaka rápidamente colocó un dedo sobre sus labios para indicarle que guardara silencio. Luego lo tomó de sus ropas y lo jaló hacia ella para que ambos quedaran de nuevo ocultos.
—Por favor, dígale la Srta. Kamisato que agradecemos todas sus atenciones —añadió Sara, inclinando su cuerpo hacia Kozue—. Y qué espero… poder verla de nuevo pronto.
—Yo se lo digo, excelencias —respondió Kozue con un ligero asentimiento de su cabeza.
—Y que yo espero verla en el festival, si es que se decide a asistir —agregó Chisato con más entusiasmo—. Nos vemos después.
Tras esas pequeñas despedidas, Sara y Chisato comenzaron a caminar calle arriba en dirección a la Haciendo Kujou. Ayaka y Kazuha se quedaron totalmente quietos en su posición, aguardando incluso un rato después de que ambas se fueran para estar seguros de que se hubieran alejado lo suficiente. Sólo hasta entonces ambos respiraron con normalidad y salieron de su escondite.
—¿Estabas con la General Kujou? —preguntó Kazuha con curiosidad.
—Sí, y la otra chica era Hiiragi Chisato, la hija del Comisionado Kanjou —respondió Ayaka—. Por eso no consideré conveniente que pasáramos adentro. Si alguna te veía o reconocía, quizás tendríamos que responder algunas preguntas. Además, por tu visión…
—Lo entiendo —se apresuró Kazuha a señalar—. Es mejor estar lo más alejado posible de cualquier miembro de la Comisión Tenryou en estos momentos.
—Sería lo ideal —asintió Ayaka, ya algo más relajada—. ¿Qué es lo que te dijo mi hermano?
Antes de responder, Kazuha se giró y echó un vistazo al cielo, buscando la posición del sol. Se estaba haciendo tarde bastante rápido.
—Será mejor que hablemos de eso después. Aún necesito buscar a Tama.
—¿A Tama?, ¿la gatita? —preguntó Ayaka por igual curiosa como preocupada—. ¿Qué le pasó?
—Es… una larga historia. Te lo contaré también después.
Kazuha dio en ese momento un salto, cayendo con sus pies sobre la pequeña barda que protegía de la caída por la colina.
—Nos vemos después, ¿sí? —comentó Kazuha con elocuencia.
—En el primer día del festival, ¿cierto? —dijo Ayaka, rememorando su promesa de hace un rato.
—Así será —asintió Kazuha, sonriéndole—. Nos vemos…
De pronto se dejó caer de lleno de espaldas hacia atrás, haciendo que Ayaka soltara un grito ahogado. Se apresuró al barandal y se asomó hacia abajo, sólo para ver como el cuerpo del samurái descendía suavemente hacia el suelo, como una hoja arrastrada por el viento.
Ayaka rio un poco y se alejó de la barda. Con su corazón brincando y sus mejillas aún acaloradas, se dirigió de regreso a la puerta de Komore. Estaba tan distraída que sus sandalias terminaron dejando algunas huellas en la arena del jardín zen. E igualmente, no se dio cuenta de que Thoma se aproximaba por la calle hasta que éste le habló.
—Srta. Ayaka, ¿ya volvió de su salida?
La joven Kamisato se sobresaltó un poco y se giró rápidamente hacia él. Thoma se aproximaba con paso relajado a su encuentro.
—Ah, Thoma, buenas tardes —le saludó Ayaka, despabilándose—. Chisato y la General Kujou justo se acaban de ir.
—Ya veo —comentó Thoma, y entonces se quedó mirando a Ayaka unos instantes—. ¿Esos broches de mariposa son nuevos?
—Ah, sí —murmuró Ayaka, acercando instintivamente una mano al broche derecho—. Fue un regalo.
—¿En serio? Entonces supongo que su salida salió bien, ¿verdad?
—Sí, se podría decir que sí…
Y en retrospectiva, todo había en realidad salido mejor de lo que esperaba.
Ambos caminaron hacia el interior de la casa de té, donde ya más seguros Ayaka le preguntó con respecto al encargo que le había hecho.
—¿Cómo te fue? ¿Pudiste hablar con la Srta. Naganohara?
—Sí —respondió Thoma percibiéndose de inmediato cierta inquietud en su voz—. La verdad le preocupó un poco saber que la Comisión Tenryou ya se encuentra investigando el asunto, y en especial que ya tenga sus ojos puestos en usted. Me dijo que le informaría de inmediato a Masakatsu de la situación, sugiriéndole que tomara un perfil bastante más bajo por un rato. Mencionó que es probable que debido a esto decida cancelar la entrega que iban a hacer durante el festival.
—Quizás sea lo mejor —señaló Ayaka con seriedad.
Recordó en ese momento la teoría de que tenía de que Kazuha o su amigo Tomo pudieran de alguna forma estar involucrados en dicha entrega, debido a lo que Kazuha había comentado que tenían un asunto la primera noche del festival, lo que curiosamente concordaba con el momento acordado con la gente de Masakatsu. Los puntos parecían concordar, pero aún no tenía algo que pudiera confirmárselo. Lo más sensato sería preguntarle a Kazuha directamente, pero aún no estaba segura si podía arriesgarse de esa forma; no sólo a sí misma y a los demás, si no al propio Kazuha involucrándolo en sus asuntos, si es que en verdad no lo estaba ya.
Pero, si resultara que sí eran ellos los compradores, ¿qué haría Kazuha si la entrega se cancelara? ¿Ser iría de Inazuma antes?
«No, él me prometió que nos veríamos ese día, y sé que lo cumplirá…»
Mientras pensaba en eso, los dedos de su mano izquierda acariciaban lentamente el anillo de mariposa en su otra mano.
Kazuha había descendido desde la casa de té hasta la parte baja de la ciudad, y ahora caminaba disimuladamente por Hanamizaka. Los faroles de la calle ya se habían encendido, y las personas en la calle se hacían un poco menos. Su mente y corazón daban vueltas tras ese fugaz pero aun así intenso encuentro que había tenido con Ayaka unos minutos atrás. Si acaso ella se hubiera atrevido a preguntarle si en efecto había sentido ese mismo calor cosquillándole el cuerpo mientras se besaban, la respuesta hubiera sido por supuesto que sí. Por supuesto que lo sentía, al igual que el deseo de poder sentirla aún más que un abrazo o un beso. Lo había sentido desde aquella noche en su habitación, con ese segundo primer beso frente a la ventana y alumbrados por la luz de la luna.
Sin embargo, el sólo hecho de que dicho deseo le cruzara por la cabeza le resultaba casi sacrílego. Seguía sintiéndose indigno de siquiera estar tan cerca de Ayaka y, aun así, no lograba contenerse en el instante en el que ella le expresaba con su sola mirada y sus manos el deseo de besarlo. En ese momento no lo pensaba demasiado, y sólo lo hacía. Y comenzaba a darse cuenta de que haría cualquier cosa que ella le pidiera que hiciera; cualquier cosa…
Sabía que eso podría ser peligroso, pero alejarse de ella ahora que la había encontrado resultaba incluso más doloroso.
¿Qué hacer? ¿Qué era lo correcto?
Intentó con todas sus fuerzas alejar esos pensamientos de su mente, pues no le ayudarían de nada. Lo que debía hacer de momento era enfocarse en la búsqueda de Tama, y para ello decidió que lo mejor era comenzar por el inicio de todo. Así que puso marcha hacia donde se encontraba el restaurante en donde había sido la pelea con Itto, esperando que quizás Tama pudiera rondar por los alrededor. Era arriesgado, en especial si los guardias estaban quizás buscando a alguien con su descripción. Aun así, prefería eso a encarar a Tomo y decirle…
—Hey, miren a quién tenemos aquí —escuchó que una muy familiar voz musitaba a un costado, haciéndolo pararse de golpe.
Al girarse, logró ver ni más ni menos que el rostro del propio Tomo, surgiendo de las sombras de un callejón, con una amplia y despreocupada sonrisa en los labios.
—Tomo —musitó Kazuha sorprendido—. ¿Qué haces aquí?
—¿Qué haces tú aquí? —le contestó el samurái con suspicacia—. ¿No te ibas al campamento?
Tomo alzó su mirada hacia la dirección en la que Kazuha venía.
—Ah, déjame adivinar, no resististe ir a ver a tu princesa hoy después de todo, ¿no?
—No —respondió Kazuha por mero reflejo—. Bueno, en realidad sí fui a ver a Ayaka, pero… —calló rápidamente, decidiendo que no era necesario darle a su amigo más información de la necesaria. En su lugar, había un tema más importante—. Tomo, Tama está…
Antes de que pudiera completar su frase, la cabecita blanca de la gatita en cuestión se asomó desde el interior del traje de Tomo, lanzando un mesurado maullido al aire. Kazuha la miró, atónito.
—Tama está justo aquí —explicó Tomo casi riendo, mientras pasaba un dedo por la cabecita de la gatita—. Se te escapó, ¿no es cierto? Debiste preocuparte mucho, pero lo cierto es que ella lo hace seguido. Por suerte siempre sabe cómo encontrarme.
—Menos mal —masculló Kazuha parpadeando un par de veces, y sin saber qué más podía decir. Al menos ese problema estaba resuelto.
—Vengan, regresemos al campamento antes de que se haga más tarde —indicó Tomo, y sin esperar respuesta comenzó a caminar en dirección a la salida de la ciudad. Kazuha lo siguió prácticamente por reflejo—. ¿Te divertiste el día de hoy? —preguntó Tomo con curiosidad.
—Supongo —murmuró Kazuha—. ¿Y tú?
—Oh, claro que sí —espetó Tomo con tono jocoso—. ¿Quieres los detalles?
La última vez que Kazuha vio a Tomo, éste le informó que iría a pasar el rato en el Distrito Rojo… así que la idea no le apetecía demasiado.
—Mejor no…
Ambos espadachines caminaron en silencio hacia afuera de la ciudad, para poder así llegar al sitio en el que acampaban y tener al fin un merecido descanso tras tan atareado día.
Notas del Autor:
Y luego de 10 Capítulos (sí, 10), este día de paseo, peleas y juegos llega a su fin. Y seré honesto, tuve que cortar varias cosas que tenía pensadas para que esto no se siguiera alargando más. Si en alguna ocasión hago una versión extendida (que lo dudo), las agregaré como escenas adicionales. Pero bueno, espero que igual les haya divertido y entretenido, a pesar de la falta de momentos KazuYaka, salvo por este último capítulo. Pero aunque no estuvieran juntos, uno puede darse cuenta de que estuvieron en la mente del otro todo el día. Y, además, eso se compensará pronto, pues lo que sigue es el tan esperado festival en donde pasarán… digamos que muchas cosas interesantes. ¡Espérenlo!
