Tairon: - Esos es... inesperado. ¿Por qué los exploradores no nos informaron? -
Soldado: - Lo desconocemos, coronel. Hemos perdido todo contacto con ellos. -
Tairon: - Entiendo. ¿De cuantos orkos estamos hablando? -
Soldado: - Apenas unos mil. Pero general, no son orkos. O al menos no como los del frente principal. Son más pequeños, y cargan consigo las armaduras y armas de la Guardia Imperial. -
Esto sin lugar a dudas dejo al coronel Tairon atónito, cosa que era imposible ver tras su máscara de respiración asistida, pero su repentino silencio preocupó a todos los presentes.
El coronel se temo uno segundos para pensarlo. Llevo su mano al mentó y contemplo los cielos carmesí teñido por las explosiones y el humo del campo de batalla que se extendía por el horizonte.
Tairon: - Deben de ser esa fuerza misteriosa que provocó la caída del primer frente... Muy bien. Designen a todos los soldados de la retaguardia y a la mitad del frente dercho a reforzar el frente izquierdo. Deben frenarlos a como de lugar. -
Soldado: - ¿Eso no nos dejaría expuesto a ataques por otros lados? -
Tairon: - Nuestra prioridad es detenerlos antes que lleguen a la artillería. La guerra en las trincheras será dura y necesitaremos a todos los efectivos para frenarlos... En este punto... No podemos defendernos de los enemigos que aún no había salido al campo de batalla... Vinimos aquí a morir... Soldados. Por la gloria y redención de Krieg. -
Todos los presentes: - "En la vida, guerra. En la muerte, paz. En la vida, vergüenza. En la muerte, redención." -
Tairon: - ¡Lanzad a los jinet3ñes de la Muerte! -
De pronto, los orkos del frente principal quedaron atónitos al ver como las explosiones provocadas por la artillería y los disparos del otro lado del frente se detuvieron. Eso no tenía sentido alguno para ellos, quienes asomaban la cabeza para mirar el motivo de tal repentina calma.
Kurnet: - Ja. ¡Esos idiotas se quedaron sin munición! ¡La victoria es nuestra! -
Murray: - No estaría muy seguro... Espera... ¿Escuchas eso? -
De pronto, la tierra comenzó a retumbar. Era como sentir un terremoto bajo los pies, mientras un extraño ruido inundaba el campo de batalla. Fuese lo que fuese, parecía provenir del lado de los cuerpo de Krieg, y la vista no tardó en revelarles a aquellos que habían perdido la voluntad para aferrarse a la vida y entregaron su alma por el imperio y por el Emperador.
Los Jinetes de la Muerte de los Korps de Kriegs, una de las unidades más descabelladas de toda el Astra Militarum había llegado al campo de batalla. Jinetes carentes de miedo y sentido de preservación cabalgaba sobre majestuosos corceles, portando nada más que sus lanzas y la voluntad férrea segada por su fe en el Emperador.
Millares de estos hombres y mujeres sin miedo a la muerte salieron de entre las filas enemigas, formando una enorme marea gris que cargaba de frente contra las pieles verdes, mientras sus voces repetían sin para el himno de su regimiento. "En la vida, guerra. En la muerte, paz. En la vida, vergüenza. En la muerte, redención."
Los orkos apostados en la primera fila apenas tuvieron tiempo de apuntar sus armas y disparar, abatiendo apenas un centenar de jinetes de los miles que penetraron sus formación gracias a su ridícula velocidad. Sus lanzas masacraron a cuanto piel verde encontrar a su paso en un intento desenfrando e imposible por detener la marea verde.
Ahora, soldados de Krieg y pieles verdes se desplegaron en una batalla campal en tierra. Las armas de fuego pasaron a un segundo plano, mientras las espadas y rebanadoras chocaba metal con metal, creando un estallido sonoro por los alrededores. Si el objetivo era detener a los orkos en seco, lo habían conseguido perfectamente.
Kurnet: - Ja ja. Adoro a estoz tipoz. ¡Esto no me lo pierde por nada! -
Murrey: - Kurnet espera... ¡Kurnet! - Pero ya estaba demasiado lejos para escucharlo.
Murray solo suspiró y maldijo un par de cosas antes de calmarse un poco. Kurnet no solía pensar las cosas demasiado, y eso solía meterlo en situaciones desesperada en más de una ocasión. Y esta parecí ser una de estas.
Orko: - Mi zeñor. ¿No deberíamoz zeguirlo? -
Murray: - No. Preparad los escudos. Flanquea el centro y avanzad por los costados. Quedarnos a luchar es justo lo que el enemigo quiere. -
El matazanos no podía estar más en lo cierto, y menuda fue la sorpresa del coronel Tairon cuando uno de los mensajeros llegó a paso ligero a donde el se encontraba.
Soldado: ‐ Los Jinetes de la Muerte chocaron con las fuerzas enemigas. Pero sólo el centro pudo ser detenido. El resto de orkos están avanzando por los flancos hacia nuestras posiciones. -
Tairon: -Eso fue demasiado rápido. Los orkos no suelen ignorar una pelea. Hay alguien en sus filas. Alguien con más inteligencia de lo que esperaba.-
Soldado: - ¿Cuales son sus órdenes, Coronel? -
Tairon: - Que la artillería reanude el fuego... Y que nuestros soldados alcancen la redención. -
El retumbar de la artillería volvió a sacudir el campo de batalla. Las salvas volaron por los cielos rojos entre el humo y los disparos perdidos y cayeron sobre la tierra arrasada por la guerra. Aliados y enemigos morían ante el rugir de las explosiones, mientras los números de ambos bandos se reducían considerablemente, siendo los pieles verdes aquellos que sufrían las mayores pérdidas.
Y entre toda esa carnicería, estaba Kurnet, quien no podía importarle menos todas las bajas que su grupo estaba sufriendo. Él solo se enfocaba en atacar al frente y acabar con el enemigo que tenía justo delante.
Por otro lado Murray hacia lo imposible por avanzar, liderando personalmente el flanco derecho, aún cuando la artillería y los disparos desde las trincheras enemigas parecían estar concentrados sobre su posicion, ignorante que el flanco izquierdo estaba siendo completamente aniquilado.
Era sorprendente como el sacrificio de poco más de mil jinetes habían sido capaces de darle la vuelta a la batalla de tal forma. Ahora los orkos eran los que estaban en desventaja, aunque los líderes de ambos bandos sabían que la marea verde sería la que se alzará victoriosa. La única pregunta era... cuantos pieles verdes podrían llevarse consigo antes que su último aliento escapara de loa cuerpos de los soldados de Krieg. Aún así, ese no era el único frente de batalla.
Soldado: - Coronel, hemos perdido a más de la mitad de nuestra artillería del sector izquierdo. -
Tairon: - Lo suponía. En las trincheras el número no te da grandes ventajas. Al parecer esa unidad orka es más poderosa de lo que esperaba. Si no reforzamos las defensas será solo cuestión de tiempo que... -
De pronto, las palabras del coronel se detuvieron, y todos los presentes vieron atónitos a alguien que llegaba al puesto de mando. Un simple humano... Un mero soldado raso del Astra Militarum.
Tairon: - Soldado. ¿Qué hace usted aquí? Se supone que los suyos se retiraron a la ciudad. -
Soldado: - Con el debido respeto, Coronel. Pero no puedo dejar de lado mi papel en esta guerra. Aún así, solo soy un mensajero, y nada más traigo las palabras del comisario Harrus. "Larga vida al Emperador de la Humanidad." -
El grito de guerra sacó una sonrisa de satisfacción en el rostro del coronel aunque nadie pudiese verlo. Saber que había otro tan loco como él para permanecer resistiendo inútilmente en ese lugar le hacía sentir algo de emoción y esperanza.
A diferencia a aquel comisario gordo y pomposo que solo quería regresar a la ciudad para estar a salvo, el comisario Harrus estubi en el frente todo el tiempo. Fue el primero en enfrentarse a David y a los grentchins con armamento Imperial, el mismo que gruñó con disgusto cuando recibió la orden de retirarse.
Con ese amargo sabor de boca tuvo que retirar las tropas a su mando y unirse al resto para tan vergonzosa retirada. Que vergüenza, huir como cobardes de tal forma. Pero él no lo permitiría.
Bastó con unas palabras para que miles se unieran a él en una causa perdida. Las tropas del Astra Militarum sabían lo que pasaría si los orkos llegaban a la ciudad. Allí estaban sus casas, sus cónyuges, sus descendientes y progenitores. Todo.
No podían simplemente darse vuelta y esperar un milagro. Debían volver y luchar, darlo todo por algo de esperanza. Sus vidas no tenían ningún valor, pero si ofrecerle sería necesario para salvar a los suyos... Que así sea.
El comisario Harrus era muy consiente de lo que hacía, y desafiar las órdenes directa de su superior sería castigado con la muerte. Si es que tenía la remota posibilidad de salir vivo de esta. Lo que no sabia, era que muchos más miembros que no eran de su compañia del Astra Militarum se había unido a su causa perdida. Marchando de frente hacia una batalla perdida, hacia una muerte segura.
Al desconocer del estado de la batalla, Harrus disperso las tropas bajo su mando por todo el frente, ordenandoles unirse a los miembros de Krieg y luchar a su lado, obedeciendo las órdenes del oficial que estuviese al mando en casa sector. Aún así, al propio comisario le resultó extraño el porqué algunos de las baterías de artillería del flanco izquierdo estaban calladas, y decidió ir personalmente a investigar. Algo que acertó al cien por ciento.
Su inesperada llegado puso en jaque a David y sus tropas, quienes tuvieron que dejar de avanzar y ponerse a la defensiva para poder resistir este inesperado giro de los acontecimientos.
Los grentchins comenzaron a retroceder, aun cuando ya estaban a apenas unos kilómetros de alcanzar su objetivo. No había mucho que pudiesen hacer, pues la superioridad numérica ahora comenzaba a hacerse notar. Debían retroceder y esperar a los refuerzos. Ya habían logrado destruir más de la mitad de las piezas de artillería, y eso tuvo un efecto que ni ellos mismo notaron hasta que Murray llegó hasta ellos con un colosal número de pieles verdes.
A diferencia del otro grupo que intentó evitar la lucha encarenecida del centro, el flanco de Murray sufrió menos bajas y encontró menos resistencia, ya que el propio David y sus chikoz debilitaron ese frente con su incursión previa, permitiendo a los orkos crear una enorme brecha por la cual podrían avanzar por entre las filas enemigas. Como un venemo que se propaga por un cuerpo sano.
El comisario Harrus apretaba los dientes al ver como sus defensas no podían hacer nada. Ya estaban al límite, y lo único que le quedaban era un puñado de hombres asustados pero dispuestos a morir por defender su tierra. Estaban a punto de acabar contra el enemigo, cuando la voz de un mensajero de Krieg detuvo su marcha antes de siquiera empezar.
Soldado: - Comisario. El coronel ha ordenado la retirada. Reuna a sus hombres y regrese al cuartel general de inmediato. -
Harrus: - ¿Qué? No. No podemos retirarnos ahora. Si lo hacemos traspasaran nuestras defensas y la ciudad capital caerá. No podemos rendirnos. -
Soldado: - La ciudad capital ya ha caído. -
Harrus no pudo creer lo que las palabras del mensajero decían. ¿Cómo que la ciudad había caído? ¿Cuando pasó? ¿Cómo pasó? Harrus tuvo que mantenerse firma para no dispararle en la cabeza al mensajero por decir tales patrañas, y para calmar sus dudas, corrió tan rápido como pudo a la colina más cerca para corroborar la veracidad de sus palabras.
Aun así, su pecho se lleno de la amarga derrota cuando vio como a espaldas de todos, la ciudad capital ardía en llamas. Llamas tan grandes que podían verse a kilómetros de distancia. La noticia destruyó la moral de los pocos que aún se mantenían en pie, con la poca fuerza que le quedaba y abatido, Harrus ordenó la retirada de sus tropas tal como él coronel le había ordenado. Habian... perdido.
