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Appetite for destruction

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Desde que dispuso de la facultad de concentrar la atención en su entorno y de interaccionar con él, sus primeros recuerdos derivaban de observar comparativamente que la tonalidad de carmín barato en el pliegue del cuello almidonado de la camisa de su padre era el mismo que el de la doncella que le servía el té y le guiñaba el ojo cada mañana.

Observaba todo y a todos, y también a sí mismo. Fascinado con las líneas rojas que, como vías de ferrocarril, traqueteaban y escocían entre sus omóplatos cada vez que su padre, frustrado y exasperado, arremetía contra él. Obsesionado con la idea de que arrancándole la piel a tiras podría librar a la carne de su carne de aquella vergonzosa y descarada actitud.

Tenía seis años cuando el padre de familia decidió que, definitivamente, el aire del campo le hacía bien. A él y a su pobre madre enferma, poco apta para participar de la pompa y circunstancia de la sociedad alta. Presos en rincones de su casa, aquella reclusión le hizo independiente de todo contacto humano y debía agradecer a ese tiempo que sus habilidades fueran desarrolladas hasta los límites insospechados que le permitían ejercer su labor hoy.

Con igual rapidez se hizo experto en descifrar las crípticas palabras que los adultos insertaban a traición en el diálogo con sus semejantes, los giros sombríos que envenenaban la invitación más inofensiva o el cumplido más adulador, mientras seguía observando en concentrado silencio la verdad de la miseria humana en la mirada ida de su madre.

Aquel niño era antinatural, debilucho como un fideo, discreto, callado, que sólo jugaba con un viejo microscopio y canturreaba para sí cuando nadie más en aquella casa hablaba. Con ojos de un negro sombrío y tan frío y seco que pervertían la ilusión de inocencia que le otorgaban sus facciones infantiles y curvilíneas, ninguna mano le ofreció nunca caricias.

Calculaba, medía, devoraba libros polvorientos llenos de historias detectivescas. Y leía, y leía, y leía, con los pies colgando de la altísima butaca, a duras penas alcanzando el suelo.

Al principio, en el patético e iluso candor infantil, esperó que aquel llanto melancólico perfecto despertara del letargo a la única persona que le quedaba en aquel mundo de decadente ostentación. Su madre nunca acudió a la llamada. Reconocía las notas y tarareaba, con timbre aún angelical, glorioso, antes de volverse a encerrar en sí misma o reír y retorcerse entre las sábanas de su dormitorio conyugal.

Un día –gris como cualquier otro– su madre amaneció muerta. No faltaron luctuosos cortinajes negros prendidos de los ventanales que habían sido su féretro en vida. Le vistieron con la ropa de los domingos y una corbata negra cuando le llevaron a dar su último adiós. Aún recordaba cómo el doctor Miller esquivó su mirada al entrar y retrocedió para fundirse con las sombras del rincón.

Tiempo más tarde, su padre había decidido enviarlo rumbo al exclusivo y severísimo internado masculino, sólo sintió los hematomas por todo el cuerpo cuando los baches que el auto encontraba de camino le hacían dar saltos en el asiento. No se quejó ni una sola vez, absorto en contemplar el mundo a través de la ventanilla.

Ese fue el principio de su carrera policiaca.

Los padres de Vegeta se divorciaron siendo una adolescente. Como ya era crecidito, e hijo único, la custodia compartida no supuso ningún problema. El juez y sus padres hasta tuvieron la consideración de consultarle sus horarios y disponibilidad para reorganizar su vida, así que hasta la mayoría de edad pasó unos años rebotando como una pelota de pingpong entre una ciudad y otra.

En dos esquinas de un continente lo mimaron, lo consintieron lo que ambos progenitores creyeron que era más de la cuenta, pero nada era bastante para compensar las repercusiones de una ruptura que, en realidad, había puesto fin a una infancia entre algodones atravesados por tensiones y discusiones continuas, agobiado por el ambiente de fingida normalidad. Regalos exclusivos y caros, las mejores enciclopedias.

Detalles, que suavizaban la realidad angustiosa que era la historia de su vida.

Su padre cultivó su extremo sentimiento de insuficiencia con la presión de su mirada decepcionada ante sus exámenes escolares cargados de ochos y nueves, incluso mientras se daba de codazos entre sus compañeros por consagrarse primero de su promoción a lo largo de la escuela. Ni siquiera le hizo falta psicoterapia para darse cuenta de lo profundas que eran las raíces de su infelicidad. De la insatisfacción que le proporcionaban los objetivos meramente materiales y profesionales que se había propuesto, especialmente cuando en la mayoría de ocasiones se le escapaban de entre los dedos.

Pero a sus 30 años, había sobrevivido en un mundo de lobos, sin amigos ni amores, y por lo demás, era un hombre independiente, autosuficiente, un profesional preparado, aunque su padre se hubiera obstinado en desprestigiarlo como "mediocre" hasta el final.

–No se me ocurre qué más analizar.

El comentario de su asistente lo trajo de vuelta a la realidad.

Era de noche y sentado frente a su portátil mientras buscaba artículos relacionados con un nombre en particular, con Nappa bostezando sobre informes policiales de algunas bandas delincuenciales de los últimos años al lado… admitió que aborrecía a su compañero.

Una reunión en de trabajo en su departamento en un moderno edificio de clase económica alta, entregada por el mismo jefe del departamentos de policia, con todas las comodidades posibles para vivir y un sueldo acorde a su nuevo estilo de vida

–Me refiero a que hemos enviado al laboratorio: sangre, cabellos, huellas digitales y hasta hemos revisado las imágenes de las cámaras de vigilancia de los bancos... y tenemos nada.

–Inútil.

–Es lo que hay, Vegeta.

–¡Mierda!, solo me queda esperar la información clasificada que le pedí al jefe del departamento policial.

La pantalla de su teléfono móvil se encendió y antes de que el sonido de notificación de un nuevo mensaje sonara, él ya había revisado la pantalla. Era un correo electrónico con los informes que necesitaba.

Acercó su computadora portátil mientras dejaba a un lado de su sillón el teléfono y emprendía la búsqueda de su ultimo correo electrónico enviado ese día.

–¿Otro análisis de laboratorio?
–No.
–¿Antecedentes de alguna persona?
–Tampoco. Todo eso ya se hizo.
–¿Entonces...?
–¡Ya cierra la boca! –dijo enviándole la información a la bandeja de su correo electrónico.

Él celular del hombre más alto se oyó inmediatamente después de dichas estas últimas palabras.

–Léelo y luego puedes decirme lo que quieras del caso.

–La patrulla roja –se limitó a preguntar el asistente mientras se sentaba en una silla, revisando su celular.

Vegeta se limitó a mirarlo con desprecio y comprendió que su día tampoco sería tan fructífero gracias a su subordinado.

"Es el ejército más temido y poderoso de la Tierra, y fue fundado por el comandante Red. El Cuartel General se encuentra en una fortaleza muy vigilada por sistemas de seguridad y misiles cerca de unas montañas, y desde allí se controla y se envían las pertinentes órdenes a los demás batallones, brigadas o patrullas constituidos… en las distintas regiones en las que indica el radar que se encuentran las mismas."

Eran algunas líneas que los hombres pudieron leer en las primeras páginas del detallado informe que tenían entre manos.

Nappa tardó más de quince minutos en leer todo lo que había sido enviado a su superior.

–Los tentáculos de la patrulla roja son enormes.

–Así es. No hay ninguna otra organización que tenga tanto poder adquisitivo en tecnología y armamento como ellos.

–Tu nueva pista es bastante lejana –dijo señalando el párrafo que afirmaba la ubicación de su base a 300 kilómetros en una isla cerca de la ciudad.

–Pues no seré yo quien vaya a hacerles la visita inopinada.

–Vaya, has pensado en mi economía. Qué conmovedor.

–Tómate un tres de días. Lo único que tienes que hacer es observar sus actividades e informarme de ellas. Otro tipo de detalle aumentarán el presupuesto del departamento de policía considerablemente.

–Bien. Será divertido descubrir todo lo que tiene para darnos esa patrulla roja. He oído que tienen chicas hermosas en sus filas.

–De eso nada. Necesito que te concentres en esta pista. Es lo único que tenemos ahora. ¿Cuándo piensas ir?

–A primera hora mañana. No creo que tarde más de ocho o nueve horas en auto. Por la tarde estaré allí.

–Has como quieras, pero hazlo bien.

–Me voy a dormir a mi casa entonces.

–Anda, lárgate de una vez. Yo me encargo de informar de tu ausencia en el departamento.

–Hasta dentro de 3 días, Vegeta.

–Hasta dentro de 3 días, idiota.

Con una mirada de preocupación, Vegeta cerró la puerta de su departamento luego de despedirse de Nappa. No tenía mucha confianza en su asistente, pero era todo cuanto podía hacer, tenía mucho en qué pensar y analizar respecto al caso.

–¿Aló? –dijo una voz femenina del otro lado del teléfono.

–Habla Vegeta –respondió en tono neutro.

–Soy Bulma briefs.

Ella se retiró un mechón de pelo de la cara, nerviosa.

–¿Sí?

–He…He decidido aceptar el trabajo que me ofreció.

–Bien. Preséntate a las 8 de la mañana en las oficinas de la policía.

–Está bien, yo… ¿Qué dominios...? ¡Me cortó el teléfono, qué grosero!

Ni siquiera le había dado tiempo a contestar nada más.

Bulma se quedó contemplando el teléfono durante unos segundos. Al hombre le dio igual. Pero eso no la hizo desanimarse, haría lo necesario para llevar a cabo sus planes, pasase lo que pasase.

Con una mirada de desprecio, Vegeta, se metió en la cama a descansar. No tenía demasiadas esperanzas en que fuese de gran ayuda una mujer bonita, mimada y millonaria, así que se conformó con saber que tal vez podía contar con información relevante sobre el funcionamiento de ciertos objetos de los criminales.

Bueno, pasara lo que pasara, ya no importaba. Lo más probable es que solo conversaría con ella mañana y no la volvería a ver más. Él ya tenía bastantes cosas de las que preocuparse.

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Bulma se pasó toda la noche durmiendo a pierna suelta en su casa.

Se despertó a las 7 de la mañana y, tras darse una larga ducha, decidió que la ropa adecuada para algo como lo que tenía planeado, no debía hacerla pasar desapercibida.

Recorrió los pasillos y, al llegar a la oficina principal, no pudo evitar sorprenderse pues la sala de espera estaba atestada y claramente necesitaban refuerzos.

Después de recibir la confirmación de que podía entrar en la oficina, de un empujón abrió la puerta de cristal del despacho. "Collin Gale, comandante general de policía" rezaba el cartel de letras negras.

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Vegeta escuchó los firmes los el sonido de unos firmes zapatos por el pasillo y supo que aquella muchacha había llegado.

Estaba conversando con su jefe, cuando el teléfono fijo del departamento del comandante sonó. Era la secretaria anunciando la llegada de la mujer.

Bulma entró y los presentes la vieron. Bellísima y exuberante. De cabellos cortos y enfundada en un caro traje ceñido color mostaza. En seguida le pareció la clase de mujer que acabaría con la cordura de un hombre sin siquiera proponérselo. Ella lo vio y Vegeta pudo leer en su cara que lo había reconocido. La mujer sonrió y se acercó a ellos, extendiendo la mano al comandante Gale.

–Bulma Briefs.

–Comandante Gale. Tutéame por favor. Me hace sentir menos viejo –dijo el sonriente hombre de traje negro, contextura amplia, piel blanca y abundante cabello gris–. Vegeta me dijo que aceptaste nuestra propuesta de unirte a nosotros.

–Espero ser de ayuda.

–Dudo que sea así –intervino Vegeta.

Bulma observó con recelo al hombre que acababa de hablar y se encontraba recostado sobre una pared cercana, con los brazos cruzados. Había veneno en la voz de él y sabía a la clase de conversación que podía llevar aquello. Decidió ignorar su comentario.

–¿Qué haré exactamente, Gale?

El hombre regordete puso uno de sus brazos paternalmente sobre el hombro de la muchacha para guiarla hacia una oficina, con una computadora de escritorio en ella y muchos folios con documentos, mientras le explicaba cuáles serían sus funciones y los informes que debía entregar cada semana sobre sus hallazgos e ideas nuevas sobre tecnología para implementar al departamento.

Cuando la conversación su nuevo jefe terminó, se quedó sola frente al ordenador sin saber bien por dónde empezar.

Bulma miró sobre la pantalla del computador y lo vio.

El detective antipático estaba plantado en medio de la oficina que le acababan de asignar. La miraba con desprecio y decidió que no merecía la pena.

–¿Sabes cómo funciona un ordenador?

–Déjame ver… Nosotros las fabricamos, espero que eso cuente para ti.

–Voy a ser sincero contigo. Me parece que Gale esta perdiendo el tiempo contigo. No creo que puedas aportar nada aquí, más que algún conocimiento básico.

–Te puedo asegurar que no es así.

–¿Y por qué debería creerte?

–¿Y por qué debería darte explicaciones?

–No vengo a que me des explicaciones. Vengo a advertirte que no nos hagas perder tiempo que no tenemos, así que espero no verte por aquí mañana si no has aportado algo relevante al departamento o te las verás conmigo.

–No me amenaces, tú… ¡detective, Croqueta! –dijo intencionalmente, mientras la cara de Vegeta enrojecía de ira–. La corporación capsula es la fabrica más importante del mundo y eso es gracias a mi padre, y ahora, a mí. Te equivocas conmigo. Pero no me voy a encargar, puesto que no merece la pena. Eso sí, ten en cuenta que estoy dispuesta a quitarte el puesto, si decides complicarme la vida.

–¿Qué me piensas quitar el puesto, dices? Vaya que eres graciosa. ¿Cómo piensas hacerlo?, ¿coqueteándole a Gale?

–Eso es lo que te molesta, ¿cierto? Que me hayan elegido para estar aquí siendo mujer. Por eso me odias.

–No te odio. Pero no me fio de ti.

–Ni yo de ti. Y ahora, si no te importa, lárgate de aquí. Tengo muchas cosas qué hacer.

–Por supuesto.

–Hasta la vista, muchacha.

–¡Me llamo Bulma!

Cuando lo vio desaparecer, respiró aliviada. Realmente era el sujeto más desagradable que había conocido en los últimos meses. Y, seguramente, sería el principio.

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Notas de autor: Gracias por leer.