Todo lo que reconozcas pertenece a Rick Riordan.
VII Rastreadores
Al día siguiente de mi nombramiento como legionario los pretores me mandaron llamar al principia. Me puse nervioso.
-Andy, ¿recuerdas lo que te dijo el augur cuando llegaste?-me preguntó Amelia.
-Dijo que yo sabía algo que, si desvelaba antes de tiempo, destruiría la legión. Pero que sin mi Roma sería destruida y jamás alcanzaría la gloria.
-Correcto. Es por esa última parte que el augurio se consideró favorable y pudiste unirte a la legión-explicó Sean, aunque yo ya lo sabía-. Pero nos preocupa lo primero.
-Os diría si sé algo raro, pero creo que no debería hablar.
-Esa es la clave. Por eso creemos que lo mejor es alejarte de la legión, pero a la vez que sigas siendo parte de ella. Así habrá menos posibilidades de que le cuentes a alguien lo que sabes.
-¿Eso es posible?
-Hay un puesto. No es el más conocido y no es un trabajo que suelan hacer los hijos de Apolo. Es más de Mercurio-comentó la pretora-. A los legionarios que hacen esto los llamamos rastreadores. Están por todo el país y vigilan la presencia de monstruos. Así nos pueden avisar de amenazas, como por ejemplo si los monstruos estuvieran reuniendo un ejército.
-La semana pasada el rastreador de la zona de Nueva York cumplió su servicio con la legión y se ha ido a vivir a la Nueva Roma. Ya que tú eres de allí y está muy alejado del campamento, creemos que eres el mejor candidato para sustituirlo-dijo el pretor.
-Tendrás que pasar una instrucción especial. El puesto de rastreador es el más peligroso, pues implica sobrevivir fuera de la barrera mágica del campamento y acercarse a los monstruos-explicó Amelia-. Además la zona de la ciudad de nueva York es especialmente peligrosa porque allí es donde se encuentra el Olimpo, en lo alto del Empire State. ¿Estás seguro de que quieres hacerlo?
Acepté sin dudar. Me estaban dando la oportunidad de volver a casa, de poder ir al Campamento Mestizo y sin renunciar a ser un miembro de la legión. Era perfecto. O eso me parecía, hasta que se lo conté a Jason.
-Entonces, casi nunca estarás aquí-dijo cuando se enteró, y fue un jarro de agua fría en mi ilusión.
-Yo... No lo había pensado. Ahora me siento mal por querer el puesto.
-No, si tiene sentido. La legión necesita a alguien allí y los augurios...-se detuvo y negó con la cabeza- No quiero que te vayas, Andy. Eres el primer amigo que he tenido. Eres el único que me trata como una persona normal y no como un príncipe increíble que les freirá con un rayo si le llevan la contraria. Pensaba que estaba acostumbrado, que podía soportarlo, pero ahora que tengo un amigo sé que no podré volver a estar solo.
-Yo no puedo decir lo mismo, tengo algún amigo más, pero tu amistad es muy especial, Jason. No pienso perderla así como así. Además no me iré hasta mayo, porque tengo que pasar la instrucción y volveré cada varios meses. No voy a dejar de ser tu amigo solo por que no esté siempre aquí.
-De eso estoy seguro, Andy. Lo que me da miedo es que un día te marches y no vuelvas. Que te coma un monstruo y nunca sepamos que te pasó.
Abracé a Jason y nos quedamos allí, en silencio. Y tomé una decisión. No iba a dejarme matar. Aprendería a ser el mejor rastreador que los romanos hubieran visto. Y luego me iría al Campamento Mestizo y aprendería todo lo que pudieran enseñarme.
La instrucción empezó al día siguiente. Las primeras semanas las lecciones fueron sobre todo teóricas. Memoricé cientos de nombres y características de monstruos. Por una vez mi buena memoria encontró un reto a su nivel.
Después fueron lecciones de orientación y supervivencia. Aprendí a guiarme por el sol, las estrellas, las plantas, el musgo e incluso por los animales. También aprendí cuales eran los mejores materiales para encender fuego y a encontrarlos en cualquier lugar.
También tuve lecciones de sigilo. Tuve que moverme por una arboleda cubierto de pulseras con campanillas sin hacer sonar ni una. Aprendí a robar sin que nadie se diera cuenta y a utilizar la Niebla para hacer creer a los mortales cosas que no habían sucedido.
También tuve que practicar en esgrima, sobre todo el combate individual. Aprendí lengua de signos, código morse y sistemas de códigos secretos. También mejoré mi español y aprendí latín.
Fueron cuatro meses duros, pero nadie tenía dudas de que estaba preparado. La despedida de Jason fue dura, pero él más que nadie sabía lo mucho que me había esforzado.
-Cuídate, por favor-pidió por millonésima vez.
-Volveré, te lo prometo-contesté yo.
Nos dimos un último abrazo y crucé la barrera que separaba el Campamento Júpiter del resto del mundo. Me di la vuelta y contemplé las familiares siluetas de los edificios en el valle, antes de que desaparecieran al cruzar la barrera.
Comencé a caminar hacia el este, con el sol de frente. Hacía un año desde que escapé del Minotauro en una colina de Long Island. Nueve meses desde que había abierto la puerta de mi casa a un lobo. Y, por fin, volvía a casa.
Unos días y varios ataques de monstruos más tarde me encontré llamando a la puerta de mi casa. Mi madre abrió y sus ojos se llenaron de lágrimas al verme. Me abrazó.
-¿Dónde has estado todos estos meses?-preguntó.
-A salvo, en un lugar seguro para semidioses. Como el Campamento Mestizo, pero para el resto del año.
Le conté que todo sobre el Campamento Júpiter, para que estuviera tranquila. Pero fingiendo que allí también los dioses eran griegos, eso sí. Intuía que había algo muy grande detrás de la separación de los semidioses, y no quería meter a mi madre.
Estuve un par de días en casa y luego, igual que un año atrás, mi madre me dejó en Long Island, cerca de la Colina Mestiza. Pero algo no iba bien. El Pino de Thalia parecía... Mustio. Cuando me acerqué comprobé que el árbol estaba como muriéndose.
-¿Qué pasa aquí?-pregunté a varios campistas con la armadura completa puesta cuando se acercaron.
-Han envenenado el Pino de Thalia. El árbol se muere y la barrera mágica desaparece-explicó la chica al frente del grupo, Clarisse, reconocí.
-Pero si no hay barrera...-no terminé la frase, porque un sonido metálico me interrumpió. Y, corriendo colina arriba, aparecieron dos toros metálicos de bronce. Flipé bastante, pero el entrenamiento militar sirvió para algo, pues antes de ser consciente del todo de lo que pasaba ya tenía la espada en la mano. La espada griega, por supuesto. La romana la había dejado en casa.
Clarisse ladró una orden y los chavales con armadura atacaron. Por un segundo pareció que podrían con ellos, hasta que uno de los dos toros lanzó un chorro de fuego. A partir de ahí fue un caos.
Clarisse seguía dando órdenes, pero ya nadie la escuchaba y todos corrían por la colina, incluidos los toros. Me di cuenta de que frenaban un poco al pasar la barrera, pero por lo demás era como si no estuviera.
Intenté encajar una y mil veces la espada entre las articulaciones de uno de los toros, pero la espada siempre se salía. Y, de la nada, aparecieron Percy y Annabeth con, ¿un cíclope? Pero no era momento para preguntas.
Percy consiguió herir a uno de los toros, pero se cayó y no podía levantarse. Los dos toros corrían hacia él a la vez. Entonces Annabeth permitió al cíclope pasar al campamento y este se interpuso entre Percy y el toro, parando la llamas con su cuerpo inmune al fuego. El cíclope acabó con el toro mientras Clarisse y yo nos ocupábamos del otro.
Y tan pronto como llegó, la amenaza se acabó. Clarisse se acercó a Percy y Annabeth. Pensé que les daría las gracias, pero solo les gritó. Ya no recordaba lo mal que me caía esa chica. Después fui yo el que se acercó. Después de un par de abrazos con mis amigos, pregunté:
-¿Cuándo te has hecho amigo de un cíclope, Percy?
-¿Un cíclope?-parecía confundido.
-Percy -dijo Annabeth-, ¿has observado a Tyson de cerca? Quiero decir, su cara; olvídate de la niebla y míralo de verdad.
El entendimiento se abrió paso en la cara del hijo de Poseidón.
-No lo sabía.
Annabeth se puso a explicarle algo sobre los cíclopes, pero yo no presté atención. Miré hacia el campamento. El peligro estaba en el aire y podías percibir que algo iba mal; en vez de jugar al voleibol en la arena, los consejeros y los sátiros estaban almacenando armas en el cobertizo de las herramientas. En el lindero del bosque había ninfas armadas con arcos y flechas charlando inquietas, y el bosque mismo tenía un aspecto enfermizo, la hierba del prado se había vuelto de un pálido amarillo y las marcas de fuego en la ladera de la colina resaltaban como feas cicatrices.
Las cosas habían cambiado mucho en el Campamento Mestizo. El miedo se sentía en el aire y nadie reía o descansaba, todos estaban entrenando con las armas en la mano, alerta para lo que pudiera llegar ahora que no había barrera. Parecía una escuela militar o el Campamento Júpiter. Y eso me era ya tan familiar que no me molestaba demasiado. Pero a mis amigos no les hizo ninguna gracia.
Llegamos justo a tiempo para despedirnos de Quirón. He vivido pocos momentos más tristes que ese. Quirón era como un segundo padre para Annabeth, que llevaba en el campamento desde los siete años. Y para Percy y para mi... Era difícil olvidar que él nos había salvado la vida. Al parecer acusaban al centauro de no evitar que el pino fuera envenenado y de no poder curarlo. Y solo por ser hijo de Cronos, pensaba que estaba de su lado. Menuda tontería. Los dioses olímpicos también son hijos de Cronos.
Después fuimos a nuestras cabañas a instalarnos. Mis hermanos se emocionaron al verme, sobre todo Kayla, pero las sonrisas de todos parecían a punto de desmoronarse. Fue ahí cuando me di cuenta de que no podía aceptar lo que había pasado y intentar resistir hasta que los monstruos arrasaran el Campamento Mestizo. Aunque tuviera un lugar seguro al que ir. Iba a hacer algo, aunque aún no sabía el qué.
Perdido entre esos pensamientos el tiempo pasó volando y llegó la cena. Los miembros de la cabaña siete entramos en el comedor como una fila de cabezas rubias, casi sin excepción. Yo estaba por el medio, pero me fijé en el último, el nuevo, un niño de once o doce años. Pero mi atención se centró en el hombre que ocupaba el sitio de Quirón.
Era un hombre pálido y espantosamente delgado con un raído mono naranja de presidiario. Tenía ojeras, el pelo como si se lo hubiera cortado un ciego con unas tijeras de podar y cara de mala leche. Estaba hablando con Percy y Tyson, pero mandó a Percy a sentarse. No parecía muy feliz.
Las ninfas repartieron la cena y echamos una parte a los braseros. Cuando lancé parte de mi pizza le di las gracias a mi padre por haberme permitido volver con los griegos.
Mientras cenábamos un sátiro hizo sonar una caracola. Todos miramos hacia la mesa principal. Tel hombre, Tántalo por lo que me dijo Lee, se levantó.
-Después de esta deliciosa cena, o eso me dicen, es hora de algunos anuncios. Para empezar, hoy empieza la temporada de verano. A los que habéis llegado hoy, es pero poder conoceros mejor, Tenéis pinta de ser muy nutri... Eh, buenos chicos.
Mientras hablaba intentó coger algo de comida del plato, pero esta se alejó de él. En ese momento entendí quien era. Era Tántalo, el hombre que había dado de comer a sus hijos a los dioses. Lo habían castigado a estar en medio de un lago con un árbol frutal al alcance de la mano, pero sin poder comer ni beber.
-¡Y ahora, algunos cambios! -Tántalo dirigió una sonrisa torcida a los campistas-. ¡Vamos a instaurar otra vez las carreras de carros!
Un murmullo de excitación, de miedo e incredulidad, recorrió las mesas.
-Ya sé -prosiguió, alzando la voz- que estas carreras fueron suspendidas hace unos años a causa, eh, de problemas técnicos.
-¡Tres muertes y veintiséis mutilaciones! -gritó Michael, sentado cerca mía.
-¡Sí, sí! —dijo Tántalo-. Pero estoy seguro de que todos coincidiréis conmigo en celebrar la vuelta de esta tradición del campamento. Los ganadores se llevarán los laureles dorados. La carrera será en tres días y estáis liberados de las tareas para prepararos. Ah, no sé si he mencionado que la cabaña del equipo ganador se librará de las tareas todo el mes.
Hubo un estallido de conversaciones excitadas. ¿Nada de cocinas durante un mes? ¿Ni limpieza de establos? ¿Hablaba en serio?
Hubo una objeción. Y la presentó la última persona que me hubiese imaginado.
-¡Pero señor! -dijo Clarisse. Parecía nerviosa, pero aun así se puso de pie para hablar desde la mesa de Ares. -. ¿Qué pasará con la patrulla? Si lo dejamos todo para preparar los carros…
-Ah, la heroína del día -exclamó Tántalo-. ¡La valerosa Clarisse, que ha vencido a los toros de bronce sin ayuda de nadie!
Clarisse parpadeó y luego se ruborizó.
-Bueno, yo no…
-Y modesta, además. ¡No hay de qué preocuparse, querida! Esto es un campamento de verano. Estamos aquí para divertirnos, ¿verdad?
-Pero el árbol…
-Y ahora -dijo Tántalo, mientras varios compañeros de Clarisse tiraban de ella para que volviera a sentarse-, antes de continuar con la fogata y los cantos a coro, un pequeño asunto doméstico. Percy Jackson, Annabeth Chase y Andy Williams han creído conveniente por algún motivo traer esto al campamento -dijo señalando con una mano a Tyson.
Un murmullo de inquietud se difundió entre los campistas y muchos me miraron de reojo, y también a Percy y Annabeth. Tuve ganas de pegar a Tántalo.
-Ahora bien -dijo-, los cíclopes suelen ser monstruos sangrientos e idiotas. Lo soltaría en el bosque para que lo cazarais pero, ¿quién sabe? Quizá este cíclope no sea tan horrible como los demás; mientras no demuestre lo contrario, necesitamos un lugar donde meterlo. He pensado en los establos, pero los caballos se pondrían nerviosos. ¿Tal vez la cabaña de Hermes?
Se hizo un silencio en la mesa de Hermes. Travis y Connor Stoll, los nuevos líderes de la cabaña 11, miraron fijamente los dibujos del mantel. No podía culparlos. La cabaña de Hermes siempre estaba llena hasta los topes. No había modo de que encajase allí dentro un cíclope de casi dos metros.
-Vamos -dijo Tántalo-. Quizá pueda hacer tareas menores. ¿Alguna sugerencia sobre dónde podríamos meter al monstruo?
De repente, todo el mundo ahogó un grito.
Tántalo se apartó de Tyson sobresaltado. Una deslumbrante imagen holográfica había aparecido sobre la cabeza del cíclope. Todos lo miraban asombrados, pero yo miraba a Percy.
Girando sobre la cabeza de Tyson había un tridente verde incandescente: el mismo símbolo que había aparecido sobre la cabeza de mi amigo el día que Poseidón lo reconoció como hijo suyo.
Mirándolo por el lado bueno, Percy ya no tendría que estar solo en la cabaña 3.
Al día siguiente estaba en la cabaña de Apolo mirando el techo, aburrido. Todo el mundo estaba con lo de la carrera de carros o con otras tareas. Yo me había apuntado a ir en el carro de mi cabaña y proteger al auriga, pero no tenía ni idea de como construir el carro. Tampoco tenía turno en la enfermería, ni era instructor. Así que me sentaba a esperar a que llegara mi turno en la guardia de la barrera, que habíamos mantenido por nuestra cuenta. Hasta Percy y Annabeth estaban ocupados, construyendo su carro.
En ese momento la puerta de la cabaña se abrió y alguien entró. Era el nuevo de la cabaña, el chico de once años. Parecía enfadado.
-Maldito tiro con arco, maldita Kayla, ¡maldito Apolo!-iba mascullando.
-Yo que tú no diría esas cosas de nuestro padre dentro de su propia cabaña-comenté, sobresaltándolo.
-Perdón, no sabía que había alguien aquí-se disculpó el chico.
-No pasa nada. Eres lo más interesante que me ha pasado en la última hora. ¿De donde vienes tan enfadado?
-Del campo de tiro con arco-respondió medio avergonzado.
-¿Mala puntería?-asintió con la cabeza- No puede ser para tanto.
-La flecha dio en la diana de al lado.
-¿Solo eso? Yo le di a Clarisse en el brazo, mientras ella pasaba por allí.
-¿De verdad?
-Sí. Y luego intenté curarla y... Digamos que lo empeoré.
-¿Cómo es que sigues vivo?
-Intentó meterme la cabeza en un váter, pero conseguí escaparme.
-¿Cómo?
-Así, mira-me concentré y empecé a brillar como el sol de junio que nos espiaba por la ventana. El chico me miró con los ojos muy abiertos.
-¡Tú también puedes hacerlo!-cerró los ojos y él también empezó a brillar. Sentí una sensación dentro de mí, un instinto de cuidar a ese chico. Me apagué y él no tardó en hacer lo mismo. Ahora la cabaña parecía estar a oscuras. Nos quedamos los dos quietos y pude ver que sus ojos eran azules, y me recordaron a mi amigo romano-. ¿Cómo te llamas?-me preguntó, y fui consciente de que yo tampoco sabía su nombre.
-Andy Williams.
-Will Solace. Eh, tu apellido es mi nombre-los dos nos reímos de la coincidencia-. ¿Puedo hacerte una pregunta?
-Ya la has hecho. Pero sí, puedes.
-¿Tienes algún otro poder, aparte de lo de brillar?
-Puedo saber cuando la gente miente. Y una vez lancé un chillido ultrasónico-y también ver el futuro, pero no sé por que no se lo dije.
-Yo soy un buen médico y a veces, cuando silbo, no se oye nada pero los perros se ponen a ladrar-nos quedamos en silencio por unos segundos-. Se me hace muy raro estar aquí, hablando de silbidos ultrasónicos y cosas imposibles. Por no contar que mi padre es un dios griego y... que tu eres mi hermano.
-¿Cuándo llegaste al campamento, Will? ¿Desde cuándo sabes que eres un semidiós?
-La semana pasada.
-Pues yo hace un año que descubrí todo esto. Y no siento a todos los que dormimos en esta cabaña como mis hermanos. La mayoría para mí son solo amigos y compañeros. Mis hermanos son Lee y Kayla. Y creo que tú también, si no te parece mal.
No sabía en que momento, pero sentí algo que nunca había notado, un sentimiento de protección hacia Will. Me sentía... Como su hermano mayor.
-No me parece mal. Nunca había tenido un hermano, pero me caes bien. Me encantaría que fueras el primero.
-Entonces, ¿hermanos?
-Hermanos.
Los dos nos abrazamos y luego salimos de la cabaña, en busca de algo que hacer. Ese fue el día que conocí a Will Solace.
…
La mañana de la carrera hacía calor y mucha humedad. . En los árboles se habían posado miles de palomas blanco y gris, aunque no emitían el arrullo típico de su especie, sino una especie de chirrido metálico que me estaba poniendo de los nervios sin saber por qué.
La pista de la carrera había sido trazada, usando a los toros, en un prado de hierba situado entre el campo de tiro y los bosques.
Había gradas de piedra para los espectadores: Tántalo, los sátiros, algunas ninfas y todos los campistas que no participaban. El señor D no apareció. Nunca se levantaba antes de las diez de la mañana.
-¡Muy bien! -anunció Tántalo cuando los equipos empezaron a congregarse en la pista. Con la mano perseguía un plato de hojaldres-. Ya conocéis las reglas: una pista de cuatrocientos metros, dos vueltas para ganar y dos caballos por carro. Cada equipo consta de un conductor y un guerrero. Las armas están permitidas y es de esperar que haya juego sucio. ¡Pero tratad de no matar a nadie!-Tántalo nos sonrió como si fuéramos unos chicos traviesos-. Cualquier muerte tendrá un severo castigo. ¡Una semana sin malvaviscos con chocolate en la hoguera del campamento! ¡Y ahora, a los carros!
Los carros eran muy distintos entre ellos. El de la cabaña 9 era todo de metal, y también los caballo. Los caballos de los hijos de Ares eran esqueletos y tiraban de un carro rojo como la sangre. Percy había peleado con Annabeth y había hecho el carro por su cuenta, bueno, con ayuda de Tyson, y era azul con un tridente. El carro de la cabaña de Hermes parecía un poco viejo, pero lo que daba miedo eran los Stoll al volante. Y ,por supuesto, luego estaba el nuestro, el carro de la cabaña siete. Elegante y en perfecto estado, era todo de oro y lo tiraban dos hermosos palominos de pelaje dorado, cola y crin blanca. Me daba vergüenza estar ahí subido, pero no me quedaba otra.
-¡Competidores! -gritó Tántalo-. ¡A sus puestos!
Advertí que había muchas más palomas en los árboles soltando aquel chirrido enloquecedor y haciendo que crujiera el bosque entero. Nadie parecía prestarles atención, pero a mí me ponían nervioso; sus picos brillaban de un modo extraño y sus ojos relucían más de lo normal. Me daban ganas de desenvainar la espada y lanzarme sobre ellas, pero no lo hice.
-¡Aurigas! -avisó Tántalo-. ¡A sus marcas!
Hizo un movimiento con la mano y dio la señal de partida. Los carros cobraron vida con estruendo. Los cascos retumbaron sobre la tierra y la multitud estalló en gritos y vítores.
Resumen de los primeros quince metros de carrera: el carro de Hermes nos embistió, salimos volando y ahí se acabó la historia para nosotros. Lo mejor que se me ocurrió hacer fue salir de la pista, no fuera que me atropellaran. Los caballos, asustados, siguieron corriendo y arrastraron en carro con ellos. Pero nuestros caballos chocaron contra el carro de Hermes y tiraron a los Stoll. Dos carros fuera de combate en los primeros metros. Aquel deporte me encantaba.
Annabeth iba la primera, a mucha distancia de Percy y Clarisse. Beckenford, de la cabaña de Hefesto, se acercó a mi amigo. De su carro metálico salieron unas bolas con pinchos en dirección al las ruedas del carro de la cabaña 3, pero Tyson le dio un golpe y el carro de Hefesto también salió volando. Percy cogió velocidad y se acercó al carro de Atenea. Y en ese momento dejé de prestar atención a la carrera, porque las palomas de los árboles se nos lanzaron encima.
La sensación de déjà vu fue muy fuerte. Luego me di cuenta de que de verdad me estaba pasando por segunda vez. Reconocí a los pájaros. ¡Eran las aves del Estínfalo que había espantado en enero del Campamento Júpiter! Agradecí que Jason no estuviera allí. No le habría hecho nada de gracia encontrarse por segunda vez con esos pajarracos.
Intenté volver a hacer lo que había hecho en enero, pero no sabía cómo. Nunca había conseguido repetirlo, había sido un puro golpe de suerte. Así que lo que hice fue intentar defenderme con la espada:
-¡Son aves del Estínfalo! ¡El ruido las ahuyenta!- gritaba. Esperaba que a alguien, seguramente Annabeth, se le ocurriera un plan.
Y por supesto que ella no me decepcionó. Subió al carro de Percy y galoparon hacia la Casa Grande. Volvieron a los pocos minutos, que se hicieron eternos para los que estábamos entre los pájaros. Annabeth llevaba un equipo de música en los brazos. Percy metió un CD y le dio al play. El aire se llenó de pronto de violines y una pandilla de tipos gimiendo en italiano.
Las palomas demonio se volvieron completamente locas. Empezaron a volar en círculo y a chocar entre ellas como si quisieran aplastarse sus propios sesos. Enseguida abandonaron la pista y se elevaron hacia el cielo, convertidas en una enorme nube oscura.
-¡Ahora! -gritó Annabeth-. ¡Arqueros!
Con un blanco bien definido, mis hermanos tenían una puntería impecable. La mayoría sabía disparar cinco o seis flechas al mismo tiempo. En unos minutos, el suelo estaba cubierto de palomas con pico de bronce muertas, y las supervivientes ya no eran más que una lejana columna de humo en el horizonte.
El campamento estaba salvado, pero los daños eran muy serios; la mayoría de los carros habían sido totalmente destruidos Casi todo el mundo estaba herido y sangraba a causa de los múltiples picotazos, y las chicas de la cabaña de Afrodita chillaban histéricas porque les habían arruinado sus peinados y rajado los vestidos.
-¡Bravo! -exclamó Tántalo, pero sin mirar a Annabeth y a Percy-. ¡Ya tenemos al primer ganador! -Caminó hasta la línea de meta y le entregó los laureles dorados a Clarisse, que lo miraba estupefacta.
Luego se volvió hacia mis amigos con una sonrisa.
-Y ahora, vamos a castigar a los alborotadores que han interrumpido la
carrera.
No me aguanté.
-¡Ellos han sido los que nos han salvado! Si no fuera por ellos esos pájaros nos habrían roído hasta los huesos. ¡Son héroes!-grité, para que todos me oyeran.
-Parece que alguien más también quiere un castigo-Tántalo me miró con una sonrisa siniestra. Que bien iba el verano.
Cuando escribí la parte del ladrón del rayo me centré muy poco en la misión, y eso he querido cambiarlo. Con el Mar de los Monstruos voy a alargarlo un poco más.
Esto es todo por ahora, feliz 1 de abril (aquí en Galicia es el día de los inocentes. En USA también, pero no sé si en Latam)
Gracias por leer
Erin Luan
