Capítulo 40
Dolor y Consuelo
Las piernas se movían rápido, las manos se agitaban en el aire, húmedas y temblorosas. La mujer no hacia ningún ruido a pesar de que su cabeza se había convertido en un pandemónium de voces y lamentos. No se atrevía a abrir su boca porque sabía que lo que saldría de ella no sería tan solo un hálito de resignación. Sabía que si dejaba de apretar los dientes el llanto de desconsuelo que procuraba ahogar dentro de su pecho escaparía, anegando su débil espíritu, quebrándola, destruyendo la ilusión que había ido construyendo hace ya tantos meses.
Tropezó un par de veces en la oscuridad, tanteando el camino a ciegas ya que su visión era borrosa, sus ojos vidriosos intentaban contener las lágrimas. No sabía muy bien a dónde se dirigía, el pesado dolor que sentía por todo el cuerpo no le permitía concentrarse.
"Lily. Siempre Lily" —repetía en su mente la voz de Severus.
Ella era tan sólo una distracción. Un ser sin alma, sin importancia. Su cabello oscuro y opaco nunca podría compararse con el brillo ardiente del de Lily. Sus ojos marrones eran corrientes, aburridos y jamás tendrían la magia de aquellos ojos esmeralda que Severus amaba.
Sus pies se enredaron, sus rodillas cedieron la pesada carga que llevaba y ella se desmoronó en el suelo, enterrando su cabeza entre los brazos.
—Ven conmigo, te lo suplico.
Laurel levantó la mirada para encontrar la de Severus. El mago estaba postrado frente a ella e intentaba tomar sus manos entre las suyas. Los ojos negros brillaban en la oscuridad y Laurel no pudo evitar recordar aquella noche de invierno junto a la fogata, la noche de su primer beso.
—Vete —murmuró ella con voz marchita.
—No puedo. No lo haré —. Hizo una pausa por un segundo, su frente tocó la de ella. —Te lo suplico.
—Lo sabía… en el fondo lo sabía.
Laurel respiró hondo y un sollozo escapó de su garganta. Severus intentó abrazarla, pero la mujer se apartó de él, levantándose trabajosamente.
—Debo ir a tu despacho —dijo temblorosa.
Él la miró desde el suelo: Las sombras que proyectaba la luz de las antorchas danzaban sobre el hermoso rostro y pudo distinguir claramente el río de lagrimas que empapaban sus mejillas. Severus sentía como la culpa le estaba acuchillando el pecho salvajemente. Era un bastardo y Laurel ya podía verlo.
—Escúchame —rogó. — Lo que has escuchado no es enteramente cierto…
Laurel entrecerró los ojos, fijando su mirada en él, conteniendo el aliento. Severus imploró en su mente que la absoluta desolación en el rostro de la mujer se suavizara, rezó para que ella dijera alguna palabra, rezó por cualquier cosa de la que pudiera asirse para traerla devuelta a él.
Tras unos cuantos segundos la Akardos volvió su rostro, alejándose de él mientras hipaba levemente.
Él no tardó en seguirla.
≫ ──── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ──── ≪
Severus cerró la puerta tras de él y apoyó su espalda contra ella, observando con ojos atormentados cómo Laurel caminaba de un lado a otro en su habitación, recogiendo las pequeñas piezas de sí misma: un camisón, calcetines, su cepillo de dientes; pertenencias sin importancia que ahora adquirían un significado solemne para Severus.
—Por favor, para —dijo él cuando ella deambulaba por su oficina, recogiendo sus cuadernos. —Permíteme que me explique. Nunca quise…
—¿Herirme? ¿Permitirme enamorarme? — Laurel tenía hielo en su mirada, sus brazos apenas podían sostener sus pertenencias. — No necesitas pedir perdón por eso. Soy la única culpable. Lo supe desde el principio Severus. Cada persona que conocí me advirtió acerca de ti. No los escuché. No los quería escuchar.
—Nos tendieron una trampa. Dumbledore, Lupin… Ellos planearon que estuvieras ahí…
—¿Y eso cambia algo? Dijiste lo que dijiste por una razón. Se honesto. Sé honesto por una vez en tu vida, Severus. La amas más que a nada en el mundo. Amas los recuerdos que tienes con ella. Una ilusión perfecta. No puedo competir con eso.
Se le quebró la voz de nuevo y bajó la cara para ocultar las lágrimas.
—¿Cuándo cambió tu Patronus? ¿Después de su muerte?
Severus fue hacia ella e intentó secarle las lágrimas, pero ella agitó la cabeza.
—Responde.
—Solíamos practicar junto al lago. Aprendimos a conjurarlo juntos. Eran idénticos ya que ambos teníamos los mismos recuerdos felices.
—Es una prueba de amor verdadero.
—Es una tortura.
Laurel miró al vacío; en su cabeza estaba repasando los recuerdos felices que tenía con Severus. Se preguntó cómo se vería su Patronus si pudiera conjurar uno.
—Laurel, deja eso, por favor.
Severus tiró de su brazo, tratando de que soltara sus cosas, pero ella salió de su ensoñamiento y las apretó con más fuerza.
—No —dijo firmemente. —No pasaré más noches aquí. Ni en el castillo.
—¿Qué estás diciendo? —balbuceó Severus, insistiendo en sus intentos de quitarle la carga de las manos. — ¿A dónde irás?
—Lejos de ti. ¿No ves que me duele estar junto a ti? ¿Bajo la sombra de ella? Pensé que había una posibilidad… Me engañé pensando que podrías superarla, pero ahora veo que yo nunca sería igual de importante.
—¡Espera, Laurel!
La mujer caminó hacia la puerta y Severus no pudo detenerse: con un movimiento de la varita, las pertenencias de Laurel volaron de sus manos, de regreso a la habitación.
—Quédatelos entonces —gruñó ella, su mano fue a la manija de la puerta, pero Severus la detuvo.
—Te necesito —dijo él, atrapándola en sus brazos, alejándola de la puerta.
—Me necesitas, pero no me amas. Estoy aquí sólo para darte consuelo.
—No digas tal cosa, Laurel. Me has dado una felicidad que jamás podría haber soñado sentir.
—¿Y qué felicidad obtengo yo? —le espetó, su cara enrojeciéndose.
Laurel era incapaz de controlar sus celos, su orgullo estaba herido. Sabía que si lograba calmarse y analizaba la situación con cabeza fría probablemente no tendría el corazón para atormentar más a aquel pobre hombre. Sin embargo, en ese momento el resquemor pudo más.
—No sé que ha ocurrido para que sigas obsesionado con ella, pero sé que no puedo ayudarte. Lo quería... Realmente hubiese querido ser capaz...
Severus cerró los ojos, enterrando su rostro en su cabello, los remordimientos en su conciencia ahogándolo en penas. ¿Por qué tuvo que haber elegido convertirse en Mortífago?, ¿Por qué tuvo la desdicha de ser él quien comunicó la profecía a Voldemort? Era tan reacio a sacrificar a Dumbledore cuando, de hecho, en el fondo, siempre se había sentido como un asesino. Todavía estaba afligido por la muerte de Lily. Pero ¿cómo podría explicarle todo esto a Laurel? ¿Cómo podía contarle sus actos más oscuros?
—Lo que siento por Lily es profundo. Eso no lo puedo negar —murmuró. — Lo último que quiero es lastimarte. Estoy marcado, Laurel.
Laurel presionó su rostro contra su pecho y apretó la mandíbula, el ardor en sus ojos le advirtió de nuevas lágrimas, pero hizo todo lo posible por contenerse.
—Pero no te engañé —. Continuó él. — Es verdad cuando te digo que has llenado mis días de dicha, de amor. Eres de suma importancia para mí.
—"Suma importancia" —rio cínicamente Laurel. — Vaya, Severus, eres tan cariñoso…
La mujer se apartó de él, dando un suspiro trémulo y lo tomó de la mano, mirándole directamente a los ojos.
—¿Sabes que creo? Creo que estoy vertiendo mis sentimientos en un recipiente que ya está lleno —. Laurel chasqueó su lengua acallando el nuevo intento de Severus por hablar. — Remus tiene razón. Un poco de distancia de no hará mal.
—¡Remus! —Los ojos del mago se abrieron como platos ante la mención de aquel nombre. — ¡¿Estás escuchando lo que el maldito Remus tiene que decir?!
—Me ha dicho que podría conseguirme una habitación en El Cabeza de Puerco — dijo Laurel con desdén. —Preferiría poner más millas entre nosotros, pero…
—No. No vas a ninguna parte. Mucho menos cerca de ese hijo de puta.
—Realmente dudo que puedas hacer mucho para detenerme.
Laurel le empujó, intentando apartarlo de su camino, pero Severus la tomó por el torso, elevándola del suelo, llevándola hasta su escritorio.
—Te amo, maldita sea. —dijo con voz desesperada mientras la sentaba sobre la mesa. — Te amo, Laurel. Amo tu piel, tu olor, tu voz. Amo tu boca.
Él la besó con fuerza, pero ella lo besó aún más fuerte. Tanto que Severus pensó que podría sangrar, pero no le importó. De repente, el despacho era demasiado pequeño para contener el fuego de su pasión, las emociones ardían a través de ellos. Las manos del hombre fueron a su pecho, buscando a tientas los broches de la túnica. Ella agarró su cabello, tirando de él hacia atrás.
—¿Estás diciendo la verdad?
Severus miró sus labios hinchados, miró esos ojos ardientes. Ella respiraba con dificultad, temblando, esperando. Sus palabras llegaron en un susurro feroz:
—Sí. Te amo.
Laurel se inclinó hacia él, presionando su boca tan cerca de su oreja que el cosquilleo de su aliento caliente hizo que su entrepierna palpitara.
—Entonces fóllame como si realmente lo sintieras.
Severus no perdió más tiempo con los broches: le arrancó la ropa, arrojándola al suelo, junto con todas las cosas encima de su escritorio. Sus dedos subían como arañas por el interior de sus muslos, haciendo que la mujer sacudiera sus piernas con deseo. Con una mano empujó el cuerpo de Laurel hasta que quedó tendida y con la otra acarició la delgada y húmeda tela que cubría su sexo.
—Debo decir que también amo… No. Adoro tu dulcísimo coño.
Laurel soltó una risa que muy pronto se convirtió en gemidos sordos
Comenzó despacio, soplando su aliento cálido, acariciando con los dedos. Unos momentos fueron suficientes para dejar su panty blanco empapado. Se lo quitó centímetro a centímetro, contemplando cómo la prenda se deslizaba por sus piernas, el bulto en sus pantalones moría por salir. Severus la agarró por las caderas, acercándola a su rostro, envolviendo sus piernas alrededor de su cabeza. La punta de su lengua rozó su clítoris unas cuantas veces y ella se estremeció de placer. Su boca se movió, ofreciendo atención a cada milímetro de sensible carne.
Laurel cerró los ojos, el nombre de Severus salía de sus labios como una plegaria, el placer que se regaba por todo su cuerpo, casi divino.
El mago apretó diestramente aquel punto de placer entre sus labios, su lengua rozando con la presión precisa, sus dedos jugando entre sus pliegues rosados.
Laurel no pudo contenerse más. Aún alabando su nombre, dejó que su orgasmo le hiciera olvidar cualquier dolor.
El sabor cítrico y afrutado de su boca la hizo volver a la realidad.
—Me aseguraré de que sigas repitiendo mi nombre por el resto de nuestras vidas, Laurie. —susurró, sus manos yendo a la hebilla de su cinturón, liberando su miembro erguido. — Ahora, agáchate para mí, cariño.
Severus forzó su rostro contra el escritorio y usó su pie para separar las torneadas piernas. Una mano apretó la parte posterior de su cuello, inmovilizándola contra la madera, la otra daba palmadas a sus nalgas hasta que el color dorado se convirtió en un rojo lujurioso.
Laurel apenas si respiraba, la obscena pasión de la que era objeto le nublaba la mente. Sus piernas temblaron cuando el falo la embistió con fuerza, el sudor no tardó en caer sobre su espalda.
Fue duro, brusco y salvaje y Laurel disfrutó cada minuto del desenfreno del hombre que decía amarla.
≫ ──── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ──── ≪
Abrió los ojos y se encontró sola. El frío de las mazmorras le erizaba la piel y Laurel extendió un brazo, acariciando el lado vació de la cama. Recordó lo sucedido la noche anterior y no pudo evitar sentir un pinchazo de vergüenza. Severus había logrado convencerla nuevamente y ahora la había dejado sola.
Se sentó trabajosamente en la cama, su cuerpo aún adolorido y fue entonces cuando se dio cuenta de que su pequeño árbol de laurel estaba sobre la mesita de noche y al lado su diario. La Akardos miró confundida a su alrededor ya que estaba segura de que siempre mantenía a su querido árbol en su habitación del primer piso.
Salió de la recámara a la oficina de Severus y se sorprendió al ver un baúl en el medio de la habitación.
"Ya he empacado todas nuestras pertenencias". —Severus le sonrió. — "Pensé que tal vez querrías tener tu diario y tu árbol a mano".
