Una de las pocas cosas que habían alegrado a Harry en ese curso era ver de nuevo a Snape privado de impartir su asignatura favorita.
Aunque el humor del profesor era peor que nunca, esta vez su enfado estaba causado porque otro mortífago había ocupado su puesto. Ni siquiera Voldemort le concedía su más ansiado deseo.
Pero eso no impedía que el profesor siguiese disfrutando de la humillación publica de sus alumnos, mientras se paseaba entre los calderos humeantes.
Harry trataba de mantener la mirada fija en su poción, ignorando la presencia del profesor. Snape ya le había dejado claro que le haría pagar por el ataque a la Dama, y no quería darle más razones para ensañarse con él. Ese día, además, también tenía que hacer frente a la presión de Hermione.
–¿De verdad te dijo eso? –insistió.
–Hermione, que hablase en Pársel no significa que esté sordo –él estaba exasperado.
–Pero no parece algo que... quiero decir ¡es la Dama! Hablaba como si fuera Al Capone.
–Señorita Granger, su inestimable ayuda no servirá de nada si el inepto de su amigo deja quemar su poción para escucharla a usted –la voz fría y siseante de Snape les hizo dar un bote en el sitio. Hermione se ruborizó hasta la raíz del cabello, y volcó toda su atención en el caldero–. Y usted, señor Potter, deje de distraer a...
Su monólogo se vio interrumpido por un golpe rítmico en la puerta. Dumbledore se asomó en el aula.
–Disculpa que te interrumpa, Severus ¿Has visto a la señorita Leyne y a la señorita Arson?
–Estuvieron en mi clase en el turno anterior –respondió Snape, muy tieso. Dumbledore parecía preocupado.
–De acuerdo, continúa. Reúnete luego con los otros profesores –Dumbledore cerró la puerta, y los murmullos de los alumnos se elevaron por el aula.
–¡Silencio! Volved al trabajo.
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Dieciséis años atrás, Severus Snape había sido procesado por el Wizengamot por haber sido mortífago y por colaborar con lord Vóldemort. Sólo la declaración de Dumbledore a su favor le salvó de sufrir el beso del dementor.
Sin embargo, las sospechas seguían sobre él, y eran muchos los que estaban esperando a que cometiese el más mínimo fallo para poder condenarle de nuevo.
Ni siquiera su trabajo en Hogwarts bajo las órdenes de Dumbledore le protegía completamente. Se sentía espiado, y él no tenía tanto poder e influencia como otros mortífagos para quitarse esas sospechas de encima.
También sospechaba que Dumbledore no terminaba de confiar en él. A pesar de haberle jurado lealtad y haber espiado para él, el asesinato de Lily Potter había destruido la única baza que el viejo director podía esgrimir contra él.
Poco importaba que él se hubiese prometido no volver atrás y dejarse llevar por la oscuridad de nuevo, sin Lily ya no había garantías de su lealtad.
Decidido a demostrar su inocencia, pensó en las opciones que le quedaban. Seguía inmerso en su papel como espía, pero aquello no era nada espectacular. Si quería quitarse al Ministerio de encima, debía hacer algo más, como entregar a otro mortífago. O incluso algo mejor.
Severus aún un recordaba a la chica silenciosa de la cicatriz en la cara que acompañaba a su antiguo señor. Había oído hablar de su muerte, pero la descripción del cadáver no correspondía con la Dama que él recordaba. Además, Severus estaba convencido de que había otra bruja más viviendo con ella en la mansión, Regulus se lo había dicho, antes de desaparecer.
Para Severus, su problema tenía una clara solución. Si entregaba a la Dama, nadie dudaría de su inocencia.
Investigó por todas partes, y se dejó llevar por la intuición. Le hizo Legeremancia a varios trabajadores de Gringotts, y averiguó que una joven había sacado dinero la misma noche de la derrota del Señor Tenebroso. Sin embargo, su informante no pudo darle el nombre de la joven, y tampoco recordaba haber visto ninguna cicatriz.
Pero Severus no se rindió. Sabía que su intuición estaba en lo cierto, y que la Dama no estaba muerta. Durante meses, preguntó en los bajos fondos del callejón Knocturn, hasta que le llegó una información crucial. La mujer a la que estaba buscando se llamaba Hellen Smith.
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Los Carrow no asistieron a la reunión de los profesores, pero nadie les echó de menos. Sin embargo, tanto Dumbledore como Snape les interrogaron, asegurándose de que no tenían nada que ver con la desaparición de las alumnas.
–Quizá sea muy pronto para entrar en pánico. Puede que hayan escapado a Hosmeade, como parte de una travesura –sugirió Flitwick, tratando de mantener la calma.
–Esas tres niñas eran de casas y cursos diferentes, y apenas se conocían –discutió Sinistra.
–¿Podría tratarse de travesuras individuales? –preguntó Sprout.
–Por si acaso, he avisado a los tenderos de Hosmeade para que estén atentos ante su presencia –informó Dumbledore–. También he hablado con los centauros, por si han ido al Bosque Prohibido. Hagrid las está buscando también.
Entonces Snape tomó la palabra.
–Señor director, le recuerdo que hay salas en Hogwarts que se cierran por si solas y tardan días en volverse a abrir.
–Enviaré a los fantasmas a explorarlas –asintió Dumbledore.
–Puedo hacer que las serpientes las busquen también –ofreció entonces la Dama–. Pueden llegar a muchos sitios ocultos.
–Pensaba que podrías localizarlas con el poder de su mente –comentó McGonagall, de forma mordaz. La Dama la miró con calma, entendiendo su acusación.
–Ya lo he intentado, pero Hogwarts es muy grande, y se halla muy bien protegido. Tardaría días en localizarlas... suponiendo que estén aquí.
El silencio se hizo con el despacho, al caer todos en la cuenta de que era posible que las alumnas no estuviesen en Hogwarts.
–¿Alguien ha visto a la señorita Vaitiare? –preguntó entonces Dumbledore, mirando de soslayo a Snape. Este se encogió de hombros.
–Como si a ella le importase mucho este tipo de reuniones –bufó McGonagall.
–Yo si la he visto –interrumpió una voz, desde un rincón de la sala. Todos se giraron a mirar a Narcissa Malfoy, quien había pasado desapercibida hasta ese momento–. Esta mañana la he visto salir del colegio, en dirección a Hosmeade, pero no la acompañaba nadie.
Los profesores cruzaron una mirada interrogante.
–De momento, lo mejor será evitar que cunda el pánico –decidió Dumbledore–. Buscaremos a las chicas con discreción, y sin crear alarmas.
–¿Y sus familias? –preguntó McGonagall–. ¿Deberíamos avisarlas?
Dumbledore no respondió, porque en ese momento, una runa de color blanco comenzó a aparecer encima de la mesa.
Alguno de los profesores se puso en pie, alarmado, pero la runa continuó brillando, de forma aparentemente inocente. Dumbledore y la Dama se acercaron, con cautela y curiosidad. Él sacó su varita, pero ella fue más rápida, y se inclinó sobre la mesa, alargando su mano. Tenía el gesto fruncido en señal de concentración.
Suavemente, tocó la runa con la yema de sus dedos. La superficie de la mesa se onduló, como si estuviese echa de agua, y los dedos de la Dama se hundieron en ella. La bruja miraba el fenómeno con curiosidad, pero de pronto, todo cambió.
En un gesto brusco y violento, la Dama echó la cabeza hacia atrás, puso los ojos en blanco, e hizo un sonido extraño, como si se quedase sin aire. Su ropa se agitó, como movida por el viento, y ante la mirada estupefacta de todos, comenzó a envejecer. Su pelo se volvió gris, y su cara y sus manos se llenaron de arrugas. Ella comenzó a gritar, como si estuviese siendo torturada. Trató de retroceder, pero la runa se había cerrado alrededor de su mano, impidiéndole la huida.
Y muy lentamente, su cuerpo fue arrastrado hacia la mesa, como si alguien tirase de ella desde el otro lado del agujero. Casi perdió el equilibrio, al tropezar con la mesa.
Dumbledore trató de detenerla con un hechizo. Los otros profesores también habían sacado sus varitas. Todo estaba pasando muy rápido, y era muy confuso. Ella chillaba, resistiéndose, y sus gritos de dolor se hacían más desesperados.
–¡Hellen! –Snape y Narcissa habían corrido hacia ella. Él la abrazó por la cintura y ella le cogió del brazo, y entre los dos tiraron con todas sus fuerzas, luchando por liberarla.
La extraña energía que trataba de absorber a la Dama también les atacó a ellos. Narcissa gritó de dolor, cayendo al suelo de rodillas, pero Snape no soltó su agarre. Su determinación era mayor que el dolor, y utilizando el peso de su cuerpo, logró tirar de la Dama y liberar su brazo de la runa.
Ambos cayeron hacia atrás, derrumbándose contra el suelo. Los profesores más cercanos corrieron en su ayuda, pero Dumbledore seguía apuntando con su varita a la mesa, preparado para cualquier cosa.
Sin embargo, la runa había desaparecido, sin dejar rastro. La mesa recuperó su aspecto de siempre, como si no hubiese pasado nada.
La Dama también había recuperado su aspecto, pero parecía débil y confusa. Durante un fugaz segundo, sus dos ojos parecieron adquirir un brillante color azul, y su cicatriz pareció menguar en color y tamaño, pero ella agitó la cabeza y aquella fugaz visión desapareció.
Desorientada, se dejó ayudar por Snape, quien la ayudó a incorporarse. Ella apartó sus manos de su cintura y terminó de ponerse en pie, recuperando su aplomo.
Cruzó una mirada con Dumbledore, y por un momento, ambos coincidieron en el mismo pensamiento.
–Corred la voz de inmediato –ordenó el director–. Nadie debe acercarse a esas runas, bajo ninguna circunstancia.
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Había magos especializados en encontrar personas. Eran muy escasos, y sus servicios costaban mucho dinero, pero Severus se las arregló para contratar uno.
El proceso salió caro, y fue muy lento. Había cientos de mujeres llamadas Hellen Smith en el mundo, sólo contando con las brujas, y era muy difícil seleccionar con certeza a la que estaba buscando. Severus esperaba que ella no se hubiese vuelto a cambiar el nombre, pues entonces su única pista se esfumaría.
En varias ocasiones, el Buscador consiguió encontrar a una mujer que coincidía con la descripción de la Dama, pero cada vez que Severus iba a comprobarlo, se encontraba con que no era ella.
Finalmente, tras tres años de búsqueda sin descanso, el rastro le llevo a Hawái. El Buscador le había informado de la presencia de una squib que vivía en una de las islas más apartadas. Aun cuando tiempo atrás hubiese descartado esa pista, Severus estaba lo suficientemente desesperado como para intentarlo una vez más.
Viajó hasta la isla, y una vez allí siguió investigando por su cuenta. Ciertamente, había un pequeño rastro de magia, demasiado potente para corresponderse con una squib, pero demasiado débil para pertenecer a una bruja adulta. Quizá se tratase de alguien que quería pasar desapercibido, viviendo como un muggle.
Por mucho que buscó, no consiguió encontrar nada más. Cansado y desorientado, se sentó en un pequeño bar cerca de la orilla de la playa, tratando de poner en orden sus pensamientos.
Si la Dama estaba en esa isla, había sabido esconderse muy bien. O quizá, no era más que otro callejón sin salida más, y él estaba perdiendo el tiempo y el dinero, persiguiendo a un fantasma que no existía.
Ni siquiera Dumbledore pensaba que ella siguiese con vida. ¿por qué se empeñaba él en demostrar lo contrario? Quizá debiese rendirse de una vez por todas.
Sin embargo, antes de darse por vencido, lo intentó una vez más, prometiéndose que, si no encontraba nada, regresaría a casa y no volvería a pensar en la Dama nunca más.
Miró a su alrededor, fijándose en el bar. Las camareras eran jóvenes y llevaban un uniforme que simulaba el traje típico hawaiano. Una de ellas tenía ascendencia hawaiana, otra era morena con ojos azules, y la tercera, muy guapa, llevaba el pelo rubio recogido en dos trenzas. Esta última les estaba contando a sus compañeras acerca de su última conquista amorosa y ellas se reían, bromeando al respecto.
Severus las ignoró, y centró su atención en el dueño del bar. El muggle era muy afable, y apenas necesitaba persuasión para hablar abiertamente. Severus le preguntó acerca de la isla y sus costumbres, y finalmente, como si tal cosa, acabó hablando de la gente que se había mudado recientemente, y de las casas que se habían alquilado o vendido.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que el hombre evitaba hablar de una casa en particular, debido a un hechizo de silencio. Severus consiguió interrogarle con la suficiente destreza como para saber la dirección aproximada, y abandonando el bar, fue en su búsqueda.
No tardó mucho en encontrar la misteriosa vivienda, pero cuando llegó, descubrió que estaba vacía. Encontró signos muy sutiles de magia a su alrededor, pero ni rastro de escudos protectores.
Armándose de paciencia, se dispuso a esperar. Estaba claro que alguien estaba viviendo allí, y era cuestión de tiempo que regresase. Mientras tanto, exploró los alrededores, asegurándose de que no estaba equivocado, pero todas sus pesquisas confirmaban lo que ya sospechaba: la misteriosa squib vivía en esa casa.
Cuando cayó la noche, vio luces detrás de las ventanas, y supo que había llegado su oportunidad. Tomando todas las precauciones necesarias, se acercó a la casa y llamó a la puerta. No se esperaba lo que iba a encontrar.
Allí, mirándole con la sorpresa pintada en sus ojos azules, estaba una de las camareras del bar.
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La Dama aún tenía un asunto pendiente. Avanzó por los pasillos, ignorando las miradas envenenadas que le lanzaban los alumnos mientras escaneaba entre la multitud con su ojo oscuro.
Finalmente, encontró a Harry hablando con sus amigos, en la puerta de la biblioteca.
–Potter, ven conmigo –ordenó sin detenerse. Él cruzó una mirada con Ron y Hermione antes de seguir a la mujer, quien se alejaba a toda prisa. Corrió detrás de ella, para mantener el ritmo, hasta que llegaron a su despacho. Una vez allí, ella cerró la puerta y se quedaron mirando frente a frente.
–Potter, supongo que recuerdas que me debes un favor –le dijo muy seria. Él asintió a regañadientes–. Imagino que también sabes que han desaparecido tres alumnas en los últimos días –aunque Harry trató de no expresar ninguna emoción, su mente no era rival para la Legeremancia de ella. Sin embargo, la Dama estaba dispuesta a ir directamente al grano–. Desgraciadamente, nadie sabe dónde están, y los profesores tampoco han encontrado ninguna pista al respecto. Por eso quiero que uses tu mapa para encontrar a las chicas desaparecidas.
–¿Como dice?
–Tu mapa. Ese mapa donde salen los nombres de las personas que están en Hogwarts. Tú tienes un objeto así ¿me equivoco? –Harry negó con la cabeza, aún sorprendido–. Busca en él a las alumnas desaparecidas. Puede su magia sea más eficaz que la mía.
Harry se la quedó mirando en silencio, sopesando la situación.
–Sé que usted se llama Hellen Smith.
–Y yo sé que te colaste en la enfermería para espiarme –replicó ella, cruzándose de brazos. No parecía enfadada, lo cual era aún más desconcertante. Volvieron a quedarse en silencio, estudiándose.
–¿Quién es usted? ¿Quién es en realidad? –se atrevió a preguntar.
–Soy la Dama. Y te ordeno que cumplas con lo que te he mandado.
–Pero...
Ella levantó una mano, para hacerle callar, y abrió la puerta, indicándole que se marchase.
–La ignorancia es vida, Potter.
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La profesora Vector estudiaba el pergamino sobre el que había dibujado copias de las misteriosas runas.
–No logro reconocerlas. Nunca había visto nada igual –protestó frustrada.
Los otros profesores se encontraban ante un problema similar. Todos ellos se habían hecho con una lista semejante y la estudiaban inútilmente. Compartían teorías e ideas, pero nada funcionaba para comprender o hacer desaparecer las misteriosas marcas.
Dumbledore entró en el despacho de Snape, y encontró al profesor inclinado sobre el pergamino, totalmente concentrado. A su alrededor, varios libros yacían abiertos en desorden, y sobre las paredes, vislumbró diferentes esquemas y dibujos que emulaban la disposición de las runas.
–Deduzco que este fenómeno no es cosa de Vóldemort.
–Si lo fuera, ya lo hubiese sabido –gruñó Snape, con aspereza, sin levantar la mirada. El profesor estaba más arisco de lo normal, especialmente tras la desaparición esa mañana de una alumna de primer curso de Slytherin. Con ella eran cuatro las chicas desaparecidas.
–El poder de esas runas me ha pillado desprevenido, lo admito. No esperaba que fuese a pasar algo así delante de mis propios ojos ¿Sabes si la Dama consiguió ver algo cuando tocó el óvalo brillante?
Por primera vez, Snape le miró, irguiéndose.
–He hablado con ella, pero apenas me ha revelado nada.
–¿Hay algún dato nuevo? –Dumbledore se sentó en una silla, mirando pacientemente al profesor. Snape arrugó la nariz, pero le imitó.
–Por lo que he podido averiguar, las runas actúan de forma completamente opuesta a lo que pensábamos. No son un escudo, sino un sumidero. La Dama cree que abren un portal hacia otro lugar, pero no sabe hacia dónde llevan.
–¿Sabe a qué se debía su repentino envejecimiento?
–Lo ha descrito como algo parecido al efecto que tienen los dementores, pero no es exactamente igual. Al parecer, pudo sentir cómo algo absorbía su magia y su energía. De no haberla separado de la runa, hubiese sido... vaciada. Quizá hubiese muerto.
Dumbledore guardó silencio, pensativo, estudiando los pergaminos.
–Fue muy curioso lo que ocurrió –comentó al final–. Ella pudo resistir el efecto succionador del óvalo, al contrario que las alumnas.
–Su poder es mucho más fuerte –masculló Snape.
–Desde luego, y además tiene un increíble control mental sobre la magia que la rodea. Aún así, la runa parecía ser más poderosa que ella. Fue una auténtica suerte que Narcissa y tú reaccionaseis tan rápido, quién sabe lo que hubiese pasado si no la llegáis a sujetar. Por cierto ¿cómo la llamaste? –preguntó, como si tal cosa.
Snape le miró sin mostrar ninguna expresión en el rostro.
–Yo no la llamé de ninguna manera.
–Te equivocas, Severus, gritaste un nombre al correr hacia ella.
–En todo caso, la llamaría "mi señora". Es el único tratamiento que se me permite –Snape se mantuvo imperturbable mientras sostenía la mirada del director.
–Severus, sé que me ocultas algo.
–Le aseguro, señor director, que no le he mentido.
–Mentir y ocultar no son lo mismo, Severus –Dumbledore suspiró, sabiendo que no le sonsacaría nada más–. Ojalá sepas lo que estás haciendo.
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Ella le recordaba. Por supuesto que le recordaba.
Él había sido uno de los favoritos del Señor Tenebroso. Se decía que había estado obsesionado por una sangre-sucia, pero era un buen mortífago y un espía muy eficiente, y por eso, lord Voldemort le había encargado espiar a Albus Dumbledore.
Y ahora estaba allí, en la puerta de su casa.
Hellen sintió cómo el pánico la invadía ¿Qué hacía él allí? ¿Cómo la había encontrado?
–¿Qué es lo que quieres? –le preguntó, tratando de parecer más valiente de lo que se sentía.
–Encontrarte. Pero eso ya lo he conseguido –él sonrió, pero su sonrisa poco tenía de alegre. Era más bien perversa y calculadora.
–Entonces déjame en paz. No necesito mortífagos rondando mi casa.
Él, quien había esperado encontrarse a alguien más imponente y poderoso, se sintió envalentonado ante el terror que ella mostraba. Eso iba a ser mucho más fácil de lo que esperaba. Severus dio unos pasos al frente, haciendo que ella retrocediera.
–He venido a buscarte porque necesito que hagas algo por mí –susurró.
–¿El qué?
–Que te entregues ante los guardias de Azkabán –ella abrió sus ojos azules, sorprendida y asustada.
–¿Por qué piensas que voy a hacer semejante estupidez? –pero su mente trataba de pensar a toda prisa–. ¿Ese sería el precio de tu libertad? Si me entregas ¿dejarás de ser un mortífago renegado y pasarás a ser el perro fiel de Dumbledore?
–Si no te entregas voluntariamente, daré tu dirección a los aurores. Estoy seguro de que más de uno estaría encantado de poder detenerte.
–También puedo matarte y desaparecer –rebatió ella, comenzando a estar enfadada. Pero él no se dejó engañar por su bravuconada. A esas alturas había notado que ella no estaba haciendo uso de su magia. Ni siquiera la casa tenía los hechizos básicos de protección.
–Y así revelarás, no sólo el lugar donde te escondes, sino tu rastro mágico. Será increíblemente sencillo seguirte después de eso.
Hellen entrecerró los ojos, cada vez más enfadada.
–Eres un cerdo miserable –masculló, acercándose a él–. Vete por donde has venido, y tendrás suerte si te perdono la vida.
–Si quisieras matarme, ya lo habrías hecho –dictaminó él, mirándola con aires de suficiencia.
Entonces, la puerta de la casa se cerró de golpe a su espalda, y él se giró para encontrarse con la elfina Win, quien le miraba de forma amenazante.
–¿Quiere la señorita que Win se encargue de él?
–No será necesario. Volveréis a tener noticias mías –y sin darles tiempo a reaccionar, Severus se desapareció.
