N.A.:¡Hola a todos mis lectores! Me ha llamado la atención que el sitio web de fanfiction está causando algunos problemas a algunos de mis lectores. Tengan en cuenta que es posible que esta historia no se muestre a algunas personas. Esto no significa que dejaré de publicar en fanfiction, pero si lo desean, también pueden leerlo en A03 o Wattpad con mi nombre de perfil Septemberfall (Kelpielake en Wattpad). Gracias.
Capítulo 39
El sacrificio de Lily
Severus se sentó solo en el alféizar de la ventana al final del pasillo del séptimo piso. Sus ojos vagaban sin rumbo: primero a las débiles marcas en su mano derecha, dejadas allí por el Juramento Inquebrantable; luego a las diminutas motas de polvo, bailando en el último rayo de sol.
Estaba cumpliendo con sus funciones.
Estaba esperando a que Draco Malfoy saliera de la Sala de los Menesteres.
Pero en el fondo, solo había una persona a la que necesitaba desesperadamente ver, con quien necesitaba hablar, anhelaba estar con Laurel.
Volvió la mirada hacia el lago y una punzada de miedo le heló el corazón: ella se alejaba cada vez más y todo era culpa suya.
Se puso de pie, la pesadez en su pecho era demasiado para soportar. Era un hombre marcado; tal vez no merecía una oportunidad después de todos los pecados que había cometido.
Severus sintió que sus ojos se humedecían, desencadenando su oclumancia, adormeciendo instintivamente sus sentimientos, deteniendo todo pensamiento y subyugando cualquier emoción.
Ya estaba oscuro cuando Draco finalmente enfrentó a su jefe de Casa.
Otro intento fútil de hacerle confesar lo que estaba haciendo dentro de la Sala de los Menesteres, otra reprimenda inútil por sus caóticas formas de intentar asesinar a Dumbledore.
—Fue ella quien casi lo bebe — siseó con ira a Draco. —Si algo le hubiera pasado, ¡yo mismo te habría echado un veneno por la garganta!
—Como si realmente te importara la Desalmada—. Draco palideció y su mirada se llenó de resentimiento. — ¡A ti no te importa nadie!
—¡Me importas tú! Tus estúpidos juegos sólo te están dejando en evidencia.
—Puedo cuidar de mi propio pellejo. No necesito que seas mi niñera —. Draco sonrió levemente. — Estoy cerca… estoy tan cerca.
—¿Qué es lo que haces allí? Si fracasas en el siguiente intento…
—Dumbledore estará en mis manos — le cortó el joven con vehemencia. — Y cuando cumpla con mi misión ya no podrás seguir usurpando la posición de mi padre. El Señor Tenebroso nos recompensará.
Severus se quedó en silencio, mirando al rostro afilado y cansado del joven mago.
—Veo mucho de mí en ti, Draco. Yo también era muy ingenuo, muy confiado en las promesas de nuestro Maestro. Aprendí de la manera más difícil…
—¡Cállate!
Los labios de Draco temblaron al dirigirse de aquella manera a quien antes era su profesor favorito. A quien había respetado y admirado. Al padrino que veía esporádicamente durante los veranos de su niñez y quien siempre traía libros de historias góticas y misteriosas para compartirlas con él.
Había aprendido a odiarlo.
—Mantén tu nariz fuera de mis asuntos. Tú y esa mascota tuya.
El joven Slytherin le dio la espalda y se alejó rápidamente con pasos firmes.
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Severus había deambulado por cada piso de la escuela, había inspeccionado la biblioteca, la torre de astronomía, los jardines, pero no encontró ni rastro de Laurel. Finalmente había llegado hasta el pequeño cuarto que usaba ocasionalmente y tras tocar un par de veces sin obtener respuesta se decidió por abrir la puerta.
Las luces se encendieron apenas dio un paso adentro. La habitación se encontraba en perfecto orden, la cama estaba hecha y unos cuantos libros estaban cuidadosamente apilados en una de las esquinas del escritorio.
Severus se sentó sobre la cama, sintiéndose huérfano en aquella soledad de la habitación, rodeado de las pertenencias de la mujer que amaba. Miró hacia la mesita de noche y sus ojos se detuvieron por un largo rato en el pequeño árbol de laurel, extasiado por su constante floración. Extendió una mano para agarrar una de las minúsculas flores antes de que se marchitara y fue cuando notó el diario abierto. La entrada final de hacía tan solo dos días:
"Sé que nunca podría reemplazarla, pero no tengo ningún mando en mi corazón. Lo amo, lo amo profundamente y espero que él sienta lo mismo".
Severus cerró el diario y lo abrazó contra su pecho, no queriendo invadir su privacidad. Dejó caer su cuerpo sobre la cama, su cabeza contra la suave almohada, respirando el aroma de Laurel, el peso de sus palabras aplastando su pecho.
Se dio cuenta de que nunca sería libre para amar ya que su culpa aún prevalecía. Sus pecados sin expiar, el recuerdo de Lily, aún vivo.
Cerró los ojos, sus pensamientos yéndose lentamente a la deriva, su respiración haciéndose más lenta. La pesada somnolencia del sueño cayó sobre él, pero luego un ruidoso chasquido lo hizo volver a sentarse.
Un elfo doméstico de enormes ojos verdes, orejas de murciélago y vestido con un holgado suéter naranja brillante y largos calcetines multicolores apareció de la nada a pies de la cama.
—Dobby no quiere molestarlo, Amo Snape, pero el Amo Dumbledore quiere recordarle su reunión en la oficina del director. Llega tarde, Amo Snape.
Severus se frotó el rostro, intentando alejar el cansancio que había caído sobre él.
—Desea el Amo Snape que Dobby le traiga un café?
—No, estoy bien —. Severus se puso de pie, volviéndose hacia el elfo, preguntando de repente: —¿Sabes dónde ésta Laurel, mi asistente? No la he visto en toda la tarde.
—Los elfos que cuidan de los terrenos han dicho que una mujer ha saltado a el lago. Dobby ha escuchado que la señorita Noel salió de los terrenos de Hogwarts.
—¡¿Salió?! ¡¿Cómo que salto al lago?! —Severus no podía creer lo que oía. —¿Estaba herida?
—La señorita Noel se encontraba bien. Caminó por su propia cuenta hasta las verjas de entrada. Iba acompañada del señor Lupin.
Severus se sentó nuevamente en la cama, sintiendo como un ardor le llenaba el estómago, le subía hasta el pecho y le hacía apretar los dientes con rabia. Debían estar en Hogsmeade. El mago pudo imaginarlos juntos, sentados en algún rincón de una taberna, abrazados. Su rostro se enrojeció y sus manos temblaron apretando su varita. Iría a buscarla.
—Dile a Dumbledore que no asistiré — dijo mientras caminaba hacia la puerta.
—Dobby teme que no puede permitirlo, señor. El Amo Dumbledore le ha dado a Dobby la orden de traer al Amo Snape a su oficina.
Y sin muchos miramientos, Dobby lo tomó por el tobillo desapareciendo con él y llevándolo en presencia del director.
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Severus fue arrojado indelicadamente sobre la silla frente al escritorio del director. El mago buscó al elfo con enfado, pero no lo encontró. En su lugar, sus ojos se toparon con Albus Dumbledore, quien se encontraba junto a la percha de Fawkes. Estaba alimentando al hermoso fénix con su mano ennegrecida al tiempo que tarareaba débilmente, como si no se hubiese dado cuenta de que el Profesor de Defensa Contra las Artes Oscura se había aparecido súbitamente en su oficina.
Severus carraspeó y frunciendo el ceño con impaciencia espetó:
—Lo que sea que vaya a decir, tan sólo dígalo. No tengo tiempo para estas nimiedades.
—Buenas noches a ti también, Severus — respondió el anciano director sin levantar la vista. — Me alegro de que hayas decidido presentarte.
El mago más joven se masajeó las sienes, controlando su temperamento. Sabía que no había forma de escapar de sus obligaciones con Dumbledore.
—Pareces un poco inquieto, amigo mío. — Dumbledore acarició la cabeza de Fawkes quien soltó un suave gorgojeo.
—Ella se ha ido. Está afuera. En algún lugar de Hogsmeade, supongo.
—¿Y estás molesto por eso? ¿Esperabas que ella se quedara cerca de ti en todo momento?
—No —. La cara de Severus se sonrojó. — Puede ser peligroso para ella.
—Pero está bien protegida, que yo sepa. — Dumbledore finalmente miró a Snape con una sonrisa comprensiva. —Remus es un mago diestro. La señorita Noel está en buenas manos.
Severus se cruzó de brazos y agachó su cabeza, mirando sus lustrosos zapatos, sintiendo el ardor de sus celos haciendo estragos en su mente.
Una leve brisa le hizo levantar la mirada nuevamente. Dumbledore había abierto uno de los ventanales, su rostro vuelto hacia la negrura, llevando sobre su brazo a Fawkes. Un segundo después el ave tomó vuelo, abriendo sus enormes alas, dejando un débil rastro de luz en la espesa oscuridad del cielo. Severus escuchó la inquietante canción del fénix que cayó sobre la tierra, llenando todo el vacío. Dumbledore cerró la ventana y se volvió hacia él.
—Hay asuntos importantes que debemos discutir, Severus.
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—¿Recuerdas tu promesa?
—No estoy seguro de poder…
—No, amigo mío, no estoy hablando de mi muerte —. Dumbledore se levantó de su escritorio y caminó alrededor de su oficina, con las manos detrás de la espalda. — La promesa que le hiciste a Lily Potter.
—He protegido al chico — soltó Severus. — He hecho lo mejor que he podido para mantenerlo a salvo, siendo él un arrogante rompe-reglas.
—No quieres que su sacrificio sea en vano, ¿verdad Severus? Qué mujer tan maravillosa, Lily. No todos habrían hecho lo que ella hizo. Lo que terminó dándonos: una forma de derrotar a Voldemort.
Severus cerró la boca, asintiendo con la cabeza.
—Ella era especial.
—Todavía es especial, sabiendo que su sangre corre por las venas de Harry. Su recuerdo sigue vivo. Ella todavía está con nosotros, y la única forma en que puede ser reivindicada es destruyendo a su asesino.
Los labios de Snape temblaron.
—¿Y se supone que debe ser Harry quien lo haga?
—Es la única forma, pero él no debe enterarse, no hasta el último momento, no hasta que sea necesario, de otra forma, ¿cómo tendría la fuerza necesaria para hacer lo tiene que hacer?
—¿Qué debe hacer para destruir al Señor Tenebroso?
—Eso es algo entre Harry y yo. Ahora escucha con atención, Severus. Llegará un momento… después de mi muerte… ¡no discutas, no me interrumpas! Llegará un momento en el que Lord Voldemort parecerá temer por la vida de su serpiente.
—¿Nagini? – susurró Severus, atónito.
—Nagini —. Asintió el director. —Cuando Voldemort deje de enviar a su serpiente a cumplir sus órdenes, y empiece a mantenerla junto a él bajo protección mágica, entonces, creo, será seguro pasar la información a Harry.
—Pero ¿de qué información está hablando?
Dumbledore respiró profundamente, apoyando sus manos sobre el escritorio. Sus ojos mirando directamente a Snape.
—La noche en que trató de matarlo, cuando Lily interpuso su propia vida entre ellos como un escudo, la Maldición Asesina rebotó en Lord Voldemort, destruyendo su ya demacrada alma. Un fragmento de esa alma se apartó del resto, y se ató al único ser viviente que quedaba en ese lugar—. Dumbledore cerró los ojos y se dejó caer nuevamente en su silla. —Parte de Lord Voldemort vive dentro de Harry, y eso es lo que le da el poder de hablar con las serpientes, y la conexión con la mente de Voldemort que nunca ha sido capaz de entender. Y mientras ese fragmento de alma, permanezca unido y protegido por Harry, Lord Voldemort no puede morir.
Un largo silencio cayó sobre los hombres. Severus alcanzaba a oír el palpitar de su corazón, los sentimientos que había albergado por Lily despertaron con un ímpetu inusitado. La ternura, la pasión, la tristeza, el dolor. Todas las emociones que había guardado en su corazón rebosaron, mareándolo, y dejándolo sin fuerzas para siquiera levantar la vista hacia el anciano.
—¿Así que el chico… el chico debe morir? – Preguntó finalmente con voz entrecortada.
—Sí. Y debe ser Voldemort quien lo haga. Eso es esencial.
Severus inclinó su cuerpo, intentando alejarse físicamente de esas palabras, del mago que una vez consideró el epítome de la benevolencia. Sintió que no podía respirar.
—Pensé… que todos estos años… lo estábamos protegiendo por ella. Por Lily.
— Lo hemos protegido porque es esencial enseñarle, educarle, dejarle que pruebe se fuerza. Mientras tanto la conexión entre ellos se hace más fuerte. A veces he pensado que él mismo Harry lo sospecha. Estoy seguro de que se está preparando para cuando salga a su encuentro con la muerte, realmente signifique el fin de Voldemort.
Severus estaba horrorizado.
—¿Ha mantenido vivo al chico para que pueda muera en el momento correcto? ¿Cómo un cerdo para el matadero?
Dumbledore finalmente abrió sus ojos azules, pero no los fijó en Severus. Su mirada fue a parar a las puertas de roble de su oficina. Tras una pausa volvió su apenado rostro hacia el hombre que lo miraba conmocionado.
—¿Y te sorprendes, Severus? ¿Cuántos hombres y mujeres has visto morir?
—Últimamente, solo aquellos a quienes no pude salvar. — La rabia, mezclada con una triste resignación ahogó su voz. —Me ha utilizado.
El anciano mago tardó unos segundos en contestarle. Respirando profundamente, evaluó a Severus. Lo conocía desde que era una criatura de apenas once años. Delgado y triste. Siempre triste. Cómo él mismo. El amor que Dumbledore había sentido en sus años de juventud había arruinado su vida y la de los seres que amaba. Algunas personas tenían vedado el amor en sus vidas. Todo sea por el bien mayor. Miró de soslayo hacia la puerta nuevamente.
—¿Qué quieres decir? — dijo finalmente.
—He espiado por usted, he mentido, me puse en peligro mortal por usted. Se suponía que todo debía ser para mantener a salvo al hijo de Lily Potter. No puedo tomar parte en esto. No lo haré… — Severus enterró su cabeza entre sus manos, su voz abatida.
—Eso es conmovedor. ¿Tu encaprichamiento por Laurel te ha vuelto blando, Severus? ¿Te has dado cuenta de que hay más en la vida que derrotar a Voldemort? ¿Te ha hecho olvidar el sacrificio de Lily?
—Nunca… No… Yo no… —Severus se puso de pie, alejándose de Dumbledore, con los ojos cerrados por el horror.
—¿Amas a esa mujer lo suficiente como para hacerte olvidar que fue debido a tus acciones que Voldemort marcara a Harry como su igual?
—¡No! Toda mi vida, sólo he vivido por Lily, y nada cambiará eso. — La voz de Severus se quebró — "Expecto Patronum"
De la punta de su varita salió una cierva plateada: Aterrizó en el piso, saltó una vez a través de la oficina y salió disparada por la ventana.
Dumbledore la vio alejarse volando, y cuando su brillo plateado se desvaneció, se volvió hacia Snape, y sus ojos brillaban.
—¿Después de todo este tiempo?
—Siempre. —dijo Severus.
El suave clic del pestillo de la puerta lo hizo girar la cabeza rápidamente.
—Había alguien escuchándonos.
—No es nadie.
Severus miró al director y supo de inmediato que había sucedido. Un sudor frío le recorrió el cuerpo, la sangre se le fue del rostro.
—Era ella. Usted la ha traído aquí.
—Tenía que hacer lo mejor para los dos. Lo que es mejor para el mundo mágico…
—¡YA NO LO ESCUCHARÉ!
Dumbledore acalló su voz, sus ojos saltaban desconcertados ante el rostro desgarrado de su espía más preciado. Los ojos oscuros brillando de rabia, los labios torcidos hacia abajo, en un lamento desdichado.
—¿Por qué?
—Es justo que conozca tus verdaderos sentimientos. No la amas lo suficiente.
—Pero yo sí… – El hombre dejó escapar un sollozo que Dumbledore solo había escuchado una vez, la noche después de la muerte de los Potter.
—Tranquilízate, Severus. —dijo levantándose e intentando apaciguar al profesor.
—No te acerques, Albus. —Susurró al tiempo que se limpiaba el rostro con la manga de su levita y caminaba hacia la puerta.
—Espera, aún no hemos terminado nuestra conversación.
Pero el mago salió dando un portazo y corrió escaleras abajo.
Albus Dumbledore se quedó en silencio, rodeado por los retratos de los antiguos directores de Hogwarts, algunos de ellos chasqueaban la lengua con desaprobación.
