Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.
Capítulo 1
― Estoy mareada ―dije al tiempo que tropezaba.
Sus brazos me apretaron.
― No debiste beber demasiado, amor ―su regañó fue dulce, así como era siempre.
De nuevo tropecé con mis propios pies.
Enterré mis dedos en los antebrazos de Edward para no caer. Solté una risita a la vez que daba pasos inseguros, caminar a tientas no era lo mío.
No entendía el misterio de lo que ocurría, pero estaba aquí. Con una venda en mis ojos mientras los brazos de mi esposo me guiaban.
Edward organizó una cena especial para nosotros dos en Different Pointe of View, mi restaurante favorito, pasamos una velada divertida y bebimos para relajarnos, aunque una parte dentro de mí seguía sintiendo esa incomodidad de verlo tan distraído, llevaba semanas comportándose extraño, sin añadir la semana que tuvo que salir fuera de la ciudad por trabajo.
Llegué a cuestionarme si todo el misterio se debía a que deseaba pedirme el divorcio, incluso se lo hice saber, confiaba en que nosotros no había secretos. Al menos no existían de parte mía.
Como siempre. Edward me pidió tranquilidad. Y bueno… estaba siguiéndole el juego.
― ¿Estás lista, nena? ―gruñó seductor en mi oreja.
Asentí con un movimiento de cabeza. La emoción invadía mi cuerpo, eso de no saber a dónde había decidido traerme era una revolución de emociones.
La venda cayó de mis ojos y la estúpida sonrisa en mis labios se desvaneció. Era una gran casa ―caminé tambaleante, sin comprender… asomé mi vista más allá de los ventanales traseros, había un enorme patio.
Estreché mi vista comprendiendo que era una casa estilo rancho, aprecié las colinas en medio de la oscuridad, no había duda, tenía todas las características de un rancho.
Me giré hacia él. Edward tenía sus manos en los bolsillos de su pantalón y su mirada estaba fija en mi rostro, lucía nervioso. Deduje que también estaba preocupado por las incesantes veces que pasaba una mano por su pelo.
― ¿Por qué una casa?
Teníamos nuestro penthouse. Lo compartimos desde antes de casarnos y era perfecto para nosotros dos.
No necesitábamos más. Menos un rancho para vivir, me volvería loca con lo extenso del lugar.
― Porque la vamos a necesitar ―respondió sin emoción.
Desvió su mirada y empezó a deambular de un lado a otro. Parecía perdido en sus propios pensamientos.
― Amor… ―lo llamé― no necesitamos un lugar tan grande para vivir. Edward, escúchame ―me acerqué y lo sujeté del brazo. Lo hice ver mi rostro― ¿qué demonios pasa?
Exhaló.
Me sentí mejor cuando gané su atención. Sus ojos verdes mirándome y ahí estaba de nuevo esa angustia en su mirada que me heló la sangre.
― Pronto seremos más… ―su explicación se quedó a medias. Como si estuviera buscando las palabras oportunas para hablar.
Mi corazón empezó a retumbar como tambor en mi pecho.
― ¿De qué estás hablando?
― Hay algo que no sabes de mí.
Me alarmé con su seca respuesta. Edward era hijo único, perteneciente a los Cullen. Una de las familias más prestigiosas y reconocidas en Phoenix. ¿Quién no conocía los Cullen? Dueños de la firma de abogados más importante del estado.
― No estoy entendiendo ―me sinceré.
Suspiró ruidosamente.
― Tengo tres hermanos menores de los que debo hacerme cargo ―farfulló―. Estoy obligado a traerlos conmigo antes de que servicios sociales decidan enviarlos a lugares de acogida. No tengo opción.
Cerré mi boca. Inconscientemente la había abierto y la mantuve así hasta que reaccioné.
― ¿Tres hermanos? ―Logré decir.
― Sí, Bella.
― Pero… ¿por qué debes hacerte cargo tú y no tus padres? ―Me concentré en su rostro, no dejaba de pasar una y otra vez la mano por su caótico pelo―. No sabía que Esme y Carlisle tuvieran más hijos.
De nuevo exhaló, pero ahora parecía enfadado.
― Ellos no tienen nada que ver.
― ¿Por qué no? Ellos son tus padres, por lo tanto son los padres y los responsables de esos hermanos tuyos.
― ¡Es que no entiendes, Bella! ―Me chilló cuando nunca lo había hecho.
― No me grites ―le pedí― porque te aseguro que puedo dialogar sin elevar la voz.
― Carlisle y Esme no son sus padres, el responsable soy yo, a quién han buscado es a mí.
― Me estoy enfadando con explicaciones a medias ―espeté―. Dime qué diablos pasa.
― Soy adoptado ―musitó avergonzado y escondiendo su mirada de mí―. Esme y Carlisle me adoptaron cuando tenía diez años. Me trajeron a Phoenix, cambiaron mi vida, me dieron su apellido y jamás volví a saber de mi madre biológica.
― Adoptado… ¿por qué no me lo dijiste? ―me llené de rabia y tristeza al saber que ocultó parte de su vida de mí―. ¡Tenemos cinco años casados! Ocho años en total de estar juntos, Edward. Y en todo este tiempo no fuiste capaz de decirme la verdad.
― No es algo de lo que deba sentirme orgulloso ―la acritud en sus palabras me descolocó, siempre había pensando que la perra sin sentimientos era yo y no él.
― No importa si debes sentirte orgulloso o no. Es parte de tu vida y yo debía saberlo.
― Pues ahora lo sabes.
Alguien de los dos debía ceder y tragar su coraje para no llegar a los límites. Apreté las uñas en las palmas de mis manos, volviéndolas puños e inhalé lentamente por la boca para no echarme contra él.
El coraje se estaba convirtiendo en rabia y juraba por mi vida que me quería ir a los golpes contra él. Era una idea estúpida, pero muy necesaria para resarcir mi frustración por sus estúpidas explicaciones.
― Eres un imbécil ―no pude tragar mi coraje, algo debía sacar a flote.
― Tal vez lo soy, aún así he resuelto todo y ellos llegarán mañana. Como único familiar directo y siendo mayor de edad, ahora están bajo mi tutela.
― ¿Actuaste sin consultarme?
― ¿¡Qué querías que hiciera!?
― ¡Soy tu esposa! Al menos merecía ser tomada en cuenta.
― Si no los adoptaba los iban a separar y enviar a distintos hogares, ellos siempre han estado juntos para bien o mal lo están y solo se tienen ellos mismos.
― ¿Y los meterás a casa? No sabemos qué manías tienen, no los quiero y no me puedes obligar.
Bufó. Por su semblante sabía que estaba a punto de estallar.
Lo enfrenté. Tenía mi mentón en alto porque él no tenía derecho de imponerme a nadie.
― Son solo unos niños, Bella ―enfatizó enfadado―. Benjamin y Bree tienen catorce años, son mellizos. Olivia tiene cinco años.
¿Catorce y cinco años? Mi cabeza apenas procesaba…
― Y no creas qué estoy feliz de tenerlos ―reveló― yo tampoco los quiero en mi vida. No quiero nada que tenga qué ver con esa maldita mujer.
Me quedé sin palabras.
No teníamos por qué cuidar de tres niños.
No eran nuestra responsabilidad.
Y tampoco los queríamos en nuestra vida.
Aquí vamos de nuevo, celebraremos fin de año con nueva historia y también porque es un día especial. Espero que estén interesados en darle una oportunidad a esta bonita historia llena de altibajos, aun no sé qué días actualizaré, tengan por seguro que lo haré pronto. ¿Opiniones?
*Por si tienen dudas Edward tiene 30 años y Bella 27.
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Gracias totales por leer💫💥
