Capítulo 39
Inicia el Festival
Tras casi una semana de espera, el primer día del festival cultural en la ciudad de Inazuma llegó al fin. Y aunque la inauguración oficial y el fuerte el evento comenzaría cuando el sol se pusiera, las calle principal de la ciudad se encontraba ya llena con los diferentes puestos que los comerciantes fueron preparando desde días atrás. Las personas, algunas ya vestidas con sus yukatas desde tan temprano, recorrían los diferentes rincones de la ciudad, echando un vistazo previo de todo lo que tendrían que ofrecerles. El centro de todo era un gran escenario que se había construido justo frente a las puertas del Tenshukaku, a un lado de donde se alzaba la Estatua del Dios Omnipresente. Ahí se prometía que esa noche se presentarían diferentes espectáculos de danza y música, pero de momento se encontraba solo, protegido por algunos guardias Tenryou para asegurarse de que nadie se le acercara más de la cuenta hasta que fuera la hora adecuada.
De hecho, el escenario no era el único punto protegido de cerca por los guardias de armaduras moradas. En diferentes puntos de la ciudad, en especial en la calle principal, la guardia hacia recorridos, vigilando que todo el mundo se comportara como era debido. No esperaban que hubiera ningún altercado hasta esa noche, y esperaban que entonces no fuera nada más grave que los tipos borrachos que se pasaban de alegres, y tendrían que pasar una noche tras las rejas para calmarse.
Para bien o mal, la ciudad entera rebozaba de música, olores y colores, pero en especial de alegría. Una energía positiva flotaba en el aire, siendo la fuente de toda ella los niños, adultos y ancianos, cuya excitación para que el festival comenzara no hacía más que aumentar.
Un poco de felicidad en una época en la que muchos sufrían incertidumbre, era justo lo que les hacía falta.
Quien aún no podía permitirse dejarse contagiar de la emoción festiva, era Kazuha. De hecho, él no había aún siquiera puesto un pie dentro de la ciudad, por lo que aún no sabía cómo habían quedado todas las decoraciones. Normalmente los festival no solían captar tanto su atención, salvo por el hecho de que era más fácil pasar desapercibido por la multitud. Pero ese era especial, empezando por el hecho de que había sido organizado casi en su totalidad por Ayaka. Y tratándose de ella, sabía que sería algo hermoso. Lo único que lamentaba era que no puediera quedarse demasiado para disfrutarlo.
Pero antes de al menos poder recorrer una vez las calles de Inazuma, temprano esa mañana tuvo que acompañar a Tomo a una reunión más con su contacto, en la misma casa de té para viajantes por el camino a las afueras de la ciudad, en donde se habían reunido con él las veces anteriores.
Kazuha se mantuvo un poco alejado, sentado en una mesa a la sombra del toldo del establecimiento, en apariencia simplemente tomando un té tranquilamente, pero en realidad teniendo su atención bien puesta en todo a su alrededor. Por su parte, Tomo había tomado asiento en la misma banca al aire libre de siempre, y su contacto no tardó mucho en llegar y sentarse a sus espaldas. Como las veces pasadas, ambos conversaron sin mirarse el uno al otro. No había más clientes de momento, y eso hacía más sencillo para Kazuha vigilar cualquier movimiento extraño.
Según lo planeado, esa noche se realizaría la entrega de las visiones, por lo que ese día deberían indicarles el lugar y hora para dicha reunión. Una vez tuvieran las visiones, tendrían que salir de inmediato de Inazuma y dirigirse directo y sin desviaciones hacia Watatsumi para la entrega. Simple, al menos en la teoría. Sin embargo, aunque desde su posición Kazuha no lograba escuchar lo que decían, pudo percibir que las cosas parecían no ir del todo bien desde el mero inicio de la conversación entre Tomo y aquel individuo.
Y, en efecto, su deducción era más que correcta.
—¿Cancelar? —exclamó Tomo algo exaltado, girándose a verlo sobre su hombro, olvidándose por un momento de la discreción que se suponía debían guardar—. ¿Qué quieres decir con "cancelar"?
—Me temo que la entrega de esta noche no se podrá realizar —se explicó el contacto, diciendo básicamente lo mismo que había dicho antes, aunque con otras palabras—. El maestro Masakatsu lamenta las molestias, y pide por favor que transmita sus disculpas a su excelencia Sangonomiya.
—¿Sólo así? —cuestionó Tomo, notándose en su tono un ligero toque de irritación—. ¿Sin ninguna explicación?
El otro hombre guardó silencio, como si reflexionara sobre qué tanto podría realmente transmitirle a aquel individuo.
—Sólo puedo decirle que se nos ha informado de una situación delicada que requiere hacer las cosas de esta manera.
—¿Y no me dirá cuál es esa situación delicada?
El hombre negó con la cabeza.
—Le he informado todo lo que tenía permitido transmitirle. El maestro Masakatsu intentará contactar con su excelencia una vez que las cosas se calmen, para discutir con ella directamente si aún desea adquirir las visiones. Hasta entonces, nos veremos forzados a romper cualquier contacto. Por favor, no me sigan.
Dicho eso, el hombre se puso abruptamente de pie, se colocó el sombrero de paja en su cabeza y se alejó con paso presuroso hacia el camino.
—Oye, ¿en serio te vas así nomás? —exclamó Tomo en alto, siguiéndolo con la mirada. El hombre no se detuvo, y en su lugar siguió alejándose sin mirar atrás. Tomo sintió el deseo de alcanzarlo y detenerlo, pero se contuvo.
Todo eso era demasiado extraño. ¿Qué podría haber sucedido para que decidieran echarse para atrás a último momento? Aunque no había dicho mucho, la forma en que había pronunciado "una vez que las cosas se calmen" resultaba al menos curiosa. ¿Significaba acaso que había ocurrido algo con la Comisión Tenryou?
Kazuha se levantó de su asiento y se acercó con cautela hacia su compañero una vez que el otro individuo se hubiera ido. Al estar más cerca, el desconcierto en el rostro de Tomo resultó más evidente aún.
—¿Qué pasó? —preguntó el espadachín vagabundo.
Tomo suspiró con pesadez.
—Si te soy sincero, no lo tengo muy claro.
Ambos dejaron también la casa de té y comenzaron a caminar por el camino. No hacia Inazuma, ni tampoco hacia su campamento. Simplemente anduvieron sin rumbo fijo, mientras Tomo le contaba de manera rápida la conversación que acababa de tener, que en realidad tampoco había sido muy larga.
—Es extraño —concluyó Kazuha una vez que terminó de contarle.
—Sospechoso, diría yo —corrigió Tomo—. Pero debí haber temido que algo así podría pasar. Como no les dimos ninguna mísera mora, resulta bastante sencillo para ellos simplemente cancelarlo todo a último momento sin remordimiento alguno.
—¿Qué significa este cambió tan repentino para nosotros? —cuestionó Kazuha, curioso pero también preocupado—. ¿Qué es lo que haremos ahora?
—Pues…
Tomo vaciló, pues de momento no tenía una respuesta del todo clara. Ambos se detuvieron, y el samurái alzó su mirada pensativa hacia el océano que se alcanzaba a ver en la distancia. Una ligera brisa salada tocó sus rostros, ondeando ligeramente sus cabellos claros.
—Si no habrá entrega, supongo que lo ideal sería irnos lo antes posible a Watatsumi. Notificar a Kokomi en persona de todo esto, y que ella y su grupo se encarguen.
—¿Irnos? —exclamó Kazuha, notándose marcada preocupación en su pregunta.
Tomo sonrió divertido, y se giró a mirarlo de reojo. Era evidente que esa angustia que transmitía su voz y su mirada no eran directamente por irse, sino por hacerlo antes de tiempo. Y aunque Tomo sabía que hacerlo lo antes posible sería lo mejor, en especial desconociendo qué situación había alterado tanto al artesano y su gente, no podía hacerle tal cosa a su amigo. No después de reencontrarse con su princesa luego de tanto tiempo.
—Pero claro, no tiene que ser hoy —comentó con tono despreocupado, encogiéndose de hombros—. De hecho, ya que nuestros planes para esta noche se cancelaron, sería una buena oportunidad para disfrutar del festival, ¿no te parece? Y con eso me refiero a que la Srta. Kamisato y tú disfruten del festival.
—¿Qué estás insinuando? —inquirió Kazuha, agudizando un poco su mirada.
—Creo que eres lo suficientemente listo para descifrarlo tú mismo —comentó Tomo con tono juguetón, guiñándole un ojo—. Igual pensabas ir a verla luego hacer esto, ¿no? ¿Por qué no vas y te diviertes un poco para variar?
Kazuha desvió su mirada sutilmente hacia Inazuma. Desde su posición, lograba ver la figura del gran árbol de cerezos justo en la entrada de la ciudad, donde unos días atrás había estado participando en la pelea de escaradiablos con Itto y los otros.
—¿Estás seguro de que ya no me necesitas para nada más? —preguntó con seriedad, virándose de nuevo hacia su amigo.
—Totalmente seguro —asintió Tomo—. Anda, ve. Diviértete y aprovecha, que quizás ésta sea nuestra última noche en Inazuma.
Kazuha asintió, concordando con las palabras y la sugerencia de su amigo sin chistar.
—Te veo más tarde, entonces —indicó con solemnidad—. No te metas en problemas, por favor.
El espadachín se giró entonces en dirección a la ciudad, y comenzó a andar con paso calmado hacia ella.
—Y tú métete en unos cuántos, para variar —le gritó Tomo desde atrás con tono burlón. Se quedó de pie, observando cómo su amigo se dirigía al encuentro de su amada—. Estos jóvenes —susurró el samurái esbozando una sonrisa. Introdujo una mano en el interior de su kimono, recorriendo con sus dedos la pequeña cabeza de la gatita que dormía plácidamente ahí dentro—. ¿Qué opinas, Tama? ¿Qué deberíamos hacer nosotros ahora?
Tama no le ofreció ninguna respuesta, pero no le era del todo necesario. Tomo por sí solo podía pensar en un par de ideas para entretenerse ese día.
Un empleado de Telas y Kimonos Ogura se presentó muy temprano en la Casa de Té Komore, con un encargo especial para Kamisato Ayaka. Justo como Ogura Mio le había prometido, hicieron todo lo posible para tenerlo listo para el primer día del festival, considerando la carga de trabajo que tenían con todos los otros encargos del mismo día. Hubiera sido ideal entregarlo al menos el día anterior, pero Ayaka agradecía el gran esfuerzo de tenerlo para temprano esa mañana.
En cuanto Ayaka tuvo el paquete en sus manos, se dirigió derecho a su habitación privada, en donde abrió rápidamente la caja y extrajo de ésta la hermosa prenda de colores negros, naranjas y amarillos. Pasó su mano delicadamente por la suave tela del haori, y contempló maravillada el hermoso patrón. Era incluso más hermoso que como se lo había imaginado.
Para poder contemplarlo mejor, decidió colocarlo extendido en su colgador para kimonos, con la espalda hacia el frente para poder apreciar mejor el patrón. Dio unos pasos hacia atrás, para así poder observarlo con total detenimiento. El grabado de las hojas de maple volando con el viento otoñal, era simplemente exquisito.
En su mente logró visualizar lo bien que le quedaría a la persona que había tenido en mente cuando lo mandó a realizar. Y la sola idea le provocó un singular cosquilleo en su estómago, que indirectamente se plasmó en la forma de una sonrisa soñadora en sus labios.
—Esos definitivamente no son tus colores —escuchó que pronunciaron de repente a sus espaldas, tomándola totalmente por sorpresa y sacudiéndola violentamente fuera de su ensimismamiento.
—¡Ah! —exclamó Ayaka en alto, sobresaltándose. Se giró en el mismo movimiento de forma ágil ciento ochenta grados hacia la puerta que, evidentemente, había dejado abierta debido a la emoción que llevaba consigo al entrar. Se logró relajar (aunque sea un poco) en cuando vio que la persona que le había hablado, apoyada contra el marco de la puerta abierta con los brazos cruzados y una sonrisita astuta en los labios, no era otro que Kamisato Ayato—. Hermano, me asustaste —susurró más tranquila, aunque no carente de reproche en su voz.
—¿En serio? —preguntó Ayato con fingida sorpresa—. Estás muy distraída entonces, si te tomé tan desprevenida.
Aquello sonaba casi a una acusación, o al menos Ayaka así lo sintió.
—No es… —pronunció dando inicio a un intento para defenderse, pero calló casi al instante, absteniéndose de perder de más la compostura. En su lugar, respiró hondo, se paró derecha, y con mayor serenidad comentó sobre un tema distinto—. No te había visto por aquí desde hace días. Creía que no te encontrabas más en Inazuma.
Ayato se separó de la puerta y avanzó hacia el interior del cuarto.
—Me he estado quedando en otra de nuestras casas de seguridad —explicó—, para pasar un poco más desapercibido. He estado monitoreando desde la distancia los movimientos de la Comisión Tenryou, y sigo en la espera de averiguar qué fue lo que la Comisión Kanjou pudo deducir de tus retiros y compras recientes.
—¿Alguna novedad? —cuestionó Ayaka, tranquila, pero no por eso menos interesada.
—Nada concreto aún —negó Ayato—. Al menos no parece que tengan intención de hacer algún movimiento en tu contra pronto. Lo más seguro es que su investigación no haya dado aún con algún resultado lo suficientemente convincente para molestar a la Shogun con sus sospechas.
El comisionado se paró a un lado de su hermana, y centró su atención directo en haori de las hojas de maple colgado. Ayaka no lo miraba directamente, pero conocía bien a su hermano. No necesitaba que ella le confirmara que aquello no era para ella, sino para alguien más.
—¿Qué hay de ti? —preguntó Ayato de pronto, volteándola a ver de reojo. Ayaka al principio no entendió a qué se refería, pero rápidamente el hombre de cabellos azules complementó mejor su pregunta—. ¿Algún motivo por el que sigas en Inazuma luego de tanto tiempo? ¿Ya terminaste esos asuntos pendientes de los que tenías que encargarte?
Ayaka suspiró con pesadez. Desvió su atención hacia un lado, y sutilmente colocó un mechón de su cabello atrás de su oreja. Era tan temprano que aún no se había arreglado por completo, y su cabello caía libre sobre su espalda y hombros.
Cuando recién le informó a su hermano que debía volver a Inazuma, hace sólo unos días que se sentían hace mucho más tiempo, en efecto le había mentido diciéndole que tenía que encargarse de algunos preparativos del festival que había dejado sin concluir. Sin embargo, para esas alturas era más que obvio para todos, y en especial para Ayato, que ese no había sido en lo absoluto el verdadero asunto que la había motivado a hacer aquel viaje.
—No tienes de qué preocuparte, hermano —le respondió con voz solemne y seria, sin mirarlo—. Lo más seguro es que mañana mismo vuelva a casa.
Y en aquello no mentía en lo absoluto. Justo como había acordado con Kazuha, ese día se verían por última vez solamente para despedirse. Él se iría de Inazuma esa misma noche, y con su partida no habría nada más que la detuviera en la ciudad, así que lo más sensato sería volver a la Hacienda Kamisato mañana mismo, en especial considerando la situación tan tensa y volátil que se estaba fraguando con la Comisión Tenryou.
A pesar de que había tenido los suficientes días para hacerse a la idea de que, una vez más, tendría que separarse de Kazuha, la llega de aquel día la llenaba emoción, pero también de una gran angustia que le aprisionaba el pecho. Deseaba poder darle ese pequeño regalo de despedida, esperanzada de que lo aceptara, y con la promesa de volverse ver de nuevo sin que tuviera que pasar tanto tiempo como la última vez. Y se forzaría a sí misma para tener el suficiente autocontrol, y no rogarle que no se fuera…
Ayato, por su parte, contempló a su hermana en silencio unos segundos, no teniendo la imagen completa de todos los pensamientos que le cruzaban por la cabeza, pero sí percibiendo quién en específico debía ser el protagonista central de ellos.
El comisionado se giró a mirar de nuevo hacia el haori en el colgador de kimonos. Esos patrones de hojas de maple, por supuesto le traían también algunas viejas memorias.
—Hace unos días me crucé con el Sr. Kaedehara, ¿sabes? —señaló de la nada, tomando de nuevo desprevenida a su hermana.
—¿Eh? —exclamó Ayaka, al principio algo destanteada por el repentino comentario, aunque no tardó en caer en cuenta de que en realidad aquella noticia no era del todo novedad para ella—. Ah, sí. Creo que él me comentó algo al respecto —asintió con serenidad—. Me dijo que estuvieron… hablando de algunas cosas, pero no me dio muchos detalles.
—Estuvimos hablando de ti, por supuesto —respondió Ayato de golpe, mirándola y esbozando de nuevo esa misma sonrisa astuta que tanto lo distinguía.
—¡¿Eh?! —soltó Ayaka, azorada—. ¿De mí?
Ayato asintió.
—Le pregunté sin rodeos qué intenciones tenía contigo.
—¡¿Qué?! —exclamó Ayaka, bastante más alto de lo que se proponía. Su rostro y todo su cuerpo se puso tenso de golpe, y se tornó incluso un poco pálida—. No, no lo hiciste. ¡Hermano! ¡Dime que no lo hiciste!
—De acuerdo —masculló Ayato, encogiéndose de hombros—. No lo hice.
—¡Hermano!
—¿Supongo entonces que no te interesa saber qué me respondió?
Aquella repentina pregunta destanteó a Ayaka aún más de lo que ya se encontraba. Su boca se abrió con la intención de responderle, pero en un inicio de ella sólo surgieron unos pocos balbuceos, hasta que logró amortiguar lo suficiente su mente para darle forma a alguna palabra congruente.
—¿Po… por qué lo dices así…? —susurró nerviosa, mientras sus dedos apretaban inquietas la tela de su yukata—. ¿Te… respondió algo… que yo deba saber…?
Ayaka miró a su hermano de soslayo, fingiendo de cierta forma indiferencia o poco interés por escuchar su respuesta. Aunque claro, en realidad dejaba bastante en evidencia que por supuesto que le interesaba, y mucho. Y aquello inevitablemente dibujó una divertida, y casi molesta, sonrisa en el Comisionado Yashiro.
«Tienes a la Comisión Tenryou pisándote los talones en busca de cualquier excusa para acusarte de traición, y sin embargo tu mayor preocupación es ese chico» pensó Ayato para sus adentros. «No sé si sentirme aliviado o preocupado por esto, querida hermana. Supongo que sólo me queda confiar que en verdad tengas todo bajo control. Pero igual eso no significa que no pueda mover algunas piezas para intentar ayudarte, aunque sea un poco»
Antes de que Ayato pudiera responderle algo, si es que se proponía en verdad a hacerlo, una de las meseras de la casa de té hizo acto de presencia ante la puerta aún abierta del cuarto, arrodillándose rápidamente en el pasillo, y bajando su frente hasta casi tocar el suelo con ella.
—Mi señor, señorita —pronunció despacio para llamar su atención—. Disculpen la interrupción. El joven Kazuha está abajo, y pregunta por la Srta. Kamisato.
Ayaka se sobresaltó al escuchar aquel aviso. De inmediato un nada discreto destello de emoción se reflejó en sus ojos, junto con un ligero rubor en sus mejillas.
—Qué conveniente —ironizó Ayato con tono sagaz—. ¿Por qué no le preguntas a él directamente lo que quieres saber? Aprovechando que está aquí.
Dicho aquello, el comisionado se dirigió con paso calmado hacia la puerta.
—Hermano, ¿a dónde vas? —le preguntó Ayaka, curiosa.
—No creo que me quieras aquí mientras recibes a tu amigo, ¿o sí? Además, tengo cosas de qué ocuparme. Aunque hoy haya un festival, siempre hay trabajo que hacer. No te preocupes, saldré por la puerta de atrás para no importunar a tu visitante con mi presencia.
No parecía estar dispuesto a dar mayor explicación que esa, por lo que Ayaka tampoco insistió. Ayato pasó delante de la mesera, que agachó aún más su cabeza cuando pasó a su lado. Luego giró hacia un lado, desapareciendo rápidamente de la vista de Ayaka. La verdad era que sí prefería estar a solas para recibir a Kazuha, aunque le resultara extraño que su hermano fuera tan "comprensivo" con ello.
—Hazlo pasar, por favor —indicó Ayaka, girándose de regreso a la mesera que aún esperaba su respuesta—. Sólo… —pasó en ese momento una mano por los cabellos sueltos que caían sobre sus hombros—. Que me espere cinco minutos en lo que me termino de arreglar. ¿Está bien?
—Como usted ordene, señorita —respondió la mesera. Y recibida su indicación, se puso de pie y se apresuró a atender
De inmediato Ayaka cerró la puerta, y luego se dirigió ante la pequeña mesita en donde reposaba su espejo ovalado para rostro. Frente a éste, comenzó a hacerse una cola alta, atada con un listón rosado que combinaba con la yukata más casual que usaba en esos momentos.
Los broches de mariposas azules que Kazuha le había regalado reposaban sobre el tocador, y su mirada terminó por fijarse en ellos durante el atado de su cola. ¿Sería adecuado que se los pusiera? No combinaban precisamente con su atuendo, pero sería complicado encontrar uno que pudiera combinar por completo con un adorno tan poco usual como ese. Pero… quizás sería un bonito detalle que él la viera usarlos.
Sólo los Arcontes sabían cuándo podrían volver a verse…
Kazuha aguardó paciente frente la puerta principal de la casa de té, esperando a que se le autorizara la entrada al local. Luego de la fallida reunión de la mañana y de separarse de Tomo, se había dirigido a aquel sitio, moviéndose entre la multitud que ya comenzaba a agruparse. El flujo de gente fue menor una vez que dejó la calle principal y se dirigió a la zona en la que se encontraba Komore, pero igual por ahí se podía ver algunos puestos más que estaban ya armados, y un par más que estaban aún preparándose.
Sin duda el verdadero movimiento comenzaría cuando el sol se metiera. Era también cuando toda la decoración y las luces lucirían de verdad.
Lo primero que le llamó la atención en cuanto llegó ante la casa de té, fue que no vio por ningún lado a aquella mujer de cabellos negros que siempre estaba frente a la puerta principal; al menos en cada ocasión en la que él había ido en esos días, si no mal recordaba.
Al no estar aquella persona, se vio en la necesidad de llamar a la puerta un par de veces, antes de que una mesera atendiera y le hiciera el favor de notificar a Ayaka de su presencia. La misma mesera volvió no mucho después.
—La Srta. Kamisato lo recibirá —le informó la muchacha con tono respetuoso—. Sólo pidió que le diera cinco minutos para que terminara de arreglarse. Puede pasar a esperar si lo desea.
—Muchas gracias —respondió el espadachín, ofreciéndole una respetuosa reverencia.
Al ingresar al local, no le extrañó mucho ver a aquel mismo perro sobre el recibidor (Taroumaru era su nombre, le parecía). Éste lo miró con sus ojitos negros, y movió su cola con aparente alegría. Kazuha se sintió ciertamente bienvenido.
Pasados los cinco minutos que le habían solicitado, la mesera lo guio hacia el piso superior, aunque él conociera bien el camino. Lo llevó ante la puerta de la habitación de Ayaka, y de inmediato se retiró sigilosamente.
—Pasa —escuchó Kazuha que pronunció de pronto la voz de justo la persona que había ido a ver desde el interior del cuarto, sin que él tuviera que llamar de ninguna manera.
Kazuha aceptó la invitación y deslizó con cuidado la puerta hacia un lado. Del otro lado, se reveló ante él la hermosa y colorida figura de Kamisato Ayaka, sentada de rodillas en suelo volteada hacia la puerta. Lucía una yukata de un color rosado idéntico a los cerezos en flor. Tenía el cabello recogido en una cola como acostumbraba usar, pero destacó de inmediato los broches de mariposas que usaba a cada costado de su cabeza, y que Kazuha reconoció de inmediato.
Aunque claro, cualquier accesorio o prenda se ensombrecía ante la amplia y dulce sonrisa de sus labios, y en la luz que alumbraba sus ojos azules al mirarlo. Ambas provocaron una sensación cálida en el pecho de Kazuha, tan intensa que se sintió un tanto inmovilizado por unos instantes.
Sólo habían pasado unos cuántos días desde que se habían visto por última vez, y aun así se sentía tan impresionado como el momento en el que había vuelto a verla luego de ocho largos años.
—Pasa, por favor —insistió Ayaka de pronto, extendiendo una mano cordial hacia él—. Me alegra que llegaras. Te estaba esperando.
Kazuha asintió, y se permitió entonces dar un paso hacia el interior de la habitación.
—Lamento si te hice esperar demasiado —se disculpó, inclinando ligeramente su cuerpo hacia ella.
—Descuida —se apresuró Ayaka a responderle, negando con su cabeza. En realidad no habían quedado en ninguna hora en específico para verse ese día, por lo que Ayaka agradecía que fuera más temprano de lo que había pensado.
Kazuha cerró la puerta detrás de él, y avanzó más hacia adentro del cuarto. Tenía la intención de sentarse delante de Ayaka, a una distancia prudente. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, su atención se fijó inevitablemente en el colgador para kimonos, ubicado un poco por detrás de la joven Kamisato. Y, por supuesto, en el haori de colores cálidos que ahí reposaba.
El rostro del espadachín reflejó asombro, en especial al distinguir más claramente el patrón.
—¿Eso es…? —preguntó en voz baja.
—Es tu regalo —explicó Ayaka, poniéndose de pie—. ¿Te gusta? En cuánto vi la tela con este patrón, pensé de inmediato en ti, y en los estandartes que solían adornar la Hacienda Kaedehara en el pasado.
Kazuha no respondió de inmediato. En su lugar se aproximó lentamente hacia el haori, parándose delante de éste. Aproximó sus dedos lentamente, y los pasó lentamente por la tela. Se sentía fina y suave, pero resistente. El patrón de las hojas de maple y el viento era igualmente detallado y fluido. Era sin lugar a duda la clase de atuendo que sólo un noble usaría; un atuendo que su padre, su tío o su abuelo habrían usado en los mejores años del clan.
Sin embargo, Kazuha podía ver cierta poesía en la forma de las hojas de maple siendo llevadas por el viento otoñal. Podía imaginarlas alejándose, volando al viento, libres como los pétalos de cerezo de su haiku. Podía imaginarse totalmente que esas hojas eran él mismo.
—¿Pensaste en mí al verlo? —susurró despacio, girándose hacia Ayaka, que se había posicionado justo a su lado.
La joven de cabellos azules asintió con confianza.
—Justo como tú cuando viste estos, ¿cierto? —indicó alzando una mano para tocar ligeramente uno de sus broches de mariposa.
—La proporción de ambos regalos no está equilibrada —indicó Kazuha con consternación. Se giró de nuevo a mirar al haori—. Esto debió costarte muchísimo más de lo que me costaron esos accesorios.
—Yo ya había decidido hacerte este regalo mucho antes de saber que tú me darías algo —aclaró Ayaka rápidamente—. Así que no pienses ni por un momento que ese es el motivo. Y el valor monetario de ambos objetos no es lo que me importa. De hecho… —agachó en ese momento su mirada, algo avergonzada—. Quizás podrías considerar que soy algo frívola, al sólo poder darte algo comprado con dinero que puedo fácilmente sólo sacar de mi monedero, mientras que tú de seguro tuviste que esforzarte mucho más para conseguir estos broches y el anillo.
—Jamás podría pensar que tú eres frívola —afirmó Kazuha con firmeza—. Discúlpame por señalar de esa forma el valor monetario de la prenda. Te aseguro que eso no es lo primero que noté de ella al verla, sino… lo mucho que en realidad me siento identificado con el grabado. Y lo feliz que me hace que te haya recordado a mí al verlo.
Aquello emocionó notablemente a Ayaka.
—¿Entonces te gustó?
Kazuha asintió, y entonces volteó a mirarla y le sonrió.
—¿Puedo probármelo?
Notas del Autor:
Tras una pequeña espera, les traigo una nueva tanda de capítulos, que como dije abarcarán el inicio del tan mencionado festival. Y lo mejor es que, a diferencia de los capítulos anteriores en donde nuestros protagonistas estuvieron algo separados, cada uno haciendo cosas por su cuenta, en esta ocasión nos tocará ver a Kazuha y Ayaka mucho, mucho más juntos, conviviendo durante este festival. Pero claro, esto no significa que no le echaremos un vistazo a lo que hacen los demás personajes, pues hay un par de sorpresas reservadas. Así que sólo queda ver qué tal avanza esto. Quédense pendientes para el siguiente capítulo.
