Cap 34: Banquete en el santuario
Con sumo esfuerzo Talos consiguió llegar a uno de los lugares más cercanos a Hércules junto a Giles y su pequeño grupo de siempre. Miles como siempre iba con Argus pegado a él, aunque a este último se le veía algo preocupado. Parecía estar murmurando diversas cosas, pero eso era algo frecuente en él cuando se ponía a hablar con sus "amigos". Tibalt y Nikolas iban conversando acerca de lo que sabían acerca del invitado especial. Existían tantos rumores e historias que se estaban poniendo de acuerdo en cómo preguntarle de manera educada a Hércules para que les dijera con sus propias palabras como se dieron las cosas en realidad. Aquellos viajes a sitios de los que nadie había vuelto con vida antes que él, las criaturas que conoció y cómo fue este último trabajo encargado para ser finalmente libre. La emoción estaba pintada en sus rostros y parecía que nada podría borrar la sonrisa en sus labios. Caso contrario a los gemelos. De Pólux era normal verlo con ese gesto de molestia, pero Castor parecía compartir el humor de su hermano. En esos momentos eran iguales casi sin diferencia alguna.
—Espero que nos pueda relatar sobre la vez que mató al león de Nemea —exclamó Giles sonriente—. Sísifo lo contó de manera muy simple —se quejó con un puchero.
—Tenía que hablar de muchas constelaciones y debía intentar explicar todas antes de que fuera el turno de Adonis para dar clases —justificó Talos de manera comprensiva.
—Además ese día se unieron dos nuevos dorados —mencionó Miles a modo de broma mientras miraba hacia donde estaban los gemelos—. O mejor dicho tres aspirantes pasaron la vergüenza de sus vidas.
Pese a la broma, no hubo respuesta. Cosa rara en ambos. El semidios nunca perdía ocasión en rebatir un insulto o burla de su contra y Castor debería estarle controlando para que no asesinara a nadie. El ex prostituto puso una cara pensativa intentando averiguar qué pasaba por la cabeza de ambos. Dudaba seriamente que las acusaciones de Sísifo acerca de una violación incestuosa entre semidioses se hubieran suscitado, —lo más probable era que haya sido algo consensual si hubo algo realmente entre ellos—, pero la presencia del otro hijo de Zeus parecía haberles afectado. Era difícil captar con exactitud el motivo del enojo de esos dos. Podría tratarse de algo tan simple como celos o de algo serio. Habiendo viajado durante mucho tiempo juntos la cantidad de anécdotas que tendrían aquellos hermanos no tenía límite. Por lo mismo, se propuso internamente estar alerta a las reacciones de todos los posibles implicados, pues recordaba que se decía que Hércules y Adonis fueron amantes.
—Oye, ¿estás bien, Cástor? —cuestionó Tibalt al verlo tan distraído que ni siquiera respondió a la broma.
—¿Ehh? ¿Me hablaban? —preguntó tratando de seguirle el hilo a la conversación.
—Olvídalo —resolvió el ladrón habiendo perdido el ambiente para seguir con esa broma.
—Lo lamento mucho —se disculpó el gemelo menor mientras su hermano lo veía con reproche por dicha actitud—. Estaba distraído pensando en algunas cosas.
—¿También estás emocionado por el regreso de Hércules? —cuestionó Tibalt mientras le sonreía levemente a su amigo—. Según recuerdo estuviste junto a él en el viaje de los argonautas.
—Sí, viajamos con él —confirmó con irritación el gemelo mayor—, pero no es la gran cosa como todos ustedes creen. Sólo es un idiota con suerte.
—Habló el envidioso —replicó el espadachín viéndole con desaprobación.
—Ya déjalo, hermano —pidió Cástor al semidiós—. Nadie nos creerá y menos sin pruebas —susurró queriendo tranquilizarlo.
—Ese es el problema —se quejó el gemelo mayor—. Nunca hay pruebas, sólo víctimas, pero su imagen nunca se ve afectada porque nadie les cree. Yo hago una inocente pregunta y creen que me atraen los niños.
—Preguntaste la cosa más mal interpretable del mundo —le recordó Cástor con una mirada de obviedad recibiendo una de reproche por parte de su gemelo—. De acuerdo, me callo, me callo.
El aspirante a géminis sabía que metió la pata respecto a su elección de palabras, ¡pero él quería exponer a Sísifo! No pensó que la consecuencia sería que todo cuanto aspirante le viera alejara a los niños de su camino como si fuera a violarlos brutalmente apenas le dieran la espalda. Cosa que podría y, más importante aún, pasaría si en vez de él fuera Hércules a quien se le daba la oportunidad. Si se quedaba demasiado tiempo con ellos quien sabía cuántos terminarían sirviéndole de diversión. Una diferencia entre ambos era claramente ese límite. Mientras él era alguien que prefería los cuerpos bien formados en plena juventud, su medio hermano tenía debilidad por quienes estaban en edad de ser erómenos.
Y no era algo relacionado a su apetito sexual, sino a otra cosa que aún no entendía del todo. La atracción por las mujeres hermosas era razonable; curvas marcadas, senos de buen tamaño y piernas largas y suaves que invitaban a un mundo de placer. El deseo de someter hombres también lo comprendía y al igual que el anterior incluso lo compartía. Poner de rodillas a un guerrero poderoso, alguien orgulloso o simplemente a algún rebelde que atrevía a desafiarles también tenía lo suyo. Esa era precisamente la razón por la cual nunca mantuvo relaciones carnales con él ni Apolo, esos bastardos ni siquiera tenían interés genuino en él, sólo querían verlo rogar para subirse sus egos. Por eso mismo, Pólux no le veía el atractivo a molestar niños pequeños. Ellos no estaban bien definidos y tampoco representaban un reto cuando por unos cuantos dulces irían con cualquiera y en su inocencia creerían cuanta mentira se les dijera.
—¿Qué sucede, hermanito? —preguntó Hércules mirando directamente hacia donde estaba su consanguíneo—. ¿Hay algo que te cause incomodidad? —preguntó con una mirada cálida y una leve sonrisa.
—Sí, tu presencia en este lugar —respondió Pólux con los ojos chispeando de rabia.
—No era mi intención molestarte —comentó el castaño bajando la mirada mientras dejaba la comida en su mano nuevamente en la fuente—. Cuando oí que estabas en este lugar pensé en venir a verte. Yo nunca deje de pensar en ti y a pesar del cansancio y las heridas que tengo, sólo pensaba que sería feliz de estar junto a mi hermano al menos unos minutos —finalizó el improvisado discurso emotivo.
—Debiste ahorrártelo, yo no deseaba, deseo ni desearé verte jamás —replicó el semidiós rubio con profundo desprecio.
Naturalmente Hércules colocó una expresión de profundo dolor en su rostro mientras se cubría un poco la boca con su propia mano. Para todos era algo horrible ver como una buena persona como el héroe al que celebraban estaba siendo tratado con tal frialdad por parte de su medio hermano. Les parecía obvio que Pólux sólo estaba molesto por no ser el centro de atención, pero con esos comportamientos ni venciendo a los mismismos titanes sería digno de algo. Hércules se reía en su interior al ver la rabia de su familiar. Era tan fácil manipular a las personas para que pensaran o hicieran lo que él quisiera.
Siempre era lo mismo, fuera donde fuera él era adorado por todos. Si se le decía la más pequeña frase negativa, bastaba con hacer gestos tristes para ser clasificado como un hombre grande y fuerte, pero sensible y dulce. Aun así, agradecía que la actitud de su adorado Pólux siguiera igual. ¿Qué tendría de divertido someter a un semidiós fácilmente? Era mucho más divertido cuando la presa era terca. Tal y como sucedió cuando domó al toro de Creta. Este imponente morlaco vivía en una carrera eterna y descontrolada en la que arrasaba con todo a su alrededor sin que nadie pudiera pararlo. Cuando realizó ese trabajo, se plantó frente al toro y, haciendo gala de su fuerza divina, lo agarró por los cuernos y consiguió frenarlo el tiempo suficiente como para golpearlo y dejarlo inconsciente. Consiguió dominar al animal y lo condujo, a través del mar Egeo, hasta Micenas. El éxtasis de tener a un animal supuestamente imparable completamente manso era el mismo que experimentaba cuando conseguía llevarse a la cama a un hombre testarudo.
—No le prestes atención al pollito, siempre es muy grosero con todos —consoló a su manera el pequeño Giles.
—¿Pollito? —cuestionó el de ojos azules riendo divertido por el sobrenombre.
—Así lo apodó Sísifo porque nació de un huevo como las gallinas —explicó el niño mientras reía al recordarlo.
—¡Ese estúpido caballito con alas me las pagará por eso! —amenazó el semidiós rubio ofuscado por tan vergonzoso mote puesto por el estafador que lamentablemente los demás comenzaron a imitar.
—Gracias, pequeño. Tus palabras alegran mi corazón —agradeció el semidiós con una gran sonrisa fingiendo ignorar la molestia de su familiar, pero disfrutando de ella por dentro, mientras sujetaba a Giles por debajo de los hombros y lo sentaba en su regazo—. Dime, ¿hay algo que podría hacer por ti para agradecerte por consolarme? —cuestionó con una sonrisa.
Talos correspondió a la sonrisa agradecido de poder conocer a una persona tan amable. La expresión de felicidad en su rostro era algo que nada ni nadie podría borrar. Hércules sin dudas era un héroe intachable como siempre se imaginó. Lo que no sabía leer era la mirada analítica en esos ojos azules. Ya había hecho mentalmente la lista de las presas más deliciosas allí presentes y estaba más que agradecido con el menú presentado tan amablemente; las dos bellezas antes inmortales, un semidiós, un par de tiernos niños obviamente extranjeros y si le quedaba tiempo quizás se encargaría de "hacer hombres" a unos pubertos que vio por ahí. Parecía que hacía poco alcanzaron la mayoría de edad y ¿qué mejor manera de celebrarlo que sirviéndole en el lecho a su ídolo? Les estaría haciendo un favor, le tendrían que agradecer eternamente por el honor de tomar sus virginales cuerpos para su goce.
—¿Puedes contarnos de la vez que derrotaste al león de Nemea? —preguntó Giles educadamente sacando al semidiós de su trance—. Por favor, es mi relato favorito de tus aventuras.
—Oh mi primera tarea. Qué nostálgico, por supuesto que te la contaré, pequeño —aceptó causando que el menor aplaudiera felizmente—. El León de Nemea era, al igual que la Hidra, descendiente del monstruo Tifón y la ninfa Equidna. Sus garras eran más filosas que cualquier espada mortal y su piel dorada era una impenetrable armadura. Además, era poseedor de una gran fuerza. Este monstruo invencible moraba las tierras de Argólida, aterrorizando a todo aquel que se atrevía a acercarse demasiado a las colinas de Nemea. Ese imparable animal no sólo era fuerte sino también muy astuto, secuestraba a las mujeres indefensas y las llevaba a su cueva, atrayendo a los caballeros que osen querer rescatarlas. Se dice que cuando estos llegaban a su cueva, veían una mujer lastimada, y al acercarse, esta se transformaba en el león, quien los mataba y ofrecía sus huesos al Hades.
—¡Qué malvado! —se quejó el pequeño rubio haciendo un puchero mientras apretaba los puños.
—Luego de buscarlo arduamente durante mucho tiempo por las colinas, lo encontré y comencé a intentar herirlo con mis flechas. Yo sabía que el León no solamente era más grande, sino más vehemente y potente que las demás bestias. Pero desconocía su principal ventaja, y era que no existía madera, metal o piedra que fuera capaz de perforar su piel.
—¿Y qué hiciste entonces? —preguntó Tibalt inmerso en el relato al igual que los demás oyentes.
—Conseguí espantarlo con mis flechas y guiarlo hacia su cueva, donde dejé mis armas y lo enfrenté con mis propias manos —relató Hércules alzando su brazo para enseñar sus marcados bíceps con algunas cicatrices viejas de aquella pelea.
—¿Con tus manos totalmente desnudas? —cuestionó Nikolas sin poder creerse semejante muestra de valor.
—Luego de una ardua batalla, logré llevar al León al piso y estrangularlo con mis propias manos —dijo el semidiós mientras envolvía su mano en el cuello de Giles, quien reía feliz por la demostración actuada.
—Una vez vencido el león, usé las garras de una de sus patas para extraerle la piel, y la vestí como una capa impenetrable —finalizó el relato viendo con orgullo como lo vitoreaban y llenaban de ovaciones. A excepción de unos pocos.
Entre ellos los tres dorados que tenían sus mentes ocupadas en otras cosas. Acuario había conseguido dejar a su amigo rubio en uno de los cojines más alejados de Hércules y con rápida salida en dirección a la puerta. Seguido de él, si se veía desde atrás hacia delante, estaba Shanti y en el medio cubriendo el campo visual del semidiós estaban los lugares ocupados por León y por él. Dejando un tercero reservado para cuando Sísifo se les uniera. Esperaba que la disposición seleccionada no fuera motivo de interés de la diosa ni de su medio hermano o tendría problemas para justificar su decisión. Ganímedes no estaba seguro de qué pensaba o cuanto sabía Atena acerca de la relación pasada entre su invitado y piscis, pero era más que evidente lo mala idea que resultó. Le era imposible dar un bocado con calma sin sentir que debía prepararse para atacar o defender en cualquier momento. León se encontraba igual que su compañero dorado. No se sentía tranquilo al tener a Adonis muerto de miedo y al pequeño Shanti ignorante de lo quien podía ser el hijo de Zeus.
Era verdad que él no solía juzgar en base a los cantares, hecho que le confesó a Apolo cuando comenzaron a frecuentarse, y nunca estuvo tan agradecido como en esos momentos. Esa perfecta y humilde imagen proyectada por el semidiós le causaba mala espina. No estaba seguro del motivo, pero su instinto le advertía que algo andaba mal. Le faltaban palabras para precisar qué era lo que le generaba tanta desconfianza hacia el invitado, pero allí estaba. Quizás era ese burdo intento de parecer perfecto. A los dioses, semidioses y ex inmortales que conoció lo primero que les notó fueron los rasgos negativos; Atena era orgullosa, Apolo lujurioso, Artemisa prejuiciosa, Ganímedes engreído, Adonis desconfiado, Sísifo impulsivo y Pólux antipático. Quizás se debía a eso mismo que los sentía honestos. Eran lo suficientemente confiados en sí mismos como para mostrarse como eran sin importarles cómo fueran juzgados. Eso mismo era otro rasgo que podría considerar en cierto grado negativo, pues veían a los demás muy poca cosa como para tomar su opinión en cuenta.
Hércules era diferente. Desde que se sentó tras aquel pequeño discurso no había parado de hablar con todos los presentes llenándolos de elogios hasta por cosas nimias. Intercalándolas con auto alabanzas bien disimuladas, pero que podían leerse entre líneas. Además de la sutil coquetería que dirigía a más de uno logrando sonrojarlos por los elogios. La parte que estaba preocupando al guardián del quinto templo era ese énfasis en señalar lo lindos que eran los aspirantes más pequeños. Por ejemplo, Giles quien estaba recibiendo demasiada atención de su parte, cosa que lo alegraba tanto a él como Talos por ser sus admiradores, pero la mirada lujuriosa y ese maldito movimiento de lamerse los labios de forma imperceptible cuando le acariciaba la espalda de manera aparentemente inocente, le provocaba querer golpearlo. Debía recordarse constantemente mantenerlo vigilado para actuar cuando correspondiera y no antes o sólo causaría problemas peores.
—Eres un gran anfitrión, Ganimedes —felicitó Hércules mientras se llevaba comida a la boca y la masticaba lentamente asegurándose de hacer gestos sutiles, pero sugerentes con su lengua—. Eres muy bueno atendiendo a tus invitados.
—No creo merecer tales elogios —respondió acuario algo incómodo por lo claras que eran sus intenciones.
—¿Cómo qué no? —preguntó el semidiós castaño con fingida inocencia—. Alguien de tu talla; hermoso, inteligente, bien educado y servicial debe ser celebrado —habló con una sonrisa claramente falsa—. Terminar en este lugar sirviendo a mi hermana era algo esperable.
Aquella frase podía sonar a elogio. Cualquiera que escuchara esas palabras diría que le estaba felicitando por ser seleccionado para estar al servicio de una deidad. Mas, en su caso particular habiendo sido el copero de los dioses alguien de alta alcurnia, amante del rey del Olimpo y de los favoritos por diversas deidades, sonaba a insulto. Una forma de expresarle lástima por su exilio de los cielos.
—¡Nuestro príncipe de hielo es sin dudas lo mejor de lo mejor incluso entre los dorados! —exclamó uno de los aspirantes claramente borracho en celebración.
—Oh vamos, aunque sea de los más guapos, yo creo que Adonis es más atractivo —contradijo otro igualmente envalentonado por las numerosas copas de vino ingerido.
—¿Estás loco? —intervino un tercero—. Ganimedes es guapo, inteligente, calmado, con cosmos de hielo y siempre nos sorprende con sus habilidades. No sólo es buen sanador sino anfitrión. Mira lo que logró para Hércules.
—Adonis también es un gran sanador, además es amable, elegante, paciente y más hermoso que el Adonis que fue amante de Afrodita —enumeró el otro sus argumentos dejándose al descubierto como fanático de piscis.
—No sabes de lo que hablas —contradijo su amigo mirándolo con desdén por sus gustos.
—Entonces preguntémosle a Hércules su opinión —sugirió un tercero.
—¿A mí? —interrogó el aludido con una falsa expresión de confusión.
—Sí. Tú que has tenido tantas bellezas en tu lecho dinos quién es más hermoso ¿Ganimedes de acuario o Adonis de piscis? —cuestionaron varios con diversos sinónimos, pero en esencia todos pedían saber quién era el más guapo.
—Mmm es una elección muy difícil decidirme por uno solo —respondió con gesto pensativo.
A los ojos de cualquiera la respuesta que estaba meditando se refería únicamente a elegir cuál era físicamente más guapo, pero la mirada de felino al acecho que les estaba dando era suficiente para sentirse completamente incómodos. No estaba seleccionando entre ellos sólo de palabra. Y eso fue notado por Miles. Pese a ser sutil, había un ligero movimiento en la nuez de Adán de Hércules y dado que no estaba bebiendo ni comiendo nada sólo podía significar que tragaba su propia saliva. Y no era la única señal sospechosa. Giles estaba sentado peligrosamente cerca de la entrepierna del hijo de Zeus y casi por cualquier cosa Hércules se inclinaba o movía frotándose "accidentalmente" con el cuerpo del menor.
No obstante, lo más alarmante era el rostro pálido de Adonis. Aun recordaba claramente las palabras de sagitario acerca de que la pasó muy mal en el pasado y ese miedo en sus ojos no dejaba lugar a dudas de que tenía algo que ver con ese turbio pasado que lo hizo tenerles miedo a prácticamente todos. "Mierda, Sísifo ¿dónde estás metido cuando más haces falta?". Pensó el ex prostituto.
Aunque odiara admitirlo, no podía hacer nada. Ni siquiera era capaz de darle consuelo a Ganímedes y mucho menos a Adonis. Por unos breves momentos se arrepintió profundamente de haber confesado que le gustaban. Si con el príncipe de hielo se sentía una completa basura comparado con su ex amante Zeus, con el santo venenoso la cosa no se figuraba mucho mejor. Si bien no parecía existir un buen recuerdo del rubio sobre sus amantes pasados, no podía decir que el panorama pintara mucho mejor. Deseaba de corazón protegerlo. Sus buenas intenciones eran genuinas, pero ¿qué podía hacer él para defenderle? Sísifo se peleó con Afrodita y Eros por piscis y no dudaba que no le temblaría la mano para alzar su puño contra Zeus o cualquiera de sus hijos si hacían algo indebido. ¿Él podría llegar a ofrecer eso? ¿Ser un lugar seguro para Adonis o sólo sería una carga más a sus pesares y demonios internos? Ni siquiera escuchó la respuesta que dio Hércules a la competencia de belleza entre acuario y piscis. Estaba demasiado ahogado en sus inseguridades y el peso de la realidad.
—Debo retirarme ahora —anunció Adonis con ansiedad por alejarse de la mesa. No soportando más estar en el mismo lugar que el castaño.
—Debes estar aquí, aunque sea a una distancia prudente. No querrás perderte esta oportunidad única en la vida de poder conocer a un héroe como Hércules —aconsejó Talos sin ninguna mala intención.
—Es por mí veneno—replicó intentando darse un escape rápido al problema.
—¿Veneno? —Interrogó Hércules sin entender a qué se referían.
—Verás, Adonis sufrió de una maldición que volvió su sangre un veneno letal para quien lo toque. Normalmente usa rosas blancas para poder estar algo de tiempo con nosotros, pero cuando se acaba el efecto debe irse para no causar envenenamientos accidentales —explicó Tibalt de forma resumida lo que el propio piscis les había comentado hacía tiempo.
"Así que ese es el famoso veneno que usó Atena para que Afrodita no volviera a tocarlo". Pensó el hijo del dios del trueno. La diosa del amor había afirmado que tal maldición no iba a detenerla para recuperar a su amante favorito. Aquel al que crio como a su propio hijo y convirtió en la persona más complaciente en las artes amatorias. Y él por supuesto no sería menos que ella.
—Puedes acercarte a mí, confío que con mi fuerza de semidiós no habrá problema —ofreció Hércules abriendo los brazos como si fuera a recibirlo en ellos.
Los labios de Adonis temblaron como consecuencia del castañeo de sus dientes por el miedo. Sus piernas parecían de gelatina y no se sentía con fuerzas para correr. Lo último que deseaba era provocar el instinto de caza del semidiós y ser perseguido como un ciervo en el bosque.
—Déjalo en paz, da igual que seas un semidiós o no, caerás envenenado —advirtió Pólux intentando usar esa excusa para tenerlo alejado del rubio.
—Tengo más resistencia que tú —replicó el castaño a su medio hermano viéndolo con un gesto de superioridad—. Incluso en el viaje con los argonautas fui el que hizo más trabajo físico y peligroso. Y si soy afectado, podría el mismo Adonis o Ganimedes atenderme. Ambos son sanadores, ¿o no? Y de paso podría servirme una copa de vino —bromeó causando diversas risas por parte de los presentes.
Acuario apretó los puños deseando golpearlo. Ser el copero de los dioses fue un gran honor, no era un simple sirviente o una ramera. Sin embargo, desde su llegada el semidiós se esforzaba en hacerlo ver como esas dos cosas. Alguien para uso y disfrute de cualquiera para luego ser desechado. Hacía ver como ser santo de Atena no era más que una especie de refugio para exiliados o caídos en desagracia. ¡Maldito! Una y mil veces maldito fuera el momento en que fue concebido. León quería intervenir, pero no sabía exactamente cómo. Si se tratara de alguien que insultaba directamente podría fácilmente pedirle que parase, pero no era capaz de idear algo para llamarle la atención sin caer en sus manipulaciones o llevarlo a una confrontación donde claramente él saldría perdiendo. Camuflando sus indirectas con bromas inofensivas les dejaba sólo dos opciones; aceptarlas callados o responder y pelearse con sus admiradores.
—¿Te quedarás en el santuario? —preguntó Giles entusiasmado de tener más tiempo a su lado.
—Me encantaría quedarme unos días, pero ¿habrá lugar para uno más? —preguntó el héroe rascándose la nuca fingiendo estar nervioso e incómodo por molestarles.
—Puedes quedarte a dormir con nosotros y contarnos más sobre tus hazañas si gustas —sugirió Talos emocionado.
Pensaba que podría hacerle una gran cantidad de preguntas hasta altas horas de la noche. Se sentía como un niño al que le contarían sus cuentos favoritos antes de dormir.
—Nadie necesita sus historias narcisistas —mencionó Pólux lanzando un gruñido.
—A mí me encantaría oírle —opinó Nikolas contradiciéndole.
—Ahh no sabes leer las indirectas —se quejó el semidiós rubio cruzándose de brazos— Hagan lo que quieran, no me importa —bufó más que hastiado.
Repentinamente, un poderoso cosmos divino se dejó sentir llegando a unírseles. La diosa Atena hizo acto de presencia ataviada con ropa festiva la cual consistía en un peplo abierto y corto que servía tanto de túnica como de manto. Era un chal de lana bastante estrecho, atado en los hombros mediante fíbulas; no llevaba cinturón ni costuras. Tan solo uno de los lados del cuerpo estaba cubierto y el otro lado quedaba al descubierto al menor movimiento. Esa túnica cuyos lados, al no estar cosidos en la parte inferior, se entreabrían y dejaban al descubierto sus muslos al caminar. La tela era de color púrpura. El cinturón no solo mantenía los repliegues ajustados, y evitaba que la pierna derecha quedara al descubierto al caminar, sino que también despejaba el torso y contribuía a ofrecer una silueta más noble y austera. Mientras Sísifo llevaba su armadura dorada cubriéndole. Lo peculiar era que no estaba volando como de costumbre, sino que iba caminando como una persona normal. Cosa rara, pues él siempre que usaba su armadura casi no tenía los pies en el suelo.
La razón de ese ligero cambio era sencilla, pero secreta para todos. Nadie, ni siquiera los santos dorados, sabían que él curaba a la diosa Atena usando su sangre y cosmos. En esta ocasión la deidad tenía huesos rotos y su cosmos estaba bastante debilitado como si hubiera vuelto a enfrentar a un dios. "Esa pequeña sanguijuela me chupó la sangre como si fuera una empusa y me drenó gran parte de mi cosmos. Si estuviera herido me habría sido imposible sanarla. Estaba tan mal que incluso habiéndola ayudado estando perfectamente sano, me siento cansado y un poco mareado. Lo único bueno es que tras tanto tiempo haciendo esto descubrí que comer dulces luego de darle mi sangre me hace sentir algo mejor". Pensó Sísifo mientras se separaba de la diosa para irse a sentar en el lugar que estaba reservado para él. Observó curioso y feliz que llegó a tiempo para la hora del postre y no tendría que lidiar con las tediosas ensaladas que su padre insistía que necesitaba para crecer. O eso creyó hasta que vio a León señalarle las verduras que reservó especialmente para él. Agradecía que pensara en su bienestar, pero en serio necesitaba algo dulce con urgencia.
—Te ves hermosa, hermana —halagó Hércules mirándola a detalle.
"Y totalmente recuperada". Agregó en su mente sorprendido y curioso del origen del milagroso elixir en el poder de la anfitriona. Su vestido dejaba ver bastante piel de su persona y no había rastro de heridas, rasguños o siquiera moretones. Sin Apolo ni los sanadores del santuario había conseguido aquello que a los demás dioses les tomaría días conseguir. Sin dudas necesitaba saber dónde escondía su hermana aquel tesoro. Lamentablemente, quien podría conocer ese secreto evidentemente sería sagitario, quien la había escoltado. Seguramente lo llevaba consigo para que montara guardia y así proteger el secreto. Podía deducir que el pequeño ángel quizás desconocía los detalles o la importancia de aquel elixir, pero al menos le serviría de guía para saber en qué lugar sucedió la instantánea recuperación. El problema sería convencerlo de hablarle de eso. Necesitaba ganarse su simpatía, pero parecía demasiado cerrado e indiferente.
—Parece que es un trabajo pesado ser el ángel de Atena —comentó el semidiós castaño sonriendo en tono juguetón y divertido.
No recibió respuesta alguna. Sísifo simplemente se había sentado a comer ignorando por completo su existencia. Se le veía más interesado en el tazón de dulces que tenía Shanti y que al parecer intentaba intercambiar con el propio aprovechando la ceguera del rubio.
—¿Cómo has encontrado nuestro humilde banquete? ¿Es todo de tu agrado? —preguntó Atena mirando a su medio hermano con solemnidad.
—Por supuesto que sí —agradeció alzando una copa en su honor—. Buena comida y compañía —mencionó mirando a sus presas—. ¿Qué más podría pedir?
—Me alegra oír eso —asintió la diosa de la guerra acomodándose en su sitio.
—¡Ahora que estamos todos reunidos cuéntanos de tu último trabajo! —pidió Nikolas ansiosamente siendo una de las cosas que más habían estado esperando.
—No seas maleducado —regañó Tibalt golpeando el hombro de su amigo con la mano.
—Lo siento —se disculpó enseguida el hijo del juez sintiéndose apenado por su manera de actuar—. Es que estoy demasiado curioso.
—No se preocupen. No me molesta contarles lo sucedido —dijo Hércules sonriendo al ver la oportunidad de restregarle en la cara al estafador su hazaña escapando del inframundo—. Mi último trabajo consistía en bajar al Inframundo y llevarme a su guardián Cerbero, el perro de tres cabezas —relató moviendo las manos para acompañar sus palabras—. Con la ayuda de Atena, bajé a los infiernos y me encontré con Hades en persona.
—¿Y no sentiste miedo? —cuestionó Giles ansioso por la respuesta.
—Claro que no —negó Hércules moviendo la cabeza de un lado a otro—. En mis viajes me he enfrentado a todo tipo de criaturas monstruosas y conocido diversas deidades. Conocer a mi tío sólo fue una reunión familiar para mí —bromeó con una corta risa acompañando sus palabras.
—¿Cómo conseguiste que te diera su perro? —preguntó Tibalt levemente inclinado hacia adelante como si de esa manera pudiera oírle mejor.
—No fue nada fácil la verdad. Intenté pedirle amablemente que me lo prestara, pero estaba muy enojado conmigo —mencionó el semidiós rascándose la barbilla.
—¿Por qué? —cuestionó el pequeño rubio en su regazo sin entender la razón—. Eres un héroe querido entre dioses y mortales. El campeón de la humanidad, ¿por qué estaría ofendido contigo?
—Es que liberé a Teseo y traté de hacer lo mismo con Piritoo a los que tenía capturados —respondió con sencillez—, pero yo sabía que la tierra necesita de héroes como Teseo por eso lo liberé. Lamentablemente no pude hacer lo mismo por Piritoo.
—¿Y esos dos qué hacían en el inframundo? ¿Acaso no liberaste un mal peor al actuar sin pensar? —cuestionó Pólux con intención de quitarle un poco esa aura de salvador que estaba proyectando.
—Estaban encarcelados porque intentaron secuestrar a Perséfone —respondió Hércules con desinterés.
—¿Para qué? —preguntó un curioso expresando la duda de los demás aspirantes.
—Pirítoo pretendía casarse con Perséfone y luego de raptarla iban a ir por Helena para que se casara con Teseo —explicó Hércules sonriendo inocentemente, pero su medio hermano recibió el veneno en esas palabras.
—¡¿Mi hermana?! —exclamó el aspirante de géminis lleno de odio—. ¿Liberaste al sujeto que pretende secuestrar a mi hermana? ¡Helena es una niña!
—Lo siento, hermanito —se disculpó el agasajado mientras ponía una expresión de sumo pesar—. Tal vez he pecado de ingenuo, pero Teseo prometió no hacerle nada a Helena. La cortejara correctamente cuando sea mayor —mintió descaradamente dado que nunca le importó que fuera de Helena.
—¡Como le haga algo, no respondo! —amenazó el semidiós rubio crujiendo los dientes mientras las palmas de sus manos azotaban la mesa con rabia.
—En verdad lamento hacerte enojar, pero mi naturaleza heroica me impide abandonar a alguien en problemas si puedo ayudarle —dramatizó Hércules exagerando sus expresiones fáciles.
—No es tu culpa, Hércules —consoló Talos mientras miraba mal al otro semidiós—. Cuando se tiene un corazón tan grande y noble como el tuyo es difícil no ser un héroe hasta para personas que no lo merecen.
—Ignora al pollito, ¿qué sucedió después? —preguntó Giles dando pequeños saltos de la emoción estando aun sentado en el regazo del semidiós.
—Como dije, Hades estaba enojado conmigo así que comenzamos una feroz batalla que logré superar y lo dejé tan malherido que subió al Olimpo para sanar —rio con ganas celebrando su victoria—. Luego fui por Cerbero. Me lancé contra la criatura y la atrapé agarrando las tres cabezas al mismo tiempo. Mi hermana me ayudó a llevarlo hasta el rey. Cuando Euristeo vio a Cerbero en su palacio quedó paralizado por el miedo y, habiendo cumplido con éxito los doce trabajos, no tuvo más remedio que liberarme de mis culpas —celebró con una gran sonrisa.
—Increíble —susurraron algunos.
—Eres el primer mortal en ir y venir del Inframundo —alabó otro maravillado por realizar lo que ningún otro hombre pudo jamás.
—Te equivocas —corrigió Pólux llamando la atención de todos—. No es el primero.
—¿Ah sí? ¿Y quién según tú lo logró antes? —retó Nikolas a que le responda a todos los presentes.
—El estafador de dioses —declaró el semidiós rubio mirando al otro con desafío—. Él fue y vino del inframundo venciendo a la misma muerte.
—Nunca he oído de él. Te lo estás inventando —acusaron algunos de los admiradores de Hércules.
—Esa persona en verdad existió —apoyó Miles algo incómodo de tener que estar del lado del semidiós rubio, pero si dejaba que la admiración por Hércules siguiera creciendo, sería imposible razonar con alguno de sus compañeros en el futuro—. Además, al estafador no lo ayudó ningún dios. Sólo con su astucia logró lo que otros ni siquiera sueñan —mencionó el ladrón intentando que sagitario captara la indirecta.
A Pólux ciertamente le extrañó recibir apoyo de la ramera acerca de sus palabras. Era sospechoso que hiciera eso, pero no le dio demasiadas vueltas al asunto. De momento tenía otros problemas que atender. Independientemente de la razón detrás, parecían coincidir en que no debían dejar que sus compañeros fueran cegados por el invitado. Pues una vez que estuvieran completamente hundidos en la admiración hacia Hércules, harían oídos sordos a cualquier advertencia o palabra de parte de alguien que no fuera el propio Hércules. Serían mansas ovejas a la disposición del castaño y un ejército personal cuando debieran defenderlo.
Se sabían en desventaja numérica y para desgracia de los dorados y aspirantes que veían la peligrosidad del "campeón de la humanidad" el que debería estar poniendo orden, el ángel de Atena, no intervenía. Lo notaron sospechosamente silencioso. Todos los días hablaba hasta por los codos sin importar la actividad que estuviera realizando; comer, bañarse, entrenar. Y hoy, justamente el día donde necesitaban que se hiciera oír estaba comiendo callado mientras hacía muecas de disgusto y a ratos reía hasta atragantarse. ¿Habría perdido la cabeza? "Tal vez si estamos condenados". Pensó Pólux al ver que quien debería imponerse estaba en su propio mundo.
Sagitario estaba hundido en sus pensamientos debido a la conversación que mantuvo con la diosa Atena. La había confrontado respecto al motivo de ser el único dorado al que le extraía sangre y cosmos para curarse. Lo cual era extraño debido a la existencia de dos sanadores que lo superaban con creces en conocimientos médicos. Él lo mucho que hacía era cortarse la mano o dejar que la diosa de la guerra lo mordiera hasta sacarle sangre, luego hacia arder su cosmos y listo. Ella se sanaba. Quiso saber el motivo de hacerle guardarlo como secreto de los demás, pero la respuesta que obtuvo era que su sangre era especial. "Ajá, especial. Si como no, pequeña bruja. Si pareces sanguijuela cuando me muerdes. Apuesto a que si no te detuviera te pondrías toda gordita como esos gusanitos negros". Pensó riéndose sólo al imaginar a Atena siendo redondeada como una. Comenzó a toser al atorarse parte de la comida en su garganta y sostuvo una copa cualquiera listo para beberla y hacer pasar lo que estaba asfixiándolo.
—¡Sísifo no! —gritó León quitándole la copa para darle otra que sólo contenía agua—. Esa tenía vino.
—¡Sólo quería beber algo para volver a respirar! —se defendió el arquero luego de beber mientras se restregaba los ojos al sentirlos llorosos por la misma tos anterior.
—No puedes emborracharte, es peligroso —susurró su padre preocupado pensando en que lo último que necesitaba era tener a su niño fuera de combate en presencia de dos semidioses.
—¿Por qué no le dejas probar? —preguntó Hércules queriendo mostrar "apoyo" quizás si proyectaba la imagen de alguien consentidor podría acercarse y sacarle información.
El arconte del león se giró enojado pensando en responderle con agresividad por siquiera sugerir emborrachar a su niño. Sísifo tenía muy poca resistencia a bebidas fuertes y como probara demás, se quedaría dormido. Sin embargo, no llegó a pronunciar palabra por culpa de la voz de su hijo.
—¿Puedo tomar mi postre ahora? —cuestionó con una sonrisa inocente—. Por favor, ya me terminé mis verduras —dijo haciéndole ojos de cachorro triste.
—Mentiroso —reclamó Shanti con enojo mientras enseñaba su plato lleno de vegetales—. Los tiraste a mi plato.
—Eres tú el que miente —se quejó sagitario viéndolo con los ojos entrecerrados—. Terminé toda la ensalada que estaba en mi plato.
—Será lo que quedó después de echarme la mayoría a mí —volvió a acusar el invidente.
—¿Cómo puedes hacerme semejante acusación? —interrogó inflando las mejillas dramáticamente listo para hacer uno de sus berrinches.
—Puedo afirmarlo porque lo hiciste delante de mis ojos —respondió el santo de virgo.
—Entonces no viste nada —susurró el arquero ganándose una mirada de reproche de su padre.
—Puedo oírte —elevó la voz el guardián del templo de la virgen—. Sé lo que hiciste y no te mereces el postre.
—¡No tienes autoridad para prohibirme eso! —reclamó sagitario.
—¡Arderás en el infierno por goloso! —respondió Shanti enojado.
Los pequeños dorados comenzaron a pellizcarse las mejillas y jalarse el cabello al ser la única parte que tenían "vulnerable" por estar usando sus armaduras. Si quisieran hacerle algo al otro, la vestidura sagrada no se los permitiría a menos que usaran su cosmos y eso significaría destruir el comedor. Pólux al igual que Miles sentían morir sus esperanzas de que el crecimiento del ego de Hércules fuera frenado, al ver a la supuesta máxima autoridad del santuario luchando por un postre con otro dorado. Si no fuera porque León los estaba sujetando igual que hacía usualmente con Caesar lo más probable es que habrían empezado a destrozar todo a su alrededor. El hijo de Zeus de cabellos rubios soltó un largo suspiro. Nunca entendió la adicción de sagitario hacia los dulces, los comía todo el tiempo, pero existían días donde era especialmente caprichoso en su insistencia de consumirlos. Aunque debía darle crédito a que esa pelea había conseguido distraer la atención de la mayoría. Era bien sabido que si sagitario hacía berrinche o se enojaba por supervivencia se debían alejar lo más rápido posible.
Por su lado Hércules se sentía profundamente ofendido por los constantes desplantes del menor. Si había algo que odiaba era la indiferencia. Cuando era niño sus pares lo evitaban como si fuera la peste. Algunos incluso le tendían trampas de manera maliciosa queriendo que probara que era el hijo de Zeus. Todo porque la historia de cómo asesinó a unas serpientes estando en la cuna se extendió demasiado. Alguna vez quiso encajar con los mortales, pero eran unos malagradecidos que sólo querían alguien que les salvara el pellejo. Así que, ¿por qué no devolverles el mismo trato? Él les libraba de monstruos y ellos ofrecían su adoración en forma de oro, fama, o bellezas. No obstante, el estafador le recordaba a sus peores días. Cuando todavía no era nadie, aquellos ayeres en los que veía a otros niños como su hermano gemelo jugar y divertirse con amigos mientras él miraba a la distancia. Justo igual que ahora. Odiaba a los niños. Sabía lo crueles que podían ser detrás de esos rostros inocentes, pero eso era algo que de adultos todos olvidaban. Menos él. Hércules no dejaría ir sus memorias de cómo esos bastardos de no más de diez años lo humillaron y aislaron en su infancia.
—Sísifo —llamó la diosa Atena harta de verlo metido en esa tonta pelea—. ¿Por qué no nos entretienes tocando la lira?
CONTINUARÁ...
N/A: Sé que según la mitología primero raptaron a Helena y la dejaron bajo la custodia de Etra, y luego decidieron bajar al inframundo en busca de Perséfone, pero por el bien de la trama cambié eso ya que más adelante abordaré la guerra de Troya y este evento aunque aquí sólo se menciona será importante más adelante.
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