Todo lo que reconozcas pertenece a Rick Rordan


XIII Visita al museo

-Llevan mucho rato ahí dentro.

-Ya lo sé. Más de una hora.

-¿Y de qué hablan?

-Están decidiendo quién irá a la misión.

-¿Y yo puedo ir?

-No sabes luchar y las misiones son muy peligrosas. Por eso tú ahora te quedas en el Campamento Mestizo, Nico, para aprender a luchar y algún día poder ir a misiones.

-¿Y tú vas a ir, Andy?

-No, me parece que no.

Reunir un equipo de seis cazadoras y campistas no estaba siendo fácil. Las cazadoras y los líderes de las cabañas llevaban reunidos desde el amanecer. Como el líder de la cabaña 7 era Lee, yo llevaba todo ese rato esperando fuera con Nico.

Desde mi punto de vista era fácil, había que elegir tres chicas para que las cazadoras estuvieran contentas. Yo habría elegido a Clarisse, Thalia y Annabeth, las tres semidiosas más fuertes. El problema era que la última había desaparecido y, según los sueños de Percy, estaba en una trampa de Luke y la hija de Ares estaba en una misión secreta a la que se había marchado hacía meses.

La puerta se abrió y salió Percy, con cara de enfado. Noté que Nico se puso rojo.

-Andy, ¿puedes entrar?

-Claro-me levanté-. Nico, ¿por qué no vas con Will?-le había presentado a mi hermano el día anterior.

-Vale. ¡Hasta luego!-nos gritó mientras se alejaba.

Seguí a Percy al interior de la Casa Grande. Todos estaban reunidos alrededor de una mesa de ping pong. Nunca había estado en una de sus reuniones, pero solo pude pensar que dirían los romanos de esto, con todas sus reuniones tan serias y sus tradiciones.

-Hola-saludé, incómodo-. ¿Qué pasa?

-Queremos que vengas a la misión-explicó Thalia.

Me sorprendí.

-¿No sería mejor que fuera una chica?

-Eso he dicho yo-reclamó Zöe-. Pero me han convencido de que podrías ser útil.

-¿Útil?

-Bueno, estos años has estado viniendo desde California, así que sabes defenderte y caminos más o menos seguros para ir al oeste. Si no, no estarías aquí-contestó Grover.

-Además, ayer demostraste ser buen mediador, al detener la pelea entre Percy y Thalia. Creo que hará falta en esta misión-comentó Quirón.

-Está bien-cedí, tras pensarlo un poco-. Iré a la misión.

Más tarde me enteré de que los otros miembros de la misión serían Thalia y Grover por el lado del campamento y Zöe, otra cazadora cuyo nombre no recuerdo y Bianca.

Eso explicaba el enfado de Percy, no les gustaba quedarse al margen.

Estaba dispuesto a empezar de nuevo con las cazadoras y llevarme con ellas todo lo bien posible, teniendo en cuenta que odiaban a los chicos. Y el primer paso era arreglar las cosas con Bianca.

Después de cenar, fui a buscarla y fuimos al comedor a hablar. Ella parecía enfadada. Y asqueada. Estaba aprendiendo rápido.

-¿Para qué estamos aquí?-preguntó, tensa.

-Quería pedirte perdón por lo que te dije. Sé que Nico te importa mucho y que no debió ser una decisión fácil para ti.

-Sólo quería ser libre. Quiero a Nico, pero es una carga. Tengo doce años, pero he tenido que ser una madre para él desde los cinco-unas pequeñas lágrimas brillaban en sus ojos, pero no las dejó pasar.

-No debí haberte dicho que no te importaba. Estaba enfadado. Acabábamos de vivir una situación de mucho peligro, habíamos perdido a Annabeth por rescataros, y tú nos dejabas tirados. No pude soportar que le hicieras daño a Nico, quería protegerlo. Pero no pensé demasiado.

-No te tortures, yo tampoco pensé. Pero tenías razón. Yo he elegido mi camino, y Nico no está en él-me miró a los ojos por primera vez, y los encontré extrañamente familiares-. Pero ya no me preocupa, porque sé que cuidarás de él.

No pude decir nada más, porque Zöe apareció y su mirada me indicó que estaba de más. Al salir del comedor vi una sombra detrás de una de las columnas.

-¿Nico?

-Hola, Andy -saludó-. ¿Sabías que Percy puede hacerse invisible?

-¿Qué?

-Sí, acaba de estar aquí. Se puso una gorra y se hizo invisible.

La gorra de Annabeth. La tenía él.

-¿Y cómo lo viste, si era invisible?-pregunté. Él se puso rojo.

-Me vio espiándote a ti y a Bianca y hablamos-admitió.

-No pasa nada. Hablábamos de ti. Bianca me ha pedido que te cuide cuando ella se vaya con la Caza.

-¿De verdad?

-Ella aún te quiere, Nico. Sigue siendo tu hermana. Sólo quiere... Vivir su vida, ella sola.

Vi que Nico también estaba llorando. Lo abracé.

-Un chico me dijo que todos los que van a la misión van a morir.

-No... Bueno, puede. No lo sabemos. Las profecías a veces no son lo que parecen, puede decir que vamos a morir o que no. No se puede saber hasta que sucede.

-¿Puedes hacer una cosa por mí?

-¿Qué quieres?

-Cuida a Bianca. Por favor.

-Lo intentaré, Nico. Lo intentaré-prometí con un nudo en la garganta.

···

-¿Y por qué conduces tú?

-¿No está claro? Bianca, el sátiro y el chico-sonó más un insulto que otra cosa- son demasiado pequeños para conducir. Y tú no sabes, cómo demostraste en el Carro del Sol.

-Tú también pareces demasiado joven. ¡No tienes pinta de pasar de los 15!

-¡Llevo conduciendo desde que se inventaron los automóviles! Y una arrogante hija de Zeus- el nombre del padre de los dioses también sonó como un insulto en sus labios- no me va a decir lo que voy a hacer. Sube ya o me voy sin ti. Ya he perdido a una persona, no me importa perder a otra.

Bianca, Grover y yo mirábamos la discusión entre Thalia y Zöe desde la parte de atrás de la furgoneta del campamento, que nos habían prestado.

-Tiene razón, Thalia- intenté intervenir-. Vámonos ya. Así solo perdemos tiempo y Artemisa y Annabeth están en peligro.

Mis palabras parecieron surtir efecto y la hija de Zeus se sentó también. Por fin nos pusimos en marcha. Ya habíamos perdido mucho tiempo. La otra cazadora que iba a venir con nosotros había tenido un "incidente" con los hermanos Stoll. No sabíamos si elegir a otra persona, pero, al no llegar a un acuerdo, decidimos forzar al destino y marcharnos con una persona menos.

-Entonces, ¿hacia dónde?-preguntó la teniente de las cazadoras.

-Según el hechizo de rastreo-empezó Grover-. Tenemos que ir al sur. Hacia Washington, creo.

-¿Cómo que el sur?-pregunté-. ¿La profecía no decía que al oeste?

-El hechizo sirve para seguir el rastro de Artemisa. Y debió ir primero al sur-explicó-. Casi seguro. Al noventa por ciento. Ochenta.

Y así nos dirigimos hacia el sur. A pesar de vivir en la Costa Oeste desde siempre, casi no la conocía. Aún así reconocí la capital de Estados Unidos por las fotos que había visto de ella en los libros de la escuela. ¿Qué hacíamos en Washington DC? Ni idea.

Después de tomar algo en una cafetería nos dirigimos, guiados por Grover, al Museo del Aire y el Espacio. La parte principal del museo era una sala gigantesca llena de cohetes y aviones colgados del techo. Por todo el perímetro discurrían tres galerías elevadas que permitían observar las piezas expuestas desde distintos niveles. No había mucha gente. Sólo algunas familias y un par de grupos de niños, seguramente de excursión escolar.

Dimos varias vueltas, pero no sabíamos que habíamos ido a buscar allí. Grover nos avisó de que había algún monstruo cerca. Todos sacamos nuestras armas. Y entonces algo chocó con Thalia.

Estuvimos a punto de ensartarlo, pero reconocimos a Percy a tiempo. Zöe no parecía muy contenta, pero, antes de que pudiera decir nada, Percy habló:

-Luke -dijo, tratando de recobrar el aliento-. Está aquí.

Esto no podía acabar bien. Percy nos explicó que había visto a Luke y al doctor Espino con un hombre llamado el General.

-¿El General está aquí? -Zoë parecía preocupada y enfadada a la vez-. Imposible. Mientes.

-¿Por qué iba a mentir? Escucha, no tenemos tiempo. Hay guerreros esqueleto…

-¿Qué? -preguntó Thalia-. ¿Cuántos?

-Doce -dijo Percy-. Y algo más todavía: ese tipo, el General, ha dicho que había enviado a un "compañero de juegos" para distraeros. Un monstruo.

Crucé una mirada con Grover.

-Estábamos siguiéndole el rastro a Artemisa -explicó el sátiro-. Casi habría jurado que conducía aquí. Hay un intenso olor a monstruo. Debió de detenerse por aquí cuando buscaba a esa bestia misteriosa. Pero aún no hemos encontrado nada.

-Zoë...-dijo Bianca-. Si es el General...

-¡No puede serlo!-contestó la teniente de las cazadoras-. Tiene que estar equivocado.

-¡Sé lo que vi!-respondió Percy, indignado-. Las ilusiones no resquebrajan un suelo de mármol.

Zöe negó la cabeza. Fuera quien fuera el General, estaba claro que lo conocía. Pero tampoco era momento para preguntas.

-Si eso de los guerreros esqueletos es cierto, tenemos que irnos ya-ordenó-. Son imposibles de matar...

-Buena idea -dijo Percy.

-No me refería a ti, chico -agregó Zoë-. Tú no tomas parte en esta búsqueda.

-¡Eh, que soy yo quien os ha avisado!

-No deberías haber venido, Percy -dijo Thalia gravemente-. Pero ya que estás aquí… Venga. Volvamos a la furgoneta.

-Además, nos falta una persona-dije, pero nadie me oyó. Zöe y Thalia se miraban con furia.

-Esa decisión no os corresponde a vos -replicó Zoë.

Thalia frunció el entrecejo.

-Tú no mandas aquí, Zoë. Y me da igual la edad que tengas. ¡Sigues siendo una mocosa engreída!

-Nunca has demostrado sensatez cuando se trata de chicos -refunfuñó Zoë-. ¡Nunca has sabido prescindir de ellos!

Me pregunté qué habría pasado entre ellas. Thalia parecía a punto de abofetearla. Y entonces nos quedamos todos helados: se oyó un rugido tan atronador que pensé que había despegado uno de los cohetes.

Una cosa enorme saltó rampa arriba. Era del tamaño de un camión de mercancías, con uñas plateadas y un resplandeciente pelaje dorado. Yo había visto una vez a ese monstruo. Dos años atrás, lo habíamos divisado brevemente desde un tren. Ahora, visto de cerca, parecía todavía más grande.

-El León de Nemea -dijo Thalia-. No os mováis.

El león rugió con tal fuerza que me puso los pelos de punta. Sus colmillos relucían como el acero inoxidable.

-Separaos cuando dé la señal -dijo Zoë-. Intentad distraerlo.

-¿Hasta cuándo? -preguntó Grover.

-Hasta que se me ocurra una manera de matarlo. ¡Ya!

Ya tenía la espada en la mano, así que hice lo único que se me ocurrió, atacar. Mi espada rebotó en su pelaje como si fuera de metal y me aparté corriendo.

Silbaron varias flechas y Grover se puso a gorjear un agudo pío-pío con sus flautas. Zoë y Bianca treparon por la cápsula Apolo. Le disparaban flechas incendiarias al monstruo, pero todas se partían contra su pelaje metálico sin hacerle nada.

El león le asestó un golpe a la cápsula, ladeándola, y las cazadoras salieron despedidas. Grover cambió de tercio y se puso a tocar una melodía frenética. El león se volvió hacia él, pero Thalia se interpuso en su camino con la Égida y la fiera retrocedió rugiendo.

-¡Grrrrrr!

-¡Atrás! -gritó Thalia-. ¡Atrás!

El león gruñó y dio un zarpazo al aire, pero continuó reculando como si el escudo fuera un fuego abrasador. Entonces tensionó todo su cuerpo y supe que iba a saltar. Se oyó un grito.

-¡Oye tú!-era Percy.

El león le siguió y él saltó por la barandilla. Cayó en un avión con el león tras él. Los cables empezaron a crujir. Así que saltó a otro. Desde arriba veíamos la persecución sin poder hacer nada. Entonces Percy se giró hacia nosotros:

-¡Zoë! -gritó-. ¡Apuntadle a la boca!

Llegó al suelo y salió corriendo. Ahí lo perdí de vista. Thalia le siguió y las cazadoras seguían intentando apuntar.

-Vamos, Grover- tiré del brazo de mi amigo lanudo.

-¿A dónde?

-Saquemos de aquí a los mortales.

El grupo se había reunido en una esquina. Los adultos parecían muy confusos, pero los niños sonreían. No tenía ni idea de que estarían viendo.

No tuvimos que decírselo dos veces cuando les explicamos que íbamos a sacarlos de allí. Nos miraron aliviados y nos siguieron sin rechistar. Cuando estuvieron todos fuera, Grover y yo volvimos a entrar, pero ya no había ni rastro del león.

Cuando preguntamos cómo lo habían vencido Percy, que llevaba un abrigo marrón dorado, explicó una historia de comida liofilizada.

A través de las puertas de cristal del museo, vimos a un grupo de hombres cruzando el césped de la entrada. Hombres grises con uniforme de camuflaje.

-Iros -dijo el hijo de Poseidón-. Me persiguen a mí. Yo los distraeré.

-No -dijo Zoë-. Vamos juntos.

La miramos sorprendida.

-Pero si dijiste…

-Ahora formas parte de esta búsqueda -repuso a regañadientes-. No es que me guste, pero el destino no puede modificarse. Tú eres el sexto miembro del grupo. Y no dejamos a nadie atrás.

Salimos corriendo por la puerta trasera del museo. Lo rodeamos y vimos a los zombis destrozando nuestra furgoneta.

-¿Qué hacemos ahora?-preguntó Bianca.

-Ahora corremos-respondí, al ver a los guerreros esqueleto venir hacia nosotros.

Empezamos a callejear por Washington sin rumbo, puesto que no conocíamos la ciudad. Los zombis nos pisaban los talones. Zöe probó a tirarle una flecha a uno. Le dio en el corazón. Cualquier otro monstruo se habría desintegrado, pero el esqueleto solo siguió corriendo.

Bianca llamó nuestra atención con un grito.

-¡Por aquí!-señaló una estación de metro. Todos la seguimos.

Entramos saltando por las barreras y esquivando a los mortales. Nos metimos en el primer tren que vimos y las puertas se cerraron, dejando fuera a nuestros perseguidores. Por fin pudimos respirar tranquilos.

-Has sido muy rápida en pensar lo del metro, Bianca- halagó Thalia.

-Gracias. Recuerdo que me fijé en esa estación la última vez que estuve en Washington porque era nueva. No estaba ahí cuando Nico y yo vivíamos en la ciudad.

La estación era de todo menos nueva, pero nadie dijo nada, aunque todos nos miramos extrañados. El metro siguió se puso en marcha y nos alejó del museo.

Bajamos en la última parada. Estábamos en las afueras de la ciudad, en una zona industrial que parecía algo abandonada. Había varios raíles y en ellos trenes parados. Y nieve. Montañas de nieve. Daba la sensación de que hacía mucho más frío allí. Yo me alegraba de tener un abrigo gordo.

Vagamos por las cocheras del ferrocarril, pensando que tal vez habría otro tren de pasajeros, pero sólo encontramos hileras e hileras de vagones de carga, muchos cubiertos de nieve, como si no se hubieran movido en años.

Vimos a un vagabundo junto a un cubo de basura en el que había encendido un fuego. Debíamos de tener una pinta bastante patética, porque nos dirigió una sonrisa desdentada y dijo:

-¿Necesitáis calentaros? ¡Acercaos!

Nos acurrucamos todos alrededor del fuego. A Thalia le castañeteaban los dientes.

-Esto es ge… ge… ge… nial.

-Tengo las pezuñas heladas -dijo Grover.

-Los pies -lo corrigió Percy, para disimular ante el vagabundo.

-Quizá tendríamos que ponernos en contacto con el campamento -dijo Bianca.

-No -replicó Zoë-. Ellos ya no pueden ayudarnos. Tenemos que concluir esta búsqueda por nuestros propios medios.

Observé las cocheras, desanimado. Muy lejos, en algún punto del oeste, Annabeth corría un grave peligro y Artemisa yacía encadenada. Un monstruo del fin del mundo andaba suelto. Y nosotros, entretanto, estábamos varados en los suburbios de Washington, compartiendo hoguera con un vagabundo.

-¿Sabes? -dijo el tipo-, uno nunca se queda del todo sin amigos. -Tenía la cara mugrienta y una barba desaliñada, pero su expresión parecía bondadosa y extrañamente familiar-. ¿Necesitáis un tren que vaya hacia el oeste?

-Sí, señor -respondí-. ¿Sabe usted de alguno?

Señaló con su mano grasienta. Y entonces vi un tren de carga reluciente, sin nieve encima. Era uno de esos trenes de transporte de automóviles, con mallas de acero y tres plataformas llenas de coches. A un lado ponía: "Línea del sol oeste".

-Ese… nos viene perfecto -dijo Thalia-. Gracias, eh…

Se volvió hacia el vagabundo, pero había desaparecido. El cubo de basura estaba frío y completamente vacío, como si el hombre se hubiera llevado también las llamas.

Una hora más tarde nos dirigíamos hacia el oeste traqueteando. Ahora ya no había discusiones sobre quién conducía, porque teníamos un coche de lujo cada uno. Zoë y Bianca se habían quedado profundamente dormidas en un Lexus de la plataforma superior. Grover jugaba a los conductores de carreras al volante de un Lamborghini. Y Thalia le había hecho el puente a la radio de un Mercedes negro para captar las emisoras de rock alternativo de Washington. Vi que Percy se acercaba a ella. Yo estaba sentado en la parte trasera de un Porche. No podía dejar de pensar que era una trampa. Era imposible tener tanta suerte, menos unos semidioses.

-Te diría que no fueras tan pesimista, pero supongo que tienes razón.

Casi no me sorprendió ver al vagabundo de la estación en el asiento de al lado. Llevaba unos tejanos tan gastados que casi parecían blancos. Tenía el abrigo desgarrado y el relleno se le salía por las costuras. Parecía algo así como un osito de peluche arrollado por un camión de mercancías. Lo que me sorprendió fue que hablara en portugués.

-La suerte es una mierda, pero con mi ayuda, terminaréis la búsqueda.

-Apolo- me negué a llamarlo papá, sobre todo después del espectáculo que había montado cuando estábamos con Artemisa-. ¿Qué haces aquí?

Él se llevó un dedo a los labios.

-Estoy de incógnito. Llámame Fred.

-¿Un dios llamado Fred?

-Bueno… Zeus se empeña en respetar ciertas normas. Prohibido intervenir en una operación de búsqueda humana. Incluso si ocurre algo grave de verdad. Pero nadie se mete con mi hermanita, qué caramba. Nadie.

-¿Puedes ayudarnos, entonces?

-Chist. Ya lo he hecho. ¿No has mirado fuera?

-El tren. ¿A qué velocidad vamos?

Él ahogó una risita.

-Bastante rápido. Por desgracia, el tiempo se nos acaba. Casi se ha puesto el sol. Pero imagino que habremos recorrido al menos un buen trozo de América.

-Pero, ¿dónde está Artemisa?

Su rostro se ensombreció.

-Sé muchas cosas y veo muchas cosas. Pero eso no lo sé. Una nube me la oculta. No me gusta nada.

-¿Y Annabeth?

-¿La hija de Atenea?-frunció el entrecejo-. Tampoco lo sé. Pero no he venido a hablarte de eso, ya se lo he contado a tu amigo.

-¿Y entonces de qué quieres hablar?

-De ti, Andy- por primera vez pude ver verdadera preocupación en su rostro-. ¿Sabes lo peligroso que es que estés aquí?-bajó el volumen antes de seguir-. Eres un semidiós romano, no deberías estar en una misión con los griegos. No podéis juntaros.

-Ya lo sé. Intentaste avisarme- recordé la visión que me había enviado-. Pero ya no hay vuelta atrás. No pienso abandonar a nadie.

-Las últimas veces que griegos y romanos se juntaron acabaron en guerras terribles. Tienes suerte de que Zeus no sepa lo que haces, o ya te habría tirado un rayo.

-Encima que ayudé a recuperarlo... Pero me da igual. Seré romano, pero también soy griego. Que lo acepté si quiere y si no también.

Apolo sonrió.

-Te pareces tanto a tu madre... Terca como ella sola. Me preocupas, Andy, los dos lo hacéis. Aunque no te des cuenta.

-No sé cómo podría darme cuenta, es la primera vez que hablamos de verdad.

-Lo sé. Y lo siento. Pero tengo que irme-se levantó-. Sólo una cosa más.

-¿Si?

-No es culpa tuya. No puedes salvar a todo el mundo.

Antes de poder preguntarle a qué se refería, Apolo desapareció y noté el cansancio cayendo sobre mí. Ni siquiera pude agradecerle que hubiera hablado conmigo en portugués, llevaba mucho sin usar mi idioma materno. A los pocos segundos estaba profundamente dormido. Pero ni siquiera fue un buen sueño, porque en él se repitió una y otra vez una imagen, la de Zöe muriendo ante mis ojos.


Lo que más me gusta de este capítulo es la conversación entre Apolo y Andy. Tenía ganas de que hablaran de verdad. Si quieres me puedes decir tu parte favorita en reviews.

En fin, muchas gracias por leer.

Erin Luan