Capítulo 1.
Tabris despierta dueña de un peculiar entusiasmo. Luego de asearse y desayunar, va a ponerse al día con el arl Eamon. La guerra civil ha terminado, es necesario empezar a ver a los engendros tenebrosos como la amenaza mayor que siempre han sido. Pasa a conversar con Morrigan y atiende algunas de las inquietudes de Leliana. Se abstiene de hablar con Wynne, aunque la anciana le ha hecho llegar la petición de que pase por su dormitorio. Tabris todavía no está lista para que la sermonee con alguna versión de "te lo dije", pues su propia cabeza ya se está haciendo cargo de la tortura.
Tabris duda una buena parte de la tarde respecto a acudir a la nueva habitación del próximo rey de Ferelden. Sabe que él pronto se trasladará a palacio. Cuando eso pase, las excusas para no mantener una conversación con él tendrán suficiente validez como para que Kallian nunca dé el paso. La opción más cómoda siempre es acobardarse.
A la noche, es la ceja alzada de Morrigan lo que le da el valor para acudir a Alistair. La bruja le reclama en silencio que no haya zanjado ya el tema del romance fallido para poder enfocarse en el archidemonio.
Toca dos veces antes de escuchar un suspiro del otro lado de la puerta. Claramente, el próximo rey de Ferelden la espera. Ella ingresa con mucho cuidado, siendo horriblemente consciente de cada movimiento en esa habitación que tan pronto empieza a rechazarla. Tabris cierra la puerta, da media vuelta y pone las manos sobre la espalda. Está tan inquieta que comienza a jugar con el pasador que se le encaja en la espalda. Luego, nota su incapacidad para aproximarse más. Por su parte, Alistair está sentado al borde de la cama, mirándola de frente. Tiene el ceño profundamente fruncido.
Ella forcejea con palabras que no está segura de que sean las correctas. Es una pequeña agonía, pero se recuerda que la otra opción es marcharse y dejar que las cosas queden como están. Al cabo de unos instantes, respira profundo y permite que las palabras fluyan.
—Debemos hablar sobre nosotros…
Tabris no creyó que fuera posible que las cejas de Alistair se juntaran más. Él desvía la mirada hacia el suelo y la guarda trata de recordar si alguna vez había tenido con ella una actitud similar: la forma de observar con fijeza y arrugar la frente antes de poner la vista en otro lado, como si la decepción que le provoca fuera demasiada para contemplarla por mucho tiempo. Tabris llega a la desoladora conclusión de que no, nunca le había dirigido una expresión de ese tipo. Aquel gesto estuvo siempre reservado para personas como Loghain.
Le toma tan solo unos instantes darse cuenta de que la brecha que hay entre Alistair y ella es mucho más profunda de lo que sospechaba. Más importante aún, se da cuenta de que no basta con tener la disposición de saltar al otro lado para alcanzarlo. No es algo que puedan arreglar con un par de disculpas.
—¿Nosotros? —pregunta él antes de levantar la vista—. No hay "nosotros". Aquí solo estoy yo y la mujer que me traicionó.
Tabris deja de sostenerse del pasador de la puerta, para plantar firmemente los pies sobre el suelo. El estómago le ha dado un vuelco, pero se las arregla para acercarse algunos pasos, negando con la cabeza.
—Alistair, jamás apoyaría una causa con el afán de herirte —explica muy seria—. He venido hasta aquí por ti. Me habría quedado a morir en Ostagar si tú no me hubieras arrastrado fuera del pantano de Flemeth.
—Y aún así premiaste a ese traidor convirtiéndolo en un guarda gris. —Se nota que él intenta mantener la calma, pero igual se le quiebra la voz. Al continuar, aunque su voz es suave, suena herido—. Yo jamás te pediría que perdonaras al arl de Denerim. Yo no te haría esto.
Alistair vuelve a desviar la mirada. Tabris retrocede los pasos que la acercaron a él. Los argumentos que esgrimió durante la asamblea, tan convenientes, tan lógicos, son como cadenas pesadas que arrastrará para siempre. Ninguno de esos argumentos parece correcto, no aquí, no en esta habitación, donde Alistair no soporta ni siquiera mirarla; no mientras el hombre que ama se ve tan herido y derrotado. Ella no puede hacer más que darle la razón. ¿Podría ella pasar por alto que se le perdonara la vida a Vaughan? Jamás.
—Sé por qué lo hiciste —retoma él tras un rato de silencio, su voz frágil—. Y eso solo lo hace doler más. Lo has preferido a él. No… No no quiero permanecer para darme cuenta de que también voy segundo detrás de Anora.
—No digas eso, tú no…
—¿Ah, no? —interrumpe molesto—. ¿Entonces por qué Loghain está vivo y yo a punto de casarme con su hija?
