Pensó que se había quedado dormido, pero parecía no ser el caso. ¿O si lo era?

En cualquier caso, Kanan parecía haber despertado en un lugar que no era su nave. O al menos su mente lo había hecho. Bastó con mirar un poco alrededor para saber dónde estaba, pues el cúmulo de energía deforme y los torrentes caóticos en todos lados era algo que solamente podías encontrar en la disformidad. Kanas respiró profundamente para intentar calmarse antes de encontrarse con aquel o aquella, o aquelle que lo había llamado a ese lugar.

Kanan: - Cinco años sin escuchar tus odiosas palabras. Y aquí estás. Una vez más. Justo ahora. -

Slaanesh: - Valla, valla Slaanesh: - Valla, valla. Pensé que estarías más feliz de verme. Después de todo. Estos años debiste haber extrañado nuestras pláticas. - La cara del orko no podía ser más neutral, a pesar del imponente tono de voz del dios.

Kanan: - Bueno. Si has traído mi conciencia hasta aquí es porque tienes algo importante que decir. O alguna petición macabra que hacerme. - El dios rió con picaresca.

Slaanesh: - Muy perceptivo como siempre. Hablar contigo es todo un placer. Tan afilado una cuchilla. Pero tienes razón. No suelo perder mi tiempo de esa forma. Después de todo tengo muchos... asuntos que atender. - El orko simplemente se encogió de hombros, no podía importarle menos lo que el dios tuviese que hacer.

Kanan: - ¿Y bien? ¿Qué quieres? -

Slaanesh: - Tan desesperado como siempre. Pero tomaré tus palabras literalmente. Tengo una tarea para ti. Pero no por ahora... Ahora vengo a ofrecerte algo que te será de ayuda. -

Kanan: - Primero me brindas la mano y después cobras la deuda... ¿Por qué no me sorprende de un dios del caos? ¿Qué...? ¿Mi alma no es suficiente para divertirte? -

Slaanesh: - En efecto... Mi pequeño juguete. - Esas palabras si hacía enojar al orko. - Pero lo que tengo que ofrecerte vale más que cualquier pequeño favor que pudiese pedirte. -

Kanan: - Ya dejas los rodeos. Solo di lo que quieres. Este lugar es desagradable. - Su tono de voz era claramente molesto.

Kanan tal vez quiso ser más sensato a la hora de escoger sus palabras. Estaba hablando con un dios del caos después de todo, uno bastante impredecible y manipulador. Uno que sonrió macabramente antes de undir una de sus profundas uñas en el pecho de Kanan.

El orko de pelo blanco gritó y gruñó de dolor. Sus lamentos se escucharon por toda la disformidad, mientras una cantidad de energía disforme entraba a su cuerpo. Kanan no era un psíquico, y esa cantidad de energía estaba haciendo que su cuerpo de reconstruyera molecularmente, molécula a molécula, átomo a átomo, lo que causaban un dolor tan fuerte, que la sensación de ser comido vivo por tiránidos ya no le resultaba tan desagradable o dolorosa. En su mente habían pasado horas de dolor agonizante... pero la verdad ni siquiera habían pasados diez segundos antes que el dios sacara la uña de su cuerpo.

Kanan cayó de rodillas, exhausto y con el cuerpo adolorido y entumecido. su torso cayó de frente, y de no ser por el movimiento instintivo de sus manos su cara hubiese golpeado el suelo amorfo de la disformidad. Se quedó allí por un tiempo, incapaz de siquiera mover un músculo por varios minutos, mientras su mente sufría de una... restructuración. Por decirlo de algún modo.

Entonces lo sintió. Un ardor abrazador comprimía su cerebro, como si le estuviesen vertiendo metal fundido sobre su cráneo. El dolor que sintió hace apenas unos segundos era una nimiedad con lo que sentía justo ahora. Su cuerpo metafísico buscaba el descanso eterno desesperadamente, mientras sus afiladas uñas arrancaban la carne de su rostro y hacía brotar sangre negra de sus heridas.

Sus pupilas se dilataron, ocupando casi la totalidad de sus ojos. Sus órbitas oculares parecían querer salirse de sus cuencas. Su lengua se aplastaba contra su garganta... Como si estuviese sufriendo de un ataque de epilepsia. Y tras una leve calma... Su cuerpo se convirtió en una masa deforme antes de reventar en un baños sangriento de vísceras y sangre. Y en la oscuridad de la disformidad, un dios perverso reía ante la sangrienta carnisería de la cual se deleitaban sus ojos. Y una macabra sonrisa se asomaba en su rostro a la par.

Kanan se despertó sobresaltado, con una punzada en el pecho, sudando y con dificultad para respirar. No tardó en reconocer la modesta habitación de metal en la cual dormía dentro de su nave insignia. Jamás había sentido tanto alivio de estar en ese lugar, e incluso se dió el lujo de dejar escapar una sonrisa de alivio al saber que aún estaba vivo pero... ¿Qué diablos fue todo eso?

Kanan no tardó en inspeccionar su cuerpo. Cada centímtro, cada fibra. Intentando descubrir que había hecho ese dios caprichoso con él. Pero no sentía nada diferente. Incluso su mente no parecía tener nada extraño. Ningun recuerdo nuevo... Ningún tormento ajeno a su persona... Todo lo que había pasado en la disformidad apenas unos segundos ahora parecía un simple sueño. O más bien... una terrible pesadilla.

Ya habían pasado diez días desde que partieron de Heim, y la soledad del espacio era sumamente abrumadora. Los orkos apenas podían contener sus impulsos de guerra, pero gracias a los coliseos y juegos de guerra que Kanan organizó cada cual podía obtener su dosis de lucha diaria... aunque siempre se evitaban muertes innecesarias. Siempre que alguno no hiciera alguna estupidez... pero eso no era responsabilidad de nadie. Si dos orkos quieren luchar con espadas reales y perderse la oportunidad de morir en una verdadera batalla... nadie los detendría.

Kanan salió de su camarote con un fuerte dolor de cabeza, y la mano que apretaba sus sien eran la prueba de eso. Su mente estaba perdida en un mal de pensamientos y decisiones, pero una voz amiga lo sacó de sus preocupasiones.

Kurnet: - ¿Aún con preocupasiones? Por Gorko y Morko... Eres demasiado humi. - [Apodo burlesco que le daban los orkos a cosas demasiado complicadas.]

Murrey: - Que tu mente no entienda los planes del gran señor no quiere decir que no sea un orko. -

Kurnet: - ¿Eh? ¿Acaso te estas burlando de mi? -

Murrey: - Jamás. - Dijo con ironía.

Kurnet: - Grrrrrrrr. -

A pesar de sea las máximas autoridades de la orda, estos tres llegaron a un punto que se consideraban algo más que simples compañeros. Cinco años de constantes batalles forjan lazos. La guerra crea hermanos de por vida. Y uno desarrolla una confianza incondicional en aquel que siempre te cubre la espalda. Kurnet y Murrey no eran solos los brazos de Kanan, también eran sus consejores y orkos de confianza.

De hecho, estos dos habían alcanzado un nivel de inteligencia tal, que dominaban perfectamente el bajo gótico, y su acento era bastante adecuado, para sorpresa de cualquier humano. Y no eran los unicos, pues muchos de los seguidores de alto rango de Kanan eran capaces de al menos mantener una conversación decente en este idioma.

Aun así, habia un orko que aorprendia por encima de todos. Murrey era capaz de entender y pronunciar algunas palabras del alto gótico, demostrando un nivel de inteligencia fuera de lo común. Y lo más sorprendente, era que aprendió a curar de verdad. Puede que parezca irónico, pero los matazanos no son reconocidos por "curar" las heridas. Pero Murrey, a diferencia del resto de matazanos, era consciente de lo que estaba haciendo. Y Kanan era muy consiente del nivel intelectual de este.

Este trío único solía pasar horas juntos, y sus charlas sin sentido o ligeras eran un alivio a la tensa situación que el orko de pelo blanco sentía todos los días. Siempre acompañado por Blanco, el squig pálido que solía dormir fuera del camarote de su compañero.

Cuando llegaron los dos orcos, Blanco se despertó instantáneamente y corrió hacia Kurnet, quien siempre traía consigo un jugoso trozo de carne. Y con el tiempo, se encariñó mucho con el enorme orko con el brazo de metal.

Murrey: - ¿Está todo bien, Kanan? -

Su pregunta demostraba mucha preocupación, sobre todo viendo el rostro sudoroso de su líder y compañero, y más siendo un médico que tenía conocimiento moderado de algún malestar psicológico.

Kanan: - No lo sé. - Respondió estoicamente y un poco preocupado. - Algo viene. Pero no sé qué podría ser. -

Kurnet: - ¿Otro de ezoz vizionez? -

Kanan: - Es... difícil de explicar. -

Por supuesto, la relación de Kanan con un dios del caos era algo que no quería compartir, y por una buena razón, así que les dejó pensar que era un mal presentimiento. Al principio algo a lo que no le darían ninguna importancia, pero que pronto les provocaría escalofríos por toda la columna.

Orko: - Kaudillo. Venga al puezto de mando. Ez una urgenzia. -

Un orko ordinario apareció ante ellos sin previo aviso, y por su cara se notaba que no ocurría nada bueno. Kanan y el resto parecían un poco preocupados, pero no les tomó mucho tiempo seguir al orko de menor rango hacia la cabina donde de una forma u otra se pilotaba ese pedazo de basura que llamaban "nave espacial".

Aún así, sus supersticiones estaban lejos de tener sentido, y ese escalofrío que recorrió sus cuerpos regresó con aún mayor fuerza cuando vieron a través de las escotillas de la nave un enorme portal disforme que se abría justo en frente de la flota.

Tanto Murrey como Kurnet quedaron atónitos al ver las espirales de energía disforme girando como un tornado de furia y relámpagos devastadores. Una zona fría que devoraba la luz de las estrellas y el poco calor que emitían los calentadores portátiles. Los orkos miraron expectantes lo que fuera que fuera esa cosa, ya que ninguno de ellos tenía idea de qué era la disformidad y los horrores que ocultaba. Y sólo uno de ellos no desconocía su existencia.

Kanan se rió ofendido, burlándose de sí mismo y de la forma en que Slaanesh jugaba con él. ¿Entonces este era su venerado regalo? Entra en las mareas de la disformidad y descubrir qué horrores lovecraftianos encontrarían. Bueno... Al menos era mejor que pasar un día más en el vacío del espacio.

Kanan: - ¡A toda velocidad! ¡Entremos ahí! - Todos los que lo escucharon quedaron atónitos, pero esa sonrisa pícara que tenía el orko de pelo blanco en su rostro despertó cierta emoción en ellos.

Murrey: - ¿Estás seguro? - Preguntó, siendo el único ápice de razón presente.

Kanan: - En absoluto. - Dijo con tono divertido. - Pero sin duda será mucho más emocionante que pasar un día más en esta noche eterna y aburrida. -

Murrey no pidió explicaciones. Después de todo, era un orko y, a pesar de lo inteligente que era, también sentía la necesidad de una buena batalla. Los orkos recuperaron ese entusiasmo y los chikoz que gritaban, transmitieron la orden más fuerte que nunca de barco en barco.

Ni siquiera el propio Emperador podía saber qué truco tendría Slaanesh reservado para Kanan y el resto. ¿Quizás un ejército del caos? ¿Una fuerza de traidores? ¿Eldars? Era imposible saberlo con seguridad.

Entonces Kanan avanzó, entrando en las turbias mareas de la disformidad como lo había hecho tantas veces en su otra vida, solo que esta vez, no había ningún faro ni navegante que lo guiara. Estaban a merced de un dios caprichoso y de sus deseos. Aun así, su nave desapareció en las tormentas disformes mientras él lucía un rostro lleno de confianza y sed de venganza.