Capítulo 3.

Cuando Ogren "invitó" la primera ronda, la cerveza parecía una compañera apropiada para un corazón roto. La incapacidad de lidiar conscientemente con el vacío en el pecho había motivado una borrachera monumental en una taberna cerca de las puertas de Denerim. Esa tarde, Tabris descubrió que la legendaria tolerancia al alcohol de los guardas grises era verdadera.

No fue una borracha patética hasta muy entrada la noche. La primera hora fue más bien una bebedora silenciosa. Las siguientes dos, Tabris fue amigable y social. Hubo un lapso de somnolencia también. Fue entonces que llegó a la taberna Loghain Mac Tir. Alguien seguramente le había hecho llegar el mensaje de que sus nuevos compañeros estaban haciendo el ridículo en las tabernas de Denerim, mientras el archidemonio seguía allá afuera.

El teyrn (exteyrn, le recordó una voz en su cabeza, con cierta gracia) se acercó a su mesa. La estrategia era prudente: sería más sencillo sacar a los demás del local si apelaba a la líder del grupo. Sin embargo, ella hizo caso omiso de las sugerencias del exteyrn, limitándose a hacerle un gesto a la tabernera para que le trajeran una pinta a su compañero de orden, al exteyrn. Al darse cuenta de que había dicho el nuevo título en voz alta, no pudo evitar reírse bajito. Loghain se puso tenso. Al final, el shem no tuvo más opción que sentarse, aunque todavía durante un rato no paró de insistir en que volvieran a la casa del arl Guerrin.

—Para con la mirada de odio. No fui yo quien tomó la decisión —gruñó el general, finalmente dando el primer trago de cerveza.

Tabris no se había percatado de la agresividad de su gesto. Ahora que lo sabía, se sentía suficientemente envalentonada por el alcohol como para intentar desistir.

—Si te hubiera ejecutado un segundo antes… —Tabris sonrió con amargura. También la idea de matar al héroe de su infancia era terrible, pero con la decisión ya tomada, ¿qué más daba dejar que la posibilidad de otro final echara sobre ella algún consuelo?—. Un momento antes de que Riordan aparecieran tan solo.

—Podrías asesinarme uno de estos días —sugiere él con una tranquilidad que la asusta—. ¿No solucionaría eso tu predicamento con el hijo de Maric? Es lo que el muchacho ha querido desde el principio. O puedes matarme si sobrevivimos a la batalla con el archidemonio. ¿Dónde está el problema que no logro verlo?

Tabris agacha la mirada, fijándola sobre la cerveza, donde se refleja una sombra ondulante.

—Si ya me odio a mi misma por lo que pasó, quizá me odiaría más si hago lo que sugieres.

—¿Entonces sí es el final feliz?

—¿Feliz? —repite ella con sorna —. No lo sé. Sigo intentando aceptar que esto sea un final, para empezar.

Se le llenan los ojos de lágrimas. La hora de la borracha patética se inaugura y se alarga frente a la mirada impasible del exteyrn.